DOCE. Las colinas de Andelain

Cuando Thomas Covenant hubo pasado el árbol venerable y viró comenzando a adentrarse en Andelain, una parte débil y afligida de sí mismo se quedó con Linden. Se encontraba todavía afectado por el ataque de las abejas y no quería estar solo. Involuntariamente, casi inconscientemente, había llegado a depender de la presencia de Linden. Se sentía atado a ella con muchas cuerdas, algunas de las cuales le eran conocidas, tales como su valor y su apoyo, y su disposición a arriesgarse por su bien. Pero había otras que no parecían tener nombre. Sé sentía casi físicamente atado a ella sin saber del todo por qué. Su negativa a acompañarle le hizo temer algo.

Parte de su temor arrancaba del miedo de sus compañeros. Se resistía a creer que, a pesar de su belleza, Andelain encerrara algo canceroso. Pero llevaba ya tantos años padeciendo lepra que se había acostumbrado a la enfermedad, y esa clase de temor sólo pudo acelerar su determinación. Gran parte de su nerviosismo partía del rechazo de Linden y de lo que podía significar aquella decisión.

Muchas de sus esperanzas giraban en torno a Linden. La duda minimizaba su anterior victoria en el Reino. No podía eludir la convicción de que al haber elegido comprar la seguridad de Joan se había vendido al Despreciativo, lo cual significaba haber perdido la libertad de acción de la que dependía la eficacia en su lucha contra él. Había sentido aquella cuchillada en su pecho y sabía que podía fallar. La magia indomeñable ya no puede nada contra mí. De tu propia voluntad pondrás el oro blanco en mi mano. Pero Linden era otra cuestión. Había sido escogida por el viejo que una vez le había dicho Sé fiel. En su invocación, el Amo Execrable no había demostrado tener conocimiento o deseo de su presencia. Y desde entonces ella se había mostrado capaz de muchas cosas. Aparte de su severidad, era bella. ¿Por qué no podría tener alguna esperanza con aquella mujer?

Pero ahora, su negativa a acompañarle a Andelain, parecía indicar que sus esperanzas se habían forjado sobre arenas movedizas, que su inquebrantable voluntad había sido una expresión de cobardía, más que de entereza.

El comprendía esas cosas. El era un leproso, y para los leprosos, cada golpe recibido en cualquier lugar del mundo era una lección de cobardía. La decisión de ella había aumentado su simpatía. Pero él estaba solo; y sabía por larga y brutal experiencia lo poco que podía hacer estando solo. Incluso el apoteosis de su último poder ejercido contra el Amo Execrable, se habría quedado en nada sin el apoyo y la risa de Corazón Salado Vasallodelmar.

Por ello, al subir, camino de Andelain, sintió que estaba caminando hacia una situación de desamparo, falta de camaradería, de esperanza y quizá de valor, de la cual nunca podría recuperarse.

Al llegar a lo alto de la colina se detuvo para saludar a sus compañeros. Pero no respondieron; no le estaban mirando. Su falta de respuesta le hirió como si deliberadamente le hubieran vuelto sus espaldas.

Pero él era un hombre que siempre había sido fiel a sus penurias, y el Reino se había convertido en un desgarrador e inmediato agobio para él. Seguía su camino hacia Andelain porque necesitaba salud, poder y conocimientos para tratar de restaurar lo que se había perdido.

Sin embargo, pronto cambió su estado de ánimo porque aquello era Andelain, tan precioso en su recuerdo como sus mejores amigos del Reino. En el aire, un éter tan fresco como una eterna primavera, no podía ver siquiera el aura crisoprática del Sol; la luz solar no contenía nada excepto una abundancia de belleza. La hierba que se extendía bajo sus pies, era brillante y de color verde berilo, recién enjoyada de rocío. Los bosques se extendían hacia el Norte y el Este de donde él se encontraba. Augustos olmos ponían frente al azul del cielo como príncipes, sauces tan delicados como filigrana le hacían señas invitándole a entrar en su sombra curadora de corazones. Alrededor de los robustos y sanos troncos, diversas flores enriquecían el césped. Y por encima de todo, una atmósfera de pureza y vibrante hospitalidad, como si allí y no en otra parte habitara la quintaesencia de la salud, puro regalo para templar el alma.

Mascando aliantha a su paso por las laderas, dando ocasionales saltos de alegría, Thomas Covenant se adentraba rápidamente a Andelain.

Poco a poco, fue calmándose, poniéndose más a tono con la impoluta tranquilidad de las colinas. Los pájaros cantaban en las ramas; pequeños animales del bosque saltaban entre los árboles. Nada hizo para estorbarles. Y después de caminar a cierta distancia, bebiendo ávidamente el roborante de Andelain, devolvió sus pensamientos a sus compañeros, a Hollian y a Sunder. Ahora estaba seguro de que las Colinas no eran cancerosas, que no contenían ningún secreto ni ninguna enfermedad mortal. Esta idea se había hecho inconcebible. Pero al mismo tiempo, la intensidad de lo que veía, sentía y amaba, incrementaba su comprensión a la actitud de los pedrarianos.

Ellos eran como leprosos; todos los habitantes del Reino se comportaban como leprosos. Eran las víctimas del Sol Ban, víctimas de una enfermedad que no tenía cura ni escape. Expulsados de la belleza del mundo. Y en esas condiciones, la necesidad de sobrevivir imponía duras penalidades. No había nada bajo el Sol tan peligroso por un leproso como su propio anhelo por una vida amable, el compañerismo y la esperanza, que le eran negados por su enfermedad. Esta susceptibilidad llevaba al desespero y a la autocontemplación, a la convicción de que el aislamiento de un leproso era un justo castigo, una aflicción que debió ser merecida.

Visto de esta forma, Andelain era una venganza viviente del Sol Ban. El Reino no era como Andelain porque la gente del Reino merecía más pagar un tributo que disfrutar de una vida plácida. ¿Qué otra cosa podían creer, aún soportando la penuria de sus vidas? Al igual que muchos leprosos, habían sido obligados a aprobar su propia miseria. Por esta razón, Sunder no podía confiar en nada que no estuviera reglamentado por el Sol Ban. Y Hollian creía que Andelain la destruiría. No tenían elección.

Ninguna elección, absolutamente. Hasta que aprendieran a creer que el Sol Ban no era la única verdad de sus vidas. Hasta que Covenant pudiera encontrar una respuesta que los liberara.

Estaba preparado para sacrificar todo lo que poseía, todo lo que era en aras de abrir un camino que permitiera a Sunder, Hollian y Linden, entrar en Andelain sin temor alguno.

Durante todo el día viajó sin descanso. No necesitaba descansar. La aliantha curaba los efectos del veneno, y el agua, en sus claros arroyos, le mantenía fresco como un recién nacido, y cada nueva vista era en sí misma una nueva forma de sustentación, vivida y deliciosa. El Sol se puso con esplendor sin que él hubiese pensado siquiera en tomarse un descanso. No podía pararse. Continuó adelante, siempre en dirección Noreste, hasta que se hizo de noche y salieron las estrellas sonrientes de las profundidades celestiales para hacerle compañía.

Pero la oscuridad era todavía joven cuando fue detenido por la visión de una pequeña luz amarillo-anaranjada que fluctuaba entre los árboles como una brizna incandescente. No intentó aproximarse a ella. Los recuerdos le mantuvieron quieto. Se quedó enmudecido y reverente mientras la flama se acercaba a él. Al aproximarse, emitía un finísimo sonido acampanillado, como el toque de un delicado cristal.

Luego se quedó en el aire ante él y Covenant se inclinó. Era una de las almas de Andelain; una flama no más grande que su mano, danzando verticalmente, como si la oscuridad fuera una mecha invisible. Con un movimiento correspondió a su reverencia. Cuando se alejó, flotando lentamente, él la siguió. Su brillo hacía que su corazón se estremeciera. De camino hacia las almas de Andelain, sintió un pesar que hubiera dado cualquier cosa por no sentir. En otro tiempo, muchos de ellos habían muerto porque a él le faltó la fuerza o el poder para salvarles.

Pronto aquella alma se juntó con otra, y luego con otras, y en poco tiempo estuvo rodeado por ellas, que danzaban a su alrededor mientras andaba. El brillante círculo y la luz de las llamas le guiaban. Y así caminó y caminó, como si conociera la ruta, hasta que una luna tenue y plateada se levantó por encima de las Colinas orientales.

Fue entonces cuando las Almas le condujeron a una loma bastante alta, desprovista de árboles, pero opulentamente cubierta de hierba. Luego el campanilleo fue convirtiéndose en una música más fuerte. El mismo aire se convirtió en una canción y cada hoja de hierba era una nota en su armonía. Era una canción dura a pesar de su lento compás y conllevaba un largo lamento que él comprendió muy bien. Las Almas se quedaron en la base de la loma, formando un gran anillo, pero la música le empujaba a él hacia arriba, hacia la cima.

Y luego vino la letra, tan significativa que nunca la olvidaría. Las palabras eran tristes y resolutas. Y habría llorado con ellas de haber estado menos extasiado.

«Andelain yo guardo y moldeo en mi frágil hechizo,

Mientras la ruina del mundo destruye bosque y campiña,

Savia y rama son para mi tristeza y suplicio,

Y los pétalos caen sin que los pueda socorrer,

Constreñidos por la muerte de mi poder,

Yo mantengo la alabarda de la Ley contra la Tierra.

«Andelain te quiero y te alimento en mi pecho inmaterial;

Y fielmente detengo los deseos del Despreciativo.

Mas la infidelidad es mi pesar en los sueños y de los descansos.

Y las aflicciones hacen desfallecer mi valor.

Las burlas del Sol Ban son las mejores respuestas que recibo.

Y siento que toda la belleza que hay fuera y dentro de mí, muere.

«¡Andelain! Me esfuerzo con urgencia y quebranto, y precaución

A que el Despreciativo se hunda y se rinda.

De cada fallo de mi viejo corazón él saca provecho;

Y ello aterra, sin estremecer.

Ya no puedo esparcir más mi poder,

Aún me llegan tremendas visiones de desgracia y llanto.

«¡Oh, Andelain! ¡Perdón! Condenado estoy a perder esta guerra,

No soporto verte morir… ni vivir,

Predestinado al amargor y a la ciencia gris del Despreciativo.

Pero mientras pueda, atenderé la llamada

Del Verdor y del Árbol; y en su nombre

Empuñaré la albarada de la Ley contra la Tierra.

Lentamente, a través de la música, Covenant observaba al cantante.

El hombre era alto y fuerte, vestido de sedalina blanca. En su mano empuñaba una nudosa rama de árbol como bastón. La melodía coronaba su cabeza. La música fluía de su silueta en corrientes de fosforescencia. Su canción era la misma substancia del poder y con ella mantenía la noche en la palma de su mano.

Su cara no tenía ojos ni órbitas. Aunque había cambiado extremadamente en los diez años o treinta y cinco siglos desde que Covenant lo había visto por última vez, no parecía haber envejecido en absoluto.

Covenant sintió un impulso de arrodillarse, pero lo rehuyó. Pensó que si se arrodillaba ahora, la necesidad de postrarse, en adelante, no tendría fin. En su lugar, se mantuvo quieto ante la inmensa música blanca de aquel hombre y esperó.

Después de un momento, el hombre canturreó, con voz férrea:

—Thomas Covenant, ¿me conoces?

Covenant captó su mirada sin ojos.

—Eres Hile Troy.

—No. —La canción fue absoluta—. Soy Caer-Caveral, el Forestal de Andelain. En todo el Reino soy el último de mi clase.

—Sí —respondió Covenant—. Ya recuerdo. Me salvaste la vida en el Coloso, después de que regresé de Morinmoss. Creo que también debiste salvarme en Morinmoss.

—No hay Morinmoss. —La melodía de Caer-Caveral se convirtió en destemplanza y dolor—. El Coloso ha caído.

—¿No hay Morinmoss? ¿No hay bosques? —Covenant tuvo que contenerse las lágrimas—. ¿Qué quieres de mí? ¿Puedo hacer algo?

El Forestal canturreó durante un momento, sin contestar. Luego cantó:

—Thomas Covenant, ¿has visto Andelain?

—Sí —respondió—. Lo he visto.

—En todo el Reino, es la última reserva de la Ley. Con mi fortaleza, mantengo aquí el suelo sin rendirse. Cuando caiga al final, pues debo caer, ya que además sigo siendo Hile Troy y ha de llegar el día en que no pueda negarme a sacrificar mi poder, ya no habrá restitución por el abismo de esta pérdida. La Tierra pasará a su última edad y nada la podrá salvar.

—Lo sé —dijo Covenant con las mandíbulas cerradas—. Lo sé.

—Thomas Covenant —cantó aquel hombre alto—, de ti lo quiero todo y nada. No te he enviado a buscar esta noche para pedir, sino para dar. ¡Mira! —Haciendo un gesto con su bastón sobre la hierba, arrancó más música, y allí, a través de la melodía y como encarnaciones de la canción, Covenant los vio. De color plata pálido como si hubieran sido hechos de luz de luna, aunque la Luna no era de este color, ante él se encontraban. La corriente plateada de Caer-Caveral los iluminaba como si hubieran sido creados del fuego del Forestal.

Los amigos de Covenant.

El Amo Superior Mhoram, con su sabia serenidad en los ojos y su peculiar sonrisa.

Elena, hija de Lena y violada, antes Ama Superior, bella y apasionada. Hija de Covenant.

Bannor, Guardián de Sangre, equilibrado, capacitado y con la capacidad de juicio que nunca pudo serle arrancada.

Corazón Salado Vasallodelmar, que sobresalía de todos los demás, como había sobrepasado a todos los mortales en tamaño, humor y pureza de espíritu.

Covenant los contempló a través de la música como si las fibras de su alma se estremecieran. Un gemido se escapó de su pecho, y se adelantó hacia ellos con los brazos extendidos para abrazarlos.

—¡Alto!

La orden del Forestal dejó congelado a Covenant antes de poder tocarlos. Todos sus músculos quedaron inmóviles.

—No lo comprendes —Caer-Caveral cantó más amablemente—. No puedes tocarlos, ya que no tienen carne. Ellos son los muertos. La Ley de la Muerte ha sido rota y no puede repararse. Tu presencia aquí los ha levantado de su sueño, pues todo aquel que entra en Andelain encuentra aquí a sus Muertos.

—¿No puede…? ¿Después de todo este tiempo? —Las lágrimas bajaron por las mejillas de Covenant; pero cuando Caer-Caveral le soltó, no hizo ningún movimiento más para acercarse a los espectros. Casi agarrotado por su perplejidad, dijo:

—Me estáis matando.

—¿Qué queréis de mí?

—Ah, querido —respondió rápidamente Elena, en una clara e inconfundible voz que él recordó con angustia—, no es tiempo para lamentos. Nuestros corazones están contentos de verte aquí. No hemos salido para torturarte sino para bendecirte con nuestro cariño. Y para ofrecerte regalos, tal como la Ley permite.

—Es una palabra de verdad —añadió Mhoram—. Regocíjate con nosotros, ya que ninguno puede negar que nos regocijamos de verte a ti.

—Mhoram —Covenant lloró—, Elena, Bannor, ¡oh, Vasallodelmar!

La voz del Forestal adoptó un retumbar como una amenaza de tormenta.

—Ésta es la causa de que hombres y mujeres se vuelvan locos en Andelain. Esto no debe durar por más tiempo. Thomas Covenant, tus compañeros han hecho bien en no acompañarte. El hombre y la mujer del Reino sucumbirían a la vista de sus muertos. Y la mujer de tu mundo levantaría aquí algunas sombras. Debemos dar nuestros regalos mientras la mente y el valor están en su sitio.

—¿Regalos? —La voz de Covenant vaciló, suspirando—. ¿Por qué? ¿Cómo…? —Estaba tan lleno de necesidades que no podía nombrarlas.

—Ah, amigo mío, perdónanos —dijo Mhoram—. No podemos responder a preguntas. Es la Ley.

—Hasta en las invocaciones del difunto Kevin, quien rompió la Ley de la Muerte —repuso Elena—, las respuestas del Muerto rebotan contra el que pregunta. No vamos a dañarte con nuestras respuestas, querido.

—Y tú no necesitas respuestas —Vasallodelmar estaba riéndose de contento—. Tú te bastas para cada pregunta.

¡Vasallodelmar! Las lágrimas quemaban la cara de Covenant igual que fuego. Se encontró de rodillas, sin recordar que se había arrodillado.

—Es suficiente —cantó el Forestal—, ahora balbucea, incluso —con gracia y dignidad, se colocó al lado de Covenant—. Thomas Covenant, no voy a decir el nombre de lo que persigues. Pero te ayudaré a encontrarlo —con su bastón tocó la frente de Covenant. Una llama blanca de música recorrió su mente—. El conocimiento ya está dentro de ti, aunque no puedas verlo. Pero cuando llegue la hora, encontrarás el medio de desenvolver el regalo.

Cuando cesó la canción, no dejó nada en su memoria excepto una vaga sensación de fuerza.

Caer-Caveral se apartó hacia un lado, y el Amo Superior Mhoram se adelantó en silencio.

Ur-Amo e Incrédulo —dijo pausadamente—. Mi regalo para ti es un consejo. Cuando hayas comprendido las necesidades del Reino, debes abandonarlo, pues lo que tú persigues no está en él. La auténtica palabra de Verdad no puede hallarse de otra manera. Pero quiero prevenirte de lo siguiente: No te dejes engañar por las necesidades del Reino. Lo que tú persigues no es en realidad lo que parece ser. Al final, debes volver al Reino.

Antes de que Covenant pudiera pedirle que le aclarara más, se retiró.

Elena ocupó el lugar del Amo Superior.

—Querido —dijo con una sonrisa profundamente emocionada—. Me ha correspondido a mi hablarte de algo muy duro. La verdad es la que tú temías que fuera: el Reino ha perdido su poder para remediar su enfermedad, pues el bien que se había hecho ha sido destruido por el Despreciativo. Por tanto lamento que la mujer que ha venido contigo no haya tenido valor de acompañarte, pues tienes mucho que ver y soportar. Pero debe venir a su tiempo para encontrarse a sí misma. Cuida de ella, querido, para que al final pueda curarnos a todos.

Luego su voz se volvió más aguda, llevando un eco del odio feroz que la había llevado a romper la Ley de la Muerte.

«Otra cosa quiero decirte, querido. Cuando llegue el momento y debas enfrentarte al Despreciativo, debes encontrarle en Monte Trueno, concretamente en Kiril Threndor, donde ha fijado su morada.

Elena, musitó Covenant para sí, aún no me has olvidado, y ni siquiera lo sabes.

Un momento después, Bannor estaba ante él. La cara Haruchai del guardia de sangre era impasible, implacable.

—Incrédulo. Yo no tengo regalo para ti —dijo sin modular la voz—, sólo te digo: Redime mi pueblo. Su pacto es una abominación. Y ellos te servirán bien.

Luego, Vasallodelmar se adelantó y Covenant vio que el Gigante no estaba solo.

—Mi querido amigo —dijo alegremente Vasallodelmar—. A mi me ha correspondido darte un regalo que no tiene precio. ¡Mira!

Cuando Vasallodelmar señaló a su compañero, Covenant se dio cuenta en seguida de que aquella figura no era uno de los Muertos. Llevaba una corta túnica gris y, debajo de ella, toda su piel era tan oscura como el espacio de entre las estrellas. Su forma era perfectamente moldeada y fuerte; pero su cabello era negro, sus dientes y encías eran negras y, por último, sus pupilas y ojos eran de pura medianoche. Se mantenía como absorto entre los Muertos, el Forestal y Covenant. Sus ojos miraban al vacío, como sin ver nada.

—Éste es Vain —dijo Vasallodelmar— el producto final de los ur-viles —Covenant vaciló al recordar a los ur-viles. Pero el gigante prosiguió—: Corona todas las generaciones de crianza. Como amigo tuyo, te imploro que lo tomes por compañero. No te va a gustar, porque no habla y no sirve a otro propósito que al suyo. Pero este propósito es poderoso y puede ser grandemente deseado. Sus creadores han sido siempre buenos dominadores de la ciencia, aunque atormentados, y cuando algo se le pone por delante, al menos no desfallece.

»Digo que no sirve a otro propósito que al suyo propio. Pero a fin de que puedas aceptarlo, los ur-viles lo han formado de manera que pueda recibir órdenes una vez. Una sola, pero has de procurar que sea suficiente. Cuando tengas necesidad de él y no haya absolutamente ninguna otra forma de ayuda, dile: “Nekhrimah, Vain” y obedecerá.

»Thomas Covenant, mi querido amigo —Vasallodelmar se inclinó—. En nombre de Hotash Slay, donde fui consumido y renacido, te ruego que aceptes este regalo. Covenant casi no podía evitar el impulso de rodear con sus brazos el cuello del gigante. Había aprendido a temer mucho a los ur-viles y sabía mucho también de sus trabajos. Pero Vasallodelmar había sido su amigo y había muerto por ello. Emocionadamente dijo: —Sí, de acuerdo.

—Muchas gracias. —El gigante respiró y se retiró. Durante un momento hubo silencio. La luz de las ánimas creció ligeramente, y los Muertos estaban allí quietos, como imágenes del poderío y tristezas del pasado. La canción de Caer-Caveral adoptó la estridencia de un trueno. El flujo de su fosforescencia se tiñó de rojo. Covenant sintió que sus amigos estaban a punto de partir. En seguida su corazón empezó a trabajar, buscando las palabras para decirles a sus amigos cuanto les quería.

El Forestal se aproximó de nuevo; pero el Amo Superior Mhoram le indicó con un gesto que esperara.

—Una palabra más —dijo Mhoram a Covenant—. Esto debe ser dicho, aunque arriesgo mucho al decirlo. Amigo mío. El peligro del Reino no es el que fue. El Amo Execrable trabaja en nuevos sistemas, provocando la ruina, y su maligna labor no puede ser contestada en ningún combate. El te ha dicho que eres su enemigo. Recuerda que lo que persigue es pervertirte. No significa nada evitar sus trampas, porque siempre están aseguradas con otras trampas, y la vida y la muerte están demasiado íntimamente relacionadas para ser separadas una de otra. Pero es necesario comprenderlas para que puedan ser dominadas. Cuando… —balbuceó momentáneamente— cuando hayas llegado al límite y no te quede ya otro recurso, recuerda la paradoja del oro blanco. Hay esperanza en la contradicción.

¿Esperanza?, se preguntó Covenant. ¡Mhoram! ¿No sabes que voy a fracasar?

Poco después, la canción de Caer-Caveral bajaba firmemente al dorso de su cuello, y él estaba dormido en la espesa hierba.