DIECISÉIS. El Weird de los Waynhim

¡No lo haré!

Covenant luchaba para sentarse en el lecho donde descansaba, contra mantas que impedían sus movimientos y unas manos que le forzaban a mantenerse acostado.

¡Nunca abandonaré!

Ciegamente se esforzaba para liberarse. Pero una gran debilidad lo mantenía donde estaba. En su brazo derecho sentía un pretérito recuerdo de dolor.

—¡No me importa lo que me hagáis!

Y la hierba que había debajo de él era fragante y soporífica. No lograba quitarse de encima aquellas manos. Una visión incierta y borrosa favorecía la indefensión. La cara situada sobre él parecía gentil y humana.

—Descansa, portador del anillo —dijo el hombre amablemente—. Nada debes temer en este santuario. Ya habrá tiempo para tus urgencias cuando estés algo mejor.

La voz mitigó su desesperación. El agradable e intenso olor de la hierba le dio confianza y confort. Su necesidad de ir tras Linden afloraba a sus labios, pero no podía oírlo.

La siguiente vez que despertó, llegó con lentitud a un estado consciente y todos sus sentidos volvieron a él. Cuando abrió los ojos ya podía ver. Después de parpadear unos momentos ante la cúpula de piedra que había por encima de él, comprendió que se hallaba bajo tierra. Aunque descansaba sobre una gruesa capa de hierba fresca, era indudable que aquella espaciosa cámara había sido cavada en la tierra. La luz procedía de braseros colocados en los rincones de la habitación.

La cara que había visto antes, volvió. El hombre le sonrió y le ayudó a sentarse.

—Ten cuidado, portador del anillo. Has sido herido mortalmente. Esa debilidad tardará en desaparecer.

El hombre colocó en las manos de Covenant un tazón lleno de un líquido oscuro, haciendo que se lo tomara. El líquido tenía un sabor extraño; pero le sentó bien después de tanto tiempo sin tomar nada.

Luego empezó a mirar a su alrededor más atentamente. Su cama estaba en el centro de la habitación, levantada del suelo, como en un catafalco de hierba. Las piedras de las paredes y de la cúpula habían sido cuidadosamente pulidas y moldeadas. El techo no era alto, pero sí lo suficiente para estar de pie. En las paredes había entradas opuestas, una a cada lado. Los braseros eran de piedra gris, sin decorar, sostenidos sobre trípodes de hierro. El líquido espeso y negro que había en ellos, quemaba sin producir humo.

Cuando giró un poco más la cabeza vio a Vain cerca de él.

El Demondim estaba con los brazos colgando, ligeramente doblados. En sus labios había una débil y ambigua sonrisa y sus ojos negros sin pupila ni iris parecían las órbitas de un ciego.

Covenant sintió un escalofrío de repulsión.

—Llevaos… —su voz le rasgó garganta como un cuchillo—. Lleváoslo de aquí.

El hombre sostenía a Covenant con un brazo detrás de su espalda.

—Tal vez podría hacerse —respondió—, pero haría falta mucha fuerza —dijo con una torcida sonrisa—. ¿Tienes alguna razón para desconfiar de él?

—Éste… —Covenant recordó amargamente las danzas de las víctimas del Sol Ban y la mueca de Vain. Tenía dificultad en pronunciar palabras por la cuchilla que sentía en su garganta—. No quiso ayudarme —el pensar en su propia necesidad le hizo temblar—. Debéis deshaceros de él.

—Ah, portador del anillo —dijo el hombre en un tono ligeramente airado—, estas preguntas no deben contestarse tan despreocupadamente. Hay mucho que debo contarte y mucho que espero que me cuentes.

Miró a Covenant y éste lo vio claramente por primera vez. Tenía el cabello negro y la constitución fuerte de un pedrariano, aunque no iba vestido, excepto por una ancha correa de cuero alrededor de la cintura. La mirada de sus ojos castaños inspiraban simpatía; pero sus mejillas habían sido profundamente castigadas por antiguas heridas, y la expresión de su boca denotaba que estaba bien familiarizado con el temor y la incomprensión. Su piel tenía la distintiva palidez de un hombre que había sido alguna vez ricamente pigmentado. Covenant, inmediatamente sintió simpatía hacia él.

—Me llamo Hamako —dijo el hombre—. Mi antiguo nombre era otro que los Waynhim no podrían pronunciar y lo he suprimido. Los Waynhim te llaman en su lengua portador del anillo, y eres bien conocido entre ellos. Pero con gusto haré uso de algún otro nombre que tú desees.

Covenant tragó saliva y tomó otro sorbo del tazón.

—Covenant —dijo resueltamente—, me llamo Thomas Covenant. —Luego volvió a la cuestión sobre Vain.

—Durante dos días —dijo—, mientras tú soportabas la fiebre, los Waynhim han estado examinando a este descendiente de los Demondim. Han hallado en él un objetivo, pero no daño alguno. Esto es desconcertante para ellos, pues perciben muy bien las manos de los ur-viles que los crearon a ellos y ellos no confían en los ur-viles. Y sin embargo, es una encarnación de la ciencia que ellos comprenden. Sólo una cosa los desconcierta —Hamako hizo una pausa como si lamentara recordarle a Covenant horrores del pasado—. Cuando liberaste al Waynhim dhraga del fuego, con peligro de tu vida, dhraga pronunció la voz de mando a ese Demondim, ordenándole que te defendiera. ¿Por qué no obedeció?

El líquido oscuro salvó la garganta de Covenant, pero su voz todavía sonaba ronca.

—Ya había utilizado yo la voz de mando. Mató a seis hombres.

—Ah, —respondió Hamako.

Dejó a Covenant por un momento y llamó a través de una de las entradas a la habitación en una lengua extraña. Casi inmediatamente, un Waynhim entró en la cámara. La criatura husmeó en dirección a Covenant y luego empezó una rápida conversación con Hamako. Sus voces producían un sonido chillón que roía los nervios de Covenant. Tenía muchas y desgraciadas experiencias con los ur-viles, pero alejó estos recuerdos y trató de no pensar mal de Vain. Poco después el Waynhim salió corriendo como si llevara una información importante. Luego Hamako devolvió su atención a Covenant.

La mirada del hombre estaba llena de preguntas cuando dijo:

—Entonces tu encuentro con ese Demondim no fue casual. No se te pegó a ti sin tu aceptación —Covenant movió la cabeza— Te lo dio alguien. Te fue proporcionado por aquellos que conocen tu propósito.

—No. Quiero decir, sí. Me ha sido regalado. Se me dijo cómo hacerle obedecer. Se me dijo que confiara en él —afirmó, fastidiado ante la idea de que Vain era de toda confianza—, pero nada más.

Hamako buscó la manera más correcta de formular la pregunta.

—¿Puedo preguntar… quien fue el donante?

Covenant se resistía a responder directamente. No es que desconfiara de Hamako, pero no quería discutir su experiencia con los Muertos. Por ello, respondió simplemente:

—Estuve en Andelain.

—Ah, Andelain, —Hamako lanzó un suspiro—. Los Muertos.

Hamako empezaba a comprender, pero no parecía tener todo aclarado.

Bruscamente, salió la intuición de Covenant.

—Tú sabes cuál es su propósito —había oído decir que la ciencia de los Waynhim era amplia y sutil—, pero no vas a decírmelo.

La boca de Hamako se torció con pena.

—Covenant —dijo, tratando de ser comprendido—, los Muertos eran tus amigos. ¿No es así? Su preocupación por ti es profunda y muy lejana. Es obvio que los Waynhim viven más la actualidad y aciertan más. Sin duda, hay muchas preguntas para las cuales guardan las respuestas. Pero…

Covenant le interrumpió:

—Tú sabes cómo combatir el Sol Ban y tampoco me lo vas a decir.

Su tono hizo que Hamako se pusiera en guardia.

—Con toda seguridad, los Muertos te habrán dicho todo lo que puede ser sabiamente dicho, ¡ah, Thomas Covenant! Mi corazón se muere de ganas de compartir contigo el conocimiento de los Waynhim. Pero ellos me han instruido estrictamente de mantenerlos en reserva. Por muchas razones.

«Ellos son siempre contrarios a impartir sus conocimientos donde no pueden controlar el uso de aquello en que han sido aplicados. Para el portador del anillo, quizá estuvieran dispuestos a considerarlo. Pero no tienen la visión de los Muertos y temen transgredir las razones que han guiado aquellos regalos. Ésta es la paradoja de la ciencia, que debe ser alcanzada, más bien que concedida. De lo contrario se extravía. Lo único que se me permite decirte es que si ahora te revelara el propósito del Demondim, esta revelación podría dificultar el cumplimiento del fin. —Hamako puso cara de súplica—. Y el fin es altamente deseable.

—De todas maneras, los ur-viles lo desean grandemente —la frustración y su debilidad, hicieron a Covenant sarcástico—. Puede que esos Waynhim no sean tan sinceros como tú crees.

Vació el tazón y trató de levantarse. Pero Hamako le mantuvo tal como estaba. Covenant había provocado la cólera de aquel hombre. Con voz firme, Hamako dijo:

—Debo a los Waynhim la vida, la salud y todo el socorro que he necesitado, además de otras muchas cosas. Nunca traicionaré sus deseos para satisfacer los tuyos, aunque seas portador del anillo.

Covenant trató de librarse del agarro de Hamako, sin lograrlo. Tras el inútil esfuerzo, se dejó caer nuevamente en la hierba.

—Dijiste dos días —exclamó. Su futilidad le debilitaba más. ¡Dos días más!—. Tengo que marcharme. Estoy demasiado lejos de mi destino.

—Has estado gravemente enfermo —replicó Hamako—. Tu cuerpo todavía no puede sostenerse. ¿Qué urgencia tienes?

Covenant desechó una réplica provocadora. No podía ofenderse por la negativa de Hamako a contestarle preguntas cruciales; él mismo había hecho estas cosas. Cuando hubo dominado su rabia, respondió:

—Tres amigos míos fueron raptados por un Caballero y están en camino hacia Piedra Deleitosa. Si no les alcanzo pronto, los matarán.

Hamako absorbió la información. Luego llamó nuevamente a uno de los Waynhim. Mantuvieron otra rápida conversación. Hamako parecía explicarle algo, urgiéndole para algo. Las respuestas del Waynhim sonaban dudosas carentes de convicción. Pero la criatura terminó con una nota que satisfizo a Hamako. Cuando el Waynhim partió, volvió junto a Covenant.

Durhisitar consultará al Weird de los Waynhim —dijo el hombre—. Pero no me cabe duda de que te ayudarán. Ningún Waynhim olvidará la redención de dhraga o el peligro de la trampa que te tendieron. Ahora descansa y no te preocupes. Este rhysh te concederá poder para seguir a tus compañeros.

—¿Cómo? ¿Qué pueden hacer?

—Los Waynhim son capaces de hacer muchas cosas —respondió Hamako, indicando a Covenant con un gesto que siguiera acostado—. Descansa, digo. Mantén sólo esta esperanza, que es mucha, y deja de lado tu preocupación. Me enfadaré contigo si se te concede poder y estás demasiado débil para desempeñarlo.

Covenant no pudo resistir. La hierba despedía un aroma soporífero. Su cuerpo estaba agotado por el cansancio, y el roborante que había bebido parecía haber serenado su ansiedad. Dejó que Hamako le acomodara en la cama. Pero en cuanto el hombre se preparaba para salir, le dijo en tono distante:

—Al menos, explícame cómo llegué hasta aquí. La última cosa que recuerdo… —no miraba a Vain— estaba como muerto. ¿Qué hiciste para salvarme?

Hamako se sentó en un ángulo de la cama. Nuevamente su cara mostraba una desvaída simpatía.

—Ya te lo explicaré —dijo—. Pero debo decirte claramente que yo no te salvé.

Covenant volvió a levantar la cabeza.

—¿No?

—Quédate tranquilo —Hamako le empujó nuevamente hacia abajo—. No hay razón para ese asombro.

Agarrándose a los brazos del hombre con ambas manos, Covenant acercó su cara a la de él.

—¿Qué demonios hago yo aquí vivo?

—Covenant —dijo Hamako con una sonrisa—. ¿Cómo puedo contarte la historia estando tan excitado?

Lentamente, Covenant lo soltó.

—Muy bien —su cabeza estaba llena de espectros, pero se esforzó en relajarse—. Cuenta.

—Lo que pasó fue lo siguiente —dijo el hombre—: Cuando el Waynhim dhraga fue liberado por tu mano, y vio que este producto de Demondim no obedecía a su voz, quería que te fueras con él. Pero no pudo hacer que le comprendieras. Entonces dhraga reunió todas las fuerzas que sus heridas le permitieron y fue a informar al rhysh de tu situación. Dhraga había sido utilizado como cebo para una trampa. Esta trampa…

Covenant le interrumpió.

—¿Qué es un rhysh?

—Ah, perdona. Durante muchísimas vueltas de la Luna no he oído más voz humana que ésas distorsionadas por el Sol Ban. Había olvidado que no hablas la lengua de los Waynhim.

«En nuestro lenguaje, la palabra rhysh significa grupo. Hace referencia a una comunidad de Waynhim. En todo el Reino hay miles de Waynhim pero todos viven en rhysh de una o dos veintenas. Cada rhysh es autónomo, aunque tengo entendido que existe comunicación entre ellos. En la Gran Guerra de Piedra Deleitosa, hace casi cuarenta siglos, cinco rhysh lucharon juntos contra los ur-viles del Despreciativo. Pero tales colaboraciones son ramas. Cada rhysh se atiene a su propia manera de interpretar el Weird. Este rhysh vive aquí desde hace mucho tiempo, sirviendo a su propia visión.

Covenant deseaba preguntarle el significado de la palabra Weird; pero ya lamentaba haber interrumpido su narración de los hechos.

«El rhysh —resumió Hamako—, fue informado de tu situación por dhraga. En seguida nos movilizamos para ayudarte, pero la distancia era demasiado grande. Cuando dhraga fue capturado, la decisión fue de no rescatarle. Era muy duro para el rhysh abandonar a uno de sus miembros, pero temíamos esa trampa. Todos hemos trabajado durante largo tiempo demasiado cerca de un gran número de esas víctimas del Sol Ban —lágrimas inexplicables borraron sus ojos—. Durante largo tiempo, las almas enfermas que capturaron, han tratado de destruirnos. Por tanto, creímos que la trampa era para nosotros. No deseando matar ni ser muertos, abandonamos a dhraga a su suerte.

A Covenant le extrañó la forma en que Hamako se identificaba con el rhysh, y con la evidente lástima que sentía por las víctimas del Sol Ban. Pero no volvió a interrumpirlo.

«Asimismo —prosiguió Hamako, superando su emoción—, durante tres días de Sol Desértico, antes de la preparación de esta trampa, los Waynhim detectaron huellas de Delirante.

¡Un Delirante! —murmuró Covenant para sí. ¡Maldita sea! Eso explica la trampa. Y la araña.

«Por tanto temíamos mucho a la trampa. Pero en cuanto supimos que el portador del anillo había sido capturado, comprendimos el error y corrimos a socorrerte. La distancia —repitió—, era demasiado grande. Llegamos sólo a tiempo de ver como te redimiste solo con la magia indomeñable.

—¡Redimirme…! —Su corazón dio un salto. ¡No! «Aunque tu brazo estaba en terrible estado y ennegrecido, tu anillo blanco despidió un gran fuego. Las ataduras se soltaron. La madera fue troceada y expandida por los alrededores. El lisiado del Sol Ban fue lanzado al otro lado como paja y salió corriendo lleno de terror. La expansión arrancó rocas del escarpado. Sólo este Demondim estaba incólume entre el fuego.

»El poder quedó cortado cuando te caíste. Al percibir tu veneno te trasladamos aquí y los Waynhim te cuidaron con todo su saber hasta que la muerte se alejó de ti. Aquí estarás seguro hasta que recuperes tus fuerzas.

Hamako se quedó callado. Después de estudiar a Covenant unos instantes, se levantó y se dispuso a salir.

—¿Dónde está el Delirante? —inquirió Covenant.

—Se ha perdido toda huella de él —respondió Hamako—. Supongo que su objetivo quedó cumplido.

O tiene miedo de mí, pensó Covenant. No vio a Hamako abandonar la cámara. Estaba absorto en sus pensamientos. ¡Demonios del infierno!, primero Marid, luego las abejas y ahora esto. Cada ataque peor que el anterior. Y cada vez un Delirante envuelto en el ataque. ¡Satanás! ¿Por qué? Nuevamente se encendió su cólera. ¿Qué más? El Amo Execrable no le quería muerto, no si su anillo podía caer en manos de un Delirante. El Despreciativo quería algo completamente diferente. Lo que quería es que se rindiera; una abdicación voluntaria. Por lo tanto, la razón de aquellos ataques era su efecto sobre él mismo, la forma en que sacaban poder de su delirio, una violencia sobre la cual él no tenía control.

¡No tenía control!

¿Estaba tratando el Despreciativo de asustarle para que abandonara el anillo?

¡Que Dios le condene a los Infiernos! Siempre había sentido una casi obsesiva desconfianza en el poder. En el pasado, se había reconciliado con la magia, gracias a la cual había desafiado al Amo Execrable, sólo porque se había abstenido hacer pleno uso de ella. En lugar de haber intentado destrozar completamente al Despreciativo, él había amortiguado el golpe final; aunque al hacerlo, permitió que el Amo Execrable se levantara de nuevo amenazando al Reino. Deliberadamente se había hecho culpable del futuro resurgimiento en el Reino de aquella enfermedad. Y había escogido eso porque la alternativa era mucho peor.

Creía que el Amo Execrable era una parte de sí mismo, una materialización del peligro moral que acecha al paria en su complejo sentimiento de cólera producido por su propio estado, una condena del leproso al Despreciativo decidida por todos, incluso por él mismo. La contención era el único escape posible a tal condena. Si hubiera dejado que su poder estallara sin control, permitiéndose utilizar por entero la magia indomeñable en su batalla contra el Amo Execrable, no hubiera conseguido otra cosa que alimentar a su propio Despreciativo interior. La parte de él encargada de calibrar, creer y afirmar, fue la parte que optó por la moderación. Un poder inmenso, desenfrenado y utilizado sin medida, le habría corrompido a él, y por un solo acto, habría pasado de víctima a verdugo. Sabía muy bien lo fácil que era para un hombre llegar a convertirse en aquello que odia.

Por tanto temía a su magia indomeñable, a su capacidad de poder y violencia. Y éste era precisamente el punto de ataque escogido por el Amo Execrable. El veneno despertó su magia cuando se hallaba más allá de cualquier control. La despertó y la incrementó. En Pedraria Mithil, casi falló en alumbrar la orcrest de Sunder; pero dos días atrás, aparentemente había roto piedras; sin voluntad de hacerlo.

Y todavía no sabía por qué. Tal vez al salvar a Joan, se había vendido a sí mismo; tal vez ya no era libre. Pero ni aún la falta de libertad le obligaría a rendirse. Y cada incremento de su poder aumentaba sus posibilidades de vencer nuevamente al Despreciativo.

El peligro radicaba en el veneno, en la pérdida de control. Pero si podía evitar nuevas recaídas y aprender a controlarse…

Era un leproso. El control y la disciplina eran las reglas de su vida. Que el Amo Execrable considerara esto antes de cantar victoria.

Con aquellos pensamientos Covenant se quedó triste y en calma. Lentamente, los efectos de su enfermedad se alejaron. La fragancia de la hierba lo serenó como un calmante. Poco después, se durmió.

Cuando Hamako lo despertó, tuvo la impresión de haber dormido mucho tiempo. Nada había cambiado en el aposento, y sus instintos se mantenían seguros. Lamentándose de la forma en que todo parecía conspirar para incrementar el peligro de sus amigos, se incorporó hasta sentarse.

—¿Cuántos días he perdido hasta ahora?

Hamako puso un tazón de aquel líquido oscuro en las manos de Covenant.

—Has estado con nosotros durante tres días del Sol de Pestilencia —respondió. El amanecer todavía no está cercano, pero he querido despertarte porque hay muchas cosas que deseo enseñarle y decirte antes de que te vayas. Bebe.

Tres días. ¡Era horrible! Contrariado, Covenant tomó un largo sorbo de aquel líquido.

Pero mientras el líquido pasaba a su estómago, notó una notable mejoría en su estado. Podía mantener el tazón fijo y su cuerpo entero se sentía más estable. Miró a Hamako. Para satisfacer su curiosidad preguntó:

—¿Qué es este caldo?

—Es vitrim —Hamako sonreía. Parecía complacido del estado de Covenant—. Parece una esencia de aliantha, pero le debe más a la ciencia de los Waynhim que a la aliantha misma.

De un largo trago, Covenant vació el recipiente y se encontró de inmediato en mejores condiciones. Devolvió el tazón y se levantó.

—¿Cuándo puedo partir? Ya no tengo más excusas para esperar.

—Poco después de salir el Sol podrás reanudar tu viaje —respondió Hamako—. Te aseguro que no lamentarás mucho haber pasado estos días con nosotros —dio el tazón a un Waynhim que estaba por allí y tomó de él una bolsa de cuero parecida a una bota, que dio a Covenant—. Vitrim —dijo—. Si lo consumes prudentemente, no vas a necesitar ningún otro alimento durante tres días.

Covenant agradeció el regalo con un movimiento de cabeza y ató la bolsa a su cinturón. Mientras lo hacía, Hamako dijo:

—Thomas Covenant, lamento mucho haber tenido que rehusar contestarte a tus más urgentes preguntas. Por lo tanto deseo que comprendas al Weird de los Waynhim antes de que te vayas. Luego quizás compartas mi convicción de que podemos confiar en tu sabiduría. ¿Estás dispuesto?

Covenant miró a Hamako con una acongojada expresión.

—Hamako, tú has salvado mi vida. Puedo ser un ingrato de nacimiento, pero aún puedo apreciar la importancia de no estar muerto. Trataré de comprender todo lo que trates de explicarme —casi involuntariamente añadió—: Sólo te ruego que no me tomes mucho tiempo. Si no hago algo pronto no seré capaz de vivir conmigo mismo.

—Entonces ven —dijo Hamako, empezando a andar hacia fuera de la habitación.

Covenant se entretuvo un momento para coger su camisa. Luego le siguió.

Al cruzar la puerta de entrada a la cámara, notó vagamente que Vain estaba detrás de él.

Se encontró en un corredor magistralmente excavado en la roca, por donde apenas podía andar derecho. El pasaje era largo y, a intervalos iluminado por pequeños incensarios colocados en las paredes. Dentro de ellos, un fluido oscuro ardía sin producir humo.

A cierta distancia, el pasaje se ramificó, convirtiéndose en una red de túneles. Mientras Covenant y Hamako pasaban por ellos empezaron a encontrar individuos Waynhim. Algunos caminaban en silencio; otros intercambiaban comentarios con Hamako en su extraña lengua; pero todos ellos se inclinaban al paso del portador del anillo.

Bruscamente, el túnel se abrió dando paso a una inmensa caverna. Estaba ricamente iluminada con braseros de líquido ardiente. Parecía tener más de treinta metros de altura y tres más de ancho. Al menos, una veintena de Waynhim se hallaban trabajando en aquella zona.

Con un escalofrío de sorpresa y desconcierto, Covenant observó que toda la caverna era un jardín.

El suelo estaba cubierto de espesa hierba. Había parterres en todas partes, llenos de la más diversa variedad de plantas. Varios árboles, entre ellos robles, melocotoneros, sicomoros, jacarandá, olmos, manzanos y otros, extendiendo sus ramas en el abovedado techo. Había parras y enredaderas en las paredes.

Los Waynhim cuidaban las plantas. Entre los árboles se movían, entonando cánticos y empuñando pequeñas varas de hierro, de las que salían pequeñas chispas de poder que nutrían las flores, arbustos y viñas, como una mezcla destilada de marga y luz solar.

El efecto era insólito. En la superficie del Reino, el Sol Ban lo hacía todo antinatural; nada crecía sin violar la Ley de su propia naturaleza, nada moría sin ruina. Sin embargo, allí donde no había luz solar, ni aire libre ni insectos para transmitir polen, el jardín de los Waynhim florecía con abundancia y belleza, tan natural como si aquellas plantas hubieran nacido para fructificar bajo un cielo de piedra.

Covenant quedó maravillado, pero cuando empezó a hacer preguntas, Hamako gesticuló indicándole silencio y lo condujo a través del jardín.

Despacio, pasearon por entre las flores y los árboles. El murmurante canto de los Waynhim llenaba el ambiente; pero ninguna de las criaturas hablaba, ni fuera entre ellas ni con Hamako. Estaban extasiadas en la concentración de su trabajo. Y en su concentración Covenant captó un vislumbre de la prodigiosa dificultad de la tarea que se habían impuesto. Mantener aquel jardín subterráneo en perfecta salud, requería milagros de devoción y de estudio.

Pero Hamako tenía más cosas que enseñar. Guió a Covenant y Vain hacia un extremo lejano de la caverna por otra serie de corredores. Éstos se hallaban inclinados en sentido ascendente y, mientras ascendían, Covenant notó un fuerte olor a animales. Ya había adivinado lo que iba a ver cuando entró en otra gran caverna, no tan alta como la del jardín, pero igualmente amplia.

Era un zoo. Los Waynhim alimentaban allí a cientos de animales diferentes. En pequeños corrales ingeniosamente dispuestos para imitar a las condiciones naturales de vida, vivían parejas de tejones, tilis, topos, nutrias, ratas almizcleras, zorros, conejos y linces. Y muchos de ellos tenían crías.

El zoo estaba menos logrado que el jardín. Los animales sin grandes espacios para correr no pueden mantener su estado de salud natural. Pero este problema palidecía ante el asombroso hecho de que todos estuvieran vivos. El Sol Ban era fatal para la vida animal. Los Waynhim preservaban estas especies de una completa extinción.

Nuevamente, Hamako silenció las preguntas de Covenant. Abandonaron la nave y continuaron ascendiendo. En aquellos túneles no encontraron a ningún Waynhim. Pronto el ascenso era tan pronunciado que Covenant se preguntaba a qué profundidad de la Tierra había dormido durante tres días. Sintió congoja ante su insensibilidad, ya que había perdido la habilidad de calcular el peso de la roca que se hallaba por encima de él, adivinar la naturaleza del vitrim o localizar los espíritus de sus compañeros. Esta angustia le recordó que Linden hubiera podido decirle si podía fiarse o no de Vain.

Luego el pasillo se convirtió en una escalera espiral que conducía a una pequeña cámara redonda. Ninguna salida se hallaba a la vista, pero Hamako colocó sus manos en una sección de la pared, pronunció varias palabras en el lenguaje de los Waynhim y empujó. En la piedra una fisura, antes invisible, y se abrió.

Al abandonar la cámara, Covenant se encontró bajo las estrellas. En el horizonte Este, los cielos habían empezado a palidecer. El amanecer se aproximaba. A su vista, sintió una inesperada zozobra por tener que abandonar aquel lugar tan seguro y maravilloso. Tristemente reafirmó su decisión, sin mirar hacia atrás, cuando Hamako sellaba la entrada detrás de él.

Inseguro en la oscuridad, Hamako tuvo que guiarle a través de piedras y formas variadas que daban la impresión de extenderse en un área bastante amplia, a un espacio relativamente abierto. Allí se sentó, encarado al Este. Al reunirse con Hamako, Covenant descubrió que se hallaban sobre una llana extensión de piedras; protección contra el primer rayo del Sol Ban.

Vain se había retirado hacia un lado, como si no le importara o ni siquiera estuviera enterado de la necesidad de tal protección.

—Ahora voy a hablar —dijo Hamako. Sus palabras brotaban suavemente perdiéndose en la noche.

—No temas por el tullido del Sol Ban que quería matarte. Nunca más entrará en este lugar. Al menos conservan la mente y el miedo necesarios para no volver. Su tono indicaba que él mantenía aquel área consagrada a algún tipo de culto o de inextinguible recuerdo.

Covenant se dispuso a escuchar y, después de una pausa, Hamako empezó:

—Existe un gran abismo —Hamako exhaló, una forma más oscura entre las oscuras siluetas de la noche—, entre las criaturas que han nacido y las que han sido fabricadas. Las criaturas nacidas, como nosotros mismos, no sufrimos tormento alguno en razón de nuestra forma física. Puede que desees tener una vista mejor, más fuerza en los brazos, pero el emplazamiento de los ojos y las extremidades no te preocupa. Has nacido de acuerdo con la Ley para ser como eres. Sólo un loco detesta la naturaleza del nacimiento.

«Algo muy distinto ocurre con los Waynhim. Ellos fueron fabricados, como lo fueron los ur-viles, en las cuevas de cría de los Demondim. Y los mismos Demondim fueron creados por la ciencia más que por la sangre por los viles que les precedieron. Por tanto los Waynhim no son criaturas de Ley. Son enteramente ajenos al mundo. Y tienen una vida antinaturalmente larga. Algunos de entre los rhysh recuerdan a los Amos y la antigua gloria de Piedra Deleitosa. Otros cuentan la historia de cinco rhysh que lucharon frente a las puertas de Piedra Deleitosa en el gran sitio, y del Amo Azul que cabalgó en su ayuda en un alarde de valor. Pero dejemos esto.

»El número de los Waynhim es mantenido sólo porque los ur-viles continúan el trabajo de sus Demondim creadores. Mucha crianza se está llevando a cabo en las profundidades de la Tierra. Unos son ur-viles y otros Waynhim. También los hay que son nuevos, visiones encarnadas de ciencia y poder. Éste es el caso de tu compañero. Un consciente trabajo para cumplir un objetivo.

En el Este, el cielo estaba clareando lentamente. Las últimas estrellas se extinguían. Las siluetas alrededor de Covenant y Hamako iban adquiriendo forma, modulándose hacia su revelación.

«Éste es el Weird de todos los productos Demondim. Cada Waynhim y cada ur-vile se mira a sí mismo y ve que no necesitaba haber sido hecho como es. Es el fruto de selecciones que él no hizo. A partir de este hecho, los Waynhim y los ur-viles tienen espíritus divergentes. Ello ha inspirado en los ur-viles un permanente disgusto por sus propias formas y un presuntuoso anhelo de perfeccionamiento, por el poder de crear lo que no son. Su dedicación es extrema, sin importarles los costes. Por ello han servido al Despreciativo durante milenios, ya que el Amo Execrable les compensa con conocimientos y material para sus crianzas. Y así se hizo tu compañero.

»Por ello los Waynhim se han desconcertado al no encontrar en él maldad alguna. Es un… una apoteosis. De él se desprende que los ur-viles han suprimido finalmente su violencia y falta de escrúpulos, logrando la perfección. Es el Weird de los ur-viles encarnado. Ya no puedo decirte más acerca de él.

»Pero el espíritu de los Waynhim es completamente distinto. No son indiferentes a los costes. Desde la gran Profanación que Kevin Pierdetierra y el Amo Execrable concibieron sobre el Reino, han aprendido a sentir verdadero horror a tales pasiones. Ellos previeron claramente el precio que los ur-viles iban a pagar y seguirían pagando siempre, para su desesperación, y por tanto siguieron otro camino. Compartiendo el Weird, escogieron entenderlo de manera distinta, buscando su propia justificación.

Hamako cambió de posición, volviéndose más directamente hacia el Este.

»En la lengua de los Waynhim, Weird tiene varios significados. Es una suerte o destino; pero también quiere decir opción y se usa para designar consejo o decisión a tomar. Lo de opción y destino no es una contradicción. Un hombre puede estar destinado a morir, pero no hay destino que pueda determinar si morirá con valor o cobardía. Los Waynhim escogen la manera en que van a afrontar su destino.

»En su soledad han escogido servir la Ley a la cual no pertenecen. Cada rhysh desempeña su propio deber. En el caso de aquí, el jardín y los animales. Desafiando al Son Ban y a todos los males del Amo Execrable, este rhysh se esfuerza en preservar cosas que crecen a partir de la semilla natural de la Ley en la misma forma que la naturaleza lo ha hecho. Si alguna vez llegara el final del Sol Ban, el futuro del Reino estaría asegurado con su vida natural.

Covenant escuchaba con tensión en su garganta. Estaba impresionado por la noble labor que hacían los Waynhim, aunque limitada. En los millares de leguas cuadradas de la vasta ruina del Sol Ban, una caverna llena de plantas saludables era algo insignificante. Y sin embargo, aquella caverna representaba tal compromiso y tanta fe en el Reino que, así considerada, era algo grandioso. Quería expresar su reconocimiento pero no encontraba palabras adecuadas. Nada podría ser nunca adecuado excepto la revocación del Sol Ban, que permitiría a los Waynhim disfrutar del futuro al cual estaban sirviendo. El temor a que su dedicación pudiera resultar inútil, nubló su visión; le obligó a cubrirse los ojos con las manos.

Cuando miró nuevamente hacia arriba, el Sol se estaba levantando.

Llegó a través de los Llanos, vestido de marrón claro. Un Sol del Desierto. Las formas del Reino se hicieron reales al salir de la oscuridad. Al mirar a su alrededor, vio que estaba sentado en una pedraria destruida.

Las casas estaban en ruinas, las paredes sin techos que sostener, los arcos esparcidos como cadáveres, las losas de piedra con ventanas apoyadas unas contra otras. Al principio pensó que se trataba de un pueblo destruido por un terremoto. Pero cuando la luz se intensificó, lo vio todo más claramente.

Desiguales agujeros como la palma de la mano llenaban todas las piedras como si el pueblo hubiera sufrido una lluvia de vitriolo, corroyendo los techos hasta que cayeran, rompiendo las paredes en pedazos y quemando partes del mismo suelo. El lugar en donde estaba sentado aparecía salpicado de marcas de ácido. Cualquier pieza de roca de la zona, que hubiera estado alguna vez en pie estaba ahora en ruinas.

—¡Demonios! —murmuró débilmente—. ¿Qué ha pasado aquí?

Hamako no se había movido; pero su cabeza estaba inclinada. Cuando habló, su tono indicaba claramente que estaba muy directamente familiarizado con la escena.

—De esto también quiero hablarte —dijo suspirando—. Por eso te he traído aquí.

Detrás de él, unas piedras se abrieron, dejando a la vista la cámara de la cual él y Covenant habían salido después de abandonar los corredores subterráneos. Ocho Waynhim salieron en fila, cerrando tras ellos. Pero Hamako no parecía prestarles atención.

—Esto es Pedraria Dura, el hogar del lisiado del Sol Ban que te atacó. Es mi pueblo.

Los Waynhim formaron un círculo alrededor de él y Covenant. Tras una mirada inicial, Covenant se concentró en Hamako. Quería escuchar lo que estaba diciendo.

—Mi pueblo —repitió el antiguo pedrariano—, un pueblo digno. Todos nosotros lo éramos. Hace una veintena de lunas, éramos fuertes y osados. Orgullosos. Con gran arrogancia por nuestra parte, decidimos desafiar al Clave.

«Seguramente ya sabrás la forma en que el Clave adquiere la sangre. Todos se someten al procedimiento como hicimos nosotros durante generaciones. Pero era humillante y aborrecible, de manera que, al final, nos negamos. Ah, orgullo. El Caballero se fue y Pedraria Dura cayó bajo el Grim de los na-Mhoram.

Su voz se estremeció.

«Puede que tú no tengas conocimiento de estas abominaciones. Llegó un Sol Fértil y estábamos fuera de nuestros hogares, plantando y cosechando para nuestro sostén, poco atentos a nuestro peligro. Luego, de pronto, el verde del Sol se volvió negro, de un negro maligno, y una nube fatal partió de Piedra Deleitosa hacia Pedraria Dura, viajando contra el viento.

Se cubrió la cara con la mano, frotándose la frente como queriendo controlar el dolor de su recuerdo.

«Los que permanecían en sus casas, niños, madres, enfermos e inválidos, perecieron con el pueblo, con una triste agonía. El resto se quedó sin hogar».

Los acontecimientos que describía eran vividos en él, pero no se permitía residir en ellos. Con un esfuerzo de voluntad, continuó:

«Luego vino la desesperación. Durante un día y una noche, estuvimos errando dentro de nuestras mentes rotas, sin poder pensar en nada. No podíamos pensar en protegernos. Luego el Sol Ban encontró a mi pueblo desprevenido convirtiéndolo en lo que ya has visto.

»Sin embargo, yo escapé. Afligido por la muerte de mi esposa y mi hija, perdido en mi soledad, encontré por casualidad a tres Waynhim, antes de que saliera el Sol y, viendo mi situación, me obligaron a refugiarme.

Levantó la cabeza e hizo un gesto como para librarse de su tristeza.

»Desde entonces he vivido y trabajado entre el rhysh, aprendiendo la lengua, la cultura y el Weird de los Waynhim. De corazón y voluntad, me he convertido en uno de ellos, en la medida en que un hombre puede asimilarlos. Pero si esto fuera todo lo que tenía que contarte… —miró a Covenant con tristeza— no te lo habría contado. Tengo otro propósito.

De pronto se levantó y miró a los Waynhim que les rodeaban. Cuando Covenant se acercó a él, dijo:

—Thomas Covenant, yo te digo que me he convertido en un Waynhim. Y ellos me han acogido como uno de los suyos. Más aún, ellos han hecho de mi pérdida una parte de su Weird. Los lisiados del Sol Ban tienen una vida terrible, cometiendo todo el mal posible antes de morir. En mi nombre, este rhysh ha tomado para sí la responsabilidad de mi pueblo. Son vigilados y protegidos, preservados del mal y de cometerlo en su salvaje estado. Por mí se han comprometido a prestarles tanto cuidado como a sus animales, ayudándolos y controlándolos. Por tanto siguen vivos en buen número y por ello el rhysh no quería liberar a dhraga. Y también por esta razón —Hamako miró directamente a Covenant— tanto el rhysh como yo, somos condenables por el daño que tú has sufrido.

—No —protestó Covenant—, no fue culpa tuya. No puedes culparte por algo que no pudiste prever.

Hamako dejó a un lado su objeción.

—Los Waynhim no pudieron prever su creación. Y sin embargo, el Weird subsiste —pero luego, de alguna manera, forjó una sonrisa—. Ah, Covenant —dijo—, no hablo por ningún deseo de condena. Sólo deseo tu comprensión —y señalando a su alrededor, añadió—: Los Waynhim han venido a ofrecerte su ayuda en busca de tu comprensión. Quiero que sepas lo que hay detrás de esta oferta para que puedas aceptarla como un regalo de su parte y perdonarnos por haberte entretenido tanto.

Nuevamente el respeto y la simpatía hacía difícil la respuesta de Covenant. Ya que no tenía otra forma de expresar sus sentimientos, dijo formalmente lo que Atiaran le había enseñado:

—Gracias. La aceptación de este regalo me honra. Aceptándolo, devuelvo el honor a quienes me lo ofrecen —y luego añadió—: Os habéis ganado este derecho.

Lentamente la tensión de la sonrisa de Hamako desapareció y, sin dejar de mirar a Covenant, habló a los Waynhim, quienes le contestaron en un tono de asentimiento. Uno de ellos se adelantó y colocó algo en su mano. Cuando Hamako levantó sus manos, Covenant vio que se trataba de un puñal de piedra.

Covenant se echó un poco atrás, pero la sonrisa de Hamako era la sonrisa de un amigo. Al ver la vacilación de Covenant, el hombre dijo:

—Esto no significa ningún daño para ti. ¿Puedes darme la mano?

Conscientemente y reprimiendo su temblor, Covenant extendió su mano derecha con la palma hacia abajo.

Hamako cogió su muñeca y, después de mirar un momento las cicatrices de las uñas de Joan, le dio bruscamente un corte en las venas.

Covenant quiso retirar la mano, pero Hamako la sujetó fuertemente.

Su ansiedad se convirtió en consternación cuando vio que la herida no sangraba. Los bordes se abrieron, pero no salía sangre.

Dhraga se acercó. Su brazo roto descansaba sobre una tablilla, pero sus otras heridas aún no habían cicatrizado.

Levantó su mano herida. Cuidadosamente, Hamako hizo una incisión en la palma expuesta. En seguida brotó sangre oscura, bañando el antebrazo de dhraga.

Sin vacilar, el Waynhim puso su corte directamente en contacto con el de Covenant. La sangre caliente impregnó el reverso de su mano.

En aquel instante, se fijó en los otros Waynhim. Estaban cantando con voz suave en el claro amanecer desértico.

Simultáneamente, una oleada de fuerza se introdujo en su brazo, llegando a su corazón como un estallido de jubilo. Súbitamente se sintió más alto y más musculado. Su visión parecía expandirse, divisando mayor cantidad de terreno. Ahora pudo haberse librado fácilmente de Hamako pero no tenía necesidad de hacerlo.

Dhraga retiró su mano.

El derrame se había detenido. Su sangre había sido absorbida por la herida de la mano de Covenant.

Dhraga se retiró. Hamako dio el puñal a durhisitar. Mientras durhisitar cortaba su palma en el mismo sitio que lo había hecho dhraga, Hamako dijo:

—Pronto la fuerza va a parecerte difícil de sobrellevar, pero te ruego que la lleves. Mantente quieto hasta que todos los Waynhim hayan hecho su donación. Si el ritual es completo, tendrás la fuerza que necesitas para un día, o quizás dos.

Durhisitar puso su corte encima del de Covenant. Nuevo poder entró en sus venas. Se sintió bruscamente rebosante de energía, capaz de cualquier cosa, de todo. Su incisión absorbió la sangre de durhisitar.

Cuando la criatura se retiró, difícilmente podía mantenerse quieto, esperando al siguiente Waynhim.

Sólo después de la tercera infusión ya se dio cuenta de que estaba recibiendo algo más que fuerza o poder. A dhraga le había reconocido por sus heridas, pero ¿cómo pudo conocer a durhisitar? Nunca había visto de cerca a aquel Waynhim en particular. Y sin embargo lo conoció por su nombre, lo mismo que el tercer Waynhim dhubba y al cuarto vraith. Estaba extasiado por la magnitud de los conocimientos recibidos.

Drhami fue el quinto; ghohritsar, el sexto. Covenant estaba saltando con una fuerza incontenible. Los nudillos de Hamako se blanqueaban, pero su presión tenía el peso de una pluma. Covenant tuvo que luchar para mantenerse firme y no estallar liberando su mano y saltar como un salvaje por encima de aquellas ruinas. El radio de escucha de su oído se había extendido tanto que incluso le era difícil distinguir palabras pronunciadas en sus cercanías.

Hamako le estaba diciendo:

—Recuerda a tus compañeros. No malgastes fuerzas. Mientras conserves este poder no te detengas ni para pasar la noche.

Ghromin.

Covenant se sentía tan colosal como Gravin Threndor, tan poderoso como Leones de Fuego. Sintió que podía triturar piedras con sus manos.

Dhurng: octavo y último.

Hamako soltó la mano de Covenant como si su poder le quemara.

—¡Ahora vete! —gritó—. Vete, por el Reino y por Ley, ¡y que ninguna maldición pueda nada contra ti!

Covenant irguió la cabeza, dio un grito que pareció resonar a leguas de distancia:

—¡Linden!

Volviéndose hacia el Noroeste, soltó la fogosa riada de fuerza que acababa de recibir y arrancó, corriendo, hacia Piedra Deleitosa, como una luz a través del aire.