DIECISIETE. El impulso de la sangre

El Sol ascendió, con su manto amarronado y potente, absorbiendo el jugo vital del Reino. La presión del calor era como si el cielo cayera con todo su peso. El suelo desnudo quedaba cocido y duro semejante a travertino. El fango suelto se convertía en arenilla y la arenilla en polvo, hasta que la atmósfera se impregnaba de marrón y de toda la superficie se levantaban nubes como vapor muerto. Vagos espejismos bordeaban los horizontes como avatares del Sol Ban.

Pero la fuerza de los Waynhim continuaba en las venas de Covenant. Corría con tanta facilidad y su velocidad era tal que no podía pararse ni por decisión propia; la potencia de sus músculos era increíble; la alegría exaltaba su corazón; aquella velocidad era preciosa para él. Sin esfuerzo alguno, corría como los Ranyhyn.

Las distancias recorridas eran medidas en su mapa mental, con nombres de regiones tan vagamente recordadas que no podía acertar cuando los había oído por primera vez.

A través de la extensa tierra salvaje de Fregavientos: once leguas. Por las escabrosas colinas de Kurash Festillin: tres leguas.

Hacia mediodía, se había afirmado a un paso largo y veloz que devoraba distancias como si su apetito por ello fuera insaciable. Fortificado con vitrim y poder, era inmune al calor, al polvo y a la alucinación.

Vain le seguía como si aquel producto de Demondim hubiera sido hecho especialmente para tales velocidades. Corría leguas y leguas con tal ligereza que el suelo parecía saltar bajo sus pies.

En las anchas explanadas de Victuallin Tayne, donde siglos atrás florecían grandes cosechas: diez leguas. Por el largo collado de piedra de Greshas hasta las tierras altas: dos leguas. Rodeando la cavidad seca del Lago Transparencia en el centro de Andelainscion, antiguo frutero del Reino; cinco leguas.

Covenant se movía como un sueño de fortaleza. No tenía sentido del tiempo ni dé los pasos otrora medidos por el esfuerzo y el sudor. Los Waynhim habían pagado este poder para cedérselo y se encontraba libre para correr y correr. Cuando la noche se le vino encima, temió verse obligado a acortar el paso; pero no lo hizo. Las estrellas bruñían la hosca noche del desierto y salió la Luna, en creciente, vertiendo plata en la desolada tierra. Sin vacilación ni dificultad alguna, le arrancó a la oscuridad los nombres.

Por los Eriales del Centro: catorce leguas. Bajando por los campos de Ricamarga, un tesoro de las Llanuras, arruinado por el Sol Ban: seis leguas. En la sierra de Emacrimma: tres leguas. Cruzando por Peña Fash, una confusión de ruinas como los restos de una catástrofe: diez leguas.

La noche se desplegó como un oriflama, extendiéndose sobre los Llanos y replegándose luego; pero él seguía corriendo al amanecer. Dejando atrás la Luna y las estrellas, vio la salida del Sol cuando se encontraba en el cauce seco del río Aliviaalmas, a más de cinco veintenas de leguas de Fustaria Poderdepiedra. La velocidad era para él tan preciosa como un regalo del corazón. Con Vain siempre a su espalda, seguía tomando sorbos de vitrim, dejando atrás el Aliviaalmas y dejando atrás las Llanuras Centrales para correr y correr, en dirección Noroeste, hacia Piedra Deleitosa.

Sobre el gran llano de Guardarríos: cinco leguas. A través de los pantanos de Carasgrises, que el Sol Desértico hizo transitables: nueve leguas. En las rocas altas de Tierrabanda: tres leguas.

Ahora el Sol estaba encima de él y llegó al final de su exaltación. Su extraordinaria fuerza no había disminuido; no aún, pero empezó a intuir que lo haría. Este pensamiento le produjo una sensación de fracaso. Conscientemente, aceleró la marcha, tratando de sacar el máximo posible de leguas de aquel regalo del rhysh de Hamako.

A través del ancho paso ondulado de la Montada: doce leguas.

Gradualmente recobró su naturaleza humana. El mantenimiento de aquella velocidad ya requería su esfuerzo. Su garganta empezaba a acusar el polvo.

Entre las colinas de Consecear Redoin, lisas como una suave manta arrugada: siete leguas.

Cuando el Sol lanzaba sus últimos rayos en su puesta tras las montañas occidentales, él descendía de las colinas, tambaleándose y con la boca abierta. Nuevamente era un ser mortal. El aire abrasaba sus pulmones cada vez que respiraba.

Durante un rato descansó en el suelo, manteniéndose tendido hasta que su respiración se hizo más fácil. Sin decir nada, observó a Vain para detectar en él algún signo de fatiga; pero la piel negra del Demondim era poco visible al anochecer y nada pudo sacar en claro. Pasado el tiempo de descanso, Covenant tomó dos sorbos de vitrim y se puso en marcha.

No sabía cuánto tiempo había ganado; pero era el suficiente para renovar su esperanza. ¿Le llevaban sus compañeros dos días de ventaja? ¿Tres? Podía esperar que el Clave no les hubiera hecho ningún daño en dos o tres días. Si lograba no retrasarse.

Prosiguió su camino apresuradamente, tratando de caminar durante la noche. Necesitaba dormir, pero su cuerpo no se hallaba tan cansado como era usual después de una marcha de cinco leguas. Ni siquiera le dolían los pies: El poder y el vitrim de los Waynhim lo habían sostenido maravillosamente. Con el frescor del aire para mantenerse alerta, esperaba cubrir más distancia antes de pararse a descansar.

Pero a una legua de su camino divisó un fuego a su izquierda.

Pudo haberlo pasado de largo, ya que estaba bastante lejos, pero se encogió en un gesto de preocupación y se dirigió directamente al fuego. Su involuntaria esperanza de haber dado con sus amigos exigía una respuesta. Y si aquella luz representaba alguna amenaza, no quería dejarla atrás hasta saber qué era.

Pisando un terreno duro e irregular avanzó hacia su objetivo hasta que pudo distinguir algunos detalles.

La luz procedía de un simple fuego de acampado. Unos troncos de madera ardían brillantemente. Había un haz de leña cerca de tres grandes sacos.

Una persona vestida de un rojo vivo estaba sentada ante el fuego, con una capucha echada hacia atrás, revelando la línea facial y el pelo veteado de gris de una mujer de mediana edad. Llevaba algo negro alrededor del cuello.

Aquella persona le llevó a la memoria un vago recuerdo, como si hubiera visto alguien similar a ella; pero no podía recordar dónde ni cuándo. Luego movió las manos y Covenant vio que empuñaba un pequeño cetro de hierro con un triángulo en su extremo. Las maldiciones chocaron contra sus dientes. Descubrió su identidad por la descripción que había hecho Linden del Caballero de Pedraria Cristal.

Reprochándose su curiosidad, empezó a retroceder. Aquel Caballero no era el que buscaba. La Gravanélica de Fustaria Poderdepiedra había dicho que el raptor de Linden, Santonin na-Mhoram-in, era un hombre. Y Covenant no tenía intención de arriesgarse contra ningún miembro del Clave hasta que no fuera imprescindible. Con toda cautela, se apartó de la luz.

De súbito, oyó un rugido. Un gran bulto salió de la oscuridad plantándose frente a él impidiéndole alejarse del fuego. Con rugidos amenazantes, aquella cosa avanzaba como el muro de una casa.

Luego, una voz cortó la noche.

—¡Din!

La Caballera estaba observando a Covenant y a Vain.

—¡Din! —ordenó—. Tráemelos aquí.

La bestia continuó aproximándose, forzándolos a acercarse al fuego. Cuando penetró en el área iluminada pudo ver las dimensiones del inmenso animal.

Tenía la cara y los colmillos de un dragón, pero su largo cuerpo se parecía al de un caballo; un caballo con unos hombros tan altos como la parte superior de su cabeza, un lomo lo suficiente grande para llevar cinco o seis personas, y un pelo tan largo que le llegaba a los muslos. Detrás de cada tobillo le salía una larga espuela espinosa como un sable.

Sus ojos eran rojos y maliciosos y su rugido vibraba con ira. Covenant trató de retirarse sin aproximarse demasiado a la Caballera.

Vain le seguía con calma, dando la espalda a la bestia.

—¡Mediamano! —gritó la Caballera con sorpresa—. Me han mandado a buscarte, pero no esperaba encontrarte tan pronto —un momento después añadió—: No temas a Din. Es fiel. Los corceles son criaturas del Sol Ban. Por tanto no tienen necesidad de comer carne. Y han sido paridos para obedecer. Nunca levantarán sus colmillos ni sus sables sin orden mía.

Covenant puso el fuego entre él y la mujer. Ella era baja y cuadrada, de nariz roma y barbilla saliente. Llevaba el cabello atado en la nuca, descuidadamente, como si no tuviera interés en cuidar los detalles de su apariencia. Pero tenía la mirada directa. La tela negra que colgaba alrededor de su cuello ritualizaba la parte delantera de su vestidura como una casulla.

Covenant no se fiaba de ella, en absoluto. Pero le pareció mejor arriesgarse con ella que con su corcel.

—Aquí estoy —dijo, con una silenciosa maldición por el temblor de su voz—. Dile que se vaya.

Ella le miró por encima de las llamas.

—Como tú ordenes —sin desviar su mirada, dijo—: ¡Vete Din! Vigila y aguarda.

La bestia emitió un rugido de contrariedad. Pero dio la vuelta y trotó, desapareciendo en la noche.

En un tono desenfadado y normal, la Caballera preguntó:

—¿Estás satisfecho?

Covenant contestó con un encogimiento de hombros.

—Cumple tus órdenes —no se relajó ni un ápice de su cautela—. ¿Qué satisfacción quieres que tenga?

Ella se comportaba como si tuviera razones para desconfiar de él y no quisiera demostrarlo.

—Tú dudas de mi, Mediamano. Sin embargo, parece que es mío el derecho a dudar de ti.

Bruscamente él respondió:

—¿Cómo puedes imaginar eso?

—En Pedrada Cristal desafiaste a Sivit na-Mhoram-wist en su legítima reclamación, y a punto estuviste de matarlo; pero yo te advierto —su tono delató involuntariamente su aprensión—. Soy Memla na-Mhoram-in. Si tratas de hacerme daño, no te será tan fácil conseguirlo. —Sus manos se aferraron al rukh, pero no lo levantó.

El reprimió una colérica respuesta.

—Pedraria Cristal está a unas ciento cincuenta leguas de aquí. ¿Cómo puedes saber lo que allí pasó?

Ella vaciló un momento; luego decidió hablar.

—Con la destrucción de su rukh, Sivit quedó indefenso. Pero el fallo de cada rukh es detectado en Piedra Deleitosa. Otro Caballero que casualmente estaba en aquella región fue enviado inmediatamente en su ayuda. Luego, aquel Caballero habló con su rukh a Piedra Deleitosa, contando la historia. Yo ya lo sabía antes de que me enviaran a buscarte.

—¿Te enviaron? —preguntó Covenant, pensando, ¡cuidado!, cada cosa a su tiempo—. ¿Por qué? ¿Cómo sabías que yo iba a venir?

—¿A qué otro lugar, si no a Piedra Deleitosa, iría Mediamano con su anillo blanco? —preguntó a su vez ella—. Dejaste Pedraria Mithil, que está en el Sur, y luego apareciste en Pedraria Cristal. Tu destino era claro. En contestación a tus preguntas te diré que yo fui… pero no sola. Siete del Clave están distribuidos por toda esta región, para que no llegaras a la fortaleza sin previo aviso. Fuimos enviados para escoltarte si vienes como amigo. Y para advertirte si vienes como enemigo.

Deliberadamente, Covenant mostró su cólera.

—No me mientas. Fuiste enviada a mi encuentro para matarme. Cada pueblo del Reino recibió la orden de matarme en cuanto me vieran. Tu pueblo cree que soy una especie de amenaza.

Ella le estudió por encima de las llamas danzantes.

—¿Es que no lo eres?

—Eso depende. ¿De qué lado estás tú? ¿Del Reino o del Amo Execrable?

—¿El Amo Execrable? Este nombre me es desconocido.

—Llámale a-Jeroth. A-Jeroth de los Siete Infiernos.

Ella se endureció.

—¿Me preguntas si yo sirvo a a-Jeroth? ¿Has recorrido todas esas distancias en el Reino y no te has enterado de que el Clave se dedica enteramente al mejoramiento del Sol Ban? Para acusarme…

El la interrumpió como un hachazo.

—Pruébalo. —Y señalando enérgicamente su rukh añadió—. Baja eso. No les digas que he venido.

Ella se mantuvo inmóvil, atrapada bajo cierta indecisión.

—Si tú realmente sirves al Reino —prosiguió—, no necesitas tener miedo de mí. Pero yo no tengo ninguna razón para confiar en ti. ¡Maldita sea! ¡Has estado tratando de matarme! No me importa si eres más dura que Sivit —dijo, mostrando su anillo y esperando que ella no se apercibiera de su incapacidad—. Voy a desarmarte, a menos que me des una razón para no hacerlo.

Lentamente, los hombros de la Caballera se aflojaron. Con voz tensa dijo:

—De acuerdo. —Cogió su cetro por el triángulo y se lo lanzó por encima del fuego. El lo aceptó con la mano izquierda para tenerlo alejado del anillo. Aquello disminuyó su tensión. Introdujo el hierro en su correa, luego acarició su barba para guardarse de incurrir en cualquier error y empezó a componer sus preguntas.

Antes de que pudiera hablar, Memla dijo:

—Ahora estoy indefensa ante ti. Me he puesto en tus manos. Pero deseo que comprendas al Clave antes de que decidas mi condena. Durante generaciones, los que leen el porvenir han predicho la venida de Mediamano y del anillo blanco. Ellos lo vieron como un presagio de destrucción para el Clave; una destrucción que sólo tu muerte podía impedir.

«Mediamano, somos el último bastión de poder en el Reino. Todo lo demás ha sido destruido por el Sol Ban. Sólo nuestro poder, constante y vigilante, preserva cualquier vida desde el Declive del Reino hasta las Montañas Occidentales. ¿Qué podría significar nuestra destrucción excepto la mayor calamidad del Reino? Es por ello que hemos decretado tu muerte.

«Pero la narración de Sivit tuvo un gran significado para Gibbon na-Mhoram. Tú poder fue revelado al Clave por primera vez. Los na-Mhoram se reunieron en concejo durante varios días, y al final decidieron hacer frente a tu provocación. Un poder como el tuyo, declaró, es raro y precioso, y debe ser utilizado en vez de resistido. Es mejor, dijo, buscar tu ayuda, aún arriesgando el cumplimiento de la palabra de los profetas, que perder la esperanza de poder utilizar tu fuerza. Por lo tanto, no te persigo para hacerte daño como hizo Sivit, por propia iniciativa.

Covenant escuchaba atentamente, cuidando su habilidad de escuchar, tanto si decía la verdad como si no. Sunder y Hollian le habían enseñado a temer al Clave. Pero necesitaba llegar a Piedra Deleitosa, y llegar allí de forma que no aumentara el peligro para sus amigos. Por ello decidió intentar una tregua con Memla.

—Muy bien —dijo, moderando su tono—, lo acepto; por ahora. Pero hay algo que quiero que comprendas. Yo no levanté un solo dedo contra Sivit hasta que él me atacó. —El no tenía recuerdo de la situación; pero no se sentía en la obligación de ser escrupulosamente veraz. Insistiendo por su seguridad, añadió—: El me forzó. Todo lo que yo quería era a la eh-Estigmatizada.

Esperaba que le preguntara por qué quería a la eh-Estigmatizada. Sin embargo, su frase siguiente le cogió por sorpresa:

—Sivit dijo que parecías estar enfermo.

Un escalofrío invadió su espina dorsal. Cuidado, se alertó. Ten cuidado.

—La fiebre del Sol Ban —respondió con el sentimiento de no ser honesto—. Me estaba recuperando.

—Sivit dijo también —prosiguió—, que ibas acompañado de un nombre y una mujer. El hombre era pedrariano, pero la mujer parecía extraña al Reino.

Covenant se decidió arriesgarse con la verdad.

—Ellos fueron capturados por un Caballero. Santonin na-Mhoram-in. He ido en su persecución durante días.

El esperaba cogerla por sorpresa y obtener de ella alguna revelación, pero respondió, arrugando la frente:

—¿Santonin? Ha estado ausente de Piedra Deleitosa durante muchos días, pero no creo que haya capturado a nadie.

—Capturó a tres —replicó Covenant con voz áspera—. Puede estar a más de dos días por delante de mí.

Ella consideró por un momento la respuesta de Covenant. Luego sacudió la cabeza.

—No. Si hubiera cogido a tus compañeros lo habría comunicado a los Caballeros con su rukh. Yo soy na-Mhoram-in. La noticia no me habría sido ocultada.

Sus palabras le dieron la amarga sensación de estar con el agua al cuello, cazado en una trampa de falsedad sin posibilidad de salvación. ¿Quién estaba mintiendo? ¿La Gravanélica de Fustaria Poderdepiedra Santonin, para quedarse con el fragmento de la piedra Illearth? Su incompetencia para discernir la verdad hirió a Covenant como un ataque de vértigo. Pero luchó para mantener su semblante impasible.

—¿Acaso crees que lo estoy inventando?

Memla era, o una consumada mentirosa o una brava mujer. Enfrentó su mirada y dijo con sencillez:

—Creo que no me has contado nada acerca de tu fiel compañero —dijo, señalando a Vain.

El Demondim no había movido un músculo desde que había llegado junto al fuego.

—El y yo hemos hecho un trato —respondió Covenant—. Yo no hablo de él y él no habla de mi.

Los ojos de Memla se achicaron. Lentamente dijo:

—Eres un misterio, Mediamano. Entras en Pedraria Cristal con dos compañeros. Arrebatas a Sivit una eh-Estigmatizada. Muestras tu poder. Escapas. Cuando apareces de nuevo, increíblemente tus tres compañeros han desaparecido y han sido reemplazados por ese enigma negro. Y pides que se confié en ti. ¿Es el poder lo que te da tanta arrogancia?

¿Esto es arrogancia?, murmuró Covenant para sí. Ya te enseñaré lo que es arrogancia. Con un gesto desafiante, sacó el rukh de su correa y lo lanzó hacia ella.

—Muy bien —dijo—, habla con Piedra Deleitosa. Diles que voy hacia allí. Diles que cualquiera que se atreva a tocar a mis compañeros va a responder por ello.

Memla quedó sobrecogida por su determinación y vaciló. Miró el hierro y luego a él, debatiéndose rápidamente con ella misma. En seguida tomó su decisión. De mala gana guardó el rukh entre sus ropas y, enderezándose la casulla negra, suspiró.

—Como tú quieras —su mirada se ensanchó—. Si tus compañeros han sido realmente llevados a Piedra Deleitosa, yo respondo de su seguridad.

Su decisión aminoró la desconfianza de Covenant. Pero no se sentía aún satisfecho.

—Sólo otra cosa más —dijo, en tono tranquilo—. Si Santonin hubiera estado en camino a Piedra Deleitosa mientras tu venías hacia aquí, ¿pudo cruzarse sin que tuvieras conocimiento de ello?

—Francamente —respondió ella con un cansado levantamiento de hombros—, el Reino es grande. Y yo soy sólo una mujer. Solamente los Caballeros conocen el lugar y estado de cada rukh. Aunque siete de nosotros fuimos enviados a esperarte, un Caballero podría pasar sin ser detectado, si así lo deseara. Yo confío en Din para vigilar y aguardar, pero cualquier Caballero puede imponer silencio a Din, y yo no soy más sabia que los otros. Así que si quieres creer que Santonin ha hecho algo a escondidas, no puedo contradecirte. Por favor, —continuó, con voz fatigada—, yo ya no soy joven y la desconfianza me cansa mucho. Debo descansar —encorvándose como una anciana, se sentó cerca del fuego—. Si sabes lo que te conviene, tú también descansarás. Estamos a sesenta leguas de Piedra Deleitosa, y un corcel no es un palanquín.

Covenant miró a su alrededor y consideró la situación. Se encontraba demasiado tenso y atrapado para descansar. Pero no intentó escapar de Memla. Quería la velocidad de su montura. Puede que fuera honesta o que no lo fuera; pero probablemente él no conocería la verdad hasta que llegara a Piedra Deleitosa. Después de un momento, también él se sentó.

Con la mente en otra parte, desató la bolsa de vitrim de su correa y tomó un pequeño sorbo.

—¿Quieres algo de comida o agua? —preguntó ella—. Tengo de todo —dijo, señalando hacia los sacos que estaban cerca de la leña.

El movió la cabeza negativamente.

—Tengo lo bastante para un día o más.

—Desconfías.

Buscando en un saco, Memla estiró una manta y la extendió en el suelo. Dando la espalda a Covenant se acostó, y tiró de la manta cubriéndose los hombros como para protegerse de sus suspicacias. Covenant la miraba a través de las llamas agonizantes. Sentía unos escalofríos que no tenían nada que ver con el aire de la noche. Memla na-Mhoram-in cuestionaba demasiadas de sus suposiciones. Casi no le preocupaba que ella arrojara dudas sobre su desconfianza respecto al Clave; él sabría como considerar el Clave cuando hubiera aprendido más acerca del Sol Ban. Pero el ataque a sus preconcepciones acerca de Linden y Santonin, le dejaron sudando. ¿Era Santonin una especie de bribón? ¿Se trataba de un intento directo del Amo Execrable para poner las manos en el anillo? ¿Un ataque similar a la posesión de Joan? La falta de respuestas le hicieron gemir en silencio.

Si Linden no estuviera en Piedra Deleitosa, necesitaría la ayuda del Clave para localizar a Santonin y él tendría que pagar por aquella ayuda con su cooperación y vulnerabilidad.

Acariciándose la barba como si pudiera obtener sabiduría de la piel de su cara, miró la espalda de Memla y trató de reunir presciencia. Pero no pudo suprimir el temor de ser forzado a rendir su anillo.

No. Esto no, por favor. Apretó sus dientes contra su miedo. El futuro era una pregunta de leproso. A él se le había enseñado una y otra vez que la respuesta radicaba en la dedicación exclusiva a las exigencias del presente. Pero nunca se le había enseñado cómo lograr tal dedicación exclusiva, cómo suprimir sus propias autocontradicciones.

Finalmente dormitó. Pero su adormecimiento era espasmódico. La noche era prolija en fragmentarias pesadillas de suicidio, visiones del autoabandono de un leproso, que lo aterrorizaban porque estaban muy próximas a los acontecimientos provocados por su mala suerte y a la manera en que se había entregado a sí mismo por Joan. Despertándose repetidamente, se esforzó en eludir sus sueños; pero en tanto volvía a la inconsciencia renovaban su omnipresente dominio.

Poco antes del amanecer, Memla se levantó. Quejándose de la rigidez de sus huesos, cogió unos cuantos leños para avivar el fuego, y luego puso a calentar un recipiente de agua en las llamas. Mientras el agua se calentaba, puso su frente en el fango en dirección a Piedra Deleitosa y rezó unas oraciones en una lengua que Covenant no pudo comprender.

Vain la ignoró como si se hubiera vuelto de piedra.

Cuando el agua se hubo calentado lo suficiente, usó una parte de ella para lavarse las manos, cara y cuello. El resto se la ofreció a Covenant. El la aceptó. Después de la noche que había pasado, necesitaba reconfortarse de alguna manera. Mientras él se lavaba lo mejor posible, Memla tomó comida de uno de sus sacos, para preparar el desayuno.

Covenant no aceptó sus manjares. En verdad, ella no había hecho nada amenazante contra él. Pero era una Caballera del Clave. Mientras todavía le quedara vitrim no estaba dispuesto a arriesgarse a comer de sus alimentos. Y también, admitió para sí, quería mantener presente su desconfianza. Le debía, al menos, tal franqueza.

Ella se ofendió por su rechazo.

—La noche no te ha enseñado cortesía. Estamos a cuatro días de Piedra Deleitosa, Mediamano. Tal vez piensas vivir del aire y el polvo cuando el líquido de tu bolsa se acabe.

—Lo que quiero demostrar —articuló—, es que confiaré en ti exactamente hasta donde deba hacerlo. No más.

Ella simplemente frunció el entrecejo, pero no replicó.

Pronto empezó a clarear. Moviéndose deprisa ahora, Memla recogió sus provisiones. Tan pronto como hubo atado sus sacos, unió sus bultos y los ató, dejando entre ellos un largo de cuerda. Luego levantó la cabeza y gritó:

—¡Din!

Covenant oyó ruido de cascos. Un momento después, apareció al trote el corcel.

Ella lo trataba con confianza y familiaridad. Obedeciendo a un gesto, Din se agachó apoyándose su vientre en el suelo. Entonces ella empezó a cargarlo, levantando los bultos y colocándolos sobre su lomo, de forma que colgaran en pares, equilibrando su peso. Luego, agarrándose a su largo pelo, se montó en él, sentándose cerca de sus hombros.

Covenant balbuceó antes de seguirla. Nunca se había sentido seguro montado en un caballo, en parte, debido a la fuerza de esos animales y también a la distancia que lo situaban del suelo; y el corcel era mucho más grande y peligroso que cualquier caballo. Pero no podía escoger. Cuando Memla le urgió a montarse, con voz irritada, él se agarró a su valor con ambas manos y subió, colocándose detrás de ella.

Din se levantó. Covenant se sujetó para no caerse. Un espasmo de vértigo hizo que todo le diera vueltas cuando Memla hizo girar a Din para encararse a la salida del Sol. El Sol asomó por el horizonte despidiendo calor amarronado. Casi al momento, la bruma hizo ondular el paisaje en la distancia, distorsionando todo el terreno. Los recuerdos de la ayuda que los Waynhim le habían dado, entraron en conflicto con su vértigo y con su sorpresa ante la inmunidad de Memla.

En respuesta a la pregunta que no había formulado, ella dijo:

—Din es una criatura del Sol Ban. Su cuerpo nos resguarda al igual que lo haría la piedra.

Luego puso a su bestia en dirección a Piedra Deleitosa.

El andar de Din era inesperadamente suave; y su pelo le daba a Covenant un medio seguro de sujetarse. Empezó a recuperar el equilibrio. El suelo todavía le parecía tremendamente lejano, pero ya había perdido aquella sensación de que iba a caerse. Delante de él, Memla estaba sentada con las piernas cruzadas cerca de los hombros del corcel. Confiando en sujetarse con sus manos en el momento en que una sacudida le hiciera perder el equilibrio. Al cabo de un rato él siguió su ejemplo. Con sus puños agarrados constantemente al pelaje de Din, procuró situarse en la posición más segura.

Memla no había ofrecido asiento a Vain. Aparentemente había decidido tratarlo exactamente como él la había tratado a ella. Pero Vain no necesitaba ir a caballo de ninguna bestia. Galopando sin esfuerzo detrás de Din, no daba señal alguna de que fuera consciente de lo que estaba haciendo. Covenant cabalgó toda la mañana en silencio, pegado a la espalda del corcel y tomando sorbos de vitrim cuando el calor se lo pedía. Pero a mediodía, cuando Memla decidió reanudar el viaje, después de un breve descanso, él sintió deseos de hacerla hablar. Quería información; la magnitud de su ignorancia le amenazaba. Envaradamente le pidió que le hablara de la Rede del Clave.

—¡La Rede! —exclamó por encima de su hombro—. Mediamano, el tiempo ante nosotros se cuenta por días, no por vueltas de Luna.

—Resúmelo —replicó—. Ya que no me quieres muerto, es posible que desees ayudarme. Necesito saber con qué me estoy enfrentando.

Ella se mantuvo callada.

Deliberadamente, Covenant dijo:

—En otras palabras, tú me has estado mintiendo.

Memla se inclinó bruscamente hacia adelante, carraspeó y escupió por detrás del hombro de Din. Pero cuando habló, su tono era suave, casi tímido.

—La Rede tiene un alcance muy grande y complejo. Comprende todo el conocimiento acumulado por el Clave con referencia a la vida en el Reino y a la supervivencia bajo el Sol Ban. Es tarea de sus Caballeros divulgar estos conocimientos por todo el Reino, de forma que las pedrarias y las fustarias puedan sobrevivir.

Estupenda, musitó Covenant para sí. Y secuestrar a su gente para obtener sangre.

«Pero estos conocimientos tienen muy poco valor para ti. Tú has vivido bajo el Sol Ban sin sufrir daño alguno. ¿Qué sentido tiene entonces hablarte de la Rede?

«Y aún deseas comprensión. Mediamano, sólo hay una cosa que el Portador del anillo blanco debe comprender: el Triángulo —cogió su rukh y lo exhibió por encima de su hombro—. Los tres vértices de la verdad. La fundación de nuestro servicio.

Al ritmo de los pasos de Din, ella empezó a cantar:

«Tres son los días del Sol Ban;

Tres la Rede y su verdad;

Tres las palabras de na-Mhoram;

Tres los vértices de la Verdad».

Aprovechando su pausa, él preguntó: —¿Qué quiere decir eso de «Tres días del Sol Ban»? ¿No es cierto que el Sol Ban se acelera? La duración de cada Sol ¿no era antes de cuatro o cinco días, incluso más?

—Sí —respondió ella, impaciente—. Sin duda. Pero los videntes siempre han predicho que el Clave lograría mantenerlo en tres, logrando el equilibrio. Y ahora esperamos de alguna forma contribuir a inclinar a nuestro favor los períodos del Sol Ban, haciendo que su poder vaya declinando. Es por ello que los na-Mhoram desean tu ayuda.

«Pero yo estaba hablando de los tres Vértices de la Verdad —continuó con aspereza, antes de que Covenant pudiera interrumpirla nuevamente—. Al menos debes conocer esto. Éstos son los tres pilares en los que se apoya el Clave y en los que basa su vida cada pueblo. Primero, no hay poder en la tierra ni en la vida comparable con el del Sol Ban. Tanto en poderío como en eficacia, el Sol Ban sobrepasa con mucha ventaja a todas las demás fuerzas. Segundo, no hay ser mortal que pueda resistir el Sol Ban. Sin una gran cantidad de conocimientos y astucia, nadie puede esperar llegar de un Sol Ban hasta el próximo. Y sin oposición al Sol Ban, toda vida está condenada a desaparecer. Tarde o temprano, el Sol Ban, acabaría por sembrar la ruina total. Tercero, no hay poder suficiente para oponerse a la condena del Reino excepto el poder que mana del mismo Sol Ban. Su poderío debe ser reflejado en contra de él. No hay otra alternativa. Por lo tanto, el Clave se ve obligado a derramar la sangre del Reino, ya que la sangre es la clave del Sol Ban. Si no desatamos este poder, nuestra desgracia no tendrá fin.

»¿Lo comprendes ahora, Mediamano? —inquirió Memla—. No dudo de que durante tu estancia en el Reino hayas visto muchas injurias por parte del Clave. A pesar de nuestra labor, los pedrarianos y fustarianos deben creer que extraemos su sangre por nuestro propio placer —para los oídos de Covenant, su acidez era la amargura de una mujer que instintivamente aborrecía sus propias convicciones—. ¡No juzgues mal! Este coste nos abruma. Pero no vacilamos en hacerlo porque es nuestro único medio de preservar el Reino. Si has de culpar a alguien, culpa a a-Jeroth que desató la ira del Maestro, o a sus viejos traidores, Berek y sus aliados, que colaboraron con a-Jeroth».

Covenant quería protestar. Tan pronto como mencionó a Berek como a un traidor, todas las explicaciones de Memla perdieron su valor persuasivo. Nunca había conocido a Berek Mediamano. El primer Amo ya era una leyenda cuando Covenant entró en el Reino por primera vez. Pero sus conocimientos acerca de los efectos de la vida de Berek eran casi cuarenta siglos más próximos que los de Memla. Todo paquete de creencias que considerara a Berek un traidor estaba fundado en la mentira; y, por tanto, cualquier conclusión a partir de este principio era falsa. No obstante, mantuvo en silencio su protesta ya que no pudo concebir ninguna forma de demostrar su verdad. Ni tampoco ninguna perspectiva de victoria a corto plazo sobre el Sol Ban.

A fin de ahorrarse una discusión inútil, Covenant dijo:

—Por el momento me reservo el juicio sobre todo eso. Mientras tanto satisface mi curiosidad. Tengo una vaga noción de quién es a-Jeroth. Pero ¿qué significa lo de los Siete Infiernos?

Memla estaba musitando algo para sí misma. El sospechó que se resentía por su desconfianza precisamente porque era el eco de una desconfianza existente dentro de ella misma. Pero contestó bruscamente:

—Son la lluvia, el desierto, la pestilencia, la fertilidad, la guerra, el salvajismo y la oscuridad. Pero yo creo que todavía hay un octavo: La hostilidad ciega.

Dicho esto, abandonó todo esfuerzo destinado a proseguir la conversación.

Cuando se pararon para pasar la noche, él tiró la bolsa vacía y aceptó comida de ella. A la mañana siguiente, hizo todo cuanto pudo para ayudarle a preparar la continuación del viaje.

Sentada sobre Din, ella se encaró a la salida del Sol. Salió por el horizonte como una cinosura en verde. Memla sacudió la cabeza.

—Un Sol Fértil —murmuró—. Un Sol Desértico siembra mucha ruina, un Sol de Lluvia puede traer dificultades, un Sol de Pestilencia conlleva peligro y aversión. Pero para los que viajamos, no hay Sol peor que un Sol de Fertilidad. No me hables bajo este Sol, te lo ruego. Si mis pensamientos se enturbian también nuestro camino será turbio e inseguro.

Tras media legua de camino, el suelo empezó a cubrirse de hierba. La vegetación se repoblaba visiblemente de un lugar a otro: los matojos desplegaban vástagos color de menta. Memla levantó su rukh. Destapando su cetro lo decantó dejando caer sangre suficiente para untarse las manos. Luego empezó a cantar en un susurro. Una llama de color vermellón, pálida y pequeña a la luz del Sol, empezó a arder dentro del triángulo.

Bajo los cascos de Din la hierba se partía a lo largo de una línea recta que se extendía como una plomada hacia Piedra Deleitosa. Covenant observó como la partición de la hierba desaparecía en la distancia. La línea no destrozaba lo que cubría el suelo; pero todo lo que se hallaba cerca de ella: hierbas, arbustos o incipientes rebrotes, se apartaban del camino como si una serpiente invisible se fuera deslizando hacia el Noroeste a través de la germinante vegetación.

A lo largo de la línea, Din galopaba indiferente como si estuviera incapacitado para sorprenderse. Los cánticos de Memla se convirtieron en un débil murmullo. Tenía apoyado el extremo de su rukh en los hombros de Din; pero el triángulo y la llama permanecían erectos ante ella. A cada cambio del terreno el verdor se hacía más intenso, comprimiendo estaciones enteras en fracciones de día. Sin embargo, la línea permanecía abierta. Los árboles la esquivaban; los matorrales se dividían como si hubieran sido cortados con un hacha; los arbustos que bordeaban la línea no tenían ramas ni hojas en aquel lado. Cuando Covenant miró detrás de sí no vio rastros del camino. Se quedaba cerrado tan pronto como Memla había pasado. En consecuencia, Vain tenía que arreglárselas por su cuenta. Pero lo hacía con su característica indiferencia, cortando a su paso, ramas y matorrales, rompiendo troncos y derribando plantas espinosas que no dejaban marca alguna en su piel. No podía parecer menos consciente de sus dificultades. Observando al Demondim, Covenant no supo qué le asombraba más; si la habilidad de Memla para crear aquel camino o la de Vain para viajar a tal velocidad con el camino borrado.

Aquella noche, Memla explicó algo acerca de la línea que había creado. Su rukh conectaba con el gran Fuego Bánico de Piedra Deleitosa, donde el Clave realizaba sus trabajos contra el Sol Ban. Y los Caballeros se servían del Rukh Maestro. Solamente el poder para conectar con el Rukh Maestro emanaba de ella. El resto lo hacía el Fuego Bánico. Y por ello el trazado de aquel camino requería su concentración, pero no hasta el punto de quedarse exhausta. Cuanto más se aproximaban a Piedra Deleitosa, más fácil era su acceso al Fuego Bánico. Así pudo formar la línea al día siguiente con mayor facilidad, desafiando incluso la resistencia de los grandes árboles y las espesuras de maleza que parecían bosques.

Y aún así, Vain podía seguir el paso del corcel. A cada legua la prueba se hacía más dura como si el tamaño y la espesura de la vegetación no tuvieran límites. Al tercer día no se había producido ningún cambio. Se intensificó aún más la extravagancia de la vegetación, pero no entorpeció en absoluto su seguimiento de Din. Pasó un rato y nuevamente Covenant se encontró con la cara hacia atrás, observando a Vain y la asombrosa e inconsciente fuerza que representaba.

Pero al caer la tarde, sus pensamientos abandonaron a Vain y empezó a concentrarse en todo lo que tenía delante. La salvaje jungla borraba toda señal que el terreno pudiera ofrecer, pero sabía que Piedra Deleitosa ya estaba cerca. Toda su ansiedad, temor y medios de precaución volvieron a su mente; y se esforzó en observar a través de la frondosidad como si una primera vista de la vieja fortaleza pudiera darle un vislumbre de lo que allí dentro se encerraba.

Pero no recibió ningún preaviso. Al final de la tarde, la línea de Memla empezó a subir por la empinada falda de una colina. La vegetación acababa bruscamente en las rocas de las colinas inferiores. Piedra Deleitosa apareció ante Covenant como si en un instante hubiera sido sacada del almacén de sus recuerdos.

El corcel llegó al pie de la gran ciudad de piedra, que los gigantes habían construido milenios antes a partir de las rocas de la meseta. Una cadena de montañas se extendía desde el Oeste más lejano hacia el Este, entonces a dos leguas de distancia de Covenant por su izquierda. Encima de su escarpado se hallaba la plataforma superior, aún a unos trescientos metros o más por encima de las colinas inferiores. La plataforma se estrechaba para formar un acuñado promontorio de media legua de longitud, y dentro de este promontorio, los gigantes habían cavado la inmensa e intrincada mansión de Piedra Deleitosa.

Toda la cara rocosa que se encontraba ante Covenant era una fortificación dotada de pilares y contrafuertes, con sus alquitrabes, troneras y aspilleras, desde un nivel de treinta o cincuenta metros por encima de las colinas inferiores hasta el borde de la plataforma. A su izquierda, Piedra Deleitosa gradualmente se fundía en roca local; pero a su derecha, el promontorio, hasta el borde de la cuña, estaba ocupado por la gran Torre Vigía, donde se hallaban los grandes portales de la fortaleza.

El tremendo y familiar tamaño de la ciudad hizo que su corazón se llenara de orgullo por los gigantes, a los que tanto había amado, y con un profundo dolor, por los gigantes que habían muerto en un cuerpo ocupado por un Delirante durante la guerra de la piedra Illearth contra el Amo Execrable. Había oído decir que existía un mensaje grabado en las paredes de Piedra Deleitosa, con un simbolismo demasiado complejo para ser comprendido por mentes ajenas a los gigantes; y ahora nunca podría conocer su significado.

Pero éste no era su único pesar. La vista de Piedra Deleitosa le traía a la memoria otra gente, amigos y adversarios, a quienes él había dañado y perdido: Trell, cónyuge de Atiaran; Hille Troy, que había vendido su alma a un forestal para que su ejército pudiera sobrevivir; Corazón Salado Vasallodelmar o el Amo Superior Mhoram. Luego, la tristeza de Covenant se convirtió en cólera cuando consideró que el nombre de Mhoram estaba siendo utilizado por un Clave que deliberadamente derramaba sangre inocente.

Su ira creció cuando observó más atentamente a Piedra Deleitosa. La línea de Memla terminaba en un punto del centro de la ciudad; y desde la plataforma, por encima de este punto, se extendía un prodigioso rayo rojo dirigido directamente al corazón del Sol, ya a punto de ponerse. Se parecía al rayo del orcrest de Sunder; pero su tamaño era impresionante. Covenant lo miró, incapaz de calcular el número de vidas necesario para lograr aquel poder. Piedra Deleitosa se había convertido en una ciudadela de sangre. Sintió punzantemente que nunca volvería a estar limpia.

Pero su mirada percibió algo en el Oeste, una chispa de esperanza. Allí, a medio camino entre Piedra Deleitosa y las Montañas Occidentales se hallaban los Saltos Aferrados, donde el excedente de agua de la Laguna Brillante caía por el despeñadero para formar el Río Blanco. Y en el salto había agua; en cuyas salpicaduras se reflejaba el brillo del Sol poniente. El Reino había estado dieciocho días sin un Sol de Lluvia y seis de ellos habían sido desérticos; sin embargo las fuentes que alimentaban la Laguna Brillante no se habían secado.

Con odio y esperanza entre sus dientes, Covenant se dispuso a enfrentarse con lo que tenía ante él.

Memla suspiró al haber cumplido su misión y bajó su rukh. Con una orden oral mandó a la bestia, al trote, hacia las puertas de la fachada Sureste de la torre.

La Torre Vigía tenía aproximadamente la mitad de la altura de la meseta y sus secciones superiores eran independientes de la fortaleza principal, uniéndose a ella solamente mediante pasarelas de madera. Covenant recordó que en el interior de los muros de granito había un patio a cielo abierto que sellaba los cimientos de la torre con las de la fortaleza y los megalíticos pórticos de piedra de la parte baja de la torre se repetían en el patio, de forma que Piedra Deleitosa poseía una doble defensa en su única entrada. Pero al aproximarse a la Torre le sorprendió ver que las puertas exteriores estaban ruinosas. Aquello significaba que, en un pasado distante, Piedra Deleitosa había necesitado sus defensas interiores.

Los contrafuertes situados encima de los destrozados portones estaban desiertos, así como las fortificaciones y troneras situadas sobre ellos; la Torre entera parecía desierta. Quizá ya no era defendible o tal vez el Clave no veía necesidad de defenderse de los extraños. O quizás aquel aspecto de deserción era una trampa para cazar a los desprevenidos.

Memla se dirigió directamente al túnel que conducía al patio; pero Covenant descendió del lomo de Din ayudándose con sus manos, que se agarraban al pelo del animal. Ella se paró, le miró con sorpresa y dijo:

—Esto es Piedra Deleitosa. ¿No quieres entrar?

—Lo primero es lo primero —sus hombros estaban tensos de aprensión—. Envíame aquí al na-Mhoram. Quiero que me diga personalmente que estoy seguro.

—El es el na-Mhoram —exclamó indignada—. El no puede ir y venir según los caprichos de otros.

—Mejor para él —Covenant controlaba su tensión con el sarcasmo—. La próxima vez que tenga un capricho lo tendré en cuenta. —Ella abrió la boca para replicar; pero él la cortó—. Ya he sido hecho prisionero dos veces. No quiero que vuelva a sucederme. No voy a entrar hasta que pueda hablar con el na-Mhoram. —Estimulado por una súbita intuición, añadió—: Dile que comprendo la necesidad de libertad lo mismo que él. No puede obtener todo lo que quiera por la violencia. Tendrá que colaborar.

Memla le miró por un momento y luego musitó:

—Como tú quieras. —Con una brusca orden mandó a Din hacia el túnel, dejando a Covenant solo con Vain.

Covenant controló su ansiedad y esperó. A través de los picos, el Sol se estaba poniendo en verde y lavándula. La sombra de Piedra Deleitosa se extendía sobre la monstruosa vegetación verde como un escudo de oscuridad. Vigilando la Torre por si hubiera signos de algún intento hostil, observó que no había banderolas ondeando en su cúspide. En realidad no era necesario. El caliente rayo rojo de la fuerza del Sol Ban señalaba Piedra Deleitosa como la sede del Clave más convincentemente que cualquier oriflama.

Incapaz de esperar con paciencia, gritó a Vain:

—Que el Infierno me trague si sé lo que tú buscas aquí; pero tengo ya demasiados problemas. Tendrás que cuidar de ti mismo.

Vain no respondió. Parecía incapacitado para oír.

Luego Covenant vio movimiento en el túnel. Un hombre bajo con una rígida túnica negra y una casulla roja salió del portal. Llevaba un cetro de hierro tan alto como él, con un triángulo equilátero en uno de sus extremos. La capucha de su vestido estaba echada hacia atrás, dejando al descubierto su cara redonda, su calva y sus mejillas sin barba. Su semblante era irónico, dentro de una habitual expresión de beatitud o majadería, como si supiera por experiencia que nada en la vida podía modificar su compostura. Sólo sus ojos contradecían la estupidez de su cara. Eran de un rojo punzante.

—Mediamano —dijo con voz opaca—. Bienvenido seas a Piedra Deleitosa. Soy Gibbon na-Mhoram.

La simple blandura de las maneras de aquel hombre hacía sentirse incómodo a Covenant.

—Memla dice que estoy seguro aquí —dijo— ¿cómo se supone que puedo creerlo cuando vosotros habéis tratado de matarme desde que he puesto los pies en el Reino?

—Tú representas un gran peligro para nosotros, Mediamano —Gibbon hablaba como si estuviera medio dormido—. Pero he llegado a creer que también eres una gran promesa. En nombre de esa promesa acepto el riesgo de este peligro. El Reino necesita todo el poder que se pueda reunir. He venido sólo a tu encuentro para que veas la verdad de lo que digo. Estás aquí seguro en la medida que tus propósitos lo permitan.

Covenant quiso contestar a su aseveración, pero no estaba dispuesto a comprometerse y cambió de táctica.

—¿Dónde está Santonin?

Gibbon ni parpadeó.

—Memla na-Mhoram-in me ha hablado de tu suposición de que tus compañeros han caído en poder de un Caballero. No sé nada de eso. Santonin ha estado ausente de Piedra Deleitosa. Nos preocupa no saber nada de él. Su rukh está silencioso. Si lo que dices es verdad, puede que tus compañeros hayan logrado dominarlo, apoderándose de su rukh. Ya he dado órdenes a los Caballeros que habíamos enviado a esperarte para que empiecen la búsqueda. Si tus compañeros son encontrados, te prometo que valoraremos su seguridad.

Covenant no contestó. Se limitó a mirar con desconfianza al na-Mhoram, en silencio.

El hombre no mostraba confusión ni inseguridad en lo que decía. Luego, haciendo un gesto con la cabeza para referirse a Vain, dijo:

—Ahora debo preguntarte acerca de tu compañero. Su poder es evidente, pero no lo comprendemos.

—Ahí lo tenéis —respondió Covenant—. Sabéis de él tanto como yo.

Gibbon ensanchó su mirada, pero no mencionó su incredulidad. En su lugar, dijo:

—No conozco nada de él. Por lo tanto, no permitiré que entre en Piedra Deleitosa.

Covenant se encogió de hombros.

—Tú decides. Si logras mantenerlo fuera, te felicitaré.

—Puedes estar seguro —el na-Mhoram señaló hacia el túnel—. ¿Me acompañas?

Por un momento, Covenant vaciló. Luego dijo:

—No creo que pueda escoger.

Gibbon asintió ambiguamente, ya fuera refiriéndose a la decisión de Covenant o a su falta de opciones y se volvió hacia la Torre.

Caminando detrás del na-Mhoram, Covenant entró en el túnel como si fuera una senda peligrosa. Sus hombros se contrajeron involuntariamente ante el temor de que alguien pudiera saltar sobre él desde las aberturas del techo. Pero nadie le atacó. Entre el eco de sus pasos atravesó el túnel, saliendo al patio. Allí vio que las puertas interiores estaban intactas. Estaban abiertas solamente en la medida necesaria para permitir el paso del na-Mhoram. Miembros del Clave hacían guardia en las fortificaciones de la entrada. Invitando a Covenant a que le siguiera, el na-Mhoram se introdujo entre las grandes puertas de piedra.

Diablos, murmuró Covenant interiormente. Con Vain a su espalda, siguió adelante.

Las puertas estaban dispuestas como una mordaza. En el instante en que él las había cruzado se cerraron con un baque de granito vacío, dejando fuera a Vain.

No había luz. Piedra Deleitosa aparecía ante Covenant oscura como una prisión.