El fuego estaba delante de él, tapándole la vista de Linden. La lluvia del Grim oscurecía el aire. El ruido de las criaturas llenaba sus oídos. No podía ver si Linden estaba todavía viva. Brinn seguía trasladándolo de un lado a otro y agitando un puñado de hierba alrededor de su cabeza.
El fuego de Sunder salpicaba la atmósfera con un relampagueo rojo. Ahora los copos corrosivos empezaron a concentrarse sobre él. Covenant se liberó de Brinn y fue corriendo hacia Linden. Hergrom la había levantado del suelo. El haruchai la llevaba en una complicada danza de evasión. Ella colgaba de sus brazos. La sangre que brotaba de la parte posterior de su cabeza manchaba su cabello.
Covenant sintió en su pecho la llamada de la plata.
Pero cuando levantó la cabeza para invocar poder, vio que la negrura del Sol estaba disminuyendo. El rojo de pestilencia ya brillaba a través del ébano. Los últimos copos del Grim caían sobre la cabeza de Sunder y el Gravanélico los iba destruyendo todos.
Covenant cerró su garganta, dejó la magia indomeñable sin invocar. En lugar de hacerlo, se apresuró hacia Hergrom y Linden.
Cail estaba cerca. Había cortado un trozo de su túnica y, con la ayuda de Harn, hizo un torniquete en su brazo. Su desgarrada carne sangraba considerablemente.
Los otros haruchai estaban marcados por el humo y el fuego, pero no habían resultado heridos. Sunder y Hollian estaban también ilesos, aunque los esfuerzos realizados dejaron al Gravanélico tambaleante. Hollian le ayudaba a sostenerse.
Vain estaba a corta distancia, como si nada hubiera pasado. Las llamas se apagaban bajo sus pies como serpientes aplastadas.
Covenant los ignoró a todos. La cara de Linden era puro alabastro. La sangre teñía su abundante cabello. En sus labios se dibujaba una inconsciente mueca de dolor. Trató de cogerla de los brazos de Hergrom; pero éste no la soltó.
—Ur-Amo —la voz de Brinn parecía incapaz de sugerir cualquier prisa—. Tenemos que irnos. La brecha ya se cierra.
Covenant trató inútilmente de arrancar a Linden de los brazos de Hergrom. ¡Era intolerable que pudiera morir! No tenía sentido que terminara de esta forma. ¿Para qué, si no, había sido escogida? El la evocaba pero no sabía como llegar a ella.
—¡Covenant! —la agitada respiración de Sunder hacía casi inaudible su voz. Es tal como dice Brinn. La na-Mhoram dio su vida para que pudiéramos proseguir. Debemos irnos.
Memla. Aquel nombre quemaba a Covenant. Ella había dado su vida. Como Lena. Como tantos otros. Con un estremecimiento se volvió. Sus manos buscaban donde agarrarse.
—Sí —apenas podía oírse a si mismo con el ruido de las llamas—. Vámonos.
En seguida los haruchai se pusieron en marcha. Harn y Stell iban delante; Hergrom y Brinn seguían con Covenant. Cail guardaba a Sunder, Linden y Hollian. Nadie prestaba atención a Vain, formando un solo cuerpo, sortearon los fuegos de la hierba, dirigiéndose a la brecha de la marcha.
Las criaturas se movían como locas en el devastado terreno, donde Memla había caído. Los que encabezaban la marcha ya estaban fuera del alcance de la vista, ignorando lo que les había pasado a los que venían detrás. Pero más seres deformados llegaban constantemente del Sur. Podían haberse interpuesto en el camino del grupo inmediatamente, pero sus propios muertos los retrasaban. Las criaturas que llegaban tropezaban con los muchos muertos y heridos, al tiempo que cortaban su carne con sus tentáculos, alimentándose vorazmente. Y los fuegos añadían temor a su hambre.
Dentro de la confusión, los haruchai guiaban a Covenant y a los pedrarianos.
La expedición parecía pequeña y frágil al lado de aquellas grandes criaturas ciegas, vulnerable ante aquellas feroces mandíbulas, aquellas plateadas extremidades. Pero el pueblo de Brinn sabía hilar muy fino en su cautela. Y siempre que una de ellas se les acercaba, Stell y Harn se encargaban de golpearla fuertemente rompiendo su antena para que la criatura no pudiera localizar a su presa. Así mutiladas, las bestias se batían en combate mortal con su semejante. Covenant, Sunder y Hollian eran impelidos como si sus vidas fueran preservadas solamente por la mágica competencia de los haruchai.
Unos trozos de tela roja marcaban el lugar de la muerte de Memla, desposeído de cualquier tumba o signos de duelo.
Corriendo tanto como podían, todos los compañeros se adentraron en la espesa hierba, ya alejándose de la marcha. Algunas criaturas viraban para perseguirlos. Con toda su fuerza, Stell y Harn atacaban la hierba, abriendo un camino a través de ella. Sólo Vain parecía no tener prisa. No tenía necesidad de apresurarse. Cada criatura que se le acercaba, tratando de atacarle caía muerta al instante, siendo devorada por las otras.
Cuando ya habían recorrido una corta distancia entre la hierba, Ceer se unió a ellos. No habló; pero el objeto que sostenía explicaba lo que había hecho.
El rukh de Memla.
Su visión detuvo a Covenant. Las posibilidades que ofrecía rodaban en su cabeza. Adelantó su brazo para cogerlo.
Pero no tuvo tiempo. Una aguda crepitación cortaba la hierba como una guadaña. Miles de criaturas se abrían camino en su persecución.
Brinn empujó a Covenant. Todos echaron a correr.
Ceer, Stell, Brinn y Cail se quedaron detrás para defenderlos. Ahora era Cail quien encabezaba el grupo. A pesar de su brazo herido y de la espesura de la vegetación, se abría camino con su cuerpo. Seguía Hergrom, llevando a Linden, y Covenant pegado a los talones de Hergrom, con Hollian y Sunder detrás de él.
Las criaturas se movían como si estuvieran preparadas para segar la sabana, a fin de darse un festín de carne humana. El ruido de su carga amenazaba al grupo como el fuego.
Cail atacaba los gruesos tallos con todo el antiguo valor de los haruchai, pero no era lo suficientemente rápido en abrir el camino para mantener la ventaja a los perseguidores. Covenant empezó pronto a tambalearse de cansancio. Aún convalecía de la Videncia. Sunder y Hollian no estaban en mejores condiciones. Linden parecía muerta en los brazos de Hergrom, y Cail dejaba marcas de sangre sobre la hierba.
En el reverso de la desesperación de Covenant había una demanda insistente.
¡Usa el anillo! Pero no podía. Estaba demasiado débil. Empezó a perder terreno. Cail y Hergrom parecían extenuarse con el azotante retroceso de la hierba. Si permitía que su veneno se activara, se exponía a consecuencias incontroladas. Se oyó a sí mismo gritar como si su esfuerzo fuera un cuchillo en su pecho. Pero no podía silenciar el dolor.
Súbitamente Brinn apareció a su lado. Hablando sólo lo suficientemente alto para ser oído, el haruchai dijo:
—Cail ha encontrado un lugar que puede ser defendido.
Covenant, se tambaleó cayendo entre la hierba cortada. Un olor a podrido obstruyó su respiración. Pero Brinn lo levantó de nuevo. El vértigo empezaba a apoderarse de él. Apoyado en el hombro de Brinn como si fuera la única cosa sólida que quedara en el mundo, se dejó medio arrastrar por él.
El camino que abría Cail condujo a una pila de piedras, elevándose incongruentemente de la sabana, como una tumba o señal dejada por los gigantes. Llegaba a la mitad de la altura de la hierba que lo rodeaba. Hergrom ya se había subido a ella, dejando a Linden en el suelo, en una relativa seguridad, y volvió para ayudar a Hollian a ascender. Ignorando su dolor, Cail se unió a Hergrom. Stell y Harn los siguieron. Cogieron a Covenant cuando Brinn y Ceer le empujaron hacia arriba.
En seguida fue junto a Linden y, luchando contra su debilidad, trató de examinarla. Levantando su cabeza y apartándole el pelo, tan cuidadosamente como pudo con sus dedos insensibles, descubrió que la herida no parecía grave. Ya casi había dejado de sangrar. Sin embargo, Linden permanecía inconsciente. Todos sus músculos estaban flácidos. Su rostro parecía haber salido de una batalla. Los agotados sentidos de Covenant no podían valorar su estado. No era útil para ella.
Sunder y Hollian subieron a reunirse con él. Arrodillándose al lado de Linden, Sunder la examinó. Sus facciones denotaban fatiga y nerviosismo.
—Ah, Linden Avery —dijo, casi sin voz—. Has tenido mala suerte.
Covenant ahogó una exclamación de angustia y trató de contradecir el tono dramático de Sunder.
—No parece tan serio.
El Gravanélico, sin mirarle, aclaró:
—La herida en sí… Quizás incluso la de Cail no es una amenaza para su vida. Pero éste es un Sol de Pestilencia.
Luego se quedó en silencio.
—Ur-Amo —dijo Hollian, nerviosamente—, cualquier herida es fatal bajo el Sol de Pestilencia. No hay curación para la enfermedad del Sol Ban.
—¿Ninguna? —La palabra salió rota de Covenant.
—Ninguna —respondió Sunder, entre dientes.
Y Hollian añadió, con dolor en su mirada:
—Ninguna que sea conocida por el pueblo del Reino. Si el Clave tiene conocimiento de alguna curación…
No necesitaba completar la frase. Covenant comprendió. Memla había muerto. Se había vuelto en contra del na-Mhoram porque era honesta; porque era valiente, había dirigido el Grim hacia sí misma; y porque Covenant no había utilizado su magia indomeñable, ella estaba muerta. Su miedo le había costado la vida.
Le debía a sus compañeros cualquier cosa que supusiera la posibilidad, aunque fuese remota, de curar a Linden. Y a Cail.
Cualquier herida es fatal.
Y esto no era todo. Los corceles se habían ido. La expedición no tenía provisiones. Era culpa suya, porque había tenido miedo. Con poder había matado. Sin poder, había sido causa de muerte.
Memla había dado su vida por él.
Con los ojos ardientes, se levantó dificultosamente. Su propio celo era una amenaza para él; pero lo ignoró, como si fuera inmune al vértigo o al fracaso.
—¡Brinn!
Los haruchai se habían alineado defensivamente alrededor de las rocas y al nivel de la hierba. Por encima de su hombro, Brinn respondió:
—¿Ur-Amo?
—¿Por qué dejaste morir a Memla?
Brinn contestó, encogiéndose de hombros.
—La elección fue suya —su confianza en su propia rectitud parecía total—. Ceer ofreció su vida. Ella rehusó.
Covenant asintió. Memla había rehusado. Porque él le había dicho que no podía controlar su anillo.
No estuvo satisfecho con la respuesta de Brinn. Una vez, los Guardianes de Sangre habían tomado una decisión similar acerca de Kevin, y nunca se habían perdonado por ello. Pero tales cuestiones no importaban ahora. Memla estaba muerta. Linden y Cail iban a morir. Parpadeando ante el calor que sentía en sus ojos, miró a su alrededor. Toda la expedición estaba sobre aquel montón de piedras. Todos, excepto Vain. Éste permanecía abajo, como si se encontrara cómodo en la hierba y el hedor. La jungla estaba fuera de la vista al Este. En todas direcciones la sabana se extendía hacia el horizonte, un mar en tierra de un verde amarillento, ondeando ligeramente bajo la brisa.
Pero había una sucia cicatriz al descubierto que corría imponderablemente hacia el Norte. Y desde esta cicatriz, una corriente similar había virado en dirección a la loma en que se encontraban. Los fuegos del Grim ya se habían extinguido, quedando solamente humo y rescoldo. Liberadas de aquel peligro, las criaturas corrían veloces en línea recta hacia las piedras. La hierba era un hervidero mientras la apartaban, cortaban y comían. Pronto la loma estuvo rodeada de bestias.
Covenant apenas podía ver a Vain. El Demondim defendía su terreno con perfecta serenidad y cada criatura que se le acercaba moría. Los haruchai estaban ya dispuestos cuando el ataque empezó. Cuando las criaturas empezaron a escalar las rocas. Brinn y su pueblo hicieron uso de la ventaja de su elevación para romper sus antenas. Luego la empujaban para que cayera al hervidero y fueran consumidas. Su fortaleza, precisión y equilibrio hicieron efectivo su trabajo; y las bestias que caían obstruían el paso a las otras.
Pero la loma de piedras era demasiado grande. Los cinco haruchai no podían defenderla por entero. Gradualmente fueron empujados hacia atrás. Covenant no vaciló. Una furia fría de poder invadió sus huesos. Maldiciéndose a sí mismo, cogió el paquete que guardaba debajo de su correa y desenvolvió el krill de Loric Acallaviles.
El brillo de su gema lo detuvo momentáneamente. Había olvidado la intensidad de aquel blanco, luz pura, la afiladura de sus bordes, el calor del metal. El temor natural del leproso le impedía tocar el krill sin la protección de la tela. Pero la necesidad del grupo era ineludible. Sus dedos estaban insensibles, irrelevantes. No había calor que pudiera alterar la condena que lo definía. Apartó la tela, cogió el krill con su media mano y fue a unirse a los haruchai.
Seres como Entes de la Cueva malformados venían lanzándose hacia arriba con sus largas extremidades. Sus tentáculos se clavaban en la piedra. Sus mandíbulas se abrían y cerraban con ruido. De una mordida podían arrancarle un brazo. Sus antenas ya le estaban buscando a él.
Moviéndose como un condenado empezó a atacarlas.
El krill partía sus corazas, cortaba las antenas, incluso las mandíbulas, como si fuera una espada manejada por la destreza y potencia de un gigante. El krill era un instrumento de la Ley, y las criaturas eran seres sin Ley, nacidas del Sol Ban. Un lánguido fulgor salió de la palma de Covenant extendiéndose a su muñeca y a su brazo, pero lo cortó, sacudiéndose, y con cada golpe mandaba una bestia a la muerte, uniéndola a la masa que había bajo ella. Pronto Sunder se unió a la defensa. Su puñal no era un arma indicada para aquel trabajo, pero sabía manejarlo y su hoja podía cortar antenas. No lograba dislocar a las bestias como hacían los haruchai, pero a veces esto era innecesario. Con las antenas dañadas, las criaturas se desorientaban, chocaban unas con otras y caían al suelo. Y Stell, junto con Ceer, le protegían. El ataque no cesaba. Cientos de criaturas reemplazaban a las que caían. Pero ellos seguían defendiéndose. Al cabo de un rato, todo el terreno que circundaba la loma estaba desnudo de hierba. Y una tormenta de violencia muda cubría el suelo, tratando de atacar hacia arriba. Pero sólo un pequeño número de bestias podían asaltar las piedras en un determinado momento. Contra este limitado número, ellos podían aguantar. Los brazos de Covenant se hicieron pesados. Tenía que coger el krill con ambas manos. Sunder maldecía entre dientes, mientras se obligaba a continuar esforzándose, mucho después de que sus fuerzas estuvieran ya agotadas. Pero Hollian le proporcionaba períodos de descanso, ocupando su lugar y utilizando el puñal, porque su cuchillo era demasiado pequeño para la tarea. Y la fuerza de Vain también ayudaba, aunque él parecía no darse cuenta de lo que hacía. El grupo aguantó.
Así pasó la tarde. Covenant, al final, actuaba mecánicamente, como por reflejos. Su entumecimiento creció al paso del tiempo, mientras continuaba el asalto. Parecía tener fuego en sus articulaciones. Continuamente Brinn le salvaba de los ataques en cuya repulsión se mostraba demasiado lento. Apenas tuvo consciencia de que el Sol comenzaba a ponerse, y el frenesí de las criaturas a decrecer. Con el crepúsculo las bestias parecían perder su objetivo y la dirección en que estaba. De una a una, luego de dos en dos y luego por veintenas, empezaron a escurrirse, y a vagar por la hierba. Cuando la oscuridad llegó a la sabana y el azote del Sol Ban cesó, todas las criaturas huyeron.
Covenant se detuvo. Su corazón temblaba en su pecho. Mientras trataba de respirar, dejó caer el krill en las rocas. La loma tembló. Apoyado sobre sus manos y pies trató de acercarse a Linden, pero no podía alcanzarla. Su vértigo aumentó súbitamente. Sintió que todo le daba vueltas y se desvaneció en la ciega noche.
Algún tiempo después de que la Luna hubiera traspasado su cénit fue despertado por las convulsiones de Linden.
Se levantó y se arrastró a través de su fatiga, hambre y sed, tratando de ver lo que ocurría. Las piedras estaban iluminadas por el krill. Había quedado encajado entre ellas, de manera que iluminaba el sector. Sunder y Hollian se colocaron junto a Linden, observando su ansiedad. Ceer y Hergrom la sujetaron para que no se dañara a sí misma en el movimiento incontrolado de sus músculos.
En las piedras bajas, los otros haruchai, estaban apiñados como si estuvieran luchando entre sí. Con una rápida mirada, Covenant vio a Brinn, Stell y Harn, esforzándose para mantener quieto a Cail. Al igual que Linden, el haruchai herido yacía sufriendo una frenética convulsión.
Al ver a Covenant, Sunder dijo con cara preocupada:
—El Sol de Pestilencia ha infectado su herida. De una enfermedad así, nadie se recupera.
Oh, Dios.
A Covenant, le invadió el pánico, y este aumentó al ver a Linden arqueándose, ahogándose con su propia lengua.
Le cogió la cara y trató de abrirle las mandíbulas; pero tenía los dientes fuertemente apretados y era imposible separarlos. Su cuerpo entero estaba rígido.
—¡Se ha tragado la lengua! ¡Abridle la boca!
Al instante, Ceer cogió sus muñecas, aprisionándolas en su mano izquierda, mientras que con la derecha trató de abrirle las mandíbulas. Por un latido de corazón, su fuerza no fue suficiente. Volvió a intentarlo y sus dientes se abrieron. Ella tembló bajo un espasmo de dolor. Manteniendo su boca abierta con la anchura de su mano, pudo con destreza llegar a su garganta, liberando la lengua.
Ella tomó aire como si quisiera gritar; pero sus convulsiones bloquearon el sollozo en su pecho.
Con un feroz espasmo, Cail apartó de él a Brinn. Dando vueltas en el aire, Brinn aterrizó en el suelo, volviendo nuevamente hacia él cuando Stell y Harn sujetaban a su compañero.
El rostro de Linden era cadavérico a la luz del krill. Su respiración parecía un sollozo que entraba y salía de sus atormentados pulmones.
Cail emitía unos sonidos como si estuviera asfixiándose. Una parte oscura de Covenant pensó: El es inmune al Sol Ban. Probablemente había veneno en la espuela.
Luego se concentró en Linden como si pudiera mantenerla viva con la sola fuerza de su voluntad. Acercó la mano para tocar su frente, y eliminó el sudor; pero él no pudo sentir nada.
—Ur-Amo —dijo Hollian, susurrando—, yo debo hablar de esto. Debe ser puesto en conocimiento de todos —no pudo leer su cara porque estaba a la sombra del krill—. He consultado el lianar. Mañana tendremos un Sol Desértico.
Covenant estaba pendiente del tormento de Linden, deseando hacer algo por ella.
—Me trae sin cuidado.
—Hay más —el tono de Hollian se agudizó. Era una eh-Estigmatizada acostumbrada al respeto—. Habrá fuego, como si el Sol fuera un Sol de llamas. Este lugar será peligroso. Debemos huir.
—¿Ahora?
—En seguida. Debemos volver al Oeste, hacia la tierra donde crecen los árboles. La tierra de esta pradera será la muerte para nosotros.
—¡Ella no está en condiciones! —su súbita furia sobresalió en el silencio de la noche; dejó a todos en un silencio sólo alterado por la ronca respiración de los enfermos. Con un movimiento de hombros, rechazó el aviso de Hollian—. No voy a moverla de aquí.
Hollian empezó a protestar, pero Sunder la interrumpió enérgicamente.
—El es el ur-Amo.
—Está equivocado. La verdad es la verdad. Esas muertes no pueden evitarse. Permanecer aquí significará la muerte para todos nosotros.
—El es el ur-Amo —la rudeza de Sunder se volvió gentil—. Toda tarea que él pone en sus manos es imposible; pero la cumple. Ten confianza, eh-Estigmatizada.
Linden inició otra serie de espasmos. Viendo la forma en que actuaba su enfermedad, Covenant temía que cada respiro pudiera ser el último. Pero luego, de pronto, sus convulsiones cesaron; se quedó flácida como una muñeca rota. Lentamente, su respiración se hizo más profunda, a medida que se sumergía en el sueño de su propio agotamiento.
La afección de Cail estaba más avanzada. Los ataques prosiguieron hasta la puesta de la Luna. La gente de Brinn tenían que luchar incesantemente para impedir que se produjera heridas de muerte al estrellarse su cabeza con la piedra.
—El amanecer se acerca —murmuró Sunder, como si temiera alterar la quietud reinante, o que el sonido de su voz indujera a Linden o a Cail a agitarse nuevamente—. Vamos demasiado retrasados —Hollian no podía evitar su descontento—. Debemos permanecer aquí. No llegaremos a tiempo a lugar seguro.
Covenant no les hizo caso. Estaba sentado junto a Linden, abrazándola y esforzándose a creer que viviría.
Nadie se movió. Todos permanecieron sentados a la luz del krill mientras el Este palidecía con la salida del Sol. Un resplandor polvoriento empezó a dibujar la silueta del horizonte. Todas las estrellas fueron borradas. El color del cielo fue matizándose de marrón ante el inminente amanecer. La atmósfera se volvió palpablemente más seca, anunciando calor.
Cuando el Sol salió, tenía un tinte de desecación. El contacto de sus rayos recordó a Covenant que no había comido ni tomado ningún líquido desde la mañana anterior. Un notable desapasionamiento empezó a revolverse dentro de sí, distanciándole de su destino. El ligero y tranquilo sueño de Linden en sus brazos era ya un objetivo logrado.
A medida que el Sol Ban coloreó la sabana, la hierba empezó a fundirse. Su fibra se iba convirtiendo en un cieno gris, derramándose en el suelo. Esto, recordó Covenant, fue lo que ocurrió en el Bosque de Musgo de Morin. En los bosques de Glimmerdhore y en la Espesura Acogotante. Un Sol Desértico se había levantado sobre ellos y, en consecuencia, decenas de miles de años de espeso bosque se habían convertido en polvo. Y la Gloria del Mundo es menos de lo que fue. Por un momento recobró la pasión suficiente para maldecir: ¡Maldito seas, Amo Execrable! Sería mejor que me mataras.
En una voz semejante a la inanición de Covenant, pero infinitamente más firme, Brinn se dirigió a Hollian.
—Eh-Estigmatizada, tú has hablado de fuego.
—El lianar habló de fuego —la dignidad personal aumentada por la duda marcaba sus palabras—. Nunca había visto una llama así en mis predicciones. No me preguntes. No puedo responder.
Covenant pensó que el fuego no tenía ninguna razón de ser. La expedición estaba sin agua bajo un Sol Desértico. No se necesitaba nada más.
La verdad del augurio de Hollian se hizo evidente cuando el Sol se elevó lo suficiente y la hierba se hundió lo bastante para que la luz diera directamente en la loma. Y con la luz vino una tenue evaporación que parecía transformar la composición del suelo. El lodo empezó a resplandecer.
Covenant pensó que tenía alucinaciones.
De pronto, Vain subió a las piedras. Todos los ojos se fijaron en él, pero sus negros ojos permanecían inexpresivos, distantes, como si no se diera cuenta de sus actos.
Brinn y Hergrom se colocaron en posición de proteger a Covenant y a Linden. Pero Vain se detuvo, sin hacer caso del haruchai, y se quedó mirando al vacío como un invidente.
Poco a poco, el suelo fue adquiriendo un tinte rojizo, salpicado de amarillo. El color se intensificaba.
El suelo desprendía calor.
En los bordes de aquella isla de piedra, el cieno empezó a humear. Un humo extraño en forma de mechones, y luego en oleadas, cada vez más densas, llenó la atmósfera.
En unos momentos, todos los residuos ardían.
El humo empezó a salir también de otros lugares a lo ancho de la sabana. Pronto habría fuego en todas partes.
Y el lodo continuaba oscureciéndose.
El grupo observaba tensamente; incluso los haruchai parecían contener la respiración. Sólo Linden y Cail ignoraban lo que ocurría. Pero Vain no parecía ajeno al problema. Observó a Linden entre los hombros de Brinn y Hergrom y su expresión cambió como si un vago propósito tomara consistencia dentro de él.
Covenant, confuso estudió el suelo. La luz anaranjada y el calor le despertaron recuerdos. Gradualmente, la cara del padre de Lena, Trell, se clarificó en su mente, sin saber por qué. Podía ver a Trell de pie, duro como granito, en el hogar de Elena. La cara del pedrariano estaba enrojecida por la luz, con reflejos que brillaban en su barba, el mismo color de aquellas emanaciones. Luego Covenant recordó.
Gravanel. Piedras de fuego.
Bajo el azote del Sol del Desierto, aquella sabana entera estaba siendo transformada en un mar de gravanel. El fuego consumía los residuos, y debajo de ellos yacía el gravanel, que lanzaba silenciosamente su calor a los cielos.
Covenant y sus compañeros podían estar colgados sobre un mar de lava.
Se quedó sentado, con mirada de ciego. Podía sentir la muerte como algo familiar. Memla se había sacrificado. Linden y Cail estaban a punto de morir. Todos ellos iban a morir.
Vain no avisó sobre su propósito. La inesperada rapidez de su movimiento cogió por sorpresa, incluso a los agotados haruchai. Con una pasmosa rapidez, apartó a Brinn y Hergrom y avanzó decididamente hacia Covenant y Linden. Hergrom se agarró a un saliente de la roca. Brinn se salvó de caer al gravanel por la celeridad con que Ceer lo sujetó.
Sin esfuerzo alguno, Vain arrancó a Linden de los brazos de Covenant. Stell avanzó y golpeó a Vain entre los ojos. El Demondim no reaccionó, siguió con su propósito como si no hubiera sido tocado. Stell fue empujado contra Harn.
Sosteniendo a Linden suavemente, Vain caminó hacia el borde oriental de la loma y saltó sobre las piedras de fuego.
¡Vain!
Covenant se había levantado. Sus oídos silbaban como si el calor se hubiera convertido en viento. Sentía el veneno en sus venas. Quería hacer uso de la magia indomeñable, ¡quería atacar!
Pero si hacía algún daño a Vain, el Demondim podría dejar caer a Linden sobre el gravanel. ¡Linden!
Vain no prestaba ninguna atención al peligro. Firmemente, con total segundad empezó a caminar.
En aquel instante, Hergrom saltó como una pantera desde las piedras. En la extensión más lejana de su salto, hizo impacto en los hombros de Vain. El Demondim ni siquiera se tambaleó, siguió su camino a través del gravanel con Linden en sus brazos y Hergrom colgando de su espalda como si fuera inconsciente de la existencia de ambos.
El grito de Covenant murió en su pecho. Sabía que Brinn y Sunder sujetaban sus brazos para impedir que fuera en persecución de Vain.
—El no siente el fuego —remarcó Brinn—. Puede que trate de salvarla. Y tal vez logre salvarla.
—¿Salvarla…? —Covenant se relajó. ¿Era posible? Le dolían los músculos de la cara, pero no podía relajarlos—. ¿Salvarla para que pudiera servir al Amo Execrable? ¿Por qué… no le ayudó antes, durante el Grim?
Brinn se encogió de hombros.
—Posiblemente porque vio que entonces su ayuda no era necesaria. Ahora lo hace porque sabe que estamos sin ayuda.
—¿Vain? —Covenant jadeó. No. No podía evitar los escalofríos que sentía en su interior—. No, no estamos sin ayuda —era insoportable. Ni un leproso podía soportar una cosa así. No estamos sin ayuda.
Miró hacia donde estaba Vain. El Demondim corría, desapareciendo entre los vapores del gravanel.
Covenant se liberó de Brinn y Sunder. Se enfrentó a sus compañeros. El esfuerzo para controlar su temblor le hizo notorio.
—Ceer. Dame el rukh.
Sunder mostró preocupación. Los ojos de Hollian se abrieron como si tuviera una intuitiva esperanza o temor. Pero el haruchai no mostró sorpresa alguna. Ceer cogió el rukh de Memla, sacándolo de su túnica, y se lo entregó. Covenant lo cogió bruscamente y lo puso delante de Sunder.
—Sunder. Tú eres el Gravanélico. Úsalo.
Los labios de Sunder formaron palabras sin sonido.
—¿Que lo use?
—Llama a los corceles. Ellos están criados con el Sol Ban, y pueden sacarnos de aquí.
El Gravanélico emitió una ahogada protesta.
—¡Covenant!
Apoyando el rukh en el pecho de Sunder, Covenant insistió:
—¡Hazlo! Yo no puedo. Yo no conozco al Sol Ban como tú y no puedo tocarlo. Soy un leproso.
—¡Y yo no soy un Caballero!
—No importa —Covenant mezclaba la ira y el miedo—. Aquí vamos a morir todos. Puede que yo no cuente. Pero tú sí. Hollian también. Vosotros conocéis la verdad del Clave —pinchó a Sunder con el rukh—. Úsalo.
El calor llenaba de sudor la cara de Sunder. Sus facciones parecía que iban a derretirse como la hierba. Desesperadamente, miró a Hollian, de forma suplicante.
Ella tocó su brazo lleno de cicatrices.
—Sunder —dijo suavemente—. Gravanélico. Quizá puedas hacerlo. Seguramente, la Piedra del Sol te da poder para intentarlo. Yo te ayudaré si me es posible. Con el lianar puedo percibir el estado del Sol Ban. Quizás también pueda guiarte a ti para dominarlo.
Por un momento se miraron uno a otro, midiendo la magnitud de la situación. Luego Sunder se dirigió nuevamente a Covenant. La expresión del Gravanélico era de temor y de rechazo, por un instintivo odio hacia cualquier cosa que perteneciera al Clave. Pero aceptó el rukh.
De mala gana escaló la roca más alta de la loma, sentándose cerca de la radiación blanca del krill.
Hollian se situó de pie en una roca más baja, de manera que su cabeza estuviera al mismo nivel que la de Sunder. Ella observaba con atención como colocaba el orcrest en su regazo y luego destapaba el mango del rukh.
Las piernas de Covenant temblaban como si no pudieran ya soportar más el peso de lo que él era. Pero permaneció en pie, apoyado en las rocas, observando como testigo.
Sunder vertió el último fluido del rukh en su mano.
Hollian colocó su palma en la de él, dejando que permaneciera en contacto durante unos momentos para compartir la sangre como gesto de compañerismo. Luego con sus dedos untó el lianar y empezó a cantar suavemente, como para sí. Sunder se frotó las manos, ensució de rojo su frente y sus mejillas, para coger luego la Piedra del Sol.
Los rígidos acentos de su invocación eran un contrapunto al murmullo casi inaudible de Hollian. Juntos aspearon la madeja del poder del Sol Ban: Sangre y Fuego.
Pronto, su familiar rayo rojo se disparó como una querella contra el Sol. Una trepidación como la descarga de un rayo resonó en el aire.
Levantó el rukh y lo mantuvo de forma que el rayo de la Piedra del Sol corriera a lo largo del hierro. Sus nudillos se blanquearon contrastando con el reverso de sus manos.
Delicadas llamas nacieron como vástagos a lo largo del lianar. Hollian cerró los ojos. Su fuego tomó poco a poco el color marrón del aura solar y empezó a formar zarcillos. Uno de ellos se enrolló en las manos de Sunder para luego subir por el rukh hasta el rayo de la Piedra del Sol.
Parpadeó nerviosamente, defendiéndose del sudor que molestaba sus ojos, que brillaban como si el rukh fuera una serpiente que no podía ni sostener ni soltar.
Un dolor punzante en el pecho de Covenant le recordó que se había olvidado de respirar. Cuando se esforzó a inhalar parecía que el vértigo tiraba de él. Sólo sus brazos apoyados en la roca le impidieron perder el equilibrio.
Ninguno de los haruchai miraba a Sunder y Hollian. Cail volvía a sufrir convulsiones. Los otros luchaban para mantenerlo quieto. Los recuerdos de Linden oprimieron a Covenant, que cerró los ojos ante la náusea.
Volvió a mirar hacia arriba cuando los cánticos finalizaron. Tanto el rayo de Sunder como la llama de Hollian se extinguieron. Los pedrarianos se sostenían uno al otro. El Gravanélico sacudía sus hombros.
Covenant se arrodilló, sin saber cómo había perdido el equilibrio.
Cuando Sunder habló, su voz era sarcástica.
—Después de todo, no es muy difícil ser un Caballero. Ya sé manejar el rukh. Los corceles están a mucha distancia, pero vendrán.
Al fin, cesó la crisis de Cail. Durante un tiempo recobró la consciencia, pero hablaba en la lengua de los haruchai y Covenant no podía comprender lo que decía.
La primera de las grandes bestias volvió poco después de mediodía. Por entonces la sed y el hambre habían afectado a Covenant reduciéndolo a un estado próximo a la ceguera. No podía distinguir cuál de los corceles era el que se aproximaba ni si el animal llevaba todavía los suministros. Pero Brinn lo aclaró:
—Es Clangor, el corcel que asaltó a Linden Avery. Cojea y su pecho está quemado. Pero el gravanel no le hace daño —un momento después añadió—: Su carga está intacta.
Intacta, pensó Covenant. En seguida miró a través de la bruma como Ceer y Stell saltaban sobre el corcel, volviendo luego con bolsas de agua y comida. Oh, Dios mío.
Cuando él y los pedrarianos hubieron satisfecho su primera sed desesperada y habían empezado a comer, Annoy llegó galopando del Sur. Al igual que Clangor, no había sido lastimado por el gravanel; pero se movía incómodamente alrededor de la loma, tratando de escapar de las piedras de fuego.
También volvieron Clash y Clang. Sunder frunció el entrecejo ante ellos, como si no le gustara el orgullo que sentía por lo que había logrado, pero a Hollian le brillaba la sonrisa.
En seguida los haruchai empezaron a prepararse para la partida.
Cogiendo el trozo de tela que había tirado, Covenant volvió a envolver el krill y lo guardó detrás de su cinturón. Luego descendió de las piedras hasta el nivel del lomo de los corceles. A poca distancia del suelo, el calor del gravanel era lo bastante intenso como para chamuscar su carne. No pudo evitar el recuerdo de Corazón Salado Vasallodelmar en las Cenizas Calientes, donde el gigante se había sumergido en lava para ayudar a Covenant.
Desconfiando de los corceles y de sí mismo, Covenant no podía saltar la pequeña distancia que le separaba de la montura.
¡Basta!, dijo para sus adentros. No dejaré que por mí mueran más amigos. Tuvo que esperar, colgado de donde estaba, bizqueando contra la irradiación, hasta que los haruchai le ayudaron.
En un momento, Ceer y Brinn se unieron a él, llevando a Cail. Sunder levantó el rukh no muy seguro de su maestría, pero los corceles obedecieron, acercándose al borde de las piedras. Dejando a Cail, Ceer saltó al lomo de Annoy. Harn le pasó los sacos. Los cargó en el lomo de Annoy y luego cogió a Cail con ayuda de Brinn, sentándolo en el animal.
El brazo de Cail estaba amoratado y supuraba. Esto inquietó a Covenant. Cail necesitaba a Linden. Ella era médico.
Linden estaba tan enferma como el haruchai.
Practicando su control, Sunder mandó Annoy apartarse de los otros corceles. Luego Harn y Hollian montaron sobre Gangor. El Gravanélico, junto con Stell, montó a Clang. Antes de que Covenant pudiera prescindir de su miedo, Brinn lo levantó para montarlo sobre Clash.
Cayó sobre el ancho lomo de Clash y se agarró fuertemente al pelo. El calor le sometía a un asado lento. Pero aún pudo levantar la voz.
—Encuentra a Vain. Rápido.
Con un gesto, Sunder dirigió las bestias hacia el Este. Galoparon hacia lo lejos a través del aire anaranjado por el gravanel.
Clang llevaba a Sunder y el rukh a un paso vertiginoso y las otras monturas seguían su paso. Incluso Clangor, que tenía una herida, no se quedaba atrás. Corría como el viento, con furor en sus ojos rojos. Había sido formado por el poder del Fuego Bánico para obedecer a cualquier rukh. No podía rechazar la autoridad de Sunder.
Covenant no pudo calcular la velocidad. Apenas podía mantener los ojos abiertos en aquel calor. Apenas podía respirar. Sólo sabía que viajaba a gran velocidad, pero no la velocidad que llevaría Vain. La ventaja del Demondim era tan larga como la mañana.
El viento abrasaba su cara. Sus ropas estaban tan calientes que parecía que iban a fundirse al contacto con la piel. Tenía sudor caliente en todo su cuerpo. Sus ojos exudaban lágrimas contra el brillo y el calor del gravanel. Pero los corceles corrían como si hubieran nacido sobre las piedras de fuego. Hollian galopaba sobre el lomo de Harn. Sunder se abalanzaba sobre el cuello de Clang. Los haruchai cabalgaban con magistral desenvoltura. Y los corceles corrían.
El gravanel parecía no tener fin. El fuego coloreaba los cielos con licuada grandeza. A través del humo, la corona solar parecía un anillo incandescente separada del Sol. La sabana entera era un lecho carbonífero; los corceles estaban atravesando un verdadero infierno. Pero Sunder había aprendido a dominar el rukh. Y mientras viviera, las bestias no fallarían.
No lo hicieron. Corrían como si hubieran nacido entre las llamas. Con regularidad, infatigablemente, dejaban las leguas atrás como vidas quemadas en un horno.
La respiración de Covenant parecía un sollozo, no porque le faltara aire, sino porque sus pulmones se estaban secando. Empezó a tener visiones de la Laguna Brillante, el frío estanque bendecido con la Energía de la Tierra. Sus huesos palpitaban al inhalar agua. Y los corceles corrían.
Cuando dejaron el gravanel para marchar sobre barro duro, el súbito cambio hizo que el aire desértico les pareciera un puro deleite. Levantó la cabeza. Su pecho sintió un alivio, como si se tratara de un viento polar. Un instante después, los corceles repiqueteaban con sus cascos el suelo muerto y cocido por el Sol, levantando nubes de polvo. La bruma se redujo. De pronto, el terreno adquirió unas formas, un sentido. Entonces vio a Vain delante de él. El Demondim estaba de pie, negro y fatal, en el banco de una hondonada que se cruzaba con el camino que seguía el grupo. Los anillos del Bastón de la Ley acentuaban su aspecto de medianoche. Observaba a los corceles corriendo hacia él como si ya los hubiera estado esperando. Estaba solo.
¿Solo?
Cuando la bestia se paró en seco, Covenant fue lanzado, aterrizando duramente. Tendido sobre el barro, le gritó a Vain:
—¿Qué has hecho con ella?
Vain no se movió. Covenant se lanzó con rabia sobre el Demondim, retrocediendo en seguida como si hubiera chocado contra una pared de obsidiana. Al instante apareció Hergrom, saliendo de la hondonada. No parecía herido, aunque sus vestiduras estaban chamuscadas por el gravanel. Sin expresión, como si no quisiera dignarse a juzgar la precipitación de Covenant dijo:
—Está aquí. En la sombra.
Covenant saltó, precipitándose hacia el canal.
El lecho seco no era profundo. Aterrizó sobre la arena y dio algunas vueltas buscando a Linden.
Estaba tendida sobre su espalda bajo la sombra del margen del canal. Su piel estaba ligeramente enrojecida; había estado muy cerca del gravanel. Pudo verla con tanta claridad como si la tuviera grabada en su mente: Su nuevo color, los regueros de sudor en su pelo color trigo, su cicatriz entre las cejas, como la expresión de su lucha contra la vida que había tenido.
Sufría convulsiones. Sus talones golpeaban la arena. Sus dedos arañaban el suelo; se notaban espasmos en su cuerpo, que le obligaban a doblar la espalda. Una sonrisa cadavérica se plasmaba en su rostro. Ligeros sonidos entrecortados se escapaban entre sus dientes, como fragmentos de dolor.
Covenant se colocó a su lado, la cogió por los hombros para frenar el movimiento de sus brazos. Su pánico le impedía pronunciar palabras o emitir sonido alguno.
Sunder y Hollian se unieron a él y fueron seguidos por Harn y Hergrom. Brinn, Ceer y Stell llegaron un momento después, llevando a Cail. El también estaba sufriendo otra de sus crisis.
Sunder puso una mano en el hombro de Covenant.
—Es la enfermedad del Sol Ban —dijo con voz triste—, lo siento. No durará mucho.
El sollozo de Linden se convirtió en un ronquido en su garganta, como de agonía. Parecía querer decir:
¡Covenant!
¡Linden!, gimió. ¡No puedo ayudarle!
De pronto sus ojos se abrieron, mirando de forma salvaje. Se abrieron por encima del rictus que había desnudado sus dientes.
—Cove… —su garganta trabajaba con los músculos tensándose y relajándose. Sus mandíbulas estaban pegadas una a otra como si hubieran sido atornilladas. Sus ojos brillaban con blanco delirio ante él.
—Ayuda…
Sus esfuerzos para hablar quemaban el corazón de Covenant.
—Yo no… —no le salían las palabras—. No sé cómo.
Sus labios se estiraron como si quisieran hundir sus dientes en la mejilla de él. Sus cuerdas vocales estaban muy tensas. Tuvo que forzarlas extraordinariamente.
—Voure.
Se acercó más a ella.
—¿Voure?
—Dame… —su esfuerzo le cortó como si fuera una espada—. Voure.
—¿El jugo que protege de los insectos? —sus órbitas estaban secas como la fiebre—. Estás delirando.
—No —la intensidad de su insistencia pinchaba el aire—. Mente… —su mirada blanca y salvaje suplicaba, imploraba. Cada partícula de su determinación, luchaba contra su garganta—. Clara. —El esfuerzo agravó sus convulsiones. Su cuerpo golpeaba contra el suelo como si estuviera enterrándose viva—. Yo… —Por un instante rompió en sollozos. Pero se reanimó, tratando de resumir—. Sentir.
¿Sentir?, se preguntó, ¿sentir qué?
—Voure.
Durante un terrorífico momento, estuvo al borde de perder la oportunidad de comprenderla. Luego lo logró.
¡Sentir!
—¡Brinn! —gritó por encima de su hombro—. ¡Trae el voure!
¡Sentir! Linden podía sentir. Tenía el sentido de la salud nacido en el Reino; podía percibir la naturaleza de su enfermedad. Comprenderla con precisión. Y el voure también. Sabía lo que necesitaba.
El ángulo de su mirada le alertó. Con una sacudida se dio cuenta de que nadie se había movido, que Brinn no estaba obedeciendo.
—Covenant —murmuró Sunder penosamente—. Ur-Amo, te ruego que me escuches. Ella tiene la enfermedad del Sol Ban. No sabe lo que dice.
—Brinn —Covenant hablaba con suavidad pero su lúcida pasión cortaba totalmente la disuasión de Sunder—. Su mente es clara. Sabe exactamente lo que dice. Trae el voure.
Aún el haruchai no cumplió el encargo.
—Ur-Amo —dijo—. El Gravanélico tiene conocimiento de esta enfermedad.
Covenant tuvo que soltar a Linden, cerrar los puños contra su frente para no gritar.
—La única razón… —Su voz vibraba como un cable altamente tensado—. Kevin Pierdetierra pudo efectuar el Ritual de Profanación, destruir toda la vida del Reino por centenares de años y fue porque los Guardianes de Sangre estuvieron con él y dejaron que lo hiciera. El les ordenó no hacer nada; y él tenía conocimientos. Por tanto, obedecieron. Por el resto de sus vidas, su juramento fue corrupto y ellos no lo supieron. Ni siquiera supieron que estaban corrompidos hasta que el Amo Execrable se lo hizo ver, hasta que les demostró que podía hacer que le sirvieran a él. —El Execrable había mutilado a tres de ellos para que se parecieran a Covenant—. ¿Es que vais a seguir aquí presenciando como muere más gente? —Bruscamente, perdió el control de sí mismo. Golpeando la arena con sus puños gritó—: ¡Trae el VOURE!
Brinn dirigió una mirada a Sunder y a Cail. Por un momento pareció dudar. Luego salió de la hondonada en dirección a los corceles.
Casi al momento estuvo de vuelta, trayendo el recipiente de cuero de Memla; mostrando desinterés, como si evadiera toda responsabilidad, lo entregó a Covenant.
Temblando, Covenant destapó el frasco. Tenía que aplicar a la operación mucha fuerza de voluntad para que sus manos estuvieran quietas y administrar sólo unas pocas gotas a Linden por entre sus dientes. Luego observó, en un trance de miedo y esperanza, como ella se esforzaba en tragar.
Su espalda se arqueaba, torciéndose como si se hubiera roto su espina dorsal.
La mirada de él se oscureció. El Mundo rodaba en su cabeza. Su mente se convirtió en la calada y zambullida de los cóndores. No podía ver, no podía pensar, hasta que la oyó susurrar.
—Ahora Cail.
El haruchai respondió inmediatamente. Su comprensión del problema de Cail demostraba que su mente estaba clara. Brinn cogió el frasco, corrió al lado de Cail y, con la ayuda de Stell, forzó un poco de voure entre sus cerradas mandíbulas.
Linden fue experimentando una relajación músculo por músculo. Su respiración mejoró, las cuerdas de su garganta se aflojaron. Uno a uno, sus dedos se desengarzaron. Covenant levantó su mano, escondiendo en la suya sus uñas rotas, mientras vigilaba su evolución. Sus piernas se volvieron flácidas sobre la arena. El le cogía la mano porque no podía decir si se estaba recuperando o si se moría.
Luego lo supo. Cuando Brinn vino hacia él y anunció, sin modular la voz:
—El voure es eficaz. Se va a curar.
Ella emitió un leve suspiro.