TRES

La recaída

En el barco gigante, todo estaba oscuro alrededor de Linden. La sangre de los pantalones de Covenant se convirtió en la sangre de su herida de cuchillo, la sangre de su pesadilla, la sangre que borraba al Mundo. Podía percibir el sabor del veneno que había succionado del antebrazo de Covenant después de que Marid le hubiera mordido. Un veneno moral, maligno. Era como el fétido aliento del extraño individuo de Haven Farm que le había dicho Sé fiel.

A pesar del putrefacto hálito de aquel hombre, ella había salvado su vida cuando su corazón se había detenido. Pero no podía salvar a Covenant. La oscuridad era completa y ella no podía moverse.

Luego el Delirante se esfumó. Su presencia estalló como una burbuja invisible. La luz del sol y la visión desaparecieron del barco. Covenant estaba inmóvil cerca de la barandilla, y su imagen estaba, a los ojos de Linden, cubierta por una penumbra de fuego. Todas las ratas que aún se movían iban en su dirección. Pero ahora eran impulsadas por su propio miedo, no por el Delirante. En lugar de atacarle, corrían hacia el mar.

Linden había iniciado un par de pasos hacia él antes de que sus rodillas fallaran. El alivio de la huida del Delirante había convertido sus músculos en agua. Si Cail no la hubiera cogido se habría desplomado.

Cuando Linden recuperó el equilibrio, Covenant miró hacia abajo y vio la sangre en su pierna.

Todos los demás estaban en silencio. El barco gigante permanecía quieto como si hubiera sido clavado en el agua. La atmósfera parecía sudar blanqueando sus facciones. Sus ojos se ensancharon. Sus labios musitaron palabras incomprensibles. Sus manos rogaron al aire vacío.

Linden se acercó a él. El dio unos pasos hacia atrás y se sentó en el rollo de cuerda. En seguida ella se interesó por su pierna y levantó su pantalón hasta la rodilla.

La mordedura de rata le había arrancado un buen trozo de piel de su tobillo. No era una herida muy grande aunque sangraba copiosamente. Para cualquier otro, el peligro principal hubiera sido la infección. Aún sin su maletín hubiera podido tratarla.

Pero antes de que pudiera actuar, el cuerpo entero de Covenant se puso rígido. La fuerza de la convulsión arrancó una maldición de su garganta. Sus piernas se movieron como unas tijeras; la violencia involuntaria de sus músculos apartó a Linden. Sólo la celeridad de Brinn le salvó de romperse la cabeza cuando se cayó del rollo de cuerda.

¡Imposible que cualquier veneno pudiera actuar tan rápidamente!

La sangre le subía a la cara cuando se esforzaba por respirar. Los espasmos amenazaban con dañar los ligamentos de su pecho y abdomen. Sus talones golpeaban la cubierta. Su barba parecía erizarse a consecuencia del dolor.

Ya su antebrazo había empezado a oscurecerse como si se hubiera producido una hemorragia en una arteria. Esta era la forma en que el veneno le afectaba. Tanto si le era introducido por aguijones de abeja como por mordeduras de rata, se concentraba en su antebrazo, donde los colmillos de Marid se habían clavado por primera vez. Y cada recaída multiplicaba horrendamente el peligro.

—¡Maldita sea! —Su desesperación se manifestó con furia—. ¡Vete!

Ella sintió que la presión aumentaba dentro de él, que el veneno subía para despertar su poder; pero no obedeció. A su alrededor, los gigantes retrocedieron instintivamente, impresionados por lo que estaban viendo, pero Brinn y Hergrom sujetaron a Covenant de hombros y tobillos, tratando de calmarle. Cail tocó el brazo de Linden como un aviso. Ella lo ignoró.

Frenéticamente, volcó sus sentidos en el interior de Covenant, intentando alcanzar el veneno y bloquearlo. Una vez, antes, se había esforzado para ayudarle y aprendió que la nueva dimensión de su sensibilidad trabajaba en dos sentidos. La hacía tan vulnerable que experimentaba su enfermedad como si fuera propia, como si estuviera físicamente dañada por el Sol Ban; pero al mismo tiempo le permitía socorrerlo, compartir su vida. Ahora quería entrar en él, tratando de vencer o reducir la virulencia del veneno. La enfermedad producía fulgores de malicia en su interior; pero permitía esta violación. El veneno pasaba por sus venas camino del cerebro. Tenía que detenerlo. Sin él no habría Bastón de la Ley, no tendría sentido la Búsqueda, no habría ninguna esperanza para el Reino, ninguna posibilidad de escapar de aquel mundo loco. Su veneno la hería como una reiteración del acto de Gibbon el Delirante; pero no se detuvo.

Llegó tarde. Aunque hubiera practicado durante muchos años sobre aquel método especial, no hubiera podido luchar contra aquel veneno. Le faltaba el poder necesario. Covenant trató nuevamente de patear. Luego la magia indomeñable se activó pese a todos los esfuerzos para refrenarla. Una ráfaga de fuego blanco salió disparada de su puño derecho. Subió al espacio como un grito de dolor y protesta, como si lanzara su cólera contra el sol.

La explosión despidió a Linden como si fuera un fardo. Lanzó a Brinn contra la barandilla. Muchos de los gigantes se tambalearon. Antes de apagarse, el fuego hizo saltar pedazos del tejado del comedor, quemando al mismo tiempo dos de las velas.

También Cail fue alcanzado; pero pudo ingeniárselas para suavizar con su caída la caída de Linden. Ella no resultó herida. Sin embargo se quedó aturdida por la fuerza de la explosión y por la violencia con que fue apartada de Covenant. El fuego blanco y la enfermedad cegaron sus sentidos. El barco entero parecía girar a su alrededor. No podía recobrar el equilibrio. No podía sofocar el mareo que la dominaba.

Pero luego su visión empezó a enfocarse y se encontró mirando a Vain. En algún momento durante la confusión, el Demondim había abandonado su puesto en la proa para acercarse a popa a observar. Ahora estaba mirando a Covenant con una vampiresca expresión en sus dientes, como si estuviera cerca del corazón de su misión secreta. Los aros de hierro que llevaba en la muñeca derecha y en el tobillo izquierdo, los anillos del Bastón de la Ley, destacaban sobre su negra piel.

Cail levantó a Linden, al mismo tiempo que decía:

—Tú ya conoces esto. ¿Qué se puede hacer?

Sus nervios aún quemaban y estaban paralizados de angustia. La llama había enrojecido su piel. Se deshizo de Cail. Covenant sufrió otro espasmo. Sus músculos se tensaron casi hasta el punto crítico. Su antebrazo estaba ya negro y entumecido, caliente de fiebre. El fuego fluctuaba en su anillo. Y cada fulgor atacaba el exasperado corazón de Linden.

No sabía qué hacer.

No. Aquello no era verdad. Lo sabía. En el pasado, la aliantha lo había salvado de la muerte, así como el socorro de Hollian y el roborante de los Waynhim. Quizá la diamantina pudiera también servir. Pero estaba casi al borde del delirio. ¿Cómo podría ser inducido a beber el licor?

Brinn trató de acercarse a Covenant. Una llama blanca arrancó la mitad de los aparejos del palo mayor, obligando a Brinn a retroceder. Su fuerza enrojeció las mejillas de Linden como si tuviera vergüenza. Todos los haruchai la miraban. Los gigantes la miraban. La Primera mantenía su silencio como una espada. Todos esperaban que ella les dijera lo que había que hacer.

Ella conocía la respuesta. Pero no podía soportarla. ¿Poseerle a él? ¿Tratar de meterse en su mente y forzarlo a bloquear su poder y aceptar la diamantina? ¿Después de lo que había visto en Joan?

La llama todavía la hacía llorar. Apretando los dientes para evitar el grito, musitó:

—No puedo hacerlo.

Sin decisión consciente, empezó a huir.

La Primera la detuvo.

—Escogida. —El tono de la espadachina era duro—. No tenemos conocimiento de esta enfermedad. Que ese mal pueda surgir de una mordida de rata está más allá de nuestro entendimiento. Sin embargo, debe ser ayudado. Aunque sólo fuera un hombre, merecería ayuda. Pero yo lo he nombrado Giganteamigo. He puesto la Búsqueda en sus manos. Ha de ser socorrido.

—No. —Linden estaba llena de miedo y repulsión. El horror era demasiado íntimo. Gibbon la había enseñado a comprenderlo demasiado bien. Que ella carecía de poder y que toda su vida había sido una mentira. Sus ojos derramaban lágrimas involuntarias. Desesperada concluyó—: Puede cuidarse a sí mismo.

La mirada de la Primera brillaba peligrosamente; y Honninscrave empezaba a ponerse nervioso. Linden siguió negándose.

—El puede hacerlo. Cuando llegamos al Reino tenía una cuchillada en el tórax y se la curó. El Clave cortó sus muñecas y se las curó. Él puede hacerlo.

Cuando pronunciaba las palabras, éstas se volvían falsas en su boca. Pero la alternativa era a todas luces insoportable.

Avergonzada, pasó por delante de la Primera, dirigiéndose al comedor. La incomprensión y el enfado de aquella gente tan brava y valiosa que dejaba a su espalda, le produjo una opresión que no podía aguantar.

¿Poseerlo? Su poder había estado a punto de quemarla con tanta violencia como el toque de Gibbon. ¿Era esto lo que el Amo Execrable quería de ella cuando hablaba de forjarla para la profanación?

La presión y la protesta la enviaron casi corriendo a través del salón hasta la vacía cubierta de proa.

Las imágenes de las llamas que todavía estaban en su retina continuaron aterrándola durante largo tiempo. Media mañana había permanecido abrazada a uno de los soportes de la barandilla, cerca de la proa, para asegurarse de que el barco no se movía.

Su inmovilidad no era debida a los daños que Covenant había producido. El aparejo del palo mayor colgaba en trozos. Las repetidas explosiones de magia habían impedido todo intento de repararlo. Pero aun con todas las velas en orden en los tres palos, el Gema de la Estrella Polar hubiera seguido muerto sobre el agua. No había viento. Tampoco había ningún movimiento en el mar. El océano se había convertido en un llano reflejo del cielo, de azul profundo, y tan vacío de vida como un espejo. El dromond hubiera podido fundirse con la superficie del agua. Sus velas colgaban como sudarios encerados de las inanimadas vergas. Obenques y cabos que habían parecido vivos bajo el viento, ahora yacían suspendidos como cosas fuera de uso, carentes de significado. Y el calor… El sol era lo único que se movía en el cielo. De la cubierta se levantaban nieblas como si el Gema de la Estrella Polar estuviera evaporándose.

Los pensamientos de Linden se veían enturbiados por el calor. Casi creía que el Delirante se había llevado el viento, que aquella calma formaba parte del plan del Amo Execrable. Mantener el barco quieto donde estaba, interrumpiendo la Búsqueda hasta que el veneno de Covenant carcomiera las cuerdas de su vida. ¿Y luego qué? Tal vez en su delirio hundiera el dromond antes de morir. O tal vez le fuera posible detener aquel golpe. Entonces el anillo y la Búsqueda quedarían a merced de alguien más.

¿De ella?

—¡Dios mío! —protestó—. No puedo.

Pero no podía refutar esta lógica. ¿Por qué otra razón se había dirigido Marid a ella antes de atacar a Covenant? ¿Por qué otra razón la habría reservado Gibbon, hablándole, tocándola, si no para confirmarle, en su temor paralizante, la lección de su propia enfermedad? ¿Y por qué otra razón el hombre de Haven Farm le había dicho que fuera fiel? ¿Y por qué, si tanto él como el Despreciativo no hubieran sabido que ella heredaría finalmente el anillo de Covenant?

¿En qué clase de persona se había convertido?

En dolorosos intervalos se sucedían explosiones de magia indomeñable que le mandaban temblores de aprensión a través de la piel. Repetidamente Covenant gritaba:

—¡Nunca! ¡Nunca se lo deis a él! —elevando su grito de rechazo al ciego espacio.

Se había convertido en un hombre al que ella no podía tocar. Después de todos sus años de evasión, ella había recibido finalmente el legado de sus padres. No tenía más alternativa que poseerlo o dejar que muriera.

Cuando Cail llegó para hablar con ella, no volvió la cabeza hacia él. No permitió que viera su abatimiento hasta que él formuló su solicitud.

—Linden Avery, debes hacerlo.

Ante esto, ella se volvió en redondo. Cail estaba sudando. Ni los haruchai eran inmunes a aquel calor. Pero sus maneras negaban cualquier incomodidad. Parecía tan seguro en su rectitud que ella no podía preservarse así misma diciéndole «No, tú juraste protegerle. No yo».

—Escogida. —Usó su título con una sombra de aspereza—. Nosotros ya hemos hecho todo lo que estaba a nuestro alcance. Pero nadie puede acercársele. Su fuego arremete contra todo lo que se le aproxima. Brinn está quemado, pero no es grave. La diamantina acelerará su curación. Ponte en lugar de los gigantes. Aunque ellos son inmunes al fuego, no lo son ante la fuerza de su anillo blanco. Cuando la Primera trató de aproximársele fue lanzada y estuvo a punto de caerse por la borda. Y el maestro de anclas, Quitamanos, también ensayó la tarea. Cuando recobró el conocimiento se consideró afortunado porque no había sufrido más daño que un brazo roto.

Acalorada, Linden pensaba con dificultad. Desecha. Sus manos se retorcían una contra otra. Era médico. Debía haber ido ya a socorrer a Brinn. Pero aún a esta distancia el mal de Covenant podía asaltarla. No había decidido nada. Sus piernas no darían un paso en aquella dirección. No podía ayudarle sin violarlo. No tenía otro poder. En esto se había convertido.

Al no obtener respuesta, Cail prosiguió:

—Se trata de una rotura simple que la Sobrecargo puede atender. No hablo de eso. Sólo quiero que comprendas que no podemos hacer nada por él. No podemos acercarnos. Debes hacerlo tú. Debes socorrerlo. Creemos que a ti no te atacará. Tú eres su compañera más próxima, una mujer de su mundo. Seguramente incluso en este estado te reconocerá y podrá retener su fuego. Hemos visto que te tiene en su corazón.

¿En su corazón? Linden casi se echó a llorar. Pero Cail aún continuaba hablando como si se le hubieran encargado un discurso y tuviera el deber de pronunciarlo entero.

—Quizá te ataque a ti también. Pero aun así debes intentarlo. Tú estás poseída de una visión que ningún haruchai o gigante puede igualar. Cuando contrajiste la enfermedad del Sol Ban te diste cuenta de que el voure iba a restaurarte. Cuando te rompiste el tobillo, más allá de cualquier otra ayuda, fuiste tú quien guió su arreglo. —La demanda en su semblante sin expresión era clara como una llamada—. Escogida, debes reconocerlo. Debes hallar el medio de socorrerle.

—¿Debo? —preguntó bruscamente. La insistencia de Cail la hizo enfadar—. No sabes lo que estás diciendo. La única manera en que puedo ayudarle es metiéndome dentro de él, poseyéndolo plenamente, como hace el Sol Ban. O como un Delirante. Sería bastante malo incluso si yo fuera tan inocente como un bebé. Pero ¿en qué crees tú que me convertiría yo si alcanzara tal poder?

Ella pudo haber seguido gritándole: ¡Y luego me odiaría por ello! ¡Nunca más confiaría en mí! O en sí mismo. Pero la simple inutilidad de gritarle a Cail la detuvo. Su insistencia parecía no tener ningún segundo propósito. Su rostro no comprometido lo alejaba de ella. En lugar de seguir protestando, Linden murmuró suavemente:

—Ya me parezco demasiado a Gibbon.

La mirada de Cail permaneció fija en su cara.

—Entonces va a morir.

Lo sé. ¡Qué Dios me ayude! Dio la espalda al haruchai y apoyó sus brazos sobre los soportes cruzados de la barandilla para no caer. ¿Poseerlo?

Después de un momento, sintió que Cail se retiraba hacia la cubierta de popa. Sus manos se golpeaban una con otra como si su inutilidad amenazara con volverla loca. Había empleado tantos años en entrenarlas, enseñándolas a curar, confiando en ellas. Ahora no servían para nada. No podían siquiera tocar a Covenant.

El Gema de la Estrella Polar siguió inmovilizado durante todo el día. El calor abrasaba tanto que Linden llegó a pensar que sus huesos iban a fundirse; y no podía resolver sus contradicciones interiores. En todo el barco los gigantes guardaban un extraño silencio. Parecían esperar, conteniendo la respiración, las erupciones de fuego de Covenant, sus terribles gritos. Ni un indicio de viento ondulaba las velas. Linden sentía deseos de tirarse por la borda, no para sumergirse en el frescor del océano, aunque refrescarse le habría ayudado a estabilizar sus nervios, sino simplemente para romper la irremediable inmovilidad de las aguas. A través de la piedra podía sentir como se agudizaba el delirio de Covenant.

A mediodía, y también a la caída de la tarde, Cail le llevó su comida. Efectuaba aquella tarea como si ningún conflicto entre ellos pudiera alterar su deber. Pero Linden no comió. A pesar de que no había dado ningún paso hacia Covenant, ella compartía su ordalía. La misma tortura de veneno y maldad en la cual estaba inmerso, le afectaba también a ella. Aquello era el castigo por su inhibición: la participación en el suplicio que ella temía afrontar.

El anciano de Haven Farm le había dicho: No vas a desfallecer aunque te ataque. También hay amor en el Mundo. ¿No desfallecer? ¡Oh, Dios mío! Ella ya se había negado al amor. No sabía qué hacer con su vida.

Y así terminó el día. Más tarde, la luna en cuarto creciente empezó a ascender sobre aquel mar sin vida. Linden aún permaneció apoyada en la barandilla de la inmensa cubierta de proa, mirando a lo lejos sin ver nada. Sus manos se cerraban y se abrían como un nido de serpientes. El sudor oscurecía su peto en las sienes y marcaba líneas a través de su cara; pero no era consciente de ello. El agua y el aire se mantenían quietos y carentes de vida. La luna brillaba como si estuviera absorta en sus propios pensamientos, pero su reflejo se desparramaba sobre la llana superficie como el alumbramiento de un ser muerto. Muy por encima de Linden las velas colgaban entre sus obenques intocadas por cualquier rumor o anticipo de viento. Una y otra vez la voz de Covenant se elevaba desbarrando en la cálida noche. Los ocasionales fulgores blancos hacían palidecer a las estrellas. Y aún ella no respondía, aunque estaba segura de que él no podía curarse a sí mismo. El veneno del Despreciativo era un veneno moral y Covenant no tenía el sentido del bien que hacía falta para guiar su fuego. Aunque ella hubiera poseído el poder de Covenant para actuar como deseaba, no le habría sido posible vencer a la enfermedad sin desarraigar la vida de él.

Luego Encorvado se le acercó. Percibió su determinación de hablar en el ritmo de su paso; pero cuando estuvieron cara a cara, la expresión del rostro de Linden le impuso silencio. Después de un momento se retiró con un húmedo resplandor de luna o lágrimas en sus desfigurados ojos.

Entonces ella pensó que la dejarían sola. Pero pronto sintió que otro gigante se aproximaba. Sin mirarlo, reconoció a Soñadordelmar por su peculiar aura. Había ido a compartir su madurez con ella. El era el único gigante que sufría algo comparable con su visión, y por su permanente melancolía no merecía recriminación alguna. Sin embargo, pasado algún tiempo, su silencio parecía tirar de ella y pedir respuestas.

—Porque tengo miedo. —La mudez de él le permitía hablar a ella—. Me aterroriza. Puedo comprender lo que Covenant está haciendo. Su amor por el Reino… —Envidiaba la pasión de Covenant, su corazón accesible. Ella no tenía nada que se le pareciera—. Haría cualquier cosa para ayudarle, pero no tengo esa clase de poder.

Luego no podía pararse. Tenía que tratar de dar una explicación. Su voz resbalaba en la noche sin tocar el aire ni el mar. Pero la gentil presencia de aquel compañero le infundía valor.

«Todo es posesión. El Amo Execrable poseyó a Joan para lograr que Covenant viniera al Reino. (La cara de Joan tenía la contorsión de malicia de un depredador, que aún Linden conservaba en su mente. No podía olvidar la sed de aquella mujer por la sangre de Covenant). Un Delirante poseyó a Marid para que éste le introdujera el veneno. Un Delirante poseyó al na-Mhoram del Clave para que el Clave sirviera al Sol Ban. ¡Y al Sol Ban en sí mismo! El Execrable trata de poseer la Ley. Quiere cambiar a su manera el orden natural de la Tierra. Cuando empieces a comprender la maldad verás que la mayor maldad es la posesión. Es la negación de la vida… de la humanidad. El poseído lo pierde todo. Aunque pienses que lo estás haciendo por razones de piedad o ayuda, no cambia su esencia, no cambia lo que es. Yo soy médico, no un Delirante.

Ella trataba de dar a su insistencia la fuerza de una afirmación; pero no era tan cierto como quería presentarlo.

»El necesita que me meta dentro de él. Que lo controle para que tome diamantina e impedir que ataque a la gente que quiere ayudarle, pero ese mal… Aunque trate de salvarlo. —Esforzándose para dar veracidad a sus palabras, dijo—: Para hacerlo, debo sacar su poder fuera de él.

Linden rogaba por la comprensión de Soñadordelmar.

»Cuando estuve en Piedra Deleitosa, Gibbon me tocó. Entonces aprendí algo acerca de mí (El na-Mhoram le había dicho que ella poseía maldad. Y era cierto). Hay una parte de mí que quiere hacerlo. Meterse en él. Tomar su poder. Yo no tengo ningún poder propio y lo quiero. Lo quiero.

Toda su vida había luchado para tener poder. El poder de luchar contra la muerte. El poder de superar lo que había heredado… y restituir su moral. Si ella hubiera tenido el poder de Covenant, hubiese arrancado gustosamente el alma del cuerpo de Gibbon en nombre de su propio crimen.

»Eso es lo que me paraliza. Toda mi vida he tratado de negar la maldad. Cuando aflora, no puedo escapar de ella».

No sabía cómo salir de la contradicción entre su compromiso con la vida y su atracción por el oscuro poder de la muerte. El suicidio de su padre le había mostrado un anhelo que había satisfecho en una ocasión y con el que temía enfrentarse de nuevo. El conflicto de sus deseos no tenía respuesta. A su manera, el toque del Delirante Gibbon no había sido más horrible que la muerte de su padre; y la negra fuerza de sus recuerdos la hacían temblar, situándola al borde del llanto.

—Sin embargo, debes ayudarle.

Aquella fuerte voz se clavó en Linden. Se volvió rápidamente y se encontró frente a la Primera de la Búsqueda. Había estado tan concentrada en su monólogo dirigido a Soñadordelmar, tan encerrada en sí misma, que no había notado la aproximación de la Primera.

La Primera la miró de frente.

—Estoy segura de que la carga es terrible para ti. Eso es lógico. —Se comportaba como una mujer que hubiera tomado una terrible decisión—. Pero la Búsqueda ha sido puesta en sus manos. No podemos fracasar.

Con un brusco movimiento sacó su espada, la sostuvo ante ella como si quisiera obligarla a actuar mediante la fuerza. Linden presionó su espalda contra la barandilla, impresionada; pero la Primera se inclinó y colocó el arma entre ambas. Luego se irguió y clavó la mirada en Linden:

—¿Tienes la valentía de usar mi espada?

Involuntariamente Linden bajó la vista hasta la espada. Esta brillaba intensamente a la luz de la luna y parecía tremendamente pesada.

—¿Tienes la fuerza suficiente para levantarla de donde está?

Linden devolvió la mirada a la Primera en una vaga protesta.

La espadachina asintió como si Linden le hubiera dado la contestación que quería.

—Tampoco yo tengo la fuerza necesaria para actuar contra el mal que sufre Giganteamigo. Tú eres Linden Avery, la Escogida. Yo soy la Primera de la Búsqueda. No podemos intercambiar nuestros cometidos.

La mirada de la Primera vertía noche oscura en la aturdida cara de Linden.

«Pero si tú no cargas con la misión que te corresponde, juro por mi espada que haré cualquier cosa que esté dentro de mis fuerzas. Él no aceptará ningún acercamiento. Por tanto tendré que arriesgar a mi pueblo y al mismo Gema de la Estrella Polar para sacarle de su estado. Y mientras él nos ataca, con esta espada separaré de su cuerpo el brazo envenenado. No conozco otro sistema para librarlo de esa enfermedad… o a nosotros del peligro de su poder. Y si la fortuna nos sonríe tendremos la posibilidad de estancar su herida antes de que su vida se pierda».

¿Cortar…? Un súbito escalofrío recorrió el cuerpo de Linden. ¡Si la Primera lograra lo que se proponía…! En una visión fugaz apareció la gran espada ejecutando el brazo de Covenant, y sangre que se derramaba casi directamente del mismo corazón. Si no era detenida en un instante, nada podría salvarlo. Se hallaba a un mundo de distancia del equipo necesario para practicar una transfusión, saturar la herida, mantener su corazón latiendo hasta que la presión de su sangre fuera restaurada. El golpe era tan peligroso como la cuchillada que una vez sufrió su pecho.

Su cabeza golpeó los soportes cruzados de la barandilla cuando se sentó sobre la cubierta y por un momento el dolor penetró en los huesos de su cráneo. ¿Cortar?… Había ya perdido dos dedos que le cortaron unos cirujanos que no tenían otra solución para su enfermedad. Si viviera… Linden gimió. Ah, si viviera, ¿cómo podría mirarle a la cara para decirle que ella no se había atrevido a hacer nada…? ¿Que ella se había escondido en su cobardía permitiendo que su brazo fuera cortado?

—No. —Sus manos cubrieron su cara. Su cobardía anhelaba negar lo que estaba pensando. El tendría fuertes razones para odiarla si permitía que la Primera cometiera tal intento. Y de odiarla para siempre si salvaba su vida a costa de su integridad. ¿Tenía ella realmente tal deseo de poder?—. Trataré de hacer lo que pueda.

Luego Cail apareció a su lado. La ayudó a levantarse. Al sostenerla por la espalda, puso un frasco en su mano. En seguida notó el olor a diamantina diluida. Débilmente y a tientas puso el frasco en su boca y bebió.

Casi de inmediato sintió que el licor ejercía su potente acción. Su pulso llevaba nuevamente vida a sus músculos. El dolor de cabeza quedó reducido a una débil molestia en la base del cráneo. La luz de la luna parecía aumentar al aclararse su visión.

Vació el frasco en la esperanza de sacar de él toda su fortaleza. Cualquier clase de fortaleza, cualquier cosa que pudiera ayudarle a soportar la violencia del veneno. Luego se dirigió hacia la cubierta de popa.

Más allá del comedor brillaba la luz de las linternas. Habían sido colocadas a lo largo del cobertizo de la cámara y alrededor de la cubierta de forma que los gigantes y los haruchai pudieran observar a Covenant desde una distancia relativamente segura. Producían una iluminación amarillenta que hubiera confortado en una noche oscura. Pero la luz llegaba hasta las roturas de las velas y los aparejos, aunque dentro de su área toda la sangre y los cuerpos de las ratas habían sido eliminados. Señales de magia indomeñable marcaban la piedra como líneas de acusación que apuntaban a Covenant en su suplicio.

La vista de Covenant fue casi insoportable para Linden. Estaba abatido de pies a cabeza como si hubiera sido golpeado. Sus ojos parecían hinchados y miraban fijamente con señales de conciencia en ellos. Sus labios gesticulaban por el convulsivo rechinamiento de los dientes. Su frente estaba cubierta de sudor. Su barba que antes le daba un aspecto de profeta, era ahora una afirmación de su leprosidad. Y su brazo derecho…

Horrendamente negro e hinchado, se agitaba a su lado amenazando a sus amigos y a sí mismo con cada movimiento. La plata opaca de su anillo de boda constreñía su segundo dedo como una crueldad ciega mordiendo su indefensa carne. Y en su hombro, la manga de la camisa estaba tensa, a punto de romperse. La fiebre era irradiada de su infección como si sus huesos se hubieran convertido en ascuas por el veneno.

Aquella emanación quemaba la cara de Linden a pesar de que estaba alejada de él, justo en el límite de la luz de las linternas. Hubiera muerto ya de no haber podido eliminar la presión del veneno a través de su anillo. Aquello era lo que mantenía a su enfermedad dentro de los límites que su cuerpo podía soportar.

Con poca confianza en sus propias acciones, gesticuló a Cail para que se retirara. Sus manos se movían como pájaros heridos. Vaciló unos momentos; pero habló y Cail obedeció. Los gigantes se mantenían apartados, conteniendo la respiración contra sus dientes. Linden estaba sola en el límite de la luz como si fuera el litoral de un vasto peligro.

Miró a Covenant. Las marcas de la cubierta demostraban más allá de cualquier argumento que ella nunca se acercaría lo bastante para tocarlo. Pero esto no significaba nada. Tampoco podía hacer nada con las manos. Necesitaba alcanzarle con su alma. Dominarlo, silenciar sus defensas hasta el punto en que fuera posible introducir un poco de diamantina a través de su garganta. En definitiva: poseerlo.

Esto o arrancarle el poder, si tenía la fuerza necesaria. Su sentido de la salud le permitiría intentarlo. Pero él era poderoso y estaba delirando. Nada en su vida la había preparado para creer que le fuera factible luchar directamente con él para obtener control de su anillo. Si fallara, él podría matarla en la pugna. Y si lo conseguía…

Decidió lanzarse contra su mente. Eso parecía ser lo menos malo.

Temblando, trató de vencer su resistencia visceral obligando a sus asustadas piernas dar dos pasos dentro del sector iluminado. Tres. Allí se detuvo. Se sentó en la piedra con las rodillas levantadas contra su pecho como medida de protección. El inmóvil aire parecía muerto en sus pulmones. Una voz quejumbrosa pedía piedad o huida, en la parte posterior de su cerebro.

Pero no podía permitirse el lujo de dudar. Había tomado una decisión. Desafiando su mortalidad, su miedo al mal, la posesión y el fracaso, abrió sus sentidos a él. Empezó por sus pies con la intención de infiltrarse en su carne y pasar a hurtadillas entre sus defensas. Pero en su primera penetración casi estuvo a punto de retirarse. La enfermedad saltó la brecha hasta los nervios de Linden como un profanador, amenazando su autodominio. Por un momento se quedó paralizada por el pánico.

Luego volvió a ella su vieja obstinación, que la había hecho tal como era. Había dedicado su vida a curar. Si no podía usar medicinas ni bisturí, debía usar los instrumentos que tuviera a mano. Cerrando los ojos para eliminar la dispersión que pudiera producirle el tormento de él, dejó que sus percepciones fluyeran por las piernas de Covenant hacia su corazón.

A medida que avanzaba en su dominio, su fiebre crecía en ella. Su pulso se aceleraba; la parestesia fluía a través de su piel; el hielo de los inertes nervios quemaba en los dedos de sus pies, mandando calambres a sus pantorrillas. Estaba siendo atraída hacia el mismo centro del veneno. Todo se volvió más oscuro a pesar de las linternas que tenía a su alrededor. Poder… Ella quería poder. Sus pulmones compartían el estremecimiento de Covenant. Sentía en su propio pecho la corrosión que mordía su corazón, haciendo el músculo flácido y el latido débil. Las sienes empezaron a dolerle.

El era ya un deshecho y su enfermedad y poder se dirigían contra ella. Casi no podía soportar el horror que había detrás de sus pensamientos, como tampoco podía ignorar el ímpetu de autoprotección que trataba de inducirla a abandonar aquella loca acción. Sin embargo, siguió trepando a través de él, estudiando el veneno y buscando la oportunidad de ocupar su mente.

De pronto, una convulsión lo paralizó. Sus reacciones compartidas la lanzaron contra la cubierta. Entre la turbulencia de su delirio ella sintió que resurgía el poder en él. Estaba tan abierta a él que cualquier estallido la alcanzaría de lleno como una tormenta de fuego.

La desesperación turbó su maniobra. Prescindiendo de la cautela, dirigió sus sentidos hacia la cabeza, tratando de bucear en su cerebro.

Por un instante se encontró atrapada en los horrores de la magia indomeñable, mientras él la reunía en una explosión. Las imágenes se cruzaron en sus mentes. La destrucción del Bastón de la Ley. Hombres y mujeres que eran desangrados como ganado para alimentar al Sol Ban. Lena y su violación. El golpe de cuchillo con el cual ella había matado a un hombre a quien no conocía. Los cortes de sus muñecas. Y el poder… llama blanca devastadora en el Clave, corriendo entre los Caballeros para recoger una cosecha de sangre. Poder. Ella no era apta para controlarlo. Sus esfuerzos se desmenuzaban como si todo su ser y voluntad estuvieran hechos de hojas secas y quebradizas. En su locura, él rechazó su presencia como si ella fuera un Delirante.

Ella le gritó. Pero el ultraje de su anillo la lanzó fuera.

Durante un tiempo se sintió abofeteada por rachas de oscuridad. Resonaban en su interior… hombres y mujeres muertos como ganado, culpa y delirio, magia indomeñable ennegrecida por el veneno. Todo su cuerpo ardía con la fuerza de la explosión. Quería gritar, pero no podía dominar los espasmos que convulsionaban sus pulmones.

No obstante, la violencia fue decreciendo gradualmente hasta que se concentró dentro de su cabeza, y la oscuridad empezó a tomar forma a su entorno. Estaba sentada, medio erguida, sujeta por los brazos de Cail. Vagamente vio a la Primera, Honninscrave y Encorvado agachados ante ella. Una linterna revelaba la intensa preocupación que había en sus caras.

Cuando enfocó su mirada a los gigantes, Honninscrave respiró de alivio.

—¡Piedra y Mar!

Encorvado exclamó:

—¡Por el poder que queda, Escogida! Eres fuerte. Una explosión menos violenta rompió el brazo de Quitamanos, el maestro de anclas, por dos sitios.

Sabía que se trataba de mí, contestó Linden mentalmente, sin darse cuenta de que las palabras no salían de su cerebro. El no permitió que me matara.

—El error es mío —dijo la Primera con expresión preocupada—. Te obligué a correr este riesgo. No te culpes a ti misma. Ahora ya no hay nada que podamos hacer para ayudarle.

La boca de Linden intentó pronunciar palabras.

—¿Culpar…?

—El se ha puesto más allá de nuestro alcance. Por su vida o muerte, ahora somos incapaces de hacer nada.

¿Puesto…? Linden trató de mirar a Covenant a través de la noche que la envolvía. La Primera asintió a Honninscrave. Este se movió a un lado desbloqueando la vista de Linden.

Cuando vio a Covenant, casi se oyeron sus sollozos.

Estaba rígido como si ya nunca pudiera volver a moverse, con los brazos pegados a los costados y un mísero rictus en los labios. Pero apenas era visible a través de la cortina de magia indomeñable que lo cubría. Una nube de plata lo envolvía como una membrana. Dentro del capullo su pecho todavía se esforzaba en respirar. Su corazón aún latía débilmente. El veneno seguía actuando sobre su brazo derecho, seguía mordiendo su vida, pero ella no tenía necesidad de que nadie le dijera que nada conocido en el Gema de la Estrella Polar podría romper aquella nueva defensa. Su membrana era tan irrevocable como la lepra.

Esta fue su terrible respuesta a su intento de poseerlo. Porque ella había tratado de dominar su mente, él se había situado más allá de todo socorro. No habría sido menos accesible si se hubiera trasladado a otro mundo.