CUATRO

El Nicor de las profundidades

Desvalida y baldada por el golpe, Linden se contempló a sí misma. El residuo de la leprosidad de Covenant parecía filtrarse en ella poco a poco. ¿Era eso lo que ella había logrado? Brinn trataba obstinadamente de asegurar y demostrarse a sí mismo, hasta la saciedad, que no había fortaleza ni instrumento a su alcance capaz de atravesar la coraza de Covenant; pero Linden pasó por alto las palabras del haruchai. Aquello era cosa de ella.

Porque había tratado de poseerle. Y porque él había evitado que ella sufriera las últimas consecuencias de su poder.

Luego Brinn se extinguió cuando las lágrimas lo borraron de su visión. Ya no podía ver a Covenant sino una nube de plata caliente a la luz fluctuante de las linternas. ¿Para eso la había escogido el Amo Execrable? ¿Para que causara la muerte de Covenant?

Sí, en su pasado había cosas como aquella.

Linden empezó a sumergirse en su adormecimiento como si lo necesitara, como si lo deseara. Pero las manos que sentía en sus hombros eran gentiles y solícitas. Suavemente insistían en su atención, urgiéndole a salir de su ciénaga interior. Eran amables y rehuían ser rechazadas. Cuando parpadeó y su vista se hizo más clara, se encontró mirando a los diáfanos ojos de Encorvado.

Estaba sentado ante ella, sujetándola por los hombros. La deformación de su espina dorsal colocaba su cara casi a su mismo nivel. Sus labios sonreían torcidamente.

—Ya es suficiente, Escogida —dijo en tono compasivo—. Esto no sirve de nada. Es lo que dice la Primera; la culpa no es tuya. —Por un momento volvió la cabeza—. Ni tampoco tuya, esposa mía —dijo a la sombra de la Primera—, tú no pudiste prever lo que iba a pasar. —Luego su atención volvió a Linden—. El aún vive, Escogida. Aún vive. Y mientras viva debemos tener esperanza. Fija tu mente en esto. Mientras vivamos, el sentido de nuestra vida debe ser la esperanza.

—Yo… —ella quería hablar, quería sincerarse y descargar su angustia en la simpatía de Encorvado. Pero las palabras eran demasiado terribles para ser pronunciadas.

Las manos de Encorvado se apretaron ligeramente al tiempo que enderezaba un poco su postura.

—No comprendemos esa funda que se ha tejido a su alrededor. No tenemos tu visión. Ahora deberías guiarnos. —Su gentileza ablandaba su corazón—. ¿Es este poder algo a lo que debemos temer? ¿No lo habrá hecho para defender su vida?

Las palabras de Encorvado empujaron su mirada hacia Covenant. Casi no podía verlo a través de su coraza. Pero pudo ver a Vain, El Demondim estaba cerca de Covenant y todo indicio de sonrisa había abandonado su negro semblante. Salvo por ese detalle, su expresión era la de siempre. Su misión continuaba escondida, indescifrable para cualquier mortal. No estaba siquiera vivo. Pero se concentraba en aquel raro estado de Covenant como si ambos estuvieran siendo sometidos juntos a un cruel destino.

—No. —La voz de Linden surgió bruscamente de su vacío—. Todavía tiene el veneno. Se está muriendo ahí dentro.

—Luego… —el tono de Encorvado le devolvió su sentido de exploración— debemos encontrar el medio de inutilizar ese poder para que podamos socorrerle.

Entonces su estómago se revolvió en protesta. Quería gritar: ¿No lo estabais viendo? Traté de poseerlo. Y eso es lo que logré. Pero su ira era inútil; y la simpatía del gigante la diluyó. El resto de su amargura se comprimió en una palabra.

—¿Cómo?

—Ah, Escogida —Encorvado sonrió a la vez que se encogía de hombros—. Eso debes decírmelo tú.

Ella vaciló. Inconscientemente sus manos cubrían su cara. ¿No le había hecho ya bastante daño? ¿Quería que cogiera ella misma el cuchillo y matara a Covenant?

Pero Encorvado no cejaba.

—Nosotros carecemos de tu visión —repitió—. Debes guiarnos. Piensa en la esperanza. Está claro que nosotros no podemos romper esa funda. Muy bien. Entonces debemos tratar de comprender. ¿De qué clase de poder está hecha? ¿Qué es lo que ha acontecido en su mente que le ha llevado a tal defensa? ¿Qué se oculta en él? Escogida. —Nuevamente sus manos apretaron, casi levantándola—. ¿Cómo podemos apelar a él para que acepte nuestra ayuda?

—¿Apelar…? —La sugerencia la exasperó—. ¡Se está muriendo! ¡Está sordo y ciego, envenenado y delirando! ¿Crees de veras que puedo ir allí y pedirle por favor deje de defenderse?

Encorvado guiñó los ojos ante su enfado, pero no titubeó. Una sonrisa dulcificó sus facciones.

—Eso es bueno —dijo—, si estás capacitada para la cólera, también lo estás para la esperanza.

Ella iba a espetarle, ¿Esperanza? Pero él se impuso firmemente.

—Muy bien. No ves el medio de apelar a él. Pero hay otras preguntas a las que puedes contestar si quieres.

—¿Qué es lo que deseáis de mí? —preguntó acaloradamente— ¿quieres que te convenza de que la culpa es mía? Bien, lo es. Debió pensar que yo era un Delirante o algo similar. Estaba fuera de sí, con un dolor terrible. La última cosa que supo antes de su recaída fue que estaba siendo atacado por aquellas ratas. ¿Cómo podía suponer que yo estaba tratando de ayudarle? Ni siquiera sabía que era yo. Hasta que ya fue demasiado tarde. Es como… —Se detuvo un momento para describirlo bien— como una parálisis histérica. Tiene tanto miedo de su anillo… y de que el Amo Execrable se lo quite… Y tiene lepra. Su entumecimiento le hace creer que no puede controlar el poder. No tiene los nervios a tono para controlarlo. Incluso sin el veneno, su temor es constante. Nunca sabe cuándo va a matar a alguien más.

Las palabras iban brotando de su boca. Detrás de su mente revivía lo que había aprendido antes de que Covenant la expulsara. Mientras hablaba, aquellas imágenes tomaban forma para ella.

«Y él sabía que le estaba ocurriendo. Tuvo ya antes otras recaídas. Cuando el veneno entró en él, probablemente la única cosa consciente que le quedaba era el miedo. Sabía que estaba indefenso. No contra nosotros sino contra sí mismo. Contra el Execrable. Estaba lleno de poder cuando yo traté de tomar posesión de él. ¿Qué más podía hacer? Contrarrestar el golpe. Y luego…

Por un momento balbuceó por el pesar, pero no podía detener el flujo de palabras.

»Luego vio que era yo. Por todo lo que él sabía, pudo haberme matado. Iba a ocurrirle exactamente lo que más le aterrorizaba. —Trató de sobreponerse para dejar de temblar—. Por tanto cerró todas las puertas. Se encerró. No para mantenernos fuera. Para mantenerse él dentro.

Deliberadamente fijó su mirada en Encorvado.

»No hay manera de apelar a él. Puedes acercarte y gritar hasta perder el conocimiento, sin que él te oiga. Está tratando de protegernos. —Pero luego superó su ira y su voz descendió de tono al conceder tristemente—. De protegernos. A mí».

A su alrededor, el silencio se esparcía en la paralizada noche. El Gema de la Estrella Polar yacía inmóvil como si la carencia de viento le hubiese quitado la vida. Los gigantes permanecían inmóviles. Calmados, como si su vitalidad se hubiera hundido en aquel mar muerto. Las palabras de Linden parecían colgar del aire como piezas inútiles, negando toda esperanza. No podía encontrar ningún remedio para el daño que había inflingido a sus compañeros.

Pero cuando Encorvado habló de nuevo su viveza la asombró.

—Linden Avery. Te escucho. —Su voz no tenía toque alguno de desesperación. Hablaba como si su deformidad vitalicia le hubiera enseñado a soportar cualquier cosa—. Esa terrible enfermedad ha llegado a ser nuestra. ¡Por mi corazón, que me horroriza aceptar que tantos gigantes hayan sido llevados al abatimiento! Si las palabras tienen tanto poder estamos obligados a reconsiderarlas. Ven, Escogida. Tú has dicho que Covenant Giganteamigo quiere protegernos a nosotros, Y que no nos puede escuchar si le hablamos. Muy bien. ¿Qué escuchará? ¿Qué lenguaje puede llegar a él?

Linden vaciló. Su insistencia simplemente reafirmaba la incapacidad de ella.

«¿Qué es lo que él desea? —prosiguió firmemente el gigante—. ¿Qué necesidad o anhelo es preponderante en él? Puede ocurrir que si le proporcionamos una respuesta a su corazón y él llega a percibir que no estamos dañados, que su protección es inútil, deje escapar su poder».

Ella le miró. Su planteamiento la había cogido por sorpresa, y su respuesta llegó automáticamente, sin pensar.

—El Árbol Único. La pesquisa. —Las imágenes de Covenant estaban todavía en su mente. La calma de Encorvado las extrajo de ella—. El no sabe qué otra cosa puede hacer. Necesita un nuevo Bastón de la Ley. Y nosotros no nos movemos…

Ante aquello, Encorvado sonrió. Linden captó un inicio de percepción. Se inclinó hacia él, agarrándose a su camisa.

—¿El Árbol Único? Se está muriendo. ¡Ni siquiera sabéis dónde se encuentra! —exclamó.

Los ojos de Encorvado brillaron en respuesta. Desde algún lugar cercano, la ruda voz de la sobrecargo dijo:

—Podemos hacerlo. Ya he hecho sondeos. El mar es apto para Nicor.

—Entonces, vamos a intentarlo. —Dijo rápidamente la Primera.

Una risa franca ensanchó la sonrisa de Encorvado. Un aura sana golpeó los sentidos de Linden, dándole una firme confianza que ella no pudo comprender.

—Ahí, Escogida —dijo—. Esperanza. No podemos hablar a Covenant Giganteamigo diciéndole que estamos bien. Pero podemos mover el Gema de la Estrella Polar. Puede ser que él sienta este movimiento y se controle.

¿Mover…? Los labios de Linden formaban palabras que no podía pronunciar. Estáis bromeando.

Cabo Furiavientos se dirigió a ella impasiblemente.

—No puedo empezar hasta el amanecer. Necesitamos luz. Y luego la respuesta, si es que llega, puede tardar mucho. ¿Resistirá Giganteamigo tanto tiempo?

—El… —Linden trataba de aclarar su garganta. Su cerebro iba repitiendo: ¿Mover el Gema de la Estrella Polar? ¿Sin viento?—. No lo sé. El tiene el poder. Quizá lo que ahora está haciendo debilite el veneno. Ha cerrado su mente a todo lo demás. También es posible que se haya detenido. De ser así… —Se esforzó para llegar a una conclusión coherente—. Puede vivir hasta que el veneno le llegue al corazón. O hasta que fuerce su muerte.

¿Mover el Gema de la Estrella Polar?

De pronto Honninscrave empezó a dar órdenes. Los gigantes se pusieron en movimiento como si una misión determinada les hubiera devuelto a la vida. Sus pies esparcían energía a través de la piedra al correr a sus tareas. Muchos de ellos andaban por debajo de la cubierta, dirigiéndose a las bodegas de almacenamiento; pero muchos más treparon por la arboladura, empezando a plegar las velas. Trabajaban en los tres mástiles, a la vez que reparaban los daños que había sufrido el palo mayor.

Linden los miraba como si la confusión existente en su cabeza se hubiera convertido en una locura externa. Pretendían mover el barco. ¿Y para eso plegaban las velas? Encorvado ya había seguido a la Primera y a Furiavientos hacia la proa. Honninscrave estaba de nuevo en la cubierta de mando y Soñadordelmar, que se hallaba cerca con un particular ardor en sus ojos, no podía hablar. Ella se encontraba como un niño perdido cuando se volvió a caer.

En lugar de respuestas le ofreció un recipiente con comida y un frasco de diamantina diluida.

Linden lo aceptó todo porque no tenía otra cosa que hacer.

Deliberadamente volvió a las proximidades de Covenant bajo la luz de la linterna, sentándose junto a las paredes del comedor, tan cerca de él como sus nervios se lo permitieron. Sus vísceras aún temblaban por el contacto tenido con su enfermedad, pero se esforzó en mantenerse lo más cerca posible para observar su coraza; lo suficiente cerca para actuar rápidamente si la coraza se abría. Y también lo bastante cerca para observar a Vain. La extraña atención del Demondim no había variado; pero su obsidiana carne no indicaba cuáles eran sus intenciones. Con un suspiro se apoyó en la piedra y se dispuso a comer. ¿Qué más podía hacer? No creía en realidad que aquella coraza se rompiera. Parecía tan compacta como su tormento. Y Vain lo miraba como si esperara que el Incrédulo se cayera al fondo del Mundo de un momento a otro. Luego Linden se durmió.

Despertó en la primera bochornosa luz del calmado amanecer. Sin sus velas, los mástiles parecían esqueletos contra el pálido cielo, como ramas desnudas de hojas o de vida. El Gema de la Estrella Polar era poco más que una roca flotante, una losa de piedra crucificada entre el agua y el cielo por la muerte de todos los vientos. Y Covenant también se estaba muriendo. Su respiración se había vuelto perceptiblemente más débil y desigual. Cubierto por su poder, como por una mortaja.

La cubierta de popa estaba vacía de gigantes; y sólo dos permanecían en la de mando: el maestro de anclas, Quitamanos, y la mujer timonel. Ninguno estaba en la arboladura, aunque Linden podía asegurar que había visto una figura sentada arriba en el Buscador de Horizontes, en la torre vigía. Excepto ella misma, Covenant, Vain, Brinn, Cail, Hergrom y Ceer, todos se habían ido hacia proa. Ella sentía sus actividades a través de la piedra.

Durante un rato no supo decidir qué hacer. Sentía curiosidad por saber lo que se proponían los gigantes. Al mismo tiempo era consciente de que su puesto estaba al lado de Covenant. Sin embargo estaba claro que no podía hacer nada por él y su inutilidad la consumía. Su poder, al igual que su mente, estaban más allá de su alcance. Pronto la tensión creció demasiado en ella para que pudiera permanecer donde estaba. Como para cumplir una obligación, ascendió a la cubierta de mando a examinar el brazo fracturado de Quitamanos.

El maestro de anclas era delgado para ser un gigante y su vieja cara mostraba una melancolía que no era propia de ellos. En él, la característica jovialidad de su pueblo había sido erosionada por una persistente pesadumbre. Las líneas de sus mejillas presentaban muestras de fatiga. Pero su cara se iluminó al ver aproximarse a Linden, y la sonrisa con la que correspondió a su deseo de inspeccionar su brazo fue sincera.

Llevaba el brazo en cabestrillo. Cuando deslizó la tela, vio que había sido correctamente entablillado. Cuando exploró su piel con los dedos constató que Cail había informado de la herida con precisión. Las fracturas eran simples y habían sido atendidas correctamente. Ya los huesos habían empezado a soldarse.

Linden asintió con satisfacción y se volvió para regresar a su punto de partida, cerca de Covenant. Pero Quitamanos la detuvo.

Ella le miró con expresión interrogante. Su melancolía había vuelto. Permaneció silencioso unos momentos mientras la observaba.

—Cabo Furiavientos intentará llamar a Nicor. Esto es peligroso —dijo. La expresión de sus ojos mostraba que conocía personalmente aquel peligro—. Puede ser que haya disgustos y necesidad urgente de un curador. Es Furiavientos quien se ocupa de las curaciones en el Gema de la Estrella Polar. Sin embargo, el peligro más grave lo correrá ella. ¿Nos ofrecerás tu ayuda? —Señalando al frente con la cabeza, añadió—. Seguramente los haruchai te llamarán de inmediato si eres requerida por Covenant Giganteamigo.

Su mirada, seria en extremo, la conmovió. Los gigantes habían demostrado su preocupación por ella y su apoyo de muy diversas formas. Soñadordelmar la había llevado en sus brazos, sacándola así del Llano de Sarán cuando ella se fracturó el tobillo. Y Encorvado había tratado varias veces de demostrar que había muchas clases de sonrisas en el Mundo además de aquella tan fatal que Covenant había dedicado a Joan. Asumió con agrado la oportunidad de corresponderles en algo. Y tal como estaban las cosas, no era de ninguna utilidad para Covenant. Por otra parte Vain no parecía representar ninguna amenaza.

—Cuento contigo. —Le dijo a Cail. Su ligera inclinación aceptando, reaseguró su tranquilidad. Su rostro plano parecía afirmar que se podía confiar en su pueblo.

Al abandonar el puente sintió a su espalda el alivio de la sonrisa de Quitamanos.

Apresurándose a lo largo de la cubierta de popa atravesó el comedor hacia la proa del barco. Allí se encontró con una multitud de gigantes. Muchos de ellos estaban ocupados en tareas que ella no comprendía; pero Encorvado se dio cuenta de su llegada y se acercó a ella.

—Eres bienvenida, Escogida —dijo alegremente—. Es posible que te necesitemos.

—Eso es lo que me ha dicho Quitamanos.

Tras un breve parpadeo, como de duda, Encorvado devolvió la mirada a Linden.

—Habla por experiencia. —Sus deformados ojos reflejaban claramente los temores del maestro de anclas—. Una vez, quizá desde entonces ha transcurrido un tiempo similar al de varias breves vidas humanas, Quitamanos era capitán de otro barco gigante, y Temadelmar, su esposa, servía como sobrecargo. Ah, se trata de una historia digna de ser contada, pero voy a abreviarla. El tiempo no está para relatos. Y tú tendrás otras preguntas que hacer.

»Para contarlo en breves palabras… —Bruscamente, hizo un gesto de contrariedad—. ¡Piedra y Mar, Escogida! Fastidia a mi corazón tener que contar esta historia incompleta. Dudo mucho de que cualquier persona que hable con brevedad esté realmente viva del todo. —Pero luego sus ojos se ensancharon como si se sorprendiera de su propia actitud y su expresión se relajó—. Sin embargo, me inclino ante el tiempo. —Se cuadró ante Linden como si estuviera riéndose de sí mismo—. Brevemente, pues. Quitamanos y su barco gigante navegaban en un mar que nosotros llamamos el Muerdealmas, porque siempre es cruel e irrevisible, y ninguna nave pasa por él sin algún coste. Y allí se encontraron con una calma similar a la que sufrimos ahora. Durante muchos días, el barco estuvo pegado al mar sin que una brizna de aire moviera las velas. Empezó a escasear el agua y la comida. Por ello intentaron llamar a Nicor.

»Como sobrecargo, la tarea afectó principalmente a Temadelmar, ya que para ello había sido adiestrada. Era una giganta para calentar el corazón, y… —Nuevamente se detuvo. Bajó la cabeza y se pasó la mano por encima de los ojos, musitando “Encorvado, se breve, por favor”. Cuando volvió a mirar hacia arriba estaba sonriendo torcidamente entre sus lágrimas—. Escogida, ella calculó mal. Y raro es el gigante que sobrevive a las mandíbulas de Nicor».

Linden encajó su mirada como un tapón en su garganta. Quería decir algo, pero no sabía cómo consolar a un gigante. No le pudo devolver la sonrisa.

Más allá del palo trinquete, la tripulación había completado la construcción de tres grandes objetos bajo la dirección de Furiavientos. Eran unas barquillas hechas de cuero tensado sobre estructura de madera, cada una con capacidad para dos gigantes. Pero por los lados se levantaban curvándose de forma que cada embarcación era tres cuartos de una esfera. Un complejo de cables y aros de hierro conectaba las barquillas entre sí; debían ser levantadas y movidas todas a la vez. A las órdenes de Furiavientos, las barcas fueron empujadas hacia adelante y botadas por encima de la proa. Guiando a Linden con un toque en su hombro, Encorvado la llevó a un lugar donde pudiera tener una visión total de los botes, que ya se hallaban flotando sobre la planicie del mar.

Un momento después, la tosca voz de la sobrecargo traspasó la cubierta de proa.

—La llamada de Nicor es azarosa y nadie puede ser obligado a compartirla. Si soy contestada por uno solo, puede ser que su ferocidad nos aplaste. Si soy contestada por muchos, este mar se convertirá en un lugar muy incómodo para nadar. Y si no soy contestada… —Se encogió bruscamente—. Para bien o para mal debemos intentarlo. La Primera ha hablado. Requiero la ayuda de tres.

Sin vacilación alguna, varios gigantes dieron pasos al frente. Soñadordelmar inició sus pasos para unirse a ellos; pero la Primera lo detuvo, diciéndole:

—No quiero arriesgar la Visión de la Tierra.

Cuidadosamente, Furiavientos escogió a tres miembros de la tripulación. El resto fue a desenrollar una cuerda tan gruesa como el muslo de Linden de su portacables que se hallaba cerca del palo de trinquete, y la echaron hacia los botes.

La sobrecargo miró a Honninscrave y a la Primera en espera de las palabras de despedida, pero la Primera dijo, simplemente:

—Ten cuidado, Cabo Furiavientos. No debo perderte.

Juntos, Furiavientos y sus tres compañeros, se tiraron al agua. Nadando con su acostumbrada facilidad se dirigieron a las embarcaciones, llevando con ellos el extremo libre de la cuerda. Cuando llegaron al aparejo que conectaba los botes, enhebraron su cuerda en el anillo central. Luego tiraron de ella hacia la embarcación delantera.

La nave formaba el vértice de un triángulo que apuntaba al este. Con un prodigioso salto, Furiavientos se elevó del agua y alcanzó el borde de su bote. Este se balanceó a causa de su peso, pero continuó flotando. Se sujetó a él cuando otro gigante se reunió con ella. Entonces aceptaron la cuerda de los demás nadadores.

Los dos se separaron, dirigiéndose hacia los botes extremos, llevando un largo del cable del Gema de la Estrella Polar, pasado a través del anillo, hacia su embarcación. Cuando Furiavientos vio que tenía suficiente cuerda, empezó a hacer un gran lazo al final de la misma.

Tan pronto como los otros gigantes hubieron embarcado en los demás botes, ellos anunciaron que estaban preparados. Estaban tensos; pero uno enseñaba los dientes ferozmente, mientras el otro no pudo resistir la tentación de hacer una reverencia burlona al Gema de la Estrella Polar, balanceando su embarcación como si fuera un payaso.

Cabo Furiavientos respondió, asintiendo con la cabeza. Cambiando de posición, hizo descender el borde del bote casi a la línea del agua. Desde esta posición colocó un objeto en el agua que parecía un tambor. Su compañero le ayudó a compensar el peso para que la embarcación quedara inclinada sin que le entrara el agua.

Encorvado estaba tenso y expectante, pero el imperturbable rostro de Furiavientos no daba signo de que hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. De su correa sacó dos bastones recubiertos de cuero y en seguida empezó a dar golpes en el tambor, mandando un intrincado ritmo al mar.

A través de la piedra, Linden sentía ligeramente las vibraciones corriendo por debajo de la quilla y extendiéndose como una invocación.

—Encorvado. —Ella todavía era consciente de Covenant, a pesar de que el movimiento de los gigantes había perturbado ligeramente su percepción de él. Era como un ruido entre las palas de sus hombros. Pero Furiavientos acaparaba su atención. La anticipación del peligro la ponía nerviosa. Necesitaba escuchar voces, explicaciones—. ¿Qué demonios pasa?

El deformado gigante la miró como si quisiera calibrar las implicaciones de su seco tono. Después de un momento, respiró suavemente.

—Una llamada a Nicor. El Nicor de las Profundidades.

Aquello no le aclaraba gran cosa, pero Encorvado pareció comprenderlo. Antes de que pudiera pedirle una explicación mejor, dijo:

—Esta llamada es raramente contestada en seguida. Es posible que debamos esperar un buen rato. Ya te contaré la historia.

Detrás de ella, la mayor parte de la tripulación había abandonado la proa. Solamente la Primera, Honninscrave, Soñadordelmar y uno o dos más permanecían allí; el resto ascendía a los mástiles. Juntos mantenían la alerta en todos los horizontes.

—Escogida —murmuró Encorvado—. ¿Has oído hablar del Gusano del Fin del Mundo? —Ella movió la cabeza negativamente—. Bien, no importa.

Su tono trataba de despertar interés, llevado por su afición a contar historias.

El ritmo de Furiavientos continuó, complejo e invariable. Al propagarse en el aire muerto y progresivamente cálido y en el mar, tomaba un matiz patético, de soledad, como una llamada de compañerismo. Sus brazos subían y bajaban sin cansancio.

—Se dice entre los Elohim, cuya sabiduría es admirable y de difícil contradicción —Encorvado tenía una sonrisa alargada de diversión personal—, que en la vieja y eterna juventud del Cosmos, mucho antes de que la Tierra ocupara su lugar, las estrellas eran tan numerosas como los granos de arena, en todos los cielos. Donde ahora vemos multitudes de seres brillantes, antes eran multitudes de multitudes, de forma que el Cosmos era un océano de estrellas de costa a costa, y la gran hondura de su presente soledad era desconocida para ellos. Un pesar que no podrían haber comprendido. Eran los pueblos vivientes de los cielos, tan distintos a nosotros como los dioses. Grandes y ardientes en su brillante encanto, danzaban con la música de su propia creación y estaban contentos.

De los gigantes que vigilaban en la cima del mástil de trinquete llegó un murmullo. Luego cesó. Su aguda vista había distinguido algo en la distancia, pero luego ese algo se esfumó.

«Pero muy lejos a través de los cielos vivía un ser de otra clase. El Gusano. Durante edades dormitó en paz; pero cuando despertó, como despertaba al amanecer de cada nuevo eon, se vio afligido por un hambre feroz. Cada creación contiene destrucción, así como la vida contiene muerte, y el Gusano fue destrucción. Llevado por su inmensa codicia, empezó a devorar estrellas.

«Quizá aquel Gusano no era grande entre las estrellas, pero su vacuidad era infinitamente grande, y vagaba por los cielos consumiendo verdaderos mares de seres brillantes, produciendo cantidades de soledad en el firmamento. Ávido e insaciable a lo largo de las edades, se alimentaba de todo lo que encontraba a su alcance, hasta que los cielos quedaron tan despoblados como un desierto.

Mientras Linden escuchaba, descubrió algunas de las razones por las cuales los gigantes eran tan amantes de las historias. La delicada narración de Encorvado tramaba un hilo de significado entre el calmado cielo y el mar. Tales historias hacían el Mundo comprensible. El la contaba con expresión triste. Pero su tristeza no hacía daño.

«Sin embargo, las estrellas devoradas eran seres tan distintos a nosotros como lo son los dioses y no había Gusano ni condena alguna que pudiera consumir su poder sin pagar un precio. Habiendo comido tanto, el Gusano se volvió indiferente y grávido. Aunque no podía dormir, ya que el fin del eon no había llegado, sintió un subyugante deseo de descansar. Por ello se enrolló su cola al cuerpo y se sumió en el silencio.

»Y mientras el Gusano descansaba, el poder de las estrellas trabajaba dentro de él. De su piel crecieron excrecencias de piedras y suelo, agua y aire, y esas erupciones se multiplicaron sobre ellas mismas y siguieron multiplicándose hasta que la tierra que está debajo de nuestros pies tomó forma. Aún el poder de las estrellas trabajaba. Pero ahora daba forma a la superficie de la Tierra, forjando los mares y los continentes. Luego la vida fue dada a luz sobre la Tierra. Así nacieron todos los pueblos del Mundo, las bestias, las criaturas de las profundidades, todos los bosques y praderas de polo a polo. Y así, de la destrucción nació la creación como la muerte produce la vida.

»Yo —dijo firmemente Encorvado—, nosotros vivimos, luchamos y perseguimos definir el sentido de nuestra existencia. Y es bueno, porque aunque no somos más que un breve destello a los ojos de la eternidad, mientras dura ese destello, escogemos lo que queremos, creamos lo que podemos, y compartimos la vida con otros como hicieron las estrellas hasta que fueron desposeídas. Pero eso debe pasar. El Gusano no está dormido. Simplemente descansa. Y llegará el día en que se levante. Y luego triturará esta tierra de roca y agua para proseguir en el Cosmos satisfaciendo su hambre hasta que llegue el final del eon y se duerma. Por esta razón se llama el Gusano del Fin del Mundo».

Encorvado terminó aquí su historia. Linden le miró y vio que su mirada estaba fija en Furiavientos, conocedor de las limitaciones de su fuerza. Pero la sobrecargo no desfallecía. Mientras su compañero hacía de contrapeso, ella seguía dando al tambor aquel ritmo constante, dirigido a las profundidades y esperando una respuesta. Los anillos de agua danzaban alrededor de los bordes del tambor, siendo absorbidos por la calma del mar.

Lentamente, Encorvado volvió su mirada a Linden; pero parecía no verla. Su mente aún seguía por los caminos de su historia. Poco a poco, no obstante, volvió a sí mismo. Cuando enfocó su vista, sonrió expresando confusión.

—Escogida —dijo, tratando de suavizar la importancia de sus palabras—, se cree que los Nicor son descendientes del Gusano.

Este anuncio la devolvió a su ansiedad. Era el primer indicio de lo que los gigantes estaban haciendo, la forma en que pretendían mover el barco. Tal vez su historia no fuera más que un mito; pero contaba para la operación que había organizado el dromond. Las implicaciones de peligro atrajeron su atención al exterior, enviando sus sentidos hacia el inerte mar. Casi no podía creer en lo que estaba pensando. ¿Pretenden capturar…?

Antes de que pudiera preguntar a Encorvado si lo había comprendido bien, una distante vibración que daba sensación de velocidad llegó a sus pies a través de la piedra del Gema de la Estrella Polar. Un instante después, un grito estalló entre los mástiles.

—¡Nicor!

Linden levantó la cabeza y, buscando entre los obenques, vio a un gigante apuntando hacia el sur.

Otros gritos confirmaron el descubrimiento. Linden dirigió la mirada al horizonte por la parte de estribor, pero no pudo distinguir nada. Contuvo la respiración como si de esta forma pudiera forzar su vista. Con los pies, más que con los oídos, percibió como Furiavientos cambiaba su ritmo.

Y en el cambio fue contestado. Unos sonidos apagados vibraban en la quilla del dromond. Algo que había podido oír la llamada de Furiavientos respondía.

Bruscamente, en el horizonte se levantó una gran ola como nacida de la calma. El mar se encrespó como si una tremenda cabeza avanzara rápidamente justo por debajo de la superficie. La ola estaba todavía a gran distancia, pero se acercaba al barco a una velocidad vertiginosa. La ola se ensanchó por ambos lados, elevándose más y más, hasta hacerse lo suficientemente grande para hacer zozobrar al dromond.

El ritmo de Furiavientos adquirió un tono febril como de defensa. Pero la respuesta no cambió, ni dio signo alguno de haberlo comprendido. Por el contrario, lanzaba efluvios de poder que producían temblores en las rodillas de Linden.

Ahora podía ver una mole negra a través del agua. Se retorcía como una serpiente, y cada ondulación de su cuerpo mostraba una prodigiosa fuerza. Cuando Nicor estuvo próximo al barco, la ola de cabeza tenía la altura de las barandillas.

Con la claridad del pánico, Linden pensó: Nos va a aplastar.

Luego la sobrecargo dio al tambor un golpe tan fuerte que lo partió. Y la criatura respondió.

Su largo cuerpo pasó como un relámpago por delante de la ola cuando ondeó hacia las profundidades. Un momento después la ola llegó con una fuerza que hizo balancearse violentamente al dromond. Linden perdió el equilibrio, apoyándose en Cail después de golpearse con la barandilla. El Gema de la Estrella Polar bailaba como un barco de papel en el mar. Apoyándose en Cail para recobrar el equilibrio cuando el barco gigante se enderezó de nuevo, Linden miró hacia abajo y vio la colosal longitud del Nicor todavía pasando por la quilla. La criatura era varias veces más larga que el Gema de la Estrella Polar. Las barquillas cabecearon violentamente a causa de las olas que rebotaban de los lados del dromond. Pero los cuatro gigantes mantuvieron su posición, y continuaron dispuestos. Furiavientos había abandonado ya el tambor roto. Ahora estaba con el lazo de la cuerda en sus manos y sus ojos vigilaban el mar.

Otro grito. A cierta distancia, por la parte de babor, el Nicor salió a la superficie. Por un instante, su cabeza fue visible, con su hocico parecido a una proa y despidiendo espuma de sus mandíbulas. Luego la criatura se arqueó nuevamente bajo el agua y, buceando, describió una larga curva hacia el oeste.

El Gema de la Estrella Polar se estabilizó. Linden no podía sentir nada excepto un penetrante dolor por el estado de Covenant y el rápido run run del Nicor. Perdió la visión de la ola cuando pasó detrás del comedor hacia la popa del barco. Cada ojo situado en la arboladura seguía el camino de la criatura pero nadie dio ninguna voz.

Sus dedos se hundieron en el hombro de Cail hasta que pensó que las articulaciones podían partirse. La vibración de la criatura llegó a causar más turbulencia en sus nervios que la enfermedad de Covenant.

—¡Atención!

El súbito grito pinchó el oído de Linden.

—¡Ahí viene!

Al momento, los gigantes bajaron de la arboladura. Honninscrave y el maestro de anclas vocearon dando órdenes. Los miembros de la tripulación que estaban en la cubierta se ensamblaron unos con otros ante una colisión. Media veintena de ellos fijaron unos cepos junto a la cuerda que salía del portacables.

El estridente grito de la sobrecargo retumbó en el barco.

—¿Cómo viene?

Un gigante que corría hacia la proa respondió:

—¡Por el camino correcto!

Linden no podía hacer nada excepto apoyarse en Cail. En aquel instante, el barco empezó a levantarse. El Gema de la Estrella Polar se inclinó de proa cuando la ola de cabeza del Nicor golpeó la popa. La criatura atravesaba el barco a lo largo de la quilla.

En el mismo momento, Furiavientos se echó al agua. Llevando consigo la cuerda, descendió para encontrarse con el Nicor.

Linden vio a la sobrecargo nadando enérgicamente hacia abajo. Durante el tiempo de un latido de corazón, Furiavientos estuvo sola en el agua. Luego la cabeza del Nicor apareció por debajo del barco. La criatura fue directamente hacia Furiavientos.

Cuando se encontraron, el barullo hizo confusa la visión. Linden se aferraba a la dura carne de Cail. El Nicor parecía gritar a través del mar y de la piedra. Oyó su brutal avidez, su incomprensión del objeto por el cual había sido llamado. A su lado, las manos de Encorvado luchaban con la barandilla como si fuera algo vivo.

Un momento después, la cuerda salió disparada, saltando hasta más allá de los botes y cayó, silbando como fuego, dentro del agua.

—¡Ahora! —gritó la Primera.

Inmediatamente, los ayudantes de Furiavientos abandonaron sus botes. Al hacerlo, les dieron la vuelta. Con sus aberturas sobre el agua y el aire atrapado en su interior, los botes flotaron como boyas, soportando entre ellos el aparejo y el aro de hierro a través del cual corría la cuerda.

Debajo de los nadadores, el largo y oscuro cuerpo del Nicor corría retorciéndose en dirección al este. Se lanzaron cabos hacia ellos, pero no respondieron. Su atención estaba puesta en el lugar donde Furiavientos había desaparecido.

Cuando salió a la superficie, a cierta distancia, más allá de los botes, un fuerte grito de alegría salió del barco gigante. Agitó los brazos para demostrar que no tenía ningún daño. Luego empezó a nadar hacia el dromond. Pocos momentos más tarde, ella y sus compañeros estaban chorreando ante la Primera.

—Misión cumplida —dijo, incapaz de disimular su orgullo—. Ya he puesto el lazo en el hocico del Nicor.

La Primera asintió con un gesto férreo. Pero en seguida se dirigió a los gigantes que estaban a los lados de la cuerda. El cable corría entre las poleas.

—La cuerda no es infinita —dijo firmemente—. Vamos a empezar.

Diez gigantes le respondieron con gestos, sonrisas y musitando aceptación. Apuntalaron sus piernas y enderezaron sus espaldas. A la orden de Honninscrave, empezaron a aminorar la velocidad de salida mediante la colocación de cepos.

Un chirrido de cable torturado recorrió la cubierta. De las poleas se desprendía humo. Los gigantes eran arrastrados hacia adelante. Un paso, dos pasos, al tratar de frenar el desenrollamiento del cable.

La proa se hundió debajo de ellos como si asintiera, y el Gema de la Estrella Polar empezó a moverse hacia adelante.

El chirrido creció. Honninscrave pidió ayuda. Llegaron más gigantes para colocar cepos sobre el cable y oponerse a él con todo su peso. Sus músculos se tensaron. Los tendones se mantenían firmes como huesos; sonidos de fatiga se producían a lo largo del cable. Linden sentía el esfuerzo que estaban haciendo y temía que ni siquiera los gigantes pudieran soportar tal presión. Pero gradualmente el chirrido decreció al aminorar la velocidad de salida del cable. El dromond avanzó con mayor rapidez. Cuando el cable se detuvo, la Gema de la Estrella Polar surcó las olas tan rápidamente como el Nicor podía remolcarlo.

—¡Bien hecho! —Los ojos de Honninscrave brillaban bajo sus espesas cejas—. Ahora vamos a recoger todo el cable que podamos antes de que ese Nicor conciba el deseo de fondear.

Resoplando a consecuencia del esfuerzo, los gigantes levantaron el cable. Sus pies parecían remachar el granito de la cubierta, fundiéndose barco y tripulación en un solo organismo compacto. A un largo de brazo cada vez, atraían el cable. Otros miembros de la tripulación fueron en su ayuda. El dromond empezó a acortar la distancia que lo separaba del Nicor. Poco a poco, Linden fue aflojando su presión sobre el hombro de Cail. Cuando lo miró, le dio la impresión de que había olvidado por completo su presencia. Desde la llanura de su rostro observaba a los gigantes con notoria admiración, como si compartiera el asombro de Linden.

En la proa, varios miembros de la tripulación seguían observando el cable. Las boyas mantenían el aro guía en la superficie del agua. Vigilando el movimiento del cable a través del anillo, los gigantes tenían la posibilidad de ver cualquier cambio de dirección que iniciara el Nicor. Esta información era transmitida a la mujer timonel para que pudiera mantener al Gema de la Estrella Polar en el curso de la criatura.

Pero las boyas servían también a otro objetivo muy importante: Servían de aviso si el Nicor decidía fondear. Si bruscamente la criatura se dirigía hacia el fondo, la proa del barco gigante podía ser arrastrada en el caso de que no lograran soltar el cable a tiempo. O tal vez algunos de los tripulantes cayeran por la borda cuando los otros soltaran la guindaleza. Las boyas les darían un aviso anticipado para que tuvieran tiempo de maniobrar con seguridad.

Durante unos momentos, Linden estuvo demasiado atónita para pensar en cualquier otra cosa. Pero luego se acordó de Covenant.

Inmediatamente, mandó con urgencia sus sentidos a rastrear la cubierta de popa. Al principio, la inmensa energía liberada por los gigantes le impidió encontrar el camino. Era tan grande su esfuerzo que bloqueaba su percepción. Pero luego se clarificó y sintió que Covenant estaba tal como lo había dejado, totalmente encerrado en su funda plateada, rendido por su propio acto, intocable y condenado. Un súbito pesar la invadió al considerar la posibilidad de que el plan de los gigantes hubiera sido inútil. Pero no pudo aceptarla. Ellos no merecían fallar.

Luego el Nicor dio un violento cambio de dirección. El Gema de la Estrella Polar se escoró como si hubiera sido golpeado por debajo de la línea de flotación. Rápidamente la mujer timonel hizo rodar la rueda del timón. El dromond empezó a enderezarse.

El Nicor tiró en otra dirección. La proa del barco gigante se amorró hacia aquel lado. El agua saltó violentamente la barandilla por donde estaba Linden.

El mar llegó a escasos centímetros de su cara. Honninscrave gritó:

—¡Dadle cuerda!

Los gigantes obedecieron. El cable se deslizó con un chirrido entre los cepos; cuando la mujer timonel dominó la rueda, el barco se enderezó por sí mismo.

—¡Otra vez! —ordenó el capitán—. ¡Alto!

A su señal, los cepos fijaron nuevamente el cable, frenándolo.

Linden se dio cuenta de que se había olvidado de respirar. Su pecho ardía por la contención.

Antes de poder recobrar totalmente el equilibrio, el dromond se hundió nuevamente por la popa. Luego Linden sintió que la cubierta casi se separaba de sus pies. El Nicor se había detenido para recuperar fuerzas. En el instante en que la tracción fue recuperada, todos los gigantes se tambalearon y algunos cayeron sobre la cubierta. Luego el cable arañó sus brazos cuando el Nicor reanudó su marcha.

Al hallarse mal apoyados, no podían mantenerlo. Honninscrave les gritó.

—¡Soltad!

Ellos trataron de obedecer.

Pero no todos pudieron abrir sus cepos en el mismo instante. Uno de ellos se retrasó por una fracción de latido de corazón.

Con toda la fuerza del Nicor, fue arrastrado hacia adelante. Daba la impresión de que se había enganchado con el cepo. Antes de que pudiera soltarlo se estrelló contra la barandilla de proa. El impacto liberó la cuerda, y se quedó allí, tumbado.

Los gritos resonaban alrededor de Linden, sin ser oídos por ella, cuando Honninscrave mandó a la tripulación recoger el cable. Toda su atención estaba fija en el gigante herido. Su dolor la llamaba. Separándose de Cail saltó sobre el cable como si ignorara el peligro, lanzándose hacia aquella figura allí tendida. Todos sus instintos se volvieron lúcidos y precisos.

Vio sus huesos destrozados como en una pantalla de rayos X. Sintió sus tejidos desmenuzados y su hemorragia interna como si el golpe lo hubiera recibido ella en su propia carne. Estaba gravemente herido, pero aún conservaba la vida. Su corazón aún latía débilmente. El aire aún penetraba de sus dañados pulmones. Tal vez pudiera ser salvado.

No. El daño era demasiado importante. Necesitaba todo lo que un moderno hospital podría proporcionarle: transfusiones, cirugía, cuidados intensivos… No tenía otra cosa que ofrecer excepto su sentido de la salud. Detrás de ella el golpeteo del cable se silenció al haber recuperado los gigantes su dominio. En seguida se esforzaron a recuperar la cuerda que habían perdido. El Gema de la Estrella Polar aceleró su avance.

Y su corazón todavía latía. Y todavía respiraba. Había una posibilidad. Valía la pena intentarlo.

Sin vacilar se arrodilló a su lado. Eliminó de su mente cualquier otro pensamiento. Llegando a él con sus sentidos, se comprometió a mantener su precaria vida.

Con su propio pulso estabilizó el de él. Después se concentró en la peor de sus heridas internas. Sentía su dolor, pero rehuyó ser dominada por él. La necesidad era más importante que el dolor, y ésta la ayudaba a encontrar las heridas como si estuvieran descubiertas ante ella. Primero se concentró en los pulmones, los cuales habían sido dañados en diversos lugares por las costillas rotas. Con seguridad, dio ligeros golpes a los tejidos próximos a los huesos para que los pulmones no se llenaran de sangre. Luego siguió revisando. Los intestinos habían sido lacerados pero esto no constituía peligro inmediato. Otros órganos sangraban profusamente. Se centró sobre ellos luchando para…

—Escogida. —La voz de Cail cortó su concentración—. Brinn llama. El ur-Amo vuelve en sí.

Aquellas palabras penetraban en ella con la frialdad de la muerte. Involuntariamente su atención se desvió a la cubierta de popa.

Cail estaba en lo cierto. La coraza de Covenant había empezado a fluctuar adelante y atrás, hacia el desastre. En esta acción, él se retorcía como si estuviera al borde de su último rigor.

¡Pero el gigante…! Su vida estaba a punto de abandonarlo. Ella podía sentirla fluir como si formara un charco alrededor de sus rodillas, como la herida en su pesadilla.

¡No!

Mientras tanto, el poder de Covenant se concentraba para otro estallido. Esta acumulación estaba escrita en la angustia que podía ver en su aura. Se estaba preparando para soltar su fuego blanco, dejándolo escapar por completo. Luego, la última barrera entre él y el veneno habría desaparecido. Ella sabía, aun sin verlo, que todo su lado derecho desde la mano al hombro y desde la cintura al cuello, estaba grotescamente entumecido por el veneno.

Uno u otro. Covenant o el gigante.

Mientras estaba allí aturdida por la indecisión, ambos podían morir.

¡No!

No podía soportarlo. Era intolerable que uno de los dos tuviera que perderse.

Su voz irrumpió gritando.

—¡Furiavientos!

Pero ella no escuchó. Su llamada se estrelló contra la cubierta. No esperaba respuesta. Cail tiraba de su brazo. Ella no le prestó atención. Jadeando frenéticamente ¡Covenant!, se dejó caer de nuevo junto al gigante herido.

Las heridas que podrían matarlo rápidamente estaban en todas partes, sangrando demasiado para que pudiera sobrevivir. Sus pulmones podían seguir trabajando, pero su corazón no continuaría cumpliendo su misión. Había empezado ya a fallar a causa de tanta sangre perdida. Con fría precisión vio lo que tenía que hacer. Tenía que mantenerlo vivo. Invadiendo su abdomen con su percepción, dominó sus nervios y músculos hasta que las hemorragias quedaron reducidas a un pequeño goteo.

En aquel momento llegó Cabo Furiavientos y se arrodilló al lado opuesto. Covenant iba a morir. Su poder se concentraba. Aún así, Linden no podía permitirse vacilar. Manteniendo su atención en el gigante, cogió la mano de Furiavientos y dirigió su pulgar hasta que presionó fuertemente en un punto determinado del estómago. Ahí. Aquella presión paró el derrame de la segunda herida mortal.

—Escogida. —El tono de Cail era tan tajante como un látigo.

—Sigue presionando ahí. —La voz de Linden sonaba histérica, casi salvaje; pero no le importaba—. Respira dentro de él. Para que no se ahogue con la sangre.

Ella rogaba que la experiencia de los mares hubiera enseñado a Furiavientos algo similar a la respiración artificial.

Con frenética prisa corrió hacia Covenant.

La cubierta de proa parecía interminable. Los gigantes que forcejaban con el cable fueron quedando tras de ella uno a uno, como si entre sus músculos y espaldas arqueadas, los precios que estaban dispuestos a pagar en nombre de Covenant justificaran su retraso. Al otro lado del comedor, el centelleo del poder de Covenant crecía lentamente, aproximándose a su cenit.

Hergrom pareció materializarse ante ella manteniendo abierta la puerta de la cámara. Traspasó el dintel de la puerta y atravesó rápidamente el salón. Ceer mantenía abierta la puerta de salida.

Con un inicio de náusea, sintió que el fuego blanco se estaba acumulando en el lado derecho de Covenant. Acumulándose sobre el veneno. En su delirio, un instinto ciego le obligaba a dirigir el poder hacia adentro, hacia sí mismo, como si tratara de eliminar el veneno con el fuego. Como si tal explosión no pudiera también cortar su cuerpo en pedazos.

No tenía tiempo de ensayar ninguna clase de control. Saltando a la cubierta de popa fue directamente hacia él. Patinó a través de la piedra hasta más allá de los pies de Vain para conectar con Covenant de forma que cualquier fuego que desatara le afectara también a ella. Y al haberse puesto ella misma en peligro, lanzó sus sentidos tan profundamente dentro de él como pudo conseguir.

¡Covenant! ¡No!

Nunca antes había intentado algo así, nunca había tratado de mandar un mensaje a través de su vínculo de percepción. Pero ahora, empujada por la desesperación y el riesgo, lo intentó. Por debajo de su coraza, los vestigios de esfuerzo de su conciencia la oyeron. Las barreras cayeron cuando él se abandonó a ella. Una chispa de fuego salió de su mano derecha, bajando la presión. El fuego fluyó fuera de él sin dañar nada.

Una ola de vértigo la sacó de sí misma. Se tambaleó, apoyándose en Cail. Sus labios formaban palabras que apenas se podían oír.

—Dale diamantina. Tanta como puedas.

Vagamente vio que Brinn obedecía. Quería volver a la cubierta de proa, pero sus piernas estaban tan débiles que no podía moverse. Ante ella, la cubierta empezó a dar vueltas. Tenía que reunir la fuerza necesaria antes de decirle a Cail que la llevara junto a Furiavientos y el gigante herido.

A la puesta del sol, el Gema de la Estrella Polar había rebasado la zona de calma. Las olas empezaron a balancear el barco y el viento a golpear la arboladura, produciendo una gran alegría en la cansada tripulación. Por entonces ya habían recuperado la mitad de cable que les conectaba con Nicor. Honninscrave habló a la Primera, que cortó el cable con un solo golpe de su espada.

Otros gigantes treparon a los mástiles y empezaron a desplegar las velas. Pronto el Gema de la Estrella Polar navegó bajo un firme viento hacia la noche oriental.

Linden ya había hecho todo lo que podía por el gigante herido. Ahora ya tenía la certeza de que viviría. Cuando él recobró la conciencia necesaria para mirar arriba y vio el rostro cansado de Linden, sonrió.

Esto era suficiente. Lo dejó bajo la vigilancia de Furiavientos. Recogiendo todo lo que le quedaba de su gastado coraje, emprendió el camino por la larga cubierta de proa en busca de Covenant.