—¡Sunder! —gritó Linden—. Dame tu cuchillo.
El Gravanélico balbuceó cuando vio las marcas de la serpiente en el brazo de Covenant. Al mismo tiempo balbuceó el surtidor. Pero rápidamente reanudó el cántico. La línea de fuego entre el Sol y la Piedra, que había estado oscilando durante su silencio, restauró su estabilidad. Los melones continuaron madurando.
Sin dejar de cantar, extendió su puñal a Linden. Ella lo cogió y, sin vacilar, cortó un trozo de la cuerda que ataba la estaca al tobillo de Marid.
El dolor en el antebrazo de Covenant se convirtió en un martillo, golpeándole como si quisiera triturarle los huesos. Sin decir nada, se sujetó el codo con su mano izquierda y apretó fuertemente las venas para restringir la extensión del veneno. No quería morir así, dejando todas las preguntas sin respuesta y sin haber cumplido nada.
Un momento después, Linden volvió hacia él. Sus labios se habían alineado en posición de mando.
—Siéntate —dijo—. Sus rodillas se doblaron como si ella manejara las cuerdas de su voluntad.
Se sentó frente a él y le aprisionó fuertemente el brazo entre sus rodillas. Ató la cuerda justo por encima de su codo, haciendo un nudo corredizo que tensó hasta que él retrocediera. Luego la anudó.
—Ahora —dijo ella—, tendré que cortarte y sacarte todo el veneno que pueda.
El asintió. Trató de tragar, pero no pudo.
Linden colocó la punta del cuchillo sobre la inflamación, pero bruscamente lo retiró.
—¡Maldita sea! El cuchillo está demasiado sucio.
Arrugando la frente se levantó.
—No te muevas.
Sin pensarlo dos veces, se fue hacia el rojo rayo energético de Sunder. El siseó como aviso, pero ella lo ignoró y con el cuidado de un médico tocó el arco con el puñal.
El contacto produjo chispas y el fuego recorrió la hoja. Cuando lo sacó, asintió con la cabeza para sí misma, aprobando el resultado.
Volvió hacia Covenant y cogió su brazo. Por un momento alcanzó su mirada.
—Esto va a dolerte —dijo, mirándole directamente a los ojos—, pero será peor si no lo hago.
El, trató de aclarar su garganta, la animó:
—Adelante.
Lentamente, cortó una profunda cruz entre ambas marcas. Covenant lanzó un grito. Se mantenía rígido y no quería doblarse. Aquello era necesario; él mismo había hecho esas cosas. El dolor era vida; sólo la muerte carecía de dolor. Se mantuvo quieto, mientras ella se agachaba para succionar las incisiones. Con su mano libre, acariciaba su cabeza para darle valor.
Sus manos presionaban sobre la herida, multiplicando el fuego. El contacto de los labios le dolía como si fueran dientes cuando sacaba sangre y veneno, con su boca.
El sabor rompió su compostura. Escupió con fiereza la sangre.
—¡Dios! —exclamó—. ¿Qué clase…? En seguida, atacó nuevamente la herida, succionó y escupió con violenta repulsión. Sus manos se estremecían al agarrar su brazo.
Qué clase… Sus palabras le desconcertaron bajo la presión que sentía en su cabeza. ¿De qué estaba hablando?
Por tercera vez, ella succionó y escupió. Sus facciones se tensaron visiblemente. Con una brutalidad no intencionada, soltó su brazo. Luego se levantó de un salto y pisó con furia la sangre del suelo, enterrándola en la arena, como si fuera un ultraje que quisiera erradicar del Mundo.
—Linden —musitó él, con voz debilitada por el dolor—. ¿Qué es?
—¡Veneno! —respondió con inmensa repugnancia—. ¿Que clase de lugar es éste?
Bruscamente, se dirigió al surtidor de Sunder y se lavó la boca. Cuando regresó al lado de Covenant, su cuerpo entero estaba temblando y sus ojos parecían hundidos.
—Veneno. —Se encogió como si tuviera un escalofrío—. No tengo palabras para describirlo. Esto no era solamente veneno. Era algo más; algo peor. Como el Sol Ban. Alguna clase de veneno moral. —Se pasó las manos por el cabello, tratando de controlarse. Luego resumió—. Bien, vas a estar muy enfermo. Necesitas un hospital. Salvo que en el mundo no exista ningún antídoto para un veneno como éste.
Covenant se revolcaba de dolor, sin poder distinguir entre el dolor y el miedo. ¿Veneno moral? No comprendía aquella descripción, pero clarificaba otras cuestiones. Explicaba por qué el Delirante de Marid se había expuesto a ser descubierto. Así, siendo Marid condenado por el Sol Ban se convertiría en un monstruo capaz de infectar con ese veneno. ¿Pero por qué? ¿Qué iba a ganar el Amo Execrable si Covenant moría de aquella forma? Y ¿por qué Marid quería atacar a Linden? Porque era sensible al Reino y podía presentir cosas que al Execrable no le interesara que se supieran.
Covenant no podía pensar. El olor a sangre de su camisa anulaba sus sentidos. Todo se volvía miedo. Quería llorar; pero Linden llegó en su ayuda. De alguna manera, se había serenado. Ayudándole a levantarse, le acompañó hasta el agua para que pudiera beber. Se hallaba ya casi paralizado, pero su cuerpo reconocía su necesidad de agua. Una vez en el surtidor tragó toda el agua necesaria.
Cuando hubo bebido, ella le acompañó a la sombra. Luego se sentó a su lado, cogiéndole el brazo entre sus manos, tratando de que estuviera más cómodo.
La sangre seguía brotando de los cortes, mientras la infección se le iba extendiendo hacia el codo.
Sunder había estado cantando continuamente; pero ahora se detuvo. Por fin había podido hacer la invocación. Al silenciar su voz, el rayo del orcrest fluctuó y luego quedó apagado, dejando la piedra vacía como un agujero en el suelo; pero el surtidor de agua continuó activo durante unos minutos, dando tiempo a que Sunder bebiera lo suficiente antes de cerrarse y desaparecer bajo tierra.
Con su cuchillo cortó los melones que habían crecido en las ramas, los llevó hacia la sombra y se sentó al lado de Covenant. Al momento, empezó a cortar los frutos en rodajas, separando las semillas que se guardó en el bolsillo de su justillo. Luego pasó a Linden trozos de melón.
—Esto es ussusimiel —dijo en un tono débil, como si temiera ser contradecido—. En caso de necesidad puede mantener la vida sin ningún otro alimento.
Sunder empezó a comer. Linden probó la fruta y asintió con aprobación. Luego empezó a devorar los trozos que Sunder le había dado. Sin ningún entusiasmo, Covenant aceptó un trozo de los que le ofrecieron. Pero no le fue posible comérselo. El dolor torturaba los huesos de su brazo derecho, y aquel fuego parecía absorber todas su otras fuerzas, dejándole en una lasitud extrema. Estaba a punto de pasar a mejor vida y había tantas cosas que sus compañeros no comprendían…
Una era más importante que las otras. Trató de fijarse en Gravanélico. Pero no pudo mantener clara su visión. Cerró los ojos para no tener que ver la forma en que el Gravanélico iba a echar a correr.
—Sunder.
—¿Ur-Amo?
—Escucha. —Covenant suspiró, temiendo la reacción de Sunder. Concentró los vestigios de su determinación en sus palabras—. No podemos estar aquí. No te dije aún donde queríamos ir.
—Déjalo ahora —dijo el guía tranquilamente—. Ahora estás enfermo y hambriento. Debes comer. Más tarde consideraremos esto.
—Escucha —Covenant sentía ya la medianoche deslizándose hacia él. Por esto se esforzó a articular con urgencia—. Llévame a Piedra Deleitosa.
—¿Piedra Deleitosa? —Sunder estalló en protestas—. Tú no estás en tus cabales. ¿No sabes que Piedra Deleitosa es la sede de los na-Mhoram? ¿No te he hablado de lo que dice la Rede respecto a ti? Los Caballeros viajan por todo el Reino ordenando tu destrucción. ¿Crees que van a acogerte cortésmente?
—No me importa —Covenant sacudió la cabeza. Luego vio que no podía pararla. Notó que los músculos del cuello la balanceaban adelante y atrás como en un ataque de histeria—. Allí están todas las respuestas. Tengo necesidad de ver lo que ha pasado. ¿Qué es el Sol Ban? No puedo luchar contra él si no sé qué es.
—Ur-Lord, hay trescientas leguas.
—Lo sé. Pero tengo que ir. Necesito saber lo que ha pasado aquí. —Insistió con la irracionalidad de un niño enfermo—. Para poder luchar contra él.
—Cielos y Tierra —exclamó Sunder—. Ésta es la mayor locura de todas.
Durante unos momentos, estuvo callado y pensativo. Por favor, rogaba Covenant en silencio, Sunder, por favor.
—Ah, bien —musitó bruscamente Sunder—. No tengo ningún otro compromiso en este momento. Y a ti no puedo negarte nada. En nombre de Nassic, mi padre, y de Marid, mi amigo, cuya vida te esforzaste en salvar a tu costa, te guiaré hacia donde quieras ir. Ahora come. Los profetas y los locos también deben alimentarse.
Covenant asintió y, apartando su mente del olor a sangre, empezó a comerse aquel trozo de ussusimiel.
No podía compararse a la aliantha, pero sabía bien y parecía aliviar su dolor. Al mismo tiempo que comía, la oscuridad de su visión parecía disminuir.
Después de haber consumido su parte de fruta, se acomodó para descansar un rato. Pero Sunder se levantó de súbito.
—Ven —dijo a Linden—. Tenemos que emprender nuestro camino.
—El no puede moverse —objetó ella.
—Encontraremos aliantha junto al río. Quizá tenga poder para ayudarle.
—Quizás; pero si se mueve ahora, el veneno puede extenderse por su cuerpo.
—Linden Avery —repuso Sunder—. Marid fue mi amigo. No puede permanecer en este lugar.
Covenant era consciente de un ligero hedor en el aire. Podía proceder de su brazo. O del cuerpo de Marid.
Momentáneamente, Linden no respondió. Luego lanzó un suspiro.
—Déjame el cuchillo. No puede viajar con el brazo así.
Sunder le dio el puñal. Ella miró atentamente la hinchazón del brazo de Covenant. La infección había subido más allá del codo. Su negra presión hacía que la cuerda le mordiera profundamente la carne.
El observaba atentamente mientras ella le cortaba el torniquete. La sangre bajó a la herida. El se quejó.
Luego la oscuridad le cubrió por algún tiempo. Estaba ya de pie con los brazos apoyados en los hombros de sus compañeros. Así empezaron a viajar hacia el Oeste. El Sol los azotaba como si fueran una amenaza para su soberanía. El aire era denso y cálido. Parecía resistirse a ser respirado. En todas direcciones, la tierra y la piedra humeaban como si estuvieran evaporándose. El dolor soltaba una carcajada, dentro de su cabeza, a cada paso que daba. Si Sunder o Linden no encontraban pronto algún febrífugo…
Linden estaba ahora a su izquierda, para que su tambaleo no repercutiera directamente en el brazo enfermo. El olvido llegaba y se iba. Cuando Covenant tuvo conciencia de una voz, no estuvo seguro de si era real o si procedía de un sueño.
«Y aquel que lleva oro blanco y mágico
es una paradoja—
porque lo es todo y no es nada,
héroe y loco,
potente, y débil—
y con una palabra de verdad o traición
salvará o condenará el Reino
porque es loco y cuerdo,
frío y apasionado,
perdido y encontrado».
Sunder se quedó silencioso. Linden preguntó:
—¿Qué es eso?
—Una canción —respondió el Gravanélico—. Nassic, mi padre, la cantaba siempre que yo me rebelaba contra su locura. Pero no tengo comprensión de ella, aunque he visto el anillo blanco y la magia brillando tan magníficamente.
Covenant respiró, como si estuviera soñando.
Luego, Linden dijo:
—Sigue hablando. Esto ayuda. ¿Conoces otras canciones?
—¿Qué sería la vida sin cantar? —respondió Sunder—. Tenemos canciones para sembrar y para cosechar; canciones para consolar a los niños durante el sol de pestilencia; canciones para honrar a aquellos cuya sangre ha sido derramada para Pedraria. Pero he renunciado al derecho a cantarlas. —No hizo ningún esfuerzo para consolar su amargura—. Voy a cantarte una de las canciones de a-Jeroth, tal como la enseñan los Caballeros del Clave.
Enderezó sus hombros, sacudiendo el brazo de Covenant. Cuando empezó, su voz sonó enronquecida por el polvo.
«"Oh, ven, amor mío, y acuéstate conmigo;
Tu compañero no conoce ni la lujuria ni el amor—
Olvídale en este éxtasis.
Me place representar el papel de traidor".
Sutil en halagos y hechizos,
dijo a-Jeroth de los Siete Infiernos.
«Diassomer Miniderain,
compañera de poder y esposa del Maestro,
de todas las estrellas y cielos castellana,
con poder sobre la tierra y la lucha,
atendió bien, dice la historia,
a a-Jeroth de los Siete Infiernos.
«Con a-Jeroth la señora huyó;
Diassomer con temor y miedo,
escapó de los dominios del Maestro.
En la Tierra esconde su tembloroso corazón
mientras le llegan las burlas de a-Jeroth de los Siete Infiernos.
«"Perdóname" implora con dolor y aflicción,
ya que las burlas de su traidor la torturan.
"Sus halagos fueron mi perdición.
Quiero adorar a mi Maestro".
Por sus oídos entra el desprecio,
de a-Jeroth de los Siete Infiernos.
«Ira, furor y fuego es el Maestro.
El castigo llena sus manos.
Atacando viene, espada y desafío,
contra los traidores en todas las tierras.
Invalidados quedan los astutos halagos
de a-Jeroth de los Siete Infiernos.
«Miniderain, le dice con deploro;
no hay lugar en el cielo para una confianza rota
sino hijos nacidos para perseguir
toda traición de muerte y destrozos.
Así la Tierra llegará a ser el patíbulo
para a-Jeroth de los Siete Infiernos».
El Gravanélico suspiró.
—Sus hijos son los habitantes de la Tierra. Se dice que, en cualquier parte de la Tierra, más allá de los mares y las montañas, viven seres que han mantenido la fe. Pero el Reino es la patria de los infieles y, sobre los descendientes de la traición, el Sol Ban manda la venganza del Maestro.
Covenant se mostró disconforme, aunque sin palabras. Sabía que la visión de la Historia que daba el Clave era una gran mentira; que los habitantes del Reino habían luchado duramente contra el Amo Execrable durante milenios. Pero no podía comprender cómo aquella mentira podía ser creída por alguien. El tiempo, por sí solo, no podía ser causa de aquella corrupción.
Quería negar ante Sunder aquella historia. Pero la infección se había extendido rápidamente hasta cerca de su hombro. Cuando trató de hallar palabras volvió la oscuridad.
Al cabo de un rato, Linden dijo:
—Siempre estás mencionando a los Caballeros del Clave. —Su voz era débil, como si sufriera por la ruptura de varias costillas—. ¿Sobre qué cabalgan?
—Grandes bestias —respondió Sunder—, que llaman corceles.
—¿Caballos? —preguntó ella, tratando de aclararse.
—¿Caballos? Nunca he oído esta palabra.
—¿No…? Covenant gruñó como si el dolor de su brazo hablara. ¿No conocen a los Ranyhyn? Súbitamente le vino a la memoria la imagen de los grandes caballos criados en Ra. Ellos le habían dado una lección de fidelidad que nunca podría olvidar. ¿Dónde habían ido a parar? ¿Habrían muerto todos? La profanación que el Amo Execrable había extendido por el Reino parecía no tener fin.
—Hay pocas bestias en el Reino —prosiguió Sunder—. Claro, ¿cómo podrían soportar el Sol Ban? En mi pueblo hay rebaños, algunas cabras y un poco de ganado, sólo porque se ha hecho un gran esfuerzo para proteger sus vidas. Los animales se guardan en una cueva cerca de las montañas y se sacan sólo cuando el Sol Ban lo permite. Pero no pasa lo mismo con los corceles del Clave. Son criados en Piedra Deleitosa para el uso de los Caballeros. Son bestias muy grandes y corren mucho. Se dice que sus lomos están protegidos del Sol Ban. —Y luego añadió—: Debemos evitar toda esta ayuda si deseamos vivir.
—¿No hay Ranyhyn? La tristeza de Covenant era mayor que su dolor físico. Pero en la superficie del Sol había malicia, que provocaba ruina en todo lo que tocaba. Su brazo, apoyado en la espalda de Sunder, parecía levantarse locamente en un saludo involuntario al Sol Ban. Era como la lepra; algo sin sentido, pero irreparable. El veneno se concentraba lentamente en los alrededores de su corazón.
Unas horas más tarde, la oscuridad se bifurcó, de manera que ocupaba plenamente su cabeza, pero aún le permitía mirar fuera de ella. Estaba acostado sobre su espalda, mirando a la luna; la sombra de la ribera la enmarcaba a ambos lados. Notó que se levantaba una brisa, pero parecía servir sólo para ventilar su fiebre. El plomo de su brazo contradecía el sabor de aliantha en su boca.
Su cabeza descansaba en el regazo de Linden, y la de ella en la ladera del río. Linden tenía los ojos cerrados; posiblemente dormía. Pero él ya había estado otra vez con la cabeza descansando en el regazo de una mujer y conocía el peligro. De tu propia voluntad… Enseñó sus dientes a la Luna.
—Va a matarme. —Las palabras amenazaban con estrangularlo. Su cuerpo estaba rígido, luchando contra un veneno invisible—. Nunca te daré el anillo. Nunca.
Luego comprendió que estaba delirando. Se observaba a sí mismo, indefenso, mientras entraba y salía de las pesadillas, con la Luna sobre su cabeza.
Eventualmente, oyó a Sunder decir a Linden:
—Debemos caminar durante un rato si queremos encontrar más aliantha. Toda la de por aquí la hemos consumido ya.
Ella suspiró, como si la vigilia que había mantenido hubiera irritado su alma. Sunder preguntó luego; refiriéndose a Covenant:
—¡Va aguantando!
—Es la aliantha —respondió ella—. Si podemos seguir alimentándole…
Ah, todavía eres obstinado. Todavía eres obstinado, eres obstinado.
Luego Covenant se encontró nuevamente erecto y crucificado en las espaldas de sus compañeros. Primero sufrió bajo inquietantes sueños que implicaban al Amo Execrable, y a Marid con el cuello cortado bajo un Sol vengativo. Pero luego, sus visiones se hicieron más placenteras: grandes prados de hierba, vestidos por el rocío y engalanados con rosas salvajes. Linden caminaba por ellos. Ella era a la vez Lena y Atiaran: fuerte y fuertemente herida, capaz de amar y frustrada. Y ella era Elena, corrompida por un mal engendrado odio… hija de la violación, que se destruyó a sí misma por romper la Ley de la Muerte, porque creía que los muertos pueden soportar las cargas de los vivos.
Pero ahora no era ninguna de aquellas. Era ella misma, Linden Avery, y su contacto refrescaba su frente. Sentía que su brazo estaba lleno de ceniza y su manga ya no le apretaba la inflamación. El mediodía convertía el lecho del río en un horno; pero podía respirar y ver. Cuando levantó la cabeza para mirarla, el Sol hacía radiante su cabello.
—Sunder. —Su tono se semejaba al llanto—. Se va a poner bien.
—Extraño veneno esa aliantha —respondió el Gravanélico—. Por esta mentira, al menos, el Clave debe dar una explicación.
Covenant quería hablar; pero tenía la cabeza demasiado torpe. Volvió a cerrar los labios y se durmió sobre la arena.
* * *
Despertó de nuevo a la hora del crepúsculo. Estaba tendido con la cabeza descansando en el regazo de Linden en la orilla oeste del río y el cielo aparecía listado de naranja y rosa. La luz del Sol seguía azotando a través del aire cargado de polvo. Se encontraba frágil como un hueso viejo; pero lúcido y vivo. La barba le picaba. La inflamación había disminuido y su antebrazo había cambiado su negror intenso por un gris. Incluso las heridas de su cara parecían haber mejorado. Su camisa estaba seca y ya no percibía el olor a sangre.
El ofuscamiento oscurecía el semblante de Linden, pero bajó la mirada hacia él y Covenant le dedicó una sonrisa.
—He soñado contigo.
—Algo bueno, supongo. —Su voz sonaba como en sombras.
—Tú estabas llamando a mi puerta —dijo, porque su corazón estaba lleno de alivio—. Yo la abría y gritaba: ¡Maldita sea! ¡Si quisiera visitantes pondría un rótulo! Luego me atizaste un directo que por poco me rompes la mandíbula. Fue el flechazo.
Linden volvió la cabeza como si la hubiera molestado. Su sonrisa se apagó. Inmediatamente, el alivio que sentía se convirtió en su habitual estado de soledad, una soledad que se hacía más punzante por el hecho de que ella no sentía aprensión hacia él.
—De todas formas —musitó luego con expresión de disculpa—, la sensatez llegó a tiempo.
Ella no contestó. Su perfil parecía un timón en el aire crepuscular, fortificado contra cualquier afecto o vínculo.
Un ruido de cabalgadura distante acentuaba el crepúsculo; pero Covenant apenas lo oyó hasta que Sunder saltó súbitamente debajo de la ladera Este del río.
—¡Un Caballero! —gritó, atravesando corriendo el lecho del río sobre la arena—. Por poco me descubre.
Linden se liberó de la cabeza de Covenant al levantarse.
—¿Viene por este camino? —susurró con temor.
—No. Se dirige a Pedraria Mithil.
—Entonces, ¿estamos seguros aquí? —El ruido ya no se oía.
—No. En Pedraria le dirán que hemos escapado. Y él no va a ignorar la fuga del Mediamano del Anillo Blanco.
La agitación de Linden crecía por momentos.
—Entonces, ¿nos perseguirá?
—Sin duda alguna. Los pedrarianos no nos van a buscar. Aunque hayan perdido la Piedra de Sol, temen encontrar a Marid. Pero al Caballero nada le impedirá ir tras de nosotros. A la salida del Sol, si no antes, estará buscándonos. Debemos irnos.
—¿Irnos? —murmuró Linden—. Todavía está débil. —Pero un instante después dijo—: Bueno, parece que no hay alternativa. Vámonos.
Covenant no vaciló. Extendió una mano a Sunder y éste le ayudó a levantarse. Mientras se apoyaba en Sunder, la cabeza le daba vueltas. Esforzándose para hablar, dijo:
—¿Cuánto hemos caminado?
—No estamos a más de seis leguas de Pedraria Mithil, por el río —respondió Sunder, señalando hacia el Sur—. No está lejos.
Hacia donde se ponía el Sol se levantaban cimas de montañas, la pared occidental del Valle Mithil. Parecían peligrosamente cercanas. ¡Seis!, murmuró Covenant para sí mismo, en dos días. Seguro que un jinete puede recorrer esta distancia en una mañana.
Se volvió nuevamente hacia sus compañeros. De pie, en el lecho del río, le llegaba la mejor luz; podía verlos claramente. Perdido y dudando de sí mismo, el conocimiento de mentiras y miedo a la verdad, se reflejaban en el rostro de Sunder. Había sido despojado de todo aquello que le había permitido aceptar lo que había hecho a su hijo y a su esposa. A cambio, le habían dado a un hombre débil a quien tenía que guiar y que encima le desafiaba, y una esperanza no más grande que un anillo de bodas.
También Linden sufría. Su espalda estaba seriamente quemada por el Sol. Había sido encerrada en un mundo que no conocía y que no había escogido, atrapada entre distintas fuerzas que no podía comprender. Covenant era su único vínculo con su propia vida y casi lo había perdido. La mortalidad ordinaria no estaba hecha para saldar tales exigencias. Y aún así ella se había ofrecido, rehusando incluso aceptar su gratitud. Guardaba las penas para sí misma como si ningún otro ser tuviera derecho a sostenerla, a cuidar de ella.
La pesadumbre hurgaba en el corazón de Covenant. Había visto demasiadas veces cómo otras personas cargaban con las consecuencias de sus acciones.
Pero lo aceptó. En este dolor había una promesa que le daba fuerzas. Por un momento, mientras sus compañeros aguardaban, practicó un control visual de sus extremidades. Luego dijo, secamente:
—Vamos. Ya puedo andar.
Y empezó a avanzar en dirección Norte, a lo largo del río seco.
Pensando que un Caballero le empujaba por la espalda, mantuvo sus piernas en movimiento durante media legua. Pero los efectos del veneno le habían dejado tábido. Muy pronto sintió la necesidad de pedir ayuda. Se volvió a Sunder; pero el Gravanélico le dijo que descansara. Luego salió del cauce del río.
Covenant se quedó sentado en el suelo, tratando de hallar una respuesta a la incapacidad de sus huesos. Cuando apareció la Luna, Sunder volvió con un doble puñado de aliantha.
Al comer su ración de bayas-tesoro, Covenant sintió que adquiría nuevas fuerzas y aceleraba su curación. Necesitaba agua, pero su sed no era muy apremiante. Cuando hubo terminado, estuvo en condiciones de levantarse y caminar de nuevo.
Con la ayuda de frecuentes descansos, más aliantha y el soporte de sus compañeros, pudo viajar durante toda la noche; una noche fresca y apacible, como si la feroz maldición del Sol Ban hubiera sido absorbida por los espacios libres del cielo entre las estrellas. Y el arenoso fondo del Mithil hacía el camino fácil. Ahora andaba sin ayuda. El Clave había ordenado su muerte. Bajo la Luna se mantuvo derecho, a pesar de su debilidad, pero cuando desapareció, volvió a sentirse inseguro, desamparado y sin visión.
Antes de amanecer se tomaron un descanso; pero Sunder hizo que se levantaran al aproximarse la salida del Sol.
—El castigo del Sol Ban se acerca —murmuró—, he visto que vuestro calzado os protege. Pero mi corazón sufrirá menos si venís conmigo.
Luego señaló hacia un sitio donde había piedra; un espacio de piedra limpia donde podían refugiarse varias personas.
Temblando y agotado, Covenant se puso en pie, y los tres fueron a situarse sobre la roca, a esperar el día.
Cuando el Sol asomó por el horizonte, Sunder lanzó un grito de júbilo. El marrón había desaparecido. En su lugar, llevaba un halo verde. Para Covenant, aquella luz verde pálido fue agradable y balsámica al tocar su cara. Era como una caricia después de haber soportado el Sol Desértico.
—¡Un Sol Fértil! —gritó Sunder—. Esto va a dificultar la persecución, incluso para un Caballero.
Saltó de la roca, como si hubiera rejuvenecido, y buscó un espacio de tierra. Rápidamente, con su puñal, hizo dos grandes hoyos, en los que introdujo las semillas de ussusimiel que tenía guardadas.
—¡De momento tendremos comida! —afirmó—. ¿Puede haber agua más allá?
Covenant se volvió hacia Linden para preguntarle qué veía en el verde del Sol. Ella tenía una expresión seria y preocupada, y no le había afectado la excitación de Sunder. Se estaba esforzando demasiado, pidiéndole demasiado a su cansado espíritu. Y sus ojos estaban empañados, como cegados por las cosas que había visto; cosas esenciales que ni Covenant ni Sunder podían discernir.
Covenant empezó a plantear una pregunta; pero luego la luz del Sol distrajo su atención. Miró hacia la orilla Oeste del río. La luz bañaba ya parcialmente el lecho. Y dondequiera que tocara la tierra, salía la hierba. Crecía con visible rapidez. Por encima de la ladera del río, asomaban algunas plantas, ya lo suficiente altas para poder ser vistas. El verde se esparcía como una manta, siguiendo la línea del Sol. Aquí y allá, nuevos arbustos se alzaban al cielo. Donde tocaba aquel sol, la aridez de los tres días pasados se tornaba en verdor.
—El Sol Fértil —exclamó contento Sunder—. Nadie puede decir cuando vendrá; pero cuando viene, trae la vida al Reino.
—Imposible —susurró Covenant. Sus ojos parpadeaban inconscientemente, tratando de aclarar su vista. No dejaba de contemplar, asombrado, como la tierra se iba llenando de hierba, viñas y toda clase de plantas. Todo aquello violaba su instintivo sentido de la Ley—. Imposible.
—¡Claro que es posible! —dijo el Gravanélico, que parecía un hombre nuevo, hecho por el Sol—. ¿No creéis en lo que ven vuestros ojos? Ahora reconoceréis que hay verdad en lo del Sol Ban.
—¿Verdad? —Covenant apenas oía a Sunder. Estaba sobrecogido por lo que veía—. Todavía hay Energía de la Tierra; eso es obvio. Pero nunca se manifestó así. —Sintió como un intuitivo escalofrío de peligro—. ¿Qué ha pasado con la Ley? ¿Estaba enferma? ¿Era ésta? ¿Había encontrado el Execrable alguna forma de destruir la misma Ley, la Ley?
—A menudo —dijo Sunder—, Nassic, mi padre, cantaba una canción sobre la Ley; pero nunca supo explicarme su significado.
—¿Qué es la Ley?
Covenant miró al Gravanélico sin verlo.
—La Ley de la Energía de la Tierra. —Especulaciones de temor obstruían su garganta, roían sus entrañas—. El orden natural. Estaciones, Tiempo, Desarrollo y Declive, ¿qué ha pasado con eso? ¿Qué habrá hecho?
Sunder frunció el ceño como si la actitud de Covenant fuera la negación de su alegría.
—No sé nada de esas cosas. Sólo conozco el Sol Ban y la Red que na-Mhoram nos ha dado para sobrevivir. Pero Estaciones… Ley…, estas palabras no tienen sentido para mí.
No tienen sentido, pensó Covenant. No, desde luego, no. Si no hubiera Ley, si no hubiera existido la Ley durante siglos, los pedrarianos no tendrían posibilidad de comprender. Impulsivamente, se volvió hacia Linden. —Dile tú lo que ves.
Ella no parecía escucharle. Estaba al lado de la roca en una actitud pasiva, como indefensa.
—¡Linden! —insistió en tono más alto—. Dile qué es lo que tú ves.
Su boca se torció como si su petición fuera un acto de brutalidad. Se pasó las manos por el cabello; miró al Sol halado de verde, y luego a la verde orilla del río.
Se estremeció.
Su reacción fue toda la respuesta que Covenant necesitaba. Le alcanzó como un instante de visión compartida que momentáneamente gratificaba o agudizaba sus sentidos dándoles una percepción de que ellos carecían. Súbitamente, la hierba, las viñas y las espesas matas ya no le parecieron frescas y jugosas, sino frenéticas y locas. No salían del suelo espontáneamente, sino que eran forzadas a crecer por la antinatural disciplina solar. Los árboles apuntaban al cielo como dementes, las trepadoras se contorneaban por el suelo y la hierba crecía tan fuerte e inmediata como un clamor.
El momento pasó, dejándolo desalentado.
Linden se frotó los brazos como si lo que estaba viendo la hubiera llenado de piojos. La rojez de las quemaduras del Sol afeaba sus facciones.
—Enfermedad. Malignidad. Esto me está matando.
Luego se sentó y escondió la cara entre las manos.
Covenant iba a preguntarle: ¿Matarte? Pero Sunder intervino nuevamente.
—¡Vuestras palabras no significan nada! Esto es el Sol Fértil. No hay nada malo. Simplemente es así. El Sol Ban ha actuado así desde que empezó el castigo. ¡Mirad!
Con un gesto señaló el espacio de tierra, donde había sembrado las semillas. La línea del Sol atravesaba uno de los surcos y la ussusimiel ya empezaba a brotar.
—¡Gracias a esto tendremos comida! El Sol Fértil da vida a todo el Reino. En Pedraria Mithil, ahora, mientras vosotros estáis calumniándolo, cada hombre, mujer o niño, está cantando. Todos los que son fuertes van a trabajar hasta que se caen de cansancio. Primero, buscando lugares donde la tierra sea buena para conseguir cosechas. Luego, esforzándose a preparar este terreno para que la semilla pueda ser sembrada. En un solo día, tres veces, las semillas serán sembradas y las cosechas recogidas. Tres veces cada día del Sol Fértil.
»Y si la gente de otra Pedraria viene a este lugar buscando una tierra para ellos, los de aquí les harán frente y lucharán y se matarán hasta que una de las Pedrarias se quede con la tierra para atender las cosechas. ¡Y la gente cantará! ¡El Sol Fértil es vida! Es fibra para las cuerdas, hilo para las ropas, madera para barcos y fuego, grano para comida y para el metheglin que cura el cansancio. No me digáis que eso está mal.
Hablaba gritando de entusiasmo; pero luego su pasión se apagó al recordar las circunstanciasen que había abandonado su casa.
—No puedo soportarlo —dijo.
—¿Cuánto más podría aguantar Covenant el remordimiento de ser la causa de su desgracia?
—Sunder —dijo—. Yo no quise decir eso.
—Pues ilumíname —musitó el Gravanélico—. Conforta la pobreza de mi comprensión.
—Estoy tratando de comprender vuestra vida. Tenéis que soportar tanto que cuando llega esta situación cantáis victoria. Pero no es a esto a lo que me refiero. —Trató de controlarse para que su pasión no pudiera ser interpretada como odio contra él—. Lo que sufrís no es un castigo. Las gentes del Reino no son criminales ni traidores. ¡No! Vuestras vidas no tienen nada de malo. Lo malo es el Sol Ban. Es un maleficio que hay sobre el Reino. No se cómo lo ha logrado, pero sé quién es el responsable: El Amo Execrable, al que vosotros llamáis a-Jeroth. Esto es obra suya. Escúchame Sunder. Puede ser vencido. Puede ser vencido —repitió al asombrado Gravanélico.
Sunder miró a Covenant, tratando de relacionar ideas y percepciones que pudiera entender. Pero después de un momento bajó la vista y, cuando habló, sus palabras eran un reconocimiento.
—El Sol Fértil es también peligroso en su camino. Quedaos mientras podáis, en la seguridad de esta roca.
Con su cuchillo, empezó a limpiar de hierba los alrededores de su pequeña plantación.
Ah, Sunder, Covenant suspiró. Eres más bravo de lo que merezco.
Quería descansar. Los huesos de su cráneo empezaban a dolerle de nuevo por la fatiga. La inflamación de su brazo había ya desaparecido; pero la carne estaba todavía muy dañada por la herida, y las articulaciones del codo y la muñeca le dolían. Pero se mantenía erguido y volvió la cara para observar a Linden en su silencio.
Ella continuaba sentada, con la mirada perdida. Su rostro parecía demacrado por el cansancio, lo cual agudizaba sus rasgos. Sus manos cogidas a los codos, las rodillas levantadas, como si estuviera anclada en la inexorable mortalidad de sus huesos.
Al mirarla, Covenant reconoció en ella su propia actitud ante sus primeras pruebas en el Reino. Hizo un esfuerzo para decirle amablemente:
—Está bien. Lo comprendo.
También quería añadir: No te dejes abatir por ello. No estás sola. No hay razones para todo eso. Pero su respuesta lo detuvo.
—No, no lo comprendes —y sin la suficiente convicción para mostrar amargura, concluyó—. No, tú no puedes verlo.
El no supo qué responder. La clara verdad de sus palabras negaban su énfasis; lo dejaron buscando dentro de sí, como si hubiera perdido todos los dedos. Indefenso contra su incapacidad y su responsabilidad por las cargas que no podía llevar, se tendió en la roca para descansar un poco. Ella estaba allí porque había tratado de salvar su vida. Trataba de darle algo en compensación; ayuda, protección… alguna respuesta a su propia severidad. Pero nada podía hacer. Ni siquiera podía mantener los ojos abiertos.
Cuando volvió a mirar el paisaje, la vegetación había crecido de manera alarmante. La hierba ya alcanzaba, en algunos lugares, la altura de la rodilla. No sabía cómo podrían viajar con aquel sol, pero esta cuestión debía solucionarla Sunder.
Mientras los melones estaban madurando, Sunder fue a recoger trepadoras salvajes, que luego cortó en trozos. Cuando estuvo satisfecho de la cantidad recogida, empezó a tejer los tallos formando un saco.
Tras de efectuar este trabajo, las primeras ussusimiel estaban ya maduras. Las cortó a rodajas, almacenando las semillas en su bolsillo y repartió raciones a sus compañeros. Covenant aceptó su parte consciente de la necesidad de alimento que tenía su cuerpo. Pero Sunder tuvo que tocar la espalda de Linden para llamar su atención. Recibió su ussusimiel sin gran apetencia.
Después de comer, Sunder cogió el cesto de melones y los metió en un saco. Parecía estar de mejor humor; tal vez su habilidad para proporcionar comida había fortalecido su sentido de utilidad a sus compañeros. O quizá había decrecido su miedo a la persecución.
—Debemos abandonar el cauce del río. Aquí no vamos a encontrar agua —dijo, y señaló a la ribera Este—. A medida que los árboles crezcan, darán sombra y crecerá menos vegetación. Pero escuchadme. He dicho que el Sol Fértil es peligroso. Debemos andar con cuidado en nuestra marcha para no caer aprisionados entre plantas que nos aprisionarían. Mientras dure este Sol, viajaremos sólo de día, descansando por la noche.
Covenant se frotó ligeramente el brazo y miró hacia el río.
—¿Has hablado de encontrar agua?
—Tan pronto como la fuerza y la suerte nos lo permitan —respondió Sunder.
Fuerza, musitó Covenant, suerte. Le faltaba una y no confiaba en la otra. Pero no vaciló.
—Vámonos.
Los dos hombres miraron a Linden.
Ella se levantó lentamente, manteniendo la mirada baja, pero asintió en silencio.
Sunder dirigió una muda pregunta a Covenant, pero éste no tenía respuesta. El Gravanélico se encogió de hombros y levantó el saco, que se cargó en la espalda. Luego empezó a caminar por el lecho del río. Covenant le siguió, con Linden detrás de él.
Sunder procuraba evitar las hierbas, en lo posible, hasta encontrar un lugar donde los costados eran menos empinados. Al llegar a él, trepó hacia arriba.
Tuvo que colocar los pies, hurgando entre la maleza para ganar nivel. Covenant lo contempló hasta que desapareció. Luego intentó trepar él mismo. Entre las matas encontró agarraderas que le ayudaron a subir. Tras resbalarse varias veces, llegó al espacio que Sunder había limpiado de maleza. Con cuidado, avanzó por él. La espesa vegetación hacía difícil su avance. No podía levantar las manos ni las rodillas. Se encontró aprisionado entre un verdor increíble, un éxtasis salvaje de crecimiento más agobiante que los muros. Covenant no podía controlar la reacción de sus músculos.
Aquella forma de arrastrarse amenazaba con agotar las fuerzas que le quedaban; pero, a poca distancia, el túnel había llegado al final. Sunder había encontrado una zona donde los helechos sólo llegaban hasta la cintura. Aplastó como pudo las hierbas para facilitar el paso a Covenant y Linden.
—Somos afortunados —murmuró Sunder, señalando hacia uno de los árboles más cercanos. Era una mimosa de unos tres metros. Esta planta tenía unas brillantes hojas verdes y un fruto amarillo-verdoso que vagamente recordaba la papaya—. Es mirkfruit.
¿Mirkfruit? Covenant recordó la pulpa narcótica con la cual Linden y él fueron capturados en Pedraria Mithil.
—¿Por qué somos afortunados? —preguntó Covenant.
—El fruto es una cosa y el tallo otra.
Sunder sacó su cuchillo y se dirigió hacia el árbol, haciendo que Covenant lo acompañara, agarró el cuchillo con las dos manos y dijo:
—Prepárate.
Dio un salto y clavó el cuchillo en la planta por encima del nivel de su cabeza.
El cuchillo cortó el tallo como si fuera carne. Cuando Sunder arrancó la hoja de su puñal, salió agua clara del corte.
Sorprendido, Covenant balbuceó.
—¡Bebe! —dijo Sunder, al tiempo que empujaba bruscamente a Covenant hacia el chorro.
Covenant se encontró debajo, recibiendo el agua que caía a presión sobre su cara y boca. Estaba tan fresca como el aire de la noche.
Cuando hubo satisfecho su sed, Linden tomó su lugar, y bebió con tremendo frenesí. Covenant temía que el tallo se secara. Pero, después de haberse apartado, también Sunder pudo beber hasta saciarse antes de que el chorro empezara a disminuir.
Mientras aún salía agua, todos la aprovecharon para lavar sus manos y cara y quitar algo de suciedad de sus ropas. Luego el Gravanélico se cargó el saco.
—Debemos continuar. Estando parados, nada está fuera de peligro bajo este Sol —para demostrarlo, dio un puntapié y les enseñó como la hierba trataba de enrollarse en sus tobillos—. Y el Caballero habrá salido ya. Viajaremos lo más cerca posible del Mithil.
Luego señaló al Norte. En aquella dirección, más allá de la sombra de los matorrales, había una extensión de hierba amarillenta alta hasta el pecho, y creciendo. Pero luego la hierba se debilitaba ante un grupo de árboles, una incongruente mezcla de roble y sicomoro, eucaliptus y Jacaranda.
—Hay gran diversidad en el terreno —explicó Sunder— y éste hace crecer lo que le es más propio. No puedo prever lo que encontraremos. Pero trataremos de mantenernos entre árboles y sombras.
Escudriñando la zona como si esperara ver señales del Caballero, inició su camino hacia la espesura de hierba.
Covenant le seguía, a un paso no muy seguro, con Linden a su espalda.
Mientras se aproximaban a los árboles, sus brazos eran golpeados por finos tallos, ramas y la misma hierba que ondeaba sobre su cabeza. Pero más tarde, tal como Sunder había previsto, la sombra de los árboles mantenía la altura de la hierba más acorde con las proporciones naturales. Y aquellos árboles conducían a un bosque de cipreses donde la sombra era todavía más intensa. Además de cipreses había moreras y un árbol de hojas amarillas que Covenant reconoció como Gilden. Aquellos árboles que, en otra época, el Reino había cuidado con tanto cariño, crecían ahora como marionetas, gobernados por el Sol Ban. Esto le produjo un nuevo ataque de ira, del que se resintieron los huesos de su frente.
Se volvió hacia Linden para compartir el ultraje que acababa de ver. Pero ella estaba sumida en sus propios problemas y apenas le hizo caso. Su mirada parecía retroceder ante todo lo que la rodeaba, como si no pudiera cerrar los ojos al sufrimiento de los árboles. Ni ella ni Covenant tenían otra alternativa que seguir caminando.
Poco después del mediodía, Sunder hizo un alto en una enramada bajo un frondoso sauce. Allí, comieron ussusimiel. Luego, media legua más allá, encontraron otro árbol de mirkfruit. Aquellas cosas sostenían a Covenant en su convalecencia. No obstante, llegó al final de su resistencia hacia media tarde. Se echó al suelo y procuró mantenerse quieto. Todos sus músculos parecían de barro, la fatiga afectaba a su cabeza, restringiendo su capacidad de ver y el sentido de equilibrio.
—Ya es bastante —exclamó—. Tengo que descansar.
—No puedes —dijo el Gravanélico, con voz que a él le pareció lejana—. No hasta la puesta del Sol… o hasta que encontremos suelo firme.
—Debe hacerlo —insistió Linden—. No se ha recuperado todavía. Piensa que aún le queda veneno dentro. Podría recaer.
—Bien —aceptó Sunder—. Aguarda aquí con él y buscaré un lugar seguro.
Covenant oyó los pasos del Gravanélico que se distanciaban pisando los matorrales.
Inducido por el aviso de Sunder, Covenant se arrastró hasta la sombra de un árbol de grueso tronco y se sentó, apoyado en él. Por un momento, cerró los ojos y se encontró flotando por encima de su cansancio.
Linden le hizo volver a la realidad. Debía estar muy cansada, pero no lograba descansar. No dejaba de pasear de un lado a otro, delante de él, sujetándose los codos con las manos, sacudiendo la cabeza como si estuviera discutiendo consigo misma. El la observó un momento, mientras trataba de aclarar su visión, ya menos borrosa al aminorarse la fatiga.
—Dime qué te ocurre —le pidió con delicadeza.
—Esto es lo peor. —Su interés le arrancó palabras; pero parecían más dirigidas a sí misma que a él—. Todo es terrible, pero esto es lo peor. ¿Qué clase de árbol es éste? —e indicó el tronco contra el cual estaba sentado.
—Se llama Oropelino —inducido por los recuerdos, añadió—: Su madera era tenida en alta consideración.
—Esto es lo peor —sus pasos eran tensos—. Todo está herido. En este dolor… —su voz empezó a temblar—. Pero esto es lo peor. Todos los Oropelinos tienen fuego dentro —se cubrió la cara con las manos—. Habría que sacarlos de su miseria.
—¿Sacarlos de…? —El pensamiento le alarmó. ¿Como la madre de Sunder?— Linden, dime qué es lo que pasa.
Ella le habló en un arranque súbito de cólera.
—¿Es que eres sordo además de ciego? ¿No sientes nada? ¡Te digo que están sufriendo! ¡Habría que sacarlos de su miseria!
—No. —Sin parpadear, Covenant hizo frente a su furia. Eso es lo que había hecho Kevin. La necesidad del Reino destrozó su corazón e invocó el Ritual de Profanación, tratando de extirpar el mal destruyendo aquello que amaba. Covenant recordó lo cerca que estuvo él mismo de seguir aquel camino—. No puedes atacar al Amo Execrable de este modo. Esto es lo que él quiere.
—¡No me digas eso! No quiero escuchar. Eres leproso. ¿Por qué debería preocuparte el dolor? ¡Deja que el mundo entero llore! A ti te será indiferente.
De repente, Linden se dejó caer al suelo y se sentó contra un árbol, con sus rodillas levantadas hasta el pecho.
—No puedo aguantar más. —El llanto reprimido alteraba su semblante. Inclinó su cabeza y colocó sus brazos rígidos sobre sus rodillas. Sus manos se cerraron formando puños como si se agarraran al aire—. No puedo.
La visión de ella en este estado le conmovió.
—Por favor —le dijo—. Explícame por qué esto te hiere tanto.
—No puedo explicarlo. —Brazos, manos, hombros y todas las partes de su cuerpo se unían en la protesta—. Es que todo me está pasando a mí. Puedo verlo… sentirlo… los árboles. En mí. Es demasiado personal. No puedo quitármelo. Me está matando.
Covenant quiso tocarla, pero no se atrevió. Era demasiado vulnerable. Tal vez era capaz de sentir la leprosidad al contacto de sus dedos. Por un momento, estuvo a punto de contarle lo de Kevin. Pero podría tomar esta historia como un menosprecio de su dolor. Y, sin embargo, tenía que ofrecerle algo.
—Linden —dijo, murmurando interiormente ante la dificultad de hacerse comprender—. Cuando fuimos convocados aquí, el Execrable me habló. Tú no lo oíste. Voy a repetirte sus palabras.
Las manos de Linden se retorcieron. Pero no dio otra respuesta. Después de un momento, él empezó a repetir el discurso sarcástico del Despreciativo.
Ah, todavía eres obstinado.
El recordaba cada sílaba, cada gota de veneno, cada modulación de contexto. Quería que lo oyera todo. Ya que no podía consolarla, trataba, por lo menos, de compartir su sensibilidad o propósito.
Tú serás el instrumento de mi victoria.
A medida que las palabras entraban en ella, se recogía en sí misma. Volvió a rodearse las rodillas con los brazos y escondió su cara entre ellos. Se estremecía con lo que él estaba diciendo igual que un niño aterrorizado.
Hay aquí desesperación para ti hasta más allá de todo cuanto tu despreciable corazón mortal pueda soportar.
Sin embargo, mientras hablaba, notó que apenas le oía, que su reacción era íntima, lo cual él no comprendía. Ella pudo haber sentido cólera por el Despreciativo, tal como lo hizo; pero parecía que ello no tenía mucho que ver con su compleja angustia. Seguía allí sentada y plegada, sin emitir sonido alguno.
Finalmente, no pudo soportar por más tiempo verla así. Se arrastró y fue a sentarse a su lado. Le cogió la mano derecha con firmeza e hizo que la abriera. Luego colocó su media mano entre sus dedos, de forma que no pudiera liberarse del ser mutilado sin poner su voluntad en ello.
—Los leprosos no somos insensibles —dijo suavemente—. Sólo el cuerpo se vuelve insensible. El resto compensa. Quiero ayudarte y no sé cómo. No te atormentes de esta forma.
De alguna manera, el contacto de su mano o el énfasis de su voz llegó a ella. En un supremo acto de voluntad, empezó a relajar sus músculos, a deshacer los nudos de su angustia. Respiró profunda y estremecedoramente y dejó caer sus hombros. Pero aún estaba atada a su mano, tomando el lugar de sus dedos perdidos como si la amputación fuera la única parte de él que podía comprender.
—No creo en maleficios. —Su voz parecía salir de una garganta ensangrentada—. La gente no es así. Este lugar está enfermo. El Execrable es sólo algo creado por tu imaginación. Si puedes condenar la enfermedad de alguien, en lugar de aceptarla tal como es, puedes evitar el sentirte responsable de ella. Ya no tienes que tratar de curar el dolor. Aunque esto sea un sueño.
Covenant no pudo responder. Si ella había rehusado admitir la existencia de su propio Despreciativo interior, ¿cómo podía persuadirla? ¿Y cómo podría tratar de defenderla contra las manipulaciones del Amo Execrable? Cuando bruscamente se despegó de su mano, se puso en pie como para escapar de las implicaciones de aquel contacto. Miró detrás de ella con un sentimiento de soledad indistinguible del temor en su corazón.