VEINTITRÉS. El Llano de Sarán

Covenant la observó mientras dormía, humana y apaciblemente, hasta mucho después de la puesta del Sol. Luego, a la luz del fuego que habían encendido los haruchai, la levantó. Estaba demasiado débil para comer algo sólido, por lo que la alimentó con metheglin diluido en agua.

Se estaba recuperando. Ni su borrosa visión podía engañarle. Cuando se dispuso nuevamente a dormir, él se tendió en la arena, cerca de ella, y casi al instante empezó a soñar.

Eran sueños en que la magia indomeñable se desataba de manera salvaje e irremediablemente destructiva. Nada podía detenerla y cada destello de poder era un júbilo para el Despreciativo. Covenant se convertía en un devastador del Mundo. Se convirtió en un Kevin, a una escala que sobrepasaba toda profanación concebible. El fuego blanco salía de las pasiones y le hacían lo que era, ¡y él no podía…! Pero el ajetreo de sus compañeros le despertó mucho antes del amanecer. Sudando, en el frío del desierto, se puso en pie y miró a su alrededor. La leña del fuego indicaba que Linden estaba sentada, con la espalda apoyada en la pared del canal. Hergrom la atendía en silencio, dándole comida.

Ella captó la mirada de Covenant. El no pudo ver su expresión en aquella luz escasa, ni tampoco saber dónde se encontraban. Su visión parecía obstruida por las imágenes de la pesadilla. Pero la oscuridad y la importancia de su cara le atrajeron hacia ella. Se agachó ante ella y se dedicó a observar su rostro. Después de un momento, murmuró como para sí mismo:

—Pensé que estabas acabada.

—Yo pensé —respondió ella, con voz grave—, que nunca llegaría a hacerte comprender.

—Lo sé.

¿Qué más podía decir?

Pero la inoportunidad de su frase le avergonzó. Se sentía tan incapaz de llegar a ella…

Pero mientras él sufría por sus limitaciones, la mano de Linden le alcanzó, acariciándole la enredada barba. Su tono adquirió más vigor.

—Hace que parezcas más viejo.

Uno de los haruchai empezó a reavivar el fuego. Un resplandor rojo en sus ojos húmedos les dio el aspecto de carbones encendidos, de lenguas de fuego producidas por su mente. Ella siguió hablando, luchando contra la emoción en su garganta.

—Me pediste que observara a Vain. —Ella señaló con la cabeza al Demondim, que estaba en el centro de la hondonada, a unos pasos de ella—. Lo he intentado, pero no he comprendido. No está vivo. Tiene un enorme poder imperativo; pero es… inanimado. Como tu anillo. Podría ser cualquier cosa.

Se cubrió los ojos con la mano. Por un momento se desestabilizó.

—Covenant, es doloroso mirarlo. Duele mirar cualquier cosa. —Los reflejos formaban como unas pulsaciones rojoanaranjadas bajo la sombra de su mano.

El quería rodearla con sus brazos, pero sabía que no era eso lo que necesitaba. Un Delirante la había tocado, había cercado su alma. Gibbon le había dicho que su sentido de la salud la destruiría. En un tono más áspero respondió:

—El salvó tu vida.

Sus hombros se encogieron.

—El salvó la vida de Cail.

Ella se estremeció, se quitó la mano de la cara, dejándole ver sus ojos con la nueva luz del fuego.

—El salvó tu vida.

El la miró tan directamente como pudo, pero no dijo nada. Le dio todo el tiempo que ella necesitaba.

—Después de Pedraria Cristal, estuviste a punto de morir. Yo no sabía qué hacer. —Su boca adoptó una expresión de amargura—. Incluso aunque hubiera tenido a mano mi maletín… Aparte de que los hospitales, laboratorios, equipamientos y doctores no son demasiado buenos. —Pero un momento más tarde, ella se tragó su insuficiencia—. No sabía qué más hacer. Por ello me metí dentro de ti. Sentí tu corazón y tu sangre, al igual que tus pulmones y tus nervios… tu enfermedad. Yo te mantuve vivo, hasta que Hollian fue capaz de ayudarte.

Los ojos de Linden se apartaron de los suyos, dejando vagar la mirada por el canal, como sintiéndose culpable.

«Fue horrible. Caer en aquella enfermedad. Pruébalo. Como si fuera yo la que estaba enferma. Era como respirar cangrena. —Su frente se arrugó de repulsión o pesar, pero forzó nuevamente su mirada hacia el rostro de él—. Te aseguro que nunca más haré una cosa así.

La pesadumbre que sintió le hizo inclinar la cabeza. Miró entre las sombras. Pasó un largo momento, antes de que Covenant pudiera decir algo sin ofenderla.

—¿Mi leprosidad te horroriza tanto?

—No. —Su tajante negación levantó nuevamente sus ojos—. No era la lepra. Era veneno.

Antes de que él pudiera absorber su aseveración, ella continuó:

«Todavía está dentro de ti. Está creciendo. Por eso me resulta tan penoso mirarte. —Luchando para no llorar, dijo con voz ronca—: No puedo mantenerlo fuera. Nada. El Sol Ban está dentro de mí. No puedo mantenerlo fuera. Tú hablas de profanación. A todo me está profanando.

¿Qué puedo hacer yo?, murmuró para sí mismo. ¿Por qué me seguiste? ¿Por qué trataste de salvar mi vida? ¿Por qué no te disgusta mi leprosidad? Pero, en voz alta, trató de darle respuestas y no preguntas.

—Así es como trabaja el Execrable. Trata siempre de convertir la esperanza en desesperación. La fuerza en debilidad. Ataca cosas que son buenas y trata de hacer de ellas algo maligno. —El Despreciativo había utilizado el amor de Kevin por el Reino, el servicio de los Guardianes de Sangre, la fidelidad de los Gigantes, la pasión de Elena, para corromperlos a todos. Y Linden había mirado a Vain porque él, Covenant, le había pedido que lo hiciera—. Pero ese cuchillo corta por ambos lados. Cada vez que trata de dañarnos, nos da una oportunidad para luchar contra él. Debemos encontrar la fuerza en nuestra debilidad. Hacer esperanza de la desesperación.

«Linden. —Con su media mano cogió una de las suyas, estrechándola—. No hace ningún bien tratar de esconderse de él. —No sirve de nada evadir sus trampas—. Si cierras los ojos te volverás más débil. Debemos aceptar lo que somos. Y negarle a él. —Pero sus dedos eran insensibles. No podía decir si había contestado o no a su apretón.

La cabeza de Linden había caído hacia adelante; su cabello escondía su cara.

—Linden, eso salvó tu vida.

—No. —Su voz parecía envuelta por el inminente amanecer y las sombras—. Tú salvaste mi vida. Yo no tengo ningún poder. Todo lo que puedo hacer es ver. —Tiró de su mano—. Déjame sola —dijo suspirando—. Esto es demasiado, pero lo intentaré.

El quería protestar. Pero su apelación le conmovió. Con un dolor intenso en todas las articulaciones se levantó y fue a calentarse.

Mirando vagamente alrededor de la hondonada divisó a los pedrarianos. Su visión le detuvo.

Estaban sentados a poca distancia. Sunder sostenía el rukh. Unas débiles llamas rojas iluminaban el triángulo. Hollian le ayudaba, tal como hizo la primera vez que había cogido el rukh. Covenant no podía acertar lo que estaban haciendo. Durante largo tiempo no les había prestado ninguna atención y, por tanto, no tenía idea de lo que intentaban.

Primero lanzaron sus fuegos. Por un momento permanecieron sentados, mirándose y cogiéndose las manos, como si necesitaran reunir fuerzas.

—No podemos evitarlo. —Su susurro recorrió la hondonada como una voz procedente de las estrellas—. Debemos soportar lo que viene de la mejor forma posible.

—Sí —musitó Sunder—. Lo mejor que podamos. —Luego su tono se suavizó—. Yo puedo soportar mucho… contigo.

Cuando se levantaron, él se acercó más y la besó en la frente. Covenant miró hacia otro lado, sintiéndose como un intruso. Pero los pedrarianos fueron directamente hacia él; y Sunder le dirigió la palabra con aire preocupado.

Ur-Amo. Esto debe ser dicho. Desde el momento en que me requeriste —pronunció la palabra irónicamente— para que me hiciera cargo de este rukh, ha habido un temor en mí. Mientras Memla sostenía su rukh, el Clave sabía de ella. Por lo tanto, el Grim vino sobre nosotros. Temo que, al ganar maestría con su rukh yo también puedo ser conocido del Clave. Covenant, —balbuceó sólo un instante— mi temor es cierto. No tengo la preparación suficiente para leer el propósito del Clave, pero he sentido su amenaza, y sé que estoy expuesto a ellos.

Ur-Amo —Hollian intervino serenamente—, ¿qué debemos hacer?

—Ni más ni menos que lo que hemos estado haciendo. —Covenant apenas la oyó. Apenas oyó su propia respuesta—. Correr. Luchar. Si nos toca hacerlo. —El estaba recordando la convulsa cara de Linden, su rígida boca, su sudor en el cabello. Y la magia indomeñable—. Vivir.

Temiendo que iba a perder el control, se volvió.

¿Quién era él para hablar a otros sobre la vida y la lucha cuando no era capaz siquiera de dominar su estremecedor poder? ¡El veneno! Ahora era parte de él. A medida que la magia indomeñable se hacía más practicable, todo lo demás parecía más y más imposible. Era capaz de destruir. Y completamente incapaz de otra cosa.

Cogió un frasco de metheglin y bebió en cantidad para evitar lamentarse en voz alta. Luego se puso a pensar. El poder corrompe. Porque es inseguro. No es bastante. O es demasiado. Enseña a dudar. La duda genera violencia. La afición al poder iba creciendo en él. Partes de él estaban hambrientas de la furia del fuego indomeñable.

Hubo un momento en que tenía tanto miedo de sí mismo, de las consecuencias de sus propias pasiones, que no podía ni comer. Bebió de aquel aguamiel y miró las llamas, tratando de creer que sería capaz de contenerse.

Había matado a veintiuna personas. Estaban vividas en él ahora que se acercaba el amanecer. ¡Veintiuna!

Hombres y mujeres cuyo único crimen había sido el estar sometidas a la deformación de un Delirante.

Cuando levantó la cabeza, encontró a Linden de pie, cerca de él.

No estaba todavía muy seguro de sus fuerzas, estaba débil todavía, pero era capaz de sostenerse por sí mismo. Ella le miró serenamente. Cuando bajó sus ojos, le dijo, con el eco de su antigua severidad:

—Debes comer algo.

El no podía rehusar. Cogió un trozo de carne seca. Ella asintió y luego se fue a examinar a Cail. Covenant masticaba abstraídamente mientras la observaba.

Cail parecía estar sano y enfermo a la vez. Parecía haberse recuperado de la enfermedad del Sol Ban, y recobrado su nativa solidez y compostura. Pero su herida estaba todavía muy infectada; el voure no era eficaz contra el veneno de la espuela.

Linden examinó la herida. Luego pidió fuego y agua caliente. Hergrom y Ceer obedecieron sin comentarios. Mientras se calentaba el agua, ella pidió prestado el cuchillo de Hollian, lo quemó en las llamas y lo utilizó para sajar la infección de Cail. El soportaba el dolor estoicamente. Sólo una ligera tensión entre las cejas delataba lo que sentía. Sangre y fluido amarillo se derramaron, manchando la arena. Sus manos eran precisas, a pesar de su debilidad. Sabía exactamente donde tenía que hacer el corte y la profundidad del mismo.

Cuando el agua ya estuvo lista, obtuvo una manta de Brinn. Cortándola en tiras, usó una para lavar la herida. Con otras hizo un rudimentario vendaje. Finas gotas de sudor reflejaban la luz del fuego en la frente de Cail, pero él no desfallecía.

—Estarás bien tan pronto como podamos detener la infección. —Su voz sonaba impersonal, como si estuviera leyendo un libro de medicina—. Tú tienes tanta salud como cinco personas juntas. —Luego, apareció su severidad—. Esto va a dolerte. Si pudiera encontrar alguna forma de eliminar el dolor lo haría, pero no puedo. Lo dejé todo en mi maletín.

—No te preocupes, Linden Avery —respondió Cail—. Estoy bien. Yo te ayudaré.

—¡Ayúdate a ti mismo! —replicó ella en seguida—. Cuida de este brazo. —Mientras hablaba, se aseguraba de que el vendaje estuviera bien colocado, luego, vertió agua hirviendo sobre el tejido. Cail no emitió ningún quejido. Ella se tambaleó y se apartó de él para sentarse contra la pared de la hondonada, como si no pudiera soportar las muestras de valor de aquel hombre.

Un momento después, Vain llamó la atención de Covenant. La primera luz del Sol daba directamente sobre su cabeza, y él se apartó; un compendio de negror y secretos. Sunder y Hollian se fueron silenciosamente a buscar una piedra para refugiarse. Covenant ayudó a Linden a levantarse. Los haruchai esperaban contemplando la salida del Sol, al igual que el resto del grupo.

El Sol salió vestido de marrón, como el sudario del Mundo. Sed, alucinaciones, fiebres… Pero Linden dijo, involuntariamente:

—¡Es más débil!

Luego, antes de que Covenant pudiera preguntarle qué significaba, exclamó, con decepción:

—No. Debo haber perdido el juicio. No ha cambiado.

¿Cambiado? La amargura de Linden le dejó en un mar de ansiedad mientras la expedición levantaba el campamento, montaba en los corceles e iniciaba la marcha hacia el Este. ¿Estaba tan afectada por el miedo que ya no podía confiar en sus ojos? En sus convulsiones, el sudor había oscurecido su cabello, dejando rachas de oscura ansiedad. Pero parecía recuperarse. Su herida había sido relativamente leve. Viajaba por las tierras devastadas de las Llanuras del Norte, bajo aquel terrible Sol, como si estuvieran atravesando un yunque. ¿Por qué sabía tan poco de ella?

A la mañana siguiente, Linden estaba más fuerte, más segura. Movía la cabeza como si ya hubiera dejado de atormentarla. Cuando miró el amanecer y vio levantarse el tercer Sol Desértico, todo su cuerpo se tensó.

—Estaba en lo cierto —dijo—. Es más débil. —Un momento después gritó—: ¡Allí! —Su brazo señalaba el horizonte—. ¿Lo habéis visto? ¡Justo allí! ¡Ha cambiado! Era más débil y, de repente, se volvió más fuerte que nunca, como si hubiera atravesado una frontera.

Ninguno habló. Sunder y Hollian miraron a Linden como si temieran que la enfermedad del Sol Ban hubiera afectado su mente. Los haruchai la miraban sin expresión.

—Yo lo vi. —Su voz endureció—. No estoy loca.

Covenant se rindió.

—Nosotros no tenemos tus ojos.

Ella le miró durante unos instantes y luego se volvió, alejándose hacia los corceles que estaban esperando.

Ahora cabalgaba como si estuviera enojada. A pesar de la brutalidad del Sol y de la incomodidad de montar en lomos de Clash, su fortaleza aumentaba. Y con ella su ira. Su habilidad de ver ya le había costado su precio y ahora sus compañeros parecían dudar de lo que veía. El mismo Covenant confiaba en ella sólo a medias. Cualquier debilitamiento del Sol Ban era un signo de esperanza. Entonces, ¿por qué iban a admitir que era falso? ¿Después de todo lo que había pasado? Cuando le hicieron la parada para pasar la noche, ella comió, atendió el brazo de Cail y se acostó para dormir. Pero mucho antes del amanecer, ya estaba paseando por la pizarra muerta como si contara los minutos que faltaban para una revelación. Su tensión indicaba claramente lo mucho que necesitaba estar en lo cierto, lo mucho que su exacerbada alma necesitaba alivio.

Aquella mañana, el Sol salió con rojo de pestilencia, tintando de carmín las siluetas del horizonte, al tiempo que hacía el desierto rosado, de un color agradable y extraño, como un campo santo dorado; pero, aunque forzó su vista hasta que en su cerebro danzaron imágenes de fuego, Covenant no pudo vislumbrar ningún signo de que el Sol Ban se debilitara. Sin embargo, Linden asintió firmemente, como si hubiera estado en lo cierto. Después de un momento, Brinn dijo en tono impersonal:

—La Escogida tiene una clara visión. —Usó su título como en reconocimiento de su poder—. La corrupción del Sol ha decrecido.

—No lo entiendo —musitó Sunder, escéptico—. Yo no veo que decrezca.

—Ya lo verás —respondió Linden—. Nos estamos aproximando.

Covenant tuvo súbitamente, una vaga esperanza.

—¿Aproximándonos a qué?

¿Era que el Sol Ban se estaba desmoronando?

—Pregunta a la Escogida. —Brinn se encogió de hombros, declinando toda responsabilidad por lo que veía—. Nosotros no sabemos nada de esto.

Covenant se volvió hacia Linden.

—Te lo diré —dijo ella, sin mirarle—, cuando esté segura.

El se tragó una maldición y se quedó quieto. Es demasiado, había dicho ella. Probaré. El lo comprendió. Lo estaba probando. Ella quería confiar en lo que veía y temía estar equivocada. Ser herida nuevamente. Contra sus propios deseos, la dejó sola.

Ella continuó mirando hacia el Este mientras los haruchai distribuían comida y voure. Comió a desgana, ignorando al pueblo de Brinn, mientras éstos disponían los corceles para la marcha. Pero luego, justo cuando Sunder conducía las bestias hacia adelante, estiró su brazo y gritó:

—¡Allí!

Brinn miró el Sol.

—Sí, la corrupción vuelve a recuperar fuerza.

Covenant protestó. Sin duda, ella no quería explicar lo que veía. ¿Por qué quería ocultarlo?

Malhumorado, montó a Clash, entre Linden y Brinn. La expedición salió para viajar a través de las desoladas tierras.

Bajo aquel Sol, el desierto era un lugar de silencio y escorpiones. Sólo destacaba el ruido de los cascos en una atmósfera sin viento; y pronto aquel ruido formó parte del silencio. Los insectos se escurrían sobre las rocas o acolchaban la arena, sin hacer ruido. El cielo estaba vacío de vida como una tumba. Lentamente, el estado de ánimo de Covenant se volvió rojo y fatal. Los Llanos parecían atemorizados de la sangre que había derramado. Involuntariamente, jugó con su anillo, dándole vueltas en su dedo, como si sus huesos tuvieran ansias de fuego y poder. Sin embargo, odiaba matar, se odiaba a sí mismo. Y tenía miedo.

Tenemos que aceptar lo que somos. ¿Dónde había aprendido la arrogancia, o la insensibilidad, para decir tales cosas? Aquella noche sus recuerdos y sueños le hicieron hervir la piel como si estuviera ávido de inmolación, de una oportunidad para calcinar sus viejas culpas en llamas. Lena ocupaba su visión como si hubiera sido esculpida detrás de sus ojos. Una niña, en lugar de un cuerpo en su madurez. El la había violado. El recuerdo de su llanto era para él una pesadilla. Era un leproso moral.

Me perteneces. El era una criatura de magia indomeñable y duda; y la larga noche, como la impotencia de todo el Reino bajo el Sol Ban, era también un desierto.

Pero a la mañana siguiente, cuando el Sol salió con su infestación encarminada, también él pudo ver que su aura era más débil. Parecía pálida, casi incierta. Sunder y Hollian también pudieron verlo.

Esta vez, la debilidad se mantuvo hasta media mañana. Ascendiendo desde el primer cuarto del espacio, el aura cruzó un umbral; y el Sol Ban se cerraba sobre las llanuras como un párpado. La intuición trataba de clarificarse en la cabeza de Covenant. Sintió que debería ser capaz de darle un nombre. Pero no pudo. A falta de los ojos de Linden parecía carecer también de la habilidad de interpretar lo que veía. Una ceguera extraña.

Aquella tarde llegaron al Declive del Reino.

Ahora Covenant sabía dónde estaba. El Declive era el precipicio que separaba las tierras altas del Oeste de las tierras bajas del Este. Se extendía más o menos del Norte al Noroeste, desde el pie de la Cordillera Meridional, hasta las inexploradas alturas Septentrionales. Muchas leguas al Sur de él, el Monte Trueno, el antiguo Gravin Threndor, arrimado al despeñadero, de rodillas en las Tierras Superiores y sus codos en las Tierras Superiores. En las profundidades de sus oscuras raíces se había encontrado la piedra Illearth y en las profundidades de su oscuro corazón estaba la cámara secreta de Kiril Threndor, donde el Amo Execrable, el Despreciativo, tenía ahora su morada.

El Sol se estaba poniendo cuando la expedición se detuvo. La sombra del Declive, de mil a mil doscientos metros de altura en aquel lugar, oscurecía todo el Este. Pero Covenant sabía lo que había delante. La mortal ciénaga del Llano de Sarán.

En épocas anteriores, el Sarán se había convertido en lo que era (un mundo de intrincados canales, de vida exótica y grandes peligros) por los efectos de un río llamado Corriente de la Corrupción. Estas aguas salían de entre las rodillas del Monte Trueno y procedían de las catacumbas que había en las entrañas de la montaña, después de atravesar los viveros de Entes de la Cueva, y las cavernas de crianza de los Demondim, a través de osarios y pozos de despojos, laboratorios y forjas, hasta que era contaminada de la más absoluta inmundicia. A medida que estas aguas residuales se extendían por el llano, fueron corrompiendo aquella región, antes hermosa, convirtiendo un lago que era hogar de garzas y orquídeas, en un asilo de seres malformados. Durante las últimas guerras, el Amo Execrable, había encontrado muchas fuerzas para sus ejércitos en el Llano de Sarán.

Covenant sabía todo esto del Llano porque una vez lo había recorrido con sus propios ojos, desde el Declive del Reino hasta el Monte Trueno. Lo había visto con una visión del Reino agudizada que ahora ya no poseía. Pero también tenía otros conocimientos de aquella región. Había oído muchas cosas durante sus visitas a Piedra Deleitosa. Y había aprendido otras cosas de Runnik, de la Escolta de Sangre. Una vez, Runnik había acompañado a Korik y dos Amos, Hyrim y Shatra, en una misión a Línea del Mar, para pedir la ayuda de los gigantes contra el Amo Execrable. El Ama Shetra había sido asesinada en Sarán y Runnik había sobrevivido apenas para contar la historia. A Covenant le horrorizó sólo pensar en el Llano de Sarán bajo un Sol de Pestilencia. Sin duda, tenía que contarles la historia a sus compañeros.

Los haruchai acamparon a una tirada de piedra del despeñadero, porque Covenant rehusó acercarse más a él en la oscuridad; todavía se sentía demasiado susceptible al peligro de los precipicios. Después de comer y de haberse fortalecido con metheglin se unió a la tertulia alrededor del fuego, amontonó sus recuerdos y pidió a sus amigos que le escucharan.

Linden estaba sentada frente a él. Quería sentir que estaba cerca, pero el fuego que se interponía la distanciaba. Sunder y Hollian estaban vagamente en los extremos de su visión. Su atención se redujo al crujido de la madera y a la narración de la historia de Runnik.

Puño y Fe, había dicho el Guardián de Sangre. No fracasaremos. Pero fracasaron. Covenant sabía por qué. Habían fracasado y caído en la corrupción, muriendo después. El Juramento había sido roto y los gigantes asesinados.

Pero aquellas cosas no formaban parte de lo que tenía que contar. Para controlar el mal sabor del recuerdo, él se imaginó la cara de Runnik delante de él. El Guardián de Sangre había estado, con ojos de angustia, ante el Ama Superior Elena, el Amo Mhoram, Hille Troy y el Incrédulo. Aquella noche se había encendido un fuego. Covenant pudo recordar las palabras exactas de Runnik. Los ataques del acechador. La caía del Amo Shetra. ¡Maldita sea!

En un tono apagado, contó las partes esenciales de la historia. La primera vez que vio el Llano de Sarán, éste era un lugar de frondosa abundancia y muerte sutil. Vivo, con asustados animales de agua, y maliciosos árboles, adornado con estanques de claro veneno; trasechado de arenas movedizas; poblado de flores bellas y enfermas. Un lugar donde la naturaleza se había vuelto traicionera, pululada y hambrienta, pero no maligna. No era condenable de la misma manera que no lo eran las tormentas o los predadores. Los gigantes, que sabían obrar con cautela, siempre habían podido viajar a través del Llano. Pero cuarenta años más tarde, cuando la misión de Korik llegaba del Declive, el Llano de Sarán cambió. Su maldad latente había despertado. Y esta enfermedad a la que Runnik había llamado el acechador del Llano de Sarán había llevado a la muerte al Ama Shetra, a pesar del hecho de que ella había estado bajo la protección de quince Guardianes de Sangre. Quince. Primero los Ranyhyn, y luego los mismos Guardianes de Sangre, habían llevado, sin saberlo, él peligro a la misión de Korik, y de los mensajeros que Korik había enviado para contar los sucesos al Ama Superior, solamente Runnik había podido sobrevivir.

Después de que Covenant se quedara en silencio, sus compañeros permanecieron callados por un momento. Al fin Hollian preguntó:

—Entonces ¿no debemos andar por ese lugar de riesgo?

Covenant levantó la cabeza.

—Esto ocurrió a cien leguas de distancia de aquí. No se cómo estará ahora. —¿Habría aumentado o disminuido la peligrosidad del Llano de Sarán bajo el Sol Ban?

—No tenemos mucho tiempo —dijo Sunder inmediatamente—. ¿Queréis enfrentaros a un segundo Grim? El Clave nos escucha mientras hablamos de estos asuntos. Cuando pongo mi mano sobre el hierro siento los ojos del Fuego Bánico, fijos en mi corazón. No tienen piedad.

—El Clave no puede… —Linden empezó. Luego se detuvo.

—El Clave —respondió Covenant— mata gente todos los días para mantener vivo el sangriento Fuego Bánico. ¿Cuántas vidas crees que van a costar cien leguas?

—¿Puede ser que ese acechador ya no exista? El Sol Ban lo altera todo. ¿No se habrá alterado también el Llano de Sarán? —Intervino Hollian.

—No —respondió Linden—, pero cuando Covenant y los pedrarianos se volvieron hacia ella, musitó: —Os hablaré de esto por la mañana.

Enrollándose unas mantas en el cuerpo como si quisiera protegerse, se volvió.

Durante un rato, después de que Sunder y Hollian se hubieran ido a descansar, Covenant se quedó sentado, observando como se iba apagando el fuego y debatiendo en su mente la forma de resistir la tentación del Llano de Sarán aparecida en el fondo de su cerebro, para adivinar qué era lo que Linden había visto en el Sol Ban y para encontrar el coraje que necesitaba para el Llano de Sarán.

Tú eres mío.

Despertó cansado y ansioso de poder, poco después del amanecer y vio que Linden y los pedrarianos, al igual que Cail, Harn y Stell, se habían levantado ya y contemplaban el panorama desde el borde del Declive. El aire era frío y sentía su cara tensa y sucia, como si sus sueños estuvieran prendidos de su barba, arañándole la cara con sucios dedos. Se levantó, temblando, y sacudió sus brazos para entrar en calor. Luego aceptó de Brinn una ración de metheglin.

Mientras bebía, Brinn dijo:

Ur-Amo. —Su manera de hablar llamó la atención de Covenant como una mano sobre su hombro. Brinn aparecía inescrutable como la piedra en el crepúsculo, pero por su decidida actitud daba la impresión de que el problema era importante—. No confiamos en estos corceles.

Covenant arrugó la frente. Brinn le había cogido por sorpresa.

Luego Brinn continuó:

—Los viejos narradores conocen lo que Runnik de la Guardia de Sangre le contó al Ama Superior Elena. Hemos oído que la misión de los gigantes de Línea del Mar fue revelada al acechador del Llano de Sarán por la Energía de la Tierra. La Energía de la Tierra de los Ranyhyn era fiel a todo aquel que los montaba. Y el Juramento de los Guardianes de Sangre era una cosa de la Energía de la Tierra. Pero nosotros no hemos hecho ningún juramento que condicione nuestras vidas. La magia indomeñable no necesita ser utilizada. El Gravanélico y la eh-Estigmatizada, no necesitan emplear su ciencia. El acechador no tiene por qué vigilarnos.

Covenant asintió como si captara el significado de lo que estaba diciendo Brinn.

—Los corceles —musitó— son criaturas del Sol Ban. ¿Temes que nos traicionen?

—Sí, ur-Amo.

Covenant se encogió de hombros.

—No tenemos alternativa. Perderíamos mucho tiempo andando.

Brinn lo admitió con una ligera inclinación. Por un instante, el haruchai se asemejó tanto a Bannor que Covenant casi se emocionó. También Bannor hubiera manifestado sus dudas y luego aceptado la decisión de Covenant, sin cuestionarla. De pronto Covenant sintió como si sus Muertos volvieran a la vida, que Bannor estaba presente en Brinn, impasivo e incondicionalmente fiel, que Elena estaba encarnada en Linden. El pensamiento oprimió su corazón.

En aquel momento, un aviso le llevó hacia el Declive. El Sol estaba saliendo.

Protegiéndose contra su vértigo incipiente, corrió a reunirse con sus compañeros, junto al borde del precipicio.

El Sol salió por el Este con un rojo pálido, como si hubiera empezado a sudar sangre. La luz iluminó la parte alta del Declive, pero dejaba la tierra baja todavía en la oscuridad, como una vasta región que fuera sacada muy lentamente de la noche. Aunque no podía ver nada del Llano, el mismo Sol le estaba comunicando algo.

Su aura era más débil. Más débil que la de la mañana anterior. Linden lo observó durante un momento. Luego dirigió la mirada al Declive, rastreando arriba y abajo. Covenant escuchó el zumbido de los insectos como si hubieran resucitado de aquel suelo muerto.

—Oh, Dios —dijo Linden en tono triunfante—. Estaba en lo cierto.

Se quedó quieta, sin atreverse siquiera a respirar.

—Ésta es la línea. —Hablaba con excitación, al comprenderlo—. El Declive del Reino. Es como una frontera. Sus brazos trazaban signos en el aire. —Ya veréis. Cuando el Sol pase por encima del borde, al mediodía, el Sol Ban será tan fuerte como siempre.

Covenant tragó saliva y preguntó:

—¿Por qué?

—Porque la atmósfera es distinta. No tiene nada que ver con el Sol. La corona es una ilusión. Nosotros la vemos porque miramos al Sol a través de la atmósfera. El Sol Ban está en el aire. El Sol no cambia. Pero el aire… —El no la interrumpió. Pero comprendía lo que decía. Aquello tenía sentido. El poder para dominar el Sol era inconcebible—. El Sol Ban es como un filtro. Una manera de adulterar la propia Energía del Sol, de corromperla. —Ella dirigía sus palabras a Covenant como si tratara de conducirlas a su mente a través de su ceguera—. Y todo está al Oeste a partir de esta línea. —Luego volvió la cabeza hacia el Este—. Sólo está esparcida. Por esto parece más débil. El Clave ya no nos puede localizar aquí. Y el Llano de Sarán quizás esté tal como lo recuerdas.

¿Todo…?, pensó Covenant. Pero ¿cómo? Hay cambios de viento, tormentas…

Linden pareció ver esta pregunta en su cara.

—Está en el aire —insistió—. Pero es como una emanación. Desde el suelo. Debe tener alguna relación con la Energía de la Tierra, de la que tanto has hablado. Es una corrupción de la Energía de la Tierra.

¡Una corrupción de la Energía de la Tierra! A estas palabras, la cabeza empezó a darle vueltas y sus propias intuiciones empezaron a tomar coherencia. Ella estaba en lo cierto. Completamente. Debió haberse dado cuenta él mismo. El Bastón de la Ley había sido destruido…

Y el Amo Execrable estableció su nuevo hogar en el Monte Trueno, que se sentaba en el mismo borde del Declive, de cara al Oeste. Naturalmente, el Despreciativo había de concentrar el Sol Ban en las Tierras Superiores. El dominaba ya la mayor parte del Este. Todo estaba muy claro. Sólo un ciego podría ser incapaz de ver aquellas cosas.

Durante un largo instante, otras facetas de la revelación le preocuparon. El Amo Execrable había vuelto la misma Energía de la Tierra en contra del Reino. El Sol Ban tenía un límite en su alcance. Pero era lo suficiente intenso y profundo.

Luego, le pareció oír por primera vez algo que había dicho Linden. El Llano de Sarán quizás

¡Por todos los diablos! Esforzándose para ponerse en movimiento, impulsó sus vacilantes huesos hacia el Declive para mirar por encima del precipicio.

La sombra del horizonte había ya descendido hasta la mitad de la altura del despeñadero. Una débil luz rosada empezó a reflejarse en las aguas de Sarán. Como unas pálidas piedras brillantes, rosadas y tenues, se extendían en el fondo de la sombra, formando líneas, como el mapa de la noche que se extinguía. O una trampa. A medida que el Sol se levantaba las gemas adquirían un tono más amarillo y las líneas eran más intrincadas. Con sus ramificaciones y espacios intermedios, formaban las venas vitales del Llano. A la vez explicación, trampa y anatomía. Luego, ya toda el agua brilló en blanco y el mismo Sol iluminó el Llano.

Después de cinco días en las devastadas llanuras, Covenant sintió que el verdor y el agua que se encontraban por debajo de él eran exquisitos, agradables y fascinantes como sólo las serpientes y la belladona podían serlo. Pero Linden estaba a su lado, mirando con grandes ojos el pantano. Sus labios no dejaban de pronunciar las palabras: Oh, Dios mío, una y otra vez, pero sin hacer ruido.

El corazón de Covenant se llenó de miedo.

—¿Qué ves?

—¿Quieres ir allá abajo? —El horror estranguló su voz—. ¿Estás loco?

—¡Linden! —dijo, como si el temor de ella fuera una acusación que no podía tolerar. El reverso de sus manos ardía con la necesidad de abofetearla. ¿Estaba ciega ante la presión que había en su interior? ¿Insensible a las víctimas del Clave?— Yo no puedo ver lo que tú ves.

—Soy médico —puntualizó, como si hubiera estado sangrando interiormente—. O lo era. No puedo soportar toda esa maldad.

¡No! La cólera de Covenant se extinguió a la vista de su zozobra. No digas eso.

—Lo comprendo. Mejor que nadie. Dime que ves.

Ella no levantó los ojos para mirarle.

—Está vivo. —Su voz era un susurro de angustia—. Toda la cosa tiene vida. —Gibbon le había prometido que ella destruiría el Reino—. Está hambriento. Es como un Delirante.

¿Un Delirante? El quería gritar: ¿Qué clase de persona eres tú? ¿Por qué el Execrable te escogió a ti? Pero se mordió la lengua.

¿Es un Delirante?

Ella movió negativamente la cabeza y siguió moviéndola como si no pudiera alcanzar el final de todas las cosas que deseaba negar.

—Los Delirantes son más… —Ella tuvo que buscar la descripción adecuada— …más específicos. Más conscientes. Esto todavía es posesión. —Pronunció esta palabra como si la enfermara. Sus manos saltaron a su boca—. Ayúdame.

—No. —Su negativa no era un rechazo; deseaba abrazarla. Pero esto no era lo que ella necesitaba—. Tú puedes soportarlo. Aquel hombre te escogió por alguna razón. —Tratando de encontrar la manera de ayudarle, dijo:

—Concéntrate en ello. Usa lo que veas para apoyarte a ti misma. Traía de saber con lo que te enfrentas a cada instante. ¿Esa cosa puede vernos?

Ella cerró los ojos, cubriéndoselos para aislarlos de su visión. Pero luego se forzó a mirar nuevamente. Luchando contra la repulsión dijo:

—No sé. Es tan grande… Si no se da cuenta de que estamos aquí, si no atraemos su atención…

Si, concluyó por ella, no mostramos la clase de poder de que se alimenta… Pero una súbita visión de magia indomeñable le aturdió. No sabía por cuánto tiempo podría contener aquella presión. En un arranque, se volvió hacia Brinn y habló sin poder evitar que su estado de ánimo se reflejara a su tono.

—Prepara los corceles. Encuentra un camino para bajar. Tan pronto como hayamos comido, nos iremos.

Al volverse, después de haber dado la orden al haruchai casi chocó con Sunder y Hollian. Se apoyaban uno contra el otro, como para darse un mutuo soporte. Los extremos de la mandíbula de Sunder se abultaron. Un gesto de aprensión o desaliento se mostraba en su frente. El rostro de la joven eh-Estigmatizada estaba pálido de ansiedad.

La emoción fue mayor de lo que Covenant podía soportar en aquel momento. ¿Por qué estaba siempre condenado a causar dolor a los demás? Con una aspereza involuntaria, dijo:

—Vosotros no tenéis por que acompañarnos.

Sunder se enfureció. Hollian parpadeó ante Covenant, como si éste la hubiera abofeteado. Pero antes de que pudiera articular una disculpa, ella colocó una mano en su brazo.

Ur-Amo, tú no nos comprendes. —Su voz era como una prolongación de su gesto—. Ya hace mucho tiempo que hemos superado toda tentación de abandonarte.

Con un esfuerzo, Sunder relajó la presión de sus dientes.

—Es verdad. ¿Es que no nos comprendes? El peligro no significa nada. Hemos ido ya tan lejos de nuestros conocimientos que todos los peligros nos parecen iguales. Y Linden Avery ha dicho que pronto estaremos libres de la amenaza del Clave.

Covenant se quedó mirando al Gravanélico y a la eh-Estigmatizada.

—No, Covenant —prosiguió Sunder—. Nuestro problema es otro. Nosotros viajamos hacia donde el Sol Ban no alcanza. No queremos el Sol Ban. No estamos locos. Pero sin él… —Vaciló cuando dijo—: ¿Qué propósitos tienes respecto a nosotros? ¿Qué valor tenemos para ti? No hemos olvidado Andelain. El Sol Ban nos ha hecho tal como somos. Tal vez bajo otro Sol sólo seremos una carga para ti.

La franqueza de su incertidumbre conmovió a Covenant. El era un leproso; él comprendía perfectamente lo que decían. Pero creía que el Sol Ban podía ser alterado. Tenía que creer que no era la única verdad en sus vidas. De no ser así, ¿qué razón habría para seguir adelante? Para librarse del nudo que tenía en la garganta dijo:

—Vosotros sois mis amigos. Vamos a probar y veremos.

Deseando encontrar tiempo para autocontrolarse, se fue a comer algo.

Sus amigos se unieron a él. En silencio, comieron como si mascaran la esencia de sus aprensiones.

Al cabo de un rato, Ceer llegó para decirles que había un camino que descendía por el barranco. Hergrom y Cail empezaron a cargar los corceles. Antes de que Covenant hubiera reunido la energía suficiente, la expedición estaba montada y en marcha.

Encabezaban la caravana, Ceer, Hergrom y Cail, montados sobre Annoy. Con los cuidados de Linden y la salud propia de los haruchai, Cail se había recuperado bastante de su herida. Brinn, Linden y Covenant seguían montados en Clash. Luego iban Harn y Hollian en Clangor, y finalmente Stell y Sunder sobre Clang. Vain seguía en la cola.

Marcharon en dirección Norte a lo largo de media legua de un amplio camino tallado en las rocas del Declive. Era el vestigio de uno de los viejos caminos de los gigantes por los cuales viajaban entre Línea del Mar y Piedra Deleitosa. Covenant cerró sus puños en el pelo de Clash y tuvo que luchar contra su vértigo cuando empezaron a descender. Bajar por aquella rampa escarpada era un temor constante para él, pero había sido construida por los gigantes y, aunque excesivamente inclinada y con curvas constantes, era lo suficiente ancho para los grandes corceles. Sin embargo, el vaivén del lomo de Clash le hacía sentirse como a punto de ser arrojado al precipicio. Incluso durante un breve descanso, cuando Brinn mandó hacer un alto para proveerse de agua, de una fuente de las rocas, el llano parecía rodar ante él como una tormenta verde. Siguió dando vueltas, sudando, hasta bajar el último trecho, entrando en el húmedo aire de las colinas inferiores, con un dolor en el pecho que parecía como si hubiera olvidado como respirar.

Las colinas inferiores se vieron claramente durante algún tiempo antes de que tomaran otro tortuoso camino hacia el peligroso Llano de Sarán. Brinn hizo correr a los corceles a mayor velocidad cuando el camino se hizo recto en las proximidades de aquel mar verde. Pero los detuvo en el límite de aquella espesa vegetación que recubría las colmas. Por un momento revisó la caravana, estudiando brevemente a Vain, como si no estuviera seguro de lo que se podía esperar del Demondim. Luego se dirigió a Linden.

—Escogida —dijo en un tono muy formal—, los antiguos narradores dicen que los Guardianes de Sangre tenían unos ojos como los tuyos. Pero nosotros no los tenemos. Nosotros sabemos actuar con precaución, pero también comprendemos que tu visión sobrepasa la nuestra. Tú debes ayudarme a vigilar para que no caigamos en las trampas del Llano.

Linden tragó saliva. Su postura estaba tensa y cerrada, y sentía un miedo que no la dejaba hablar. Pero asintió con la cabeza, en contestación a la pregunta.

Ahora era Clash el corcel que dirigía la expedición. Covenant miró a Linden y Brinn, así como la enorme cabeza de Clash, cuando pasaron delante. La ladera de la colina descendía hacia un pantano rizado por la brisa, con mucha hierba, más allá del cual se hallaban las primeras plantas retorcidas de la vegetación del Llano. Oscuros arbustos se apilaban en torno a los árboles que escondían el horizonte. El verdor de sus hojas parecía vagamente venenoso bajo aquel Sol rojo pálido. En la distancia se oía cantar un pájaro. Luego calló. El Llano de Sarán estaba quieto y silencioso como si les esperara, manteniendo la respiración. Covenant tuvo fuerzas para decir:

—Vamos.

Brinn mandó marchar a Clash. Agrupada como un puño, la expedición entró en el Llano de Sarán.

Clash se adentró en el pantano entre juncos e inmediatamente quedó sumergido hasta las rodillas.

—Escogida —murmuró Brinn, en reprobación, cuando el corcel retrocedió para liberarse del fango.

Linden dudó unos momentos.

—Lo siento. Yo no… —Respiró profundamente y enderezó su espalda—. Terreno sólido a la izquierda.

Clash viró en aquella dirección. Esta vez, el suelo era firme. Pronto la bestia recorría el camino entre la hierba que le llegaba al pecho.

Un animal del tamaño de un cocodrilo apareció súbitamente debajo de los cascos de Clash. Un depredador sin apetencia por una presa tan grande. Clash se asustó; pero el rukh lo mantuvo firme. Pegado a su asiento, Covenant forzó su vista hacia adelante y trató de no pensar en que estaba cabalgando en una ciénaga de la cual no había salida ni modo de escapar.

Guiado por el sentido de Linden, Brinn los condujo hacia unos árboles. A pesar de los soles pasados, la altura de la hierba allí era normal, incluso para la nublada percepción de Covenant, la atmósfera era agobiante y chancrosa, como una exaltación de enfermedad, la palpable leprosidad de polución.

Cuando llegaron a los árboles, la expedición pasó bajo crecientes borrones de sombra. Al principio, el terreno entre los troncos estaba despejado, aparte de los hierbajos amontonados por el viento que escondían cosas que Covenant no podía adivinar. Pero a medida que los jinetes avanzaban, los árboles se multiplicaron. La hierba dio paso a una zona de charcos de lodo que absorbían ansiosamente los cascos de los corceles. Tallos, ramas y hojas ocultaba el cielo. En los límites del alcance del oído, podían percibirse sonidos de agua, casi subliminales, como si algún hipopótamo cansado estuviera moviendo el agua en alguna charca cercana. El ambiente del Llano de Sarán sentó al pecho de Covenant como un miasma.

De pronto, un iridiscente pájaro salió chillando de los matorrales en dirección al cielo. El sobresalto le alteró. Sudando, lo miró con la boca abierta. La jungla era completa; no podía ver más allá de diez o doce metros en cualquier dirección. Los corceles seguían un camino invisible entre árboles grises y rechonchos con la corteza rota y los troncos tumefactos. Pero cuando miró tras él no pudo ver signo alguno del camino que acababan de recorrer. El Llano de Sarán se sellaba a sí mismo detrás de ellos. En algún lugar, no muy lejano, pudo escuchar un chorreo de agua, como la última sangre del cuello de Marid.

Sus compañeros cabalgaban con una tensión creciente. La mirada de Sunder parecía saltar de un lugar a otro. La cara de Hollian expresaba un pánico inconsciente como si fuera una niña esperando el mayor de los terrores. Linden estaba sentada, inclinada hacia adelante, agarrada a los hombros de Brinn. Y cuando hablaba, su voz era débil y tensa, despersonalizada por la vulnerabilidad ante el mal que sentía en todos lados. Sin embargo, Vain parecía tan despreocupado como el maldecido, inmune, incluso ante la posibilidad de un destino fatal.

Covenant sintió que sus pulmones se llenaban de humedad.

Los corceles parecían compartir su dificultad. Podía oírlos aspirar estertorosamente. Poco a poco se iban inquietando y su paso era cada vez más inseguro, mostrándose alternativamente obstinados o miedosos. ¿Qué hacen…? Empezó a decir. Pero la pregunta le asustó y la dejó sin terminar.

Al mediodía, Brinn mandó hacer un alto en un montículo cubierto de pimpinelas y defendido en dos de sus lados por un charco de un lodo viscoso que olía a alquitrán. En ellos nadaban unas pálidas y flagelantes criaturas. Rompían la superficie, formando anillos y luego desaparecían. Parecían cuerpos pálidos y necróticos sobre la oscuridad del fluido. Luego Linden señaló a través de las ramas hacia el Sol. Cuando Covenant miró la aureola debilitada, la vio cambiar, tal como ella lo había predicho. El pleno poder del Sol Ban volvía, restaurando la pestilencia en el Llano de Sarán.

Ante su visión, un escalofrío indescriptible corrió por sus vísceras. El Llano de Sarán bajo un Sol de Pestilencia.

Hollian atrajo la atención de todos mientras miraba el charco, con los nudillos entre los dientes.

En cada punto donde la luz del Sol tocaba la superficie, las pálidas criaturas se levantaban. Mostraban a la luz sus feas cabezas, como queriendo salir. Un ligero viento movía los árboles, con lo cual la luz también oscilaba de un sitio a otro. Las criaturas se esforzaban en seguir los puntos de luz. Cuando una de ellas había ya sacado la cabeza a la luz varias veces, empezaba a expandirse. Parecía madurar como el fruto y luego se abría en un estallido, esparciendo gotas verdes por todo el charco. Las gotas que caían en la sombra, se ennegrecían rápidamente y desaparecían. Pero las que caían en la zona soleada seguían brillando.

Covenant cerró los ojos; pero no podía apartar de su mente aquella visión. Unas motas verdes seguían danzando sobre rojo detrás de sus párpados. Luego volvió a mirar. Aquellas salpicaduras eran luminiscentes y funestas, como esmeraldas líquidas. Crecían mientras flotaban, alimentándose de lodo y pestilencia.

—¡Dios mío! —El horror impregnó el susurro de Linden—. ¡Tenemos que huir de aquí!

La convicción de su tono era completa. Los haruchai se pusieron en movimiento. Sunder llamó a los corceles. Cail ayudó a subir a Linden, luego a Covenant, para que Clash no tuviera que arrodillarse. Stell y Harn hicieron lo mismo con los pedrarianos. Esquivando el charco, Brinn guió las bestias hacia el Este lo más rápidamente que su atrevimiento pudo, adentrándose hacia la aventura del Llano de Sarán.

Afortunadamente, el Sol Ban parecía estabilizar a los corceles, reforzando el poder del rukh de Sunder. Su gobierno se hizo nuevamente más fácil. Cuando animales malformados se escurrían debajo de sus cascos, o tímidos pájaros rozaban sus cabezas, seguían siendo gobernables. Después de haber recorrido media legua, los jinetes pudieron comer sin desmontar.

Mientras comían, Covenant buscaba la manera de preguntar a Linden, pero ella se le adelantó diciendo:

—No me preguntes. —Rondaban espectros detrás de sus ojos—. Duele demasiado. Yo solo sabía que estábamos en peligro. No quiero saber cuál era la causa.

El asintió. La protección del grupo requería que ella aceptara visiones que le comprimían el alma. Estaba expuesta a eso. Y él no tenía manera de ayudarle.

El haruchai pasó a sus compañeros una bolsa de voure. Mientras se aplicaban el picante jugo en la cara, Covenant se dio cuenta de que el aire estaba poblado de mariposas.

Aleteo rojo y azul, amarillo como un limpio brillo solar, con fulgores alternos de púrpura y verde de pavo real, llenaban los espacios entre árboles como nieve multicolor, a la vez agradable e inquietante. La danza de Sarán… El Llano de Sarán bajo un Sol de Pestilencia. Los insectos le hacían sentirse extrañamente violento. Eran bonitos. Y habían nacido del Sol Ban. El veneno que llevaba dentro respondía a su encanto como si, muy a su pesar, anhelara estrellarse con cada fulgurante ala que aparecía ante él. Casi no se dio cuenta de que volvían a moverse entre los peligros del pantano. Una vez, había estado mirando sin poder hacer nada como sus amigos morían. Ahora, cada recuerdo incrementaba en él la presión, la urgencia de poder. Pero en aquel lugar, el poder era un suicidio.

Dirigidos por la precaución de Brinn y la visión de Linden, los expedicionarios avanzaban hacia el Este. Durante un rato viajaron por los bordes de un canal de agua poblado de lirios, pero luego el canal viraba hacia el Norte y se vieron forzados a tomar una decisión. Linden dijo que el agua era segura. Brinn, en cambio, temía que las patas de los corceles pudieran enredarse en los tallos.

La opción fue arrebatada de sus manos. Hergrom dirigió su atención hacia el Noroeste. Por un momento, Covenant no pudo ver nada a través de la oscura jungla. Luego vio algo.

Fragmentos de verde lívido, del mismo verde que había visto en el charco de alquitrán, se estaban moviendo, avanzando.

Linden dijo precipitadamente:

—Vamos. —Golpeando los hombros de Brinn, añadió—: Cruza. Tenemos que alejarnos de esas cosas.

Sin vacilar, Brinn mandó a Clash hacia el agua.

En seguida las patas del corcel se enredaron en los tallos de los lirios. Pero la poca profundidad del canal permitía a la bestia caminar sobre su fondo. Clash luchó para deshacerse de las plantas con una serie de saltos violentos, salpicando en todas las direcciones.

Las otras monturas siguieron por la ladera Oeste. Chorreando agua de sus gruesos cueros, empezaron a desplazarse tan rápidamente como el Llano de Sarán lo permitía. Atravesaron trozos de jungla tan espesa que los árboles parecían que iban a clavarse en los exploradores y las enredaderas colgaban como horcas. Cruzaron ondulados campos de césped verde, intrincadamente sembrados de cenagales. Bordearon negros pantanos que humeaban como devoradores de carroña, charcas con detonantes erupciones. Pasaron entre claras corrientes, riberas cubiertas de lodo y por verdaderas avenidas de fango. Por dondequiera que pasaran los jinetes, los animales huían de ellos y los pájaros los delataban con roncos chillidos de miedo u hostilidad; los insectos revoloteaban a su alrededor, enjambrados y guardando sólo cierta distancia por el olor a voure.

Y detrás de ellos iban los destellos de verde, como lentejuelas apenas vistas, como si fueran perseguidas por esmeraldas.

A lo largo de la tarde lucharon contra el Llano; pero, por lo que Covenant pudo ver, no ganaron nada, excepto pánico. No podían ampliar la distancia que los separaba de aquellos brillos verdes. Sentían amenazas a su espalda. De vez en cuando, las manos de Covenant se retorcían como si tuvieran ansias de lucha, como si no tuviera otra respuesta al miedo que la violencia.

Al final del día, Brinn hizo un alto para comer. Pero nadie sugirió la idea de acampar. Ahora la persecución era más claramente visible. Unas formas verdes del tamaño de niños pequeños, brillando como luciérnagas, salían furtivamente de las matas. Eran criaturas esmeralda con cautela y propósitos. Veintenas de ellas avanzaban lentamente como una maldición que no tenía ninguna prisa.

Una fina lluvia empezó a caer, como si el ambiente del Llano de Sarán sudara de ansiedad.

Uno de los corceles resopló, Annoy pateó, moviendo agitadamente la cabeza. Covenant gruñó. Shetra había sido una de las Amas más valientes del Consejo de Elena, adepta al poder. Quince Guardianes de Sangre y el Amo Hyrim no habían tenido posibilidad de salvarla.

Covenant se agarró a su montura y miró al frente mientras Brinn y Linden iniciaban la marcha entre la llovizna.

Poco a poco el agua empapó su cabello y ya bajaba hacia sus ojos. El susurro de la lluvia llenaba el aire como un suspiro. Todo lo demás había caído en el silencio. El avance de las criaturas verdes era completamente silencioso. Sunder empezó a demandar obediencia a los corceles.

—Arenas movedizas —gritó Linden—. A la derecha.

Entre sus rodillas Covenant podía sentir el temblor de Clash. Por un momento, la arena movediza hizo un pequeño ruido a la pisada del corcel. Luego el sonido de la lluvia se intensificó, convirtiéndose en una exaltación de codicia húmeda. Detrás de la lluvia, el Llano de Sarán, esperaba.

Las criaturas ya se hallaban a un tiro de piedra del grupo y seguían acercándose.

Linden se hundió con un grito.

Covenant dirigió su mirada al frente, buscando en la noche.

En la distancia había una línea de luces verdes. Se extendía desde el Este, cruzándose ante su camino.

La línea se torcía hacia el Norte, extendiéndose para unirse a la persecución.

¡Demonios del infierno!

Se habían metido en una trampa. Fluctuando entre los árboles, los matorrales y la lluvia, las luces empezaron a contraerse alrededor de los jinetes. Estaban siendo desviados hacia el Sur.

Clangor cayó sobre sus rodillas. Luego se levantó de nuevo, soplando de miedo.

Linden maldecía entre dientes. Covenant la oía como si fuera la voz de la lluvia. Ella estaba desesperada, peligrosamente próxima a la histeria. Abrir sus sentidos en aquel lugar debió significar para ella una violación. Un torrente que él no podía ver se sobrepuso al ruido de la lluvia. Luego se desvaneció. Ocasionalmente las patas de las bestias sumergidas en agua poco profunda pasaban con dificultad a través de viejos y nudosos cipreses. La llovizna caía como un crisma, ungiéndolos para el sacrificio. No quería morir así. No, sin confesarse y sin significado alguno. Su media mano se abría y se cerraba sobre su anillo como una profecía inconsciente.

Linden continuaba instruyendo a Brinn, diciéndole al oído todo lo que veía, como si aquello fuera su única defensa contra aquella loca noche; pero Covenant no la escuchaba. Se revolvía en su asiento, tratando de calibrar aquella persecución. La lluvia sonaba como la caída de agua sobre gemas calientes. Si se escurría del lomo de Clash, las criaturas se le echarían encima en un momento.

Una exclamación de Sunder salió de la oscuridad.

—¡Cielos y Tierra!

Un ruido, como un lloriqueo, salió de Hollian.

Covenant se volvió y vio que también en el Sur había una línea de fuegos verdes. Ya los tenían rodeados completamente.

El terreno estaba despejado; nada oscurecía el círculo de luces. En un lado las luces se reflejaban en una pequeña balsa en forma de destellos verdes. El agua parecía mirar de soslayo. Las criaturas avanzaban como la lepra. La noche no emitía ningún sonido excepto el suspirar de la lluvia.

Clang bailaba como un potro nervioso. Annoy pateaba fuertemente, yendo de un lado a otro. Pero Sunder seguía manteniendo a los corceles bajo control. Les hizo adelantarse hasta que estuvieron en el mismo centro del círculo verde. Allí los detuvo.

En voz baja, Brinn dijo:

—Retened vuestro poder. El acechador no puede haber sido hecho para detectarnos.

Linden jadeaba como si le fuera difícil respirar.

Las criaturas iban acercándose silenciosamente en la oscuridad. Las que llegaban al borde del agua se detenían, mientras las otras seguían acercándose. No tenían facciones específicas y parecían dotadas de algún designio. En cierto modo, parecían niños.

Hergrom desmontó, convirtiéndose en una sombra, avanzando al encuentro de la línea. Por un momento quedó dibujado sobre el fondo luz verde. La lluvia punteaba su silueta.

Luego Linden dijo desesperadamente:

—¡No! ¡No los toques!

—Escogida. —La voz de Brinn era como la piedra—. Debemos salir de esta trampa. Hergrom va a hacer un ensayo para que podamos saber cómo luchar.

—¡No! —Su urgencia la sofocó—. Son ácido. ¡Están hechos de ácido!

Hergrom se detuvo.

Piezas de oscuridad volaron hacia él procedentes de Ceer. El las cogió al vuelo, dos maderos de las provisiones de leña.

Cogiéndolos por sus extremos, se enfrentó a las criaturas.

Inflexible ante el verdor, balanceó uno de los leños como si fuera un palo de golf, golpeando a la criatura más próxima.

Se abrió como una bota de vino, esparciendo vitriolo esmeralda en el suelo. El palo se incendió.

Las criaturas que estaban al lado parecían indiferentes a la baja sufrida. Y pronto se apresuraron a cubrir el vacío.

Golpeando con el otro palo rompió otro de aquellos seres. Luego volvió, llevando ambos palos como antorchas.

A la luz del fuego, Covenant vio que estaban en una extensión de hierba incongruente. Más allá de aquellos niños que avanzaban había unos árboles negros acurrucados como cobardes vampiros. La charca, a su izquierda, era más grande de lo que pensaba. A escasa distancia de superficie había un espeso y oscuro lodo. Un cenagal.

Las criaturas verdes trataron de cerrar el cerco sobre la expedición.

Como si pudiera leer los pensamientos de Covenant, Brinn dijo:

Ur-Amo. Atención.

Covenant trató de responder, pero no pudo. Sus pulmones estaban llenos de humedad. Su pecho luchaba con el aire. Parecía asfixiarse en la lluvia. La lluvia corría por su cara como sudor de sangre.

No. No era la lluvia. Era el mismo aire que lo estrangulaba.

Gradualmente cambió el ruido de la lluvia. Empezó a sonar como un sollozo. De lo más profundo de la noche se levantó un llanto hacia el cielo.

Estaba en los pulmones de Covenant. El mismo aire estaba gritando. Pudo oír a Sunder hablar con dificultad, sentir los músculos de Linden esforzándose para respirar y el sabor de su agrio temor.

El acechador.

¡Maldita sea!

El grito se acentuaba en intensidad y pasión, convirtiéndose en un asfixiante alarido. Se clavaba en las profundidades de su pecho, hundiéndose en su rabia como en arena movediza.

Pánico.

Permanecían allí como un rebaño a punto de ser sacrificado, temblando y mudo, mientras las criaturas de ácido avanzaban.

Un instante después, el dolor de Clash se volvió convulsivo. Moviéndose salvajemente, el corcel lanzó a Linden y Covenant a la hierba. Luego la emprendió locamente contra Clang. Con Brinn colgando de su cuello, Clash derribó a Sunder y Stell del lomo de Clang. En seguida, el desbocado corcel trató de saltar sobre Clang.

Covenant se incorporó a tiempo de ver a Clangor enfurecerse. Ignorando los chillidos de Hollian y las órdenes de mando de Harn, la bestia embistió a Clash y Clang, poniéndolos de rodillas en el suelo. Súbitamente, los cuatro corceles quedaron poseídos de una frenética locura y trataron de atacar a Sunder y a Stell. Annoy se unió, berreando, a la irritación de los otros animales. Ceer y Cail se libraron de su corcel. Stell y Harn rescataron a Hollian impidiendo que fuera alcanzada por los cascos de Clangor.

Vain estaba cerca del borde del charco, observando la confusión como si se divirtiera.

Covenant no podía comprender porqué las criaturas de ácido no atacaban. Continuaban acercándose más y más, pero sin tomar la iniciativa de atacar.

Brinn aún estaba colgado del cuello de Clash, defendiéndose con la mano libre de los dientes de los otros corceles. El haruchai parecía pequeño y desamparado en medio de la locura de las bestias.

La oscuridad penetró dentro de Covenant como veneno. Instintivamente acariciaba su anillo. Oro blanco. Poder.

Quería gritar pero no tenía suficiente aire. El alarido del acechador hacía sonar la lluvia de una manera especial al chocar con su pecho, produciendo una especie de hormigueo en toda su piel.

Empezó a levantar el brazo, pero Linden, cogiendo su media mano con las dos suyas, le gritó histéricamente.

—¡No!

La fuerza de su desesperación lo dejó quieto y frío. Un gélido viento sopló en su mente. ¡Úsalo! La presión le amenazaba. Su anillo. ¡No! Pero el acechador

El acechador estaba ya sobre aviso. Estaba…

¿Por qué estaba sobre aviso? ¿Quién le había avisado?

Lanzándose hacia delante, Ceer se reunió con Brinn entre los corceles. Juntos empezaron a descargarles los sacos de suministros y los fajos de leña.

Antes de que hubieran terminado, Clangor se levantó, seguido de Annoy. Clash y Clang dieron un salto.

Enloquecidos por la lluvia y por la presión del acechador, asaltaron a Sunder. El Gravanélico se refugió debajo de Clangor, evadiendo a Annoy de manera que las bestias colisionaran entre sí. Pero la hierba era blanda bajo sus pies. Mientras trataba de esquivarlos, se cayó. Un caos de cascos explotó a su alrededor.

Linden cogía el brazo de Covenant como si tratara de impedir que interviniera, pero no lo había hecho; ni siquiera hubiera podido moverse para salvar su propia vida. Los niños de ácido…

¡El alarido!… Corceles rodando. La lluvia cayendo sobre su piel.

¿Quién había alertado…?

Stell apareció entre las bestias; se hallaba encima de Sunder tratando de protegerlo. Con sus piernas, moviéndose en todas direcciones golpeaba a los animales en la cabeza, como forzándolos a que lucharan entre sí.

Brinn y Ceer trataron de distraer los corceles, pero su terrible furia contra Sunder los absorbía. Rodaba de un lado a otro esquivando los golpes. Pero su furia era demasiado grande.

¡Los corceles!, exclamó Covenant. Sus ojos se salían de las órbitas bajo la presión de la asfixia y el vértigo. Criaturas del Sol Ban. Energía de la Tierra corrupta.

El acechador estaba alertado por ese poder.

Luego, el ataque estaba dirigido contra los corceles. Y ellos lo sabían. Por eso estaban tan aterrorizados.

¿Por qué no huían?

¡Porque estaban atados!

¡Demonios!

Covenant se puso en movimiento con una violencia que derribó a Linden. Sus ojos se centraban en Sunder. No podía respirar, pero tenía que hacerlo. El alarido llenaba sus pulmones, estrangulándolo, pero no podía dejar que Sunder muriera. Con una convulsión de voluntad, sacó palabras de su interior.

—¡El rukh! ¡Lánzalo lejos!

Sunder pudo no haberlo oído. El ruido del acechador ahogaba cualquier otro sonido. El Gravanélico saltaba sobre su pecho como si hubiera sido levantado por uno de los corceles, cayendo luego nuevamente al suelo, con el rukh en sus manos. Stell se lo arrebató, lanzándolo por encima de los corceles. Fue a parar al centro del charco.

Instantáneamente, las bestias dieron la vuelta y arremetieron contra el hierro como si fuera la causa de su desgracia. En su terror, se afanaban en destruir el objeto que les impedía huir.

Uno de ellos embistió a Vain. No precisó de ningún esfuerzo especial para evadir el impacto. Se mantuvo su pose habitual de pie, como si no hubiera Energía en la Tierra que pudiera tocarlo. Pero la bestia era una criatura del Sol Ban, fiera y tremendamente asustada. Su ímpetu lo derribó hacia atrás.

El cayó en la charca.

Los corceles se precipitaron tras él, hundiéndolo con sus cascos. Luego ellos también quedaron atrapados en la ciénaga. El agua empezó a hervir. Hubo una turbulencia en toda su superficie. Los corceles rugían de terror; una especie de corrientes serpenteaban como si la charca fuera a erupcionar.

Ruidos de succión llegaron del charco como si estuviera tragando. Momentos después, el remolino cesó. El agua se quedó relajada tras un suspiro de satisfacción.

Cuando el movimiento se detuvo, Vain apareció, solo, en el centro de la charca.

Se iba hundiendo verticalmente. Pero sus indiferentes ojos estaban más ciegos que nunca a la luz de las antorchas. El agua le llegaba al pecho. No hacía ningún esfuerzo para salvarse, ni gritaba.

—¡Brinn! —gritó Covenant.

Pero los haruchai estaban todavía moviéndose. Harn estiró una cuerda de los sacos descargados y se la lanzó a Brinn. Inmediatamente, pero sin prisas, éste cogió un cabo y se lo lanzó a Vain. La cuerda cayó a su espalda. El no parpadeó ni dio ningún signo de haberla visto. Sus brazos se mantenían pegados a sus costados. Su mirada estaba tan muerta como la ciénaga.

—¡Vain! —La llamada de Linden sonó como un llanto. El Demondim no la acusó.

Brinn tiró de nuevo de la cuerda y, rápidamente, hizo un lazo con un nudo corredizo. El agua llegaba ya al cuello de Vain. El haruchai se preparó para lanzarla.

De un golpe, Brinn lanzó la cuerda alcanzando con su lazo el cuello de Vain. Cuidadosamente, Brinn tiró de ella. Luego se enrolló a la cuerda para tirar con más fuerza. Ceer y Harn fueron en su ayuda.

De pronto, Vain quedó sumergido, perdiéndose de vista.

Cuando los haruchai tiraron de la cuerda, ésta llegó vacía. El lazo estaba intacto.

Hasta que se oyó a sí mismo hablar. Covenant no comprendió que podía respirar, que había estado respirando. El asedio del acechador había desaparecido. Los niños de ácido se habían ido como desvaneciéndose en la noche.

Ya no quedaba nada, excepto la lluvia.