Cinco días después, llegaron al borde del Llano de Sarán, abandonando la jungla y los terrenos pantanosos hacia última hora de la tarde, bajo un cielo sin nubes. Los sur-jheherrin eran inesperadamente rápidos y su conocimiento del Llano era perfecto; iban a un paso que Covenant no hubiera podido seguir sin ayuda. Sunder y Hollian por su parte, estaban en condiciones poco mejores. De haber marchado por su cuenta, hubieran adelantado mucho menos y tal vez hubiesen muerto.
Por ello, durante una gran parte del día, los gigantes los llevaron a cuestas. Soñadordelmar aún llevaba a Linden en sus brazos, inclinada para proteger su pierna; Sunder iba sentado contra la espalda de la Primera, usando su escudo como apoyadura; Hollian viajaba sobre los deformados hombros de Encorvado; y Covenant iba sostenido en el ángulo del codo de Honninscrave. Nadie protestó de esta disposición. Covenant estaba demasiado cansado para sentir vergüenza de su necesidad de ayuda, y el peligro le prevenía sobre cualquier otra forma de orgullo.
A intervalos, durante los últimos cinco días, el aire gritaba, atemorizándolos. Contra ello, no había otro remedio que huir. Cuatro veces fueron amenazados. Dos veces las hordas de skest aparecieron entre oscuras corrientes y charcas de alquitrán; dos veces, el mismo acechador atacó.
Pero, ayudados por los sur-jheherrin y las grandes provisiones de leña, pudieron repeler a los skest. Y también Covenant hacía frente al acechador con la luz de su krill, lanzando fuego blanco de su gema, hasta que el acechador se acobardaba y huía, llorando demencialmente.
Siempre que había ocasión, durante los períodos de descanso o de viaje menos frenético, Honninscrave hacía preguntas a los sur-jheherrin para obtener conocimientos de ellos. Su historia era muy concisa, pero delineaba con suficiente claridad los rasgos de su pasado.
Hubo un tiempo, que debía ser medido por siglos, después de la caída de la Guarida del Execrable, los jheherrin, habían seguido viviendo en sus casas, sin atreverse a confiar en su redención, a confiar en que su existencia era aceptada. Pero al fin recibieron una prueba lo suficiente clara para sus temerosos corazones. Libres del poder del Despreciativo y del poder corruptivo de la piedra Illearth, los jheherrin habían adquirido nuevamente la capacidad de tener hijos. Aquello era redención, sin duda. Llamaron a sus hijos los sur-jheherrin para marcar su nueva libertad. En la edad que siguió, aquellos seres blandos empezaron una larga migración que los llevó lejos del lugar de su anterior horror.
De la cueva al charco de lodo, de la ciénaga al pantano, de las cavidades al lecho del río, viajaron hacia el Norte durante años, buscando terreno donde poder desarrollarse. Y hallaron todo cuanto necesitaban en el Sarán. Para ellos era un lugar seguro. Su carne de arcilla y adaptabilidad, su habilidad para vivir en profundidades de tierra movediza y corrientes, encajaba a la perfección con el Llano. Y al vivir seguros olvidaron sus viejos temores, convirtiéndose en criaturas que podían afrontar el dolor y el riesgo si necesitaban salir a la superficie.
Por tanto, la gratitud al Ser Puro creció a lo largo de las generaciones. Cuando vieron gigantes en peligro, su decisión de ir en su ayuda fue tomada sin dudar un instante por todos los sur-jheherrin del Llano de Sarán.
Con aquella ayuda, la expedición llegó finalmente al estrecho espacio saludable que hay entre el extenso y peligroso Sarán y las colinas colindantes de Línea del Mar. La expedición estaba huyendo del más desesperado asalto de los skest, pero de pronto, los árboles dejaron ver entre sus copas un claro cielo cerúleo como un regalo. El olor a helechos sustituyó al hedor de podredumbre y a los peligros del Llano. Enfrente, se levantaban las colinas cubiertas de hierba como almenas de un lugar seguro.
Los gigantes cruzaron corriendo una corta distancia, como Ranyhyn disfrutando de la libertad; luego se volvieron para mirar detrás de ellos.
Los skest se habían esfumado. El aire estaba tranquilo, sin codicia ni rabia, libre de cualquier sonido, excepto el canto de los pájaros y la risa. Incluso el suelo que tenían bajo sus pies era más seguro, sin trepidación.
Los sur-jheherrin se volvieron al Llano, como para evitar que les dieran las gracias. En seguida Covenant abandonó el brazo de Honninscrave y volvió a los límites de la jungla, tratando de encontrar las palabras que quería, pero su corazón se había vuelto como tierra salvaje en la que no crecían palabras. No pudo hacer nada más que mirar silenciosamente a través de los árboles con el Sol en su cara, pensando: Vasallodelmar estaría orgulloso.
La Primera se volvió para dedicar una última mirada al Sarán, con una desacostumbrada dulzura en sus ojos. Brinn fue detrás de ella, seguido por todos los demás. Se quedaron allí unos momentos, como en homenaje a la incuestionable nobleza y dignidad de los sur-jheherrin.
Más tarde, los haruchai abrieron sus provisiones y prepararon una comida. Allí, entre el Sarán y Línea del Mar, se alimentaron y trataron de medir las implicaciones de su situación.
Linden estaba sentada, despierta y con aspecto cansado, con la espalda apoyada en la espinilla de Soñadordelmar. Necesitaba apoyarse debido al rígido entablillado de su pierna izquierda. Había despertado un día y medio después de producirse la herida y se había esforzado en asegurar a sus compañeros que su tobillo se estaba recuperando debidamente. La diamantina era un potente calmante. Pero desde entonces, Covenant no había tenido ocasión de hablar con ella. Aunque la cara de Soñadordelmar mostraba una constante infelicidad, cuidaba a Linden como si fuera una niña.
Covenant sentía grandes deseos de hablar con ella. Pero en aquel momento sentado entre los helechos con el Sol de la tarde tocando sus hombros, al pasar hacia el ocaso, estaba preocupado por otras cuestiones. Los gigantes le habían llevado hasta allí; pero no estaban convencidos de que debían prestarle la ayuda que necesitaba. Y había prometido narrarles la historia de los Sinhogar. No sabía de donde iba a sacar la fuerza para contarla.
Sin embargo, tenía que decir algo. Sunder y Hollian se habían retirado en busca de un refugio privado. Covenant lo comprendió. Después de todas sus pérdidas, tenían ante ellos un mundo para el cual no estaban preparados… un mundo sin el Sol Ban que los hacía valiosos a sus compañeros. Pero los gigantes estaban allí, esperando, sentados alrededor de las llamas, para escuchar sus argumentos de apoyo a su petición de ayuda. Algo tenía que decir. Algo que no estaba en él.
Por fin, la Primera rompió el silencio.
—Giganteamigo —dijo, usando el título que gentilmente le había dado— tú has conocido gigantes. Al pueblo de tu amigo, Corazón Salado Vasallodelmar. Deseamos mucho escuchar su historia. Hemos visto en ti que no es una historia grata; pero los gigantes decimos que el júbilo está en las orejas que escuchan, no en la boca que habla. Nosotros sabremos como escuchar con placer, aunque el contarlo te aflija.
—Placer. —Covenant tragó, rompiendo su voz. Las palabras de la Primera parecían haber echado abajo el poco valor que le quedaba. Sabía lo que harían los gigantes cuando escucharan su historia—. No, todavía no estoy preparado.
Desde su sitio, al lado de Covenant, Brinn dijo:
—La historia es conocida entre los viejos narradores de los haruchai —se acercó más al fuego y vio una repentina consternación en la cara de Covenant—. Yo la contaré, aunque no se me ha enseñado a contar historias.
A pesar de su desapasionada expresión, su mirada demostraba que estaba ofreciendo un regalo, ofreciéndose a llevar una de las cargas de Covenant.
Pero Covenant conocía la historia demasiado bien. Lo ocurrido a los Guardianes de Sangre y su juramento estaba sólidamente enlazada con la desgracia de los gigantes de Línea del Mar. En su honestidad de haruchai, Brinn revelaría seguramente partes de la historia que Covenant nunca escogería para contar. Brinn diría que la misión de Korik a la tierra de los Sinhogar había llegado a Coercri con el Amo Hyrim durante la matanza de los gigantes por un Gigante-Delirante. Tres de los Guardianes de Sangre sobrevivieron y lograron matar al Gigante-Delirante y apoderarse de un fragmento de la piedra Illearth. Pero la piedra los había corrompido, poniéndolos al servicio del Amo Execrable, y aquella corrupción había trastornado a la Escolta de Sangre y la llevó a romper su juramento, abandonando los Amos durante el peligro más grave. Seguramente, Brinn describiría estas cosas como si no fuera un gran pesar para su pueblo, como si no fueran la causa de que un grupo de haruchai hubieran vuelto al Reino para ser presa de los carniceros del Clave. Covenant no podía permitirlo. La Escolta de Sangre siempre se había juzgado a sí misma por unas reglas que ningún mortal podía comprender.
—No. —Covenant casi se exasperó. Miró a Brinn y, a través de su mirada le dio la única respuesta que tenía. No tienes que hacer eso. Eso pertenece al pasado. No fue culpa de ellos. «La corrupción presenta muchas caras». Repetía las frases de Bannor. «La inculpación es una cara más estética que las otras, pero no deja de ser una máscara para el Despreciativo». ¿Sabes que el Execrable mutiló a aquellos tres guardianes? ¿Y que los convirtió en mediamanos? Te lo contaré cuando esté preparado. Está en mi cabeza.
Una sombra de presagio le dijo que los haruchai iban a morir por su culpa.
Brinn lo estudió durante un momento. Luego el haruchai se encogió levemente y retrocedió para ocupar su sitio guardando la espalda de Covenant. Covenant se quedó sin nada entre él y los ojos expectantes de los gigantes.
—Giganteamigo —dijo la Primera, lentamente—, tales historias han de ser compartidas. Un hecho sin contar atormenta el corazón. Pero yo no te pido que ayudes a tu corazón. Yo pido por mí. Tu historia concierne a mi pueblo y yo soy la Primera de la Búsqueda. Has hablado del Sol Ban que tanto daño hace a la Tierra. Mi deber está allí. En el Oeste. La Visión de la Tierra de Soñadordelmar es clara. Debemos descubrir a ese ser maligno y oponernos a él. Y aún tú deseas nuestra ayuda. Tu preguntas por nuestro gran dromond Gema de la Estrella Polar. Tú aseguras que tu camino es el camino correcto de la Búsqueda. Y tú rehúsas hablarnos de algo que concierne a nuestro pueblo.
«Thomas Covenant, insisto en que cuentes tu historia porque debo tomar una determinación. Sólo la historia puede guiarme a la verdad que busco. Careciendo del conocimiento que mueve tu corazón, carezco de medios para juzgar tus planes y tus deseos. Debes hablar.
¿Debo? En su pobreza emocional, habría querido gritar: ¡No sabes lo que estás pidiendo! Pero los gigantes le miraban con unos ojos interrogantes que mostraban su preocupación. Honninscrave se parecía a Vasallodelmar como si fuera la reencarnación del mismo. La mirada de Soñadordelmar parecía la de su Visión de la Tierra. La sonrisa de Encorvado era difícil de descifrar. Covenant gimió interiormente.
—Esas colinas… —gesticuló, señalando al Este y moviendo su media mano como un hombre que acabara de agarrar las únicas palabras posibles—, …son el límite de Línea del Mar, donde los gigantes que conocí solían habitar. Tenían una ciudad en el mar, Coercri… La Aflicción. Quiero ir allí.
La Primera no habló ni parpadeó. Cerró su puño y trató de mantenerse tranquila.
—¿Es allí donde fueron asesinados?
Los ojos de Honninscrave se encendieron. Encorvado respiró a través de dientes, produciendo un silbido.
—¿En sus casas?
—Sí.
La Primera de la Búsqueda miró a Covenant. El vio reunidas en su mirada desaliento, duda y juicio como sombras de mar detrás de sus ojos. A pesar de su temor, él estaba extrañamente seguro que su indignación le daría lo que él deseaba.
En su tono duro y frío, ella dijo:
—Honninscrave volverá al Gema de la Estrella Polar y lo llevará más al Norte. Nos reuniremos en esa Coercri. Así podré preparar mi respuesta a tus deseos, si tu historia me convence. Y a los otros de la Búsqueda les gustara, seguramente, ver una ciudad de gigantes en esta perdida tierra.
—Thomas Covenant, yo esperaré. Te acompañaremos a la costa de Línea del Mar. Pero… —Su voz cortó el aire como una espada en sus manos— …quiero escuchar esa historia de asesinatos.
Covenant asintió. Cruzó los brazos sobre sus rodillas y escondió su cara entre los codos; necesitaba estar solo con su inútil pesar. Oirás la historia. Ten piedad de mí.
Sin decir una palabra, Honninscrave empezó a preparar las cosas que tenía que llevarse. Luego se alejó, a grandes pasos, hacia el mar, como si los gigantes no tuvieran necesidad de descansar nunca.
El ruido de Honninscrave en la preparación de su partida, pareció aumentar el cansancio de Covenant. Cuando se hubo marchado se dispuso a dormir como si no esperara despertarse nunca.
Pero salió de sus sueños bajo la plena luz de la luna. En las últimas llamas del fuego pudo ver a los gigantes y a los pedrarianos durmiendo. Observó el reposo de los morenos rostros de los haruchai. Vain estaba de pie en el último ángulo iluminado, mirando a nada como un profeta en trance.
Un brillo de color rojo naranja, reflejado por los ojos de Linden revelaba que también ella estaba despierta. Deseaba dormir, pero su deseo de hablar con ella se impuso. Moviéndose silenciosamente, fue a su lado.
Ella le saludó con un movimiento de cabeza, en silencio. Mientras él se sentaba, ella siguió contemplando las brasas.
No sabía cómo empezar. No encontraba las palabras adecuadas. Tentativamente, preguntó:
—¿Cómo está tu pierna?
El susurro de ella salió de la oscuridad como una voz de otro mundo.
—Ahora comprendo como debió sentirse Lena.
¿Lena? La sorpresa y la vergüenza lo dejaron mudo. El le había hablado del crimen cuando ella no quería oírlo. ¿Qué significaba para ella ahora?
—Tú la violaste; pero ella creyó en ti y te perdonó. Lo mismo me ocurre a mi ahora.
Luego se quedó callada. El esperó durante un momento largo. Entonces dijo, en un susurro lleno de tensión:
—Cuéntame.
—Casi todo es una violación. —Hablaba tan bajo que él apenas podía oírla—. El Sol Ban. El Sarán. Cuando aquel Delirante me tocó, me sentí como si el Sol Ban estuviera dentro de mí. No se cómo puedes vivir con ese veneno dentro. Algunas veces, incluso no puedo ni mirarte. Aquel toque me negó todo lo que soy. He pasado la mitad de mi vida luchando para ser médico. Pero cuando vi a Joan, me quedé tan horrorizada… No puedo dejar de pensar en eso. Me convirtió en una mentira. Y por ello que te seguí.
«Aquel Delirante… me produjo el mismo sentimiento que Joan, pero mil veces peor. Antes de aquello podía, por lo menos, sobrevivir, soportar lo que veía… El Sol Ban, lo que hizo al Reino… porque pensé que era una enfermedad, pero cuando él me tocó, lo convirtió todo en maldad. Mi vida entera. Lena debió sentirse así».
Covenant juntó sus manos y esperó. Pocos momentos después, ella prosiguió:
«Pero me duele el tobillo. Puedo sentirlo. Cuando se rompió pude ver dentro de él, ver todo lo que se necesitaba hacer, como volver a colocar los huesos en su sitio y supe cuando estuvieron colocados correctamente, y ahora puedo sentir que me duele. Están soldándose exactamente como han de hacerlo. Los tejidos, los vasos sanguíneos y los nervios». —Hizo una pausa como si no pudiera poner toda su emoción hablando en voz baja—. Y esa diamantina acelera el proceso. En pocos días podré volver a caminar.
«Lena debió sentirse así, o de lo contrario no te hubiera soltado. Covenant —su tono era una súplica de comprensión—, necesito curar cosas. Lo necesito. Por eso me hice médico, y por eso no puedo soportar este mal dentro de mí. Es algo que no puedo curar. No puedo curar almas. No puedo curarme a mí misma.
El quería comprenderla y se esforzaba en comprenderla. Sus ojos reflejaban las brasas del fuego como ecos de súplica. Pero tenía tan pocos conocimientos de lo que era, y del proceso que la había llevado a ser como era… Sin embargo, conocía sus necesidades, aunque superficialmente. Con un esfuerzo se tragó su incertidumbre, su temor.
—El Árbol Único —dijo—. Lo encontraremos. Los gigantes saben a quien preguntar para encontrarlo. Haremos un Bastón de la Ley. Tú podrás irte a casa. De alguna manera.
Ella apartó la mirada, como si no fuera la respuesta que deseaba oír, pero cuando habló, dijo:
—¿Crees que nos van a ayudar? Soñadordelmar no quiere hacerlo. Puedo verlo. Su visión de la Tierra es como lo que yo siento. Pero él la tiene todo el tiempo. La distancia no importa. El Sol Ban lo carcome continuamente. El quiere afrontarlo. Luchar contra él. Terminar con todo lo que le pasa, y la Primera confía en él. ¿Crees que podrás convencerla?
—Sí. —¿Qué otra cosa podía ofrecerle? Hacía promesas que no podía mantener porque no tenía otra cosa que darle—. A ella no va a gustarle. Pero encontraré la forma.
Linden asintió como si lo hiciera para sí misma. Durante un rato estuvo callada, haciendo vagar su mirada sobre los carbones, aislándose porque necesitaba valor y sólo sabía buscarlo en soledad. Luego susurró:
—Yo no puedo volver al Sol Ban. —Estas palabras fueron casi inaudibles—. No puedo.
Al escucharla, Covenant hubiera querido decirle: No tendrás necesidad de volver. Pero era una promesa que no se atrevía a hacerle.
En Andelain, Mhoram había dicho: La cosa que buscas no es la que parece ser. Al final debes volver al Reino. ¿No es lo que parece…? ¿No es el Árbol Único? ¿El Bastón de la Ley?
Aquel pensamiento lo arrancó del lado de Linden. No podía enfrentarse a él. Fracasado, volvió a sus mantas, acariciando su aprensión hasta que su cansancio lo llevó de nuevo al sueño.
A la mañana siguiente, cuando el amanecer aún permanecía escondido, ondulante y seductor, detrás de las colinas, la expedición partió hacia Línea del Mar.
Ascendieron rápidamente por las colinas, a pesar del estado de Covenant, y se pararon a contemplar entre dos luces, la región que una vez había sido el hogar de Corazón Salado Vasallodelmar. Un viento frío helaba sus caras; y bajo aquella luz libre de cualquier tinte, vieron que el otoño había llegado a aquella noble tierra de Línea del Mar. Debajo de ellos había bosques anidados entre las curvas de las colinas; robles, arces y plátanos mostraban el cambio de estación. Oropelinos gloriosamente engalanados. Y más allá de los bosques se extendían praderas tan lujosamente verdes como el último resplandor del verano.
Al ver Línea del Mar por primera vez, al ver salud y belleza por primera vez, desde que había abandonado Andelain, Covenant se sintió extrañamente seco y deprimido. Parte de él se volvía insensible. Su anillo le pesaba en su media mano, como si por la amputación de dos de sus dedos hubiera perdido la respuesta a sus propias dudas. Allí en Piedra Deleitosa, hombres y mujeres inocentes estaban siendo asesinados para alimentar al Sol Ban. Mientras aquel crimen continuara no había salud en el Mundo.
Y sin embargo, estaba vagamente sorprendido de que Sunder y Hollian no parecieran complacidos por lo que veían. Miraban el otoño, de la misma forma que habían mirado a Andelain, como un canto de sirenas, seductor y falso, portador de la locura. Habían sido enseñados a sentirse amenazados por la belleza natural de la Tierra. En aquel lugar, no sabían quiénes eran. En el Sol Ban y el Amo Execrable habían logrado algo más que la corrupción de la naturaleza. Habían desposeído a gentes de su capacidad humana de vibrar ante la belleza. Nuevamente, Covenant se vio forzado a considerarlos como leprosos.
Pero los otros se mostraban contentos ante aquel panorama. La dura expresión de la Primera se había suavizado; Encorvado rebosaba satisfacción, como si no pudiera disimular su felicidad; el malhumor de Soñadordelmar también se suavizó en cierto modo, permitiéndole sonreír. Los haruchai se quedaron ante la vista erguidos y solemnes como si en sus mentes prevaleciera el respeto por todo aquello que una vez había sucedido en Punta del Mar. Y Linden observó la salida del Sol como si el otoño le ofreciera la paliación de su angustia personal. Vain no mostraba reacción alguna. Al Demondim le era indiferente estar bajo cualquier Sol.
Al final, la Primera rompió el silencio.
—Vamos a seguir nuestro camino. Mi corazón ha concebido el deseo de ver esa ciudad que los gigantes llamaban la Aflicción.
Encorvado soltó una carcajada similar al grito de un cernícalo, extrañamente solitaria. Con paso firme comenzó a caminar bajo la luz de la mañana. Ceer y Hergrom le siguieron. La Primera también siguió. Soñadordelmar se movía con la oscilación de un coloso, tenso y pétreo. Sunder inició la marcha con aprensión; y Hollian se mordía su labio inferior. Juntos marcharon tras los gigantes, flanqueados por Stell y Harn. Y Covenant iba entre ellos como un hombre cuyo espíritu hubiera perdido todos sus resortes.
Descendiendo hacia los árboles, Encorvado empezó a cantar. Su voz era potente y segura como si la mayor parte de su vida la hubiera dedicado a cantar. Sin embargo, su canción elevaba los corazones como trompetas. Su melodía estaba llena de viento y de olas, de sal y de fuerza, de triunfo sobre el dolor. De una manera tan clara como el nuevo día, cantó:
«Dejad que las olas se estrellen en la costa,
dejad que las rocas tengan musgo y mar,
que los riscos sean esculpidos por las tormentas…
que la calma llene las profundidades,
o que el viento sacuda las olas, una
y otra vez.
Nada rompe el equilibrio del Mar y la Piedra,
las rocas y la agresión del agua el hogar conservan.
Somos los gigantes,
nacidos para vivir.
Intrépidos para ir hacia donde nuestros sueños van.
«Dejad que el Mundo sea increíblemente grande,
el Océano vasto como el tiempo…
Dejad que los viajes terminen o se frustren,
que las expediciones hallen hielo o ventisca,
y peregrinos sed para siempre. Vagar…
y vagar…
Nada viola el equilibrio del mar y la piedra
La Tierra y el puerto el hogar conservan.
Somos los gigantes,
nacidos para navegar,
intrépidos para ir donde los sueños van.
Caminaba con esta canción, pasando entre los árboles y el calor de fuego de las hojas, con el anhelo y avidez de escuchar toda historia que el Mundo pudiera contar. Con su canto llevaba a la expedición adelante, iluminaba la mirada de Soñadordelmar, reconfortaba a los pedrarianos como una afirmación hacia lo desconocido y, finalmente, daba una emoción a los pasos desapasionados de los haruchai. Resonaba en la mente de Covenant como la truncada gloria de los árboles, recreaba temporalmente su corazón para seguir, sin desfallecer, caminando por la tierra que había sido el hogar de Vasallodelmar.
Había estado demasiado tiempo bajo el Sol Ban, demasiado tiempo fuera de la tierra que recordaba. Sus ojos pasaban por los árboles y prados, por las vistas y perspectivas, como si aquellas cosas terminaran con el desconcierto, devolviéndole las razones para luchar. Más allá de las colinas, Línea del Mar era una profusión de uvas, como una viña abandonada a su estado salvaje durante siglos, y sobre ella volaban pájaros y toda clase de animales hacían sus nidos. De no haber carecido de la visión de Linden, hubiera podido pasarse días simplemente renovando su sentido de la salud.
Pero estaba condenado a permanecer en la superficie de lo que veía. Ante las leguas que lo separaban de la costa, sesenta o más, la inquietud volvió. A su espalda había gente que moría pagando por cada día de su viaje. Pero no podía viajar más deprisa. Una crisis se estaba desarrollando dentro de él. Poder. Veneno. Odio. Era imposible vivir con la magia indomeñable. Imposible vivir sin ella. Imposible mantener todas las promesas que había hecho. No tenía respuestas. Era un leproso como cualquier leproso. Su tensión era inútil. Tratando de retrasar el tiempo del impacto, del azote de la tormenta de veneno y duda, buscó otras maneras de ocupar su mente.
Linden estaba inmersa en sus propios esfuerzos para recuperarse del daño que el Sol Ban y el Sarán le habían hecho. Sunder y Hollian compartían un aire de desconfianza, como si no supieran lo que estaban haciendo. Por tanto Covenant volvió a los gigantes, a Encorvado, que era tan locuaz como dura la Primera. Sus poco agraciados rasgos se movían grotescamente cuando hablaba; pero su apariencia contradecía su lúcida mirada y su irreprimible humor. Al toque de una pregunta habló del antiguo Hogar de los Gigantes, de los grandes mares del Mundo, de los milagros y misterios del vagar por él. Cuando se excitaba jadeaba al respirar; pero para él, incluso este jadeo era una forma de comunicación, un esfuerzo para comunicar algo esencial de él. Su charla fue larga y llena de divagaciones, apostrofes gigantinos a la eterna grandeza de la piedra y del océano; pero gradualmente empezó a hablar de la Búsqueda y de los gigantes que la encabezaban.
El papel de Cable Soñadordelmar no necesitaba explicaciones. Su visión de la Tierra guiaba la Búsqueda. Y su mudez. El extravagante horror que le había privado de la voz, como si el intento de poner en palabras lo que había visto le hubiera sellado la garganta, sólo hacía su exigencia en la Búsqueda más absoluta.
Pero la presencia de Grimmand Honninscrave no venía dada por la razón de ser el hermano de Soñadordelmar. El Giganteclave le había seleccionado, por su pericia como piloto y capitán. El era el capitán del dromond Gema de la Estrella Polar, cargo que ostentaba con orgullo.
En cuanto a la Primera, antes había sido una espadachina, una de las pocas entre la generación viva de gigantes, que habían mantenido durante milenios un cuadro de luchadores para ayudar a sus vecinos y amigos cuando se hallaban en necesidad. Había sido elegida porque se conocía su firmeza, su proceder tan resoluto y astuto como el mar, y porque había superado a cualquier otro espadachín para ganar su puesto a la cabeza de la Búsqueda.
—Pero ¿por qué…? —preguntó Covenant— ¿para qué quería el puesto?
—¿Por qué? —replicó Encorvado—. En verdad, ¿por qué no debía aceptar? Es diestra con la espada y entrenada para la batalla. Ella sabe, como sabemos todos, que esta herida crecerá para consumir la Tierra, a menos que nos opongamos. Y ella cree que este mal ya se está sintiendo, incluido dentro de nuestra tierra, en nuestro Hogar, dando lugar a mares enfurecidos y a cosechas estériles. Y a lisiados. —Sus ojos brillaban alegremente, ahorrando a Covenant compadecerse de su deformidad.
—Muy bien. —Covenant se tragó la indignación que sentía cuando se encontraba a alguien cuya felicidad parecía estar divorciada de la dura realidad del dolor.
—Háblame de ti. ¿Por qué fuiste tú escogido?
—Sobre esto no hay gran misterio. Todo barco, por poderoso que sea, necesita un Encorvado. Yo soy experto en remendar cabos y todo lo que haga falta. Asimismo mi inferior estatura me permite trabajar en lugares donde a otros gigantes les falta espacio. Y por otra razón, mejor que las anteriores —bajó la voz para que sólo le oyera Covenant—: Soy el marido de la Primera de la Búsqueda.
Involuntariamente Covenant abrió la boca. Por un instante creyó que Encorvado bromeaba. Pero el humor del gigante era muy personal.
—Para mi —susurró para que la Primera no pudiera oírle—, se llama Martilla Pintaluz. No podía permitir que zarpara para esta Búsqueda sin mí.
Covenant se quedó en silencio, incapaz de pensar en ninguna respuesta adecuada. Soy el marido…
Ecos de Joan recorrieron su cuerpo; pero cuando trató de recordar su cara, no encontró nada, excepto imágenes de Linden.
Durante la tarde del tercer día de la Búsqueda en Línea del Mar, Linden pidió prestado el cuchillo de Hollian para cortar los vendajes y la tablilla de su pierna. Sus compañeros observaron como intentaba flexionar la rodilla y luego el tobillo. Su cara acusó punzadas de dolor, pero las ignoró concentrándose en el estado interior de sus huesos y tejidos. Después de un momento, sus facciones se relajaron.
—Está demasiado tenso. Mañana trataré de andar.
Un suspiro se oyó en todo el grupo.
—Eso es bueno —dijo la Primera, con satisfacción.
Sunder asintió. Hollian se agachó junto a Linden, para felicitarla. Linden aceptó la alegría de todos; pero su mirada se dirigió a Covenant y sus ojos estaban llenos de lágrimas para las cuales él no tenía respuesta. El no podía enseñarle a distinguir entre lo bueno y lo malo, o su sentido de la salud.
A la mañana siguiente puso peso en su pie y los huesos aguantaron. No estaba preparada para caminar mucho, por lo que Soñadordelmar continuó llevándola. Pero al día siguiente ya empezó a trabajar para desarrollar la fuerza de sus piernas, y al otro ya pudo caminar a intervalos, casi la mitad del recorrido de la marcha.
Para entonces, Covenant sabía que se estaban aproximando al mar. El terreno había perdido elevación durante los últimos días a lo largo de colinas, valles, terrenos selváticos, llanuras de heno, y campos en las faldas como terrazas cortadas por los gigantes. Los árboles se inclinaban ligeramente como si escucharan el mar; y aquel aire frío había sido reemplazado por aire húmedo, de forma que cada racha de brisa parecía un suspiro del mar. Aún no olía a sal; pero no tardaría mucho.
Aquella noche sus pesadillas fueron ocupadas por el ruido de la tormenta. La matanza y el horror lo hacía todo más insoportable por su vaguedad. No sabía a quién se estaba matando ni por qué. No podía percibir ningún detalle, excepto sangre, sangre en todas partes; sangre de la inocencia y del juicio arbitrario que permitía el asesinato. Se despertó al borde del llanto, y vio que estaba bajo una tormenta. Tenía frío y no podía dejar de temblar.
Al cabo de un rato, el látigo azul y el aplauso de la tormenta cesaron, dando lugar a una viento del Este; pero la lluvia continuó. Llegó el amanecer, con torrentes de agua mojando a los expedicionarios hasta empapar los huesos de Covenant. Incluso los gigantes se movían como si llevaran demasiado peso. Gritando sobre su nariz, Encorvado sugirió que buscaran algún lugar donde refugiarse, y esperar a que parara de llover. Pero Covenant no podía esperar. Cada día de su viaje costaba vidas al pueblo cuya única esperanza arrancaba de su creencia en el Clave, en un Clave que era falso. Arrastró a sus amigos a seguir andando con una furia que agitó los nervios de su mano derecha como si sus dedos sintieran ya la caliente carga de su anillo. Los compañeros avanzaban como caminantes solitarios, separados unos de otros por el diluvio.
Cuando al fin dejó de llover y se abrió un claro en el cielo hacia el Este, allí, en el horizonte, pudieron ver la solitaria torre del Faro de Coercri. Elevado como un antebrazo de piedra, del que se hubiera cortado la mano, defendía el tiempo y la soledad, como si fuera la última lápida de los Sinhogar; los gigantes habían amado la risa, los niños y la felicidad, habían sido asesinados en sus mismos hogares porque decidieron no defenderse.
La lluvia se desplazó hacia el Oeste y Covenant pudo oír a las olas estrellarse contra la base de La Aflicción. Una línea de océano gris se dibujaba más allá de las rocas, y encima de ella, unas cuantas gaviotas, habían levantado el vuelo tras la tormenta, girando como los condenados.
Avanzó hasta que pudo ver la ciudad muerta.
La espalda de la ciudad estaba ante él; Coercri miraba hacia el mar. Los Sinhogar habían construido su ciudad sobre aquel peñasco para que mirara hacia el Este y la esperanza. Sólo había tres entradas en la parte posterior de la Aflicción; tres túneles en la roca como tres bocas de granito abiertas para siempre por el horror de aquel golpe que los había desposeído de su hogar y del significado de sus vidas.
—Thomas Covenant. —La Primera estaba a su lado, con Encorvado y Soñadordelmar detrás de ella—. Giganteamigo —su voz era como una espada en posición de descanso; sin amenazar, pero dispuesta para entrar en combate—, has hablado de gigantes y de jheherrin. En nuestras prisas, no te hemos preguntado aquello que no comprendemos. Y hemos esperado pacientemente oír la otra historia que prometiste contarnos. Pero ahora debemos preguntarte. Este lugar es claramente un trabajo de los gigantes, de nuestro pueblo. Esta obra es para nosotros la sangre y hueso de nuestro Hogar. Sobre esto no hay equivocación posible. —Luego su tono se tensó—. Pero este lugar al que llamas la Aflicción ha estado vacío durante muchos siglos. Y los jheherrin de los cuales tú hablas, también es una historia de muchos siglos. Sin embargo, tú eres humano, con una vida más corta que cualquier otra raza en la Tierra. ¿Cómo es posible que hayas conocido a los gigantes?
Covenant hizo un gesto, torciendo la boca.
No; no había espacio en su corazón para contestar a aquella pregunta.
—En el lugar de donde yo vengo —murmuró—, el tiempo corre de una manera distinta. Nunca había estado aquí antes. Pero conocí a Corazón Salado Vasallodelmar. Puede que mejor de lo que me conozco a mí mismo. Hace tres mil quinientos años. —Sintió un sobresalto al concienciarse del tiempo transcurrido. ¡Tres mil quinientos…! Era demasiado. Un período así parecía no tener fondo. ¿Cómo podría enderezar todo lo que se había torcido durante tantos años?
Encerrándose en sí mismo, se quedó mirando hacia abajo, hacia el túnel central, la entrada principal a Coercri.
Las nubes se habían retirado hacia el Oeste; descubriendo el Sol. Alumbraba casi directamente el pasadizo de piedra, mostrándole el camino que conducía al despeñadero. Empezó a caminar hacia el túnel, como si tuviera la intención de arrojarse por el borde cuando llegara al final, pero Brinn y Hergrom lo flanqueaban, sabiendo lo que pensaba. Sus compañeros le siguieron en silencio, enmudecidos como si les condujera a un camposanto bañado por vieja sangre. Solemnemente entraron en la Aflicción.
Al final, el túnel daba a una rampa como cortada por la parte oriental del despeñadero. Tanto por el Norte como por el Sur, Coercri se curvaba como desde la proa de la ciudad. Desde aquel lugar, Covenant pudo ver toda la extensión de la Aflicción en cada lado. Estaba construida verticalmente, nivel tras nivel, en la falda del precipicio; y las ringleras seguían el contorno de las rocas. Como resultado, la ciudad, de unos trescientos cincuenta metros desde el borde a la base, vista desde enfrente tenía un aspecto nudoso y complicado, como manos agarradas contra el tiempo y la erosión del mar.
Esta apariencia era acentuada por la sal que se había depositado en ella durante siglos. En las paredes de las rampas inferiores había una gran acumulación que le daba un color gris-claro; incluso los niveles superiores estaban marcados por el jaspeado de la caducidad, del acumulado hábito de martirio.
Detrás de los terraplenes y nivel tras nivel, había portales que daban a estancias privadas y salas públicas, lugares de trabajo y cocinas, lugares para cantar canciones o contar historias y para celebrar el Giganteclave. Y más abajo, ya al pie de la montaña, varios muelles de piedra salían de la base sobre la que se asentaba la ciudad. Muchos de éstos estaban ya en ruinas; pero cerca del centro de Coercri, los muelles y la pasarela entre ellos, estaban todavía en pie. Las olas encrestadas que había dejado la tormenta se batían con la pasarela, con frustración y obstinación, determinadas a romper los muelles, derribar la roca, asaltar Coercri, como si toda la vida de la Tierra estuviera empeñada en que el asedio se completara.
Al contemplar la ciudad, la Primera habló como si no deseara demostrar que estaba conmovida.
—He aquí, en verdad, una morada hecha para gigantes. Este trabajo no lo hace nuestro pueblo a la ligera ni de una manera desconsiderada. Quizá los gigantes de este lugar sabían que estaban perdidos de su Hogar. Pero no se habían perdido a sí mismos. Ellos habían honrado a todo su pueblo.
Su voz tenía un débil resplandor como de hierro candente.
Y Encorvado, sin poder contener su salvaje alegría, levantó su cabeza y empezó a cantar como reconocimiento a su pueblo, a través de las edades.
«Somos los gigantes
nacidos para navegar,
intrépidos para ir donde los sueños van».
Covenant no podía soportar lo que escuchaba. No se habían perdido a sí mismos. No. No, hasta el final. Hasta que los mataron. El también podía recordar canciones. Ahora somos los Sinhogar, huérfanos de raíces, parientes y amigos. Cogiendo sus pasiones con ambas manos para controlarlas, empezó a bajar por el terraplén. Durante el camino se vio forzado a mirar dentro de algunas de las cámaras, como un gesto de respeto hacia los muertos.
Toda la piedra de las habitaciones: utensilios, sillas, mesas… estaban intactos, aunque cada forma de piedra o fibra se había extinguido; pero las superficies estaban cubiertas de sal. El polvo y las telarañas no hubieran podido mostrar más elocuentemente la vacuidad de la Aflicción. Impelido por su propia urgencia, Covenant se dirigió al centro de la ciudad. Con sus compañeros siguiéndole, tomó una escalera que descendía a un nivel inferior y luego al mar. Los escalones estaban hechos por gigantes. Tenía que dar medio salto en cada escalón y cada impacto en el suelo le sacudía el corazón. Pero empezaba a oscurecer, y él tenía prisa. Bajó tres niveles más antes de ver más habitaciones. La primera puerta daba a una sala lo suficiente grande para reunir a veintenas de gigantes; pero la segunda, a cierta distancia de la cara de la ciudad, estaba cerrada. Había estado cerrada a lo largo de las edades. Todas las junturas alrededor del arquitrabe estaban selladas por el salitre. Sus instintos acudieron a la parte central de su mente. Por razones que no podía explicar, le dijo a Brinn:
—Abre esta puerta. Quiero ver lo que hay dentro.
Y Brinn se apresuró a obedecer. Pero el salitre impedía introducir los dedos en sus junturas.
En seguida, Soñadordelmar se unió a él y juntos empezaron a escarbar la costra como si no pudieran soportar una puerta encerrando secretos. Pronto, pudieron encontrar un lugar para introducir sus dedos en el borde de la piedra. Luego, con un enorme tirón, sacaron la puerta de su sitio.
El aire que había estado tantos siglos entumbado y no tenía ningún signo de corrosión, se filtró por la abertura.
Era una vivienda. Por un momento, el deslumbramiento impedía ver su interior. Pero en cuanto Covenant ajustó su vista, descubrió una forma humana oscura, sentada en una silla, al lado de la chimenea.
Momificado por el aire muerto y el tiempo, había un gigante.
Sus manos se agarraban a los brazos de su sillón, perpetuando su agonía final. Trozos de piedra vieja todavía sobresalían entre sus dedos.
Su frente había desaparecido. Toda la parte superior de su cabeza había desaparecido. Su cráneo estaba vacío, como si su cerebro hubiera explosionado, lanzando la mitad de sus huesos.
¡Maldita sea!
—Es como contaron los antiguos historiadores. —Brinn sonaba como el aire muerto—. Así es como fueron asesinados por los Gigantes Delirantes, sin resistirse, en sus propias casas. ¡Maldito sea el Infierno!
Temblando, Soñadordelmar se adelantó.
—Soñadordelmar —le gritó la Primera, con suavidad, desde el portal, previniéndolo.
Pero no se detuvo. Tocó la mano del gigante muerto y trató de abrir aquellos rígidos dedos. Pero la carne se había vuelto polvo que al contacto cayó silenciosamente al suelo.
Un espasmo convulsionó su cara. Por un instante sus ojos brillaron demencialmente. Se llevó los puños a los lados de su cabeza como si estuviera tratando de luchar contra la Visión de la Tierra. Luego se volvió y se dirigió a Covenant, como si exigiera por la fuerza que contara la historia de los Sinhogar.
—¡Gigante!
La orden de la Primera inmovilizó a Soñadordelmar. Se volvió, y se esforzó en controlarse.
Gritos que Covenant no podía sofocar daban vueltas en su cabeza; maldiciones que no tenían significado. Salió de la habitación apresurándose a continuar su descenso hacia la base de Coercri.
Llegó al llano de los muelles cuando las gaviotas se preparaban para dormir y se desvanecía la última luz rosada que la puesta de Sol proyectaba en el mar. Las olas llegaban con fuerza a la pasarela para romperse luego contra las piedras, esparciendo espuma y fosforescencia. Coercri estaba encima de él, con el Sol detrás de ella. Parecía asomada al mar como si fuera a caerse.
Apenas podía distinguir las caras de sus compañeros. Linden, los gigantes, Sunder y Hollian, los haruchai, incluso Vain… parecían un jurado sin caras reunido para investigar la crisis de su lucha con el pasado, con el recuerdo del poder, y dispuestos a condenarle. Sabía lo que iba a pasar como si lo hubiera previsto, como si lo hubiera pronosticado con sus intestinos, aunque su mente estaba demasiado perdida en la pasión para reconocer cualquier cosa, excepto sus propias necesidades. Había hecho promesas y parecía haber oído ya a la Primera, antes de que hablara.
—Ahora, Thomas Covenant. Ha llegado el momento. Ya hemos visto la Aflicción. Ahora debemos conocer la historia de nuestros camaradas perdidos. No estaremos satisfechos ni podernos tomar ninguna decisión hasta haber escuchado lo que tienes que contarnos.
El sonido del agua mantenía su ritmo contra la pasarela, como un eco salado de su pena. Sin escucharse a sí mismo respondió:
—Encended un fuego. Muy grande.
Sabía lo que los gigantes harían cuando hubieran escuchado lo que tenía que decirles. Sabía también lo que él haría.
Los haruchai obedecieron. Con teas que habían recogido en Línea del Mar, encendieron el fuego cerca de la base de los muelles. Luego llevaron madera para alimentar las llamas. Pronto el fuego tan alto como los gigantes y las sombras bailaban como recuerdos en los muros de las rampas.
Ahora Covenant podía ver como Sunder y Hollian habían dejado atrás su aprensión. Linden lo observaba como si temiera que estuviera al borde de perder el juicio. Las caras de los gigantes, directamente iluminadas por la luz del fuego, estaban esperando. Al reflejo de las llamas, las caras achatadas de los haruchai parecían estáticas e inviolables, tan puras como las altas montañas en donde habían hecho sus hogares. Y Vain… Vain estaba negro contra el negro de la noche, indiferente.
Pero nada de esto concernía a Covenant. La inutilidad de sus propias maldiciones no tenía importancia. Solamente el fuego guardaba algún mensaje, solamente Coercri y la reiteración de las olas. Podía ver a Vasallodelmar en las llamas. Palabras que había suprimido durante largos días de miedo e incertidumbre, surgieron ahora como un credo, y empezó a hablar.
Explicó lo que había aprendido sobre los Sinhogar, tratando de retrasar su asesinato, alargando su historia.
El placer está en los oídos que escuchan.
¡Vasallodelmar! ¿Dejaste morir a tu pueblo porque sabías que yo iba a necesitarte?
Sólo las estrellas impedían que la noche fuera tan negra como la Aflicción. La luz del fuego no podía evitar la oscuridad de la ciudad ni la oscuridad de su corazón. Nada excepto aquel rumor del mar, subir y bajar, dolor y duelo, podía tocarle mientras ofrecía su historia a los muertos.
Plenamente, formalmente, sin omitir nada, explicó como los gigantes habían llegado a Línea del Mar. Explicó como Damelon había recibido a los Sinhogar, a su llegada al Reino, y había predicho que su privación habría terminado cuando tres hijos hubieran nacido de ellos, hermanos de un nacimiento. Y él habló y habló de la fidelidad y amistad que unía a los gigantes con el Concejo, ayudándose mutuamente; sobre la alta gratitud de los gigantes y su pericia, que había construido la gran Piedra Deleitosa para los Amos; sobre la empresa que movió a Kevin velar por la seguridad de los gigantes antes de su desafortunada cita con el Amo Execrable, invocando el Ritual de Profanación; sobre la lealtad que condujo a los gigantes nuevamente al Reino después de la Profanación, llevando con ellos la primera Ala de la ciencia de Kevin, para que los nuevos Amos pudieran aprender a dominar la Energía de la Tierra. Todas estas cosas las detalló Covenant tal como le habían sido contadas a él.
Pero luego entró en la historia Corazón Salado Vasallodelmar, navegando contra la corriente del Aliviaalmas hacia Piedra Deleitosa para informar a los Amos del nacimiento de tres hijos. Aquel había sido un tiempo de esperanza para los Sinhogar. Una época para construir nuevos barcos y compartir la felicidad. Después de dar su ayuda para la búsqueda del Bastón de la Ley, Vasallodelmar había vuelto a Línea del Mar; y los gigantes habían empezado a prepararse para el viaje de vuelta a su Hogar.
Al principio, todo marchaba bien. Pero cuarenta años más tarde, Línea del Mar se vio sumida en el silencio. Los Amos tuvieron que enfrentarse con el ejército del Despreciativo y el poder de la Piedra Illearth. Su necesidad era desesperada y no sabían qué les había pasado a los gigantes. Para averiguarlo, enviaron a la misión de Korik a Coercri con los amos Hyrim y Shetra para dar y pedir la ayuda que fuera posible.
Los pocos Guardianes de Sangre que sobrevivieron relataron la misma historia que Vasallodelmar había contado a Covenant.
Y ahora él volvía a repetirlo como si fuera la permanente melodía del mar. Sus ojos estaban llenos de la luz del fuego, ciego para sus compañeros. No oía nada excepto las olas estrellándose contra la pasarela y su propia voz. En lo más profundo de sí mismo esperaba la crisis, sabiendo que llegaría, aunque desconocía la forma que iba a tomar.
Por desgracia, cayeron los tres hermanos, un acontecimiento más terrible para los gigantes que una simple muerte en casa. Los tres habían sido capturados por el Amo Execrable, aprisionados por el poder de la piedra Illearth y manipulados por Delirantes. Llegaron a convertirse en los más poderosos sirvientes del Despreciativo. Y uno de ellos regresó a la Aflicción.
Covenant sentía el eco de las palabras de Vasallodelmar. Las usó sin saber lo que podrían provocar.
«Fidelidad» había dicho el gigante. «La fidelidad fue nuestra única respuesta a nuestra extinción. No habríamos podido soportar nuestro declive si no hubiéramos escogido la dignidad».
«Por ello mi pueblo se horrorizó cuando vio que se le había despojado de ella, dejándolo como un barco con velas rotas por el viento. Los tres hermanos que habían visto el portento de su esperanza de Hogar cambiaron su fidelidad por el más potente poder maligno, simplemente con un pequeño golpe del Despreciativo. ¿Quién en el Reino osaría enfrentarse a un Gigante-Delirante? Y así fue como los Sinhogar se convirtieron en el medio de destruir aquello a lo que se habían mantenido siempre fieles. Y en horror a la negación de su fidelidad que su locura produjo tras largos siglos de orgullo, fueron transfigurados. La repulsión no dejó lugar para pensar en resistencia o alternativa. Antes de pagar el coste de su caída, antes de arriesgarse a que muchos de ellos se convirtieran en servidores del Rompealmas, decidieron dejarse matar».
La voz de Vasallodelmar seguía sonando en su cerebro dándole palabras.
—Soltaron sus herramientas.
Pero en la noche se había producido un cambio. El aire era más denso. El ruido de las aguas había cambiado por la concentración de la atmósfera. Extrañas fuerzas se levantaban dentro de la ciudad.
—Y guardaron sus fuegos.
Los terraplenes estaban llenos de sombras y las sombras empezaron a tomar forma. Una luz tan ilusiva y fugaz como la fosforescencia del mar esparcía rumores de movimiento, arriba y abajo, por los caminos de Coercri.
—Y dejaron listas sus casas.
Unos vislumbres parecidos a algo qué Covenant había visto antes, fluctuaban en las viviendas y se solidificaban, despidiendo un resplandor pálido como perlas calientes. Altos espectros de nácar y espanto empezaron a salir a lo largo de los pasadizos.
—Como si prepararan su partida.
Los Muertos de La Aflicción venían a hacer su ronda de noche.
Por un momento, él no comprendió nada. Sus compañeros estaban en la otra parte del fuego, observando a los espectros; y las sombras le amenazaban a él desde la parte frontal de Coercri. ¿Era verdad, después de todo, que Vasallodelmar había dejado a su pueblo para ayudar a Covenant? ¿Que la única razón del Amo Execrable para destruir a los Sinhogar fue la de llevarle a él, Thomas Covenant, a la desesperación? Luego, al final estalló la crisis y lo comprendió. Sus muertos habían tomado forma como si fueran de carne y hueso y se dirigían a los sitios que habían sido sus hogares. Y allí, en lo alto, en el terraplén más al Sur de la Aflicción, se acercaba el Gigante-Delirante para asaltarles.
Resplandecía con luz verde y en su puño derecho agarraba una imagen humeante de esmeralda, el eco fantasmal de la piedra Illearth. Con una avidez inusitada se acercó al gigante más próximo. El no hizo ningún esfuerzo para escapar o resistirse. El puño del Delirante y la piedra pasaron a través de su cráneo, por su cerebro, por su mente; siendo eliminado por un destello de poder. En silencio, el Gigante-Delirante, fue al ataque de su próxima víctima.
Los muertos de la Aflicción revivían la masacre. La secuencia de sus movimientos, el camino del Gigante-Delirante, de víctima a víctima, era tan fielmente reproducido como una grabación. Y el destello de cada muerte reiterada se reflejaba en las olas sin ruido ni final, puntuando trágicamente la danza de los espectros de los Sinhogar. Condenados por la forma en que habían abandonado el sentido de sus vidas, no podían hacer más en aquella ciudad, que se había convertido en su tumba, que repetir aquella acción como manifestándola una y otra vez, a través de las edades, mientras en Coercri hubiera algún ojo para contemplar aquella desgracia.
El Gigante-Delirante iba de casa en casa, repitiendo su horrendo crimen. Así cada brillo de esmeralda producido en la rampa más alta por cada nuevo golpe, pinchaba los ojos de Covenant empalando su visión y su mente como clavos de crucifixión.
Y mientras la mascarada seguía, multiplicando su atrocidad, los gigantes vivientes se derrumbaban tal como él ya sabía que lo harían. El, en su angustia, lo había previsto todo. El placer está en los oídos del que escucha. Sí, pero algunas historias no pueden ser redimidas sólo por el talante del que escucha, por la voluntad de un corazón abierto. Una muerte como ésta, muerte apilada cruelmente sobre la muerte, siglo tras siglo, requería otra clase de respuesta. En su desesperación, los gigantes vivientes, aceptaron la respuesta que Covenant había previsto para ellos.
Encorvado fue el primero. Con un súbito llanto de aflicción, se precipitó al fuego, y puso sus manos en las llamas hasta los hombros. Las llamas llegaron a su cara, echó la cabeza atrás contra el ángulo de su deformado torso.
Linden lanzó un grito. Pero los haruchai lo comprendían y permanecieron quietos.
La Primera se unió a Encorvado. Arrodillándose en la piedra, cogió con sus manos un leño encendido y lo sostuvo apretado.
Soñadordelmar no se detuvo al borde de las llamas. Como si su Visión de la Tierra le hubiera privado de cualquier refrenamiento, puso su cuerpo entero en el fuego, permaneciendo allí entre las llamas como la manifestación de su agonía.
Caamora: El fuego ritual de la Aflicción. Sólo con esta manera salvaje de inflingirse dolor físico podían los gigantes librarse del dolor de sus almas.
Covenant había esperado esto, anticipándose a ello con temor. Caamora. Fuego. Vasallodelmar había caminado por el magma de Cenizas Calientes y había salido de ellas como el Ser Puro.
El proyecto le aterrorizaba. Pero no tenía otra solución para el veneno que llevaba en sus venas. Para el poder que no podía controlar. No tenía otra respuesta para las culpas del pasado. Los muertos habían repetido ante él su condena en la Aflicción, condenados siempre a morir de aquella manera, a menos que él pudiera encontrar alguna gracia para ellos. Vasallodelmar había dado de buena gana su vida para que Covenant y el Reino pudieran vivir. Covenant empezó a avanzar hacia el fuego. Brinn y Hergrom se opusieron. Pero luego vieron la esperanza o la ruina en sus ojos. Entonces se apartaron.
—¡Covenant! —Linden corrió hacia él; pero Cail la detuvo, manteniéndola lejos.
El fuego vociferó ante la cara de Covenant como la voz de su destino; pero él no se detuvo. No podía detenerse. En el trance de su compromiso, siguió avanzando con el llanto del mar.
En el fuego.
En seguida se convirtió en magia indomeñable y aflicción, ardiendo con una intensa llama blanca que ninguna otra llama podía tocar. Brillando igual que la gema del krill, dio unos pasos entre los leños y brasas hacia el lado de Soñadordelmar. El Gigante no le vio, estaba demasiado lejos en el sufrimiento para verlo. Recordando el dolor de Vasallodelmar, Covenant empujó a Soñadordelmar. La magia indomeñable alejó al gigante del fuego, enviándole a la piedra fría con las extremidades extendidas.
Lentamente, Covenant miró a sus compañeros a través de las llamas. Éstas distorsionaban sus figuras, pero ellos lo miraban como si fuera un vampiro. La aterrada mirada de Linden lo conmovió. Pero como no podía responderle de otra manera, volvió a su propósito.
Obtuvo dominio de la magia indomeñable, gobernándola según su voluntad, para que se convirtiera en su propio ritual: Una articulación de compasión y odio para todo tormento, todo desfallecimiento.
Ardiendo, se abrió a las llamas circundantes.
Éstas se apresuraron a incinerarle; pero él estaba dispuesto. El gobernaba el fuego con su plata, doblegándolo bajo su mando. Llama y poder se proyectaban juntos de manera que la llama del fuego brillaba tremendamente en la noche.
Extendió sus brazos hacia la ciudad, como si quisiera abrazar a toda la Aflicción.
En magia indomeñable, poder blanco sin sonido, Covenant gritó:
¡Ven! ¡Esto es la caamora! ¡Venid y seréis curados!
Su poder y su voluntad interrumpieron la mascarada, rompiendo los lazos que ataban los muertos a su sobrenatural condena. Al oírle, se volvieron como si hubieran estado esperando durante las edades de su angustia aquella llamada.
En multitudes y con anhelo, empezaron a bajar por los pasajes de Coercri.
Como una riada, a la base de los muelles.
Hacia el Fuego.
El Gigante-Delirante trató de seguirles. Pero la rotura de su eterna ronda pareció romper también su dominio sobre ellos. Romper su hechizo maléfico. Su forma se iba borrando a medida que avanzaba, hasta que sólo quedó de él una ligera mancha verde de memoria sobre la Aflicción… Hasta que se extinguió en la noche y desapareció.
Y los muertos continuaban afluyendo al fuego.
Los haruchai se retiraron, llevándose a Linden y a los pedrarianos. Encorvado y la Primera, con los huesos doloridos, fueron a atender a Soñadordelmar.
Vain no se movió. Estaba en el mismo paso de los Muertos y miraba la inmolación de Covenant con cierta festividad en sus ojos. Pero los Muertos pasaban por su lado en una corriente interminable. La necesidad y esperanza se reflejaban en sus caras grises.
Dirigiéndose a ellos como si fueran uno solo. Como si fuera sólo Vasallodelmar en una versión multiforme, Covenant los abrazó, llorando con fuego blanco.
La magia indomeñable les infringió dolor, quemándolos de la misma forma que una conflagración física hubiera quemado sus cuerpos. Sus formas estaban rígidas, con las mandíbulas apretadas, ojos mirando fijamente, espectros llorando de dolor en su alma. Pero el llanto era también risa.
Y la risa prevalecía.
Covenant no podía tocarlos. Llegaban a sus brazos, pero no tenían cuerpo que pudiera abrazar. Nada llenaba su abrazo; ningún contacto podía restaurarle. Era como si estuviese solo en el fuego.
Pero la risa también estaba en él. Estaba contento con la restitución que Vasallodelmar había sabido como compartir. Corría en sus oídos como el mar y lo sostuvo hasta que todo lo demás se hubo ido, hasta que su poder fue consumido contra los cielos y la noche se cerró sobre él como todas las aguas del Mundo.