La vibración de augurio en la voz del na-Mhoram detuvo a Covenant. La alta cúpula estaba oscura; no llegaba hasta ella la luz de las antorchas; los Caballeros estaban de pie en el suelo muerto como si fuera el fondo de un abismo. Cubiertos por sus capuchas, podrían haber pasado por ur-viles; sólo la pálida carne de sus manos mostraba cuando disponían sus rukhs para el fuego indicaba que eran humanos. Santonin estaba probablemente entre ellos. El Fragmento de la Piedra Illearth de Fustaria Poderdepiedra estaba probablemente escondida en algún lugar del círculo. El tono de Gibbon decía que Covenant no había sido convocado allí para nada bueno.
Covenant se había pasado. Ecos de rabia se repetían dentro de él como otra voz ridícula y reiterativa. Instintivamente cerró su medio puño, apretando su anillo de boda. Pero no se batió en retirada. En un tono rudo y desafiante, preguntó:
—¡Por toda la sangre del Infierno! ¿Qué habéis hecho con mis amigos?
—La Videncia contestará —Gibbon estaba ávido, hambriento—. ¿Escoges el riesgo de la verdad?
Brinn miró a Covenant. Su rostro estaba imperturbable; pero su frente aparecía llena de sudor. Bruscamente forzó sus cadenas, tratando, con una obstinada futilidad, de romperlas.
Memla no había cruzado el dintel.
—¡Cuidado, Mediamano! —advirtió con un susurro—. Aquí hay maldad.
El sintió la fuerza de su aviso. También Brinn se esforzaba en prevenirle. Por un instante, vaciló; pero el haruchai le había reconocido. De alguna forma, el pueblo de Brinn había conservado la historia del Concejo y de las antiguas guerras contra la corrupción: la verdadera Historia, no una versión deformada de ella. Y Covenant había encontrado a Bannor entre sus muertos, en Andelain.
Sin perder el control de sí mismo, dio unos pasos hacia el círculo y se acercó al catafalco. Puso su mano momentáneamente en el brazo de Brinn. Luego se encaró al na-Mhoram.
—Suéltale.
El na-Mhoram no contestó directamente. En su lugar se volvió hacia Memla.
—Memla na-Mhoram-in —dijo—, tú no tienes parte en esta Videncia. Deseo que te retires.
—No —su tono vibraba agresivamente—. Has sido falso con él. El no sabe con lo que se enfrenta.
—Sin embargo —Gibbon empezó con calma, pero luego perdió su habitual flema, estallando con un grito estridente—, ¡tú debes salir!
Por un momento, ella se negó. La atmósfera del lugar estaba impregnada de intenciones conflictivas. Gibbon levantó su cetro como si quisiera golpearla con él. Finalmente, el repudio combinado del círculo fue demasiado fuerte para ella. Con visible amargura dijo:
—Yo prometí a Mediamano que sus compañeros estarían seguros. Es de muy mal gusto por parte del na-Mhoram tomar la palabra de una na-Mhoram-in tan a la ligera.
Seguidamente dio la vuelta y desapareció de la sala.
Gibbon se olvidó de ella como si nunca hubiera existido. Volviéndose nuevamente hacia Covenant dijo:
—No hay poder sin sangre —parecía incapaz de suprimir su excitación—. Y la Videncia requiere poder. Por tanto tendremos que sacrificar a este haruchai para contestar a tus preguntas.
—¡No! —exclamó Covenant.
—Necesitamos sangre —respondió el na-Mhoram.
—¡Entonces mata a uno de tus condenados Caballeros! —Covenant estaba lleno de furia—. ¡No me importa lo que hagas! Pero deja en paz a ese haruchai.
—Lo que tú prefieras —dijo Gibbon en tono triunfante.
—¡Ur-Amo! —gritó Brinn.
Covenant desoyó el aviso de Brinn. Sintió que tiraban de él y retrocedió del catafalco arrastrado por los Caballeros que tenía detrás. Le agarraron e inmovilizaron su brazo. Más rápidos para atacar que él para defenderse, vio brillar dos cuchillos.
Las hojas cortaron sus muñecas.
Dos líneas rojas se abrieron a través de su alma. La sangre salpicó el suelo. Los cortes eran profundos, lo suficientemente profundos para matarle lentamente. Al darse cuenta, se acuclilló. Pulsantes riachuelos marcaron sus brazos hasta los codos. La sangre se separaba de sus codos, esparciendo su pasión sobre la piedra.
A su alrededor, los Caballeros empezaron a cantar. El fuego escarlata iluminó sus rukhs; en unos instantes el rojo poder invadió el aire. Acuclillado e indefenso dentro del círculo, el dolor de su cuello le paralizó. Un espasmo de trepidación había recorrido su espina dorsal, clavándole donde estaba. El grito de su sangre cayó en silencio.
Gibbon avanzó, negro y extasiado. Con la punta de su cetro, tocó el creciente charco y empezó a trazar meticulosas líneas rojas alrededor de Covenant.
Paralizado, Covenant observaba como el na-Mhoram le encerraba en el triángulo, junto con su sangre.
El cántico se convirtió en palabras que no podía evitar comprender.
«Poder y sangre, y sangre y llama;
Imágenes de Videncia sin nombre;
Verdad tan profunda como Piedra Deleitosa;
Descubriendo el tiempo y la pasión.
«Fuera de aquí el tiempo y el espacio.
Nada va empañar nuestra visión.
La sangre descubre toda mentira;
Conoceremos la verdad, o moriremos».
Cuando Gibbon hubo completado su triángulo, retrocedió unos pasos y levantó su hierro. La llama se encendió tétrica y encarnada, en su extremo.
Y como en un estallido, aparecieron visiones en la mente de Covenant.
No perdió ninguna de sus facultades de autovigilancia. Los fuegos, a su entorno se volvieron más fantásticos y vinculantes; sus brazos se volvieron pesados como ruedas de molino. El canto tenía el ritmo del latido de su corazón. Pero detrás de los muros que veía y las piedras que conocía, otras visiones se perfilaban, estrellándose contra su mente.
Al principio, la visión era un caos impenetrable. Las imágenes sobrepuestas al catafalco de los Caballeros, entraban y salían de su visión tan febrilmente que no comprendía ninguna de ellas. Pero cuando angustiosamente se rindió, dejándolas entrar por el ojo de su vértigo, algunas de ellas, ganaron en claridad.
Como en tres fogonazos, vio a Linden, Sunder y Hollian. Estaban en la prisión, en celdas. Linden se hallaba acostada en su catre, tan pálida como la muerte.
Al instante siguiente, se borraron aquellas imágenes. Con un cambio brusco que le sobresaltó hasta el fondo de su ser, un caos de imágenes se autoenfocó. El Bastón de la Ley apareció entero. Entonces vio lugares: Piedra Deleitosa asediada por los ejércitos del Despreciativo, la guarida del Execrable hundiéndose en el mar, la Laguna Brillante abriendo sus aguas para aceptar el krill de Loric. Entonces vio nuevas caras: La difunta Elena en éxtasis y horror, el Amo Superior Mhoram empuñando el krill para matar el cuerpo de un Delirante, Vasallodelmar riéndose ante su propia muerte. Y detrás de todo, el Bastón de la Ley. Sobreponiéndose a todo, el Bastón de la Ley. Destruido por una involuntaria deflagración de magia indomeñable cuando la difunta Elena fue forzada a usarla contra el Reino.
Allí, ya arrodillado, como un suicida en un triángulo de sangre, sujeto a la piedra por un dolor de hierro, Covenant vio el Bastón de la Ley. Destruido.
La raíz de todo lo que necesitaba saber.
El Bastón de la Ley había sido creado por Berek Mediamano como un instrumento para mantener la Ley. Habían construido el Bastón a partir de un brazo del Árbol Único, como medio de gobernar la Energía de la Tierra en defensa de la salud del Reino. Y en soporte del orden natural de vida. Y precisamente porque la Energía de la Tierra era la fuerza del misterio y del espíritu, el Bastón se había convertido en lo único que servía a ella. Era la Ley. La Ley estaba encarnada en el Bastón. El instrumento y su objeto eran una sola cosa.
Y el Bastón había sido destruido.
Esta pérdida había debilitado la misma fibra de la Ley. Había sido retirado su soporte, un soporte crucial, y la Ley sucumbió.
De esta semilla crecieron el Sol Ban y el Clave.
Juntos llegaron. Juntos adquirieron dominio sobre el Reino. Y juntos se desarrollaron.
Después de la destrucción de la guarida del Execrable, el Concejo de los Amos había prosperado en Piedra Deleitosa durante siglos. Conducido primero por el Amo Superior Mhoram, y luego por sucesores igualmente dedicados e idealistas, el Concejo había cambiado el curso y el método de su anterior servicio. Mhoram había aprendido que la Ley de las Siete Alas, el conocimiento dejado por Kevin Pierdetierra contenía dentro de sí la posibilidad de corromperse. Temiendo una nueva profanación, había vuelto la espalda a aquella ciencia, tirando el krill a la Laguna Brillante y comenzando a buscar nuevas formas de utilizar y servir a la Energía de la Tierra.
Guiado por su decisión, Concejos consecutivos, durante generaciones, la habían utilizado y servido, haciendo verdaderos milagros. El principio de la verdad había sido restablecido. Todos los viejos bosques: Grimmerdhore, el Bosque de Musgo de Morin, la Espesura Acogotante, los Bosques Gigantes, etc., habían medrado en una medida tal que Caerroil Bosqueagreste, el Forestal de la Espesura Acogotante, había creído que su labor había terminado y pasó a mejor vida. Incluso los árboles más tenebrosos habían perdido mucho de su agresividad por el pueblo del Reino. Toda la devastación dejada por la guerra en el Declive del Reino, entre el Monte Trueno y el Coloso de la Cascada, habían visto restaurada su vida. La perversidad de los Yermos Meridionales había disminuido; y mucho se había hecho para aliviar la ruina de las Llanuras Devastadas.
Durante veinte siglos, el Concejo había laborado por la salud del Reino, en paz y prosperidad. Y al final, los Amos empezaron a creer que el Amo Execrable ya nunca más reaparecería, que Covenant lo había expulsado definitivamente del Reino, el Paraíso parecía estar a su alcance. Luego, confiando en la paz de que disfrutaban, miraron atrás, hasta los tiempos del Amo Superior Mhoram y decidieron cambiar sus nombres para marcar el camino de una nueva era. Su Amo Superior, sería llamado, a partir de entonces, el na-Mhoram. Su Concejo, sería llamado Clave. No veían límite en la felicidad que podían lograr. No tenían a nadie que pudiera decirles que sus logros habían sido demasiado fáciles.
Pero el Bastón de la Ley había sido destruido. El Clave prosperó, en parte porque la vieja severidad de la Ley y el sacrificio que comportaba pagar el precio por la felicidad y la belleza de las cosas, se había debilitado; y no tenían consciencia del peligro en que se hallaban.
Al encontrar la tercera Ala, no buscaron más conocimientos. Durante siglos habían crecido ciegos con pérdida de todos los medios del saber, porque el hombre llamado el na-Mhoram, el que había transformado el Concejo en el Clave, era un Delirante. Cuando Covenant derrotó al Despreciativo, reduciéndolo por medio de la magia indomeñable y las burlas, a una pobreza de espíritu tan completa que, al parecer, no le permitiría materializarse nunca más, el Despreciativo a pesar de todo había resistido, no había muerto. Tras la destrucción de su guarida se había escondido en las entrañas de un poder lo suficientemente grande para curarle incluso a él: en la misma Energía de la Tierra.
Y esto fue posible porque el Bastón de la Ley había sido destruido.
La Ley que le había limitado y resistido desde la creación de la Tierra, se había debilitado; y él podía resistirla mientras adquiría nuevas fuerzas, convirtiéndose en un nuevo ser y, mientras tanto, corrompía cuanto le era posible. Cuando logró totalmente sus propósitos la Ley enfermó.
La primera consecuencia de esta enfermedad fue que el trabajo del Concejo se hizo más fácil. Cada agravamiento fortalecía al Amo Execrable, y todo su poderío se ocupaba en incrementar la infección. Poco a poco llegó a manejar la Ley a su antojo.
Los Delirantes compartían su recuperación, y él no actuó abiertamente contra el Reino hasta que Samadhi Sheol hubo trazado su camino dentro del Concejo e iniciado su perversión, hasta que varias generaciones de na-Mhoram, cada uno de ellos cuidadosamente dominados por Samadhi, hubieran colocado el Clave bajo el dominio del Amo Execrable.
Poco a poco, el Juramento de Paz fue abandonado; poco a poco los ideales del Clave se alteraron. Por tanto cuando el Clave hizo la puerta secreta de su nueva prisión y Aumbrie, tomó por modelo aquello que los Delirantes habían conocido en la Guarida del Execrable. Poco a poco las leyendas del Amo Execrable fueron transformadas en historias de a-Jeroth, para explicar el Sol Ban y ocultar la mano del Amo Execrable que lo había provocado todo.
Trabajando siempre en secreto, de manera que el Clave tuviera en todo tiempo muchos miembros incorruptos, como Memla, que creían las mentiras del Delirante y, por tanto, eran sinceros en su servicio, Samadhi Sheol creó un instrumento que puso al servicio del Despreciativo, lo suficientemente maligno para obligar al derramamiento de sangre, lo bastante lógico para ser persuasivo. Sólo entonces permitió el Amo Execrable que su trabajo fuera visto.
El Bastón de la Ley había sido destruido y ahora sus manos llevaban las riendas de la naturaleza. Su cólera contra el Reino fue desatándose por etapas que se remontaron gradualmente a siglos, corrompiendo la Energía de la Tierra con el Sol Ban. Y esto pudo llevarlo a cabo fácilmente porque el Clave había sido concebido para que fuera incapaz de adoptar cualquier defensa eficaz. En realidad fue un medio usado por Samadhi para cometer nuevos ultrajes. El derramamiento de sangre para combatir al Sol Ban solamente lograba hacerlo más fuerte. De esta forma el Amo Execrable logró desarrollar el Sol Ban sin invertir nada de sí mismo.
Mientras veía crecer el charco de sangre alrededor de sus rodillas, Covenant comprendió que todo aquello había sido hecho como preparación de algo, del golpe maestro de la maldad del Execrable: la invocación del oro blanco para el Reino. El Amo Execrable quería la posesión de la magia indomeñable e hizo al Reino lo que había hecho a Joan, para que Covenant no tuviera más remedio que rendirse.
La pérdida del Bastón explicaba por qué la invocación de Covenant había sido tan preparada. En el pasado, tales invocaciones siempre habían sido un acto de Ley, llevadas a cabo por el mantenedor del Bastón. Solamente cuando había estado a punto de morir de inanición o a causa del veneno de una serpiente, y la Ley de la Muerte había sido rota, fue posible su invocación sin el Bastón. Por tanto esta vez el Despreciativo se había visto obligado a grandes trabajos para apoderarse de Covenant. Se necesitaba una localización específica, un dolor específico, un triángulo de sangre, libertad de acción y muerte. Si alguna de estas condiciones hubiera fallado la invocación no habría sido posible y el Amo Execrable hubiera tenido que limitarse a perjudicar al Reino sin esperanza de lograr su objetivo final: la destrucción del Arco del Tiempo. Solamente destruyendo el Arco podría escapar de la prisión del tiempo. Solamente con magia indomeñable podría obtener la libertad y el poder para enfrentarse a la maldición del Creador a través de los cielos infinitos del cosmos.
Pero la invocación no había fallado y Covenant estaba muriéndose. Ahora comprendía porque Gibbon había expulsado a Memla. Si ella hubiera compartido esta visión de la verdad, tal ultraje la hubiera conducido a instigar una revuelta apoyándose en los Caballeros incorruptos, ya que Gibbon también era un Delirante.
Comprendía lo que había ocurrido con el Coloso de la Cascada. Había sido un avatar de los viejos bosques, eregidos en el Declive del Reino como defensa contra los Delirantes; y el Sol Ban había destruido los bosques, desatando la voluntad de la madera que había mantenido aquel monolito de piedra durante milenios.
Comprendió también por qué Caer Caveral había sido conducido a Andelain por la erosión del Bosque de Musgo de Morin, y por qué el último de los forestales fue condenado al fracaso. En sus raíces, el poder del forestal era una expresión de la Ley, de la misma forma que Andelain era la quinta esencia de la Ley; y el Sol Ban era corrupción que Caer Caveral pudo resistir pero no vencer.
Comprendió lo que había ocurrido con los Ranyhyn, los grandes caballos, así como con los hombres del Ra, que los cuidaban. Al percibir la maldad del Sol Ban en sus primeras apariciones, tanto los Ranyhyn como los hombres del Ra habían abandonado el Reino, instalándose al Sur de la costa del Mar Cuna del Sol, en busca de praderas más seguras. Estas cosas se le aparecían en forma de relámpagos, como chispas de visión a través del foco central de su situación. Pero había cosas que no podía ver: un oscuro espacio donde Caer Caveral había tocado su mente; un borrón que podría haber explicado el objetivo de Vain. Un espacio en blanco que expondría la razón de que Linden hubiera sido escogida. Su sensación de fracaso era total. La ruina del Reino que él amaba; toda la maldad insondable del Sol Ban y el Clave eran producto de sus actos.
No tenía una respuesta lógica de su culpa. El Bastón de la Ley había sido destruido y no había sido él quien lo había hecho. La magia indomeñable había salido de su anillo para salvar su vida; un poder nacido más allá de su voluntad o capacidad de dominarlo había destruido el Bastón, no quedando de él nada excepto sus anillos. Por este acto había merecido morir. La lasitud de la pérdida de sangre parecía condigna y admirable. Su pulso disminuyó, próximo a fallarle definitivamente. El era culpable más allá de cualquier redención y no tenía valor para seguir viviendo.
Pero una voz habló en su mente:
—¡Ur-Amo!
Era una voz sin sonido, un contacto de pensamiento. Venía de Brinn. Nunca había oído un aviso mental del haruchai, pero reconoció al que hablaba por la intensidad de la mirada de Brinn. La fuerza de la Videncia hacía posible cosas que no podían ocurrir en otras condiciones.
Incrédulo Thomas Covenant.
Incrédulo, se respondió a sí mismo. Sí. Es culpa mía, es mi responsabilidad. Debes luchar. Las imágenes ante él empezaron nuevamente a rodar y mezclarse en un caos.
Responsabilidad. Sí. Sobre mi cabeza. No podía luchar. ¿Cómo podía cualquier hombre resistir la profanación de un mundo?
Pero la culpa estaba en la voz del Clave, en los Caballeros y en el Delirante, que habían cometido tales atrocidades. Brinn forzó sus ataduras como si quisiera romperlas, no aceptando morir. Linden todavía estaba en la prisión, inconsciente o muerta. Y el Reino ¡Oh, el Reino! ¡Iba a morir sin poder ser defendido!
¡Lucha!
En algún lugar de sus profundidades interiores encontró todavía fuerzas para maldecir. ¿Es que no eres más que un leproso? Incluso los leprosos deben evitar rendirse.
Las visiones rodaban en el aire. La luz escarlata se extinguió cuando Gibbon dio por finalizada la Videncia.
¡Alto! El todavía necesitaba respuestas: Cómo luchar contra el Sol Ban, cómo restaurar la Ley, cómo comprender el veneno que había dentro de él, cómo curarlo. Se concentró desesperadamente en las imágenes, tratando de poner en claro todo lo que necesitaba.
Pero no pudo. No pudo ya ver nada más, excepto los profundos cortes de sus muñecas, el fluido de sangre ralentizándose peligrosamente. Los Caballeros retiraron la Videncia de él antes de que pudiera obtener el conocimiento más importante. Estaban reduciendo su poder… No, no lo reducían, lo cambiaban, transformándolo en algo distinto.
En violencia.
Ahora podía sentirlos. Una veintena de voluntades detrás de su cuello mandándole que abandonara toda resistencia, que se quitara el anillo y lo entregara antes de morir. Un tétrico rojo salía de todos sus lados. Cada rukh ardía con violencia. Suelta el anillo. Déjalo a tu lado, antes de morir. Sabía que esto no formaba parte de la intención del Amo Execrable. Era cosa de Gibbon. Samadhi Sheol quería el oro blanco para él.
¡El anillo!
La voz mental de Brinn apenas era audible.
¡Incrédulo! ¡Nos van a matar a todos!
Todos, pensó desesperadamente. Sesenta y siete haruchai. Vain, si es que pueden, Sunder. Hollian, Linden.
El Reino.
¡Suelta el Anillo!
No.
Su negación era silenciosa y débil, como la primera Ala presagiando un tsunami.
No iba a permitir tal cosa.
Una furia extravagante, recogida de algún lugar más allá de los bordes de su conciencia, se convirtió en un mar de poder.
Su mente estaba libre ahora de todo, excepto de necesidad y determinación. Sabía que no podía hacer uso de la magia indomeñable para salvarse a sí mismo. Necesitaba un detonador. Pero los Caballeros mantenían el poder a su espalda, fuera de su alcance. Al mismo tiempo, su necesidad era absoluta. Cortar sus muñecas era una manera lenta de matarle, y así sucedería si no lograba detener la hemorragia y defenderse.
No quería morir. Brinn le había devuelto a sí mismo. Era algo más que un leproso. No había ruindad que pudiera forzarle a aferrarse a su condena. No. Había otras respuestas a su culpa. Si no podía encontrarlas, las crearía a partir de la primera materia de su ser.
Iba a luchar.
Ahora.
El tsunami estalló. La cólera erupcionó en él como la locura del veneno.
El fuego y la ira consumían su dolor. El triángulo y la voluntad del Clave se hicieron pedazos.
Un viento de pasión empezó a soplar a través de su cuerpo. La flama indomeñable salió con estrépito de su anillo.
El blanco brilló en su puño derecho. Una aguda incandescencia cubría su mano como si la misma carne fuera poder. La conflagración estalló en el rojo ambiente.
El pánico cundió en el Clave. Los Caballeros gritaban en un mar de confusiones. Gibbon gritaba órdenes.
Por un momento, Covenant se quedó donde estaba. Su anillo ardía como una antorcha blanca entre los rojos rukhs. Deliberadamente condujo el poder a su muñeca derecha, dominando el fuego a su voluntad. El derrame de su sangre se detuvo, cerrándose la herida del cuchillo. Una chispa de ira había secado y cicatrizado el corte. Luego dirigió la magia a su muñeca izquierda.
Su concentración dio tiempo a Gibbon para organizar la defensa. Covenant podía sentir a los Caballeros moviéndose a su alrededor, con el Fuego Bánico en sus rukhs; pero no les hizo caso. El veneno que había allí no le afectaba. Cuando sus muñecas hubieron cicatrizado, se levantó y se mantuvo erguido como un hombre que no hubiera perdido ni una gota de sangre ni pudiera ser tocado.
Su fuerza hacía tambalear la atmósfera de la sala. Salía de todo su cuerpo como si sus mismos huesos lanzaran el fuego.
Gibbon se encontraba delante de él. El Delirante empuñaba un cetro tan rebosante de calor y poder que el hierro chillaba. Un rayo de maldad roja rozó el corazón de Covenant.
Covenant lo apagó con un encogimiento de hombros.
Uno de los Caballeros lanzó un fulgurante rukh contra su espalda.
La magia indomeñable evaporó el metal a medio vuelo.
Luego, el furor de Covenant se convirtió en éxtasis, salvaje y sin freno. En un instante de furia que sacudió a Piedra Deleitosa hasta sus cimientos, la magia indomeñable estalló.
Los Caballeros gritaban y caían por todas partes. Las puertas saltaron de sus bastidores. El aire producía un ruido como el de la carne al freírse.
Gibbon gritaba órdenes que Covenant no podía oír. Luego lanzó un arco esmeralda a través del patio que luego desapareció.
Bajo la fuerza que se desataba, el suelo empezó a brillar como un magma de plata.
En algún lugar, entre el maremagnum de la Videncia, oyó reír al Amo Execrable.
Aquel sonido sólo avivó su furia.
Cuando miró a su alrededor, había cuerpos tendidos por todas partes. Solamente un Caballero quedaba en pie. La capucha del hombre había sido echada hacia atrás, revelando facciones contorsionadas y ojos asustados.
Instintivamente, Covenant adivinó que aquel era Santonin.
En sus manos sostenía un trozo de piedra que desprendía un vapor como si fuera hielo verde; la tenía presionada contra su rukh. Una violenta expansión de fuego esmeralda salió de ella.
La piedra Illearth.
Covenant no tenía límites. No tenía control. Una ola de fuerza lanzó a Santonin contra la pared más lejana, abrasando sus vestiduras, que quedaron reducidas a cenizas, ennegreciendo sus huesos.
La piedra quedó libre y rodó como un corazón enfermo, latiendo en el brillante suelo.
Alcanzándola con llamas, Covenant atrajo la piedra hacia él. La encerró en su mediamano. Vasallodelmar había muerto para que la piedra Illearth fuera destruida.
¡Destruida!
Una explosión silenciosa conmocionó el antro; un verde grito devorado por la plata. La piedra se extinguió en vapor y furia.
Con un tremendo estruendo, el suelo se agrietó de pared a pared.
—¡Incrédulo!
Apenas podía oír a Brinn.
—¡Ur-Amo!
Covenant se volvió y, a través del fuego, vio al haruchai.
—¡Los prisioneros! —exclamó Brinn—. ¡El Clave retiene a tus amigos! ¡Van a quitarles sus vidas para fortalecer el Fuego Bánico!
El grito penetró en el loco arrebatamiento de Covenant. El asintió. Con un leve esfuerzo de su cerebro, rompió las cadenas de Brinn.
En seguida Brinn saltó del catafalco y salió de la sala.
Covenant le siguió con la flama.
Al final del recinto, el haruchai se lanzó contra tres Caballeros. Sus rukhs ardieron. Covenant arrojó plata hacia ellos, reduciéndolos a escoria.
El y Brinn se apresuraron a huir, atravesando los pasillos de Piedra Deleitosa.
Brinn abría la marcha; sabía cómo encontrar la puerta escondida que daba a la cárcel. Al cabo de poco él y Covenant llegaron a la entrada que habían construido los Delirantes. Covenant invocó fuego para echarla abajo; pero antes de que pudiera dar el golpe, Brinn encontró el punto clave en el bastidor invisible. Iluminado en trazos rojos, el portal se abrió.
Cinco Caballeros acechaban dentro del túnel. Estaban preparados para luchar; pero Brinn se lanzó contra ellos. En su primera carga falló. Pero luego, en un instante, derribó a dos de ellos. Covenant apartó los otros tres a un lado y siguió a Brinn, corriendo hacia la prisión.
La mazmorra no tenía otros defensores. El Clave no había dispuesto de tiempo para destinar más Caballeros, a aquel lugar, y si Gibbon estaba todavía vivo, era presumible que se dedicara a reunir a sus fuerzas, no a arriesgarse a más pérdidas en deterioro del Clave. Brinn y Covenant entraron en el recinto de los calabozos y lo encontraron vacío, Brinn inmediatamente saltó a la puerta más próxima y empezó a descorrer los cerrojos; pero Covenant estaba lleno de poder; magia indomeñable que pedía ser manifestada. Apartando a Brinn, desencadenó una explosión que hizo temblar el mismo granito de Piedra Deleitosa. Con un enorme chirrido del metal, todas las puertas de las celdas saltaron de sus bastidores, que al precipitarse al suelo, tañeron como campanas perversas. En seguida aparecieron veintenas de haruchai dispuestos a luchar. Diez de ellos corrieron a defender la entrada del túnel. El resto se distribuyeron entre otras celdas, buscando más prisioneros.
Ocho o nueve personas del Reino, pedrarianos y fustarianos, aparecieron como si hubieran sido deslumbrados por el milagro de su indulto. Vain abandonó su celda lentamente. Cuando vio el fuego apasionado de Covenant, en su cara se dibujó una negra sonrisa burlona, la sonrisa de un hombre que conocía lo que Covenant estaba haciendo. La sonrisa de un demonio.
Dos haruchai sostenían a Sunder. El Gravanélico tenía una marca alrededor del cuello, como si hubiera sido rescatado de una horca, y parecía estar muy débil. Se quedó mirando a Covenant.
Hollian salió de su celda, pálida y asustada. Sus ojos se apartaron de Covenant como si temiera reconocerle. Cuando vio a Sunder corrió hacia él y se lanzó a sus brazos.
Covenant se quedó quieto, esperando a Linden. Vain sonreía, recordando el sonido de la risa del Amo Execrable.
Luego Brinn y otro haruchai sacaron a Linden. Su cuerpo estaba como abandonado en sus brazos, muerta o inconsciente, en un sopor más profundo que cualquier sueño.
Covenant al verla, lanzó un grito que arrancó pedazos del suelo, pulverizándolos hasta que el aire quedó lleno de polvo. No pudo detenerse hasta que Brinn le gritó que estaba viva.