VEINTISIETE. Giganteamigo

A la mañana siguiente, el dromond Gema de la Estrella Polar llegó con deslumbrantes velas blancas, como si hubieran sido recién creadas por el reflejo del Sol en el mar azul. Apareció como un gran castillo de piedra, impulsado amablemente por el viento. Bello, grande y rápido, en concordancia con la gracia y fortaleza de los gigantes.

Covenant observaba su acercamiento desde lo alto del peñasco de Coercri. Estaba sentado bastante lejos del borde por su temor a las alturas, pero lo suficientemente cerca para tener una buena vista. Linden, Sunder y Hollian estaban con él, aunque sólo había solicitado la compañía de los dos pedrarianos. Brinn, Cail, Stell y Harn, también estaban allí. Y Vain había seguido a Covenant o a Linden, subiendo a través de la Aflicción, aunque no ofrecía ninguna explicación del porqué lo había hecho. Sólo Hergrom y Ceer esperaban abajo con los gigantes.

Antes, Sunder había dicho a Covenant cómo había sido salvado al fallarle su poder. Linden lo había estado observando entre el fuego, leyendo su magia indomeñable y midiendo los límites de su duración. Un momento antes de haberse apagado la llama blanca, dio el aviso. Soñadordelmar se había lanzado al fuego, saliendo por el otro lado con Covenant en sus brazos, ileso. Ni sus ropas llegaron a quemarse.

De madrugada se despertó del sueño más tranquilo que había tenido en toda su vida. El Sol tocaba la parte superior del peñasco de la ciudad, iluminando las caras de Linden y de la Primera, que estaban sentadas mirándole. La Primera mostraba su belleza de hierro como si tras ella yaciera una profunda gentileza. Pero la mirada de Linden era ambigua, indecisa.

En tono seco, preguntó:

—¿Por qué no me dijiste lo que ibas a hacer?

—No me atreví —respondió él, diciéndole la verdad—. Tenía demasiado miedo. Aún me cuesta admitir lo que hice.

Ella cambió de posición, quedando algo más apartada.

—Pensé que te habías vuelto loco.

El suspiró, permitiéndose expresar, al menos, parte de su soledad.

—Puede que sea así. A veces es difícil ver la diferencia.

Ella arrugó la frente y se quedó en silencio, mirando hacia el mar iluminado por la salida del Sol. Después de un momento, La Primera empezó a hablar.

—Thomas Covenant —dijo—. No sé hasta que punto estás relacionado con el destino de la Búsqueda. No he visto el Sol Ban con mis propios ojos, ni he encontrado en ninguna persona la maldad de ese que llamáis el Despreciativo. Tampoco he sentido en mi propio corazón señales que me indiquen lo que se debe hacer. Pero Encorvado me pide que confíe en ti. Cable Soñadordelmar ha tenido una visión de curación, cuando había llegado a creer que no había forma de curación para el Mundo. Respecto a mi… —la Primera tragó con esfuerzo—, me gustaría seguir a un hombre que pudiera traer la paz a los desventurados.

«Giganteamigo —prosiguió, conteniendo su emoción con formalidad—, la Búsqueda te llevará a la Tierra de Elohim. Creemos que allí podrás obtener ese conocimiento sobre el Árbol Único. Si es así, te acompañaremos hasta el Árbol, esperando una respuesta al peligro de la Tierra. Esto lo haremos en el nombre de nuestro pueblo que ha sido redimido de su condena.

Con la mano se quitó las lágrimas y se alejó, dejándolo como si aquello fuera la realización de sus sueños.

Covenant se levantó porque todavía había cosas que hacer, necesidades que cubrir, responsabilidades a considerar. Habló con los pedrarianos, los llevó a la parte más alta del peñón, junto con Linden y los haruchai. Vain los siguió. Allí se sentaron dándole la cara a la mañana, al mar y a la desconocida Tierra.

Le hubiera gustado estar solo con el recuerdo de su caamora. Pero veía que se acercaba la hora de su salida del Reino. Iba a zarpar con el mismo viento salado que movía su cabello y su barba, sabiendo que no había alternativa. Cada día se sacrificaban vidas para alimentar al Sol Ban. La necesidad del Reino era una carga que no podía llevar solo.

Durante un tiempo estuvo intercambiando silencio con sus compañeros, pero al final encontró la fuerza de voluntad suficiente para hablar.

—Sunder. Hollian. —Estaban atentos como si él se hubiera convertido en una figura decisivamente importante. Se sintió como un verdugo cuando dijo—: No quiero que vengáis conmigo.

Los ojos de la eh-Estigmatizada se abrieron como si él la hubiera abofeteado sin aviso ni causa. La sorpresa y el disgusto hicieron a Sunder decir:

—¿Ur-Amo?

Covenant trató de disculparse.

—Lo siento. Es duro decirlo. Pero no significa lo que parece. —Trató de controlarse—. Hay algo más que quiero que hagáis.

Hollian frunció el entrecejo compartiendo la confusión de Sunder.

—Es el Sol Ban —dijo—. Voy a abandonar el Reino para tratar de hallar el Árbol Único. De esta forma espero restituir el Bastón de la Ley. No sé que más puedo hacer, pero el Clave… —Covenant carraspeó ante la cólera que subía por su garganta—. No se cuánto tiempo estaré fuera y cada día que pasa matan a más gente. Alguien tiene que detenerlos. Y quiero que seáis vosotros.

Hablaba mirando al mar como temiendo la reacción de sus amigos.

«Quiero que regreséis a las Tierras Altas, que visitéis los pueblos, cada pedraria y cada fustaria que podáis encontrar. Contadles la verdad del Clave. Convencedlos. Impedidles rendirse a los Caballeros. Para que el Sol Ban no lo destruya todo antes de que yo vuelva.

—Thomas Covenant —dijo Sunder con los puños cerrados—, ¿has olvidado Pedraria Mithil? ¿Has olvidado Fustaria Poderdepiedra? El pueblo del Reino sacrifica a extraños para satisfacer sus propias necesidades de sangre. No vamos a convencer a nadie. Seremos sacrificados en la primera pedraria que encontremos.

—No. —Covenant sacudió la cabeza. Sabía lo que quería hacer y estaba seguro de ello—. Dispondréis de algo que los hará escuchar. Y también podréis usarlo para defenderos si tenéis necesidad de ello. Con ambas manos sacó su enfundado krill del cinturón y lo puso ante Sunder.

—¿Covenant? —El Gravanélico, atónito, miró a Linden y a Hollian, y luego nuevamente a Covenant. Linden estaba sentada con los ojos bajos, contemplándose los dedos que tocaban la piedra. Pero la cara de Hollian se iluminó en reconocimiento—. El krill es tuyo —murmuró Sunder, al tiempo que pedía comprensión—. Yo soy un Gravanélico. Nada más. ¿De qué puede servirme este talismán?

Covenant le manifestó su esperanza.

—Creo que puedes acoplarte a él lo mismo que lo hiciste con el rukh de Memla. Creo que puedes utilizar el krill de la misma forma que usas la Piedra del Sol. Y si los unes, no necesitarás sangre para obtener fuego. Puedes usar el krill para excitar al orcrest. Podrás obtener agua, hacer crecer plantas, hacerlo todo. Sin sangre. Cada pueblo te escuchará por ello. No se atreverán a matarte. Tratarán de retenerte para que les ayudes.

»Y eso no es todo. Esto es poder. La prueba de que el Sol Ban no es toda la verdad. La prueba de que tienen una alternativa, de que no están obligados a obedecer al Clave ni a permitir que los desangren.

Con una de sus manos, apartó parte de la tela que cubría el krill para que brillara en las caras de sus compañeros.

»Sunder —imploró—. Hollian. Tomadlo. Convencedlos. Todos somos responsables. Todos los que sabemos que el na-Mhoram es un Delirante. No permitáis que el Clave siga matando gente. —La luz del krill llenaba sus órbitas. No pudo ver cómo respondían sus amigos—. Dadme una oportunidad de salvarlos.

Por un momento temió que los pedrarianos rehusaran la responsabilidad que les ofrecía. Pero al final Sunder recogió el krill y cubrió nuevamente la gema con la tela. Con cuidado, envolvió de nuevo la espada, colgándola en el cuero de su vestimenta. Sus ojos resplandecieron como ecos de fuego blanco.

—Thomas Covenant —dijo—, ur-Amo e Incrédulo, portador del Oro Blanco. Te doy las gracias. Es cierto que mi corazón no tenía mucha apetencia por esa expedición a través de desconocidos mares y tierras. No tengo conocimiento de tales cosas y poca fortaleza para ello. Tú tienes gigantes a tu lado, haruchai, y el poder del oro blanco. Yo allí ya no puedo serte de ninguna utilidad.

»He aprendido que el Sol Ban es malvado. Pero es un malvado que puedo comprender y confrontar. —La cara de Hollian se reafirmaba en sus palabras. Su mirada era un destello de gratitud—. Deseo hacer algo por mi pueblo. Hacer algo contra el Clave, que tanto daño ha hecho a nuestras vidas.

Covenant parpadeó a las repeticiones de plata que se interponían en su visión. Estaba demasiado orgulloso de Sunder y Hollian para hablar.

Entonces se levantaron.

Ur-Amo —dijo el Gravanélico—. Haremos lo que dices. Si algún mortal puede asestar un golpe al Clave, somos nosotros. Puedes estar seguro. Tú has restaurado en mí a Nassic, mi padre. Puedes confiar en nosotros mientras vivamos.

—Y seremos rápidos —añadió Hollian— porque sólo somos dos y el Sol Ban está en todo el Reino.

Covenant no se había dado cuenta de que Stell y Harn se habían retirado discretamente; pero ahora volvían llevando provisiones en sus espaldas. Antes de que Covenant o los pedrarianos pudieran hablar, Brinn dijo:

—El Sol Ban es efectivamente muy vasto. Pero no tendréis que luchar solos. Los haruchai no nos rendiremos a su servicio. Y yo te digo que mi pueblo tampoco sufrirá el azote del Clave sin oponerse. Podéis contar con nuestra ayuda dondequiera que vayáis; pero muy especialmente cuando actuéis cerca de Piedra Deleitosa.

Sunder no sabía cómo dominar su voz. Los ojos de Hollian estaban humedecidos y reflejaban la luz del Sol.

El verlos, allí de pie, con todo su valor, hizo derrumbarse la frágil serenidad de Covenant.

—Podéis marcharos ya —dijo secamente—. Volveremos. Contad con ello.

En un arranque de emoción, Hollian le rodeó el cuello con sus brazos y le besó la cara. Luego fue hacia Linden. Linden le devolvió su abrazo emocionadamente. Un momento después, los pedrarianos abandonaron el peñasco. Stell y Harn los siguieron.

Covenant los observó. Los dos haruchai se movían como si nada pudiera nunca cambiar su talante. Pero Sunder y Hollian andaban como personas que acabaran de recibir el mayor regalo de su vida. Eran gente normal, insignificantes en comparación con la tarea que tenían que cumplir. Sin embargo, su valor era extraordinario. Cuando pasaron por el escollo donde se encontraba el faro en ruinas, iban abrazados.

Después de un momento, Linden rompió el silencio.

—Has hecho bien —su voz llevaba una máscara de severidad—. Ellos se han sentido incómodos desde que abandonamos el Declive. El Sol Ban es el único mundo que conocen. Y han perdido todo lo demás. Necesitan hacer algo personal e importante. Pero tú… —Le miró como si en sus ojos él hubiera llegado a ser un objeto de temor y de deseo—. No te conozco a ti. No sé si eres el hombre más fuerte que he conocido, o el más débil. Con todo el veneno en ti, todavía… No sé lo que estoy haciendo aquí. —Sin pausa, como si todavía estuviera preguntando sobre la misma cuestión, dijo—: ¿Por qué les has dado el krill? Creí que lo necesitabas. Es un arma contra Vain.

Sí, pensó Covenant, respirando profundamente. Y una alternativa a la magia indomeñable. Eso es lo que pensé. Pero aceptando el krill, Sunder y Hollian, han hecho de él una vez más un instrumento de esperanza.

—No quiero más armas —dijo—. Ya soy demasiado peligroso.

Ella mantuvo su mirada. La súbita claridad de su expresión le indicó que de todas las cosas que le había dicho esta, al menos, la comprendería.

Luego, un grito llegó de Coercri.

—¡Giganteamigo! —Era la voz de Encorvado—. ¡Ven! ¡El Gema de la Estrella Polar se acerca!

Los ecos aún seguían en la mente de Covenant después de que la llamada hubiera terminado. Giganteamigo. El era quien era, un hombre normal, mutilado por la soledad, la responsabilidad y la amargura. Pero finalmente se había ganado el título que la Primera le había concedido.

El dromond se acercó, virando poco a poco, ágilmente, hacia los muelles. Lleno de gigantes que plegaban las velas.

Con cuidado, igual que un hombre que no quiere morir, Covenant se levantó y, con Linden, Brinn y Cail, abandonó el peñón. Luego bajaron hasta el barco.