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La tía había cocinado lentejas. El olor del potaje y el fuego encendido en la chimenea le hicieron sentirse en su hogar, aunque la ausencia de James y, sobre todo, de Ibai había sumido la casa en un silencio al que ya no estaban acostumbradas. Aprovechó para llamar a James, que contestó sorprendido a la llamada y que, sin embargo, tras una breve y trivial conversación, ella derivó enseguida a la tía y a su hermana para que pudieran hacerle carantoñas a Ibai, que según su padre escuchaba atento y sonriendo las voces conocidas.

Mientras el cielo se oscurecía sobre su cabeza y comenzaban a oírse los primeros truenos acercándose desde los montes, caminó hacia la comisaría pensando en la conversación que acababa de mantener con su tía. Cuando Ros salió para el obrador, ésta le había preguntado:

—¿Qué está pasando entre tu marido y tú, Amaia?

Ella había intentado soslayar la pregunta.

—¿Por qué crees que pasa algo?

—Porque has contestado con una pregunta y porque he escuchado vuestra conversación y sólo os ha faltado daros el parte meteorológico.

Ella había sonreído ante su observación.

—Cuando las parejas ya no tienen nada que decirse, hablan del tiempo, como con los taxistas. Tú, ríete, pero es uno de los signos de inminente ruptura.

El rostro de Amaia se ensombreció al pensarlo.

—¿Ya no le amas, Amaia?

Había salido precipitadamente justificándose con la hora, con tanta prisa que olvidó la llave del coche, pero, acobardada por la inquisitiva mirada de Engrasi, no había querido volver a buscarla. La capacidad de aquella mujer para discernir lo que estaba pensando, lo que la atormentaba, siempre le había sorprendido.

La pregunta seguía resonando en su cabeza: ¿amaba aún a James? La respuesta inmediata era sí, le amaba, estaba segura, y sin embargo… ¿qué era lo que sentía por Markina? Fascinación, habría dicho Dupree; encoñamiento, habría dicho Montes. Jonan se había expresado sin cortapisas, creía que nublaba su juicio y anulaba su perspectiva…, recordaba cuánto le había molestado oírlo, y a la vista de las últimas revelaciones empezaba a pensar que no se equivocaba.

Entró en la sala de reuniones y vio que Montes había empezado a exponer sobre la pizarra fotos y documentos que ya comenzaban a acumularse.

—¿Han logrado algún avance? —preguntó de modo general mientras tras los cristales el cielo se oscurecía con las gruesas nubes de la tormenta. Se acercó a los interruptores y encendió las luces.

—Algo, aunque no gran cosa. El tema de los bautismos nos ha permitido limpiar un poco la lista, pero, como ya supuse, el proceso es largo y lento. Primero, según la dirección del bebé, hay que buscar la parroquia que le corresponde; después, hablar personalmente con los párrocos, que son los únicos que tienen acceso a esa información y que sólo atienden a la hora de despacho parroquial, que en muchas iglesias ni siquiera es a diario. Aun así, por ejemplo, con los cuatro casos que teníamos en Hondarribia hemos tenido suerte reduciéndolos a dos; los otros eran una niña alemana que falleció durante las vacaciones de los padres y la segunda estaba bautizada.

—¿Zabalza?

—Como suponíamos, al buscar datos de toda Navarra, el número ha aumentado considerablemente. Pero limitándonos a poblaciones que colinden con el río tenemos un caso en Elizondo, otro en Oronoz-Mugaire —dijo colocando marcas sobre el mapa—, otro en Narbarte, dos en Doneztebe y dos en Hondarribia, como ya le ha dicho el inspector.

Ella estudió el dibujo que las marcas rojas trazaban sobre el mapa mientras un fuerte trueno hacía retumbar los cimientos de la comisaría; miró hacia fuera en el instante en que la cortina de lluvia chocaba con estrépito contra los cristales.

—¿A cuánto tiempo atrás se remontan los datos?

—Diez años —contestó Zabalza—. ¿Quiere que me remonte más?

—Estaría bien que pudiera obtener datos por lo menos hasta la fecha en la que tenemos noticia de algún caso, incluso un poco más.

—Añada en otro color las antiguas, en Elizondo, la niña de Argi Beltz, mi hermana, la niña de Lesaka, la hija de los abogados Lejarreta y Andía en Elbete, y la del padre que increpó a la forense en Erratzu.

El dibujo recorría el río desde su nacimiento hasta su desembocadura con una siniestra sucesión de puntos, todos en poblaciones por las que pasaba el río Baztán o donde tomaba el nombre de Bidasoa.

Se volvió y vio que el inspector Iriarte se había detenido tras ella y observaba el mapa preocupado.

—Parece que ha establecido una pauta.

—Siéntense —ordenó ella como respuesta—. Yo también tengo novedades que contarles. Siguiendo su consejo, inspector —dijo dirigiéndose a Iriarte—, pedí ayuda al padre Sarasola, que, para mi sorpresa, me organizó una entrevista con el testigo protegido que denunció el crimen de Lesaka. Me contó más o menos lo mismo que Sarasola: eran una secta mística con reminiscencias satanistas, con la diferencia de que en vez de practicar una religión de adoración al demonio y anticristiana cultivaban una especie de regreso a las tradiciones mágicas de Baztán…, en palabras del testigo, una regresión a las prácticas espirituales tradicionales que durante milenios se llevaron a cabo en este mismo lugar y que permitían una comunicación entre el hombre y las fuerzas preternaturales, geniales, telúricas y poderosísimas que habían conformado la religión que seguían los habitantes de la zona. Y la brujería y sus prácticas ancestrales relacionadas con pócimas, hechizos, herboristería y curanderismo, aprendiendo a explorar los límites del poder del hombre frente a estas entidades que pretendían dominar.

—Pero ¿lo creían de verdad?

La lluvia arreció contra los cristales con fuerza y un rayo cruzó el vacío iluminando con un fogonazo el cielo casi negro y cambiante como un océano.

—Voy a decirle lo mismo que me respondió el padre Sarasola cuando se lo pregunté. Deje de plantearse la fe de los demás en esos términos…, claro que lo creían, la fe mueve a millones de personas, millones de peregrinos van a Santiago, a Roma, a La Meca, a la India; la venta de libros sagrados encabeza aún las listas anuales, y las sectas proliferan, captando adeptos hasta el punto de que en todas las policías del mundo se están creando unidades especializadas. Dejemos a un lado lo que nos parece lógico, admisible, probable, porque hablamos de otro tema, uno muy poderoso y, en las manos del líder adecuado, muy peligroso.

»Este grupo en particular defendía la vuelta a lo tradicional, el respeto por los orígenes, por las fuerzas primigenias, y el modo de relacionarse con ellas no era otro que a través de la ofrenda. Refrendaban sus teorías con la antigua religión, las presencias mágicas de criaturas extraordinarias que desde antiguo se han dado en esta zona del mundo. Ellos se remontan aún más atrás y afirman que ya los primeros pobladores de Baztán establecieron marcadores en forma de monumentos megalíticos y líneas ley que atravesarían todo el territorio, las alineaciones de lugares de interés geográfico e histórico, como los antiguos monumentos y megalitos, montañas y riscos, peñas, cuevas y grietas naturales que habrían facilitado la localización de lugares con significado espiritual donde la comunicación con estas fuerzas podía establecerse con facilidad. Una teoría refrendada por un tal Watkins las databa en el Neolítico y permitirían la navegación segura y la referencia en las grandes migraciones. Son muchos los autores que defienden la existencia de estas líneas ley. El líder del grupo les instruyó en prácticas que pretendían la invocación de estas fuerzas, a las que pondría a su servicio sin rezos, sin observar una vida de privaciones, sin normas ni obstáculos a sus deseos, tan sólo a cambio de ofrendas de vida, inicialmente de animales domésticos, según el testigo con asombrosos resultados, hasta llegar a lo que ellos llamaban «el sacrificio». Consistía en una ofrenda humana. Pero para obtener un gran favor no sirve cualquier humano, el sacrificio debe hacerse con una niña menor de dos años, porque creen que su alma aún está entre los dos mundos y es especialmente atractiva para el demonio al que se lo ofrecen, Inguma. Además debe estar sin bautizar y se le debe dar muerte del mismo modo en que Inguma toma a sus víctimas…

Un nuevo trueno retumbó sobre sus cabezas, obligándoles, por un instante, a prestar atención al magnífico evento que se producía tras los cristales.

—Asfixiándolas —dijo Zabalza.

—Eso es, bebiéndose su aire, y eso es exactamente lo que el testigo afirma que hicieron, y después deben llevar el cadáver a un lugar, que dice desconocer, para completar el ritual. Lo que obtienen es riqueza económica sobre todo y para todos los participantes, pero en el caso de los padres, lo que deseen.

»Me dijo otras cosas muy interesantes: los datos que les pasé ayer, y en los que Montes y Zabalza ya están trabajando; el nombre de su líder, Xabier Tabese, y su edad, debe de tener ahora unos setenta y cinco años, y algo más que puede sernos provechoso. Me explicó que, en ocasiones, sólo un miembro de las parejas que realizaban las ofrendas era afín al grupo. E incluso entre las que lo eran, algunas, aun resueltas a llevar a cabo el sacrificio, caían en una terrible depresión tras el crimen. Esto me recordó el caso de Yolanda Berrueta y el de Sonia Ballarena, pero me hizo pensar que quizá muchas de esas parejas terminaron por separarse, como ocurrió con Yolanda, y si alguna de esas niñas hubiera sido enterrada en el panteón perteneciente a la familia de la madre, no nos costaría convencerla para que autorizase la apertura. Podríamos hacerlo sin orden judicial si la madre lo pidiese; incluso podríamos justificarlo, con el fin de no tener problemas, con cualquier excusa como la necesidad de reubicar los restos de algún cadáver que llevase más tiempo, comprobar que no entrase agua en el interior de las tumbas. Averigüen entre los padres de las niñas que puedan ser víctimas cuáles están divorciados.

»Una cosa más que les puede ser útil, prueben a buscar a Tabese como psicólogo, psiquiatra o médico. Elena Ochoa me dijo que creía que tenía formación relacionada con la psicología.

Un nuevo rayo iluminó el cielo y el apagón los dejó a oscuras dos segundos antes de que la luz regresara.

La sensación de caminar bajo la lluvia no le disgustaba, pero el ensordecedor crepitar de las gotas contra la tela tensa del paraguas la enervaba sobremanera. Sintió el teléfono vibrando en su bolsillo. Tenía dos llamadas perdidas: una de James, otra de Markina. Borró el registro y sepultó el teléfono en lo más profundo de su bolsillo mientras se detenía frente a la casa del viejo señor Yáñez. Llamó sólo una vez y lo imaginó refunfuñando mientras se levantaba de su improvisado camastro frente al televisor. Al cabo de un rato oyó cómo corría el pestillo de la puerta, y el rostro arrugado de Yáñez apareció ante ella.

—Ah, es usted —fue su saludo.

—¿Puedo pasar?

No contestó; abrió la puerta del todo y echó a andar por el pasillo en dirección al salón. Llevaba el mismo pantalón de pana, pero había sustituido el grueso jersey y la bata de felpa por una camisa de cuadros. La temperatura en el interior de la casa era agradable. Siguió a Yáñez, que se sentó en su sofá, y le hizo un gesto para que ella también lo hiciera.

—Gracias por avisar —dijo bruscamente.

Ella le miró confusa.

—A los de la caldera, gracias por avisar.

—No tiene importancia —respondió.

El viejo señor concentró su atención en la pantalla del televisor.

—Señor Yáñez, quiero preguntarle algo.

Él la miró.

—En mi anterior visita me contó que un policía vino a verle antes que yo. Me contó que le preparó un café con leche…

Yáñez asintió.

—Quiero que mire esta foto y me diga si fue éste —dijo mostrándole en la pantalla del móvil una fotografía de Jonan Etxaide.

—Sí, fue ése, muy majo chaval.

Amaia apagó la pantalla y guardó el móvil.

—¿De qué hablaron?

—Pssh —contestó Yáñez haciendo un gesto vago.

Amaia se puso en pie y tomó de una mesita auxiliar la foto de su esposa que le había enseñado en su anterior visita.

—Su mujer no se deprimió tras nacer su hijo, ¿verdad? Creo que ya se encontraba mal mucho antes, pero el nacimiento del bebé fue devastador para ella; no podía amarlo, lo rechazaba porque aquel hijo venía a sustituir a la hija que había perdido.

Yáñez abrió la boca pero no dijo nada. Levantó el mando que tenía a su lado y apagó el televisor.

—No tuve ninguna hija.

—Sí que la tuvo; ese policía lo sospechaba y por eso vino a hablar con usted.

Yáñez quedó en silencio unos segundos.

—Margarita tendría que haberlo olvidado, pero en lugar de eso se pasaba el día pensando, hablando de lo que había sucedido.

—¿Cómo se llamaba?

Él tardó un poco en responder.

—No tenía nombre, no llegó a ser bautizada. Murió a las pocas horas de nacer de muerte de cuna.

—¡Joder, mató a su propia hija! —dijo Amaia asqueada.

Yáñez la miró y, poco a poco, en su boca se fue dibujando una sonrisa que se convirtió en risa y en carcajada. Rió como un loco durante un rato y cesó de pronto.

—¿Y qué piensa hacer, denunciarme? —preguntó amargado—. Mi hijo está muerto; mi mujer está muerta, y yo, pudriéndome vivo en esta casa para el resto de mis días. ¿Cuántos inviernos más cree que aguantaré? Ya todo da igual, debimos darnos cuenta. Una vez alguien me dijo que todo lo que te concede el demonio se convierte en mierda… De hecho, mi vida entera se ha convertido en un magnífico montón de mierda, me da igual si vienen a por mí. Si me envían las nueces me las tragaré y dejaré que el mal se abra camino entre mis tripas. Hace tiempo que renuncié; cuando mi esposa murió, todo lo que me había parecido tan importante, el dinero, esta casa, los negocios, todo dejó de importarme. Renuncié.

Amaia pensó en las palabras del testigo escondido en la casa del Opus Dei.

«Nadie abandona el grupo».

—Puede que usted lo hiciera, pero su hijo le tomó el relevo, un sacrificio así no puede desperdiciarse, ¿verdad?

Yáñez cogió el mando de la tele y volvió a encenderla.

Amaia se dirigió a la salida y, cuando iba por la mitad del pasillo, él la llamó.

—Inspectora, esta tarde la luz se ha ido de nuevo y creo que la caldera ha vuelto a apagarse.

Ella abrió la puerta de la calle.

—¡Que te jodan! —exclamó mientras la cerraba. Volvió a la comisaría, subió a la sala de reuniones y puso una nueva marca roja en el mapa.