UNO

El Gema de la Estrella Polar

Linden Avery bajaba al lado de Covenant por los caminos de Coercri. Ante ellos, el gigantesco barco de piedra, Gema de la Estrella Polar, se aproximaba, resplandeciendo, hacia la solitaria pasarela, todavía intacta, al pie de la vieja ciudad. Pero Linden no le prestó atención. Antes había estado observando la agilidad con que el dromond navegaba bajo el viento, a la vez poderoso y delicado, con el velamen completo y preciso; un barco de esperanza para los propósitos de Covenant y para los suyos propios. Cuando junto con el Incrédulo, Brinn, Cail, y Vain tras ellos, descendía hacia las rocas de la base y muelles de la Aflicción, podía haber contemplado aquella nave con placer, pero no lo hizo.

Covenant acababa de enviar a los pedrarianos Sunder y Hollian de vuelta a las Tierras Altas del Reino, con la esperanza de que pudieran inducir a los habitantes de los pueblos a resistirse a las agresiones del Clave. Y esta esperanza se basaba en el hecho de que les había dado el krill de Loric para usarlo contra el Sol Ban. Covenant necesitaba aquella espada, tanto como arma para sustituir a la magia indomeñable, que destruía la paz, como para defenderse contra el misterio de Vain, el vástago creado a partir de los Demondim. Pero aquella mañana se había desprendido del krill; y cuando Linden le preguntó, los motivos de su acción, le había respondido simplemente: Ya soy demasiado peligroso. Peligroso. Esta palabra tenía resonancia para ella. De una forma que sólo ella podía percibir, sabía que estaba enfermo de poder. Su enfermedad material, la lepra, estaba inactiva a pesar de que había abandonado en gran parte las disciplinas de autoprotección que la mantenían dormida. Pero en su lugar, crecía el veneno que un Delirante y el Sol Ban habían logrado introducir en su cuerpo. Aquel veneno moral, latente ahora, aguardaba, como un depredador, el momento apropiado para el ataque. Se aparecía ante los ojos de ella como si estuviera debajo de su piel ennegreciendo la médula de sus huesos. Con el veneno y su anillo blanco era el hombre más peligroso que jamás había conocido.

Ella admiraba aquel peligro. Determinaba la clase de fuerza que originalmente la había atraído en Haven Farm. El había sonreído por Joan cuando vendió su vida para salvar la de ella; y aquella sonrisa había revelado, más que todos sus poderes, su capacidad de desafiar al destino con más firmeza. La caamora a que se había sometido por los Muertos de la Aflicción, demostró hasta donde podía llegar impulsado por su complejo de culpabilidad y sus pasiones. El era una paradoja y Linden se esforzaba en emularlo. Tanto por su leprosidad y veneno como por autocrítica y furia, él era una afirmación, una aseveración de vida y un compromiso con el Reino, un manifiesto de sí mismo en oposición a cualquier cosa que el Despreciativo pudiera hacer. ¿Y qué era ella? ¿Qué había hecho en toda su vida, excepto huir de su pasado? Toda su severidad y austeridad, todo su empeño en lograr la mayor eficacia en su profesión médica y en su lucha contra la muerte, habían sido negativas desde el comienzo, un rechazo de su propia herencia mental más que una aprobación de las creencias a las que nominalmente servía. Era igual que el Reino bajo la tiranía del Clave y del Sol Ban, un lugar regulado por el temor y el derramamiento de sangre, no por el amor.

El ejemplo de Covenant le había enseñado esto acerca de sí misma. Aunque no comprendía por qué le resultaba tan atractivo, lo había seguido instintivamente. Y ahora sabía que su deseo era ser como él. Quería ser un peligro para las fuerzas que impelían a la gente hacia su propia destrucción.

Lo observó mientras bajaban, tratando de grabar en su mente, las finas y proféticas líneas de su cara, la austera forma de su boca y la anarquía de su barba. De él emanaba una reprimida expectación que ella compartía.

Al igual que él, se hallaba ante el proyecto de un viaje de esperanza en compañía de los gigantes. Y, aunque había pasado dos días con Grimmand Honninscrave, Cable Soñadordelmar, Encorvado y La Primera de la Búsqueda, ya había observado y comprendido el aditivo de amor de que se impregnaba la voz de Covenant cuando hablaba de los antiguos gigantes que había conocido. Pero ella también poseía una añoranza privada, una anticipación de sí misma.

Casi desde el momento en que se había despertado su sentido de la salud, éste se había convertido en un foco de pena y desaliento para ella. Su primer aumento de percepción, casi de clarividencia, había tenido lugar con ocasión del asesinato de Nassic. Y aquella visión había engendrado una secuencia aparentemente sin fin de Delirantes y Sol Ban que la había arrastrado a los límites de su resistencia. La continua sucesión de la maldad palpable y enfermedad física y moral que no tenía cura, la había llenado de impotencia, mostrándole su incapacidad en cada roce, en cada mirada. Luego cayó en manos del Clave, dentro del poder del Delirante Gibbon. La maldición profética que había pronunciado en contra de ella, la fabulosa atrocidad que él había inyectado en su interior, había llenado cada rincón de su alma de un odio y una repulsión indistinguibles del autodesprecio. Había jurado que nunca más abriría las puertas de sus sentidos a ninguna llamada externa.

Pero no había mantenido aquel juramento. El anverso de su gran vulnerabilidad era de una utilidad peculiar. La misma percepción que la había expuesto a sucumbir, también la había capacitado para lograr su propia recuperación del veneno del corcel y de los huesos fracturados. Tal capacidad había tocado profundamente sus instintos médicos, dando a su identidad una validez que ella ya consideraba perdida cuando había sido trasladada, fuera del mundo que comprendía. Además había podido ayudar a sus compañeros contra de la maldad del acechador asesino del Llano de Sarán.

Luego habían escapado del Llano de Sarán para dirigirse a Línea del Mar, donde el Sol Ban no reinaba. Rodeados de salud natural, de un tiempo otoñal y del color del principio de la vida, acompañados de gigantes, con mención especial de Encorvado, cuyo alegre carácter sirvió de bálsamo en las oscuras horas que acababa de vivir, sentía que su tobillo se curaba bajo la poderosa influencia de la diamantina. Había probado la tangible belleza del Mundo, había experimentado profundamente el regalo que Covenant había hecho a los muertos de la Aflicción. Había empezado a captar visceralmente que su sentido de la salud era accesible al bien lo mismo que lo era al mal, y que posiblemente estaba capacitada para alguna opción ante la maldición que Gibbon le había lanzado. Esta era su esperanza. Quizá así y no de otra forma podría transformar su vida.

El anciano cuya vida había salvado en Haven Farm le había dicho: Sé fiel. También hay amor en el Mundo. Por primera vez, estas palabras no la llenaban de miedo.

Apenas desvió la mirada de Covenant mientras descendían por las escaleras construidas por los gigantes, parecía indiferente a todo. Pero también estaba atenta a otras cosas. Aquella clara mañana. La soledad salada de Coercri. El latente peligro negro de Vain. Y, justo a su espalda, los haruchai. La manera en que pisaban la piedra contradecía su indiferencia característica. Parecían casi ávidos de explorar la tierra desconocida con Covenant y los gigantes. Linden se concentró en estos detalles como si estuvieran formando la textura de la nueva vida que deseaba.

Sin embargo, cuando todos se encontraron en la parte baja de la ciudad iluminada directamente por el Sol, donde la Primera y Soñadordelmar esperaban con Ceer y Hergrom, la mirada de Linden saltó como atraída por un imán hacia el Gema de la Estrella Polar, que en aquel momento maniobraba para entrar en el muelle.

El barco gigante era una nave para asombrar a cualquiera. Se levantó por encima de ella, dominando el cielo, cuando trataba de enmarcarlo en su visión. Mientras el capitán Grimmand Honninscrave daba órdenes desde el puente, que se hallaba muy por encima del casco del buque, y los gigantes trepaban por la arboladura para recoger las velas y asegurar los cabos, se iba colocando poco a poco y con precisión en su fondeadero. La pericia de su tripulación y la calidad de su estructura competían con el duro granito de que estaba hecho. Visto de cerca, podía apreciarse el peso aparente de su casco sin junturas y sus mástiles, la velocidad para que estaba hecho, sus extensas cubiertas, el airoso ángulo de su proa y el justo equilibrio de sus vergas; pero cuando sus percepciones se ajustaron a la escala del barco, pudo ver que estaba hecho para gigantes. Su tamaño guardaba relación con el espacio entre los obenques. Y el muaré de los costados de piedra se levantaba del agua como llamas de ansiedad desprendidas del granito.

La piedra sorprendió a Linden. Instintivamente había cuestionado la materia de que estaba hecho el barco gigante, creyendo que el granito sería demasiado quebradizo para resistir la fuerza de los mares. Pero en cuanto su visión se centró en el barco se dio cuenta de su error. Aquel granito era ligero y tenía la ductilidad necesaria. Su vitalidad iba mucho más allá de las limitaciones de la piedra.

Y aquella vitalidad brillaba también en la tripulación del dromond. Eran gigantes; pero en su barco eran más que eso. Eran la articulación y servicio de un gran organismo que respiraba, las manos y las risas de una vida que los exaltaba. Juntos, la piedra y los gigantes, daban al Gema de la Estrella Polar el aspecto de un barco que combatía contra la bravura de los océanos simplemente porque ninguna otra prueba podría estar acorde con su natural exaltación.

Sus tres mástiles, que eran lo suficientemente altos para albergar tres velas cada uno, se levantaban como cedros sobre el puente de mando, donde se hallaba Honninscrave, balanceándose ligeramente con el movimiento del mar como si hubiera nacido con olas bajo sus pies, sal en su barba y maestría en cada mirada de sus ojos cavernosos. Su grito respondiendo a la llama de Encorvado rebotó en la superficie de Coercri, haciendo que de la Aflicción partiera una bienvenida después de muchos siglos. Luego la luz del Sol y el barco se enturbiaron ante Linden cuando unas súbitas lágrimas inundaron sus ojos como si nunca antes hubiera tenido un gozo de aquella magnitud.

Después de un momento, parpadeó para aclarar su visión y miró de nuevo a Covenant. Este había distorsionado su cara en una mueca burlona; pero el sentimiento que había detrás de aquel gesto estaba claro para Linden. Covenant revisaba en aquel momento sus medios para llevar adelante con éxito el encuentro del Árbol Único, y lograr la supervivencia del Reino. Y miraba con preocupación a los gigantes, los sucesores de Corazón Salado Vasallodelmar, a quien había querido tanto. No necesitaba que él le explicara que la esperanza y el miedo eran la causa de aquella expresión.

Su anterior victoria sobre el Amo Execrable había sido purificada de cualquier aversión por la risa de Vasallodelmar. Y el coste de aquella victoria había sido la vida del gigante. Covenant miraba ahora a los gigantes y al Gema de la Estrella Polar con miedo a causa de aquel recuerdo: temía conducirlos al mismo destino que a Vasallodelmar.

Esto también lo comprendía Linden. Al igual que la obstinación de Covenant, la suya propia había nacido del daño y del sentido de culpabilidad. Ella sabía lo que significaba desconfiar de las consecuencias de sus deseos.

Pero la proximidad del barco gigante pedía su atención. Llegaba su bullicio como espuma de júbilo. Echaron cabos a Encorvado y a Soñadordelmar quienes los amarraron fuertemente a los postes del muelle que tantos siglos llevaban sin ser usados. El Gema de la Estrella Polar se alineó al muelle, quedando finalmente en reposo. Tan pronto como el dromond estuvo amarrado, su capitán y la tripulación, formada por dos veintenas de gigantes, lanzaron más cabos y escalerillas y bajaron a los muelles. Allí, saludaron a La Primera con afecto, abrazaron a Soñadordelmar y vocearon su placer de encontrarse con Encorvado. La Primera devolvió solemnemente sus respetos. Con su carácter de hierro y su espada, mantenía las distancias. Pero Encorvado expresaba suficiente júbilo para compensar la muda resignación de Soñadordelmar. Y pronto los gigantes empezaron a desfilar para ver la ciudad de los Sinhogar, sus viejos antepasados.

Linden pronto se encontró rodeada de hombres y mujeres que le doblaban la altura; marineros fuertes como robles y ágiles como simios. Todos ellos vestían sus ropas de trabajo: mallas, que se adornaban con discos de piedra intercalados, y gruesas polainas de cuero. Pero sólo su indumenta era parda; su lenguaje, exuberancia y humor estaban llenos de colorido. Con su jolgorio, restauraron en unos momentos la vida de la Aflicción.

Su impulso de explorar la ciudad e investigar las obras de sus antepasados, era palpable para Linden. Y los ojos de Covenant brillaron al recordar la caamora, con la cual había redimido a Coercri del suplicio, ganándose así el título de Giganteamigo que la Primera le había otorgado. Pero a través del tumulto, las bromas y risas en las que Encorvado participaba alegremente, las preguntas a las que los haruchai respondían con su característica concisión, los saludos que deslumbraban a Linden y hacían que Covenant enderezara su espalda como si quisiera ser más alto, la Primera se dirigió seriamente a Honninscrave para comunicarle su decisión de ayudar a Covenant en su pesquisa. Y le habló de la urgencia del caso, del creciente chancro del Sol Ban y de la dificultad de encontrar el Árbol Único y hacer un nuevo Bastón de La Ley a tiempo de impedir que el Sol Ban hiciera pedazos el mismo corazón de la Tierra. El capitán dio su aprobación y se dispuso a actuar rápidamente. Cuando ella le preguntó por el estado de las provisiones del barco gigante, le respondió que el segundo de a bordo había reaprovisionado el dromond mientras esperaban en el litoral del Gran Pantano. Luego, empezó a llamar a la dispersada tripulación para que se reuniera.

Muchos de los gigantes protestaron, naturalmente, y preguntaron por la historia de la Aflicción. Covenant estaba ensimismado, quizás pensando en la forma que el Clave alimentaba el Fuego Bánico y el Sol Ban con sangre. Honninscrave no vaciló.

—¡Paciencia, holgazanes! —les dijo—. ¿Sois gigantes y no podéis tener un poco de paciencia? Dejad que la Historia guarde su turno y volved a la labor de los mares. ¡La Primera nos requiere con urgencia!

La orden entristeció a Linden. La ebullición de aquellos seres era lo más alegre que había visto en mucho tiempo. Y también pensó en la posibilidad de que Covenant deseara tener la oportunidad de saborear lo que había logrado allí. Pero lo conocía lo bastante bien para darse Cuenta de que él no aceptaría ningún honor, si antes no era persuadido de su conveniencia. Acercándose a él, le dijo, levantando la voz por encima del bullicio:

—Berek encontró el Árbol Único y no dispuso de gigantes que le ayudaran. ¿A qué distancia puede estar?

El no la miró. Su atención estaba puesta en el aromona. Detrás de su barba había una expresión entre alegre y nerviosa.

—Sunder y Hollian harán todo lo que puedan —prosiguió Linden—. Y esos haruchai que has despedido no se van a quedar cruzados de brazos. El Clave ya se halla en dificultades. Podemos permitirnos un poco de tiempo.

Su mirada no cambió de dirección. Pero ella sintió que empezaba a interesarse.

—Dime —murmuró Covenant, en un tono de voz apenas audible entre las voces de los gigantes, que formaban grupo con los haruchai, esperando a lo largo del muelle—. ¿Crees que debí intentar la destrucción del Clave, cuando tuve oportunidad de hacerlo?

La pregunta chocó contra los nervios de Linden. Se parecía demasiado a otra pregunta que él podía haberle formulado en el caso de que la hubiera conocido más profundamente.

—Algunas infecciones hay que cortarlas de raíz —respondió con sequedad—. Si no atacas a la enfermedad de alguna forma, abandonas al paciente. ¿Crees que esos dedos te fueron cortados sin necesidad?

Enarcó las cejas, y la miró como si estuviera desviándolo de sus principios personales, logrando que desconfiara de ella hasta el punto de hacer imposible la paz entre ambos. Los músculos de su garganta estaban tensos cuando preguntó:

—¿Es eso lo que hubieras hecho tú?

Ella no podía retroceder. Gibbon le había dicho: Tú has cometido un crimen. ¿Acaso estás libre de maldad? De pronto estuvo segura de que Covenant habría pensado como el Delirante. Luchando para ocultar que se traicionaba a sí misma, respondió:

—Sí. ¿Para qué otra cosa tienes todo ese poder?

Ella ya sabía demasiado bien cuánto le gustaba el poder.

—No para eso. —A su alrededor se hizo el silencio, en espera de una decisión. Aquella inesperada quietud, hizo que su vehemencia sonara como una promesa extendiéndose sobre el mar. Pero él ignoró a su audiencia. Mirando de frente a Linden, exclamó—: Ya he matado a veintiuno de ellos. Tengo que hallar otra respuesta.

Ella pensó que seguiría hablando, pero un momento después pareció ver y reconocer su confusión, aunque quizás no conocía la causa. En seguida se volvió, dirigiéndose a la Primera, a quien dijo con suavidad:

—Me encontraría mejor si zarpáramos.

Ella asintió, pero no hizo ningún movimiento para complacerlo. En lugar de ello, sacó su espada, cogiéndola con ambas manos como un saludo.

—Giganteamigo. —Cuando hablaba, había un grito en sus palabras, aunque su voz era apacible—. Has hecho un favor a nuestro pueblo que tenemos que pagarte. Lo digo en nombre de la Búsqueda y de la Visión de la Tierra —la Primera miró a Soñadordelmar—, que sigue guiándonos aunque yo haya escogido otro camino para el mismo objetivo. —La cara de Soñadordelmar se encogió alrededor de la cicatriz blanca que corría debajo de sus ojos, a través del puente de la nariz, pero no se permitió mostrar protesta alguna. La Primera concluyó—; Covenant, Giganteamigo, estamos a tu disposición mientras tu propósito siga en pie.

Covenant quedó silencioso; era un hombre cogido entre la gratitud de otros y sus propias dudas. Pero inclinó la cabeza ante la Primera de la Búsqueda.

Aquel gesto impresionó a Linden. Fue como si hubiera encontrado la gracia en sí mismo, o tal vez, la capacidad de valorar la ayuda ajena. Pero al mismo tiempo quedó aliviada al eludir los conflictos escondidos que habían empezado a emerger durante sus preguntas.

La Primera dijo, firmemente:

—Vamos a zarpar.

Linden siguió sin vacilar a los gigantes hacia el Gema de la Estrella Polar. El casco del barco se elevaba muy por encima de su cabeza. Cuando puso sus manos y pies en la gruesa escalerilla de cuerda que la tripulación sujetaba para ella, tuvo la impresión de que la altura aumentaba, como si las dimensiones del barco fueran aún mayores de lo que parecían desde la costa. Pero Cail ascendía detrás de ella, protegiéndola, y los gigantes subían por todos lados. Cuando cruzó la barandilla y pisó la cubierta se libró de su desconcierto. Entrar en el dromond era como hacerlo en un país encantado. Sin experiencia en aquel medio no podía extender su percepción muy lejos de su entorno; pero el granito próximo a ella le parecía tan vital como la madera viva. Casi esperaba que brotara resina de las superficies del barco gigante. Y esta sensación se intensificó mientras sus compañeros subían a bordo. Debido a su vértigo y a su media mano, Covenant tenía dificultades en ascender por la escalerilla; pero Brinn le ayudó hasta que puso los pies en cubierta. Vain no tuvo dificultades para seguir a Covenant y a Linden. Al llegar, se quedó inmóvil como una estatua, siempre sonriendo en negro, siempre mostrando su sonrisa ambigua. Ceer y Hergrom aparecieron entre las cuerdas. Cada par de pies que tocaban la piedra hacían que el Gema de la Estrella Polar irradiara más energía, al menos en el ánimo de Linden. Aún a través de sus zapatos, sentía que el granito era demasiado poderoso para ser sojuzgado por cualquier mar.

El sol iluminaba los muelles, hacía destellar las olas que chocaban suavemente a lo largo del casco del buque y brillaba en la faz de Coercri como si este día se produjera el primer amanecer desde la destrucción de los Sinhogar. Cumpliendo las órdenes de Honninscrave, algunos de los gigantes se colocaron en posición de soltar las amarras. Otros subieron a la arboladura, trepando por los gruesos cables, ágiles como niños. Otros estaban debajo, donde Linden podía sentir como cuidaban la vida interior del barco. En pocos momentos, las velas inferiores empezaron a ondularse con la brisa y el Gema de la Estrella Polar se hizo a la mar.