Abandonó la prisión y abandonó a sus compañeros porque no podía soportar la contemplación de las impenetrables pesadillas escritas en el semblante de Linden. Ella no tenía miedo de su leprosidad. Ella le había soportado en cada crisis. Éste era el resultado. Nadie podía reanimarla. Estaba sumida en un extraño sopor y padecía angustiosos sueños.
Subió a la meseta porque necesitaba recobrar de alguna manera su esperanza.
Ya la fiereza de su poder había empezado a volverse contra él. La sonrisa de Vain le obsesionaba como un eco de horror y de escarnio. Su rescate de Fustaria Poderdepiedra no era diferente de esto. ¿Cuánta gente había matado? No tenía control sobre su poder. El poder y el veneno lo controlaban a él.
Sin embargo, no abandonó la magia indomeñable. Piedra Deleitosa estaba todavía llena de Caballeros. Los vio cruzando los extremos de los largos pasillos, preparándose para defenderse o contraatacar. No tenía los suficientes ánimos para mantenerse sin el fuego de su anillo; una vez desposeído de su poder, carecería de toda autoprotección. Tendría que confiar en los haruchai para salvarse y salvar a sus amigos. Este pensamiento era amargo para él. El pueblo de Bannor había pagado tan altos precios en su nombre. ¿Cómo podía permitirles que nuevamente le sirvieran?
¿A cuánta gente había matado? Desprendiendo llamas como lágrimas, subió los distintos niveles de Piedra Deleitosa hacia la meseta superior. Y Brinn caminaba a su lado como si el haruchai se hubiera comprometido ya en su servicio. En algún lugar había encontrado una manta que ahora estaba sobre sus hombros. El Incrédulo se la colocó bien, apenas sin darse cuenta. Le ayudaba a protegerse contra el choque de la pérdida de sangre.
Covenant necesitaba esperanzas. Había obtenido mucho de la Videncia; pero aquellas visiones palidecían ante el impacto que le produjo la situación de Linden, palidecía ante su propia abominación de cuanto había hecho. No sabía que fuera capaz de causar tal carnicería. No podía enfrentarse a las exigencias de sus nuevos conocimientos sin alguna clase de esperanzas.
No sabía hacia que otro lugar dirigirse a excepción de la Laguna Brillante. Hacia la Energía de la Tierra que todavía permanecía allí tan vital como para mantener la laguna llena de agua, incluso cuando el Reino estaba bajo el dominio del Sol Desértico. Hacia el objeto que descansaba en las profundidades del lago.
El krill de Loric.
No lo quería porque era un arma. Lo quería porque era una alternativa, un instrumento de poder que podía resultar lo suficiente manejable para evitar el tener que confiar nuevamente en su anillo.
Y también lo quería porque la sonrisa de Vain todavía le daba vueltas en la cabeza. En aquella sonrisa había visto a los creadores de Vain. Los seres ruines y crueles que recordaba. Seguro que habían mentido a Vasallodelmar. La misión de Vain no podía ser deseable. Era el propósito del Diablo. Covenant había visto a Vain matar, se había visto a sí mismo matando y conocía la verdad.
Y Loric, que era el padre de Kevin, había sido llamado Acallaviles. Había construido el krill para oponerse a las barbaridades de los antepasados de Vain. Tal vez el krill podría dar una respuesta sobre Vain.
Aquello también representaba una esperanza. Covenant necesitaba esperanzas. Cuando llegó a la plataforma abierta de la meseta, el brillo de su poder hacía la noche tan negra y horrenda como la obsidiana carne de Vain.
Nadie había podido reanimar a Linden. Había sido cazada en la red de una pesadilla maligna y no podía luchar para liberarse. ¿Qué clase de ser malvado había practicado con ella?
¿Y cuánta gente había muerto? El, que había jurado no volver a matar nunca más y no había mantenido aquel juramento. ¿Cuántos?
Su propio fuego le cegaba; no podía ver ninguna estrella. Los cielos se abrían sobre él como la condena de un leproso. ¿Cómo podía un hombre que careciera de la más elemental sensibilidad humana esperar controlar la magia indomeñable? La magia indomeñable que destruye la paz. Se sentía entumecido y lleno de veneno, impotente para ayudarse a sí mismo.
Envuelto en plata como una nueva encarnación del Sol Ban, atravesó las colinas hacia la Laguna Brillante. El pequeño lago estaba escondido en el terreno; pero conocía el camino.
Brinn le acompañaba, sin hablar. El haruchai parecía contento de ayudar a Covenant, fuera lo que fuera lo que intentara. De esta misma manera, la Escolta de Sangre había disfrutado sirviendo a los Amos. Su aceptación les había costado dos mil años sin amor, sueño o muerte. Y les había costado sobre todo aceptar la corrupción; al igual que Vasallodelmar, Bannor había sido forzado a contemplar como su pueblo se convertía en lo que ellos odiaban. Covenant no sabía qué hacer ante la tácita oferta de Brinn. ¿Cómo podía arriesgarse a que se repitiera el desastre de la Escolta de Sangre? Pero él estaba necesitado y no sabía cómo rehusar su ayuda.
Luego la vio. La Laguna anidada entre las Colinas. Su inmaculada superficie reflejaba su plata entre la negra noche, de forma que el agua parecía una mies de magia indomeñable a punto de ser arrasada por el oscuro vitriolo de los ur-viles. Avidez blanca que sólo hacía sonreír a Vain. Pero el poder de Covenant ya estaba decayendo. Había perdido mucha sangre. La reacción de lo que había hecho era demasiado fuerte. Avanzó pesadamente, con las articulaciones casi rígidas, descendiendo al borde del agua, y allí se quedó, temblando, en la orilla de la Laguna Brillante, luchando para permanecer en la magia un poco más.
El agua, ante él reflejaba el fuego y la oscuridad. Una vez se habían bañado en aquella laguna. Pero hora estaba demasiado ocupado en hallar el último vestigio de energía de la Tierra. No sabía cuál era la profundidad del estanque. El Amo Superior Mhoram había tirado allí el krill en un acto de fe en el futuro del Reino. Seguramente había creído que no estaría al alcance de nadie. Covenant nunca sería capaz de bucear hasta tal profundidad. Y no podía pedir a Brinn que lo hiciera. Las implicaciones del compañerismo de Brinn ayudaron a su desaliento; no podía forzarse a sí mismo a pronunciarse en favor de una activa aceptación del servicio de Brinn. El krill parecía tan inalcanzable como si nunca hubiera existido. Tal vez nada de lo que le rodeaba había existido jamás. Tal vez se le había provocado aquel delirio y la sonrisa de Vain era la expresión de su demencia. Tal vez estaba ya muerto con un cuchillo en el pecho, experimentando el infierno que su leprosidad había creado para él.
Pero pasada la medianoche, cuando escudriñaba las aguas con el fulgor plateado, vio un débil eco en las profundidades: el krill. El respondió a su poder tal como había respondido al ser despertado por primera vez. Su anterior despliegue había conducido inevitablemente al fin de Elena y a la ruptura de la Ley de la Muerte. Por un momento, sintió temor de lo afilado de sus bordes y del peso de culpabilidad que ello implicaba. Había amado a Elena, pero la magia indomeñable era peor. El veneno era peor. No podía controlarlo.
—¿Cuántos…? —Su voz cortó el silencio—. ¿A cuántos de ellos he matado?
Brinn respondió desapasionadamente:
—Una veintena y uno, ur-Amo.
—¿Veintiuno? ¡Oh, Dios Mío!
Por un instante pensó que las fibras de su alma iban a desgarrarse y debían desgarrarse. Pensó que sus articulaciones se romperían en dos. Pero luego, un enorme golpe de poder surgió de su pecho y la flama blanca se elevó a los cielos.
La concusión fue repetida por la Laguna Brillante. De repente se encendió toda la superficie del lago. La llama empezó a girar con un remolino que había formado el agua y del centro del remolino salió un claro rayo blanco en respuesta a su llamada.
El krill se puso al alcance de la vista; brillante e inmaculado, en el corazón del lago; una larga espada de doble filo con una gema translúcida incrustada en la cruz de su recazo con la empuñadura. La luz procedía de su gema, reiterando el fuego de Covenant como si la joya y su anillo fueran hermanos. La noche quedaba atrás con su irradiación, con su poder y con las altas llamas de la laguna.
Todavía el krill estaba más allá de su alcance; pero él no vaciló ahora. El remolino del agua y las llamas que giraban con él le hablaron de cosas que comprendió: Vértigo y paradoja: el ojo de estabilidad en el corazón de la contradicción. Abriendo sus brazos al fuego, avanzó hacia dentro del lago.
La Energía de la Tierra le sostenían. La conflagración que había contestado a su propia conflagración le rodeó y soportó su peso. Flotando como una llama de sombra a través de la plateada superficie, caminó hacia el centro de la laguna. En su debilidad, sintió que el fuego iba a sacarle de sí mismo, reducirlo a motas de mortalidad y lanzarlo al vacío espacio. El krill parecía más tangible que su propia carne; el hierro más lleno de significado que sus rendidos huesos, cuando se detuvo y lo cogió con sus manos, formando un arco brillante en la noche. Covenant apretó el krill contra su pecho y volvió junto a Brinn. Ahora la fatiga había terminado con él. Ya no podía mantener por más tiempo su poder de encendido. Los dedos de su voluntad soltaron su agarre y desapareció. En seguida las llamas de la Laguna Brillante empezaron a apagarse.
Pero todavía el lago le sostenía. La Energía de la Tierra le hizo este regalo al igual que una vez él había regalado la desesperación de Berek Mediamano en la vertiente del Monte Trueno. Las aguas le sostuvieron y no le abandonaron hasta que llegó a la orilla, ya en la oscuridad.
El estaba en la noche y la noche dentro de él. Sus ojos no distinguían nada excepto la oscuridad, como si hubieran sido sacados de su cabeza. Incluso el brillo de la gema parecía estar apagado. Desposeído ahora del poder, ya no podía ni sostener el krill. Era caliente para sus manos, lo suficiente para molestar los nervios que aún vivían. Lo dejó caer al suelo, donde brillaba como la última pieza de luz en el Mundo. Calladamente, se arrodilló a su lado, dando la espalda a la laguna, como si hubiera sido humillado. Se sentía solo en el Reino y en malas relaciones consigo mismo. Pero no estaba solo. Brinn cortó un trozo de su túnica, una vestidura hecha de un material ocre que parecía terciopelo, y envolvió el krill de forma que pudiera cogerse. Por un momento, tocó la espalda de Covenant gentilmente; luego dijo con voz tranquila:
—Ur-Amo. Ven. El Clave tratará de dar con nosotros. Debemos irnos.
Cuando el krill se apagó definitivamente, la oscuridad fue completa. Era un bálsamo para Covenant, un alivio para la pesadumbre del poder. Pero sabía que Brinn decía la verdad. Sí, él respiraba. Debemos irnos. Ayúdame.
Levantó la cabeza y pudo ver las estrellas. Brillaban como si solamente su propia belleza pudiera consolarlo de su soledad. La Luna se estaba levantando. Era casi llena.
En silencio y a la luz de la Luna, Covenant se puso en pie y empezó a llevar su cansancio de vuelta a Piedra Deleitosa.
Después de dar unos pocos pasos, aceptó la carga del krill de Brinn y lo guardó debajo de su correa. Todavía estaba caliente y representaba para él un alivio contra la abominación de sí mismo que se nudaba en su estómago.
Cansado y tambaleándose, avanzaba sin saber cómo podría llegar hasta Piedra Deleitosa. Pero Brinn le ayudaba. Le sostenía cuando lo necesitaba y lo dejaba solo cuando podía valerse por sí mismo. Pasó un rato como la secuencia de un delirio y llegaron al promontorio y a la boca de la fortaleza del na-Mhoram.
Uno de los haruchai les aguardaba fuera del túnel que conducía a Piedra Deleitosa. Covenant se detuvo y el haruchai se inclinó. Luego Brinn dijo:
—Ur-Amo, éste es Ceer.
—Ur-Amo —dijo Ceer.
Covenant parpadeó ante él pero no pudo decir nada. Parecía que no le quedaban palabras.
Sin expresión, Ceer extendió una bolsa de cuero hacia él. El la aceptó. Cuando desató la bolsa, reconoció el olor a metheglin. En seguida empezó a beber. Su cuerpo deshidratado tenía una necesidad desesperada de líquido. No bajó la bolsa hasta que estuvo vacía.
—Ur-Amo —dijo Ceer, luego—, el Clave busca en el Fuego Bánico. Nosotros los sorprendimos y ellos no reaccionan; pero ahora tienen un gran poder en las manos, y cuatro haruchai, han sido sacrificados. Hemos sacado a todos los prisioneros de Piedra Deleitosa. Los protegemos lo mejor que nos es posible. Sin embargo, no están seguros. El Clave tiene fuerza para mandar en nuestras mentes, si quieren hacerlo. Lo sabemos por experiencia. Debemos huir.
Sí, dijo Covenant en su interior. Huir lo sé. Pero cuando habló, la única palabra que pudo encontrar fue:
—¿Y Linden?
Sin modular la voz, Ceer respondió:
—Ha despertado.
Covenant no se dio cuenta de que se había caído hasta que se encontró suspendido de los brazos de Brinn. No podía forzar sus piernas para enderezarlas, pero el metheglin le ayudó. Poco a poco vio que podía soportar nuevamente su peso y pronto estaba nuevamente en pie.
—¿Cómo…?
—Ur-Amo, nos hemos esforzado en despertarla —la supresión del argot de su lengua nativa para hablar en el lenguaje de Covenant hacía que las frases de Ceer sonaran completamente diferentes—. Pero estaba como muerta, y no quería ser socorrida. La sacamos de la fortaleza sin saber qué más podíamos hacer, pero tu compañero negro… —Ceer hizo una pausa, preguntando por el nombre.
—Vain —respondió Covenant, casi topando con el recuerdo de aquella sonrisa—. Es un ur-vile.
Una ligera contracción de sus cejas expresó la sorpresa de Ceer, pero no se pronunció acerca de sus pensamientos.
—Vain —resumió—, estuvo indiferente durante un tiempo. Pero luego, de pronto, se acercó a Linden Avery, la Escogida —Covenant supuso que el haruchai había ya hablado con Sunder y Hollian—. No sabiendo nada de él quisimos impedirlo, pero nos apartó a un lado, como si no fuéramos lo que somos, colocó su mano por encima de ella y la despertó.
Un gruñido de incomprensión y temor salió de la garganta de Covenant pero Ceer prosiguió:
«Al despertar empezó a gritar y quería huir. Ella no nos conocía. Pero los pedrarianos, tus compañeros, la calmaron. Y aún —una ligera pausa delató la incertidumbre de Ceer—, Vain no había terminado. Ur-Amo, se inclinó ante ella… él, que es desatento con los haruchai y es sordo a todas palabras. Colocó su frente sobre sus pies.
»Esto la asustó —prosiguió Ceer—. Retrocedió, refugiándose en los brazos de los pedrarianos. Tampoco ellos conocían a ese Vain. Pero los pedrarianos estaban dispuestos a defenderla si era necesario. Luego se levantó y allí está todavía, indiferente a todo, como un hombre cazado en la violencia del Clave. No parece consciente de la Escogida ni de cualquier hombre o mujer. Ceer no tuvo necesidad de expresar su pensamiento. Covenant pudo leerlo en sus llanos ojos.
No confiamos en ese Vain.
Pero Covenant dejó de lado la cuestión de Vain. El krill le calentaba el vientre; y no tenía fuerza para distracciones. El camino estaba claro ante él y lo había estado desde que había absorbido el significado de la Videncia, y Linden había despertado. Había sido restaurada para él. Seguramente ahora podría aguantar el tiempo necesario para poner sus planes en acción.
Y aún se tomó su tiempo para una pregunta más:
—¿Cómo se encuentra?
Ceer se encogió de hombros ligeramente.
—Ha conocido la cara de la corrupción, pero habla claramente a los pedrarianos —después de una pausa, añadió—: Es tu compañera. Nos has redimido de la abominación. Mientras vivamos, ella y todos tus compañeros, no sufriréis más daños —luego, mirando hacia Brinn, dijo—: Pero nos ha advertido de la existencia de un Delirante. Ur-Amo, lo cierto es que debemos huir.
Un Delirante, pensó Covenant. Claro. Gibbon.
¿Qué le habrá hecho a ella?
La pesadilla sobre su cara estaba todavía viva. ¿Qué le habrá hecho ese bastardo?
Sin decir una palabra, se enderezó y empezó a avanzar con pesadez, bajando por el túnel hacia Piedra Deleitosa.
El camino era largo, pero el metheglin y la oscuridad le mantenían activo. La sonrisa de Vain le sostenía. ¿El Demondim la había despertado? ¿Se había arrodillado ante ella? Los ur-viles debieron mentirle a Vasallodelmar. El rhysh de Amako debió estar equivocado o estropeado. ¿Se habría inclinado Vain ante el efecto que Gibbon hubiera podido ejercer sobre ella?
¿Qué le habrá hecho ese bastardo?
Si Covenant había dudado alguna vez de su objetivo o de sí mismo, ahora estaba seguro. No había Clave ni instancia o imposibilidad que pudiera interponerse a su camino. Bajó a la ciudad, encerrando un juramento, a través de los haruchai que hacían guardia y vigilaban a los Caballeros, atravesando los portales y el pasadizo bajo la Torre Vigía. Ya había matado a veintiuna personas; sintió que, para sí, ya no tenía nada que temer. Su temor era por sus compañeros y su juramento era contra el Despreciativo. Su objetivo estaba claro.
Mientras pasaba por el túnel, una veintena de haruchai se reunieron a su alrededor como una guardia de honor. Llevaban suministros que habían recogido en Piedra Deleitosa para la huida de los prisioneros. Con ellos atravesó las destruidas puertas exteriores, introduciéndose en la noche.
Debajo, en la rocosa falda de la colina inferior ardía un gran fuego. Nítido contra la espesa jungla que se extendía más allá, flameaba con fuerte crepitación, luchando contra la leña mojada con que los haruchai lo alimentaban. Su luz amarilla iluminaba a todos los prisioneros defendiéndolos de la oscuridad.
Pudo ver a un grupo de pedrarianos y fustarianos mezclados entre sí, cerca del fuego. Los haruchai se movían alrededor de la zona preparando provisiones, recogiendo más leña de la jungla y vigilando. Vain permaneció inmóvil entre ellos. Sunder, Hollian y Linden estaban sentados juntos como consolándose unos a otros.
Covenant sólo tenía ojos para Linden. Ella estaba de espaldas a él. Apenas se dio cuenta de que todo el pueblo de Brinn se había vuelto hacia él, poniendo una rodilla en el suelo, como si su llegada hubiera sido anunciada con trompetas silenciosas. Con la oscura ciudadela recortándose tras él, se dirigió directamente hacia la espalda de Linden como si quisiera caer a sus pies. Sunder lo vio y avisó rápidamente a Linden y a Hollian. Los pedrarianos se levantaron de un salto para ver a Covenant, como si él portara la vida y la muerte. Más lentamente, Linden también se levantó. No pudo ver nada, excepto dolor en las ahumadas líneas de su semblante, pero sus ojos le reconocieron. Un temblor recorrió su cuerpo. El no podía detenerse. Se lanzó hacia ella y la rodeó con sus brazos, escondiendo la cara en su pelo.
Los haruchai volvieron a sus tareas.
Por un momento, ella le devolvió el abrazo como si estuviera agradecida por ello. Luego, súbitamente se endureció. Su esbelto y maltratado cuerpo se convirtió en algo incómodo a sus brazos. El trató de hablar pero no pudo. No podía deshacer los nudos de su garganta. Ella trató de deshacerse de él, y él la soltó; pero todavía no pudo hablar.
Linden no le miró a los ojos. Su mirada vagó unos momentos por su imagen, deteniéndose en el viejo corte que tenía en el centro de su camisa.
—Tú estás enfermo.
¿Enfermo? Momentáneamente, él no comprendió nada.
—Linden…
—Enfermo —su voz brotaba como sangre de sus labios—. Enfermo. —Moviéndose como si estuviera aturdida por aversión o pesar se volvió, dándole la espalda. Se hundió en el suelo, se cubrió la cara con las manos y empezó a balancearse adelante y atrás. El pudo oír que iba murmurando:
—Enfermo. Enfermo.
Su lepra.
La imagen casi le extirpó su último esfuerzo. De haber contado con su voz, le hubiera preguntado: ¿Qué te ha hecho ese bastardo? El había llegado demasiado lejos y tenía demasiadas responsabilidades. La presión del krill le sostenía. Cerrándose como si tampoco él pudiera ser tocado, miró a Sunder y Hollian, que parecían desconcertados ante la reacción de Linden.
—Ur-Amo, —empezó Sunder, tentativamente. Luego, cayó en el silencio. La herida que tenía alrededor del cuello parecía dolorosa; pero él no le prestaba atención. Viejas arrugas bifurcaban en su frente como si hubiera sido cogido entre odio y temor, camaradería y espanto, queriendo que fuera Covenant quien lo clarificara por él. Sus mandíbulas mascaban palabras que no sabía cómo pronunciar.
—Ur-Amo —dijo Hollian por él—. Ha sido seriamente dañada de alguna forma. No sé cómo, ya que Gibbon na-Mhoram le dijo: «A ti no debo hacerte daño». Sin embargo, una angustia la atormenta.
Sus pálidas facciones pedían a Covenant qué perdonara a Linden.
Covenant no sabía de dónde había sacado el valor la eh-Estigmatizada. Ya no era una muchacha y los peligros parecían aterrarla. Sin embargo tenía recursos. Era una paradoja de pánico y valor; ella había hablado cuando Sunder no pudo hacerlo.
—Has vuelto a comprar nuestras vidas al na-Mhoram —prosiguió ella—, a qué precio no lo sé. No puedo saberlo. No sé cómo considerar el enorme poder que tienes, pero he sentido la violencia de los Caballeros y he sufrido el encarcelamiento del Clave. Te doy las gracias de todo corazón. Y ruego para tener la oportunidad de servirte.
¿Servirme? —gruñó Covenant. ¿Cómo puedo permitir que me sirvas a mí? Tú no sabes lo que voy a hacer. Y sin embargo no podía rehusarla. De alguna forma, su esfuerzo por necesidad y convicción, había hecho que aceptara ya el servicio del haruchai, aunque el clamor de ellos sobre su indulgencia era cuarenta siglos más viejo que el de ella. Poniéndose rígido, porque sabía que si se inclinaba se rompería, formuló la única pregunta que pudo articular en la pobreza de sus recursos.
—¿Estás bien?
Ella miró a Sunder y a su cuello. Cuando él asintió, ella respondió:
—No es nada. Un poco de hambre y miedo. Ya estamos acostumbrados a estas cosas. Y —continuó en tono más fuerte—, hemos sido bendecidos con algo más que nuestras vidas. Los haruchai son capaces de hacer milagros —con un gesto, señaló a tres individuos entre la gente de Brinn que estaban por allí cerca—. Ur-Amo, estos son Cail, Stell y Harn —los tres se inclinaron hacia Covenant—. Cuando fuimos sacados de la prisión, estuve contenta por salvar mi vida; pero los haruchai no estaban contentos —metiendo la mano entre los pliegues de su túnica, sacó su cuchillo y el lianar— Escudriñaron por toda Piedra Deleitosa y lograron recuperarlo para mi. También recuperaron la Piedra del Sol de Sunder y su puñal. —Sunder asintió. Covenant se extrañó de la nueva intimidad que permitía a Hollian hablar por Sunder. ¿Cuántas calamidades habrían pasado juntos?— ¿Cómo es posible que el Reino haya olvidado a los haruchai?
—Vosotros no sabéis nada de nosotros —respondió el que se llamaba Harn—. Ni nosotros sabemos nada de vosotros. No se nos hubiera ocurrido buscar vuestras pertenencias de no haber sido Memla na-Mhoram-in quien nos dijo que os habían sido sustraídas.
Memla, pensó Covenant. Otra pieza de su objetivo le vino a la memoria.
—Brinn. —La noche parecía amontonarse a su alrededor. Sunder y Hollian habían desaparecido de su vista—. Encuéntrala. Dile lo que necesitamos.
—¿Qué la encuentre? —preguntó Brinn, algo distante—. ¿Qué es lo que necesitamos?
Hasta que hubo comprendido la pregunta, Covenant no se dio cuenta de que estaba perdiendo la consciencia. Había perdido demasiada sangre. La oscuridad que lo rodeaba empezaba a producirle vértigo. Aunque anhelaba desmayarse, hizo un gran esfuerzo hasta que logró nuevamente levantar la cabeza, volviendo a abrir los ojos.
—Memla —dijo en voz alta—. Dile que necesitamos corceles.
—Sí, ur-Amo.
Brinn no se movió; pero dos de los tres haruchai se apartaron del fuego y marcharon en dirección a la Torre Vigía.
Alguien puso un tazón de metheglin en las manos de Covenant. El se lo tomó y, mientras trataba de hallar alguna imagen clara en su visión, se encontró mirando a Vain.
El Demondim estaba con su brazos ligeramente curvados, como si se dispusiera a realizar algo imprevisto. Sus negros ojos miraban a la nada; aquella mueca de vampiro se había ido de sus negros labios. Pero aún llevaba los anillos del Bastón de la Ley, uno en la muñeca derecha y el otro en el tobillo izquierdo. Las quemaduras que había recibido hacía dos noches ya estaban cicatrizadas.
Como un hombre atrapado en la violencia. ¿Era eso? ¿Era el Clave responsable de Vain? ¿Los ur-viles sirviendo al Clave? ¿Hasta dónde había llegado la mendacidad del na-Mhoram? La negrura de Vain reflejaba la noche. ¿Cómo había reavivado a Linden? ¿Y por qué? Covenant quería desatar su ira contra el Demondim, pero él mismo había matado, sin control y sin disgusto. Carecía de rectitud para desenmascarar los intentos de Vain. Ya había demasiada sangre sobre su cabeza. Y no la suficiente en sus venas. Estaba desfalleciendo. La iluminación del fuego parecía encogerse. Disponía de tan poco tiempo…
Escucha, empezó a decir. Esto es lo que vamos a hacer. Pero su voz no tenía sonido.
Su mano buscó el hombro de Brinn. Ayúdame. Tengo que apoyarme. Un poco más.
Covenant.
La voz de Linden tiró de él, y le hizo recuperar la visión. Estaba delante de él. De alguna forma, ella se había esforzado para salir de su laberinto interior. Sus ojos le buscaban.
—Creí ver…
Luego se fijó en su descuidada barba como si hubiera sido el motivo de no haberla identificado antes. Después, su mirada encontró las gruesas cicatrices rojas de sus muñecas. Un agudo sonido sonó al aspirar entre los dientes.
En seguida lo cogió por los brazos y acercó sus muñecas a la luz.
—Estaba en lo cierto. Has perdido sangre. Mucha sangre —su práctica médica renació en ella. Le estudió, examinando su estado con los ojos y con las manos—. Necesitas una transfusión.
En el momento siguiente se dio cuenta de lo recientes que eran las heridas. Su mirada saltó a la cara de Covenant.
—¿Qué es lo que te han hecho?
De momento, él no pudo responder. La Videncia era demasiado complicada; se sintió incapaz de dar la respuesta que ella le pedía.
Pero Linden interpretó mal su silencio. Su semblante rebosaba abominación.
—¿Es que has…?
La aprensión de Linden le sacó de su parálisis.
—No. Eso no. Ellos me lo han hecho. Me pondré bien.
El alivio suavizó las facciones de Linden. Pero sus ojos no se apartaban de la cara de Covenant. Se esforzaba buscando palabras como si el conflicto de sus emociones bloquearan su garganta. Finalmente dijo con voz ronca:
—Te oí gritar. Casi quedamos libres —su fija mirada se salió de su objetivo, volviéndose hacia adentro—. Hubo unos momentos en que hubiera dado mi alma por oírte gritar de nuevo. —Pero los recuerdos la hicieron huir nuevamente de sí misma—. Dime —empezó, luchando para recobrar su austeridad, como si fuera algo esencial para ella—. Dime que te ha pasado.
El movió la cabeza.
—Estoy bien —¿qué más podía decir?— Gibbon quería sangre y no vi la manera de negarme.
El sabía que debía explicarlo todo, que todos sus compañeros necesitaban saber los conocimientos que adquirió en la Videncia, pero no tenía fuerza.
Para ahorrarle a Covenant el trabajo de explicarse, Brinn dijo con sencillez:
—La vida del ur-Amo fue confiscada en la Videncia. Pero con magia indomeñable, se curó a sí mismo.
Al oír esto las pupilas de Linden se oscurecieron. Sus labios decían sin sonido: ¿Curado? Su mirada se deslizó hasta la vieja cicatriz que estaba detrás del corte de su camisa. La determinación que la había hecho salir de sí misma pareció romperse. Una decepción que él no pudo comprender en aquel momento se asomó a sus ojos. Ella desvió la mirada y dijo:
—Luego no me necesitas.
Hollian fue hacia ella. Como una niña, Linden cruzó sus brazos alrededor del cuello de Hollian y escondió su cara en el hombro de la eh-Estigmatizada. Covenant no reaccionó. La rabia y la frustración eran lo único que había entre él y la oscuridad. No podía moverse sin perder el equilibrio. ¿Qué te ha hecho ese bastardo?
—Ur-Amo —dijo Brinn—. No podemos retrasarnos. El na-Mhoram no está muerto. Es seguro que el Clave va a atacarnos muy pronto.
—Lo sé. —El corazón de Covenant estaba gritando continuamente ¡Linden!, y sus ojos despedían destellos de autoreproche. Pero su voz era diamantina—. Nos iremos. Tan pronto como llegue Memla.
No dudaba de que Memla llegaría. No tenía alternativa. Había ya traicionado al Clave por él. Demasiada gente había ya hecho mucho por él.
—Está bien —respondió Brinn—. ¿Adonde iremos?
Covenant no vaciló. Estaba muy seguro de lo que tenía que hacer. Sus Muertos le habían preparado para ello.
—A buscar el Árbol Único. Voy a construir un nuevo Bastón de la Ley.
Sus compañeros quedaron súbitamente silenciosos. La incomprensión nublaba la cara de Hollian. Sunder frunció el entrecejo como si fuera a hablar, pero no pudo encontrar las palabras adecuadas. La relación entre pedrarianos y fustarianos aún los intimidaba. Vain no mostró interés ni con un simple parpadeo, pero los ojos de los haruchai adquirieron un cierto brillo.
—Los antiguos narradores —dijo Brinn lentamente—, cuentan que los Amos, incluso en tiempos de Kevin, tenían una leyenda sobre un Árbol Único, del cual fue hecho el Bastón de la Ley. Ur-Amo Covenant, vas a emprender una intrépida aventura. Serás acompañado, pero ¿cómo vas a encontrar el Árbol Único? Nosotros no tenemos ningún conocimiento de ello.
Ningún conocimiento. Covenant suspiró con desmayo. El ya lo temía. Al Sur del Reino se encontraba el Desierto Gris sin ningún rastro de vida. Al Norte, el largo invierno de las Cumbres del Norte, se decía que era inaccesible. Y al Oeste, donde vivían los haruchai, no se conocía el Árbol Único. El aceptó esto. Si Berek hubiera ido al Oeste a buscar el Árbol Único, seguramente habría encontrado al pueblo de Brinn. Con un esfuerzo, Covenant respondió:
—Tampoco yo. Pero iremos hacia el Este. Hacia el Mar. Al lugar de donde vinieron los gigantes. Para alejarnos del Clave. Después, ya veremos.
Brinn asintió.
—Muy bien. Esto es lo que harán los haruchai. Cail, Steel, Ceer, Harn, Hergrom y yo, compartiremos tu búsqueda, para protegerte a ti y tus compañeros. Dos veintenas volverán a nuestro pueblo para decirles que hemos ganado —su voz se agudizó ligeramente—. Y para considerar nuestra respuesta a las depredaciones de este Clave. Los que quedan ayudarán a estos pedrarianos y fustarianos volver a sus casas, si tal ayuda es deseada.
Las caras de los nueve individuos liberados del Reino, expresaron inmediatamente su satisfacción de aceptar la oferta de Brinn.
—Los viejos narradores hablan mucho de los gigantes, de su fidelidad y de sus risas, y también de su muerte —concluyó Brinn—. Nos gustará ver su pueblo natal y el mar que ellos amaban.
En aquel momento Covenant se planteó que si deseaba rehusar a los haruchai, librarse de depender y ser responsable de ellos nuevamente, después de cuatro mil años, aquella era la ocasión. Pero no pudo. No podía prescindir del soporte de Brinn. ¿No es bastante ya, se dijo, que fuera yo quien destruyera el Bastón? ¿Quien abriera la puerta al Sol Ban? ¿Tengo que cargar también con esto? Pero necesitaba a los haruchai y no pudo rehusarlos.
Entonces, la noche se bamboleó, pero luego sintió unas manos tocando su pecho y vio a Sunder ante él. El Gravanélico mantenía su barbilla levantada, exponiendo su lastimado cuello como si aquella herida mereciera respuestas.
Sus ojos reflejaban la luz del fuego como muestra de su mente dañada.
—Covenant —dijo en un tono seco, usando este nombre en lugar del título ur-Amo, como si quisiera cortar con el miedo, poder y mando de los hombres que estaban detrás de él—. Yo he viajado lejos en tu nombre y continuaré haciéndolo; pero hay temor en mí. La eh-Estigmatizada predice un Sol de Pestilencia, después de dos días de lluvia. Al liberarnos, has perjudicado el Clave, y ahora el Sol Ban se irrita. Tal vez hayas hecho tal daño que el Clave ya no pueda dominar al Sol Ban. Puede que hayas originado un gran peligro para el Reino.
Covenant escuchó la urgencia personal expresada por Sunder. Pero durante unos momentos le faltó valor para responder. La duda de Sunder lo debilitó. Sus venas estaban vacías de vida, y sus músculos ya no podían sostenerlo más. Incluso el calor del krill debajo de su cinturón se había extinguido. Pero Sunder era un amigo. El Gravanélico había ya sacrificado demasiado por él. Entre sus pobres argumentos tomó la primera respuesta que encontró.
—El na-Mhoram es un Delirante, como Marid.
Pero aquello no satisfizo a Sunder.
—Esto es lo que dijo Linden Avery. Sin embargo, el Clave moderaba el Sol Ban en bien del Reino y ahora esta moderación se habrá debilitado.
—No —en algún lugar de su interior, Covenant descubrió un momento de fortaleza—, el Clave no modera el Sol Ban. Lo han estado usando para hacer daño al Reino. Alimentándolo con sangre. Han estado sirviendo al Amo Execrable durante siglos.
Sunder se quedó mirándole con asombro. La incredulidad saltó a su cara. La aseveración de Covenant violaba todo aquello en lo que siempre había creído.
—Covenant —la consternación rasgaba su voz. Sus manos hacían gestos suplicantes—, ¿cómo puede ser verdad? Es demasiado. ¿Cómo puedes estar seguro de que es verdad?
—Porque yo digo que es verdad. —El momento pasó dejando a Covenant tan abatido como la muerte—. Pagué por esta Videncia con mi sangre. Y yo estuve aquí hace cuatro mil años, cuando el Reino estaba lleno de salud. Todo lo que el Clave te ha enseñado es algo para justificar todo ese derramamiento de sangre.
Una parte distanciada de él vio lo que estaba haciendo y protestó. Se estaba identificando con la verdad, haciéndose a sí mismo responsable por ello. Probablemente ningún hombre podía mantener tal promesa. Hile Troy lo había intentado y había vendido su alma, convirtiéndose en el Forestal de la Espesura Acogotante.
—Luego… —Sunder trataba de comprender. Sus facciones denotaban horror ante las implicaciones de lo que decía Covenant, horror que se convertía en cólera—. Luego ¿por qué no luchas contra todo esto si de verdad es una abominación como dices?
Covenant perdió el equilibrio y cayó, apoyándose en Brinn.
—Estoy demasiado débil —apenas se oía a sí mismo—. Y ya he matado… —un espasmo de congoja torció su cara—. ¡Veintiuna personas! —Juré que nunca volvería a matar—. Pero para Sunder, hizo un último esfuerzo por articular lo que él creía. —No quiero luchar contra ellos hasta que deje de odiarlos.
Lentamente, el Gravanélico asintió. El fuego se convirtió en un rugido a los oídos de Covenant. En un instante de veleidad, pensó que Sunder era Nassic. Nassic con unos jóvenes y sanos. El Gravanélico también era capaz de cosas que desendiosaban a Covenant.
Había movimiento a su alrededor. La gente se estaba preparando para partir. Ellos le saludaban; pero su entumecimiento le impedía responder. Escoltados por casi una veintena de haruchai, abandonaron las colinas inferiores. El no vigilaba su partida, estaba al borde de la inconsciencia y luchaba por permanecer vivo.
Hubo un momento en que intentó acercarse al fuego, pero se encontró en los brazos de Brinn, quien gentilmente le reavivó, manteniéndole derecho. Intentó permanecer con los ojos bien abiertos y, tras pasar sus párpados a través del fabuloso cansancio de su mirada, vio a Memla.
Se hallaba ante él con expresión triste. Ya no llevaba la casulla y su túnica aparecía algo chamuscada en distintos lugares. Su pelo aclarado por la edad, colgaba sobre sus hombros. Su mejilla derecha aparecía dañada con unas ampollas causadas por el fuego. Sus facciones estaban demacradas, pero sus ojos parecían llenos de furia y miró a Covenant con el rukh empuñado.
A su espalda había cinco de los grandes corceles del Clave. Brinn le hizo un gesto de afirmación.
—Memla na-Mhoram-in —dijo—, el ur-Amo te ha estado esperando.
Ella hizo a Brinn un gesto de reconocimiento sin apartar la vista de Covenant. La aspereza de su voz revelaba, y al mismo tiempo controlaba su ira.
—No puedo vivir con mentiras. Te acompañaré.
Covenant no tenía palabras para ella. En silencio puso su mano derecha en su corazón y luego levantó la palma ante ella.
—He traído corceles —dijo—. No estaban muy bien guardados, pero si lo suficiente para estorbarme. Sólo pude coger cinco de las na-Mhoram-cro, con la cantidad que había. —Las bestias estaban cargadas con provisiones—: Ellos son Din, Clang, Clangor, Annoy y Clash.
Covenant asintió. Su cabeza se movía a sacudidas como si los músculos de su cuello hubieran sido ya inhabilitados.
Ella se acogió a su mirada.
—Pero hay un asunto que debe quedar claro entre nosotros. Con mi rukh puedo hacer que el Fuego Bánico nos ayude en nuestro viaje. Esto no puede impedirlo el Clave. Pero tampoco yo puedo impedir que ellos sepan donde estoy y lo que hago con el rukh, Mediamano —su voz adoptó un tono de súplica—. No deseo dejar de lado el único poder que yo poseo.
Su honestidad y valor pedían una respuesta. Con un esfuerzo que desenfocó sus ojos, y le hizo bandear la cabeza, Covenant dijo:
—Llévalo, correré ese riesgo.
Esta respuesta suavizó momentáneamente sus facciones.
—Cuando nos encontramos por primera vez —dijo ella—, tus dudas acerca de mí eran justas, aunque yo no lo sabía. Sin embargo, es preferible confiar —súbitamente se endureció de nuevo—. Pero debemos partir.