Ineficazmente, obstinadamente, luchó contra el agua hasta con los dientes, esforzándose en subir. Se encontraba ya desposeído de poder y le era difícil moverse en aquellas profundidades. Sus miembros estaban muertos por falta de aire. Ya nada quedaba de él, excepto la última convulsión de su pecho que le abriera la boca… nada excepto la muerte y la memoria de Linden con su tobillo roto, luchando por llorar.
En un mudo rechazo, siguió moviendo brazos y piernas como una plegaria para llegar a la superficie.
Luego, en la oscuridad, sintió que una mano lo sujetaba, dándole la vuelta. Manos duras cogieron su cara. Una boca se pegó a la suya. Las manos forzaron sus mandíbulas, abriéndolas; la boca le inyectó aire. El débil sabor de aire lo mantuvo vivo. Las manos lo empujaron hacia arriba.
Llegó a la superficie y abrió la boca con desesperación, los brazos le sostuvieron mientras inhalaba el primer aire. El tiempo se borraba mientras entraba y salía del estado de consciencia a causa de su maltratado corazón.
Una voz distante, ¿Hollian?, llamaba con insistencia.
—¿Brinn? ¿Brinn?
Brinn respondió por detrás de la cabeza de Covenant.
—El ur-Amo vive.
Otra voz dijo:
—Loor a los haruchai. —Sonaba como la voz de la Primera de la Búsqueda—. Seguramente ese título fue muy honorable entre los gigantes que vuestro pueblo conoció.
Luego Covenant oyó a Linden decir, hablando desde el fondo de un pozo de pena:
—Por eso el agua parecía tan mortífera. —Hablaba con la voz entrecortada, entre dientes, para dominar su dolor—. El acechador estaba allí. Ahora se ha ido.
En el silencio, detrás de su voz, estaba llorando.
Se ha ido. Poco a poco el aire restauró la mente de Covenant. El acechador se había ido. Había sido sacado de allí; pero ciertamente no había muerto; no, eso era imposible; no podía haber matado una criatura tan grande como el Sarán. El lago estaba oscuro. Los fuegos causados por el derramamiento de ácido de los skest ya se habían apagado por falta de combustible. La noche cubría el Llano. Pero él había mantenido empuñado el krill y su brillo le permitía ver.
Sin duda, el acechador estaba todavía vivo. Cuando Brinn lo llevó nadando a la orilla y le ayudó hasta que estuvo bien acomodado en terreno seco, sintió que la atmósfera estaba demasiado tensa para sentirse cómodo. A lo lejos, oyó los lamentos que en aquella criatura causaba el dolor; débiles sollozos semejantes a un burbujeo en el aire como autocompasión de demonios.
En cada lado, los skest brillaban débilmente. Se habían retirado; pero sin abandonar la misión del acechador.
El solamente había herido a la criatura. Ahora no se satisfacería con mera comida. Ahora desearía venganza.
Una antorcha se encendió. A la luz de la inesperada llama, vio a Hergrom y Ceer cerca de Honninscrave, cargados con leña que aparentemente habían recogido de los árboles de la colina. Honninscrave tenía un gran brasero en el cual Ceer encendía antorchas, una después de otra. Mientras Hergrom pasaba los leños a los otros haruchai se iba iluminando el grupo.
Covenant miró su krill.
Su gema brillaba en su forma más pura, como si fuera inviolable, pero su luz le recordó la explosión de furia que por primera vez había despertado la espada cuando Elena era el Ama Superior. Independientemente del propósito de Loric cuando fabricó el krill, Covenant había hecho de él un instrumento de fuego salvaje. Su limpio brillo le deslumbraba.
En silencio, Brinn recogió el trozo de tela que Covenant había tirado. Tomó el krill y envolvió su calor, como si de esta forma pudiera hacer la verdad más soportable para Covenant. Pero Covenant estaba mirándose las manos. Sus manos estaban ilesas, sin quemadura alguna. Habían sido protegidas por su propio poder. Incluso su carne se había acostumbrado ya tanto a la magia indomeñable que instintivamente se protegía a sí mismo, sin dañar ninguna parte de él excepto su alma. Y si aquello fuera verdad…
Gimió.
Si aquello era verdad, ya estaba condenado.
Pero ¿qué significaba la condena sino liberarse del tremendo precio del poder? ¿No era aquello lo que hizo al Amo Execrable como ahora era? Los condenados compraban poder con sus almas. Los inocentes pagaban por él con sus vidas. Allí estaba la verdadera inocencia de Sunder, aunque hubiera sacrificado a su propia esposa y a su hijo… Y la verdadera culpa de Covenant. Incluso en la guarida del Execrable se había evitado pagar la totalidad del precio. En aquella ocasión, sólo su contención le había salvado, su rechazo a intentar la total eliminación del Amo Execrable. Sin aquel refrenamiento, se habría convertido en otro Kevin Pierdetierra.
¿Dónde estaba ahora su contención? Sus manos estaban intactas. Insensibles por la lepra. Torpes y casi inútiles, sí; pero habían sostenido el poder sin lastimarse, y Brinn le había ofrecido el paquete con el krill como si fuera su futuro y su condena. El lo aceptó. ¿Qué otra cosa podía hacer? Era un leproso. No podía negar lo que era. ¿Por qué otra razón había sido escogido para llevar la carga de las necesidades del Reino? Tomó el paquete y lo colocó detrás de su cinturón, como si al menos de esta forma pudiera ahorrarle a sus amigos el compartir su condena. Luego, con un esfuerzo, como un reconocimiento de fatalidad miró al grupo.
A pesar de sus quemaduras, Honninscrave, parecía esencialmente entero. Soñadordelmar podía sostenerse sobre su pie quemado por el ácido, y Encorvado se movía como si hubiera olvidado su propio paseo por fuego. Esto recordó a Covenant la caamora, el viejo ritual gigantino del fuego de la aflicción. Recordó a Vasallodelmar enterrando sus manos ensangrentadas entre los carbones para castigarlas y limpiarlas de maldad. Vasallodelmar se había horrorizado de la insidia con que había matado Entes de la Cueva y había tratado con fuego su congoja. Las flamas le habían dolido pero no dañado. Y cuando sacó las manos estaban limpias.
Limpias, murmuró Covenant, limpias. Anhelaba la purificación del fuego, pero obligó a sus ojos a mirar más allá de los gigantes. Mirando directamente a Brinn casi lloró. Brinn y Hergrom habían sido tocados por la magia indomeñable; sus cejas y cabellos estaban chamuscados, sus ropas estropeadas. Había estado tan cerca de hacerles realmente daño…
Al igual que Honninscrave, Cail y Ceer, estaban abatidos, pero intactos. Mantenían antorchas sobre Linden.
Linden permanecía en el suelo con la cabeza apoyada en el regazo de Hollian. Sunder se arrodilló a su lado, sujetando su pierna para mantenerla quieta. Sus nudillos estaban blancos por el esfuerzo y miraba angustiado como si temiera tener que sacrificarla para obtener su sangre.
La Primera estaba cerca con los brazos cruzados sobre su malla, como un monolito enfadado, mirando a los distantes skest.
Linden no había dejado de hablar. Su voz era un contrapunto a los skest. Seguía diciendo que el agua era ahora segura, que él se había ido, que podía estar en cualquier parte, que él era el Sarán, pero que era, ante todo, una criatura de agua, el mayor peligro de la vida en el agua. Seguía hablando y hablando para no tener que llorar.
Su pie izquierdo descansaba en un ángulo imposible. Astillas de hueso pinchaban la piel de su tobillo y la sangre salía de las heridas, a pesar de la presión que ejercía Sunder con su mano.
El ánimo de Covenant decayó ante aquella visión. Sin transición consciente, se encontró arrodillado junto a ella. Los huesos de las rodillas le dolían como si se hubiera caído. Las manos de ella se abrían y cerraban a sus lados, tratando de encontrar algo que la ayudara a sobrellevar el dolor.
De repente, la Primera dejó de estudiar a los skest.
—Giganteamigo —dijo—, le duele mucho. Nosotros tenemos diamantina. Para una persona que carece de la estatura de un gigante, su acción será rápida. —Covenant no levantaba los ojos de la cara de Linden. Estaba familiarizado con la diamantina. Era un licor hecho por los gigantes—. También es altamente curativo —continuó la Primera—. Destilado para nuestra restitución. —Covenant apreció matices de compasión en su duro tono—. Pero no conocemos ningún método que pueda repararle la lesión. Sus huesos quedarán soldados tal como están ahora. Ella quedará…
Quedará coja.
No. Su irritación creció, su resentimiento ante la impotencia, furia ante el dolor. El agotamiento de su espíritu se hizo insoportable.
—Linden. —Adelantó su cara para que ella pudiera verle. Sus ojos estaban distraídos—. Tenemos que hacer algo por tu tobillo. —Los dedos de Linden hurgaron en el suelo—. Tú eres el médico. Dime lo que hay que hacer. —Su cara parecía una máscara—. Linden.
Sus labios estaban completamente blancos. Sus músculos estaban tensos contra la presión de Sunder. Seguramente pronto ya no podría soportar más el dolor. Su respiración era ronca.
—Inmoviliza la pierna. —Gemidos entrecortados salieron de su garganta; se esforzó para no llorar—. Sobre la rodilla.
Al momento, Sunder obedeció. Pero la Primera gesticuló.
—Aquí se necesita la fuerza de un gigante —dijo. Y envolvió la pierna de Linden con sus grandes manos, sosteniéndola como un tornillo de piedra.
—No dejéis que me mueva.
El grupo cumplió sus órdenes. Su dolor era indescriptible. Ceer la sujetó por los hombros. Harn, uno de sus brazos. Sunder el otro. Y Brinn sujetaba su pierna ilesa.
—Dadme algo para morder.
Hollian cortó una tira de su túnica, la dobló varias veces y se la ofreció a Linden.
—Sujetad fuertemente el pie. —En sus ojos se reflejaban el miedo—. Tirad de él en la dirección contraria a la rotura. Fuerte. Seguid tirando hasta que las astillas del hueso dejen de sobresalir por la piel. Luego dobladlo en línea con la pierna. Sujetad bien el pie para que los huesos no giren. Cuando yo sienta que está bien —dijo febrilmente, pero bajo su propio control médico—, asentiré con la cabeza. Luego podéis ir soltando el pie. Poco a poco. Poned una tablilla. Arriba, por encima de la rodilla. Después entablillad toda la pierna.
Inmediatamente cerró los ojos y abrió la boca, aceptando la tela de Hollian.
Una náusea de miedo retorció los intestinos de Covenant; pero lo ignoró.
—Bien —dijo—. Yo lo haré. —Su valor le aterraba. Se acercó al pie de Linden; pero Cail lo apartó.
Covenant maldijo entre dientes; pero Cail respondió sin vacilar:
—Esto lo haré yo por ella.
Covenant temblaba. Y temblaban sus manos que habían sostenido aquel poder lo suficiente grande para ahuyentar al acechador, sin haber sufrido daño alguno.
—Digo que yo lo haré.
—No. —La negación de Cail fue rotunda—. Tú no tienes la fuerza de los haruchai y la responsabilidad de su herida es mía.
—¿Qué no lo comprendes? —insistió Covenant, sin encontrar razón suficientemente fuerte para convencerlo—. Todo lo que toco se vuelve sangre. Todo lo que hago es matar. —Sus palabras parecían caer al suelo, contaminadas por la distante autocompasión del acecho—. Ella está aquí porque quiso salvar mi vida. Necesito ayudarle.
Inesperadamente, Cail miró hacia arriba, encontrándose con la mirada herida de Covenant.
—Ur-Amo —dijo, como si hubiera medido al Incrédulo de pies a cabeza—, tú no tienes fuerza.
¡Tú no lo comprendes! Covenant trataba de gritar. Pero no salían palabras de su garganta. Cail estaba en lo cierto. Con su media mano no podría coger correctamente el pie de Linden; no podría ayudarle, no estaba capacitado. Y sin embargo sus manos estaban ilesas. No pudo resistirse cuando Encorvado lo cogió, apartándolo del grupo que se hallaba en torno a Linden.
Sin hablar, el deformado gigante le condujo al fuego del acampado. Honninscrave lo estaba avivando. Soñadordelmar estaba sentado allí, dejando descansar el pie quemado por el ácido. Miró a Covenant con un silencio elocuente. Honninscrave le dirigió una mirada de comprensión. Luego cogió una taza de piedra de uno de sus bultos y se la dio a Covenant. Este supo por el olor que la taza contenía diamantina, potente como el olvido. Si bebía de aquella taza, quizás no recobrara la conciencia hasta el día siguiente. O dos días después.
El estado de inconsciencia eliminaba las cargas, evitaba el sentimiento de culpa.
No bebió de aquel líquido. Se quedó mirando las llamas sin verlas, sin sentir como se acentuaban las arrugas de su cara por la aflicción. No hizo nada más que escuchar los sonidos de la noche. El acechador lloraba su desgracia, suavemente, para sí mismo. La respiración de Encorvado era estertorosa. Los gritos de Linden eran terribles cuando Cail tiraba de su pie; sus huesos hacían un ruido como los bastones mojados al romperse.
Luego, la Primera dijo:
—Ya está hecho.
El fuego daba reflejos de color naranja y amarillos en las lágrimas de Covenant. Ya no quería poder ver nunca más. Deseaba quedarse para siempre sordo e insensible, pero se volvió hacia Encorvado, y levantando la taza ante él, dijo:
—Toma. Ella necesita esto.
Encorvado le llevó la taza a Linden. Covenant lo siguió como una hoja seca en su caída.
Antes de que Covenant llegara junto a ella, se encontró a Brinn y a Cail. Éstos le cerraron el paso; pero le hablaron con deferencia.
—Ur-Amo. —La modulación de Brinn expresaba la dificultad que tenía en excusarse—. Fue necesario evitar que lo hicieras. No significa esto que rechacemos tu ayuda.
Covenant, luchando con la tensión que tenía en su garganta, dijo:
—Encontré a Bannor en Andelain. Me dijo: Redime a mi pueblo. Su estado es una abominación. Y ellos te servirán bien.
Pero no había palabras adecuadas para expresar lo que él intentaba decir. Pasó por el lado de los haruchai y fue a arrodillarse al lado de Linden. Estaba justamente terminando la taza que la Primera sostenía para ella. La piel de su cara parecía tan desprovista de sangre como el mármol. Una patina de dolor nublaba su mirada. Pero su respiración se hacía más segura y sus músculos habían empezado a relajarse. Con sus dedos insensibles se secó las lágrimas de los ojos, para verla claramente, tratando de creer que se pondría bien.
La Primera le miró.
—Confía en la diamantina. Ella se curará. —Le dijo con calma.
—Ella necesita vendajes. Una tablilla. Esa herida debe desinfectarse.
—Todo se hará. —El temblor de la voz de Hollian le indicó que también ella necesitaba ayuda—. Sunder y yo…
El asintió mudamente, permaneciendo al lado de Linden mientras los pedrarianos iban a calentar agua y a preparar los vendajes, así como las tablillas. Linden aparecía invulnerable en su debilidad. Se arrodilló con sus brazos apoyados al suelo, vigilando como la diamantina la conducía al sueño.
También observó el cuidado con que Hollian, Sunder y Stell lavaban y le vendaban el tobillo. Luego le aplicaron la madera en la pierna, asegurándola debidamente. Pero al mismo tiempo, un curioso dilema se le presentó, un vacío como el abismo existente entre su inutilidad y su poder. Ahora estaba seguro, aunque temía admitirlo, de que se había curado a sí mismo con la magia indomeñable cuando había sido invocado en la Atalaya de Kevin, con la herida del cuchillo todavía sangrando en su pecho. Recordó su horror ante la frase del Amo Execrable: Me perteneces. Y recordó también el calor y la llama blanca.
Entonces ¿por qué no podía hacer lo mismo por Linden, uniendo sus huesos de la misma manera que había sellado su propia carne? Por la razón que le impedía sacar agua de la Tierra y oponerse al Sol Ban. Porque sus sentidos eran demasiados torpes para aquel trabajo, desacordes con el espíritu de las necesidades físicas que le rodeaban.
Claramente, esto era deliberado. Una parte crucial de los intentos del Despreciativo. Claramente el Amo Execrable trataba a cada paso de incrementar el poder y la impotencia de Covenant, encerrándolo en el tormento de propia contradicción y duda. Pero ¿por qué? ¿Qué se proponía con ello?
No tenía respuesta. Había invertido demasiada esperanza en Linden, en su capacidad de curar. Y el Amo Execrable la había escogido precisamente en el mismo terreno. Era demasiado. Covenant no podía pensar. Se encontraba débil y abyecto. Por un momento escuchó el lamento del acechador. Luego, abandonó su sitio junto a Linden y volvió a la fogata en busca del calor para sus helados huesos.
Sunder y Hollian se unieron a él. Se sostenían el uno con otro como si también sintieran el frío de su situación. Después de unos momentos, Cail y Hergrom sirvieron alimentos y agua. Covenant y los pedrarianos comieron como supervivientes de un naufragio.
El entumecimiento de Covenant creció a pesar del alimento. Sentía la cabeza pesada. Su corazón estaba sometido a un gran peso. Apenas se dio cuenta de que la Primera de la Búsqueda había llegado para hablar con Honninscrave. Estaba de pie ante las llamas como un hombre contemplando su propia disolución. Cuando Honninscrave se dirigió a él, velos de fatiga oscurecieron las palabras del gigante.
—La Primera ha hablado —dijo Honninscrave—. Debemos partir. El acechador está vivo. Y los skest no se retiran. Debemos aprovechar ahora que están diseminados y pueden ser combatidos. Si el acechador renueva ahora el asalto, todo tu poder y todo el dolor de la Escogida, no habrán servido para nada.
Partir, murmuró Covenant. Ahora. La importancia de las palabras estaba escondida. Su cerebro parecía una lápida.
—Dices la verdad —respondió Brinn por Covenant—. Sería grato viajar con gigantes. Según los antiguos historiadores, haruchai y gigantes viajaban juntos en aquellos viejos días. Pero quizá nuestros caminos no coincidan. ¿A dónde vais vosotros?
La Primera y Honninscrave miraron a Soñadordelmar. Éste cerró sus ojos, como ignorándolo, pero con uno de sus largos brazos apuntó hacia el Oeste.
Brinn miró como si fuera inmune a cualquier desilusión.
—Luego, debemos partir. Nuestro camino es hacia el Este, y es urgente.
¿Partir? Una ola de estupor penetró en Covenant. El deseaba la compañía de los gigantes. Tenía un mundo de cosas para contarles. Y ellos eran importantes para él también en otro aspecto, en algo difícil de expresar. Sacudió la cabeza.
—No.
—Acabamos de encontrarnos. —Pero no era esto exactamente lo que quería decir. Trató de aclarar sus ideas y luego prosiguió—. ¿Por qué hacia el Oeste? —Estas palabras despejaron algo su falta de lucidez—. ¿Por qué estáis aquí?
—Giganteamigo —respondió la Primera, con voz de acero—, es una larga historia y perder el tiempo es arriesgado. El acechador es un peligro demasiado grande para ser menospreciado.
Covenant cerró los puños y trató de insistir.
—He vencido a esa cosa una vez —dijo— y la venceré otra. Tengo que hacerlo. —¿Por qué no comprendéis? Todo vuestro pueblo fue exterminado—. Decidme, ¿porqué estáis aquí?
La Primera miró a sus compañeros. Honninscrave se encogió de hombros. Soñadordelmar mantuvo los ojos cerrados, prisionero de su propio dolor. Encorvado escondió la cara detrás de una taza de diamantina.
Nerviosamente dijo:
—Habla brevemente, Grimmand Honninscrave.
Honninscrave se inclinó, reconociendo el derecho de ella a mandarle. Luego se volvió a Covenant. Su cuerpo adquirió una postura formal, como si incluso sus músculos y sus vísceras creyeran que las historias eran cosas que tenían que tratarse con respeto. Su parecido con Vasallodelmar impresionaba a Covenant de una manera especial.
—Entonces, escucha, Thomas Covenant —dijo Honninscrave, con una cadencia especial en su profunda voz—. Nosotros somos los dirigentes de la Búsqueda, la Búsqueda de los Gigantes, así llamada por el propósito que nos ha llevado tan lejos desde el mundo de nuestro verdadero hogar. En nuestro pueblo, de vez en cuando, entre las generaciones, nace uno poseído de un regalo que nosotros llamamos «La Visión de la Tierra», un regalo de visión que sólo los elohim logran comprender. Es un extraño regalo que no puede ser ni pedido ni rehusado. Sólo obedecido. Muchas son las historias que desearía contarte para que comprendieras la importancia de lo que voy a decir, pero debo contentarme con esta sola frase: La Visión de la Tierra se ha convertido en una orden a todos los gigantes, que ninguno podría voluntariamente eludir o desafiar. Es por ello que estamos aquí.
«Dentro de nuestra generación, nació un gigante, hermano de mi hueso y sangre, y la Visión de la Tierra estaba en él. Es Cable Soñadordelmar, llamado así por la visión que le ata, y no tiene voz; se quedó mudo por la extravagancia y el horror de lo que la Visión de la Tierra le ha mostrado. Con los ojos que se le otorgaron, vio una herida sobre la Tierra, ulcerada y terrible, una herida como un gran nido de gorgojos, alimentándose de la carne del corazón del Mundo. Y percibió que esta herida, si se deja sin curar, crecerá para consumir toda la vida y el tiempo, devorando los cimientos y la piedra angular de la Tierra, sacando la piedra y el mar de su estado natural, convirtiendo todo en un verdadero caos.
»Por tanto, se celebró un Giganteclave y la Búsqueda cumplió con su deber. Tenemos la misión de encontrar esa herida y oponernos a ella en defensa de la Tierra. Por esta razón, izamos las velas desde nuestro hogar en el mejor dromond[1] de todos nuestros barcos gigantes, el Gema de la Estrella Polar. Y también por esta razón hemos seguido la mirada del Soñadordelmar a través de los grandes océanos del Mundo, nosotros y dos veintenas de nuestra gente, quienes atienden el barco. Y por ello estamos aquí. La herida está en esta Tierra, en el Oeste. Queremos encontrarla y descubrir su naturaleza, a fin de poder invocar la Búsqueda para resistirla o curarla».
Honninscrave terminó y esperó la respuesta de Covenant. Los otros gigantes estudiaron al Incrédulo como si él tuviera la llave del misterio. La Primera, con expresión seria; Soñadordelmar, tan intensamente como un oráculo; Encorvado, como si escondiera entre dientes risa o aflicción. Las posibilidades ensancharon las caras de los pedrarianos cuando empezaron a comprender por que Covenant había insistido en escuchar las explicaciones de los gigantes. Pero Covenant se quedó callado. También él veía las posibilidades; la explicación de Honninscrave había abierto un pequeño espacio de claridad en su mente, y en este espacio había respuestas. Pero estaba preocupado por un viejo y triste recuerdo. El pueblo de Vasallodelmar había muerto porque no pudo encontrar el camino de regreso a su hogar.
—Ur-Amo —dijo Brinn—, el tiempo nos apremia. Debemos partir.
Partir. Covenant asintió. Sí. Dadme fuerzas. Tragó saliva y preguntó:
—¿Dónde está vuestro barco?
—El dromond Gema de la Estrella Polar —respondió Honninscrave, como si deseara que Covenant usara el nombre del Barco—, está anclado en el delta de un gran pantano que hay en el Este, a una distancia de ciento cuarenta leguas.
Covenant cerró los ojos.
—Llevadme allí. Necesito vuestro barco.
El aliento de la Primera silbó entre sus dientes. Encorvado se quedó con la boca abierta ante la audacia del ur-Amo. Después de un momento, Honninscrave, comenzó a hablar, vacilando:
—La Primera te ha nombrado Giganteamigo. Deseamos ayudarte. Pero no podemos…
—Thomas Covenant —dijo la Primera, con voz aguda como una espada—. ¿Qué te propones?
—¡Oh, cielos! —dijo Encorvado, riéndose—. Que ese acechador espere hasta que estemos listos. No debemos tener prisa. —Sus palabras pudieron ser sarcásticas; pero su tono era risueño y complaciente—. ¿No somos gigantes? ¿No son las historias más preciosas para nosotros que la vida?
Con calma, casi gentilmente, la Primera dijo:
—Calma, Encorvado.
Cumpliendo su orden, se calló; pero su sonrisa continuó como un desafío a la amenaza del acechador.
En el fondo de su entumecimiento, Covenant guardaba las pocas cosas que había comprendido y mantuvo los ojos cerrados para que no se le escaparan. Distanciado de sí mismo por la oscuridad y la concentración, apenas oía lo que estaban diciendo.
—Yo conozco la herida; yo se cual es. Incluso creo saber lo que hay que hacer contra ella. Es por esto que estamos aquí. Os necesito… Vuestro barco, vuestros conocimientos, vuestra ayuda…
Lo que buscas no está dentro del Reino.
El Bastón de la Ley. El Árbol Único.
Y Mhoram también había dicho: No te dejes engañar por las necesidades del Reino. Lo que persigues no es lo que parece ser.
Cuidadosamente, Honninscrave dijo:
—Cable Soñadordelmar pide que te expliques con más claridad.
¿Con más claridad? Por un instante, Covenant no pudo ver más claridad por ninguna parte. ¿Debo explicaros que todo ha sido por culpa mía? ¿Qué soy yo quien abrió la puerta? Pero se centró en las cosas que no comprendía y empezó a hablar. Allí, en la noche, con los ojos cerrados contra la luz del fuego y bajo las inmaculadas estrellas, describió el Sol Ban y el propósito por el cual el Amo Execrable había creado el Sol Ban. Situó su origen en la destrucción del Bastón de la Ley. Luego habló de su propio papel en aquella destrucción, para que los gigantes pudieran comprender porque la restitución del Bastón era responsabilidad suya. Y luego les habló de lo que había aprendido en Andelain.
Todas aquellas cosas corrían juntas en su mente; no sabía si las palabras que decía en voz alta tenían algún sentido. Cuando terminó se quedó en silencio, esperando.
Al cabo de pocos instantes, la Primera dijo, con aire pensativo.
—Tú pides utilizar el Gema de la Estrella Polar para buscar por todo el Mundo ese Árbol Único. Tú pides nuestra colaboración y nuestros conocimientos de la Tierra para ayudarte a buscarlo.
Covenant abrió los ojos, y dejó que fuera su mortal cansancio quien hablara por él. Sí. Miradme. ¿De qué otra forma creéis que la herida puede curarse?
—¡Piedra y Mar! —exclamó ella—, esto es una dura tarea. Si es verdad lo que dices la clave de la Búsqueda está en ti.
—El ur-Amo —dijo Brinn con su acostumbrada falta de expresión—, dice la verdad.
Ella rehusó su aclaración con un brusco encogimiento de hombros.
—No dudo de que dice la verdad respecto a lo que él cree. Pero ¿es su criterio seguro? El nos pide que dejemos en sus manos toda la Búsqueda, sin una visión concreta de lo que debemos hacer. Admito que es poderoso y que ha conocido la amistad de los gigantes. Pero el poder y la seguridad no son hijos del mismo padre.
—¿Sabéis…? —Covenant sintió que caía nuevamente en la estupidez, desesperándose— ¿…sabéis dónde está el Árbol Único?
—No —respondió ella secamente. Luego dudó por un momento—. Pero sabemos dónde puede obtenerse este conocimiento.
—Entonces, llevadme allí. —Su voz era desesperada, suplicante—. El Sol Ban empeora. Todos los días se mata a gente para alimentarlo. El Reino se está muriendo. —Juro que nunca volveré a matar, lo juro en nombre de la caamora de Vasallodelmar. Pero no puedo detenerme—. Por favor.
La Primera se vio atrapada por la indecisión. El la había metido en un gran dilema. Honninscrave se arrodilló junto al fuego para atenderlo, ya que necesitaba hacer algo con sus manos. La cara de Soñadordelmar estaba apenada, como mutilada por su mudez. Cerca de él, Sunder y Hollian esperaban con impaciencia.
Silbando ligeramente entre dientes, Encorvado empezó a empaquetar las pertenencias de los gigantes. Sus facciones expresaban la completa confianza de que la Primera tomaría la decisión más apropiada. Imprevisiblemente, una chispa de blanco brilló en las profundidades del lago. Fluctuó unos instantes y desapareció. Luego alumbró nuevamente.
Al instante, todo el lago se iluminó de color de plata. El brillo espectral volvió a iluminar la noche. El agua había vuelto a la vida.
En la distancia, el grito del acechador crecía rabiosamente. El aire pareció congelarse de miedo.
Sunder soltó una maldición. Cail y Hergrom se dirigieron al depósito de provisiones. Encorvado lanzó un bulto a Honninscrave. Éste lo recogió y se colocó sus correajes. La Primera ya había desmontado el fuego. Ella y Honninscrave cogieron maderos para usarlos como antorchas. Encorvado tiró el otro bulto a Soñadordelmar, cogiendo luego una antorcha para sí mismo.
Ceer y Cail habían levantado a Linden, pero la tablilla les dificultaba mantenerla en posición correcta. Covenant vio que no les sería posible llevarla y correr con ella sin dañar su tobillo. No sabía qué hacer. Sus pulmones se quejaron. El alarido creciente del acechador abrió las cicatrices de los pasados ataques. El sudor le salía de los mismos huesos del cráneo. Los skest se estaban moviendo, estrechando su fuego alrededor de ellos. No había nada que pudiera hacer. Luego Soñadordelmar fue hacia Cail y Ceer. El gigante cogió a Linden; sus grandes brazos la soportaban con tanta seguridad como una camilla. Al verlo, Covenant salió de su parálisis. El confiaba instintivamente en los gigantes. La expedición empezó a escalar la falda de la colina hacia el Norte. El los dejó, volviéndose para observar el agua. ¡Inténtalo! Sus puños lanzaron amenazas a la luz del agua y al acechador. ¡Ven! ¡Trata de atacarnos de nuevo!
Brinn lo arrancó del borde del lago, arrastrándolo, mientras se tambaleaba en el camino de subida a la colina.
Oscilando, trató de mantenerse en pie. Los oscuros árboles saltaban ante su vista como bailarines asustados bajo la luz nacarada. Tropezaba una y otra vez, pero Brinn le cogía.
El grito del acechador, exasperado de dolor y frustración, penetraba estridentemente en sus oídos. En los extremos de su visión entraron los skest.
Se movían en persecución como hostigados por la furia del acechador a su espalda.
Luego, Brinn lo empujó hacia la cima de la colina.
De pronto, la luz del lago se apagó. Vio una serie de antorchas dentro de la jungla delante de él. El se apresuró a seguirlas como si estuviera cazando luciérnagas. Sólo la ayuda de Brinn le salvó de tropezar con los troncos o de caerse entre los espesos matorrales y raíces.
El aullido subió de tono para convertirse en un chillido agudo, bajando luego a un tono más soportable. Pero seguía pinchando el oído de Covenant como una espada. Necesitaba aire. La noche se convirtió en vértigo. No sabía adonde iba.
Más allá de las antorchas apareció un borrón verde. Los skest se aproximaban por la izquierda, forzándolos a virar hacia la derecha.
Más skest.
El desfile de antorchas giró hacia la derecha.
Falto de aire, fuerza y valor, Covenant apenas podía sostener su peso. Las extremidades empezaban a fallarle, el pecho le dolía. Pero Hergrom cogió su otro brazo. Tambaleándose entre los haruchai, siguió a sus compañeros. Tuvieron que atravesar por un frío torrente para interponerlo entre ellos y las bandadas de skest que estaban avanzando. Pero luego el torrente se convertía en arenas movedizas. Perdieron mucho tiempo buscando un terreno sólido próximo al cenagal.
Llegaron a un lugar donde el lodo era claro y el suelo tan muerto que ni las hierbas acuáticas podían crecer allí. Luego empezaron a correr. Brinn y Hergrom arrastraban a Covenant a más velocidad de la que él podía seguir. Súbitamente todo el grupo se detuvo como si hubieran chocado contra una pared invisible.
La Primera lanzó una exclamación como un corte de espada. Sunder y Hollian se quedaron sin respirar. Encorvado levantó su deformado pecho. Honninscrave caminaba en círculos, escudriñando la noche. Soñadordelmar parecía un árbol, con Linden en sus brazos y mirando a la Oscuridad como si hubiera perdido la vista.
Con su propia respiración rendida como si tuviera una herida interna, Covenant avanzó para ver por qué se habían detenido.
¡Agrupaos! ¡Maldito infierno!
El terreno muerto se extendía como una península hacía una región de lodo. La ciénaga bloqueaba el camino a ambos lados a más de un tiro de piedra. El lodo olía como un depósito de carne corrompida, como si el fondo estuviera lleno de cadáveres, y parecía lo suficiente profundo para tragarse incluso a los gigantes sin dejar rastro.
Los skest ya habían empezado a masificarse en la cabeza de la península, encerrándolos en la trampa del acechador. Cientos de skest. Veintenas de centenares. La noche era completamente verde, pulsando como una adoración. Incluso armados con una montaña de leños, no había gigante o haruchai que pudiera luchar contra aquello; y ya no tenían más madera que las antorchas.
La respiración de Covenant se hizo febril.
Miró a sus compañeros. Aquella luz les hacía más visibles, tan visibles como sus perseguidores. Linden se quejaba en los brazos de Soñadordelmar, como si su sueño se viera perturbado por pesadillas. La cara de Hollian parecía no tener sangre bajo sus negros cabellos, pálida como una muerta. Todo el rostro de Sunder se cerraba alrededor de sus dientes apretados. Su vulnerabilidad angustió el corazón de Covenant. Los haruchai y los gigantes podían, al menos, defenderse antes de morir, pero ¿qué podían hacer Sunder, Linden y Hollian, excepto morir?
—Ur-Amo. —El aspecto de Brinn, con su cabello medio quemado y su frialdad, era cadavérico bajo aquella luz—. El anillo blanco. ¿Pueden ser apartados esos skest?
¿Miles de ellos? Quería preguntar Covenant. No tengo la fuerza necesaria. Pero su pecho no podía forzar las palabras.
Una de las antorchas de Honninscrave se quemó hasta el final en su mano. Con un gesto rápido se sacudió la mano, tirando el resto de la madera a la ciénaga. Al instante, el fuego prendió en el lago y las llamas se extendieron por todo el lago como almas en tormento. Un calor que era un anticipo del infierno los empujó hacia el centro de la península como si fueran un rebaño.
La Primera se deshizo de las antorchas, sacó su espada y trató de gritar algo. El acechador ahogaba su voz, pero los gigantes la comprendieron. Se colocaron alrededor de sus compañeros, usando sus propios cuerpos como escudos contra el calor. La Primera, Honninscrave y Encorvado miraban hacia fuera. Soñadordelmar dio la espalda al fuego, protegiendo a Linden.
Poco después una explosión sacudió el terreno. Encorvado se tambaleó. Hollian, Sunder y Covenant cayeron al suelo. Cuando Covenant se levantó vio unas tremendas llamas levantándose del lodo. Era como una tormenta de fuego que se elevaba en espiral hacia los cielos. Su furia levantó un viento atemporalado. Se situó sobre la península, amenazando con azotar al grupo. El grito del acechador tomó un giro de conflagración.
¡No!
Covenant se deshizo de Brinn, atravesó la barrera de gigantes por el lado de Honninscrave, y se dirigió decidido hacia el surtidor de fuego.
Empuñando el krill, lo levantó de forma que su gema brillara claramente. La más pura plata taladró el fuego anaranjado del lodo, superándolo tanto en calor como en luminosidad.
En el silencio de su interior, Covenant pronunció palabras que no comprendía. Palabras de poder.
¡Melenkurion abatha! ¡Duroc minas mili khabaal!
Inmediatamente, el surtidor de fuego se quebró. Cayó, haciéndose pedazos como si Covenant hubiera cortado otro brazo del acechador. Pequeñas llamas saltaban en la superficie del lodo como ira frustrada.
De pronto, el aire había quedado libre. El viento, sin aullidos, avivaba el fuego. Los compañeros de Covenant tosieron y respiraron como si hubieran sido rescatados de las manos de un estrangulador.
Covenant se arrodilló sobre el suelo muerto. En su cabeza sonaban repiques de luz, celebrando la victoria. O la derrota. Al fin y al cabo no había diferencia; victoria y profanación eran una misma cosa. Se estaba desplomando. Pero unas manos vinieron a socorrerlo. Eran firmes y gentiles. Cubrieron el krill con la tela, retirándolo de sus dedos empapados de poder. Una relativa oscuridad brotaba de las cuencas de sus ojos como si fueran hoyos vacíos, esperando la noche. La oscuridad habló con la voz de Brinn:
—El acechador ha sido castigado. Y teme serlo de nuevo.
—Es verdad —dijo la Primera—. Por eso ha dejado la tarea de matarnos en manos de sus acólitos.
Brinn ayudó a Covenant a ponerse en pie. Parpadeando ante las numerosas imágenes repetidas del krill que le había deslumbrado, se esforzaba para ver. Pero los fulgores eran todavía demasiado brillantes. Aún estaba contemplando su cambio de color hacia la esmeralda cuando oyó a Hollian. Los gigantes y los haruchai estaban rígidos. Los dedos de Brinn se apretaron instintivamente en el brazo de Covenant.
Poco a poco, las manchas blancas se volvieron de color naranja y verde. Fuego del lago y skest. Las criaturas de ácido habían llegado a la cabeza de la península, brillando y humeando como en un éxtasis religioso. Su avance era lento, no por miedo sino porque querían prolongar la espera de su llegada.
Los compañeros de Covenant miraron boquiabiertos en la dirección de los skest, pero no a los skest.
Intacto, entre aquellas formas verdes, como si fuera inatacable por cualquier ácido concebible, estaba Vain. Su postura era relajada; sus brazos colgando, ligeramente curvados a sus costados. Pero a intervalos daba un paso, dos pasos, colocándose gradualmente al frente de los skest. Las criaturas se estrellaban contra sus piernas sin producirle ningún efecto.
Su mirada dirigida a Linden era inequívoca.
En una imagen de su memoria, Covenant vio a Vain, sosteniendo a Linden en sus brazos, saltar sobre un mar de gravanel. El Demondim había vuelto después de haber desaparecido en la ciénaga para rescatar a Linden.
—¿Quién…? —empezó la Primera.
—Es Vain —respondió Brinn—, regalado a nuestro ur-Amo Thomas Covenant por el gigante Corazón Salado Vasallodelmar, que está entre los muertos de Andelain.
Ella aclaró su garganta buscando una pregunta de la que pudiera obtener una respuesta más útil. Pero antes de que empezara a hablar Covenant oyó un ruido similar al estallido de una burbuja de lodo.
En seguida Vain se detuvo. Sus ojos parpadearon, mirando más allá del grupo. Luego se desenfocó.
Covenant se volvió a tiempo para ver a una pequeña figura separarse del lodo hirviente, dirigiéndose hacia el terreno firme. Aquella figura era poco más alta que los skest y de forma parecida a un niño malformado, sin ojos ni otras facciones.
Pero estaba hecha de barro. Unas llamas revoloteaban sobre ella al salir del fuego; luego se apagaron, dejando una criatura marrón y opaca como una escultura de arcilla mal hecha. Unas cavidades rojizas en su cuerpo parecían incandescentes bajo ceniza.
Paralizado por el reconocimiento, Covenant observó como una segunda criatura de barro emergía del lodo. Parecía un cocodrilo moldeado por un hombre ciego.
Ambas se quedaron en el borde, mirando hacia ellos. De alguna parte de las figuras salía un sonido modulado que sonaba como una especie de lenguaje. La voz del barro.
La Primera y Encorvado las contemplaban, ella con firmeza, él con un ligero aire de hilaridad. Pero Honninscrave dio unos pasos hacia las figuras y se inclinó formalmente. Con sus labios produjo unos sonidos parecidos a los que emitían ellos.
Susurrando, Encorvado informó a sus compañeros.
—Se llaman a sí mismo, los sur-jheherrin. Preguntan si deseamos ayuda contra los skest. Honninscrave responde que nuestra necesidad es absoluta. —Las criaturas hablaron de nuevo. La cara de Encorvado adoptó una expresión de asombro—. Los sur-jheherrin dicen que seremos salvados en nombre del Ser Puro —añadió, encogiéndose—. No lo comprendo.
Los jheherrin. Covenant relacionó interiormente una serie de recuerdos que le atormentaban. Oh, Dios mío.
Los pobres jheherrin. Habían vivido en las cuevas y charcos de lodo, en los alrededores de la guarida del Execrable. Eran los subproductos vivos de los laboratorios de crianza del Despreciativo. Los había dejado vivir porque el tormento de sus vidas le divertía.
Pero los había subestimado. A pesar de su constante terror, habían rescatado a Vasallodelmar y a Covenant de los esbirros del Amo Execrable. Habían enseñado a Covenant y a Vasallodelmar los secretos de la Guarida del Despreciativo, ayudándoles a llegar al salón del Trono y enfrentarse a él. En el nombre del Ser Puro…
Los sur-jheherrin eran claramente descendientes de aquellos seres blandos. Habían sido liberados de la esclavitud, tal como su antigua leyenda había profetizado. Pero no por Covenant, aunque había sido él el portador del poder. Su mente ardió con el recuerdo; aún podía escucharse a sí mismo diciendo, ya que no tenía otra alternativa: Miradme. Yo no soy puro. Yo soy corrupto. La palabra jheherrin significaba «los corruptos». Su respuesta había decepcionado a las criaturas de barro, incluso las había sumido en la desesperación. Y aún así le habían ayudado.
Pero Vasallodelmar… el Ser Puro, quemado y lavado con la caamora de Cenizas Calientes, había abatido al Despreciativo, liberando de su condena a los jheherrin.
Y ahora sus descendientes vivían en el barro y en las ciénagas del Llano de Sarán. Covenant miró a los sur-jheherrin como si fueran un acto de gracia, el fruto del gran corazón de Vasallodelmar, que ellos todavía tenían atesorado a través de los siglos que habían erosionado todos los recuerdos humanos del Reino.
Las criaturas de ácido continuaban avanzando, ignorando a Vain y a los sur-jheherrin. Los primeros skest ya no estaban a más de cinco pasos de ellos, irradiando luz esmeralda. Hergrom, Ceer y Harn estaban en posición de defenderse al precio que fuera, si bien debían tener presente que incluso los haruchai eran vulnerables ante aquel vitriolo verde. Su falta de expresión parecía demoníaca bajo aquella luz.
Los sur-jheherrin que hablaban con Honninscrave no se movieron. Sin embargo, materializaron su oferta de ayuda. De pronto, el barro de la charca empezó a arder y se levantó como una ola, saltando al terreno firme, junto a la orilla, dividiéndose luego en formas separadas. Sur-jheherrin como monos pasmados, reptiles malformados y perros ineptos; veintenas de ellos, avanzaron arrastrando fuegos que rápidamente se extinguían en sus espaldas. Con sorprendente velocidad, pasaron entre los haruchai y más de ellos siguieron. Fuera del charco, iluminados intensamente por el fuego del acechador, se levantaron en su defensa.
Las fuerzas se encontraron. Vitriolo y arcilla, entraron bruscamente en contacto. No se produjo ni un solo impacto de fuerza. Los skest y los sur-jheherrin confrontaban sus naturalezas esenciales unos contra otros. Los skest habían sido criados para verter llamas verdes sobre cualquier cuerpo que se les opusiera; pero las formas de barro absorbían el ácido y el fuego. Cada uno de los sur-jheherrin abrazaba un skest, atrayendo la criatura de ácido hacia sí mismo. Por un instante, el lodo brillaba con llama esmeralda; luego desaparecía y el sur-jheherrin iba a buscar otro skest.
Covenant observaba la confrontación a distancia. Para sus pasiones conflictivas, la batalla parecía no tener ningún significado, aparte del que tenían los sur-jheherrin en sí mismos. Mientras sus ojos seguían la acción, sus oídos captaban cada palabra del diálogo entre Honninscrave y las primeras formas de barro. Honninscrave seguía preguntándoles como si temiera que el resultado del combate fuera incierto y que la supervivencia de la Búsqueda pudiera depender de lo que él pudiera escuchar.
—Honninscrave pregunta —dijo Encorvado, traduciendo—, si tantos skest podrán ser abatidos. Los sur-jheherrin contestan que les superan mucho en número, pero que en el nombre del Ser Puro, podrán abrirnos el camino a través de su cerco para ayudarnos a huir del Sarán.
Más unidades de arcilla salieron del barro para unirse a la lucha. Los sur-jheherrin no podían absorber a los skest sin un sacrificio por su parte. A medida que cada criatura absorbía ácido, el verde que quemaba dentro de ella era más fuerte y al final su arcilla se deformaba. Los primeros ya empezaban a fundirse como cera caliente. Cuando perdían su solidez se retiraban del combate y por los lados de la península volvían al barro.
—Honninscrave pregunta si los sur-jheherrin que se marchaban habían sido mortalmente heridos. La respuesta es que no, que una vez disipado el ácido, su cuerpo se restauraba.
Cada una de las criaturas de barro consumía varios skest antes de verse obligada a retirarse. Paulatinamente las líneas del asalto se fueron aclarando, al ir desapareciendo los individuos que las formaban. Y más y más jheherrin salían del charco, emplazando a los que se habían retirado.
Otra parte de Covenant sabía que sus brazos estaban cruzados sobre su estómago y que se estaba balanceando de un lado a otro como un niño nervioso. Todo era demasiado vivido. Pasado y presente coincidían en él: el sufrimiento de Vasallodelmar en las Cenizas Calientes, la desesperación de los seres blancos, hombres y mujeres inocentes muertos, Linden desvalida en los brazos de Soñadordelmar, fragmentos de demencia.
Y todavía podía percibir el murmullo de Encorvado tan intensamente como un nervio desnudo.
—Honninscrave pregunta cómo es posible que los sur-jheherrin puedan sobrevivir bajo el acechador. Ellos contestan que son criaturas de ciénaga, que viven entre tierras movedizas y bancos de arcilla del pantano, y que allí no las pueden ver.
En su avance, los sur-jheherrin alcanzaron a Vain, pasando bajo sus muslos. El Demondim ni los miró. Permanecía quieto como si el tiempo no significara nada para él. Las criaturas de barro estaban a medio camino de la cabeza de la península.
—Honninscrave pregunta si los sur-jheJierrin conocen a ese hombre, llamado Vain. Pregunta si fue él quien les indujo a ayudarnos. Ellos contestan que no lo conocen. Entró en sus pozos de arcilla por el Oeste y empezó a viajar en esta dirección atravesando sus caminos como si los conociera. Es por ello que lo siguieron intentando descubrir su misterio. —Nuevamente Encorvado parecía perplejo—. Así es como aparentemente les dio la oportunidad de alertarse ante el hecho de que el pueblo del Ser Puro estaba presente en el Llano de Sarán… y en el peligro. En seguida se olvidaron de Vain y se apresuraron a cumplir con su antiguo compromiso.
Iluminado por esmeraldas a su espalda y fuego de barro anaranjado en su cara, Vain miraba enigmáticamente a la expedición sin revelar nada.
Detrás de él, los skest empezaban a sucumbir. Una sensación de peligro pareció penetrar en sus minúsculas mentes; en lugar de seguir adelante hacia su absorción, empezaron a retirarse. Los sur-jheherrin avanzaron con más rapidez.
Honninscrave seguía haciendo ruidos con sus labios. Encorvado murmuró:
—Honninscrave pide a los sur-jheherrin que le hablen de su Ser Puro, de quien él no sabe nada.
—No —mandó la Primera por encima de su hombro—. Pregúntale sobre esas cuestiones en otra ocasión. Ahora se aclara el camino que tenemos ante nosotros. Los sur-jheherrin se han ofrecido a ayudarnos desde este lugar. Ahora debemos decidir nuestro camino. —Luego se volvió a Covenant intencionadamente, como si fuera él quien la hubiera metido en un dilema que antes no existía—. Mi palabra es que el deber de la Búsqueda está en el Oeste. ¿Cuál es tu respuesta?
Soñadordelmar estaba a su lado, sosteniendo a Linden. Su semblante expresaba un problema más personal que la mera cuestión Este-Oeste. Covenant abombó su pecho, incapaz de dejar de mecerse.
—No. —Su mente era un montón de fragmentos, un recipiente de piedra rota, y cada uno de ellos tan afilado y vivido como un delito—. Estás equivocada. —Los pedrarianos se quedaron mirándolo, pero no pudo ver sus caras. Apenas podía saber quién era él—. Necesitáis saber algo del Ser Puro.
Los ojos de la Primera se abrieron.
—Thomas Covenant —dijo ásperamente—, no me compliques las cosas. La supervivencia y el objetivo de la Búsqueda está en mis manos. Debo decidir rápidamente.
—Entonces, decide. —Súbitamente, las manos de Covenant se volvieron puños, golpeando el aire—. Escoge y sigue ignorando. —Su debilidad le dolía en la garganta—. Estoy hablando de un gigante.
La Primera se echó atrás, como si inesperadamente le hubieran tocado el corazón. Dudó unos momentos, mirando más allá del grupo para observar el progreso de los sur-jheherrin. La cabeza de la península estaría despejada en pocos momentos. Luego se dirigió a Covenant.
—Muy bien, Giganteamigo. Háblame de ese Ser Puro.
¡Giganteamigo! Covenant se afligió. Quería esconder su amargura; pero la pasión de sus recuerdos no podía ser silenciada.
—Corazón Salado Vasallodelmar. Un gigante. El último de los gigantes que vivieron en el Reino. Habían perdido su camino de vuelta a casa. —El rostro de Vasallodelmar brilló ante él. Era la cara de Honninscrave. Todos sus muertos volvían—. Cualquier otra esperanza se había extinguido. El execrable tenía el Reino en sus manos, para aplastarlo. No quedaba nada, excepto yo y Vasallodelmar. El me ayudó. Me llevó a la Guarida del Execrable para que, al final, pudiera luchar, al menos para cumplir con esta obligación, incluso morir, si era preciso. El se quemó… —Estremeciéndose trató de seguir la historia ordenadamente—. Antes de que yo llegara allí, el Execrable nos había preparado una trampa. Habríamos muerto. Pero los jheherrin, sus antepasados… nos rescataron. En el nombre del Ser Puro.
«Esto formaba parte de su leyenda, la esperanza que los mantenía vivos. Creían que algún día, algún Ser Puro, alguien que no tuviera su alma cogida por las manos del Execrable, llegaría para liberarlos. ¡Si tenían suerte! Estaban tan atormentados… No habían bastantes lágrimas en todo el mundo para llorar por su suerte. Yo no podía… —Aquí chocó con su viejo odio, pensando en las víctimas, los pretéritos y los desposeídos—. Yo tenía poder, pero no era puro. Estaba tan lleno de enfermedad y de violencia… —Sus manos agarraron aire y quedaron vacías—. Y aún así nos ayudaron. Pensaban que ya no tenían razón para vivir, y nos ayudaron.
Su visión de aquel valor lo mantuvo silencioso por un momento. Pero sus amigos esperaban. La Primera esperaba. Los sur-jheherrin ya estaban más allá de la península, absorbiendo skest. Continuó:
»Pero ellos no pudieron indicarnos la manera de atravesar las cenizas calientes. Era un mar de lava. No teníamos ningún medio para atravesarlas. Vasallodelmar… —El gigante había gritado Yo soy el último de los gigantes. Daré mi vida como me plazca. El recuerdo que Covenant tenía de aquel grito, nunca se había borrado—. Vasallodelmar me llevó sobre sus hombros. Caminó por la lava hasta que se lo tragó. Pero antes ya me había lanzado al otro lado. —Su zozobra resonó en él como una amenaza de magia indomeñable, del poder que no deseaba—. Pensé que estaba muerto.
Sus ojos ardían con el recuerdo del magma.
»Pero él no estaba muerto. Volvió. Yo no podía hacerlo solo. Incluso no podía llegar a la Guarida del Execrable. Nunca podría haber encontrado el Salón del Trono y salvar al Reino. Volvió para ayudarme. Purificado. Todas sus heridas habían sido selladas, y todo su odio y furia para matar y todas sus ambiciones personales. Todo había sido sellado. Me dio lo que yo necesitaba y yo no tenía nada para darle; me dio placer, risa y valor para que yo pudiera terminar lo que tenía que hacer, sin cometer otra profanación. Sin embargo, él murió en ello.
¡Oh, Vasallodelmar!
»El fue el Ser Puro. El Ser que liberó a los jheherrin y liberó al Reino. Con risas. Un gigante.
Luego miró a los que le rodeaban. En la soledad interior que le daban los recuerdos, estaba preparado para luchar con todos ellos por el respeto que Vasallodelmar merecía. Pero su desenfrenada pasión no tenía donde ir. Las lágrimas reflejaban luz verde y naranja en las mejillas de Honninscrave. El rostro de Encorvado mostraba un sincero pesar. La Primera, tragó saliva, esforzándose por mantener su postura. Cuando hablo, sus palabras sonaron más fuertes debido a su esfuerzo de autodominio.
—Quiero escuchar más cosas de los gigantes que has conocido. Thomas Covenant, te acompañaremos a partir de ahora.
Un espasmo de disgusto personal se notó en la cara de Soñadordelmar. La cicatriz que tenía debajo de los ojos parecía protestar; pero no tenía voz.
En silencio, Brinn cogió por el brazo a Covenant, conduciéndolo hasta el final de la península. El grupo lo siguió. Al frente, los sur-jheherrin habían logrado hacer un pasadizo a través de los skest. Brinn empezó a caminar rápidamente tirando de Covenant a medio camino de la noche libre.
Cuando hubieron traspasado a los skest, el haruchai se volvió hacia el Este.
Mientras huían, un chillido de rabia hizo temblar a la noche, sonando salvajemente en el Sarán. Frente a Covenant y a Brinn, aparecieron sur-jheherrin resplandeciendo naranja y verde. Guiados por figuras de barro, empezaron a correr.