VEINTICUATRO. La Búsqueda

Covenant aspiró a fondo en un esfuerzo para estabilizar la marcha irregular de su corazón. Introdujo tal cantidad de aire en sus pulmones como si incluso la lluvia del Sarán fuera dulce.

En el silencio reinante, oyó a Hollian murmurar el nombre de Sunder. Cuando Sunder contestó, ella dijo:

—Estás herido.

Covenant limpió el agua de sus ojos y se acercó al Gravanélico a la luz de una antorcha. El dolor se mostraba en la cara de Sunder. Juntas, Hollian y Linden, le apartaron la ropa. Al dejar sus costillas al descubierto, vieron un hematoma en el lugar en que los corceles habían golpeado.

—Quédate quieto —ordenó Linden. Su voz salió como si hubiera hecho un gran esfuerzo para no gritar. Pero sus manos estaban seguras. Sunder se contrajo instintivamente a su contacto; luego se relajó cuando los dedos se mantuvieron sobre la piel sin producirle ningún dolor—. Un par de ellas están rotas. —Tras una pausa, añadió—: Tres están sólo algo cascadas. —Entonces colocó su palma derecha sobre el pulmón—. Respira. Hasta que te duela.

El inhaló aire; un espasmo de dolor se reflejó en su cara. Pero ella hizo un gesto con la cabeza como de reafirmarse en lo que pensaba.

—Has tenido suerte. El pulmón no ha sufrido. —En seguida pidió una manta a uno de los haruchai—: Voy a vendar tu pecho. Inmovilizando estas costillas lo mejor que pueda. Va a dolerte. Pero después podrás moverte sin que te haga daño.

Stell le dio la manta que ella en seguida cortó en anchas tiras. Cuidar de Sunder pareció calmarla. Su voz perdió su dureza anterior.

Covenant la dejó en su trabajo y se dirigió al fuego. Hergrom y Ceer se movían cerca de él. Luego, una onda de reacción le obligó a arrodillarse en la húmeda hierba y doblarse hacia adelante con las manos en el estómago para no quejarse en voz alta. Pudo oír a Sunder suspirando entre dientes mientras Linden vendaba su pecho; pero el sonido era similar al de la lluvia y Covenant ya estaba empapado. Se concentró en la irregularidad de los latidos de su corazón y trató de controlarlo. Cuando le pasó el ataque, se levantó y fue en busca de metheglin.

Brinn y Ceer habían podido salvar sólo la mitad de las provisiones; pero Covenant pudo beber libremente del líquido que quedaba. En el futuro tendría que valerse por sí mismo. Se estaba balanceando precariamente sobre la otra orilla de sí mismo y no quería caer a ella.

Hubo momentos en los que había estado a punto de utilizar la magia indomeñable… de declarar al acechador que los corceles no eran su única presa disponible. Si Linden no le hubiera detenido… La llovizna mortificaba su piel. Si ella no le hubiera detenido, ella y sus compañeros podrían haber sufrido el mismo destino que el Ama Shetra. Sus amigos… él era una trampa para ellos. Una amenaza andante. ¿Cuántos de ellos morirían antes de que fructificaran los planes del Amo Execrable?

Bebía metheglin como si tratara de apagar un fuego, el fuego en el cual estaba destinado a quemarse. El fuego de sí mismo. La lepra lo hacía impuro. Poder y duda. Parecía sentir el veneno avanzando ávidamente hasta los límites de su mente. Vagamente observó a los haruchai tratando de conseguir refugios entre las mantas para que no tuvieran que permanecer bajo la lluvia. Cuando Linden ordenó a Sunder y a Hollian que descansaran, él se unió a ellos.

Despertó al amanecer con la cabeza pesada. Las dos mujeres habían pasado la noche despiertas. Linden estaba como una esposa abatida con el cabello empapado, pegándosele a la cara; pero Sunder estaba de pie ante él. La lluvia había cesado. Sunder paseaba lentamente por la hierba, llevando con cuidado sus costillas dañadas. Concentración o dolor acentuaban su frente.

Covenant se levantó de su mojada cama y se dirigió al depósito de previsiones para beber un poco de agua. Luego, como que necesitaba compañía, volvió junto al Gravanélico.

Sunder hizo un gesto de bienvenida. Las arrugas de la parte superior de la nariz parecían complicar su visión. Covenant esperaba que dijera algo acerca del rukh o de los corceles. Pero no lo hizo. En su lugar murmuró tensamente:

—Covenant, no me gusta Sarán. ¿Es así la vida en ausencia del Sol Ban?

Covenant se quedó pensativo ante la idea. Le hizo pensar en Andelain. La tierra era igual a los Muertos; esto ocurría sólo en Andelain, donde aún el Sol Ban no había manchado o violado la tierra. Recordó la canción de Caer Caveral:

Pero mientras pueda, escucharé la llamada

del verdor y del árbol; y por su dignidad,

mantengo la alabarda de la Ley contra la Tierra.

El lamento de aquella música, hacía renacer en él viejos pesares y odios. ¿No era él, Thomas Covenant, quien había vencido al Despreciativo y hundido en el mar su guarida?

—Si lo es —respondió en un tono venenoso y mortífero—, voy a despedazar el corazón de aquel bastardo.

Distanciadamente, el Gravanélico preguntó:

—¿Es el odio una cosa buena? ¿No debimos entonces permanecer en Piedra Deleitosa y dar batalla al Clave?

La lengua de Covenant estaba preparada para responder, pero su mente estaba bloqueada por una recolección de recuerdos. Inesperadamente vio al Delirante Turiya en el cuerpo de Triock, un pedrariano que había amado a Elena. El Delirante decía: Sólo aquellos que odian son inmortales. Su ira le hizo dudar. ¿Odio? Con un esfuerzo, recobró el control de sí mismo.

—No. Suceda lo que suceda, ya tengo demasiada sangre inocente en mis manos.

—Te comprendo —dijo Sunder, con un suspiro. Su mujer y su hijo estaban en sus ojos; tenía razones para comprender la negación de Covenant.

La luz del Sol había empezado a penetrar en los claros de los árboles, dibujando un listado luminoso en la húmeda atmósfera. Un amanecer libre del Sol Ban. Covenant lo miró por un momento, pero era indescifrable para él. El Sol hizo que Linden y Hollian se levantaran. Pronto el grupo se preparó para partir. Nadie pronunció el nombre de Vain, pero su falta se notaba en el campamento. Covenant había tratado de no pensar en ello. El Demondim era un ser letal y sin escrúpulos. Sonreía y daba rienda suelta a su poder. Pero también era un regalo de Corazón Salado Vasallodelmar. Y Covenant estaba avergonzado ante la idea de que había permitido que un compañero, cualquier compañero, se ahogara en aquella ciénaga, aunque Linden hubiera dicho que Vain no estaba vivo.

Poco tiempo después, los haruchai cargaron con las provisiones y partieron. Nadie dijo una palabra caminaron a pie en el Llano de Sarán, rodeados de peligros y bajo las orejas del acechador. Parecía que veían delatores esperando detrás de cada árbol, en cada torrente. Ninguno de ellos tenían el valor de hablar. Brinn y Cail encabezaban la marcha, con Linden entre ellos. Girando ligeramente hacia el Norte desde el Este, cruzaron el claro y prosiguieron su camino nuevamente adentrándose en la jungla.

Durante un rato, la mañana fue blanca y luminosa con una suave neblina. Rodeaba a los árboles de evanescencia. El grupo parecía estar solo en el Llano, como si cualquier otra forma de vida se hubiera extinguido. Pero en cuanto la neblina empezó a esfumarse, el pantano tomó vida. Los pájaros se levantaron en pardas bandadas o en individuales borrones de color; silenciosas bestias huían de los viajeros. En un lugar, la expedición encontró un grupo de grandes monos grises, junto a unos matorrales en los que crecían unas bayas escarlata que parecían venenosas. Los monos tenían caras caninas y emitían gruñidos amenazadores. Pero Brinn caminó hacia ellos sin expresión en sus llanos ojos. Los monos saltaron a los árboles abriendo la boca como hienas.

Durante la mayor parte de la mañana, marcharon por un camino de la jungla que ponía terreno sólido bajo sus pies. Pero durante la tarde, tuvieron que cruzar un ancho fangal donde entre montoncillos de hierba podrida y sarnosa, se albergaban oscuras charcas, pozos y zonas de arenas movedizas. Algunas de las charcas eran claras. Otras pestilentes y mefíticas. A intervalos, y de forma inesperada, como si algo vivo y maligno estuviera en su fondo. Linden y el haruchai tenían muchas dificultades en hallar un camino seguro en aquella región.

En la distancia, detrás de ellos, el Sol cruzó el declive y adquirió el aura azul de lluvia. Pero el cielo sobre el Llano de Sarán permanecía claro, limpio de nubes.

A la puesta del Sol habían viajado poco más de cinco leguas.

Hubiera sido mejor, pensó Covenant mientras mascaba su cena, si hubiéramos venido cabalgando. Pero sabía que tales lamentaciones no tenían ningún sentido. Hubiera sido mejor si él nunca hubiera hecho daño a Lena ni a Elena… si nunca perdido a Joan… o si no hubiera contraído la lepra. El pasado era tan irremediable como una amputación. Pero habría podido incrementar su escasa mejoría si tantas vidas del Reino no hubieran estado en su haber.

Aquella noche volvió la lluvia. Llenó la oscuridad, mojó el amanecer y no cesó hasta después de que ellos pasaran media mañana pisando barro.

Por la tarde tuvieron que vadear un marjal de hierbajos y juncos. El agua cubría los muslos de Covenant; los juncos superaban la altura de su cabeza. El temor de peligros ocultos alteraba sus nervios, pero no tenían alternativa; el pantano bloqueaba su camino según pudieron comprobar los haruchai.

La espesura de los juncos les obligó a caminar en fila india. Brinn la encabezaba, seguido inmediatamente de Linden y Cail. Luego iban Harn, Hollian, Stell, Sunder, Covenant, Ceer y Hergrom. El agua era oscura y aceitosa. Las piernas de Covenant perdían sensibilidad como si hubieran sido cortadas en la línea del agua. Había nubes de mosquitos; y el pantano apestaba como si hubiera contenido reses muertas. El saco que colgaba de la espalda de Stell impedía a Covenant mirar al frente; no sabía cuanto más tendrían que andar de aquella forma. Instintivamente trató de darse prisa, pero sus botas se pegaban al barro y el agua era tan densa como la sangre.

La suciedad cubría sus piernas y manchaba su ropa. Sus manos se agarraban involuntariamente a las cañas, sabiendo que no podían salvarlo de una posible caída. Su mente maldecía al pensar en Vain. El Demondim, ni siquiera había dirigido la mirada a la gente que trataba de salvarlo. Covenant sentía el pulso en sus sienes.

De pronto, los juncos de su lado se movieron. El agua se agitó. Una serpiente tan gruesa como su muslo rompió la superficie.

Instantáneamente Sunder desapareció de su vista.

Unos metros más allá reapareció con la serpiente enrollada en sus caderas y cuello. Las brillantes escamas cubrían una fuerza suficiente para romper su espalda como si fuera un palo seco.

Toda la celeridad de los haruchai le pareció poca a Covenant. Vio a Stell deshacerse de su saco, echarse al agua, recorrer el camino a nado, como si cada fase de la acción hubiera sido cronometrada. Ceer no llevaba ningún saco; estaba a una fracción de latido por delante de Stell. La boca de Hollian se abrió para lanzar un grito. Cada uno de los juncos era distinto y terrible. El agua tenía una textura de lana mugrienta, Covenant lo vio todo: escamas mojadas; serpientes enrollándose para matar; Ceer y Stell en su primer intento de buceo; la boca de Hollian…

¡Marid! Un hombre sin boca, agonía en sus ojos, serpientes como arma. Colmillos ante la cara de Linden. Marid. Colmillos clavados como clavos de crucifixión en el brazo derecho de Covenant.

Veneno.

En aquel instante, se convirtió en una llama de furia. Antes de que Ceer y Stell hubieran cubierto la mitad de la distancia, Covenant quemó a las serpientes que estrujaban la espalda de Sunder. La magia indomeñable quemó la carne transparente, convirtiendo la espina, costillas y entrañas en incandescencia.

Linden lanzó un grito de espanto.

Las convulsiones de la serpiente al morir lanzaron a Sunder al agua.

Ceer y Stell se sumergieron. Desaparecieron, pero reaparecieron pronto sosteniendo al Gravanélico, que tenía la boca abierta entre ellos. Serpientes muertas colgaban de sus espaldas mientras sacaban a Sunder del peligro.

Todo el poder de Covenant fue apagado por el grito de Linden. El sueño se adueñó de sus huesos. Visiones de niños verdes y sofocación. ¡Maldito infierno!

Sus compañeros se quedaron mirándolo boquiabiertos. Las manos de Linden estaban apretadas contra los lados de su cabeza, luchando por contener su miedo. Covenant esperaba una repulsa de Linden por lo que había hecho. Pero no la recibió.

—Ha sido culpa mía. —Su voz era ronca y débil a la vez—. Debí haber captado esa cosa.

—No. —Stell habló como si fuera inmune a la contradicción—. Atacó cuando tu ya habías pasado. El error es mío. El Gravanélico estaba bajo mi cuidado.

—¡Maldición! —Covenant maldecía inútilmente—. ¡Por todos los Infiernos!

Con un esfuerzo, Linden apartó sus manos de la cabeza y se fue al lado del Gravanélico, que respiraba con dificultad debido al dolor de su pecho. Lo examinó por un momento, lo auscultó y luego dijo:

—Vivirás.

El incidente y la falta de medios hizo que su voz amarga como la bilis.

Los haruchai empezaron a moverse. Stell recogió su saco. Brinn reformó la línea de la expedición. Tratando de mantenerse erguida, Linden tomó su lugar y prosiguieron su camino.

Trataron de apresurarse. Pero el agua se hacía cada vez más profunda, manteniéndolos en cautela. Su contacto frío y sucio irritaba la piel de Covenant. Hollian no podía mantenerse sobre sus pies. Tenía que colgarse del saco de Harn y dejarse llevar. La herida de Sunder lo hacía jadear como si estuviera expirando.

Pero, al fin, las cañas dieron paso a un canal abierto; y a poca distancia había un repecho cubierto de hierba. El fondo había bajado. Y tuvieron que ir nadando.

Cuando llegaron al terreno sólido vieron que toda su ropa estaba cubierta por una fina capa de lodo pardo y brillante. También se había pegado en las ventanas de la nariz de Covenant. Linden no podía disimular el asco que le producía.

Con su característica indiferencia, los haruchai ignoraron su suciedad. Brinn estaba en la ladera, estudiando el Oeste. Hergrom se fue más allá, hasta que encontró un árbol al que pudo subir.

Cuando volvió, dijo que ninguno de los niños verdes de ácido se hallaba a la vista.

El grupo se apresuró. Más allá de la bajada, cayeron en un caos de matorrales y pequeños riachuelos que parecían correr por todas partes, sin moverse. Les alcanzó el crepúsculo cuando todavía estaban allí, tratando de sortear los obstáculos, dando vueltas y más vueltas en la zona y obedeciendo la estricta orden de Linden de no dejar que ni una gota de aquel agua les tocara.

Al anochecer, descubrieron el primer signo de persecución. Allá, muy lejos, entre los matorrales, había una luz de color esmeralda. Desapareció en seguida. Pero nadie dudó de su significado.

—¡Jesús! —exclamó Linden—. No puedo soportarlo.

Covenant intentó mirarla; pero su cara estaba en la oscuridad, que parecía crecer en sus facciones.

En silencio, el grupo tornó unos alimentos y se preparó para huir durante la noche.

La noche llegó cuando el Sol se hubo puesto por detrás del Declive. Pero luego, de una manera extraña, los torrentes empezaron a emitir luz. Un resplandor nacarado, fantasmagórico y febril, brillaba en las aguas, como fosforescencia enferma. A esta luz, el choque del agua con los matorrales, daba la impresión de que corría, aunque el agua pareciera antes estancada. La luminiscencia se expandía por todo el sector, mezclándose y luego separándose nuevamente, como un tejido de luz de Luna, pero tendiendo siempre hacia el Noreste.

El origen de la luz marcaba la presencia de una fuerte radiación.

Covenant tocó el brazo de Brinn, señalando el fuego. Brinn organizó la expedición y empezaron a caminar hacia adelante.

La oscuridad hacía que se sintieran desorientados respecto a la distancia; la luz estaba más lejos de lo que parecía. Antes de que los exploradores cubrieran la mitad del terreno, unas débiles luces esmeralda empezaron a aparecer detrás de ellos. Apareciendo y desapareciendo alternativamente, a medida que pasaban entre las matas los niños de ácido los seguían. Covenant cerró su mente a la persecución, concentrando la mirada en el resplandor que tenía al frente. No podía soportar el pensamiento del próximo ataque, el ataque que había hecho inevitable.

Siguiendo las líneas resplandecientes de las corrientes, como si fueran un mapa, Brinn guió a la expedición tan rápidamente como la precaución permitía.

Súbitamente se detuvo.

Iluminado de color perla, señaló al frente. Por un momento Covenant no vio nada. Luego, contuvo la respiración para mantenerse inmóvil.

Furtivamente, se dibujaban entre ellos y la luz unas figuras oscuras, al menos dos de ellas muy grandes.

Hergrom empujó a Covenant para que se escondiera entre las matas. Sus compañeros hicieron lo mismo. Covenant vio a Brinn alejándose como una sombra ante la fantasmagórica luz. Luego el haruchai fue absorbido por los matorrales. Covenant perdió de vista las figuras que se movían. Siguió mirando hacia donde las había visto antes. ¿Cuánto tardaría Brinn en investigar y volver?

Oyó un ruido, como una violenta expulsión de aire.

Instintivamente, trató de levantarse. Hergrom le retuvo agachado. Algo pesado se movía entre las hierbas. Se oían golpes, y podía sentir su fuerza. El insistió para que Hergrom le soltara. Un instante después le soltó. Todos se levantaron de nuevo. Cail y Ceer se adelantaron. Stell y Harn siguieron con los pedrarianos. Covenant cogió la mano de Linden y fue con ella tras de Sunder.

Cruzaron en diagonal dos corrientes, y luego todos los pequeños canales iluminados estuvieron a su derecha. El flujo de plata se reunía en tres canales, los cuales corrían serpenteando hacia la luz principal. Pero la expedición estaba ahora en terreno firme. La maleza entre los árboles era espesa. Sólo los haruchai fueron capaces de moverse en silencio. Cerca de la ladera del torrente más próximo encontraron a Brinn. Estaba con los puños en sus caderas. El nácar se reflejaba en sus ojos planos, dándoles expresión de júbilo.

Estaba frente a una figura que le doblaba la altura. Una figura como una reencarnación. Un sueño hecho realidad. O uno de los Muertos.

¡Un gigante!

—Los viejos narradores decían la verdad —dijo Brinn—. Estoy muy contento.

El gigante estaba con sus grandes brazos cruzados sobre su pecho, tan sólido como el tronco de un roble. Llevaba una vestidura formada por discos de granito y entrelazados unas gruesas polainas de cuero. A su espalda se veía un gran saco de provisiones. Tenía la barba cerrada. Sus ojos brillaban con cansancio debajo de unas pobladas cejas. La desconfianza que se reflejaba en su mirada mostraba que él y Brinn se habían peleado, y que él no compartía la alegría de Brinn.

—Luego tú sabes cosas que yo ignoro. —Su voz retumbaba como piedras en una cúpula subterránea—. Tú y tus compañeros. —Luego miró al grupo—. Y tu alegría… Con una mano tocó el lado de su mandíbula… es algo muy pesado.

Súbitamente, los ojos de Covenant se llenaron de lágrimas. Le cegaban, no podía parpadear y borrar visiones de Corazón Salado Vasallodelmar, cuya risa y puro corazón se habían hecho más para abatir al Amo Execrable y curar al Reino que cualquier otro poder, a pesar del hecho de que su pueblo había sido exterminado hasta el último niño por el Gigante-Delirante llevando un fragmento de la piedra Illearth, cumpliéndose así la inconsciente profecía de su Hogar en Línea del Mar, que ellos llamaban Coercri, La Aflicción.

Todos muertos, todos los Sinhogar. Procedían de un lugar, muy lejos en el mar, y vagando por el mundo habían perdido los caminos para volver con su pueblo. Por ello se habían establecido en un nuevo hogar, en Línea del Mar, donde habían vivido durante siglos, hasta que tres de sus hijos más orgullosos habían sido hechos Gigantes-Delirantes, servidores del Despreciativo. Luego se habían dejado matar antes que perpetuar un pueblo que pudo convertirse en lo que ellos odiaban.

Covenant lloró por ellos; por la pérdida de tanto amor y fidelidad. Lloró por Vasallodelmar. Lloró porque el gigante que estaba ahora ante él no podía ser uno de aquellos Sinhogar, ninguno de aquel pueblo que había aprendido a atesorar. Y porque, a pesar de todo, aún había gigantes en el Mundo.

No sabía que era lo que había dicho en voz alta, hasta que Hollian lo tocó.

Ur-Amo. ¿Qué es lo que te apena?

—¡Gigante! —gritó—. ¿No me conoces? —Se adelantó a Linden hacia aquella enorme figura—. Soy Thomas Covenant.

—Thomas Covenant —repitió el gigante, como el eco de una montaña. Con gentil cortesía, como si estuviera conmovido por las lágrimas de Covenant, se inclinó—. Es un honor para mi conocer tu nombre. Te tomo como un amigo, aunque es raro encontrar amigos en este lugar. Yo soy Grimmand Honninscrave, —sus ojos buscaron a Covenant—. Pero estoy confuso. Parece que has conocido gigantes. Gigantes que no volvieron para contar su historia a su pueblo.

—No —respondió Covenant, luchando con sus lágrimas. ¿No volvieron? No pudieron. Perdieron su camino, y fueron exterminados—. Tengo mucho que contarte.

—En otra ocasión —dijo Honninscrave—, me gustaría escuchar una larga historia, aunque fuera triste. La Búsqueda está escasa de historia; pero el peligro nos acecha. ¿No habéis visto los skest? Por desgracia hemos colocado nuestros cuellos en un garrote. El tiempo está ahora más para la batalla y la astucia que para las historias.

¿Skest? —preguntó Sunder, nerviosamente, por encima del dolor de sus costillas—. ¿Hablas de las criaturas ácidas que son como niños y lucen como esmeraldas?

—Grimmand Honninscrave. —Brinn habló como si Sunder no estuviera presente—. La historia de que habla nuestro ur-Amo es conocida entre nosotros también. Yo soy Brinn, de los haruchai. De mi pueblo también son los aquí presentes: Cail, Stell, Har. Ceer y Hergrom. Te doy nuestros nombres en nombre de un digno recuerdo. —Brinn cogió la mirada de Honninscrave—. Gigante, no estás solo.

Covenant ignoró tanto a Brinn como a Sunder. Involuntariamente, y sólo de forma seminconsciente, levantó la mano para tocar la de Honninscrave, para verificar que el Gigante era de carne y hueso. Pero sus manos eran insensibles, estaban muertas. Tuvo que encerrarse en sí mismo para ahogar su frustración.

El gigante le miró con simpatía.

—Seguro que la historia que deseáis contarme es de gran interés. La escucharé cuando el tiempo lo permita. —Bruscamente se volvió—. Brinn, de los haruchai. Tu nombre y los nombres de tu gente me hacen honor. El debido y formal cambio de nombres e historias es un placer para el cual ahora no tenemos tiempo. En verdad, no estoy solo.

—Venid —dijo por encima de su hombro.

Ante su palabra, tres gigantes más salieron de entre los árboles, acercándose a largos pasos.

El primero en llegar fue una mujer. Era hermosa, con un cabello que parecía hierro finamente hilando, con una mirada de férreos propósitos. A pesar de que era más delgada que él y ligeramente más baja, iba vestida como un guerrero. Llevaba una malla con grebas en sus manos; un yelmo colgaba de su cinturón, un hierro redondo salía por detrás de sus hombros. En una vaina que llevaba colgada a su lado había una espada casi tan alta como Covenant.

Honninscrave la recibió con deferencia y le dijo los nombres que el grupo le había dado. Luego les dijo:

—Ella es la Primera de la Búsqueda. La servimos a ella.

El otro gigante no tenía barba. Tenía una vieja cicatriz, como un golpe de sable, debajo de sus ojos, a través del puente de la nariz. Pero en su aspecto y vestidura se parecía mucho a Honninscrave. Su nombre era Cable Soñadordelmar. Al igual que Honninscrave, no iba armado y llevaba una gran carga de provisiones. El cuarto individuo no era más alto que el alcance de un brazo de Covenant. Parecía un lisiado. En el centro de su espalda, su torso se encorvaba hacia adelante, como si tuviera la columna doblada, imposibilitándole para erguirse. Sus extremidades eran grotescamente musculadas como ramas de árbol estranguladas por duros tallos. Y su cara también era grotesca: ojos y nariz malformados, y la boca torcida. El corto cabello que coronaba su cara sin barba, estaba tieso, como si hubiera tenido un susto. Sonreía y su mirada parecía alegre y jovial; a pesar de su fealdad, su cara resultaba agradable.

Honninscrave pronunció el nombre del gigante: Encorvado.

—¿Encorvado? —La vieja simpatía de Covenant por los lisiados le hizo dudar—. ¿Es que no tiene ni derecho a dos nombres? ¿Encorvado y nada más?

El gigante respondió como si hubiera podido leer el corazón de Covenant. Su voz sonaba como el murmullo de una fuente.

—Se me han ofrecido otros nombres. Y muchos. Pero, ninguno me gustaba. —Sus ojos brillaban con un misterioso regocijo—. Piénsalo bien y comprenderás.

—Lo comprendemos. —La Primera de la Búsqueda habló como hierro templado—. Ahora lo que necesitamos es huir o defendernos.

Covenant tenía muchas preguntas en su mente. Quería saber de dónde habían salido aquellos gigantes. Por qué estaban allí; pero el tono de la Primera le devolvió a sus problemas inmediatos. En la distancia vio brillos verdes. Una línea que formaba como una nariz.

—Huir es difícil —dijo Brinn desapasionadamente—. Las criaturas de esta persecución son muchas.

—Los skest, sí —retumbó Honninscrave—. Quieren cercarnos como al ganado.

—Bueno —dijo la Primera—, debemos prepararnos para defendernos.

—Espera un minuto. —Covenant buscó entre los pensamientos que daban vueltas en su cerebro—. Esos skest, vosotros los conocéis. ¿Qué sabéis de ellos?

Honninscrave miró a la Primera y luego se encogió de hombros.

—Saber es algo muy relativo. No sabemos nada de este lugar ni de su vida. Hemos oído el discurso de estos seres. Se llaman a sí mismos skest. Y su objeto es el de hacer sacrificios para otro ser, al cual adoran. De este ser no dicen el nombre.

—Para nosotros —el tono de Brinn escondía repugnancia—, se conoce como el acechador del Llano de Sarán.

Es el Sarán. —Linden se expresaba rotundamente, excitada. Días de íntima vulnerabilidad la habían dejado febril e indefensa—. Todo este lugar está vivo de alguna forma.

—¿Pero cómo sabéis tanto? —preguntó Covenant a Honninscrave—. ¿Cómo podéis comprender su lenguaje?

—Esto también —respondió el gigante—, es algo que no puede llamarse saber. Poseemos un regalo de lenguas por el cual tratamos más fácilmente con Elohim. Pero todo lo que hemos oído no nos ofrece ninguna ayuda para el presente.

Elohim. Covenant recordó este nombre. Lo había oído por primera vez de Vasallodelmar. Pero aquellos recuerdos, sólo acentuaban su sentido del peligro. Había confiado en que los conocimientos de Honninscrave les podrían proporcionar una forma de escapar. Dándole la vuelta al problema, dijo:

—Tampoco la defensa puede haceros ningún bien. —Trató de darle fuerza a su mirada—. Tenéis que escapar. Tenéis que escapar. —Vasallodelmar murió por mi culpa—. A través de las líneas podéis escapar y ellos no harán nada para impedirlo. Es a mí a quien buscan. —Sus manos gesticulaban de forma que no podía reprimir—. Llevad con vosotros a mis amigos.

—¡Covenant! —protestó Linden, como si hubiera anunciado su intención de suicidarse.

—Resulta —dijo Encorvado— que el conocimiento de Thomas Covenant respecto a los gigantes no es tan grande como él cree.

Brinn no se inmutó; su voz no contenía mala intención.

—El ur-Amo sabe que su vida está bajo la protección de los haruchai. No le abandonaremos. Los antiguos gigantes tampoco hubieran abandonado nunca a un compañero en peligro. Pero esto no os ata a vosotros. Sería triste para nosotros veros dañados. Debéis huir.

—¡Sí! —insistió Covenant.

Frunciendo el entrecejo, Honninscrave preguntó:

—¿Por qué cree el ur-Amo que los skest le buscan a él?

Brevemente, Brinn le explicó que ellos sabían algo del acechador del Llano de Sarán.

La Primera dijo:

—Está decidido. —Desató su yelmo de la correa y se lo colocó a la cabeza—. De esto, la Búsqueda ha de ser testigo. Encontraremos un lugar para defendernos.

Brinn señaló la luz del Noreste. La Primera miró en aquella dirección.

—Bien —dijo.

En seguida se volvió y empezó a caminar.

Los haruchai, pronto pusieron en movimiento a Covenant y Linden, así como a los pedrarianos. Flanqueados por Honninscrave y Soñadordelmar, con Encorvado a sus espaldas, la expedición siguió a la Primera.

Covenant no podía resistir. Estaba completamente aterrorizado. El acechador sabía que estaba allí y quería encontrarlo; estaba obligado a luchar o morir. Pero sus compañeros los gigantes, incluido Vasallodelmar, había sufrido el tormento de Cenizas Calientes por su culpa. ¡No debemos…! Estaba seguro de volverse loco, si llegaba a ser la causa de hacer cualquier daño a sus amigos.

Los skest fueron en su persecución. Salieron de las depresiones del Llano, formando una pared compacta contra cualquier ataque. Las líneas en cada lado se iban estrechando. Honninscrave lo había descrito muy bien: ¡Oh, Infierno! Estaban siendo conducidos hacia la luz.

Ahora brillaban enfrente de ellos, bañando la noche de color de nácar, el color de su anillo. Entonces pensó que el agua brillaba como lo hacía porque su anillo estaba presente. Ellos se encontraban próximos a la confluencia de los canales. En el lado izquierdo, la jungla se subía por una larga ladera de colina, dejando el terreno despejado al frente, tan lejos como alcanzaba la vista, pero el camino era complicado por las enredaderas y raíces que salían del suelo. A la derecha, las aguas formaban un lago que tenía la longitud de la ladera. Sobre su superficie brillaba una especie de vapor plateado, que no era natural. La luz producía en sus alrededores una sombra vampiresca como si aquel resplandor fuera el peculiar canto mortuorio de los desventurados. Aquel paisaje era bello y funesto a la vez.

A poca distancia, en su camino por la ladera, se encontraron bloqueados por una barrera de skest. El viscoso fuego verde se iba cerrando desde el nivel del agua hasta la ladera, formando una curva alrededor del grupo.

La Primera se detuvo y examinó el terreno.

—Debemos cruzar por el agua.

—¡No! —replicó Linden en seguida—, si lo hacemos así, nos matarán.

Entonces, la Primera, enarcó las cejas.

—Entonces, parecerá… —y después de un momento de consideración—, que el lugar de la defensa lo habremos escogido nosotros.

Un extraño silencio le respondió. La respiración de Encorvado silbaba ligeramente, dentro y fuera de sus entumecidos pulmones. Sunder se agarraba a Hollian defendiéndose del dolor de su pecho. Las caras de los haruchai parecían máscaras de muerte. Linden estaba visiblemente aterrorizada.

Poco a poco, la atmósfera empezó a sudar bajo el asedio del acechador.

Covenant sentía que se le iba llenando el cuerpo hasta llegar a la garganta, como agua, aumentando poco a poco en volumen e intensidad. Los skest salían interminablemente, acompañados de aquel intenso grito. La transpiración producía hormigueo en toda su piel. El veneno latía en él como fiebre.

Cable Soñadordelmar, se puso las manos a los oídos; luego las bajó cuando comprobó que no podía cerrar sus oídos al paso de aquel alarido. Un mudo gruñido descubrió sus dientes.

Con toda calma, como si no sintieran necesidad de apresurarse, los haruchai desempaquetaron los pocos leños que les quedaban. Se los repartieron a razón de uno por cabeza, ofreciendo el resto a los gigantes. Soñadordelmar miró la madera, sin comprender, pero Encorvado cogió varios de ellos y dio el resto a Honninscrave. Aquellas estacas parecían palillos en las manos de los gigantes.

La boca de Linden se abrió como si fuera a gritar; pero el ruido del acechador ahogaba cualquier otro sonido.

Los skest avanzaron, tan verdes como la corrupción.

Desafiando su sofoco, Brinn dijo:

—¿Debemos soportar esto? Ataquemos a esos skest.

La Primera le miró. Luego miró a su alrededor. Sin pensárselo más, sacó su espada, que parecía oírse vibrar superando el alarido, cuando la movía por encima de su cabeza.

—¡Piedra y Mar! —gritó, lanzando su grito de batalla.

Y Covenant, que ya había conocido a los gigantes, respondió:

«Piedra y Mar, profundos en la vida,

dos inalterables símbolos del Mundo».

Forzó las palabras, a pesar de su vértigo, tal como las había aprendido de Vasallodelmar.

«Permanencia en el descanso y permanencia en la acción;

participantes en el Poder que queda».

Aunque el esfuerzo amenazaba con hacer saltar sus ojos, habló muy alto para que la Primera lo oyera y comprendiera.

Los ojos de ella le buscaron con interés.

—Tú has conocido a los gigantes —carraspeó. El alarido obstruía su garganta—. Te nombro Giganteamigo. Somos camaradas, para bien o para mal.

Giganteamigo. El nombre casi le ahogaba. Los gigantes de Línea del Mar habían dado este título a Damelon, padre de Loric. A Damelon, que había predicho su destrucción. Pero no tenía tiempo de protestar. Los skest se aproximaban. Entonces sufrió un ataque de tos. Las esmeraldas le producían más vértigo a medida que se esforzaba en respirar. El alarido le hacía vibrar los huesos. Su mente iba encadenando nombres. Giganteamigo, Damelon, Kevin, Linden, Marid, Veneno.

Venenovenenoveneno.

Con los palos a punto, Brinn y Ceer avanzaron a lo largo del borde del lago para enfrentarse a los skest. Los otros haruchai movieron el grupo en aquella dirección. El sudor que caía en los ojos de Encorvado le hacía parpadear como un loco. La Primera empuñó su espada con ambas manos.

Lleno de vértigo, Covenant siguió solamente porque Hergrom le empujó.

Marid. Colmillos.

Lepra desecho sucio.

Ahora ya estaban cerca de los niños ardientes. Demasiado cerca.

De pronto, Soñadordelmar, pasó delante de Brinn y cargó contra los skest.

Brinn gritó:

—¡Gigante! —y le siguió.

Con su enorme pie, Soñadordelmar aplastó a una criatura. Ésta se rompió, esparciendo ácido y llamas.

Soñadordelmar se tambaleó por el dolor que le subía por la pierna. Sus mandíbulas se abrieron, pero sin dejar salir ningún sonido de su garganta. En un vislumbre de percepción, Covenant se dio cuenta de que era mudo. La mala fortuna hizo que Soñadordelmar cayera hacia los skest.

La voz del acechador burbujeaba como la codicia del pantano.

Brinn dejó caer sus palos y cogió a Soñadordelmar por la muñeca. Desafiando el peso del gigante, tiró de él, apartándolo de las criaturas.

Al instante siguiente, Encorvado los alcanzó. Con una prodigiosa facilidad, cargó sobre sus hombros a su camarada herido. El dolor se reflejaba en la cara de Soñadordelmar; pero colgaba de los hombros de Pitch y se dejó apartar de los skest.

Al mismo tiempo, Ceer empezó a atacar. Aplastó uno de los niños de ácido con un revés de su bastón. La conflagración hizo astillas la mitad de la madera. Luego tiró los trozos restantes a la criatura siguiente. Mientras el skest ardía, ya había cogido otro madero para volver a golpear.

Stell y Brinn se unieron a él. Rugiendo, Honninscrave empezó a golpear la línea con un doble fajo de madera, aplastando a cinco skest antes de que las maderas se le quemaran en las manos.

Juntos, abrieron una brecha en la nariz del acechador.

El alarido intensificó su furia, clavándose en los pulmones del grupo.

Hergrom tiró de Covenant para salir por la brecha. Cail, subió, llevando a Linden. Brinn y Ceer mantenían la brecha abierta con el último de los leños mientras Honninscrave y la Primera corrían a través de las llamas, confiando en su inmunidad al fuego. Encorvado le siguió con Soñadordelmar en su espalda.

Luego los haruchai se quedaron sin madera. Aparecieron más skest para cerrar la brecha, conducidos por el infalible chillido del acechador, Stell atravesó la brecha. Harn le lanzó Hollian a Stell, luego hizo lo mismo con Sunder.

Como uno solo, Brinn, Ceer y Harn, saltaron por encima de las criaturas.

Los skest ya se habían vuelto en persecución. El acecho rugía con más furia.

—¡Ven! —gritó la Primera, casi logrando imponer su voz al alarido incesante. Los gigantes corrían a lo largo de la orilla del lago. Encorvado llevaba a Soñadordelmar con la agilidad de un haruchai.

Todos huyeron. Sunder y Hollian corrían juntos, flanqueados por Han y Stell. Covenant se tambaleaba a causa de las raíces y tallos muertos entre Brinn y Hergrom.

Linden no se movió. El horror y la sofocación había convertido su cara en alabastro. Covenant la miró y vio en su rostro la misma expresión que la primera vez que ella había visto a Joan, una mirada de parálisis.

Cail y Ceer la cogieron por los brazos y la obligaron a correr.

Ella se resistía; su boca se abrió para gritar.

—¡Cuidado! —dijo la Primera.

Hollian rompió en sollozos.

Brinn y Hergrom se pararon en seco, mirando hacia el lago.

Covenant se estremeció ante su vista y se hubiera caído de no haberle sujetado el haruchai.

La superficie del lago crecía. El agua se convirtió en un brazo, como una concatenación de brillo fantasmagórico; un tentáculo con veintenas de dedos. Creció, elevándose, como la encarnación del grito del acechador.

Desenrollándose como una serpiente, golpeó a los que estaban más cerca.

A Linden.

Como una niña horrorizada, Linden trató de escapar. Cail y Ceer tiraron de ella. Inconscientemente se resistió.

En aquella pesadilla, Covenant vio como el pie izquierdo de Linden quedaba atrapado en la horca de una raíz. Los haruchai trataron de ayudarle. Con un espasmo de dolor se rompió. No se oyó ningún sonido bajo la furia del acechador. El brazo de agua le lanzó fosforescencia. Cail lo vio llegar y trató de bloquearlo. El brazo lo lanzó fuera de camino, dejándolo tendido con la cabeza en dirección de los skest que avanzaban.

Las criaturas se acercaban lentamente como una marea. Linden trató de llorar y no pudo.

El brazo de agua retrocedió nuevamente, apartando a Ceer.

Luego Honninscrave se lanzó a toda velocidad hacia el lugar donde estaba Linden.

Covenant trató, con todas sus fuerzas de seguir al gigante, pero Brinn y Hergrom se lo impidieron.

Al instante, se encendió su furia. Una oleada de veneno se apoderó de él. La magia indomeñable empezó a brillar.

Su poder apartó a los haruchai como si hubieran sido lanzados por una explosión.

El brazo del acechador volvió a atacar. Honninscrave se interpuso, desviándolo. Su peso lo estrelló contra el suelo con un claroscuro de chispas blancas, pero no podía dominarlo. Luego enrolló al gigante, levantándolo en el aire. La presión le produjo un dolor que se reflejaba en su cara. Luego lo amartilló contra el suelo, dejándolo tendido.

El brazo ya alcanzaba a Linden.

Ardiendo como una antorcha, Covenant recorrió la distancia que lo separaba de ella, pero su mente era un caos de visiones y vértigo. Vio a Brinn y Hergrom tendidos al suelo, tal vez heridos, tal vez muertos. Vio colmillos crucificando su antebrazo. Vio veneno cometiendo asesinatos que él no podía controlar. El fulgurante brazo buscó nuevamente a Linden con sus dedos.

En un violento latido de su corazón, el horror se impuso a él. Todos sus temores se convirtieron en el temor del veneno, de la magia indomeñable que no podía dominar, de él mismo. Si atacara aquel brazo podría dañar a Linden. El poder salía de él como una llama.

Los dedos del acechador la cogieron por el cabello, arrastrándola hacia el lago. Su tobillo roto aún estaba atrapado por la raíz. El brazo tiró de ella, atormentando sus huesos. Luego su pie quedó libre.

¡Linden!

Covenant avanzó nuevamente. El grito había roto sus pulmones. No podía respirar. Mientras corría, sacó el krill de Loric, lanzó la tela y lo empuñó. Con la espada despidiendo fuego blanco, se lanzó al ataque contra el brazo.

Se oyó un grito de dolor. El brazo soltó a Linden, retirándose. El krill casi fue arrancado de su puño. La herida despidió plata como una Luna en llamas, esparciendo arcos de angustia en el cielo oscuro.

Herido y enfurecido, el brazo enrolló a Covenant, levantándolo del suelo. Por un instante se encontró cogido, sin defensa en un lazo que lo aplastaba. Con una fuerza salvaje, el acechador lo levantó hacia el cielo para meterlo luego en el agua. Lo hundió más y más como si el lago no tuviera fondo ni final. El frío quemaba su piel, obturando su boca; la presión en sus oídos parecía un clavo que se introducía en su cráneo; su mente quedó en la oscuridad. El acechador intentaba cortarlo por la mitad. Pero la gema del krill brillaba con potencia. El krill de Loric, forjado como un arma contra la maldad. Un arma. Con ambas manos, Covenant, pinchó con la espada aquel brazo que parecía una serpiente.

Con una convulsión, aflojó su agarre. La sangre del acechador llegó hasta la cara de Covenant.

Pero continuaba siendo empujado hacia el fondo, hacia las profundidades del abismo de las entrañas del acechador. Empezó a acusar la falta de aire. El agua y el frío atenazaban sus huesos. La presión en sus ojos marcaba signos de mortalidad y fracaso. Fracaso. El Sol Ban, el Amo Execrable riéndose ante su absoluto triunfo.

¡No!

Linden agonizaba.

¡No!

Antes de que la mano del acechador pudiera apretar de nuevo, giró su cuerpo en redondo, encarándose a la procedencia del brazo, siempre bajando. El krill ardía de manera salvaje ante su vista.

Con toda la pasión de su corazón dolorido, con todo lo que sabía del krill, magia indomeñable, rabia, veneno… acuchilló el brazo del acechador.

La caliente espada cortó la carne pasando a través de su apéndice como si todo fuera agua.

Al instante, el lago ardió. El agua se agitó despidiendo fulgores blancos como llantos. El acechador se convirtió en llamas. Súbitamente el brazo del acechador desapareció.

Aunque todavía empuñaba el krill, Covenant no podía ver nada. El dolor del acechador lo había cegado. Se halló flotando solo en las profundidades, tan oscuras que nunca más podrían tener luz. El se moría por falta de aire.