DIECIOCHO. Piedra Deleitosa bajo la lluvia

—¡Gibbon! —El miedo y la ira lastraban la voz de Covenant.

—Ah, perdón —respondió el na-Mhoram en la oscuridad—. ¿Deseas luz? Un momento.

Había túnicas alrededor de Covenant. El extendió sus brazos para mantenerlas apartadas; pero no le asaltaron. Luego oyó una voz de mando. Del triángulo del rukh salió una llama roja. Le siguieron otras luces. En unos momentos, la grandiosa entrada al vestíbulo de Piedra Deleitosa se iluminó de un rojo deslumbrante.

—Perdón —repitió Gibbon—. Piedra Deleitosa es un lugar en el que toda precaución es poca. El Clave es injustamente odiado por muchos, tal como tu misma desconfianza demuestra. Por tanto admitimos a los extraños con mucha cautela.

Esforzándose para recuperar su equilibrio interior, Covenant preguntó:

—¿No te has parado nunca a considerar que tal vez haya alguna razón por la que no gustáis demasiado al pueblo?

—Su desagrado es natural —respondió el na-Mhoram sin perturbarse—. Sus vidas están atemorizadas desde que sale el Sol hasta que se pone y no saborean el fruto de nuestra labor. ¿Cómo podrían creernos cuando decimos que sin nosotros todos ellos perecerían? No estamos resentidos por esto pero tomamos nuestras precauciones.

La explicación de Gibbon sonó totalmente lógica. Sin embargo, Covenant desconfiaba de la falta de pasión del na-Mhoram. Al no disponer de ningún reproche apto, él simplemente asintió cuando Gibbon preguntó:

—¿Vienes conmigo?

Al lado del na-Mhoram, siguió a través del vestíbulo, flanqueado por miembros del Clave que portaban antorchas.

El vestíbulo era tan amplio como una caverna. Había sido construido por gigantes para acomodar a gigantes. Pero Gibbon giró a un lado, introduciéndose en un pasillo y empezó a subir por unas escaleras hacia la parte superior de la ciudad. Piedra Deleitosa era tan compleja como un laberinto porque había sido diseñada de acuerdo con los criterios conocidos sólo por los desaparecidos gigantes. Sin embargo, le era familiar. Aunque él no había estado allí durante diez de sus años, sintió que recordaba todavía el camino. En cierto modo, se sintió satisfecho de esta circunstancia.

Leal a la fortaleza que recordaba, siguió a Gibbon hacia arriba. Una vez habían ya dejado atrás el vestíbulo de entrada, su camino estaba iluminado por antorchas que humeaban en salientes a lo largo de las paredes. Al cabo de poco entraron en un corredor en el que había, a largos intervalos, puertas de granito con tiradores de madera. Ante una de ellas se encontraba una figura encapuchada con túnica roja, pero sin casulla. Cuando el na-Mhoram se le acercó, abrió la puerta para él. Covenant se detuvo un momento para asegurarse de que la entrada no estaba provista de cerraduras escondidas ni cerrojos. Luego siguió a Gibbon.

Más allá de la puerta había una suite con varias habitaciones: un área central amueblada con sillas de piedra y una mesa; el dormitorio a un lado y el cuarto de baño al otro; y un balcón exterior. En la mesa había una fuente con comida. La suite estaba alumbrada con teas, que, decoraban el aire con una patina de humo. Recordando aquellos fuegos sin humo de los Amos, Covenant empezó a poner en orden sus ideas para formular preguntas adecuadas al na-Mhoram.

—Aquí estarás cómodo —dijo Gibbon—. Pero si no te gusta, te podemos proporcionar los aposentos que desees. Piedra Deleitosa es demasiado grande para el Clave y gran parte de ella no se usa. —Refiriéndose al individuo encapuchado que estaba en la entrada, continuó—: Ésta es Akkasri na-Mhoram-cro. Ella te atenderá en todo cuanto desees. —La mujer encapuchada se inclinó sin descubrir su cara ni sus manos, retirándose acto seguido—. ¿Estás satisfecho, Mediamano?

¿Satisfecho? Covenant quería replicar. ¡Oh, seguro! ¿Dónde demonios está Linden? Pero refrenó este impulso. No quería proclamar lo mucho que sus compañeros le importaban. En su lugar, dijo:

—Sí, perfecto. Siempre y cuando nadie trate de clavarme un cuchillo, cerrar mi puerta con llave o envenenar mi comida.

La beatitud de Gibbon quitaba fuerza a cualquier emoción. Su mirada era tan suave como permitía el color de sus ojos. Observó a Covenant por un momento; luego se acercó a la mesa. Lentamente comió una pequeña porción de cada uno de los platos que había en la bandeja: Frutos secos, pan, estofado…, y los regó con un sorbo de líquido de la botella. Sosteniendo la mirada de Covenant, dijo:

—Mediamano, esa desconfianza no te es propia. Siento necesidad de preguntarte por qué estás aquí y cuándo esperas encontrar tal maldad en nuestras manos.

Covenant estaba preparado para contestar honestamente a esta pregunta.

—Sin contar lo que les haya podido ocurrir a mis amigos, necesito información. Necesito comprender al Sol Ban. Para ello necesito al Clave. Las gentes que he encontrado… —aquella gente estaba demasiado ocupada para contestar sus preguntas—, sólo sobreviven. Ellos no comprenden. Yo quiero saber qué es lo que causa el Sol Ban. Para luchar contra él.

Los ojos de Gibbon brillaban de una manera ambigua.

—Muy bien —respondió, en un tono que no expresaba ningún interés por lo que había oído—, sobre eso de luchar contra el Sol Ban, debo pedirte que esperes hasta mañana. El Clave descansa durante la noche. En cuanto a las causas del Sol Ban, la cosa es muy simple. Es la ira del Maestro contra el Reino por el mal que ha hecho en el pasado sirviendo a a-Jeroth.

Covenant protestó en su interior. Aquella idea era, o bien una mentira o una cruel perversión. Pero no tenía intención de discutir sobre metafísica con Gibbon.

—No es eso lo que quiero decir. Necesito algo más práctico. ¿Cómo se produce? ¿Cómo empezó? ¿Cómo funciona?

La mirada de Gibbon no se inmutó.

—Mediamano, si yo estuviera en posesión de ese conocimiento, haría uso de él para mí mismo.

Era terrible. Covenant no sabía si creer o no al na-Mhoram. Una onda de fatiga emocional lo envolvió. Empezó a comprender lo duro que le resultaría obtener la información que necesitaba. Y su coraje decaía. Ni siquiera encontraba las preguntas correctas. Simplemente asintió cuando Gibbon dijo:

—Ahora estás muy cansado. Come y duerme. Quizá mañana lo verás todo más claro.

Pero al ver que Gibbon se dirigía hacia la puerta, Covenant se sintió obligado a hacer un nuevo intento.

—Dime, ¿cómo es que la Laguna Brillante todavía tiene agua?

—Es que nosotros moderamos el Sol Ban —respondió el na-Mhoram pacientemente—. Por tanto la tierra retiene algo de su vitalidad —sus ojos revelaron un toque de vacilación que desapareció en seguida—. Según una antigua leyenda, hay en las profundidades del lago un duende sin nombre que retiene el agua en contra del Sol Ban.

Covenant asintió nuevamente. Ya sabía que al menos había algo, con poder o no, en el fondo de la Laguna Brillante.

Luego Gibbon abandonó la habitación, cerrando la puerta tras de sí y Covenant se quedó solo.

Permaneció quieto durante un rato, dejando que su debilidad fuera cayendo sobre él. Luego cogió una silla y se sentó en el balcón, para pensar en la intimidad de la noche.

Su balcón estaba situado en el centro de la fachada Sur de la fortaleza. Una media Luna se estaba levantando, lo que le permitió observar la vasta maraña de vegetación y árboles que había dejado el Sol Fértil. Sentado, con los pies apoyados contra la barandilla del balcón para apaciguar sus temores, hizo correr sus dedos por su barba y trató de concentrarse en su situación.

De hecho, no esperaba un atentado físico contra su vida. Había insistido en la necesidad de libertad a fin de recordar al Clave que no ganaría nada matándolo, pero la verdad era que él acusaba al Clave de planear su asesinato.

Covenant temía por Linden, y sospechaba que sus amigos estaban en un peligro mayor que el suyo. Y su temor venía agravado por su incapacidad de hacer algo. ¿Dónde estaban? ¿Mentían Gibbon y Memla acerca de Santonin? De ser así, ¿cómo podría averiguar la verdad? ¿Qué podría hacer él? Sin Linden se encontraba desvalido; necesitaba su percepción. En aquel momento, ella habría podido decirle si podía o no confiar en Gibbon.

Maldiciendo el entumecimiento de su leprosidad, preguntó a la noche por qué él, de todo el pueblo del Reino, Thomas Covenant, Incrédulo y portador del oro blanco, quien había vencido al Despreciativo en un combate a muerte, ¿por qué se encontraba ahora tan desvalido? Y la respuesta fue que el conocimiento de sí mismo, su fundamental confianza en lo que él era, se había puesto en duda. Sus recursos se habían vuelto una contradicción. Toda su voluntad consciente era incapaz de obtener una chispa de poder de su anillo; y sin embargo, cuando deliraba había ejercido una fuerza infernal más allá de su control. Por tanto, desconfiaba de sí mismo y no sabía qué hacer.

Pero ante esta pregunta, la noche permaneció muda. Acto seguido abandonó el interrogatorio y se preparó para dormir.

En el baño, se quitó las ropas y las lavó a conciencia, tras bañarse él. Luego las puso a secar en los respaldos de las sillas. En su desnudez se sentía más vulnerable, pero aceptó este riesgo mientras comía los manjares que habían sido depositados en la mesa. Se bebió toda la botella de metheglin. El aguamiel añadió una somnolencia física a su fatiga moral. Al acostarse, encontró la cama confortable y limpia. Esperando pesadillas, sorpresas y angustias, se metió entre las mantas y durmió.

Le despertó el ruido de la lluvia. Aguas torrenciales golpeaban el granito de Piedra Deleitosa con la fuerza de la corriente de un río. El aire de la habitación era húmedo; no había cerrado el balcón antes de irse a la cama. Pero de momento no se movió; permaneció acostado, dejándose llevar por el ruido de las aguas al estado de alerta.

Cuando, al fin, se volvió hacia el otro lado y abrió los ojos, se encontró a Vain, de pie, cerca de su cama.

El Demondim tenía el aspecto de siempre: brazos caídos, ligeramente doblados, cara relajada y ojos que no miraban a ninguna parte.

—¿Qué demonios…? —Covenant saltó de la cama y corrió hacia la habitación contigua. La lluvia caía en el balcón, salpicando el suelo interior. Desafió el diluvio y salió en busca de algo que le indicara de cómo Vain había podido llegar hasta él.

A través del aguacero, vio una enorme rama de árbol apoyada contra el extremo del balcón. El otro extremo del palo descansaba en otro balcón unos diez o doce metros por debajo. Aparentemente, Vain había escalado casi cien metros por la pared de Piedra Deleitosa, sirviéndose de su palo, llegando hasta los contrafuertes inferiores, levantándolo luego ante él y usándolo nuevamente para alcanzar los parapetos siguientes, ascendiendo por etapas, hasta llegar a la habitación de Covenant. Acerca de cómo Vain supo cuál era su habitación, no tenía idea alguna.

Chorreando agua, volvió rápidamente al interior y cerró la puerta del balcón. Desnudo y mojado, se quedó mirando al Demondim, asombrado ante su inexplicable habilidad. Luego extendió los labios en una mueca, semejante a una sonrisa.

—Bien, bien —murmuró—. Esto los va a poner nerviosos, y cuando la gente se pone nerviosa comete errores.

Vain siguió mirando al vacío, como un sordo-mudo. Covenant asintió a sus pensamientos y se dirigió al baño para coger una toalla. Pero se detuvo al ver una rasgadura en el lado izquierdo de la cabeza de Vain que bajaba hacia su hombro. Había sido herido. De su piel dañada salía un fluido negro, como si hubiera sido cruelmente quemado.

¿Cómo…? En los últimos días Covenant se había convencido tanto de la invulnerabilidad de Vain que ahora no podía creer lo que veía. ¿Pudo alguien herir al Demondim? Seguramente. Pero al instante siguiente su asombro desapareció y empezó a comprender. Vain había sido atacado por los Caballeros del Clave al tratar de poner a prueba aquella figura misteriosa en el exterior de sus puertas. Lo habían quemado. Quizá ni siquiera había sido diseñado para defenderse a sí mismo. Pero su cara no revelaba ningún sentimiento de dolor. Después de un momento, Covenant entró en el cuarto de baño, maldiciendo, y empezó a secarse con la toalla.

¡Bastardos! Apuesto a que él no levantó ni un dedo. Rápidamente, se puso sus ropas, aunque no estaban secas todavía. Se dirigió hacia la puerta de su suite y la abrió.

Akkasri na-Mhoram-cro estaba en el pasillo con una nueva bandeja de comida a sus pies. Covenant le hizo señas bruscamente. Ella cogió la bandeja y la entró.

El la detuvo en el umbral, cogió la nueva bandeja y le dio la otra. Luego la despidió. Quería darle una oportunidad para informar de la presencia de Vain a los na-Mhoram. Era una pequeña venganza, pero la aceptó. La capucha escondía su cara, por lo que no pudo ver su reacción. No obstante se retiró con celeridad.

Covenant se sentó para desayunar.

Poco después de haber terminado llamaron a la puerta. Empujó la losa de piedra y quedó desilusionado al ver a Akkasri, sola.

—Mediamano —dijo en tono sarcástico—. Has mostrado deseos de tener conocimiento acerca de la resistencia del Clave al Sol Ban. El na-Mhoram me manda servirte. Yo te guiaré al lugar donde llevamos a cabo nuestros trabajos y te lo explicaré de la mejor forma que pueda.

Aquello no era lo que Covenant esperaba.

—¿Dónde está Gibbon?

—El na-Mhoram —respondió Akkasri, remarcando el título de Gibbon—, tiene muchas obligaciones. Aunque yo soy sólo na-Mhoram-cro puedo contestar a algunas preguntas. Gibbon na-Mhoram te atenderá si yo no llego a satisfacer tus necesidades.

Oh, Demonios, murmuró. Pero trató de esconder su desconcierto.

—Ya veremos, tengo una gran cantidad de preguntas —empezó a caminar hacia el pasillo, dejando la puerta abierta para Vain—. Vámonos.

Akkasri le siguió por el pasillo, haciendo caso omiso de Vain. Covenant no encontró esto natural. El Demondim no podía pasar desarpercibido, ¿es que tal vez le habían indicado que debía adoptar aquella actitud? En ese caso, habría logrado que su venganza surtiera efecto.

Sus nervios se tensaron. Caminando al lado de Akkasri empezó a investigar, preguntando directamente:

—¿Qué es una na-Mhoram-cro?

—Mediamano —dijo la mujer, sin dejarle ver su cara—, los na-Mhoram-cro son los novicios del Clave. Se nos ha enseñado muchas cosas pero no dominamos todavía el rukh suficientemente para ser Caballeros. Cuando hayamos adquirido esa habilidad, seremos na-Mhoram-wist. Y con mucha más experiencia y sabiduría, algunos de nosotros pueden llegar a ser las manos del mismo na-Mhoram, los na-Mhoram-in. Ése es el grado de Memla, la que te ha traído hasta aquí. Recibe muchos honores por su valor y sagacidad.

—Si eres una novicia —inquirió él—, ¿qué es lo que puedes explicarme?

—Sólo Gibbon na-Mhoram posee todo el conocimiento del Clave —el tono de Akkasri parecía impregnado de indignación—. Yo soy inexperta, pero no ignorante.

—Muy bien —con Vain detrás de ellos, condujo a Covenant hacia abajo, dirigiéndose a los interiores de la Fortaleza—. Dime una cosa. ¿De dónde procede el Clave?

—¿Mediamano?

—No siempre habrá estado aquí. Hace mucho tiempo, otros seres habitaban en Piedra Deleitosa. ¿Qué les ocurrió? ¿Cómo empezó el Clave? ¿Quién lo fundó?

—Ah, —ella asintió—. Esto ya forma parte de la leyenda. Se dice que muchas y muchas generaciones atrás, cuando apareció el Sol Ban por primera vez en el cielo, el Reino estaba gobernado por un Concejo. Este Concejo era decadente, y no hacía esfuerzo alguno para enfrentarse con el peligro. Por tanto se perdió un tiempo precioso antes de la venida de los na-Mhoram.

Covenant empezó a reconocer el lugar hacia donde le conducía: estaban en el camino hacia el Recinto Sagrado.

Quedó especialmente sorprendido por lo vacíos que aparecían los salones y pasillos. Pero al reflexionar, comprendió que Piedra Deleitosa era inmensa. Podrían vivir en ella varios miles de personas sin ningún tipo de aglomeraciones.

«Su visión es la que nos guía ahora —la na-Mhoram-cro continuó hablando—. Viendo que el Concejo había caído en las garras de a-Jeroth se levantó en unión de unos pocos que se mantenían leales y atentos, expulsando a los traidores. Luego empezó el largo esfuerzo de nuestras vidas para conservar el Reino. De el Mhoram y sus escasos seguidores proviene el Clave. Generación tras generación, na-Mhoram tras na-Mhoram, se ha esforzado en su lucha contra el Sol Ban.

»Es un trabajo lento. Ha sido realmente lento y costoso adquirir la maestría suficiente y reunir el número de miembros que necesitamos; como ha sido lento y costoso también la tarea de obtener sangre —pronunció la palabra “sangre” con una indiferencia perfecta, como si no tuviera importancia. Pero ahora nos acercamos ya a nuestro viejo sueño—. El Sol Ban ha alcanzado un ritmo de tres días y resistimos. ¡Resistimos, Mediamano! —hablaba con orgullo, pero fríamente, como si el orgullo fuera también impersonal, como si hubiera sido cuidadosamente adiestrada para contestar a las preguntas de Covenant.

Mientras él mantenía sus suspicacias a la expectativa. Caminaban por uno de los grandes pasillos del centro de la Fortaleza. Y enfrente pudo ver que el pasadizo giraba a la izquierda y luego a la derecha, alrededor de la pared exterior del Recinto Sagrado, donde los desaparecidos Amos habían celebrado sus Vísperas de Autoconsagración al Reino y a la Paz.

Al aproximarse observó que todo aquel gran número de puertas regularmente situadas alrededor de la pared y suficientemente grandes para dar paso a los gigantes, se mantenían cerradas. La breve apertura que se produjo en una de ellas al salir un Caballero del recinto le permitió vislumbrar un espeluznante calor rojo y un ruido sordo en su interior.

La na-Mhoram-cro se paró ante una de las puertas y se dirigió a Covenant.

—En este lugar es difícil hablar —él quería ver su cara; la voz de ella sonaba como si sus ojos fueran evasivos. Pero su capucha escondía su rostro. Si él no hubiera visto a Memla y a Gibbon, podía haber sospechado que todo el Clave escondía alguna deformidad—. Ésta es la sala del Fuego Bánico y del Rukh Maestro. Cuando los hayas visto saldremos y luego te hablaré de ello. El asintió, a pesar de que le invadió un sentimiento de miedo al ver lo que el Clave había hecho con el Recinto Sagrado. Cuando Akkasri abrió la puerta más próxima, él la siguió entrando en una ola de calor y ruido.

En el interior había un fuego deslumbrante. El recinto era una inmensa cavidad en la roca de Piedra Deleitosa. De forma cilíndrica, se levantaba desde un nivel más bajo que el inicio de las colinas hasta más de la mitad de la altura de la fortaleza. Desde una tarima colocada sobre el suelo, los Amos hablaban a la ciudad. Y en las paredes había siete galerías rodeando el espacio, una directamente encima de la otra. Allí el pueblo de Piedra Deleitosa oía a los Amos.

Nada más. Akkasri había llevado a Covenant a la cuarta galería, pero aún allí, al menos a cien metros sobre el nivel del suelo, estaba demasiado cerca del fuego.

El fuego ardía en el mismo sitio en que había estado la tarima, y levantaba sus llamas, aullantes de rabia, casi hasta la altura donde ellos estaban. La flama roja desgarraba el aire como si las mismas raíces de la fortaleza estuvieran quemándose. La luz y el calor casi le cegaban; el fuego parecía tostar sus mejillas y chamuscar su pelo. Antes de poder observar cualquier detalle tenía que parpadear para quitar de sus ojos el empañamiento que le producían las lágrimas.

Lo primero que vio fue el Rukh Maestro. Descansaba sobre tres puntos de la barandilla de su galería. Un prodigioso triángulo de hierro. El centro de cada uno de sus brazos aparecía encendido de un rojo oscuro. Los miembros del Clave estaban en cada uno de los lados del Rukh Maestro. Parecían insensibles al calor. Sus manos se agarraban al hierro, concentrándose en él como si el Fuego Bánico fuera una escritura que pudieran leer con el tacto. Sus caras parecían rojas y fanáticas por encima de las llamas.

Evidentemente, aquel era el lugar desde donde el rayo rojo saltaba hacia el Sol.

Las puertas de la base de la cavidad y las del alrededor de la galería más alta estaban abiertas a efectos de ventilación. Con aquel brillo espeluznante, Covenant vio la cúpula por primera vez. Los gigantes habían hecho una verdadera creación decorativa cuando la esculpieron. Audaces figuras se cruzaban entre las piedras, representando escenas de la primitiva historia de los gigantes en el Reino. Parabienes, Gratitud y Confianza. Pero el fuego hacía aparecer la imágenes extrañamente distorsionadas y maléficas.

Apretando los dientes, bajó la mirada. Un movimiento en el suelo llamó su atención. Observó que varios hoyos habían sido excavados allí, para alimentar a la cavidad central. Un individuo vestido como la na-Mhoram-cro, se acercó a uno de los hoyos, llevando dos grandes cubos que vertió en él. Un fluido oscuro brotó de los cubos, como el icor de Piedra Deleitosa. Casi en seguida, el Fuego Bánico se avivó, volviéndose un color rubí como la sangre.

Covenant se estaba sofocando por el calor y por sus sentimientos. Su corazón se estremeció en su pecho. Rozando a Akkasri y a Vain al pasar, se dirigió hacia el brazo más próximo del Rukh Maestro. La gente que había allí no se apercibieron. El ruido de las llamas apagaba las pisadas de sus botas y su concentración era intensa. Cogió a uno de ellos por el hombro y tiró de él, arrancándolo del hierro. Aquella persona era más alta que Covenant. Una figura de poder e indignidad.

Covenant gritó a la cara encapuchada:

—¿Dónde está Santonin?

La voz de aquel hombre, casi inaudible, respondió:

—Yo soy un leyente. No un Vidente.

Covenant agarró la túnica del hombre.

—¿Qué le ha ocurrido?

—Ha perdido su rukh —respondió el leyente—. ¡Bajo las órdenes del na-Mhoram, tratamos con diligencia, de averiguar su paradero! Si hubiera muerto con su rukh aún en las manos, nosotros lo sabríamos. Cada rukh contesta al Rukh Maestro, a menos que caiga a manos ignorantes. Nunca soltaría el rukh voluntariamente. Por lo tanto le ha sido arrebatado por la fuerza. Tal vez haya sido asesinado. ¡No podemos saberlo!

—¡Mediamano! —Akkasri cogió a Covenant por el brazo, llevándoselo en dirección a la puerta.

El se dejó llevar hacia fuera del Recinto Sagrado. Se encontraba mareado por el calor y confuso ante una vaga esperanza. Tal vez el leyente dijera la verdad; tal vez sus amigos se hubieran apoderado de su raptor; ¡puede que estuvieran a salvo! Mientras la na-Mhoram-cro cerraba la puerta, él se apoyó contra la pared exterior y jadeó al sentir el reconfortante aire fresco.

Vain, estaba cerca de él tan callado y ajeno como siempre. Estudiando a Covenant, Akkasri preguntó:

—¿Volvemos a tu habitación? ¿Quieres descansar?

El sacudió la cabeza. No quería exponer tanto su esperanza. Con un esfuerzo, puso en orden sus confusos pensamientos.

—Estoy bien —su pulso decía lo contrario; pero esperaba que ella no percibiera tales cosas—. Explícame algo. He visto el Rukh Maestro. Ahora dime cómo funciona. ¿Cómo lucháis contra el Sol Ban?

—Quitándole su poder —contestó ella, simplemente—. Si se saca de un lago más agua de la que recibe de sus fuentes, el lago se irá vaciando. De esta forma resistimos al Sol Ban. Cuando los Mhoram crearon el Fuego Bánico, era muy poca cosa; y podía conseguirse muy poco. Pero el Clave lo ha desarrollado, generación tras generación, esperando que algún día se podría consumir el poder suficiente para detener el avance del Sol Ban.

La mente de Covenant empezó a hacer conjeturas. Luego preguntó:

—¿Y qué hacéis con todo ese poder? Debe ir a alguna parte.

—En efecto. Destinamos el poder a muchos usos diferentes; para fortalecer el Clave y continuar nuestro trabajo. Tal como has visto, mucha parte de él es utilizado por los Caballeros, para que puedan viajar y trabajar en condiciones que ningún hombre o mujer podrían igualar sin un gasto enorme de sangre. También se usa mucho poder para forjar los corceles de tal modo que el Sol Ban no tenga ningún ascendiente sobre ellos. Y más aún es consumido en la vida de Piedra Deleitosa. En la meseta superior hay cultivos. Vacas y cabras encuentran sus pastos. Telares y fraguas funcionan. En anteriores generaciones, el Clave se vio en dificultades ante las necesidades existentes y la escasez de recursos. Pero, ahora florecemos, Mediamano. A menos que caiga sobre nosotros algún desastre —dijo Akkasri en un tono muy agudo—, no fracasaremos.

—Y todo lo hacéis a base de matar gente —dijo Covenant con agresividad—. ¿De dónde sacáis tanta sangre?

Ella volvió la cabeza con disgusto y dijo:

—Sin duda tú ya tienes conocimiento de eso —dijo ella secamente—. Si deseas conocer más detalles consulta al na-Mhoram.

—Desde luego que lo haré —prometió. El estado del Recinto Sagrado le recordó que el Clave vio maldad en toda una serie de símbolos que él sabía que eran buenos; y, por el contrario, los que ellos calificaban de buenos, a él le horrorizaban—. Mientras tanto, dime qué es lo que el na-Mhoram… —para irritarla, usó el título sarcásticamente—, ¿qué proyecto tiene en su mente para mí? El quiere mi ayuda, ¿qué desea que haga?

Ésta era una pregunta obvia para la cual ella ya había sido preparada. Sin vacilación alguna, Akkasri respondió:

—Desea hacerte Caballero.

Caballero murmuró para sí. Terrible.

—Por muchas razones, —prosiguió ella—, la distinción entre un leyente y un Vidente es mínima, pero muy importante. Quizá con tu anillo blanco pueda tenderse un puente entre ambas cualidades, dando al Clave el conocimiento necesario para guiar su futuro. Asimismo con tu poder, tal vez pueda ser constreñido aún más el Sol Ban. Incluso quizá podrías ejercer un dominio en la región de Piedra Deleitosa, librándola del Sol Ban. Ésta es nuestra esperanza. Cuanto más poder ejerzas, más se debilitará el Sol Ban, permitiendo la expansión de nuestro maestrazgo, para ir extendiéndose, bajo condiciones de seguridad, más y más, a través del Reino. Y así, el trabajo de generaciones podría ser comprimido en una sola vida.

«Es una brava misión, Mediamano, digna de cualquier hombre o mujer. Una gran tarea para salvar la vida y el Reino. Por esta razón, Gibbon na-Mhoram rescindió la orden de matarte».

Pero Covenant no quedó persuadido. Solamente la escuchaba con la mitad de su mente. Mientras ella hablaba se dio cuenta de una alteración en Vain. El Demondim ya no estaba completamente quieto. Su cabeza giraba de un lado a otro, como si escuchara un sonido distante y tratara de localizar su procedencia. Sus negras órbitas estaban enfocadas. Akkasri añadió:

—¿Me darás tu respuesta, Mediamano?

Covenant no dijo nada. Súbitamente tuvo la seguridad de que Vain iba a hacer algo. Una oscura excitación tiraba de él alejándolo de la pared, poniéndolo en guardia para lo que pudiera suceder. Bruscamente Vain empezó a caminar a lo largo de la curvada pared.

—¡Tu compañero! —la na-Mhoram-cro gritó con sorpresa y agitación—. ¿Adonde va?

—En seguida Covenant corrió detrás de Vain. Vamos a averiguarlo.

El Demondim se movía como un hombre que tuviera un total conocimiento de Piedra Deleitosa. Sin prestar ninguna atención a Covenant ni a Akkasri, ni tampoco a la gente con quien se cruzaba, atravesó corredores y escaleras, pasando de largo ante salones de reunión y refectorios, y a cada oportunidad descendía, siguiendo su camino hacia los cimientos de la Fortaleza. A cada descenso, la agitación de Akkasri crecía. Pero al igual que Vain, Covenant no malgastaba ninguna atención en ella. Buscando en su memoria trató de adivinar cuál era el objetivo de Vain. No pudo. Pronto, Vain se introdujo en pasadizos que nunca había visto antes. Las antorchas eran ya poco frecuentes allí. En algunos momentos apenas podía distinguir al negro Demondim a causa de la escasez de luz.

Luego, inopinadamente, Vain llegó a un lugar sin salida, iluminado sólo por una luz reflejada de algún lugar distante, detrás de él. Cuando Covenant y Akkasri llegaron Vain estaba con la vista fija en el final del corredor, como si la cosa que él buscaba estuviera escondida detrás de él.

—¿Qué ocurre? —Covenant no esperaba que Vain le respondiera. Habló solamente para relajar su propia tensión—. ¿Qué estás buscando?

—Mediamano —exclamó la na-Mhoram-cro—, él es tu compañero. —Parecía asustada y no preparada para las acciones de Vain—. Debes controlarlo. Aquí debe detenerse.

—¿Por qué? —preguntó Covenant, arrastrando las palabras y tratando de sacar de ella alguna revelación en un momento, de descuido—. ¿Qué hay de especial en este lugar?

La voz de ella gritó.

—¡Está prohibido!

Vain examinó la piedra como si estuviera pensando. Luego se adelantó unos pasos y tocó la pared. Durante un largo instante, sus manos tantearon la superficie.

Sus movimientos tocaron una cuerda de la memoria de Covenant. Había algo familiar en lo que Vain estaba haciendo.

¿Familiar?

Al momento siguiente, Vain alcanzó un punto en la pared, por encima de su cabeza. Inmediatamente, unas líneas de trazo rojo aparecieron en la piedra. Se extendieron. En pocos momentos el rojo dibujaba una amplia puerta.

La puerta se abrió, dejando a la vista un pasillo iluminado con antorchas.

¡Sí!, se gritó Covenant a sí mismo. Cuando él y Vasallodelmar había entrado en la guarida del Execrable, el Gigante había encontrado y abierto una puerta de la misma manera que Vain había encontrado y abierto ésta.

Pero ¿qué hacía aquella clase de puerta en Piedra Deleitosa? Nunca, ni los Gigantes ni los Amos habían utilizado aquellas entradas.

Se produjo una súbita acometida que lo desconcertó; vio el movimiento de Akkasri demasiado tarde para detenerla. Apresuradamente, sacó un rukh del interior de su túnica y vertió sangre en sus manos. En seguida el fuego iluminó el triángulo. Empezó a pronunciar palabras que Covenant no comprendió. Vain ya había desaparecido en el interior del pasillo. Antes de que la puerta pudiera cerrarse nuevamente, Covenant echó a correr detrás del Demondim.

El pasillo giraba en redondo y seguía paralelo al que habían dejado. Estaba bien iluminado. Pudo comprobar que aquel lugar no formaba parte del trabajo original de los gigantes. Paredes, suelo y techo, todo estaba chapuceramente construido. Los gigantes nunca habrían tratado la piedra con tan poco cuidado. Intuitivamente supo que aquel túnel no había sido excavado hasta después de celebrarse el Concejo. Había sido construido por el Clave para sus propios planes secretos.

Ante él se hallaba una ramificación del corredor central hacia la izquierda. Vain lo tomó y Covenant le siguió rápidamente.

En tres zancadas, el Demondim alcanzó la pesada puerta de hierro. Había sido cerrada con grandes cerrojos empotrados en la piedra, como si el Clave se propusiera mantenerla así para siempre.

Una débil luz marcaba las rendijas alrededor del metal. Vain no vaciló. Se precipitó hacia la puerta y encontró un punto en que había una rendija en la que meter los dedos. Su espalda y hombros se tensaron. El esfuerzo hizo brotar nuevo fluido de sus quemaduras.

Covenant oyó que alguien corría detrás de él pero no se volvió. Su atención estaba concentrada en Vain.

Con un prodigioso golpe de fuerza, Vain arrancó la puerta que se precipitó contra el suelo produciendo el estruendo de un gran yunque. Vain traspasó el umbral y penetró en una zona de luz nacarada. Covenant le siguió como un hombre en trance.

La estancia era una gran cámara con mesas y estanterías en las paredes, hasta el techo. Cientos de rollos de pergamino, cofres, urnas y bolsas llenaban los estantes. Las mesas estaban repletas de bastones mágicos, sables y cientos de talismanes. La luz procedía de tres de las urnas más ricas, colocadas en lo alto de la pared de enfrente, así como de varios de los objetos que había sobre las mesas. Paralizado por el asombro, Covenant reconoció la pequeña caja que una vez había contenido el krill de Loric Acallaviles. La caja estaba abierta y vacía. Se quedó con la boca abierta, incapaz de pensar, ver o comprender.

Un momento después, Akkasri y dos individuos vestidos como Caballeros entraron corriendo en la cámara, ondeando rukhs flameantes.

—¡No toquéis nada! —gritó uno de ellos.

Vain los ignoró como si ya hubiera olvidado que tenían poder para dañarle. Se dirigió hacia una de las mesas más lejanas. Allí encontró lo que buscaba: dos anchos aros de hierro, de un gris opaco.

Covenant los identificó más por instinto que por sus características: las abrazaderas del Bastón de la Ley.

El Bastón de la Ley, la herramienta más grande del Concejo de los Amos, creado por Berek Mediamano a partir de una rama del Árbol Único, fue destruido por la magia indomeñable cuando el Amo Execrable había forzado a la difunta Elena a desatarla contra el Reino. Bannor había devuelto las abrazaderas a Piedra Deleitosa después de la caída del Despreciativo.

Antes de que nadie pudiera reaccionar, Vain cogió los aros.

Uno lo introdujo en su mano derecha. Parecía demasiado pequeño para ello; pero lo introdujo a través de sus nudillos sin esfuerzo alguno y quedó ajustado a su muñeca.

El otro se lo pasó a través de su pie izquierdo. El hierro parecía elástico. Con toda facilidad pasó a través del talón, quedándose fijo en su tobillo.

Uno de los Caballeros se quedó boquiabierto. Akkasri y otra mujer miraron a Covenant.

—Mediamano —dijo la compañera de Akkasri—. Tendrás que responder de esto. La Aumbrie del Clave está prohibida a todos. No toleraremos tal violación.

Su tono hizo que Covenant volviera en sí. El peligro flotaba en el aire. Pensando rápidamente dijo:

—Toda la ciencia de los Amos. Todo lo que antes pertenecía al Concejo. Todo está aquí y está intacto.

—Buena parte de ello está intacta —dijo rígidamente Akkasri—. El Concejo era decadente. Algo se perdió.

Covenant apenas la oyó.

—Las Alas primera y segunda —dijo señalando las brillantes urnas—. ¿Y la tercera? ¿Han encontrado el Ala tercera?

Al prever el Ritual de Profanación, Kevin Pierdetierra había escondido sus conocimientos en siete Alas, guardándolas para futuros Concejos; pero durante el mandato del Amo Superior Mhoram, sólo la primera, la segunda y la última habían sido encontradas.

—Evidentemente —replicó un Caballero—, de poco les sirvieron.

—Entonces, ¿por qué…? —Covenant puso en sus palabras todo su aterrado asombro—. ¿Es que no las usáis?

—Se trata de una ciencia para algo que ya no existe —la respuesta tenía la fuerza de una acusación—. No tienen valor bajo el Sol Ban.

Oh, Demonios. Covenant no encontró otras palabras para su decepción. ¡Maldita sea!

—¡Ven! —la orden de la Caballera cortaba como un látigo. Pero no iba dirigida a Covenant. Ella y sus compañeras se habían vuelto hacia Vain. Sus rukhs ardían con luz roja, invocando poder.

Vain obedeció, moviéndose como si recordara el origen de su lesión. Akkasri le cogió el brazo tratando de sacar el anillo de su muñeca, pero el metal era de hierro y, por tanto inflexible. Gesticulando con sus rukhs, ellas escoltaron a Vain, saliendo de la Cámara como si Covenant no estuviera presente.

El les siguió. Ante su sorpresa, Vain las siguió como un cordero a través del umbral.

Caminaron hasta una cierta distancia a través del tosco corredor. Luego el pasillo giraba en ángulo y desembocaba en una gran sala iluminada con muchas antorchas. La atmósfera estaba gris de humo.

Sorprendido como si acabara de recibir una puñalada, Covenant descubrió que la sala era una prisión. Gran cantidad de puertas cerradas con pesados cerrojos se alineaban a ambos lados. Cada una de ellas tenía una pequeña ventana con gruesas rejas de hierro. Medio millar de personas podrían estar encerradas allí y nadie sin los instintos y conocimientos de Vain podría haberlas encontrado nunca.

Mientras Covenant la miraba, las implicaciones de la cólera de la Caballera encendieron la luz en su mente: Gibbon no pensaba permitir que él conociera este lugar.

¿Cuántos secretos más escondería Piedra Deleitosa? Una de las Caballeras fue hacia una puerta y descorrió los cerrojos. La puerta se abrió, dejando a la vista una celda apenas lo suficiente grande para contener un colchón de paja. Con sus rukhs, Akkasri y las otras obligaron a Vain entrar en ella.

El se volvió bajo el arquitrabe. Sus captoras le amenazaron con el fuego; pero él no hizo ningún movimiento contra ellas. Dedicó una mirada a Covenant. Su negra cara tenía una expresión de súplica.

Covenant le devolvió la mirada sin comprender. ¿Vain?

Un regalo que no tiene precio, había dicho Vasallodelmar. No sirve más que a sus propios propósitos.

Luego era demasiado tarde. La puerta se cerró detrás de él. La Caballera corrió los cerrojos.

Covenant protestó inútilmente. ¿Qué es lo que queréis de mí?

Al instante siguiente salió un brazo moreno a través de la reja de la celda contigua. Sus dedos arañaban el aire, como si así pudiera liberarse.

La escena galvanizó a Covenant. Era algo que comprendía. Se acercó a la puerta. Una Caballera le gritó, prohibiéndoselo. El no la escuchó.

Cuando llegó a la puerta, el brazo se retiró, apareciendo una cara aplanada, que se apretaba contra la reja. Unos ojos impávidos le miraban. El horror que sintió casi le hizo perder el equilibrio. El prisionero era uno de los haruchai, perteneciente al pueblo de Bannor, que había hecho su hogar en la firmeza de las Montañas Occidentales. El rostro característico de la raza que habían formado los Guardianes de Sangre era inconfundible. Era inequívoco su parecido con Bannor, quien tan a menudo había salvado su vida.

En Andelain, el espectro de Bannor, había dicho: Redime a mi pueblo. Su estado es una abominación.

Suprimiendo el tono característico de su lengua nativa, el haruchai dijo:

Ur-Amo Thomas Covenant, Incrédulo y Portador del Oro Blanco. Yo te saludo. Eres bien recordado entre los haruchai —el implacable rigor de su personalidad parecía incapaz de súplica—. Yo soy Brinn. ¿Vas a liberarnos?

Luego, un hierro caliente golpeó la parte posterior de su cuello y se tambaleó como un inválido, penetrando en la oscuridad.

Su inconsciencia era una agonía y no podía hacer nada para mitigarla. Al principio estaba sordo y ciego; pero luego la oscuridad se convirtió en lluvia. Torrentes frenados por el granito bajaban por las paredes, formando cascadas en los aleros y parapetos antes de estrellarse estrepitosamente contra el suelo. El ruido lo devolvió en sí. En seguida tuvo consciencia del contacto de las mantas contra su piel y de la insensibilidad de sus dedos; el entumecimiento del fracaso.

Recordando la lepra, lo recordó todo con una precisión que le hizo presionar su cara contra el lecho, agarrando fuertemente la manta con las manos. Vain, los haruchai. El ataque de las Caballeras.

Aquella puerta escondida que conducía a la cámara de los secretos y a la mazmorra.

Era la misma clase de puerta que el Despreciativo había utilizado antes en su guarida. ¿Qué hacía una puerta así en Piedra Deleitosa? Todo su cuerpo se estremeció. Al intentar moverse notó que su cuello estaba rígido y dolorido. Pero los huesos se mantenían intactos y el daño en sus músculos no parecía grave.

Cuando abrió los ojos encontró a Gibbon sentado al lado de su cama. La beata cara del na-Mhoram estaba tensa, expresando preocupación, pero en sus colorados ojos, sólo había peligro.

Con un rápido vistazo, Covenant comprobó que estaba acostado en la habitación de su suite. Hizo un esfuerzo para sentarse. Su espalda y sus hombros le dolieron agudamente, pero el cambio de posición le permitió dar un vistazo a su mano derecha.

El anillo estaba todavía allí. Fuera lo que fuera lo que el Clave intentaba, no incluía robarle el oro blanco.

Esto le consoló. Miró nuevamente al na-Mhoram e intuitivamente decidió no sacar a debate el asunto de la puerta. Había muchos peligros a considerar.

—Sin duda —dijo Gibbon con la máxima suavidad—, el cuello te duele, pero eso pasará. Swarte empleó demasiada fuerza. Ya la he reprendido por ello.

—¿Cuánto…? —la herida parecía haber afectado su voz. Apenas podía susurrar—. ¿Cuánto tiempo he permanecido inconsciente?

—Estamos a mediodía del segundo día de lluvia.

¡Maldita sea!, murmuró Covenant en su interior. Por lo menos, todo un día. Trató de estimar a cuanta gente habría podido matar el Clave durante aquel período de tiempo, pero no lo logró. Tal vez hubieran matado a Brinn. Desechó la idea.

—Akkasri —dijo, llenando el nombre de acusación.

Gibbon asintió con calma.

—Akkasri na-Mhoram-in.

—Tú me mentiste.

La estupidez del na-Mhoram parecía impermeable a cualquier ofensa.

—Quizás. Mi intención no era errónea. Tu viniste a Piedra Deleitosa lleno de hostilidad y suspicacias. Tuve que hallar medios para disminuir tu desconfianza y, al mismo tiempo, ponerme en guardia contra ti por si tuvieras malas intenciones. Por lo tanto, te dije que Akkasri era de las na-Mhoram-cro. Deseaba ganar tu confianza. En esto no iba equivocado. Como na-Mhoram-cro, Akkasri podía contestarte muchas preguntas sin mostrarte ninguna amenaza de poder. Creí conveniente hacerlo así en vista de tu trato con Memla na-Mhoram-in. Lamento que el resultado haya sido negativo.

Aquello parecía razonable; pero Covenant lo rechazó con un movimiento de cabeza. Inmediatamente, un pinchazo de dolor le hizo contraerse. Murmurando algo para sí, se frotó el cuello. Luego cambió de tema, intentando desconcertar a Gibbon.

—¿Qué demonios estás haciendo con uno de los haruchai en tu maldita prisión?

Pero el na-Mhoram parecía inmune al desconcierto. Cruzando los brazos, dijo:

—No deseaba que conocieras este hecho. Ahora crees que tienes suficientes razones para desconfiar. Yo deseaba que no tuvieras más razones hasta que conocieras la soberana importancia de nuestro trabajo.

Bruscamente Gibbon pasó a otro tema.

—Mediamano, ¿te llamó el haruchai por tu verdadero nombre? ¿Eres en verdad el ur-Amo Thomas Covenant, Incrédulo y Portador del Oro Blanco?

—¿Cuál es la diferencia? —murmuró Covenant.

—Este hombre se menciona con mucha frecuencia en las leyendas antiguas. Después del primer traidor, Thomas Covenant fue el mayor de los servidores de a-Jeroth.

—Eso es ridículo —la nueva distorsión de la historia del Reino lo desalentó. Pero estaba decidido a no caer en el cepo de Gibbon—. ¿Cómo es posible que yo sea aquel Thomas Covenant? En el lugar de donde vengo, este nombre es común, como lo son los anillos de oro blanco.

Gibbon le lanzó una mirada desafiante, pero Covenant no parpadeó. Mentira por mentira, murmuró con rabia.

Finalmente, el na-Mhoram, admitió:

—No pareces tener su edad.

Luego Covenant, prosiguió:

—Pero yo estaba hablando del haruchai.

—Mediamano, no tenemos preso a un haruchai. Tenemos sesenta y siete.

—¡Sesenta…! —Covenant no pudo evitar que el horror se asomara a su rostro.

—Ahí está —Gibbon le señaló—. Tenía razones para temer tu respuesta.

—¡Por Dios! —exclamó Covenant con fiereza—. ¡Deberías temer a los haruchai! ¿Sabes a lo que te estás enfrentando?

—Los respeto profundamente —la habitual calma del na-Mhoram era completa—. Su sangre es potente y preciosa.

¡Ellos eran mis amigos! Covenant casi no podía evitar que sus pensamientos fueran audibles.

—¿Qué demonios crees que estás haciendo?

—Mediamano, ya sabes que nuestro trabajo requiere sangre —Gibbon continuó esforzándose en parecer razonable—. En cuanto el Sol Ban crece, el Fuego Bánico debe crecer para resistirlo. Ya está muy lejano aquel día en que la gente del Reino podía satisfacer todas nuestras necesidades. Han pasado cinco generaciones desde que Offin na-Mhoram, que conducía entonces el Clave, tuvo que enfrentarse con la imposibilidad de llevar a cabo nuestro sueño. Había llegado al límite de lo que el Reino podía proveer y no era suficiente. No insistiré en su desesperación. Es suficiente decir que en aquel tiempo, por suerte o por milagro, los haruchai vinieron en nuestra ayuda.

Covenant se estremeció.

«Es verdad que no nos ayudaron voluntariamente. Cinco de ellos llegaron de las montañas occidentales en nombre de sus leyendas, en busca del Concejo. Pero Offin no dejó escapar aquella oportunidad. Capturó a los cinco. Con el paso del tiempo, cinco más vinieron en busca de los consanguíneos perdidos. También éstos fueron capturados. Eran fuertes y feroces, pero el poder del Fuego Bánico los amansó. Luego, más tarde, más haruchai llegaron en busca de los anteriores. Primero, de cinco en cinco, luego de diez en diez y luego llegaron por veintenas, con largos lapsos de tiempo entre llegada y llegada. Es un pueblo muy obstinado y generación tras generación han mantenido su intento. Generación tras generación, los que han venido han sido capturados —Covenant creyó ver un brillo de diversión en los rojos ojos de Gibbon—. A medida que se incrementaba el número de visitantes, crecía el Fuego Bánico. Ésta es la razón de que procuremos que no escape ninguno de ellos.

»Su más reciente incursión estaba formada por cinco veintenas de individuos, un verdadero ejército —la suavidad de Gibbon se asemejaba a la serenidad de un corazón puro—. De ellos quedan tres veintenas y siete».

Una abominación. Tras las palabras del na-Mhoram, Covenant deseó la violencia. Difícilmente pudo ocultar su estado de ánimo cuando preguntó:

—¿Y con esto crees que vas a convencerme de que eres mi amigo?

—Yo no persigo tu convicción ahora —replicó Gibbon—. Yo me explico para que comprendas el motivo de haberte ocultado este conocimiento y por qué Swarte te golpeó cuando hablaste con el haruchai.

«Debes percibir el alcance de nuestra consagración a la tarea que nos ha sido encomendada. Para nosotros, una vida o una veintena de vidas, o un millar de vidas, no son nada comparadas con la vida del Reino. El Sol Ban es inmensamente perverso y nuestro gasto ha de ser inmenso para combatirlo.

«También deseo que comprendas que tu ayuda, el servicio de tu anillo blanco, promete la redención del Reino y la salvación de muchas veces muchas vidas. ¿Es que nuestras ejecuciones te afligen? Entonces ayúdanos, para que la necesidad de sangre pueda llegar a su fin. No hay otra manera de que puedas ayudar al Reino».

Covenant mantenía la mirada fija en Gibbon. A través de sus dientes murmuró:

—Yo conocí al primer Mhoram. La última vez que estuve aquí le hice escoger entre la esperanza del Reino y la vida de una niña pequeña. El escogió la vida de la niña —no había palabras que pudieran articular la bilis que había en su boca—. Eres peor que el Sol Ban.

El esperaba que el na-Mhoram replicara; pero solamente parpadeó y dijo:

—Luego ¿es verdad que eres el Incrédulo?

—¡Sí! —dijo firmemente Covenant. Y prescindiendo de cualquier subterfugio o protección personal, añadió—: Y no voy a permitir vuestro genocidio con los haruchai.

—¡Ah! —Gibbon suspiró y se puso en pie—. Temía que llegaríamos a esto —hizo un gesto de conciliación—. Yo no quiero hacerte ningún daño. Pero sólo veo un medio de que podamos obtener tu ayuda. Convocaré el Clave para una Videncia. Ello nos revelará toda la verdad que puedas esconder. Las mentiras serán detectadas y los corazones abiertos —Gibbon se dirigió al umbral—. Ahora descansa, Mediamano. Come y recupera fuerzas. Circula por donde quieras. Sólo te pido que no te acerques a la Aumbrie ni a los calabozos hasta que lo que hay entre nosotros se haya resuelto. Te mandaré a buscar cuando la Videncia haya sido preparada.

Sin esperar respuesta, el na-Mhoram abandonó la suite.

Videncia, gruñó Covenant. Su voz interior sonaba como un canto de rana. Por Dios, ¡sí!

Ignorando el dolor de su cuello, se quitó las mantas, y se fue a la habitación contigua en busca de comida. Había una nueva bandeja en la mesa. La habitación había sido cerrada para protegerla de la lluvia y la atmósfera estaba ligeramente empapada de humo. Ahora, en la extraña seguridad de que el Clave no tenía razones para envenenarle, atacó la comida, devorándola para aplacar su hambrienta cólera. Pero no tocó la jarra de metheglin; no quería nada que pudiera empañar su lucidez o dañar sus reflejos. Intuyó que la Videncia de Gibbon sería una crisis y quería sobrevivir a ella.

Sentía una urgente necesidad de abandonar la suite y pasear por Piedra Deleitosa, mesurando su tensión y declararse contra la gran fortaleza; pero no lo hizo. Ejerciendo la disciplina de un leproso, se sentó en una de las sillas, extendió sus piernas sobre otra, descansó su dolorido cuello en el respaldo y se esforzó por mantenerse inmóvil. Músculo por músculo, su cuerpo se distendió, su frente se relajó, al tiempo que se suavizaba su pulso en un esfuerzo para lograr la concentración que requería para estar dispuesto.

En su mente aparecieron varias caras: Linden, Sunder, Brinn… El semblante de Brinn era tan autoritario como el de Bannor. Las facciones de Linden estaban distorsionadas, no por casualidad ni por sufrimientos, sino por miedo. A ellos les cerró su mente para que su propia pasión no le cegara. En su lugar, se puso a pensar en la puerta escondida que Vain había descubierto.

Podía sentir dentro de él la respuesta que luchaba en busca de claridad, pero estaba todavía bloqueada por sus preconcepciones. Sin embargo, su cercanía arrancaba de su cara gotas de sudor. No estaba preparado para la mendacidad que representaba. Mendacidad. Se colgó de esta idea y trató de concentrarse en sus implicaciones. Pero las manos de su mente eran medias manos, inadecuadas.

Una llamada en la puerta le hizo incorporarse. Un fuerte dolor sacudió su cuello; gotas de sudor salpicaron el suelo.

Antes de que pudiera abandonar su silla, la puerta se abrió. Memla entró en la habitación.

La atmósfera gris enmarcaba su pálido rostro. Cogía su rukh como si quisiera azotarle con él, pero no tenía llama. Sus ojos denotaban una espontánea sinceridad.

—¡Falsos! —gritó—. ¡Han sido falsos conmigo!

El se levantó, dando bandazos, para encararse a ella a través de la mesa.

Ella abrió la boca momentáneamente, en espera de que le salieran palabras, incapaz de comprimir la enormidad de su indignación en una mera frase. Luego estalló:

—¡Están aquí! ¡Santonin! ¡Santonin y tus compañeros! ¡Todos están aquí!

Covenant se agarró fuertemente a la mesa para no caerse. Mientras tanto, ella prosiguió:

—Dos pedrarianos y una extranjera, en la prisión —la furia obstruía su respiración—. Vi a Santonin donde no esperaba ser visto. El na-Mhoram me ha mentido directamente. ¡A mi! Me he enfrentado a Santonin y me ha revelado la verdad. Me ha dicho porqué se me mandó a mí y a otros a buscarte. ¡Y sonriendo! No para escoltarte, no. Para asegurarse de que tú no pudieras alcanzarlo. Llegó a Piedra Deleitosa el segundo día del Sol Fértil. ¡Un día antes que nosotros!

¿Un día? Algo en Covenant se rebeló. ¿Un día? Pero Memla continuó explicándose:

—Si yo no te hubiera detenido; si hubieras caminado durante la noche, te habrías encontrado con él antes del amanecer. Pasó muy cerca de mí.

Con un incontrolado gesto, Covenant empujó la bandeja de la mesa, tirándola al suelo. Los recipientes de piedra se quebraron. El metheglin se derramó. Pero él se quedó más tranquilo.

—Memla —había sido injusto con ella. Había recuperado el control de sus miembros y de su objetivo; pero no podía controlar su voz—. Llévame ante Gibbon.

Ella se quedó mirándole. Su petición la cogió de improviso.

—Debes huir. Estás en peligro.

—Ahora —él necesitaba moverse, empezar en seguida, para que el temblor de su pecho no se extendiera a sus piernas—. Llévame ante él ahora mismo.

Ella vaciló. Luego asintió con un leve movimiento de cabeza.

—Sí, es correcto.

Dio la vuelta sobre sus talones, y salió de la habitación.

La siguió con angustia y furia. Ella le condujo hacia abajo, hacia los cimientos de Piedra Deleitosa, a través de un camino que recordaba. Era un descenso largo, pero parecía pasar muy deprisa. Cuando ella entró en una sala, que le era familiar, iluminada con antorchas, él reconoció el lugar donde los Amos del Concejo tenían sus dependencias privadas.

El ancho y redondo atrio detrás de la sala no era tal como él lo recordaba. El suelo era de granito brillante, tan liso como si hubiera sido pulido por siglos de uso y cuidado. El techo era muy alto y las paredes estaban marcadas a intervalos por salientes, por los cuales otros niveles de la fortaleza comunicaban con las viviendas espaciadas alrededor de la base de la cavidad. Estas cosas concordaban con su recuerdo. Pero la luz era completamente diferente. Los Amos no necesitaban antorchas. El mismo suelo estaba iluminado con Energía de la Tierra. De acuerdo con antiguas leyendas, la piedra había sido encendida por Kevin Pierdetierra y el Bastón de la Ley. Pero aquella iluminación, máxima expresión del calor y fidelidad del Concejo, ya no estaba. Las antorchas que la reemplazaban parecían, en comparación, excesivamente brillantes e ineficaces.

Covenant no tenía ni tiempo ni podía malgastar su atención en milagros perdidos. Una veintena de miembros del Clave se hallaban alrededor del centro de la sala. Todos tenían sus rukhs a punto; y el cetro de na-Mhoram los dominaba. Todos se volvieron al oír las pisadas de Covenant. Las capuchas escondían sus caras.

Dentro de su círculo había una losa de piedra similar a un catafalco. Un ser estaba encadenado a ella con gruesos grilletes de hierro. Era uno de los haruchai.

Cuando Covenant se adelantó a Memla para acercarse al círculo, reconoció a Brinn.

—Mediamano —dijo el na-Mhoram. Por primera vez Covenant oyó a Gibbon en un tono excitado—. La Videncia está preparada. Todas las preguntas quedarán contestadas ahora.