La presencia del Delirante, auténtico y tangible, afectó a los nervios de Linden como una descarga eléctrica, dejándola atontada. No podía moverse. Covenant la empujó para que se mantuviera detrás de él y volvió la cara para ver el ataque. El grito de ella se ahogó en el impacto del agua.
Luego el enjambre atacó. Cuerpos negros y amarillos del largo de su pulgar poblaban el aire y se precipitaban sobre el río como si se hubieran vuelto locos. Linden sintió al Delirante en todo su alrededor; un espíritu de venganza y codicia que se movía maliciosamente entre las abejas.
Inducida por el pánico, Linden se sumergió.
El agua que estaba debajo de la balsa era clara y vio a Sunder, que buceaba cerca de ella, empuñando su cuchillo y la Piedra del Sol como si intentara enfrentarse al enjambre.
Covenant permaneció en la superficie. Sus piernas y todo su cuerpo se retorcían; debió haber estado luchando salvajemente contra las abejas.
En seguida, el miedo de Linden cambió de dirección. Ahora temía por él. Nadó hacia él, le agarró un tobillo y tiró de él con toda su fuerza, haciéndole zambullirse. Todavía dos abejas estaban pegadas a su cara. Con furia repulsiva. Linden las apartó. Luego tuvo que subir a buscar aire.
Sunder salió a la superficie cerca de ella, empuñando su cuchillo. La sangre brotaba ya de su antebrazo izquierdo.
Ella tomó aire y volvió a sumergirse. El Gravanélico no la siguió. A través de la distorsión del agua, Linden vio la piedra irradiando fuego solar. El enjambre se concentró sobriamente en Sunder. Sus piernas se abrieron en tijera y levantó los hombros, desarrollando en seguida la energía necesaria para inflamar al enjambre. Las abejas ardieron como estrellitas brillantes.
Un instante después finalizó el ataque.
Linden salió nuevamente a la superficie y echó una rápida mirada a su alrededor. Pero el Delirante ya no estaba. La superficie del Mithil quedaba salpicada de cuerpos quemados.
Sunder subió a la balsa y se revisó para comprobar si su reciente esfuerzo había producido algún daño en su cuerpo.
Ella le ignoró. Covenant todavía no había salido a la superficie.
Inmediatamente llenó sus pulmones de aire y bajó a buscarlo. Empezó a bucear en círculos. De momento, nada pudo encontrar. Luego lo localizó a cierta distancia, luchando contra la corriente para subir. Sus movimientos eran desesperados. A pesar de la interferencia del río, pudo ver que su desesperación no era solamente debida a la falta de aire.
Con toda la fuerza de sus extremidades nadó hacia él.
Covenant llegó a la superficie; pero su cuerpo continuaba agitado como si todavía estuviera siendo asaltado por las abejas.
Cerca de él, Linden levantó la cabeza y fue en su ayuda.
—¡Diablos del infierno! —exclamó febrilmente excitado por el miedo o la agonía. El agua corría a través de su cabello y de su poblada barba, como si hubiera estado inmerso en la locura. Sus manos golpeaban su rostro.
—¡Covenant! —gritó Linden.
El no la oyó. Seguía esquivando, como un loco, abejas invisibles, machacándose la cara. Un incoado grito desgarró su garganta.
—¡Sunder! —exclamó Linden—. ¡Ayúdame!
Acercándose nadando hacia Covenant, le colocó los brazos alrededor del pecho y empezó a tirar de él, llevándolo hacia la orilla. La sensación de sus convulsiones la ponía enferma; pero se olvidó de su náusea y luchó con todas sus fuerzas para sacarlo del río.
El Gravanélico la siguió, arrastrando la balsa. Su cara estaba tensa de dolor. Una pequeña mancha de sangre tintaba sus labios.
Al llegar a la orilla, Linden ayudó a Covenant a salir del agua. Los espasmos recorrían todos sus músculos, resistiéndose a ella involuntariamente. Pero la necesidad le daba fuerzas a ella. Lo tendió en el suelo y se arrodilló a su lado para examinarlo.
Por un horrible momento, sus sospechas volvieron, amenazando con hacerla zozobrar. No quería ver lo que le ocurría. Había visto ya demasiado; el daño del Sol Ban había destrozado ya tanto sus nervios y le había afectado tan íntimamente que ya casi creía haber perdido la razón. Pero era médico. Había escogido esa profesión por razones que no admitían excusas, miedo, repugnancia o incapacidad. Dejando de lado sus problemas interiores, aplicó a Covenant la nueva dimensión de sus sentidos.
Mientras tanto, él sufría agarrotamientos como estallidos de fuego cerebral. Su cara mostraba dos picaduras de abeja. Las marcas eran de un rojo brillante y se inflaban rápidamente; pero carecían de gravedad. O, tal vez, eran graves en un sentido muy distinto.
Linden tragó bilis y le reconoció más a fondo.
Su lepra ya era obvia para ella. Estaba en su carne como una maligna infección, exigente y horrenda. Pero la enfermedad permanecía inactiva.
En él había algo más. Concentrándose en ello, recordó lo que Sunder había dicho acerca del Sol de Pestilencia y su implicación con los insectos. El estaba mirando por encima de ella y, a pesar de su dolor, esquivaba y mataba mosquitos tan grandes como libélulas para tenerlos apartados de Covenant. Linden se mordió los labios por la aprensión y examinó el antebrazo derecho de Covenant.
La piel que bordeaba las pálidas cicatrices dejadas por los colmillos de Marid y el puñal de Sunder estaba hinchada y oscura, como si su brazo hubiera sufrido una nueva infusión de veneno. Por lo que pudo ver la inflamación había aumentado. La herida estaba tensa y caliente, tan peligrosa como una reciente mordedura de serpiente. De nuevo, tuvo la impresión de un daño moral, como si el veneno fuera tan espiritual como físico.
El veneno de Marid nunca había abandonado el cuerpo de Covenant. Había captado indicios de ello en días anteriores, pero no había comprendido su significado. Repelido por la aliantha, el veneno había permanecido latente en él, esperando. Marid y las abejas habían sido formados por el Sol Ban; ambos habían sido conducidos por Delirantes. Las picadas de estas últimas habían reactivado el proceso.
Ésta debió de ser la razón del ataque del enjambre; la razón por la que el Delirante había escogido abejas para lograr su propósito. El de producir la recaída.
Covenant, sin visión, se volvió hacia ella con la boca abierta. Sus convulsiones empezaron a disminuir al tiempo que sus músculos se debilitaban. Se dormía en su conmoción. Por un momento, ella vislumbró una estructura de verdad detrás de su aparente paranoia; su creencia en un enemigo que trataba de destruirlo. Todos sus instintos se habían rebelado contra esta idea. Pero ahora, por un instante, le parecía ver algo deliberado en el Sol Ban, algo intencionado en esos ataques a Covenant.
Este vislumbre le hizo perder confianza en sí misma. Se arrodilló al lado de él, incapacitada para actuar o decidir. El mismo desaliento que había sufrido el día que vio a Joan por primera vez.
Pero ahora los lamentos de dolor llegaban a ella; el gemido de Sunder en su dificultosa respiración. Linden levantó la cabeza pidiéndole en silencio una respuesta. El debió adivinar intuitivamente la conexión entre el veneno y las abejas. Y por ello arriesgó su integridad para evitar más picaduras de insectos. Al cruzarse con su triste mirada dijo:
—Algo de mí se ha rasgado. —En cada palabra hacía una pausa—. Es algo que duele, pero no creo que sea grave. Nunca había obtenido tanto poder de la Piedra del Sol.
Ella pudo sentir su dolor como una palpable realidad. Era posible que hubiera sufrido un desgarramiento en algunas de las ligaduras entre sus costillas; pero sin fractura de las mismas ni daño vital.
La dolencia de Sunder y su decidida voluntad de ayudar a Covenant, hizo volver a Linden a ser ella misma. En cierta medida, su normal autodisciplina volvió, estabilizando el funcionamiento de su corazón. Se levantó y dijo:
—Ven. Vamos a meterlo nuevamente en el agua.
Sunder asintió. Delicadamente levantaron a Covenant y lo bajaron por el margen. Afianzaron su brazo izquierdo sobre la balsa, de forma que el derecho colgara libremente en el agua fría. Luego se empujaron hacia el centro de la corriente y dejaron que el río les llevara bajo el peso de un Sol anillado de rojo.
Durante el resto de la tarde, Linden se debatió entre el recuerdo de Joan y su sentimiento de fracaso. Casi podía oír a su madre clamando por la muerte. Covenant recuperó la conciencia varias veces, levantando la cabeza; pero el veneno siempre volvía a arrastrarle, antes de que lograra hablar. A través del agua, Linden observaba el rápido crecimiento de la negra tumefacción en su brazo. El progreso parecía mucho más acelerado que la vez anterior. El tóxico de Marid había aumentado su virulencia durante su letargo. Su visión le empañó los ojos. No podía disimular los temores que roían su corazón.
Poco después y antes de la puesta del Sol, el río corría entre un grupo de colinas, adentrándose luego, en línea recta a una amplia garganta que se abría al paso del Mithil. Los lados eran escarpados como los de un barranco y reflejaban la luz del Sol del atardecer con un extraño brillo. La garganta era como un canalizo de diamantes. Los acantilados estaban formados de cristal facetado que recogió la luz y la devolvían con delicados matices de blanco y rosa. Cuando el Sol de la Pestilencia estaba a punto de esconderse en el horizonte, dando al terreno un baño de vermellón, la barranca se convirtió en un lugar de extraña grandeza.
Había gente que se movía en la ladera, pero no dio muestras de haber visto la balsa. El río se hallaba ya en sombra y el brillo del cristal era deslumbrante. Se dispusieron a penetrar en el canalizo.
Linden y Sunder compartieron una mirada y empezaron a girar hacia la boca de la barranca. En un anochecer, sólo matizado por los últimos fulgores reflejados en las cristalinas rocas, impulsaron la balsa hasta llegar a la orilla y cuidadosamente colocaron a Covenant en terreno seco. Tenía el brazo negro e hinchado hasta el hombro, cruelmente apretado, tanto por el anillo como por la camisa, y gemía cada vez que tenían que moverlo.
Linden se sentó a su lado y le puso la mano sobre la frente; pero su mirada estaba fija en Sunder.
—De verdad que no sé qué hacer —dijo sinceramente—. Tendremos que pedir ayuda a esa gente.
El Gravanélico rodeaba su pecho con los brazos, encunando su dolor.
—No podemos. ¿Te has olvidado de Pedraria Mithil? Para esa gente sólo somos sangre que pueden derramar sin ningún coste para ellos. Y la Rede le denuncia. Yo os redimí en Pedraria Mithil. ¿Quién nos va redimir aquí a nosotros?
Ella se contuvo.
—Entonces, ¿por qué nos hemos parado?
—Necesitamos comer. —Sunder se encogió de hombros—. Ya nos queda muy poco ussusimiel.
—¿Cómo te propones obtenerlo? —A ella no le gustaba el sarcasmo de su tono, pero no pudo evitarlo.
—Cuando ellos duerman —los ojos de Sunder revelaban su reluctancia tan claramente como las palabras— intentaré robar lo que necesitamos.
Linden frunció el entrecejo involuntariamente.
—¿Y qué hay de los guardias?
—Los guardias vigilan las colinas y el río; pero desde las mismas colinas. No hay otro lugar para observar. Si todavía no nos han visto, tal vez estemos seguros.
Ella se mostró de acuerdo. La idea de robar le pareció rechazable, pero reconoció que no había alternativa.
—Iré contigo. —Sunder empezó a protestar y ella le detuvo, sacudiendo bruscamente la cabeza—. No estás exactamente sano. Suponiendo que no tengas problemas, vas a necesitarme para vigilar tu espalda. Y… —suspiró—. Quiero algo de mirkfruit. El no necesita.
La cara del Gravanélico era ilegible en el crepúsculo. Pero asintió calladamente. Sacó el último melón de la balsa y empezó a cortarlo.
Linden comió su ración y luego hizo cuanto pudo para alimentar a Covenant. La tarea era difícil; apenas podía hacerle tragar los pequeños trozos que ponía en su boca. Nuevamente el miedo constreñía su corazón. Pero lo eliminó. Pacientemente, le iba dando pequeñas cantidades de melón y luego golpeaba suavemente en su cuello para estimular sus reflejos de tragar, hasta que hubo consumido un mínimo de alimento.
Cuando terminó, ya era de noche y la Luna, en menguante, empezaba a coronar las colinas. Permaneció un rato al lado de Covenant, tratando de descubrir en él facultades aún no reveladas. Pero se encontró escuchando su respiración como si cada ronquido pudiera ser el último. La angustiaba pensar que no podía hacer nada. Un desagradable hedor corría con la brisa atravesando el río; era el efecto del Sol de Pestilencia sobre la vegetación. Era imposible descansar.
Bruscamente, Covenant empezó a moverse. Una tenue luz blanca brilló en su lado derecho. En un instante, se encendió y se apagó.
Linden enderezó el cuerpo, sentándose sobre sus piernas, al tiempo que llamó al Gravanélico con un susurro: —Sunder.
La luz volvió. Una inestable radiación del poder de su anillo localizada en su torturado dedo.
—¡Cielos y Tierra! —exclamó Sunder—. Pueden verlo.
—Yo creía… —Linden miró estúpidamente como el Gravanélico metía la mano de Covenant en el bolsillo de sus pantalones. El movimiento le hizo enseñar la dentadura en una expresión de loro. Su mirada estaba fija en la Luna—. Yo creía que necesitaba la Piedra del Sol para activarlo. —El bolsillo amortiguaba el brillo intermitente, pero no lo ocultaba del todo—. Sunder. —Su ropa estaba aún mojada y no podía dejar de temblar—. ¿Qué le ocurre?
—No me preguntes a mí —Sunder respiró ruidosamente—. Yo no tengo tu visión. —Pero luego inquirió—: ¿Puede ser que el Delirante de que hablaba… que ese Delirante esté dentro de él?
—¡No! —replicó ella, repudiando la idea tan rápidamente que ni tuvo oportunidad de controlar su vehemencia—. El no es Marid. —Sus sentidos guardaban esta certidumbre; Covenant estaba enfermo, no poseído. No obstante, la sugerencia de Sunder lanzó acordes de ira que la cogieron por sorpresa. No se había dado cuenta de lo mucho que estaba invirtiendo de sí misma en Thomas Covenant. Desde que estuvo en Haven Farm, en el mundo que conocía, había escogido dar soporte a su dura integridad, esperando asimilar una lección de fortaleza. Pero no había percibido el alcance de aquella decisión. Ya había sido testigo de algo demasiado grande cuando le vio sonriendo a Joan… sonreír y darle su vida. Una parte de ella se centró en esta imagen de él; su sacrificio parecía mucho más limpio que el suyo propio. Ahora no sabía cuánto le quedaba aún por aprender de él. Y de ella misma. Su voz sonó más fuerte—. Puede ser cualquier cosa, menos un Delirante.
Sunder, en la oscuridad, volvió la cabeza como si tratara de formular una pregunta, pero antes de que pudiera articularla, el pequeño centelleo del anillo de Covenant fue reflejado con un gran resplandor en las paredes del canalizo. De repente, todo el valle pareció incandescente.
Linden se quedó envarada, esperando que furiosos pedrarianos se precipitaran sobre ella. Pero a medida que ajustó la vista se dio cuenta de que la causa de aquel reflejo se hallaba a cierta distancia. En el pueblo había encendido un gran fuego. Sobre la luz de las llamas se dibujaba la silueta de algunas casas de piedra; el fuego era reflejado por las facetas de cristal, proyectándolo en todas direcciones. Nada pudo oír que indicara peligro alguno para ella y sus compañeros.
Sunder tocó su espalda.
—Ven —susurró—. Algo grande está pasando en la pedraria. Toda su gente debe estar pendiente de ello. Quizá tengamos la gran oportunidad de encontrar comida.
Linden vaciló un momento y se inclinó para examinar a Covenant. Un complejo temor la hacía dudar.
—¿Debemos dejarlo aquí?
—¿Dónde va a ir? —respondió simplemente el Gravanélico.
Ella inclinó la cabeza. Sunder probablemente la necesitaría. Y Covenant parecía estar demasiado enfermo para moverse y lastimarse. Pero se le veía tan acabado… Mas no había elección. Levantándose de golpe indicó al Gravanélico que guiara la marcha.
Sunder empezó a andar cuesta arriba. Ella le siguió, ocultándose tanto como le era posible.
Se sintió expuesta al resplandor del valle; pero no hubo motivo de alarma. Al mismo tiempo, la luz les ayudaba a aproximarse más fácilmente a la pedraria. Pronto se encontraron entre las casas.
Sunder se paraba en cada esquina para asegurarse de que el camino estaba libre. Pero no vio a nadie. Todas las viviendas parecían vacías. El Gravanélico escogió una casa. Haciendo señas a Linden para que vigilara la puerta de entrada, apartó la cortina y entró.
Ella oyó voces. Por un instante, la voz con que tenía que avisar se le quedó helada en la garganta. Luego la procedencia del sonido se clarificó. Venía del centro de la pedraria. Se quedó más tranquila y esperó.
Momentos después, apareció Sunder. Llevaba un abultado saco de cuero bajo el brazo. Le susurró al oído que había encontrado mirkfruit y también comida.
El inició la retirada, pero Linden lo detuvo, señalando hacia el centro de la pedraria. Por un momento, él consideró las ventajas de conocer lo que pasaba en el pueblo y accedió.
Juntos avanzaron cautelosamente hasta que sólo una casa se interpuso entre ellos y el centro. Las voces cambiaron de tono. Pudo percibir odio e incertidumbre. Sunder señaló el tejado y ella asintió rápidamente. Dejó su saco en el suelo y la ayudó a subir al alero. Cuidadosamente, trepó luego por el tejado.
Sunder le pasó el saco. Ella lo cogió y luego le tendió una mano para facilitarle la subida. El esfuerzo arrancó un suspiro de su lastimado pecho; pero el sonido fue demasiado débil para que pudiera oírse. De lado a lado, se deslizaron por el tejado hasta llegar a un punto donde era posible observar todo lo que ocurría en el centro de la pedraria.
La gente estaba agrupada formando un apretado círculo alrededor del espacio abierto. Había un número de personas sustancialmente mayor del que constituía la población de Pedraria Mithil. En cierta forma, parecían más prósperos, mejor alimentados que los paisanos de Sunder. Pero sus caras mostraban preocupación, ansia y temor. Todos miraban al centro del círculo con tensa atención.
Había tres figuras al lado del fuego: dos hombres y una mujer. La mujer estaba entre los hombres en una actitud suplicante respecto a ambos. Llevaba una vistosa prenda de cuero al igual que las otras mujeres de la pedraria. Sus pálidas y delicadas facciones pedían ayuda, y el desarreglo de su negro y brillante cabello le daba una apariencia de fatalidad.
El hombre más cercano a Linden y Sunder era también un pedrariano, un tipo alto y cuadrado con una encrespada barba negra y ojos oscurecidos por la pugna. Pero la persona que se hallaba en el lado opuesto no se parecía a nadie que Linden hubiese visto antes. Su vestimenta consistía en un traje color rojo vivo, cubierto por una casulla negra. Una capucha daba sombra a sus facciones. Con sus manos sostenía una corta vara de hierro, como un cetro, con un triángulo abierto inserto al extremo del mismo. Emanaciones de soberbia heráldica y vitriolo salían de él, como si estuviera desafiando a toda la pedraria.
—¡Un Caballero! —susurró Sunder—. Un Caballero del Clave.
La mujer que ya no era una muchacha, se encaró con el pedrariano.
—¡Croft! —dijo, rogándole, mientras le saltaban las lágrimas—. Tú eres el Gravanélico. ¡Debes impedírselo!
—¡Siempre, Hollian! —respondió con gran amargura. Mientras hablaba, sus manos jugaban con una delgada varilla de madera—. Por el derecho de la sangre y el poder, soy el Gravanélico. Y tú eres una eh-Estigmatizada, una bendición más allá de cualquier precio para la vida de Pedraria Cristal. Pero él es Sivit na-Mhoram-wist y te reclama en nombre del Clave. ¿Cómo puedo yo negarme?
—Puedes negarte —dijo el Caballero en un tono sepulcral.
—¡Debes negarte! —gritó la mujer.
—Pero si lo haces —prosiguió Sivit sin piedad—, si te atreves a negarme lo que te pido, te juro en nombre del Sol Ban que desataré sobre ti el Grim de los na-Mhoram, y serás molido bajo su poder como el grano.
Al escuchar la palabra Grim, Sunder se echó a temblar, al tiempo que oyó un murmullo en la pedraria.
Pero Hollian desafió su miedo.
—¡Croft! —insistió—. ¡Niégate! No me asustan los na-Mhoram con su Grim. Soy una eh-Estigmatizada. ¡Puedo predecir el Sol Ban! Mientras yo esté aquí, no estarás indefenso contra ningún daño, ni contra el Grim ni contra ningún otro. ¡Croft! ¡Mi pueblo! —ahora se dirigía a los pedrarianos—. ¿Es que no soy nadie y por eso me abandonáis al capricho de Sivit na-Mhoram-wist?
—¿Capricho? —protestó el Caballero—. Yo hablo en nombre del Clave. No tengo caprichos. Escúchame bien, muchacha. Te reclamo a ti en acto de servicio. Sin la mediación del Clave, sin la sabiduría de la Rede y el sacrificio de los na-Mhoram, ya no habría ni rastro de vida en ninguna pedraria ni en ninguna fustaria, a pesar de tu arrogancia. Y debemos tener vida para trabajar. ¿Te atreves a contradecirme? ¡Condenada impertinente!
—Es de un inestimable valor para nosotros —dijo suavemente el Gravanélico—. No nos impongas tu voluntad.
—¿Lo es? —dijo con rabia Sivit, blandiendo su cetro—. Te ha contagiado su locura. ¡No sólo no tiene ningún valor sino que es una abominación! Vosotros pensáis que un eh-Estigmatizado es una bendición para el Reino. ¡Y yo os digo que ella es Sapiente del Sol, condenada como servidora de a-Jeroth! No predice el Sol Ban, sino que lo domina a su antojo. Contra ella y su maldita gente lucha el Clave, para evitar el daño que pueden causar a otros seres.
El Caballero continuó desbarrando.
Linden se volvió hacia Sunder, preguntándole al oído:
—¿Para qué la quiere?
—¿No has aprendido nada? —le respondió tensamente—. El Clave tiene poder sobre el Sol Ban; pero para ejercitar ese poder necesita sangre.
—¿Sangre?
El asintió.
—Los Caballeros viajan por el Reino, visitando una y otra vez cada pueblo. En cada visita, toman una, dos o tres vidas, siempre de personas jóvenes y fuertes, y se las llevan a Piedra Deleitosa, donde los na-Mhoram hacen su trabajo.
Linden cerró los puños con rabia, pero mantuvo su voz en un susurro.
—¿Quieres decir que van a matarla?
—Sí —silbó.
En seguida, todos sus instintos se rebelaron. Un frente de intenciones recorrió todo su cuerpo, clarificando, por primera vez, su enloquecedora relación con el Reino. En parte, la pasión de Covenant se hizo súbitamente explicable.
—Sunder —dijo—. Tenemos que salvarla.
—Salvar… —casi perdió el control de su voz—. Somos dos contra toda una pedraria. Y el Caballero es muy poderoso.
—Tenemos que hacerlo. —Ella trató de buscar algún medio de convencer a Sunder. El asesinato de aquella mujer no debía permitirse. ¿Por qué otra razón había tratado Covenant de salvar a Joan? ¿Por qué otra razón, ella misma arriesgó su vida por la de él? Rápidamente concluyó—: Covenant trató de salvar a Marid.
—Sí —respondió Sunder— ¡y aún lo está pagando!
—No. —De momento no pudo encontrar la respuesta que necesitaba. Luego le vino—. ¿Qué es una Sapiente del Sol?
El la miró y dijo:
—Un ser así no puede existir.
—¿Qué es?
—El Caballero lo ha dicho —murmuró—. Es alguien que puede dominar al Sol Ban.
Linden fijó la mirada en él con toda determinación.
—Entonces la necesitamos.
Los ojos de Sunder parecían salirse de sus órbitas. Sus manos buscaron algo donde agarrarse. Pero nadie podía negar la fuerza de su argumento.
—Locos —exhaló entre sus dientes—. Todos estamos locos. —Recorrió brevemente la pedraria con la mirada, como si tratara de reunir el valor necesario. Luego tomó una decisión—. Espera aquí —susurró—. Voy a ver si encuentro el corcel del Caballero. Quizá pueda ser dañado o logro hacerle huir. Entonces no podrá llevársela. Así ganaremos tiempo para planear otra acción.
—¡Bien! —respondió ella—. Si se van de aquí, trataré de ver dónde la lleva.
El asintió con un breve gesto, murmurando débilmente para sí:
—Locos, locos.
Y arrastrándose por detrás del tejado, se dejó caer al suelo, tomando consigo el saco.
Linden devolvió su atención al pueblo de Hollian. La joven mujer estaba de rodillas, tapándose la cara con sus manos. El Caballero la señalaba con su cetro denunciándola; pero sus gritos se dirigían a los pedrarianos.
—¿Creéis de verdad que podríais soportar el Grim de na-Mhoram? ¡Por los Tres Rincones de la Verdad! Con una simple palabra mía, el Clave desatará tal devastación sobre vosotros que os arrastraréis suplicando que nos llevemos a esa despreciable eh-Estigmatizada.
Bruscamente, la mujer se levantó y se enfrentó al Gravanélico.
—¡Croft! —dijo con desesperación—. Deshazte de ese Caballero. No le permitas llevar al Clave ninguna palabra. Luego, permaneceré en Pedraria Cristal y el Clave no sabrá nada de lo que hemos hecho. —Sus manos agarraban sus vestiduras, suplicándole—. ¡Croft, hazme caso! ¡Mátale!
Sivit se echó a reír sarcásticamente. Luego su voz bajó y habló en un tono bajo y sepulcral.
—No tenéis poder para ello.
—Lo que dice es verdad —murmuró Croft a Hollian. En su semblante se reflejaba su pavor—. El no necesita el Grim para sembrar nuestra ruina. Debo atender su demanda. De otra forma no viviremos para llorar el desafío.
Un ensordecedor grito sin palabras arrancó de ella. Linden temió por un momento que le hubiera dado un ataque de histeria. Pero tras el dolor, Hollian exhibió un enérgico gesto de dignidad.
—Bien, tú me has entregado. —Levantó la cabeza y se quedó erguida—. Estoy sin ayuda ni esperanza. Pero, al menos, concédeme la cortesía de lo que soy merecedora. Devuélveme el lianar.
Croft miró la varilla que tenía en sus manos. El rictus de sus hombros revelaba su vergüenza y decisión.
—No —dijo débilmente—. Con esta madera tú haces tus predicciones. Sivit na-Mhoram-wist no tiene nada en contra de ella, y para ti carece de futuro. Pedraria Cristal la retendrá, como una plegaria para el nacimiento de un nuevo eh-Estigmatizado.
El Caballero irradiaba triunfo como si fuera una antorcha de malicia.
En el lado extremo del pueblo, Linden observó un súbito resplandor rojo. El poder de Sunder. Debió haber hecho uso de su Piedra del Sol. El cristal reflejaba la rojez del rayo. Luego se extinguió. Linden contuvo la respiración, temiendo que Sunder hubiese abandonado. Pero los pedrarianos estaban ocupados en su propio conflicto y el instante de fuerza pasó desapercibido.
Muda y desesperada, Hollian volvió la espalda al Gravanélico. Luego se quedó paralizada como si hubiera recibido una bofetada, mirando hacia la esquina de la casa donde se hallaba Linden. Ocultos rumores flotaban en el círculo; todos se fijaron en el lugar hacia donde la eh-Estigmatizada miraba.
—¿Qué…?
Linden se colocó sobre el alero a tiempo de ver a Covenant acercarse, tambaleándose, al centro del pueblo. Se movía como un vagabundo. Su brazo derecho estaba horrorosamente hinchado. El veneno le salía por los ojos. Su anillo lanzaba erráticos fulgores de fuego blanco.
¡No!, dijo silenciosamente. ¡No Covenant!
Estaba tan débil que cualquier pedrariano podría derribarlo con una sola mano. Pero la furia que le confería su fiebre les mandaba detenerse. El círculo se partió ante él involuntariamente, siendo admitido en el espacio interior.
Se paró un momento, envuelto en el resplandor de los destellos que emitía.
—Linden —gritó con voz ronca—. Linden.
¡Covenant!
Sin vacilar, ella bajó del tejado. Antes de que pudieran ver lo que pasaba, se apresuró, entre los pedrarianos, al encuentro de Covenant.
—¡Linden! —El la reconoció con dificultad. La confusión y el veneno se reflejaban violentamente en la expresión de su cara—. Me has abandonado.
—¡El Mediamano! —gritó Sivit—. ¡El anillo blanco!
En el ambiente brillaba el peligro. Arrancaba de la fogata y rebotaba en las paredes del desfiladero. Al borde de la violencia, la gente temblaba. Pero Linden lo subordinó todo a la fidelidad, concentrándose en Covenant.
—No. No te hemos abandonado. Hemos venido a buscar comida. Y a salvar a esa mujer —dijo, señalando a Hollian.
Su delirio continuaba.
—Tú me has abandonado.
—Digo que es Mediamano —gritó el Caballero—. Ha llegado, tal como predijo el Clave.
—¡Prendedle! ¡Matadle!
Los pedrarianos dudaron ante la petición de Sivit; pero nadie se movió. La intensidad de Covenant los mantenía apartados.
—¡No! —repitió Linden con insistencia—. ¡Escúchame! Ese hombre es un Caballero del Clave. El Clave. Va a matarla para utilizar su sangre. ¡Tenemos que salvarla!
Su vista se desvió hacia Hollian; luego volvió a centrarse en Linden. Parpadeó sin comprender e insistió:
—Tú me has abandonado. —La angustia de verse solo había cerrado su mente a cualquier otro tema.
—¡Locos! —gritó Sivit con fiereza.
Súbitamente floreó su cetro. La sangre cubrió en seguida sus flacas manos. Chispas de fuego rojo saltaron del triángulo de hierro. En actitud vengadora, empezó a avanzar.
—¡La mujer va a ser sacrificada! —gritó Linden, ante la confusión de Covenant—. ¡Igual que Joan! ¡Como Joan!
—¿Joan? —En un instante, toda su incertidumbre se convirtió en cólera y veneno. Inmediatamente fue al encuentro del Caballero—. ¡Joan!
Antes de que Sivit pudiera atacar, el fuego blanco explosionó alrededor de Covenant, envolviéndolo en conflagración. Ardía con furia plateada, fulgurando el aire. Linden retrocedió y levantó las manos para protegerse la cara. La erupción de magia indomeñable se desató en todas direcciones.
Una turbulencia de fuerza arrancó el cetro de las manos de Sivit. El fuego del hierro pasó del negro al rojo, al blanco y luego se mezcló con el barro del suelo. El fuego plateado fustigó la fogata, produciendo la proyección de rayos incandescentes que se esparcían a través del círculo. El relampagueo indomeñable iluminó los cielos hasta que el espacio se estremeció y en las paredes de cristal se propagaron celestiales estrépitos de poder.
El mismo suelo, bajo los pies de Linden, parecía que iba a romperse, produciéndole sacudidas en las rodillas.
Los pedrarianos huyeron. Sólo se oían chillidos de miedo entre las casas. Poco después, sólo Croft, Hollian y Sivit seguían allí. Hollian y Croft estaban demasiado aturdidos para moverse. Sivit seguía tendido en el suelo como un cobarde, con los brazos encima de la cabeza.
Bruscamente, como si Covenant hubiera cerrado una puerta dentro de su cerebro, la magia indomeñable cesó. El emergió de la llama; su anillo fluctuó y se apagó. Sus piernas empezaron a doblarse.
Linden lo cogió antes de que se cayera. Rodeándolo con sus brazos, lo mantuvo en pie.
Luego apareció Sunder, llevando el saco. Corría hacia ellos, gritando:
—¡Huid! ¡Vamos, rápido! ¡Antes de que reúnan nuevas fuerzas y nos persigan!
En su brazo izquierdo había la marca de un nuevo corte. Al cruzarse con ella, cogió a Hollian del brazo. Ella se resistió. Estaba demasiado aturdida para comprender lo que ocurría. Pero él se acercó a ella, gritándole a la cara:
—¿Es que deseas la muerte?
Aquello la sacó de su estupor. Recobró el sentido de alerta con una mueca.
—No. Iré con vosotros. Pero… Pero necesito recuperar mi lianar. —dijo, señalando la varilla que Croft sostenía en sus manos.
Sunder se dirigió al pedrariano. Croft, instintivamente, agarró más fuerte la madera.
Sunder atizó un golpe bajo a Croft y, al doblarse éste, aprovechó para quitarle el lianar.
—¡Venid! —gritó Sunder a Linden y Hollian—. ¡Ahora!
Linden sintió un extraño alivio. Su valoración inicial de Covenant había sido vindicada; al fin se había mostrado capaz de desarrollar él solo un poder notable. Colocando su brazo izquierdo sobre sus hombros, le ayudó a salir del centro de la pedraria.
Sunder cogió a Hollian de la muñeca, guiando el camino entre las casas tan deprisa como pudiera Covenant seguir la marcha.
Todo estaba oscuro; sólo la Luna en creciente y el reflejo de los restos del fuego en las paredes iluminaban el desfiladero. La brisa llevaba un desagradable olor a podrido procedente del Mithil, y el agua aparecía oscura y viscosa, como un crisma maligno. Pero ninguno vaciló. Hollian pareció aceptar su rescate con muda incomprensión. Ayudó a Linden mientras ésta conducía a Covenant al agua, asegurándolo en la balsa. Sunder urgió a sus compañeros a meterse en el río y bajaron con la corriente, pegados a la madera.