En algún momento, durante la noche, fue consciente de su delirio. Estaba siendo balanceado sobre el lomo del corcel. Unos brazos se cruzaron a su alrededor y lo sujetaron por encima de su corazón. Eran como un soporte de piedra. Brazos de haruchai.
Alguien dijo tensamente:
—¿No eres una curadora? Debes socorrerlo.
—No. —La respuesta de Linden sonaba, como un desmayo, afligiéndolo profundamente. Los destellos del rukh dañaban sus ojos. Pero cuando apartaba la vista de ellos se desvanecía de nuevo.
La siguiente vez que miró hacia arriba, vio el gris del amanecer en fragmentos a través de la monstruosa jungla. La luz del cielo le iba directamente a la cara. Había sido montado sobre Din, con Memla delante de él y Brinn detrás. Otro corcel, llevando a Ceer y Hergrom, iba en cabeza, siguiendo la línea que Memla creaba con su rukh. El resto del grupo seguía a Din.
Covenant trataba con dificultad de mantenerse definitivamente despierto. El camino de Memla corría dentro de una área de terreno relativamente claro, bajo la sombra de una loma de rododendros. Allí se detuvieron. Por encima de su hombro, Memla gritó a los que la seguían:
—Permanecer montados. Los corceles os protegerán del Sol Ban.
Por detrás de Covenant oyó que Sunder murmuraba:
—Luego es verdad.
Pero Hergrom saltó al suelo y empezó a coger las provisiones que le daba Ceer; y Brinn dijo:
—Los haruchai no compartimos esa necesidad de protegernos.
¿Inmunes? Covenant se quedó pensando. Sí. ¿De qué otra manera hubieran podido llegar a Piedra Deleitosa sanos y salvos?
Luego empezó a salir el Sol, lanzando rayos de carmín y miseria sobre la vegetación. Nuevamente la eh-Estigmatizada había acertado en la predicción del Sol Ban.
Cuando hubo pasado el primer toque del Sol, Memla ordenó que los corceles se arrodillaran, controlándolos a todos con su voz de mando. El grupo empezó a desmontar.
Covenant se deshizo de la ayuda de Brinn y trató de valerse por sí mismo. Vio que podía. Estaba tan pálido y débil como un inválido; pero sus músculos podían, al menos sostener su cuerpo.
Con inseguridad aún, volvió la cabeza hacia atrás, hacia el Oeste, para observar en la madrugada, algún signo del Grim del na-Mhoram. El Horizonte aparecía claro.
Cerca de él, Sunder y Stell habían descendido de uno de los corceles. Hollian y Harn, de otro. Cail ayudaba a Linden a descender de la quinta bestia. Covenant la observaba con preocupación; pero ella guardaba su mirada para sí misma, encerrándose en su propia soledad, como si los nervios de sus ojos, y sus huesos, hubieran sido humillados más allá de lo soportable.
Vio que estaba muy sola. No sabía qué hacer, y además, se sentía demasiado débil para hacer algo.
Mientras los haruchai preparaban comida para todos, carne seca, fruta y metheglin, Memla sacó de uno de sus sacos una gran bolsa de cuero con voure destilado, el jugo picante que los amigos de Covenant habían usado una vez para liberarse de los insectos bajo el Sol de Pestilencia. Cuidadosamente aplicó el concentrado a cada uno de sus compañeros, excluyendo solamente a Vain. Covenant aprobó su omisión. Quizá el fuego del rukh pudiera dañar al Demondim. El Sol Ban no podía.
Covenant comió lentamente y en buena medida, alimentando la pobreza de su cuerpo. Pero en todo momento, el peso de la aprensión le empujaba desde el Oeste. Había visto una pedraria destruida; había visto lo que el Grim podía hacer, Con un gran esfuerzo, reunió la voz suficiente para preguntar a Memla cuánto tardaría el lanzamiento del Grim. Ella estaba visiblemente nerviosa.
—Esto no se sabe nunca. Debe considerarse también el volumen y la fuerza del Grim —la mirada de ella se adentró en su cara, dejando una marca casi palpable de ansiedad en sus mejillas—. Yo lo veo —sus manos estaban apretadas contra su rukh—, será muy grande.
Muy grande, murmuró Covenant. Y él estaba tan débil… Se agarró al krill con las manos y trató de permanecer en calma.
Poco después, todos ellos volvieron a montar. Memla conectó con el Fuego Bánico, abriendo camino para los grandes corceles. Nuevamente, Hergrom y Ceer montaron Annoy para marchar en cabeza. Los nombres de las bestias parecían importantes para ella; como si las quisiera a su manera. Seguían Covenant, Brinn y la Caballera de Din, luego Cail y Linden, montando a Crash, Sunder y Stell con Clan. Por último Harn y Hollian con Clangor. Vain iba en la cola como si fuera absorbido, sin querer, por la estela de los corceles.
Covenant dormitó repetidamente durante el día. Había sido intensamente desangrado; no podía mantenerse despierto. Dondequiera que se detuvieran para comer, recoger comida o agua, o simplemente para descansar, él consumía todo el alimento que le daban, esforzándose a recobrar cualquier cosa que se pareciera a la fuerza. Pero entre paradas, el vaivén de los pasos de Din aflojaba su voluntad, de forma que cabalgaba en mareas de sueño, temor o insectos, sin poder evitarlo.
En aquellos períodos en que estaba completamente despierto, sabía por la rigidez de la espalda de Memla, que ella quería huir, huir y siempre huir, sin parar nunca. Ella también sabía muy bien lo que el Grim podía hacer. Pero al llegar el atardecer su tensión cesó. Bajo el refugio de un prodigioso oropelino, paró la expedición para pasar la noche.
Al principio, cuando ella empezó a encender el fuego, el aire se pobló de insectos de toda clase; mientras las ramas y las hojas del árbol se agitaban con cosas que se agrupaban y las perforaban. Pero el voure protegía a los miembros del grupo. Y gradualmente, a medida que la oscuridad se filtraba en la jungla, moderando los efectos del Sol Ban, los insectos empezaron a desaparecer. Su molesto chirrido se extinguió cuando se retiraron para dormir. Memla dejó reposar sus cansados huesos al lado del fuego. Despidió los corceles y dejó que los haruchai se ocuparan de sus compañeros.
Sunder y Hollian parecían cansados, como si no hubieran dormido durante días; pero eran vigorosos, con reservas de fuerzas aún sin descubrir. Aunque conocían el Grim, al menos de oídas, su alivio al escapar de Piedra Deleitosa, compensaba su aprensión. Estaban y se movían juntos como si su encarcelamiento les hubiera hecho intimidar. Sunder parecía que consideraba a la eh-Estigmatizada como un remedio para sus viejos conflictos personales. Su juventud y su carácter alegre, eran un bálsamo para el Gravanélico, que había sacrificado a su propia esposa y a su hijo, y posteriormente había traicionado a su pueblo por Covenant. Y ella, a su vez, encontraba apoyo y valor en él, en su determinado esfuerzo de convicción. Ambos habían perdido mucho. Covenant pensó que podían consolarse el uno al otro. El no podía darles consuelo. Pero su compañerismo hacía más patente el aislamiento de Linden. El Delirante le había hecho algo. Y Covenant, que tenía experiencia en estas cosas, temía saber lo que era, al mismo tiempo que temía las consecuencias de no saberlo.
Cuando terminó su comida, ya había llegado al final de su habilidad para soportar la ignorancia. Estaba sentado cerca del fuego. Memla descansaba, medio dormida, a un lado de él. Al otro lado se sentaban Sunder y Hollian. Cuatro de los haruchai estaban de guardia más allá del árbol. Brinn y Cail paseaban silenciosamente por los alrededores, alertados ante cualquier peligro. Vain estaba al borde de la luz como la esencia de todos los secretos negros. Y entre ellos, al otro lado del fuego, Linden se replegaba en sí misma, con sus brazos alrededor de las rodillas y los ojos fijos en la fogata, como si fuera completamente extraña.
El no podía soportarlo. Había invertido muchas esperanzas en ella y sabía muy poco; tenía que enterarse de por qué estaba tan asustada. Pero no tenía idea de cómo conseguirlo. Su herida oculta la hacía intocable. De manera que, por su propio bien y por el de sus compañeros, se aclaró la garganta y empezó a contar su historia.
No omitió ningún detalle. De Andelain y los Muertos hasta Pedrada Poderdepiedra, de la violencia de Vain hasta el rhysh de Amako, desde su carrera a través de las Llanuras Centrales a la revelación de Memla sobre la mendacidad del Clave; todo lo contó. Y luego, describió la Videncia tan detalladamente como pudo. Sus manos no estaban quietas mientras hablaba; el recuerdo le hacía, a veces, retorcerlas. Tiraba de su barba, entrelazaba sus dedos, agarraba su muñeca izquierda por encima de su anillo de boda; pero explicó a sus amigos todo lo que había presenciado.
El comprendía ahora por qué el Delirante había dejado que viera la realidad de la historia del Reino. El Amo Execrable quería que percibiera los grilletes de su opción y las consecuencias que le llevaron a tener que soportar aquel sentimiento de culpabilidad, quería que se maldijera a sí mismo por la destrucción del Bastón, y por el Sol Ban, y por cada vida que el Clave sacrificaba. Para que la zozobra de sus culpas le hicieran rendirse y entregar su anillo en un acto de autodesprecio. El Amo Execrable se reía de los leprosos. Al final, sólo habrá una opción para ti. En tal contexto, el veneno que había dentro de él tenía un sentido. Le habría dado un poder que no podía controlar. Poder para matar gente. Era una profecía de su destino; una profecía de su propia verificación.
Esto también lo explicó, esperando que Linden levantara sus ojos y le dirigiera la mirada, tratando de comprender. Pero no fue así. Su boca se mantuvo cerrada y austera permaneciendo en su aislamiento. Incluso cuando él detalló cómo las semillas plantadas por sus Muertos le habían llevado a concebir un plan para encontrar el Árbol Único, intentar construir un nuevo Bastón de la Ley y oponerse al Amo Execrable y al Sol Ban activamente, incluso entonces no respondió. Finalmente, él, ya falto de palabras, dejó de hablar.
Durante un tiempo, el grupo permaneció en silencio. Parecía que no quisieran evidenciar más su sufrimiento reciente. Pero luego Sunder habló. Para contestar a Covenant, contó lo que les había ocurrido a Linden, Hollian y a él mismo, después de que Covenant entrara en Andelain.
Describió a Santonin y la Piedra del Poder. Describió la violencia del Caballero, la manera con que él y Hollian se habían esforzado en convencer a Gibbon de que Covenant había desaparecido o había muerto. Pero, después de esto, ya no le quedó mucho que contar. Había sido encerrado en una celda con poca comida y agua, y con mucha menos esperanza. Hollian explicó más o menos lo mismo. Ambos habían oído el clamor de la primera entrada de Covenant en la cárcel y nada más.
Covenant pensó que probablemente Linden hablaría. Sin duda, ella completaría la historia con su parte. Pero no lo hizo. Escondió la cara entre las rodillas y se quedó sentada como si estuviera luchando contra un recuerdo lleno de dolor.
—Linden. —¿Cómo podía dejarla aislada? Necesitaba saber su verdad—. Ahora ya sabes cómo debía sentirse Kevin.
Kevin Pierdetierra, el último de la línea de Berek. Linden había dicho: No creo en la maldad. Kevin también había tratado de no creer en la maldad. Inconscientemente, él había traicionado al Reino, al no percibir a tiempo la verdadera naturaleza del Amo Execrable, y de esta forma había situado al Despreciativo en el camino de la victoria. Por esto había caído en la desesperación. En consecuencia, había desafiado al Despreciativo al ritual de la Profanación, esperando destruirlo y salvar al Reino. Pero incluso en esto falló. El había tenido éxito en lograr la Devastación del Reino que amaba y en perder el Bastón de la Ley, pero el Amo Execrable se había fortalecido.
Todo esto le contó Covenant a Linden.
—¿Es que no lo ves? —dijo, implorándola a que le escuchara—. La desesperación no es una respuesta. Es de lo que vive el Execrable. Sea lo que sea lo que te haya pasado, no puede haber sido peor que esto. ¡Linden, escúchame!
Pero ella no escuchaba ni daba ningún signo de que fuera capaz de oírle. De no haber visto las sombras de angustia moviéndose detrás de sus ojos, hubiera podido pensar que había vuelto al estado de coma que le había producido Gibbon.
Sunder seguía sentado, pensativo, como si no supiera escoger entre su simpatía por Linden y la comprensión de Covenant. Los oscuros ojos de Hollian estaban llenos de lágrimas. Brinn y Caen observaban como si fueran imitaciones de la impasibilidad de Vain. Ninguno de ellos ofreció a Covenant ayuda.
Luego ensayó una táctica distinta.
—Mira a Vain, Linden, dime lo que ves.
Ella no respondió.
—No se si debo confiar o no en él. No tengo tus ojos. Necesito que me digas lo que es.
Ella no se movió, pero sus hombros se sacudían como si estuviera llorando por dentro.
—Aquel viejo —su voz vacilaba—, en Haven Farm. Tú salvaste su vida y te dijo que fueras fiel.
Después de vacilar un momento, levantó su cabeza y le miró con unos ojos tan ofendidos como si hubieran estado encerrados en la miseria de su alma. Luego se puso en pie, exhalando vapores de amargura.
—¡Tú! —exclamó—. Tú sólo hablas de profanación. Es tu problema. ¿Por qué tuviste que venderte por Joan? ¿Por qué tuviste que meternos en esto? ¿No llamas a esto profanación?
—Linden —la pasión de ella supuso un estímulo para Covenant. El fuego latente entre los dos parecía haberse avivado con su furia.
Mientras tanto, Linden prosiguió:
—Desde luego que no. No puedes ver. Tú no sabes —sus manos apuntaban al aire como si quisieran arañarlo—. Tú crees que hará algún bien ir por ahí en busca de algo absurdo. Haz un nuevo Bastón de la Ley —su voz era salvaje—. ¡Si ni siquiera lo conoces!
El repitió su nombre. Sunder y Hollian ya se habían puesto en pie. Memla mantenía su rukh a punto y Cail estaba cerca, alertado, como si tanto la Caballera como el haruchai sintieran violencia en el ambiente.
—¿Qué es lo que te hizo? ¿Qué te hizo ese bastardo?
—¡El dijo que tú no cuentas! —bruscamente iba pronunciando palabras, lanzándoselas, como si él fuera la causa de toda su desgracia—. Todo lo que quieren de ti es el anillo. El resto me concierne a mi. Gibbon dijo: «Has sido especialmente escogida para esta profanación. Estás siendo forjada como el hierro es forjado para lograr la ruina de la Tierra». Su voz se espesó en el recuerdo como la sangre alrededor de una herida. —Porque yo puedo ver. Así es como ellos me mandan hacer lo que ellos quieren, torturándome con lo que yo veo, siento y oigo. ¡Tú estás obligándome a hacer exactamente lo que ellos quieren!
Al instante siguiente se interrumpió. Sus manos saltaron a su cara, tratando de bloquear visiones. Su cuerpo se puso rígido como si estuviera al borde de sufrir un ataque; un gemido se detuvo en sus dientes. Entonces se hundió.
Desolada, susurró: —El me tocó.
—¿Te tocó…?
—Covenant —dejó caer sus manos, dejándole ver toda la angustia en su semblante—, tienes que hacerme desaparecer de aquí. Volverme al lugar a que pertenezco, donde mi vida no significa nada. Antes de que manden matarte.
—Lo se —dijo, porque ella necesitaba una respuesta—. Ésta es otra razón por la que quiero encontrar el Árbol Único. —Pero en su interior se sintió súbitamente lisiado. Tú no cuentas. Había puesto tantas esperanzas en ella, en la posibilidad de que estuviera libre de las manipulaciones del Amo Execrable, y ahora esta esperanza se había desvanecido—. Los Amos utilizaban el Bastón para llamarme aquí —de un solo golpe había cambiado todo—. El Bastón es la única cosa que conozco, capaz de mandarnos de vuelta.
Todo, excepto el krill y su vieja intransigencia. Especialmente escogida… ¡Maldita sea! Quería cubrirse la cara; podría haber llorado como un niño; pero los ojos de Linden se clavaban en él desesperadamente, tratando de creer. Sunder y Hollian se sostenían el uno al otro contra un miedo que no podían describir. Y las facciones de Memla moldeaban una expresión como de simpatía, como si ella supiera ya lo que significaba ser anillado. Sólo los haruchai permanecían inmutables; los haruchai y Vain.
Linden preguntó:
—¿Y tu anillo?
El contestó directamente a su pregunta.
—No puedo controlarlo.
Bruscamente, la expresión de Memla se convirtió en asombro. Como si hubiera dicho algo espantoso.
El la ignoró. Mientras su corazón se atormentaba, como si las lágrimas fueran una deuda que tenía con su naturaleza mortal que no podía pagar, él extendió sus manos, y allí, ante todos sus compañeros, hizo su acostumbrada revisión visual de su cuerpo.
Ah, todavía eres obstinado.
Sí, naturalmente, obstinado.
Actuando con su característica generosidad, Brinn le dio a Covenant una bolsa de metheglin. Covenant la levantó entre él y sus amigos, para que no pudieran ver su cara y bebió. Luego se puso a pasear por los alrededores del árbol, utilizando la noche para esconderse. Al cabo de un rato estaba acostado entre las cosas que había perdido y cerró los ojos.
Brinn le despertó al amanecer. Le hizo levantarse a tiempo para contemplar la segunda salida del Sol de Pestilencia, protegido por sus botas. El resto de la expedición estaba ya despierto. Sunder y Hollian se habían unido a Memla sobre unos trozos de piedra; los haruchai estaban ocupados en preparar la comida; Linden observando el acercamiento del Sol rojo. Su cara estaba sellada contra su propia vulnerabilidad, pero cuando vio a Covenant, sus ojos lo acusaron sobriamente. Después de los conflictos de la noche anterior, el simple reconocimiento de ella le pareció una sonrisa.
Se encontraba más fuerte; pero su recuperación conllevaba una renovación del temor. El Grim del na-Mhoram…
Memla parecía no haber olvidado en toda la noche aquel peligro. El miedo se dibujaba en sus facciones y sus manos temblaban sobre su rukh. Para responder a la mirada de Covenant, murmuró:
—Aún lo está levantando y no está contento. Será un Grim para rendir nuestras almas.
Por un momento, sus ojos se estremecieron, como si necesitara asegurarse más. Pero luego, en un impulso, se retiró y empezó a dar órdenes para que sus compañeros se dieran prisa. Pronto estuvieron en camino; moviéndose por una dura cantera a través del paso que Memla había invocado del Fuego Bánico. Su urgencia y el tenso temor de Covenant se contagiaron a los pedrarianos, afectando incluso a Linden. La expedición cabalgaba en silencio, como si hubieran podido sentir el Grim dispuesto como un cuchillo detrás de sus cuellos.
La jungla, bajo el Sol de Pestilencia, agravaba el sentido de Covenant de un inminente desastre. Los insectos le envolvían como encarnaciones de enfermedad. Cada mata o arbusto malformado estaba repleto de malformados insectos. Algunos de los árboles se encontraban tan minados por las termitas que la madera parecía leprosa. Y el olor a podrido se había intensificado. Bajo el broquel del Sol Ban, su estómago se revolvía casi esperando que la vegetación se abriera y empezara a supurar.
Pasó el tiempo y sus músculos volvieron a debilitarse. Cuando les llegó al fin el descanso de la puesta del Sol, su cuello y hombros estaban doloridos por el esfuerzo de tanto mirar atrás, buscando algún signo del Grim. Un temblor penetró hasta sus huesos. Tan pronto como Memla escogió un lugar para cantar, bajo el refugio de un eucaliptus, en una zona megalítica, saltó al suelo, esperando estabilizarse sobre el granito. Pero sus manos y sus pies estaban demasiado insensibles para sentir nada.
A su alrededor, sus compañeros desmontaban. Casi en seguida, Linden fue a reunirse con Hollian. La demacrada cara de Linden estaba pálida. Su piel, tensa sobre el cráneo. Se acercó a la eh-Estigmatizada deliberadamente, pero luego no supo que decirle.
—Los insectos —murmuró—. El olor es peor. Peor que en cualquier otro Sol. No puedo esquivarlos. —Sus ojos observaban la manera en que sus manos se entrelazaban, como si este nudo pudiera mantenerla de una pieza—. No puedo. ¿Cómo va a ser mañana?
Sunder, que se había acercado a Hollian, asintió de mala gana a las palabras de Linden.
—Nunca en mi vida había estado bajo un Sol de Pestilencia con tan poco daño —su tono era duro—. No sabía que el Clave pudiera viajar sin ser tocado por eso que tanto atemoriza al pueblo del Reino. Y ahora, el ur-Amo Covenant nos dice que la inmunidad del Clave ha sido comprada para incrementar más que para reducir, los efectos del Sol Ban —su voz se oscureció como si recordara a toda la gente que había sacrificado—. Yo no dudo de él. Pero también desearía conocer algo del Sol de mañana.
Memla indicó con un encogimiento de hombros, que tales cosas no alteran su ansiedad. Pero Covenant se unió a Linden y a Sunder. Se sintió súbitamente enfermo ante la idea de que tal vez la Videncia hubiera sido una mentira diseñada por el Delirante Gibbon para confundirle. Si dos días de lluvia fueran seguidos solamente por dos días de pestilencia… Agarrándose a si mismo esperó la respuesta de Hollian.
Ella accedió fácilmente. Su ligera sonrisa le recordaba a él que no era como Sunder. Con su lianar y su maestría, siempre era posible tocar el Sol Ban en beneficio de otros. Ella nunca había necesitado matar gente para obtener sangre. Por lo tanto, no tenía necesidad de abominar sus propias posibilidades como hacía Sunder.
Se retiró unos pasos para hacerse sitio. Luego cogió su puñalito y su varita. Sentándose en las hojas que cubrían el suelo se concentró. Covenant, Linden y Sunder, observaban atentamente mientras colocaba el lianar en su regazo. Cogió el cuchillo en su mano izquierda y dirigió la punta contra su palma derecha. Las palabras de invocación salieron de sus labios y todos se reunieron como en un acto de liturgia. Incluso el haruchai dejó su tarea para presenciarlo. El pensamiento de que iba a cortarse ella misma provocó un rechazo en Covenant; pero ya estaba lejos aquellos días en que él podía protestar legítimamente ante algo así. Hollian se hizo un pequeño corte en su palma. Mientras la sangre fluía de la incisión, cerró los dedos en el lianar. El crepúsculo se había convertido en noche, quedando oculta de los observadores. Pero aún así los sentidos de Covenant pudieron percibir su poder engrosándose como motas de fuego encadenándose hacia la flama. Durante un angustioso momento, el silencio fue absoluto. Luego, entonó su cántico y la varita se encendió.
Llamas rojas surgieron como orquídeas de Sol Ban. Se extendieron en el aire y por debajo de su antebrazo hacia el suelo. Unos zarcillos encarnados se enroscaron ante ella. Eran brillantes; pero no irradiaban luz. La noche permanecía oscura. Intuitivamente Covenant comprendió su fuego. Con cánticos, sangre y lianar, pudo llegar al Sol del día siguiente y las llamas tomaron su color. Su fuego tenía el color preciso del aura del Sol Pestilente.
El suspiró, pensando que, al menos, no tenía razones para creer que la Videncia hubiera sido falsa.
Pero, antes de que la eh-Estigmatizada pudiera relajarse de su concentración, y dar por terminada su profecía, el fuego cambió bruscamente.
Un trazo negro tan intenso como el de la piel de Vain, saltó de la madera convirtiendo las llamas en ébano. Al principio, fue solamente un trazo a través del carmín, pero creció entre las llamas, hasta que las dominó, oscureciéndolas.
Las extinguió.
Instantáneamente la noche cubrió a los compañeros, aislándolos unos de otros. Covenant no pudo percibir nada excepto un poco de humo en el aire, como si la varita de Hollian hubiera estado en peligro de quemarse.
Covenant pronunció un ronco juramento y extendió sus brazos hasta que tocó a Brinn por un lado y a Linden por el otro. Luego oyó pisadas en las hojas y a Sunder gritar:
—¡Hollian!
En el momento siguiente, Memla también gritó con horror:
—¡Lanzamiento! —El fuego del rukh se desgranó, proyectándose entre los árboles e iluminando la noche—. ¡Ahí viene!
Covenant vio a Ceer detrás de la Caballera como para protegerla del ataque. Los otros haruchai formaron un aro defensivo alrededor del grupo.
—¡Gibbon! —gritó Memla—. ¡Abominación! —Su fuego sacudía el aire como si tratara de atacar a Piedra Deleitosa desde una distancia de casi dos veintenas de leguas—. ¡Por los Siete Infiernos!
Covenant reaccionó instintivamente. Se interpuso ante el fuego de Memla y la cogió por los brazos para evitar que le alcanzara.
—¡Memla! —le gritó—. ¡Memla! ¿De cuánto tiempo disponemos?
La desesperada expresión de Memla se suavizó al mirarle. Con un estremecimiento convulsivo apagó su fuego, dejando que la oscuridad volviera. Cuando habló, su voz salía como un susurro de alas de cóndor:
—Hay tiempo. El Grim no puede atravesar instantáneamente tantas leguas. Posiblemente nos queda un día completo. Pero es el Grim del na-Mhoram y ha tardado dos días en levantarse. Este lanzamiento puede incluso destruir la misma Piedra Deleitosa.
Memla se tomó un respiro, temblando.
—Ur-Amo, no podemos evadir este Grim. Va a seguir mi rukh hasta encontrarnos irremisiblemente —su voz chocaba contra obstáculos en su garganta—. Yo había creído que la magia indomeñable podía darnos alguna esperanza, pero si está fuera de tu control…
Detrás de Covenant, una pequeña llama tomó vida. Sunder había encendido una rama. La mantuvo levantada como una antorcha, sacando al grupo de la oscuridad.
Hollian estaba maldiciendo entre dientes, luchando para no exteriorizar sus ira. La violación de su predicción la había herido en lo más profundo.
—Efectivamente —dijo Covenant—. No puedo controlarla —sus manos seguían cogidas a las muñecas de Memla, tratando de evitarle un ataque de histeria—. Espera. Piensa. Tenemos que hacer algo acerca de esto. —Sus ojos sujetaron los de ella—. ¿Puedes dejar tu rukh atrás?
—¡Covenant! —Memla estalló en sollozos—. ¡Es todo lo que soy! ¡No soy nada sin él! —Trató de deshacerse de su mirada. Su voz se convirtió en un seco plañido—. Sin mi rukh no puedo apartar los árboles ni puedo mandar en los corceles. Es el poder bajo el cual ellos han sido criados. Al perderlo, mi dominio sobre ellos también se perdería. Nos abandonarían, o quizás incluso se volverían contra nosotros —su cara parecía desmoronarse bajo la inestable luz de la antorcha—. Ésta es mi condena —dijo sollozando—, en mi ignorancia e insensatez te llevé a Piedra Deleitosa.
—¡Maldita sea! —exclamó Covenant, casi contra sí mismo. Se sintió atrapado; y aún no quería que Memla se culpara. Había pedido su ayuda. Pero trató de apartar el desaliento—. Está bien —dijo—. Llama a los corceles. Vamos a tratar de huir.
Ella le miró, suplicando:
—¡Es el Grim! No se puede huir de él tan fácilmente.
—Pero ¡Demonios! ¡Si es sólo un Delirante! —su miedo le proporcionaba tonos lívidos. Cuanto más lejos tenga que enviarlo, más se debilitará. ¡Vamos a intentarlo!
Por un momento, Memla no pudo recuperar su valor, pero luego los músculos de cara se tensaron y sus ojos adquirieron un brillo de resolución o fatalidad.
—Sí, ur-Amo —respondió—. De alguna forma se debilitará. Hagamos el intento.
Cuando la soltó, ella empezó a llamar a los corceles. Salieron de la noche como grandes moles de oscuridad. Los haruchai empezaron a cargar suministros y fajos de leña en sus anchos lomos. Covenant se volvió para observar a sus compañeros.
Sunder y Hollian se hallaban detrás de Linden. Ella estaba hundida entre las hojas, tapándose la cara con las manos. Los pedrarianos le hacían gestos, pero no sabían cómo comunicarse con ella. Su voz llegó como si hubiera sido interceptada.
—Yo no puedo…
Covenant explotó.
—¡Muévete!
Linden vaciló, luego se puso en pie. Sunder y Hollian comenzaron a moverse, como si hubieran sido liberados de un trance. Cail, bruscamente, levantó a Linden del suelo, colocándola sobre Clash. Luego Covenant montó detrás de Memla. En un giro del corcel vio a Sunder y Hollian en sus monturas, vio a los haruchai colocándose en posición, mientras Memla vertía sangre de su rukh, encendiéndose luego como un cicatriz en la oscuridad.
En seguida los corceles se lanzaron al trote a lo largo de la línea que Memla formaba.
La noche, a cada lado del fuego, parecía iluminada por relámpagos. Covenant no podía ver a su espalda; temía que a Din pudiera en cualquier momento, borrársele el camino y se estrellase contra las piedras o se precipitase en cualquier despeñadero. Pero más que a todo esto tenía miedo de su anillo. Temía la demanda de poder que el Grim pudiera ejercer sobre él. Memla no permitía ningún desastre. En momentos imprevistos, su línea viraba ante obstáculos, pero con su fuego y su voluntad los mantuvo seguros y en velocidad constante. Ella corría por su vida, por la vida de Covenant o por la esperanza del Reino; y conducía a los corceles a través de la arruinada jungla como proyectiles de una ballesta.
Mientras viajaban la Luna se levantaba; corrían cuando estaba sobre sus cabezas y aún corrían cuando ya se había puesto. Los corceles eran criaturas del Sol Ban y no se cansaban. Sólo ante el amanecer, Memla los detuvo. Cuando Covenant desmontó, sus piernas temblaban. Linden se movía como si le hubieran dado una paliza. Incluso Sunder y Hollian parecían haber perdido su fortaleza. Pero el semblante de Memla mostraba sus facciones tensas y ella mantenía el rukh como si se esforzara a templar su alma con la pinchada del hierro. Sólo les permitió un breve descanso para tomar sus alimentos. Pero incluso este tiempo era demasiado largo. Stell apuntó al Sol. La muda intensidad de su gesto arrastró todos los ojos hacia el Este.
El Sol ya estaba por encima de la línea del horizonte con su aura roja enfermiza, ardiendo como una promesa de enfermedad. Pero la corona no era perfecta. En su borde había una bien definida mancha negra. La mancha era cuneiforme, como un ataque de ur-viles, y alineada como si hubiera sido grabada en el Sol desde Piedra Deleitosa.
El gruñido de Linden fue más elocuente que cualquier grito.
Lanzando una maldición, Memla mandó a sus compañeros que montaran de nuevo sobre los corceles. En unos momentos, la expedición entera había remontado y las bestias corrían huyendo de la malicia negra.
No podían ganar. Aunque el paso de Memla era fuerte y seguro, aunque los corceles corrían al máximo de las fuerzas de sus grandes patas, la mancha negra crecía continuamente. Hacia mediodía ya había devorado la mitad del aura solar.
La presión creció en la espalda de Covenant. Sus pensamientos adoptaron el ritmo de los pasos de Din: No puedo… No puedo… Tuvo visiones de muerte: Hace diez años o cuatro milenios, en la batalla de Fustaria Alta, había matado Entes de la Cueva. Y luego, había hundido el cuchillo en el corazón de un hombre que había asesinado a Lena. No lograba pensar en poder excepto en términos de matar.
No tenía control sobre su anillo.
Luego el grupo abandonó la espesa jungla para introducirse en una sabana. Allí, nada obstruía el terreno, excepto la espesa hierba, crecida hasta el doble de altura que los corceles. Norte, Sur, Este y los solitarios montones de piedras, a grandes distancias unos de otros. Covenant tuvo un instante de visión aguda, antes de dejar la última ladera de las colinas para entrar en la sabana. El espacio se abrió; y él no pudo comprender porqué los cielos permanecían tan tranquilos bajo aquel Sol. Luego, el camino de Memla se hundió entre la hierba.
La expedición recorrió otra legua antes de que Hollian lanzara un grito que superó el ruido de los cascos.
—¡Ya viene!
Covenant se volvió en redondo.
Un cúmulonimbo tan tenebroso como la herida del Sol se acercaba por el Oeste. En su agitación adoptaba la forma de un puño, y se movía a tal velocidad que los corceles parecían estar quietos.
—¡Corre! —gritó Covenant a Memla.
Como para contradecirlo, ella detuvo bruscamente a Din. El corcel patinó, y casi perdió el equilibrio. Covenant casi perdió su asiento. Las otras bestias se desviaron, cayendo sobre la hierba.
—¡Cielos y Tierra! —exclamó Sunder—. Controlando todos los corceles, Memla los mandó dar vueltas, batiendo la hierba, para despejar un amplio círculo.
Cuando la vegetación al Este de él fue arrasada, Covenant se dio cuenta de por qué Memla había parado.
Directamente a través del camino de Memla, marchaba una curiosa columna de criaturas. Por un momento, pensó que eran Entes de la Cueva. Entes de la Cueva corriendo a gatas en una apretada hilera de unos dieciocho metros de ancho, apretados hombro contra hombro, procedentes del Sur, en una corriente sin principio ni fin. Eran rechonchos de extremidades perezosas y cabezas embotadas como los Entes de la Cueva. Pero si aquello eran Entes de la Cueva, habían sido horriblemente alterados por el Sol Ban. Tenían una coraza plateada cubriendo su espalda que les llegaba hasta la cola; sus dedos y talones se habían convertido en garras y sus barbillas estaban partidas en dos terribles mandíbulas. No tenían ojos ni facciones. Sus caras habían sido borradas. Nada marcaba la parte frontal de sus cráneos, excepto largas antenas apuntadas hacia adelante, buscando su camino.
Se empujaban como si estuvieran corriendo ciegamente detrás de su presa. La línea de su marcha ya había sido rota por sus jefes para despejar el terreno. Su ruido era de un hormigueo de gigantescas hormigas. El parecido se acentuaba por el ruido de sus mandíbulas.
—¡Por todos los Infiernos! —exclamó Covenant. La negrura alrededor del Sol era ya casi completa. El Grim se hallaba a escasas leguas, y se acercaba rápidamente. El no veía ninguna forma de atravesar aquel río de criaturas pestilentes. Si fueran de la familia de los Entes, …se estremeció al pensarlo. Los Entes de la Cueva habían sido poderosísimos como cavadores de la Tierra y tremendamente fuertes. Y aquellas criaturas eran casi tan grandes como los corceles. Si se interponían en su camino serían capaces de descuartizar las bestias de Memla.
Linden empezó a sollozar. Luego guardó silencio, mordiéndose por dentro. Sunder miró a aquellas criaturas con ojos empañados por el miedo. El cabello de Hollian colgaba sobre sus hombros como alas de cuervo, acentuando sus pálidas facciones como si estuviera preparándose para morir. Memla estaba desplomándose ante Covenant como si se hubiera roto la columna vertebral. Volviéndose a Brinn, Covenant preguntó nerviosamente:
—¿Qué os parece esto?
En respuesta, Brinn hizo un gesto a Hergrom y Ceer. Ceer se había montado sobre el lomo de Annoy, muy derecho, Hergrom se subió de pronto sobre los hombros de Ceer para ganar visión a través de la hierba. Un momento después, Brinn informó:
—Podemos ver a bastante distancia, pero no el final de esto.
¡Demonios! Tenía miedo de la magia indomeñable como poder que no podía controlar. ¡No debo! Pero sabía que recurriría a ella si no tenía más remedio. No podía permitir la muerte de sus compañeros.
El cúmulo se acercaba como el golpe de un hacha. El negro invadía ya el Sol. La luz empezó a disminuir.
Entonces tuvo un arranque de protesta. Con miedo o sin él, aquello era intolerable.
—Muy bien —despreciando la distancia que lo separaba del suelo, saltó del lomo de Din—. Tendremos que luchar aquí.
Brinn fue junto a él. Sunder y Stell desmontaron de Clang. Hollian y Harn de Clangor. Cail tiró de Linden para desmontarla de Clash y la dejó de pie en el suelo. Sus manos se frotaban como queriendo armarse de valor; pero no lo encontraba. Covenant apartó la mirada para que la desolación de Linden no le hiciera a él más peligroso.
—Sunder —gritó—, has recuperado tu orcrest. Memla tiene su rukh. ¿Hay alguna forma de que podáis trabajar juntos? ¿Podéis atacar a esa cosa —dijo, señalando al Grim— antes de que nos aplaste? La nube se hallaba ya casi encima de sus cabezas. Producía un crepúsculo antinatural sobre la sabana, apagando la luz del día.
—No —Memla no había desmontado—. No hay tiempo. Es demasiado grande.
Aquello le pareció a Covenant una demanda para que usara su magia indomeñable. Quería gritar. ¡No puedo controlarla! ¿Es que no lo comprendes? ¡Podría mataros a todos! Pero ella seguía hablando como si su poder o su incapacidad fueran ya irrelevantes.
—Tú no debes morir. Esto es cierto —su inmovilidad le pareció súbitamente terrible—. Cuando el camino esté despejado, cruza inmediatamente. Esa marcha sellará rápidamente el espacio que queda. Entonces enderezó sus hombros y levantó la cara para mirar al cielo. —El Grim te ha encontrado por mí. Deja que caiga sobre mi cabeza.
Antes de que nadie pudiera reaccionar, dio la vuelta a Din y lo guió hacia aquellas criaturas ciegas que avanzaban. Al tiempo que corría, encendió el fuego de su rukh, manteniéndolo delante de ella como un sable.
Covenant y Sunder echaron a correr detrás de ella, pero Brinn y Stell se interpusieron. Maldiciendo, el Gravanélico luchó para liberarse; pero Stell lo dominó sin esfuerzo. Furiosamente, Sunder gritó:
—¡Dejadme! ¿Es que no veis que va hacia la muerte?
Covenant no hizo caso de Sunder; captó los ojos llanos de Brinn y dijo peligrosamente:
—No hagas eso.
Brinn se encogió de hombros. He jurado defender tu vida.
—Bannor pronunció el mismo juramento —Covenant no hizo ningún esfuerzo, pero miró de frente al haruchai. Ha muerto gente por mi causa. ¿Cuánto más crees que puedo aguantar?—. Así es como murió Elena. Yo pude haberla salvado.
El Grim empezó a hervir casi directamente sobre la expedición. Pero aquellas criaturas que parecían Entes de la Cueva no se daban cuenta de ello. Marchaban ciegas hacia su condena, aplastando la vegetación de la llanura.
—Bannor mantuvo su juramento —dijo Brinn, sin hacer ningún esfuerzo para refutar lo que decía Covenant—. Esto es lo que cuenta la tradición, que desciende del mismo Bannor. Fue el primer Mark Morin, comprometido con el Amo Superior, quien sucumbió —hizo un gesto a Ceer y éste, en respuesta, corrió hacia Memla y saltó con ligereza al lomo de Din—. Nosotros también —concluyó Brinn—, mantendremos la promesa que hemos hecho, hasta el límite de nuestras fuerzas.
Pero Memla reaccionó con furia.
—¡Por los Siete Infiernos! —exclamó—. ¡No soportaré esto! Tú no me has jurado nada a mí —levantando su rukh, se encaró a Ceer—. Si no desmontas voy a quemarte con mi última fuerza y todo este grupo morirá por nada.
—¡Memla! —Covenant trató de gritar, pero no pudo. No tenía nada que ofrecerle; su temor a la magia indomeñable lo paralizaba. Incapaz de obrar, observó como Ceer vacilaba, mirando a Brinn. Los haruchai se consultaron en silencio, considerando sus compromisos. Luego Ceer, saltó al suelo y se alejó de Din.
—¡No! —Protestó Covenant—. ¡Va a matarse!
No tenía tiempo de pensar. La tenebrosidad ya cubría la atmósfera. El oscuro Grim se posó sobre Memla, apuntando a su fuego. Los cielos alrededor de la nube permanecían de un cerúleo imposible; pero la nube era oscura como la medianoche. Iba descendiendo, volcándose sobre sus víctimas.
Debajo de ella, el aire crujía como si estuviera quemándose.
Los corceles se alteraron. Sunder sacó su orcrest y luego cogió la mano de Hollian y la atrajo hasta el extremo del círculo más alejado de Memla. Los haruchai tomaron posiciones defensivas entre sus compañeros y las bestias que seguían moliendo el terreno.
Entre aquella confusión, Vain permanecía impávido, negro bajo negro, como si ya estuviera acostumbrado a la oscuridad. Hergrom se colocó cerca de Vain. Pero Memla tenía en proyecto morir; Linden zozobraba, enfermando; y Covenant se sentía atrapado por el incontestable deber/no deber de su anillo. Le gritó a Hergrom:
—¡Deja que cuide de sí mismo!
Al instante, cayó de rodillas. El aire dio un estallido capaz de parar cualquier corazón; el Grim se rompió en pedazos convirtiéndose en una densa capa de copos negros flotantes, descendiendo como si fuera nieve.
Con alarmante lentitud, iban cayendo minúsculos cristales de oscuridad solar, como trozos tangibles de la misma noche, cuya fuerza no podía soportar ni la misma piedra.
Con aire de desafío, Memla mandó fuego al espacio. Mientras tanto Din, debajo de ella, cargaba contra la marcha de aquellas criaturas. Con tremendos saltos, la bestia y su Caballera, se dirigían al centro de la corriente.
Los copos del Grim siguieron su dirección por la atracción de su rukh. El núcleo central de su poder pasó más allá de donde se hallaba el grupo.
Las criaturas atacaron inmediatamente a la montura de Memla. Din lanzó un rugido ensordecedor al sentir que las mandíbulas se clavaban en su carne. Sólo el peso de sus cascos, el corte de sus espuelas y el grosor de su piel lo protegían.
Luego el Grim empezó a caer sobre su cabeza. Su fuego seguía amenazante. Sacudía su rukh tratando de que ni ella ni Din fueran tocados por aquellos extraños copos. Cada copo que la llama destruía era sustituido por otros cien.
Covenant la observaba abatido, impotente ante aquella agresión, sabiendo que si se valía del anillo, no podía atacar sin incluirla a ella. El Grim se espesaba alrededor de Memla; pero sus límites cubrían la marcha, así como a los miembros de la expedición. Las criaturas eran arrastradas a la confusión mientras aquellos copos mortales, grandes como puños, caían sobre ellas.
Del orcrest de Sunder salió el rayo rojo hacia el oscuro Sol. Covenant gritó dándole ánimos. Moviendo la Piedra del Sol de un lado a otro, el Gravanélico captaba copos en el aire destruyéndolos antes de que le alcanzaran a él o a Hollian.
Los haruchai se movían alrededor del grupo. Utilizaban mayales de hierba de pampa para destruir los copos. Y cada uno de ellos destruía a su vez el látigo que lo atacaba, pero los haruchai cogían otros nuevos y seguían luchando.
De repente, Covenant fue derribado. Una pieza de negror estuvo a punto de alcanzar su cara. Brinn le había empujado haciéndole caer. Luego le ayudó a levantarse. Moviendo a Covenant de un lado a otro, Brinn bailaba entre la lluvia del Grim. Varios copos cayeron donde ellos habían estado. Llamas obsidianas encendieron fuego en la hierba.
La hierba empezó a arder en diversos lugares.
Todavía Vain continuaba inmóvil. Los copos alcanzaban su piel y su túnica. Pero en lugar de estallar se mezclaban con él y se deslizaban por su ropa, sus piernas, igual que el agua en el metal caliente.
Covenant miró al Demondim; luego, al aproximarse Brinn regateando a través del humo, quedó fuera de su visión.
Por un momento pudo ver a Memla. Luchaba furiosamente por su vida, expandiendo fuego con todo el coraje que le daba el haber sido traicionada por el na-Mhoram. Pero el foco del Grim estaba a su alrededor, formando un loco enjambre. Y las inquietas criaturas habían logrado ya que Din se doblara sobre sus rodillas. En algunos lugares, su piel había sido desgarrada, dejando su carne al descubierto.
De pronto, uno de los copos se estrelló contra la cabeza del corcel. Din se desplomó, dejando a Memla a merced de las criaturas.
—¡Memla! —Covenant se esforzó en tomar el control de su poder; pero las sacudidas que le producía Brinn al llevarlo de un lado a otro, no le dejaban concentrarse. Y de todas formas, ya era demasiado tarde.
Pero aún Ceer, con desprecio de su vida, dio un salto hacia adelante, y, cargando contra las criaturas, fue en ayuda de Memla.
Ella pudo incorporarse de nuevo, defendiéndose con una rociada de fuego. Por un instante estuvo, gallarda y desafiante, enfrentándose con ellas. Ceer casi la alcanzó.
Luego Covenant, la perdió de vista cuando Brinn lo apartó del camino de uno de aquellos cuerpos negros. Las llamas y los haruchai daban vueltas a su alrededor. Los copos caían por todas partes. Pero se levantó a tiempo de ver a Memla caerse con un espantoso grito, al ser tocada por un trozo de oscuridad en su pecho.
Al morir, tras lanzar su rukh, los cuatro corceles restantes se desbocaron. Su furia se desató como si sólo la voluntad de Memla la hubiera contenido.
Rugiendo entre los fuegos de la hierba, dos de ellos salieron del círculo y echaron a correr a través de la sabana. Otro se metió en la brecha que el Grim había abierto en la marcha. A su paso, Ceer apareció súbitamente a su lado. Liberándose de las criaturas se agarró al pelo del corcel, usando a la bestia para salir del peligro.
La cuarta bestia atacó al grupo. Su furia cogió de improviso a los haruchai. Sus ojos estaban encendidos de un rojo escarlata cuando embistió a Hergrom, derribándolo.
Hergrom había estado ayudando a Cail en la protección de Linden.
Instantáneamente la bestia se dirigió hacia ella.
Caen trató de apartarla. Linden se tambaleó y cayó hacia el lado opuesto.
Covenant la vio entre los cascos del corcel. Uno de ellos estaba sobre su cabeza, a punto de aplastarla. Nuevamente el corcel retrocedió. Cail estaba muy próximo. Covenant no podía asestarle el golpe sin darle al haruchai. Trató de correr hacia adelante. Cuando él corcel decidió pisar, Cail sujetó sus patas. En un momento imposible, quitó al animal de encima de Linden. Luego empezó a doblegarle.
¡Linden!
Con un prodigioso esfuerzo, Cail levantó al corcel, apartándolo hacia un lado. Sus cascos no tocaron a Linden al aterrizar.
Luego apareció la sangre. Desde el hombro al codo, el brazo izquierdo de Cail había sido abierto por una de las espuelas de la bestia. Retrocedió de nuevo. La mente de Covenant fue instantáneamente iluminada por el poder. Pero antes de que pudiera usarlo, Brinn le empujó, apartándole de una nueva caída de copos. La hierba ya era una mezcla de fuego y muerte. Cuando pudo ponerse en pie fue hacia Linden; pero su corazón se había helado dentro de él.
Cuando su visión se aclaró, vio a Sunder lanzar una ráfaga de fuego que dio de lleno en el cuerpo del corcel, derribándolo y dejándolo doblado sobre sus rodillas. Una vez recuperado, se llevó su dolor fuera del grupo.
Pero Linden yacía bajo el Grim, rodeada de un fuego que iba extendiéndose. Y no se movía.