No hubo persecución. El poder de Covenant había aturdido al pueblo de Pedraria Cristal. El Caballero había perdido el cetro y el corcel, y el río corría rápido. Pronto Linden se detuvo para mirar hacia atrás, tratando de oír ruidos de persecución. Estaba muy preocupada por Covenant, al que no le quedaban ya fuerzas. Ni siquiera intentó agarrarse a la balsa, ni tampoco trató de levantar la cabeza. Ella no podía oír su respiración con el ruido del agua, y su pulso parecía haberse retirado a un lugar fuera de su alcance. Su cara tenía un aspecto cadavérico a la pálida luz de la Luna. Todo sus sentidos le decían que Covenant tenía envenenada el alma.
Su estado la amargaba. Entre sus ignorancias e incapacidades buscaba algún medio de hacer algo por él. Una voz dentro de ella le decía que si podía sentir su desgracia de una manera tan aguda, debería tener posibilidades de ejercer algún efecto sobre ella, que seguramente la corriente de percepción que le unía a él podía circular en dos sentidos. Pero ella no tenía poder; no tenía nada con que oponerse a su enfermedad excepto los sufrimientos de su propia vida. El temor a tanta vulnerabilidad la asustaba, porque ni siquiera disponía de los limitados recursos de un maletín médico. Necesitaba algo que la liberara de la responsabilidad que se había impuesto respecto a la supervivencia de Covenant.
Durante un tiempo, sus compañeros viajaron por el río en silencio. Pero al fin Hollian habló. Linden sabía cuál era el problema de aquella joven mujer. La eh-Estigmatizada había sido entregada a la muerte por su propio pueblo, y rescatada de ella en una imposible hazaña. Eventualmente, todas las cosas que no comprendía se sobreponían a su renuencia. En la oscuridad, respiraba dominada por la aprensión.
—Habladme. Yo no os conozco.
—Perdón. —El tono de Sunder expresaba cansancio y una inútil disculpa—. Hemos olvidado la cortesía. Yo soy Sunder, hijo de Nassic, en otro tiempo… —se sintió amargado durante unos momentos— …Gravanélico de Pedraria Mithil, cuatro veintenas de leguas al Sur. Conmigo están Linden Avery, la Escogida, y el ur-Amo Thomas Covenant, Incrédulo y portador del oro blanco. Ellos son extraños al Reino.
Extraños, murmuró Linden. Se vio a sí misma como a una visitante antinatural. El pensamiento tenía cantos afilados en todos sus extremos.
La eh-Estigmatizada respondió como una muchacha que recuerda con dificultad las buenas maneras.
—Yo soy Hollian, hija de Amith, eh-Estigmatizada de Pedraria Cristal. Yo soy… —aquí se atascó—… Yo no sé si daros las gracias por haber salvado mi vida… o maldeciros por haberme sacado de allí. El Grim de los na-Mhoram va a caer sobre Pedraria Cristal para siempre.
Sunder respondió bruscamente:
—Tal vez no.
—¿Por qué no? —preguntó—. Sivit na-Mhoram-wist no perdona. Irá a Piedra Deleitosa y el Grim será proclamado. Nada puede impedirlo.
—No irá a Piedra Deleitosa. He matado a su corcel. —Sunder musitó, casi para sí mismo—: La Rede nunca me reveló que una Piedra del Sol tuviera tanto poder.
Hollian emitió un leve suspiro de alivio.
—Y el rukh con el que gobierna al Sol Ban está destruido. Así no puede mandar el mal sobre mi pueblo.
Una recuperación de esperanza la silenció. Se relajó en el agua como si fuera un bálsamo para sus temores.
La necesidad de Covenant sonaba fuerte en los oídos de Linden y trató de hacerse el sordo ante ella.
—El cetro del Caballero… ¿su rukh? ¿De dónde sacó la sangre para usarlo? Yo no vi que se cortara él mismo.
—Los Caballeros del Clave —respondió Sunder— no necesitan desangrarse. Están fortificados por los hombres y mujeres jóvenes del Reino. El rukh está hueco por dentro y contiene la sangre para dominar al Sol Ban.
Los ecos del ultraje que la había decidido a rescatar a Hollian despertaron en Linden. Les dio la bienvenida y tras de explorarlos trató de reunir valor. Los ritos del Sol Ban eran bastante bárbaros, tal como Sunder los había practicado. Pero el privilegio de obtener tal poder sin coste personal era ya abominable. No sabía cómo reconciliar su ira con lo que había oído acerca de la misión del Clave, su reputación por su resistencia al Sol Ban. Pero tenía profundas sospechas sobre tal reputación. Había empezado a compartir los deseos de Covenant de llegar a Piedra Deleitosa.
Pero Covenant se estaba muriendo. Todo se concentró en Covenant y su muerte. Después de un rato, Hollian habló de nuevo. —¿Es el de la magia indomeñable?
—Sí —respondió el Gravanélico.
—Entonces ¿por qué… —Linden captó el desconcierto de Hollian— …cómo puede comprenderse que Pedraria Mithil no lo sacrificara tal como manda la Rede?
—Yo no lo permití —respondió Sunder con sencillez—. En su nombre, abandoné mi pueblo, para que no lo mataran.
—Tú eres un Gravanélico —susurró Hollian con sorpresa—, un pedrariano como yo. Un acto así… seguro que fue difícil para ti. ¿Cómo llegaste a cometer tal transgresión?
—Hija de Amith —Sunder contestó haciendo una confesión formal—, llegué a esto por la verdad de la Rede. Las palabras del ur-Amo eran palabras de belleza y no de maldad. Hablaba como aquel que posee voluntad y poder para dar sustancia a las palabras. Y en mi corazón, la verdad de la Rede era insoportable. Además —prosiguió con expresión triste—, he llegado a comprender que la Rede tiene falsedad.
—¿Falsedad? —protestó Hollian—. No. La Rede es la vida del Reino. Si fuera falsa, todos los que confían en ella morirían.
Sunder reflexionó durante unos momentos. Luego dijo:
—Eh-Estigmatizada, ¿conoces la aliantha?
Ella asintió.
—Sí, es el veneno mortal más activo.
—¡No! —Su certeza tocó a Linden. A pesar de todo lo que había ocurrido, tenía una especie de duda interior que ella no llegaba a comprender—. Es el mejor de todos los frutos. Hablo con conocimiento de causa. Durante tres soles hemos comido aliantha en cada ocasión que se nos ha presentado.
—¿Seguro? —Hollian encontró un punto de discusión—. ¿Es esa la causa de la enfermedad del ur-Amo?
—No. La enfermedad la contrajo antes, y la aliantha le ayudó mucho.
A esto siguió una pausa. Hollian trató de asimilar cuanto había oído. Su cabeza oscilaba de un lado a otro, buscando orientarse en la noche. Cuando habló de nuevo, lo hizo con voz suave, entre el ruido de las aguas.
—Habéis salvado mi vida. No dudaré de vosotros. Estoy sin hogar Y sin planes para el futuro, ya que no puedo volver a Pedraria Cristal. El mundo es peligroso y no comprendo mi mala suerte. No debo desconfiar de vosotros. Pero aún quisiera preguntaros cuál es vuestro propósito. Por mi habéis incurrido en algo que despertará la cólera del Clave. Recorréis grandes distancias bajo el Sol Ban. ¿Podéis darme una razón?
Sunder dijo deliberadamente.
—¿Linden Avery? —pasándole la pregunta.
Ella comprendió. La respuesta iba a ser desconcertante y Hollian no parecía preparada para aceptarla con calma. Linden quería rechazar esta dificultad, forzando a Sunder y Hollian a discutir entre sí. Pero, ya que su propia debilidad era intolerable para ella, resolvió responder simple y llanamente:
—Vamos a Piedra Deleitosa.
Hollian reaccionó con horror.
—¿Piedra Deleitosa? ¡Me estáis traicionando!
En seguida abandonó la balsa, buscando la forma de escapar.
Sunder fue tras ella. Trató de gritarle algo; pero su contusionado pecho lo cambió por un gemido de dolor.
Sus bruscos movimientos hicieron que la balsa se tambaleara, lanzando a Covenant al agua.
Linden abrazó a Covenant, llevándolo a la superficie. Su respiración era tan débil que ni siquiera tosía para expulsar el agua que había penetrado por su boca. A pesar de su corpulencia, su aspecto era de extrema debilidad.
Sunder trató de impedir la huida de Hollian; pero se hallaba impedido por sus costillas heridas.
—¿Estás loca? —le gritó Sunder—, si quisiéramos hacerte daño, el intento de Sivit habría sido suficiente.
Esforzándose para sostener a Covenant, Linden le dijo:
—¡Déjala que se vaya!
—¿Dej…? —protestó el Gravanélico.
—¡Sí! —la ferocidad ardía en su cuerpo—. Necesito ayuda. ¡Por Dios! Si quiere irse, que se vaya. ¡Está en su derecho!
—¡Cielos y Tierra! —exclamó Sunder—. Entonces ¿para qué hemos expuesto nuestras vidas por ella?
—¡Porque iban a matarla! Ya no me importa si la necesitamos o no. No tenemos derecho a retenerla en contra de su voluntad. Necesito ayuda.
Sunder escupió una maldición. Bruscamente, abandonó a Hollian y volvió cojeando a través del agua para sostener una parte del peso de Covenant. Pero estaba lívido por el dolor y la indignación. Por encima del hombro, aún le gritó a Hollian:
—¡Tu suspicacia es injusta!
—Tal vez. —La eh-Estigmatizada estaba a unos seis metros de distancia. Su cabeza era una mancha oscura entre las sombras del río—. Seguro que he sido injusta con Linden Avery. —Después de un momento preguntó—: ¿Qué propósito os lleva a Piedra Deleitosa?
—Allí están las respuestas que buscamos —tan rápidamente como vino, el enfado de Linden se desvaneció, tomando su lugar un miedo que le llegaba a los huesos. Se había esforzado demasiado. Sin la ayuda de Sunder, no hubiera sido capaz de colocar a Covenant en la balsa—. Covenant piensa que puede combatir al Sol Ban. Pero primero tiene que saber cómo. Es por ello que quiere hablar al Clave.
—¿Combatir? —inquirió Hollian con incredulidad—. ¿Habláis de alterar el Sol Ban?
—¿Por qué no? —Linden se agarró a la balsa. El agotamiento paralizaba sus piernas—. ¿No es eso lo que tú haces?
—¿Yo?
—¿No eres una sapiente del Sol?
—¡No! —declaró rápidamente Hollian—. Eso es una mentira de Sivit na-Mhoram-wist para reforzar sus acusaciones contra mí. Yo soy una eh-Estigmatizada. Profetizo la llegada del Sol, pero no lo gobierno.
Sunder se dirigió a Linden.
—Sí eso es verdad, no la necesitamos.
Linden no sabía exactamente por qué Sunder se sentía amenazado por Hollian. Pero le faltó valor para preguntárselo.
—Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir —murmuró—. La quiero con nosotros. Si ella lo desea, claro.
—¿Por qué?
Al mismo tiempo, Hollian preguntó:
—¿De qué puedo yo serviros?
De pronto, Linden se encontró sollozando. Se sentía como un niño huérfano, enfrentándose a extremos que no podía solventar. Tuvo que hacer un gran esfuerzo de voluntad para decir:
—Se está muriendo. Puedo sentirlo. —En un súbito recuerdo vio los colmillos de Marid—. Está peor que antes. Necesito ayuda. —La ayuda que necesitaba era espantosa para ella; pero no podía detenerse—. Uno de vosotros no es suficiente. Tendríais que sangrar hasta morir. O yo. —Inducida por el temor a perderle, dirigió su voz a Hollian—. Necesito poder. Para curarle.
No había visto a la eh-Estigmatizada aproximarse; pero ahora estaba nadando a su lado. Suavemente, la mujer dijo:
—Tal vez ese derrame no sea necesario. Puede que me sea posible hacer algo por él. Una eh-Estigmatizada tiene ciertos conocimientos de curación. Pero no quiero verme de nuevo implorando ante el Clave.
Linden apretó sus dientes hasta que la mandíbula le dolió, conteniendo su desesperación.
—Ya has visto lo que es capaz de hacer. ¿Crees que va a ir a Piedra Deleitosa para permitir que te sacrifiquen?
Hollian meditó un momento, tocó delicadamente la inflamación de Covenant y dijo:
—Lo intentaré. Pero debo esperar a la salida del Sol. Y debo saber cómo contrajo ese daño.
El autocontrol de Linden no llegaba a tanto. A la salida del Sol sería demasiado tarde. Covenant no podía durar hasta el amanecer. ¡La Escogida!, murmuró para sí misma. Dios Mío. Dejó que Sunder contestara a las preguntas de la eh-Estigmatizada. El inició el relato de lo que le había sucedido a Covenant, y la atención de Linden se concentró en el débil y arruinado cuerpo del Incrédulo.
Pude sentir el veneno pasando por la inútil constricción de la manga de su camisa. La muerte carcomía, al igual que la lepra, los cimientos de su vida. De ninguna manera podría llegar al amanecer.
Su madre había decidido morir; pero él quería vivir. Se había canjeado por Joan y había sonreído, como si el proyecto fuera una bendición; y aún, en cada acto suyo, demostraba que quería vivir. Quizá estaba loco, quizá su historia del Despreciativo era producto de su paranoia, pero las situaciones vividas no podían ser refutadas. En Pedraria Cristal había aprendido a aceptarlas.
Ahora se estaba muriendo.
Tenía que ayudarle. Ella era médico. Seguro que podía hacer algo contra la enfermedad. Era imposible que su extraña compenetración no actuara en ambos sentidos. Con un sollozo interior, abandonó su resistencia y desnudó su corazón.
Poco a poco, se introdujo dentro de él, morando su propio ego en la carne de él. Sintió su debilitada respiración como propia, sufrió el calor de su fiebre y quedó tan íntimamente atada a él como jamás lo había estado a ningún hombre.
Luego sintió la acción del veneno. Era impotente para repelerla. Le producía náuseas como el aliento enfermo de aquel viejo que le había dicho Se fiel. Ninguna parte de ella sabía cómo dar vida de esta forma, pero hizo cuanto podía hacer. Luchó por él con la misma energía y con la misma secreta y desesperanzada determinación que la había llevado a estudiar medicina, como un acto de indignación contra la ineficacia de sus padres, un hombre y una mujer que nada habían comprendido de la vida, excepto la muerte, y habían anhelado aquello que comprendían con la codicia de unos amantes. Ellos le habían enseñado la importancia de ser eficaz, objetivo que persiguió sin descanso durante quince años.
Esa persecución la había llevado a Haven Farm. Y allí, su desfallecimiento ante la aflicción de Joan, había puesto en tela de juicio toda su vida. Ahora aquella duda tenía el sabor y la corrupción del veneno de Covenant. No podía extinguirlo. Pero trató, con fuerza de voluntad, abrir las últimas barreras de su vida. Aquella enfermedad era un mal moral. La ofendía tanto como la había ofendido Marid o como la había ofendido el asesinato de Nassic y el cuchillo caliente, y ella la condenaba con cada latido de su corazón. Introdujo aire en sus pulmones, presionó su pulso para continuar y se opuso con toda su fuerza a la corrosión y el progreso del mal.
Así, ella sola, pudo mantenerlo vivo durante el resto de la noche.
Los huesos de su frente estaban doloridos por la fiebre compartida cuando Sunder la obligó a regresar a sí misma. Empezaba a amanecer. Hollian y él habían llevado la balsa a la orilla. Linden miró a Hollian rápidamente. Su alma estaba llena de cenizas. Una parte de ella jadeaba continuamente. No. Nunca más. El río corría a través de una tierra baja que debió haber sido una gran llanura; pero ahora, en su lugar, había montañas de hierba preternatural arrancada por tres días de lluvias torrenciales y corrompida luego por el Sol de Pestilencia. Mientras el día se aproximaba, el viento movía corrientes de putrefacción de un lado a otro del Mithil.
Entonces Linden adivinó por qué Sunder y Hollian habían escogido aquel lugar. Junto a la orilla, había un banco de arena que ocupaba parte del curso del agua, formando un montículo donde Covenant podría descansar, lejos de la fétida hierba.
Los pedrarianos amarraron la balsa, llevaron a Covenant a la arena y le levantaron el cuerpo de forma que descansara en los brazos de Linden. Tratando de mantenerlo derecho, pese a su propio agotamiento, observó como Sunder y Hollian se apresuraban a buscar piedra. Pronto estuvieron fuera de su vista.
Con el reducido remanente de sus fuerzas, Linden volvió la cabeza para ver salir el Sol.
Apareció por el horizonte vestido de color de carne, como las velas de un barco con plaga a bordo. Agradeció su calor. Necesitaba calentarse y secarse. Pero su corona la hizo gruñir con repugnancia. Dejó a Covenant en la arena, luego se sentó a su lado y lo estudió como si tuviera miedo de cerrarle los ojos. No sabía cuánto tardarían en llegar los insectos.
Sunder y Hollian regresaron excitados. La tensión entre ellos se mantenía, pero habían encontrado algo importante para ambos. Juntos, llevaban una gran mata que habían arrancado de raíz, como si fuera un tesoro.
—¡Voure! —gritó Hollian mientras ella y Sunder depositaban la planta en la arena. Su pálida piel era luminosa a la luz del Sol—. Ha sido una gran suerte. La voure es una planta muy extraña. —En seguida empezaron a arrancar sus hojas.
—Sí, muy extraña —confirmó Sunder—. Ese nombre está en la Rede, pero yo no conozco la voure.
—¿Es curativa? —preguntó Linden.
En respuesta, Hollian le dio un puñado de hojas. Eran pulposas como esponjas. De los tallos rotos salía una savia blanca. Su intenso olor le hizo retirar la cabeza.
—Frótate la cara y los brazos con este jugo —le aconsejó Hollian—. La voure es muy potente contra los insectos.
Linden se quedó mirando hasta que sus sentidos registraron la verdad de Hollian. Luego obedeció. Cuando se hubo aplicado aquel jugo, hizo lo mismo con Covenant.
Sunder y Hollian estaban ocupados en la misma tarea. Cuando terminaron, él guardó las hojas restantes en su saco.
—Ahora —dijo rápidamente la eh-Estigmatizada—, debo hacer lo que permita mi capacidad para restaurar a Mediamano.
—Su nombre es Covenant —protestó Linden. Para ella, Mediamano era una palabra del Clave y no le gustaba.
Hollian parpadeó como si aquello fuera irrelevante y no contestó.
—¿Necesitas mi ayuda? —preguntó Sunder. Su sequedad había vuelto. En alguna forma que Linden no podía precisar, Hollian le molestaba o le amenazaba.
La respuesta de la eh-Estigmatizada fue igualmente corta.
—Creo que no.
—Entonces pondré a prueba esa voure. Voy a ver si encuentro aliantha.
Moviéndose con brusquedad, volvió a la orilla y avanzó a zancadas a través de los hierbajos.
Hollian no perdió el tiempo. De su vestido sacó un pequeño puñal de hierro y la varita lianar. Arrodillándose junto al hombro derecho de Covenant, colocó el lianar en su pecho y tocó su mano izquierda con el puñal.
Ahora el Sol ya estaba por encima del horizonte, ejerciendo su corrupción. Pero el jugo de voure parecía formar un escudo contra la putrefacción. Y aunque varios insectos habían empezado a volar en todas direcciones, no se acercaban al banco de arena. A Linden le enfermaba concentrarse en estas cosas. No quería ver los ritos de sangre de la eh-Estigmatizada. No quería verlos fallar. Sin embargo, fijó la vista en el cuchillo para seguir la operación.
Al igual que el antebrazo de Sunder, la palma derecha de Hollian estaba llena de viejas cicatrices. Pasó el hierro por su carne. Un reguero de sangre empezó a bajar por su muñeca desnuda.
Seguidamente dejó el puñal y cogió el lianar con su mano sangrante. Sus labios se movían, pero no emitía ningún sonido.
Toda su atención se centraba en la varita. De súbito, unas llamas envolvieron la madera. Fuego del color del aura solar envolvió sus dedos. Su voz se convirtió en un cántico audible, pero las palabras eran extrañas a Linden. El fuego creció, cubriendo la mano de Hollian y empezó a unirse con la sangre de su muñeca.
Mientras ella cantaba, el fuego iba lanzando largos y delicados vástagos jarcillos de visteria. Se extendieron por la arena, alcanzando el agua, como venas de sangre en la corriente, buscando luego la orilla como si trataran de encontrar un lugar para echar raíces.
Con el soporte de una resplandeciente red de jarcillos de poder, ella ajustó su canto y bajó su lianar hasta el envenenado antebrazo de Covenant. Linden retrocedió instintivamente. Pudo sentir el mal sabor de la enfermedad en el fuego y la preternatural fuerza del Sol Ban. Hollian usaba la misma fuente de poder que Sunder con la Piedra del Sol. Pero después de un momento, Linden se dio cuenta de que el efecto del fuego no era malsano. Hollian atacaba el veneno con veneno. Al retirar su vara del brazo de Covenant, la inflamación había empezado a decrecer.
Cuidadosamente, trasladó su poder a la frente, poniendo la llama en contacto con la fiebre en su cráneo.
En seguida, su cuerpo se quedó rígido, la cabeza se echó hacia atrás; un grito salió de su garganta. Una detonación instantánea en su anillo lanzó un remolino de arena sobre las dos mujeres y el río.
Antes de que Linden pudiera reaccionar, él se hallaba completamente inerte.
La eh-Estigmatizada se desplomó a su lado. La llama del lianar se extinguió, dejando la madera clara, limpia y entera. En el espacio de un latido de corazón los jarcillos de fuego se apagaron solos, pero su imagen quedó retenida unos momentos en los ojos de Linden.
Se apresuró a examinar a Covenant con cierta aprensión. Pero al tocarle, él inhaló profundamente y empezó a respirar como si estuviera dormido. Le tomó el pulso, y lo encontró normal y seguro.
Una sensación de alivio inundó todo su cuerpo. El Mithil y el Sol parecían extrañamente empañados. Se encontró postrada en la arena sin haberse dado cuenta de que se recostaba. Su mano izquierda tocaba el agua. Aquel toque frío parecía ser lo único que le impedía llorar.
Con voz débil Hollian preguntó:
—¿Se encuentra bien?
Linden no pudo responder porque no tenía palabras.
Poco después, Sunder regresó. Llevaba las manos llenas de bayas-tesoro. Pareció observar la extenuación de sus compañeros. Sin decir nada, se aproximó a Linden e introdujo entre sus labios una baya.
Su delicioso sabor la restauró. Hizo una estimación de la cantidad de aliantha que Sunder traía y tomó su parte. Las bayas alimentaron una parte de ella que se había extendido hasta más allá de sus límites en su esfuerzo para mantener vivo a Covenant.
Hollian observaba con cansancio y extrañeza como Sunder consumía su porción de aliantha. Pero no se atrevió a tocar las bayas que él le ofreció.
Una vez recuperadas las fuerzas, Linden colocó a Covenant de forma que estuviera medio sentado. Luego cogió bayas y lo alimentó con ellas. Su efecto fue casi inmediato: su respiración se estabilizó, sus músculos se fortalecieron y el color de su piel se normalizó.
Deliberadamente, Linden miró a Hollian. El esfuerzo de haber curado a Covenant la había dejado en necesidad de alimento. Y su mirada escudriñadora no admitía otra respuesta. Con un estremecimiento de resolución aceptó una baya y la introdujo en su boca. Después la masticó.
Su propio placer la dejó desconcertada. Una especie de revelación resplandecía en sus ojos, mientras se desprendía de sus temores como de un manto desechado.
Con un íntimo suspiro, Linden bajó la cabeza de Covenant y la apoyó en la arena para que descansara.
Los compañeros permanecieron en el banco durante buena parte de la mañana para recuperarse. Luego, cuando la inflamación de Covenant había derivado de negro a un color jaspeado de amarillo y púrpura, y había descendido del hombro, Linden juzgó que se hallaba en condiciones de viajar. Y emprendieron nuevamente la marcha Mithil abajo.
El voure siguió protegiéndoles de los insectos. Hollian dijo que aquella savia mantendría su actividad durante varios días, y Linden empezó a creerlo cuando descubrió que su olor aún se percibía después de haber pasado medio día inmersa en el agua.
En el cárdeno rojo de la puesta del Sol, hicieron parada en un ancho declive de roca que se extendía desde el río hacia el Norte. Tras el esfuerzo de los últimos días, Linden apenas notó la incomodidad de dormir sobre piedra. Parte de ella estaba todavía en contacto con Covenant como una cuerda afinada para resonar adecuadamente en un determinado tono. En la mitad de la noche, se encontró mirando como encantada la afilada hoz de la Luna. Covenant estaba sentado a su lado. No parecía consciente de su presencia. Sin hacer ruido, alcanzó el borde del agua para beber.
Ella lo siguió, angustiada, ante la posibilidad de que sufriera una recaída en su delirio. Al verla, dio muestras de reconocerla con un movimiento de cabeza y la condujo a un lugar donde pudieran, al menos, susurrar sin molestar a los otros. La forma en que llevaba el brazo demostraba que aún lo tenía delicado, pero útil. Su expresión era oscura en la vaga noche, pero su voz sonó clara.
—¿Quién es la mujer?
Ella de pie junto a él, atisbo en la sombra de su desconcierto.
—¿No la recuerdas?
—Recuerdo a las abejas —dijo con un instantáneo temblor—. Aquel Delirante. Nada más.
Los esfuerzos de ella para mantenerle vivo la habían hecho vulnerable a él. Había compartido su extrema gravedad, y ahora parecía demandarle algo que nunca le sería posible rechazar.
—Tuviste una recaída.
—¿Una recaída? —preguntó, tratando de flexionar su brazo.
—Fuiste picado y sufriste un shock. Fue como otra mordedura en el mismo lugar, pero creo que peor. —Involuntariamente tocó su hombro—. Creí que no llegarías a contarlo.
—¿Cuándo fue eso?
—Hace día y medio.
—¿Y cómo…? —Empezó, pero luego cambió la pregunta—. ¿Y luego qué?
—Sunder y yo no pudimos hacer nada por ti. Simplemente continuamos. —Le dio más rapidez a sus palabras—. Aquella noche fuimos a otra pedraria. —Ella le contó la historia como si tuviera prisa para llegar al final. Pero cuando trató de describirle el poder de su anillo, él la detuvo.
—Eso no es posible —susurró.
—¿De verdad que no recuerdas nada?
—No. Pero te digo que es imposible. Yo siempre… siempre he necesitado alguna clase de detonador. La proximidad de otro poder, como el orcrest. Nunca actúa solo. Nunca.
—Tal vez fuera el Caballero.
—Sí —admitió—, podría ser. Ese cetro… su rukh —dijo, repitiendo el nombre que ella le había dado, para asegurarse.
Linden asintió y continuó hablando.
Cuando terminó, Covenant se expresó en forma vacilante.
—Tú dices que estuve desvariando. Debe ser así, pues no recuerdo nada. Luego, ese Caballero trató de atacar y, de súbito, tuve poder —su tono mostraba la importancia de la cuestión—. ¿Qué me ocurrió? No pude defenderme solo si estaba tan enfermo. ¿Resultaste herida? ¿…o Sunder?
—No. —Súbitamente, la oscuridad entre ellos se llenó de significado. Ella se había arriesgado hasta extremos increíbles para mantenerlo vivo… ¿y para qué? En su poder y delirio ella no contaba para nada, excepto para ser acusada de haberle abandonado. Incluso ahora, él no sabía cuánto le había costado su supervivencia. No. Casi no pudo esconder su amargura cuando dijo:
—No. No fue eso.
Luego él, suavemente preguntó:
—Entonces ¿qué fue?
—Te hice creer que Joan estaba en peligro. —Y prosiguió, golpeándole con palabras—. Fue lo único que se me ocurrió. No ibas a ser capaz de salvarte a ti mismo… ni de salvarme a mí. Sólo sabías acusarme de haberte abandonado. Por Dios —exclamó—. He estado junto a ti desde la primera vez que vi a Joan. Sin importarme lo loco que puedas estar, he permanecido contigo. Ahora estarías muerto de no haber sido por mí. Pero tú seguías acusándome y yo no lograba que me hicieras caso. El único nombre que significó algo para ti fue el de Joan.
Le había hecho daño. Su mano derecha hizo un gesto hacia ella; luego retrocedió. En la oscuridad, parecía no tener ojos. Sus cuencas se encaraban a ella como si se hubiera quedado ciego. Ella esperaba alguna protesta, alguna disculpa. Pero estaba allí de la misma forma que había estado cuando le había conocido en Haven Farm; derecho, bajo el peso de cargas imposibles. Cuando habló, su voz estaba enmarcada en rabia y tristeza.
—Ella fue mi esposa. Se divorció de mí porque yo había contraído lepra. De todas las cosas que me han ocurrido, esta fue la peor. Dios sabe que he cometido crímenes. He violado, matado, traicionado… Pero esas son cosas que hice yo, y también hice todo lo que pude para compensar el mal que había producido. Ella me trató como si fuera una ofensa. Siendo yo quien era, sufriendo una dolencia física, no pude haber prevenido o curado más de lo que previne o curé mi propia mortalidad. Yo la aterrorizaba. Eso fue lo peor. Porque yo lo creía. Yo sentía esa forma de lepra sobre mí.
«Yo le di un motivo de reproche. He vivido con él durante once años. No pude soportar el hecho de ser la causa. He vendido mi alma para pagar esta deuda; pero de nada ha servido. —Los músculos de su cara se contorcían ante el recuerdo—. Soy un leproso. Nunca dejaré de ser un leproso. Y nunca me será posible quitarme de encima su reproche. Esto va más allá que cualquier elección. Sus palabras eran de color de sangre.
»Pero, Linden —prosiguió. La primera alusión pinchó su corazón—. Ella es mi ex-esposa. —A pesar de sus esfuerzos para controlarla, su voz contenía una dosis de fatalidad, como un lamento—. Si el pasado sirve de algo, no voy a verla nunca más.
Sus ojos se pegaron a él al tiempo que acumulaba cantidad de incertidumbres. ¿Por qué no iba a ver más a Joan? ¿Cómo había podido venderse a sí mismo? ¿Cuántas cosas había ocultado? Pero, en su vulnerabilidad, había una pregunta más apremiante que ninguna otra. De una manera normal la formuló:
—¿Quieres verla de nuevo?
Para sus tensos oídos, la simplicidad de la respuesta llevaba el peso de una declaración.
—No. No me gusta ser un leproso.
Ella se volvió para que él no viera las lágrimas que tenía en los ojos. No quería descubrirse tanto ante él. Estaba en peligro de perderse. Y aún, su alivio era tan punzante como el amor. Mirando hacia atrás, dijo tranquilamente:
—Tómate un descanso. Lo necesitas.
Luego regresó al lugar donde estaban Sunder y Hollian, tendidos en la roca, y pasó largo tiempo temblando como si estuviera atrapada en un invierno de soledad sin protección.
Cuando se despertó el Sol ya se había levantado, rojo y amenazante. La aliantha amontonada junto al saco de Sunder indicaba que los pedrarianos habían ido a buscar comida, con éxito. Covenant y la eh-Estigmatizada estaban juntos, entablando relación. Sunder, sentado cerca de ellos y parecía limpiarse los dientes.
Linden se puso en pie. Su cuerpo estaba dolorido por la dureza de su cama; pero no le prestó atención. Evitando los ojos de Covenant, como si estuviera avergonzada, se acercó al río para lavarse la cara.
A su regreso, Sunder repartió las bayas-tesoro. Los viajeros comieron en silencio. Sin embargo, Linden no podía desentenderse de lo que ocurría entre sus compañeros. Covenant estaba tan rígido como nunca lo habría estado en Haven Farm. Las delicadas facciones de Hollian mostraban perplejidad, casi como una especie de temor. Y el mal humor del Gravanélico no había desaparecido; un resentimiento dirigido a la eh-Estigmatizada o a sí mismo.
La actitud de todos ellos creaba confusión en Linden. Ella era responsable de sus tensiones e inadecuada para resolverlas. Al mantener la vida de Covenant, había abierto puertas que ahora no podía cerrar, aunque había jurado cerrarlas. Musitando agriamente algo para sí misma, terminó su aliantha, esparció las semillas más allá de las rocas y se dispuso con energía a hacer los preparativos para volver al río.
Pero Hollian no podía sobrellevar su propia pena en silencio. Después de un momento se dirigió al Incrédulo.
—Dices que debo llamarte Covenant, aunque es un nombre de mal agüero y sienta mal a mi boca. Bien, Covenant. ¿Has pensado adonde vas? El Gravanélico y Linden Avery dicen que tienes que dirigirte a Piedra Deleitosa. Mi corazón se encoge al pensarlo; pero si éste es tu destino, yo no voy a desanimarte. Piedra Deleitosa está allí —dijo, señalando al Noreste—, a más de doscientas leguas de distancia. El Mithil ya no sigue tu camino.
—Esto ya lo sabemos, eh-Estigmatizada —murmuró Sunder.
Ella no hizo caso de su intervención y continuó:
—Podríamos seguir a pie, con la ayuda del voure.
—Dudó al darse cuenta de la dificultad de lo que estaba proponiendo.
—Y probar fortuna —terminó, sin que sus ojos hubiesen dejado la cara de Covenant.
—Podemos. —Su tono revelaba que ya había hecho su elección—. Pero no quiero correr el riesgo de nuevas picaduras. Continuaremos por el río un día o dos más.
—Covenant. —La mirada de Hollian era punzante—. ¿Ya sabes lo que hay en este camino?
—Sí —respondió, mirándola de frente—. Andelain.
¿Andelain? La intensidad, no mostrada anteriormente, con que pronunció este nombre puso a Linden en estado de alerta.
—¿Es que tú…? —Hollian luchaba contra su aprensión—. ¿Es que tú eliges pasar por Andelain?
—Sí. —La resolución de Covenant era absoluta. Pero estudió atentamente a la eh-Estigmatizada, como si su preocupación le molestara—. Quiero verlo, antes de ir a Piedra Deleitosa.
Su decisión la dejó aterrada. Abrió la boca con la intención de gritar, pero no pudo encontrar aire suficiente en la mañana.
—Estás loco. O eres un servidor de a-Jeroth, como predica la Rede. —Se volvió hacia Linden y luego hacia Sunder, rogándoles que la escucharan—. No debéis permitírselo. —Luego llenó sus pulmones de aire y gritó—: ¡No debéis!
Covenant la emprendió contra ella. Hundiendo los dedos en sus hombros, la sacudió y dijo:
—¿Qué hay de malo en Andelain?
La boca de Hollian se movía, pero no encontraba palabras.
—¡Sunder! —gritó Covenant.
Tensamente, el pedrariano, respondió:
—Estoy a ochenta leguas de mi casa. No sé nada de Andelain.
Hollian trató de controlarse.
—Covenant —dijo en tono patético—, tú puedes comer aliantha, desafiar al Clave, atropellar la Rede y retar al mismo Sol Ban, pero de ninguna manera debes entrar en Andelain.
Covenant bajó la voz y preguntó:
—¿Por qué no?
—¡Es una artimañana y un engaño! —dijo ella—. Una abominación del Reino. Se muestra agradable y cruel a los ojos y seduce a todos los que lo miran, para su destrucción. ¡Es impermeable al Sol Ban!
—¡Imposible! —exclamó Sunder.
—¡No! —puntualizó Hollian—. Digo la verdad. Sol tras Sol, siempre permanece inalterado, como una imitación del paraíso. —Trataba de transmitir a Covenant todo su espanto—. Mucha gente ha sido traicionada allí… La leyenda se cuenta a menudo en toda esta región. Pero yo no hablo sólo de leyendas. He conocido a cuatro… cuatro bravos pedrarianos que sucumbieron en ese señuelo. Angustiados y temiendo por sus vidas, abandonaron Pedraria Cristal para correr aventuras en Andelain. Dos entraron y no volvieron a salir. Los otros dos regresaron a Pedraria Cristal y la locura se enraizó en ellos como el Grim de na-Mhoram. No había remedio para disminuir su violencia. Roft se vio obligado a sacrificarlos.
—Covenant —rogó—, no vayas allí. Te vas a encontrar con un tormento más temible que cualquier Sol Ban sin protección. —Cada palabra de ella vibrara con convicción, con verdadero miedo—. Andelain es la profanación del alma.
Bruscamente, Covenant apartó de él a la eh-Estigmatizada. Dio la vuelta y bajó por el declive para detenerse a la orilla del agua. Sus puños se abrían y cerraban, temblando, a ambos lados.
Linden fue de inmediato a su encuentro, buscando alguna forma de disuadirlo. Ella creía en lo que había dicho Hollian. Pero en cuanto tocó su brazo, la violenta reacción de él la dejó muda.
—Andelain. —La voz le salía llena de fatalismo y rabia. Súbitamente se volvió hacia ella—. Dices que has estado conmigo. —Sus ojos la atravesaban—. Quédate ahora. Nada más importa. Sigue a mi lado.
Antes de que ella tratara de responder, se dirigió a Sunder y a Hollian. Ellos le miraban, confundidos por su pasión. El Sol dibujaba su perfil a contra luz.
—Andelain había sido el corazón del Reino. —Su voz sonó como si se estuviera estrangulando—. Tengo que ver lo que ha ocurrido allí.
Un momento después estaba en el agua, nadando río abajo con todas sus fuerzas.
Linden valoró sus propias posibilidades y decidió no seguirle. No podía mantener su marcha; ya se reencontraría con él más tarde. Sigue a mi lado. Sus sentidos le indicaban que Hollian decía la verdad. Había algo engañoso encerrado en Andelain; pero las palabras de Covenant habían desechado toda convicción de peligro. Se había esforzado con la intimidad de una amante en salvar su vida. No podía soportar el coste de aquella intimidad, pero podía hacer otras cosas por él. Volviéndose hacia los pedrarianos, llamó:
—¿Sunder?
El Gravanélico miró hacia el río, luego a Hollian y, por fin, localizó la llamada de Linden.
—La eh-Estigmatizada es pedrariana —respondió—, como yo. Comparto sus temores. Pero ahora estoy atado al ur-Amo. Le acompañaré.
Con un simple movimiento de cabeza, Linden aceptó su decisión.
—¿Hollian?
La eh-Estigmatizada no parecía poder enfrentarse a la elección que le tocaba hacer. Sus ojos vagaron por la piedra en busca de respuestas que no contenía.
—¿Es que he sido rescatada de un peligro para el peligro? —Murmuró amargamente. Pero lentamente fue recuperando la fuerza que le había permitido enfrentarse a Croft y a Sivit con dignidad—. Se dice en la Rede, por encima de toda duda, que el Mediamano es un servidor de a-Jeroth.
Linden respondió rápidamente:
—La Rede se equivoca.
—¡No puede ser! —El temor de Hollian se palpaba en el aire—. Si la Rede es falsa, ¿cómo puede sostener la vida?
—Eh-Estigmatizada, —intervino inesperadamente Sunder con voz estrangulada como si hubiera llegado, sin aviso ni preparación, a una crisis—, Linden Avery habla de otra falsedad. Para ella, todas las cosas relacionadas con el Sol Ban son falsas.
Hollian estaba atenta a lo que decía y también Linden escuchaba. Ella trataba de mantenerse en su lugar; pero los esfuerzos del Gravanélico para expresar sus propios sentimientos la hizo permanecer callada.
«Eh-Estigmatizada —prosiguió—, yo te he acogido con resentimiento. Tu presencia es un reproche que se me hace. Tú eres pedrariana. Tu comprendes lo que pasa cuando un Gravanélico traiciona a su hogar. Tanto si lo quieres como no, me estás acusando. Y tu situación es envidiable para mí. Tú eres inocente del hecho de estar donde estás. Sea cual sea el camino que sigas a partir de este lugar, nadie podrá recriminarte nada. En cambio, todos mis caminos son caminos de reproche.
»Mi vindicación ha sido la de ser necesario al ur-Amo y a Linden Avery, sirviendo a sus objetivos. Su visión me ha llegado al corazón y la supervivencia de esa visión ha estado en mis manos. Sin mi ayuda, ahora estarían muertos y con ellos un claro mundo de belleza que se me ha dado a escuchar.
»Lo elijas o no, me despojas del valor asistencial que tengo para ellos. Tus conocimientos del Sol Ban y de los peligros que tenemos delante, con toda seguridad exceden a los míos. Tú puedes curar y yo no. Tú no has segado ninguna vida. En tu presencia, yo no tengo respuesta a mis culpas».
—Sunder —Hollian respiró—. Gravanélico. Este castigo no representa nada. El pasado no puede cambiarse. Tu vindicación no puede serte arrebatada.
—Las cosas cambian —respondió tensamente—. El ur-Amo Covenant altera el pasado a cada instante. Por tanto —dijo para cortar su protesta— no tengo elección. Ya no puedo pasarme sin estas alteraciones. Pero tú sí tienes elección. Y precisamente porque puedes elegir, eh-Estigmatizada, te imploro. Presta tu servicio al ur-Amo. El ofrece mucho… y lo necesita. Tu ayuda es más grande que la mía.
La mirada de Hollian estaba fija en él mientras hablaba. Pero no pudo encontrar ninguna respuesta a su miedo.
—Ah —suspiró amargamente—, yo no puedo ver tal elección. Detrás de mi veo muerte y delante veo horror. Esto no es elegir, es un tormento.
—¡Es una elección! —gritó Sunder, sin poder contener su vehemencia—. Ni la muerte ni el horror son inevitables para ti. Puedes separarte de nosotros y encontrar un pueblo nuevo donde establecer tu casa. Ellos desconfiarán de ti durante algún tiempo, pero eso pasará. Ninguna pedraria osaría sacrificar voluntariamente una eh-Estigmatizada.
Sus palabras cogieron por sorpresa tanto a Hollian como a Linden. A Hollian, ni se le había ocurrido la idea que él le estaba dando. Y Linden no llegaba a comprender por qué había utilizado tal argumento.
—Sunder —dijo Linden suavemente—. ¿Qué crees que estás haciendo?
—Trato de persuadirla —respondió, sin apartar los ojos de Hollian—. Una elección hecha libremente es más fuerte que aquella que se toma por coacción. Necesitamos su fuerza. De otra forma, dudo que lleguemos alguna vez a Piedra Deleitosa.
Linden se esforzó en comprenderle.
—¿Intentas decirme que quieres ir a Piedra Deleitosa?
—Debo ir —respondió; pero sus palabras iban dirigidas a la eh-Estigmatizada—. No me queda otro remedio. Debo ver contestadas las mentiras de la Rede. Durante todas las generaciones del Sol Ban, los Caballeros han recogido sangre en nombre de la Rede. Ha llegado la hora de obligarles a decir la verdad.
Linden asintió y puso su atención en Hollian mientras ésta absorbía el argumento de Sunder y buscaba una respuesta. Después de un momento dijo lentamente:
—En lo de la aliantha, si no en otra cosa, he llegado a dudar de la Rede. Y Sivit na-Mhoram-wist quería mi muerte, aunque estaba claro para todos los presentes que yo significaba mucho en beneficio de Pedraria Cristal. Si te dispones a seguir al ur-Amo Covenant en nombre de la verdad, yo te acompañaré. —Luego volvió la mirada hacia Linden—. Pero no entraré en Andelain. Eso sí que no lo haré.
Linden tomó nota mental de su aviso y dijo:
—Muy bien, vámonos. —Llevaba ya demasiado tiempo alejada de Covenant y su ansiedad por él tensaba todos sus músculos. Pero una última palabra la hizo volverse—. Sunder —dijo pensativamente—. Gracias.
Su gratitud pareció desconcertarlo. Pero luego respondió con una muda inclinación. En este gesto, se comprendieron uno a otro.
Dejando el saco y la balsa para los pedrarianos, Linden se tiró al agua y nadó en busca de Covenant.
Lo encontró descansando en una lengüeta de tierra situada tras una curva del río. Parecía cansado y esperando, como si supiera que ella iba a llegar. Al salir del agua cerca de él, después de frotarse los ojos para aclarar su visión, pudo observar el gesto de alivio medio escondido entre su convalecencia y su desgreñada barba.
—¿Vienes sola?
—No. Los otros vienen detrás. Sunder le ha explicado a ella todo el asunto.
El no contestó. Bajó la cabeza hasta apoyarla en sus rodillas, y escondió la cara, como si no quisiera mostrar su satisfacción, por la ayuda que había conseguido.
Sunder y Hollian estuvieron pronto a la vista y en seguida se reagruparon para seguir juntos río abajo. Covenant cabalgaba la corriente en silencio, con su vista siempre fija hacia adelante. También Linden permanecía callada, tratando de recoger las dispersas piezas de su intimidad. Se hallaba totalmente vulnerable, como si cualquier palabra casual o cualquier ligero toque pudieran conducirla al borde de sus propios secretos. No sabía cómo recuperar su antigua autonomía. Durante el día pudo sentir el Sol de Pestilencia amenazándola mientras nadaba; y su vida parecía compuesta de hilos contra los cuales no tenía protección.
Luego, a últimas horas de la tarde, el río empezó a correr en línea recta en dirección Este, y el terreno por el que se deslizaba iba cambiando dramáticamente. Empinadas colmas se levantaban a ambos lados como contraponiéndose unas a otras. Las de la derecha eran rocosas y desnudas, con una desolación distinta de la tierra salvaje producto del Sol del Desierto. Linden adivinó que aquel era su estado natural, que nunca un Sol Fértil había aliviado su aridez. Algún antiguo desastre había eliminado en ellas toda posibilidad de vida vegetal, algo que debía haber ocurrido mucho tiempo antes del dominio del Sol Ban.
Pero las colinas de la izquierda ofrecían un tremendo contraste. La fuerza con que afectaron a sus sentidos fue un shock para sus nervios.
Al Norte del Mithil había una frondosa región intocada, para bien o para mal. Los olmos y toda la brillante vegetación que marcaba los límites tenían su altura natural y un aspecto saludable; no había Sol Fértil que hubiera influido en su crecimiento ni Sol de Pestilencia que hubiera corrompido su madera o su savia pura. La hierba que se extendía formando grandes extensiones de césped a partir de la orilla del río, era genuina y podían verse plantas de aliantha, amarillis y botones de oro. Un suave aire soplaba desde aquellas colinas, siempre limpio y virginal.
La demarcación entre esta región y su terreno circundante era tan clara como una línea trazada en el barro; en aquella frontera terminaba el Sol Ban y empezaba la belleza. Cerca del río, como señal y guardián de las colinas, había un roble, nudoso y oscuro, con largas ramas engalanadas con brionia, como una capa de poder, una canosa majestad inmutable ante la desertización o corrosión. Era el árbol que prohibía la entrada o daba la bienvenida, según el espíritu de quienes llegaban.
—Andelain —susurró tensamente Covenant, como si quisiera cantar y no pudiera abrir su garganta—. Oh, Andelain.
Pero Hollian miró hacia las colinas con irreprimida repugnancia. Sunder pasó la vista por encima de ellas como si encerraran un peligro que no podía identificar.
Y Linden tampoco podía compartir la satisfacción de Covenant. Andelain le chocó como el sabor de la aliantha encarnado en el Reino. Se desvelaba a su particular percepción con una intensidad visionaria. Era tan azaroso como una droga que puede matar o curar, según la pericia del médico que la utilice.
Linden sentía temor y curiosidad. Había sentido el Sol Ban de una manera demasiado personal y se había expuesto demasiado en Covenant. Quería encontrar amabilidad como si su alma desesperara por ella. Pero el miedo de Hollian era del todo convincente. Las emanaciones de Andelain llegaban a la cara de Linden con sabor tan fatal como profético. Vio intuitivamente que las Colinas podían herirla o hacerla sentir herida tan absolutamente como cualquier agravio. No tenía la habilidad necesaria para medir o controlar la potencia de la droga. ¡Era imposible que aquellos árboles y hierba ordinarios pudieran ejercer tanto poderío! Ella ya estaba comprometida en una batalla contra la locura. Hollian había dicho que Andelain volvía a la gente loca.
—No —se repitió a sí misma—. No otra vez, por favor.
Por mudo consenso, ella y sus compañeros hicieron parada para la noche en lado opuesto al roble. Había un hechizo peculiar entre ellos. Covenant miró extasiado a la luz trémula. Pero la repulsión de Hollian se mantenía invariable. Sunder llevaba desconfianza en la corvadura de sus hombros. Y Linden no podía dejar sus sentidos libres de la desolación de las colinas del Sur. Esta región desértica era como una sombra proyectada por Andelain, una consecuencia del poder. A ella le afectó como si demostrara la legitimidad del miedo.
Al anochecer, Hollian pinchó la palma de su mano con la punta de su pequeña puñal y utilizó la sangre para obtener una pequeña llama verde en su lianar. Luego anunció que al día siguiente habría un Sol Fértil. Pero Linden estaba encerrada en sus propias aprensiones y apenas oyó a la eh-Estigmatizada.
Se levantó al amanecer con sus compañeros, y le dijo a Covenant:
—Yo no voy a ir contigo.
El aire matinal no pudo mitigar su sorpresa.
—¿No? ¿Por qué?
Ella no pudo responder inmediatamente, y él la urgió:
—Linden, ésta es tu oportunidad de probar algo distinto a la enfermedad. Has sido herida por el Sol Ban. Andelain puede curarte.
—No. —Trató de que su negación sonara segura, pero los recuerdos de su madre y, del aliento del viejo habían desgastado su autocontrol. Ella había compartido la enfermedad de Covenant, pero nunca había compartido su fortaleza—. Sólo parece saludable. Ya has oído a Hollian. En algún lugar de allí hay algo canceroso. Ya me he arriesgado lo suficiente.
—¿Canceroso? —replicó—. ¿Has perdido tus ojos? Esto es Andelain.
Linden no pudo aguantar su oscura mirada.
—No se nada acerca de Andelain. No se qué decirte, pero, es demasiado poderoso. No podría soportarlo. Allí perdería el juicio.
—Allí puedes encontrarlo —insistió tercamente—, he estado hablando de luchar contra el Sol Ban y tú dudas entre creerme o no. Allí está la respuesta. Andelain niega al Sol Ban. Incluso puedo verlo. El Sol Ban no es omnipotente.
«Desde luego, Andelain tiene un gran poder —prosiguió él en un arranque de ira y persuasión—. Así tiene que ser. Pero nosotros también necesitamos poder. Y necesitaríamos saber qué hay de claro en Andelain.
«Puedo comprender a Hollian e incluso a Sunder. El Sol Ban los ha hecho tal como son. Es algo cruel y terrible, pero es lógico. Un mundo lleno de leprosos no puede automáticamente confiar en alguien que tenga los nervios sanos. Pero tú, tu eres médico. Luchar contra la enfermedad es tu oficio. Linden, —la cogió por los hombros, forzándola a mirarle a la cara. Sus ojos parecían desvaídos e inflexibles, como si creyera que todo el mundo podía hacer lo que él hacía, como si no supiera que le debía la vida a ella, que toda su demostración de empeño y valor hubiera quedado en nada sin su intervención—. Ven conmigo».
A. pesar de sus temores, ella quería ser igual que él. Pero había almacenado demasiado veneno y necesitaba tiempo y fuerzas para recobrarse.
—No puedo. Tengo miedo.
La furia de su mirada le producía un martirio. Ella bajó los ojos y, al cabo de un momento, él dijo, de una manera distante:
—Estaré de vuelta de aquí a dos o tres días. Probablemente es mejor así. La insensibilidad del cuerpo tiene sus ventajas. Es posible no sea vulnerable a lo que haya allí, sea lo que sea. Cuando vuelva decidiremos lo que vamos a hacer.
Ella asintió con dificultad y él la soltó.
El Sol se levantaba, vestido de esmeralda. Cuando ella volvió a alzar la cabeza, él estaba en el río, nadando hacia Andelain como si fuera capaz de hacer algo. Una luz tintada de verde danzaba en los rizos del agua por donde pasaba. El veneno todavía estaba en él.