El abogado de la familia Berrueta había solicitado que el propietario de las minas de Almandoz declarase en Elizondo en lugar de hacerlo en una comisaría francesa. Iriarte se ocuparía aquella mañana. Había llamado temprano a Amaia para decirle que no era necesario que ella también acudiese; era sábado y, además, oficialmente ya estaba de vacaciones.
—¿Ha llegado Jonan?
—No, pero hoy no tenía que venir.
—Habíamos quedado en que me traería las ampliaciones de las fotos del interior de la sepultura que tomó ayer en Ainhoa…
—¿Ha mirado en su correo?
—Sí, no hay nada. Imagino que me las enviará o se acercará a traerlas a lo largo de la mañana. —Colgó el teléfono.
Engrasi y ella habían mandado a James a comprar madalenas con Ibai y prepararon un par de cafés para su charla de chicas.
Se colocó con su taza de café ante Engrasi.
—Tía —dijo llamando su atención y cerciorándose de que la miraba a los ojos.
Engrasi apagó el televisor.
—Yo lo vi en el bosque hace un año, lo vi como te veo ahora, a menos de cinco metros, y por lo menos en otras tres ocasiones lo he tenido tan cerca como para escuchar sus silbidos como si estuviese a mi lado; la última vez hace muy poco. El año pasado conocí a aquel guardabosques que afirmaba haberse encontrado con él, aunque lo cierto es que le habían disparado y el shock pudo alterar la percepción de lo que en verdad ocurría. Tú me contaste que lo viste accidentalmente cuando tenías dieciséis años y recogías leña en el bosque, y luego está el caso del profesor Vallejo. Si tuviera que elegir en todo el mundo un candidato menos apto como testigo de una aparición como ésa sería él, no he conocido jamás una mente más racional y científica —dijo mirando brevemente a su tía, que permanecía quieta escuchando—. Sin embargo, no son las personas que lo vieron las que me interesan, sino la frecuencia con que ha venido mostrándose en los últimos tiempos. Yo no lo vi de forma accidental, tía, lo vi porque él quiso que lo viera. Y necesito saber por qué.
Engrasi apuró en dos sorbos el contenido de su taza y habló.
—Lo he pensado mucho, he leído sobre el mito, las leyendas, creo que he leído todo lo que hay escrito sobre el basajaun. Él, bueno, se supone que es el guardián del equilibrio, el señor del bosque, el que cuida y preserva la proporción entre la vida y la muerte. Creo que todo forma parte de una especie de juego de contrapesos, y por una razón que desconocemos la ofensa es tal que se ha roto un equilibrio que era importante para que las cosas fueran lo que debían ser, una ofensa tan grande como para obligarlo a mostrarse. La muerte contra natura que supusieron los asesinatos de aquellas chicas el año pasado o el caso de ese monstruo que indujo durante años a cometer asesinatos y abandonar los restos de las víctimas en nuestro valle, por no mencionar lo que estuvo a punto de pasarle a Ibai. No sé qué te parecerá, pero a mí, desde luego, cualquiera de estos actos me parece terriblemente desconcertante, apabullantemente obsceno, y, desde luego, si partimos de una base de equilibrio de potencias, no puedo imaginar algo más desequilibrante que un asesino sembrando de cadáveres los montes y el río, los dominios de esas fuerzas.
—El río —musitó ella.
—El río —repitió la tía.
«Limpia el río, lava la ofensa», resonaron las voces de las lamias en su cabeza.
—¿Y qué significa?, porque partimos de la base de que es un hecho excepcional que una criatura mitológica se aparezca en el bosque; o todos nosotros estamos bajo el influjo alucinógeno de alguna hierba que crece en esos montes o debe de haber una razón, una razón que aún perdura, algo que va más allá de aquellos crímenes —expuso ella.
—Y sin duda la hay, Amaia, pero… Trato constantemente de decírtelo… Tengo miedo por ti, tengo miedo de las puertas que puedes abrir, de los lugares adonde tu búsqueda puede conducirte.
—Pero ¿qué puedo hacer? Las anomalías siguen produciéndose en el valle como un clamor, no puedo sustraerme a ellas. No son sólo las niñas del río, ni los restos en la cueva de Arri Zahar, ni siquiera los huesos de los mairus ardiendo en el altar de la iglesia… Los bebés y la muerte súbita aparecen oscuramente enredados con un tenebroso ser de nuestra mitología.
—Inguma —susurró Engrasi.
—El demonio que les roba el aire a los durmientes… Un experto —dijo sonriendo Amaia al pensar en el padre Sarasola— me contó que en otras culturas y religiones se da la presencia de un demonio de idénticas características; el más antiguo ya aparece en la demonología sumeria, pero se repite en África, Estados Unidos, Japón, Nigeria o Filipinas, por mencionar algunos lugares, y en todos los casos las características de sus ataques son idénticas: se centra en una zona geográfica, en un grupo de edad y sexo, y las muertes comienzan a repetirse durante el sueño sin que nadie pueda hacer nada. Existen casos documentados científicamente, y el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, en Estados Unidos, llegó a crear una alerta al pensar que las muertes que se sucedían sin control ni explicación constituían una epidemia de algún tipo. ¿Qué me puedes decir sobre esto?
Engrasi asintió repetidas veces mientras pensaba.
—El terror nocturno es un tipo de parasomnia, originada por el estrés, del tipo de las que tú has venido sufriendo toda tu vida, una manera de manifestar un gran sufrimiento mediante terribles pesadillas. Cuando ejercía en París, tuve un caso y estudié muchos más, y luego con tus pesadillas leí mucho sobre el tema. Las pesadillas pueden llegar como parte de un trastorno de ansiedad severo, como en la enfermedad de Ephialtes, que en griego sería «el que salta». Las personas que las sufren relatan muchos tipos de alucinaciones, presencias en la habitación, presencias amenazantes que se ciernen sobre la cama; algunas relatan visiones en las que han podido contemplar figuras oscuras, sombras fantasmales a los pies de la cama o a su lado. Las más terribles son las táctiles, en las que se llega a percibir la presencia física del visitante. Hasta aquí la explicación científica, porque desde la antigüedad se atribuyen estos ataques a súcubos, íncubos o Daimon, espíritus demoniacos que torturan a los humanos durante el sueño con visiones terribles o con su sola presencia, y los más peligrosos son los que vienen acompañados por alucinaciones respiratorias, sensación de estrangulamiento o asfixia. En el caso que traté en París, una chica aseguraba que cada noche era violada por un ser repulsivo que la inmovilizaba, imposibilitándole que se moviera bajo su peso y produciéndole una terrible sensación de ahogo y fatiga que le impedía gritar. Conozco los casos de los que habla tu amigo; mientras estudiaba tuve ocasión de ver una grabación tomada por el ejército japonés debido a que un alto número de sus soldados, en apariencia sanos, comenzaron a morir mientras dormían, atrapados en esas pesadillas asfixiantes. Te aseguro que el vídeo ponía los pelos de punta. Por más que me repitiera que se trataba de pesadillas, aquellos jóvenes morían de verdad, y presenciar cómo se debatían con un atacante invisible que los comprimía y aplastaba contra la cama era realmente espeluznante.
Amaia miró a su tía muy preocupada.
—Mi informante me dijo también que entre todo el histerismo y el clima de paranoia que provocó el fenómeno de la brujería en la zona, con denuncias y confesiones de estas prácticas que en buena parte eran generadas por miedo a las represalias de la Inquisición, subyacía una parte de verdad. Cuando Salazar y Frías se estableció en la zona tras el auto de fe de 1610 en Logroño, por el que tantas personas fueron asesinadas, este inquisidor convivió con los vecinos de Baztán durante más de un año y, aunque ha pasado a la historia por ser el inquisidor «bueno», como el hombre justo que tras conocer a nuestros vecinos regresó al tribunal del Santo Oficio y afirmó que no había presencia satánica en Baztán y que, por tanto, no podía condenarse a nadie a muerte por esta razón, negó tan sólo la presencia satánica, pero lo cierto es que obtuvo más de tres mil denuncias y mil quinientas confesiones voluntarias de vecinos que admitieron haber participado de un modo u otro en estas prácticas. A la historia ha pasado la afirmación de Salazar y Frías de que no era satanismo, era «otra cosa».
—Es cierto, es conocido el dato de que hace cien años en Baztán había más gente que creía en las brujas que en la Santísima Trinidad.
—Dijo que se daban todo tipo de prácticas para obtener esa protección no sólo contra ellos, sino a través de ellos, consiguiendo su colaboración o incluso su dominación de algún modo. Un proceso que pasaba invariablemente por hacer una ofrenda.
—Las conozco, y tú también. Iban desde llevar sidra, manzanas, incluso unas monedas a la gruta de Mari, o pan y queso al basajaun, que se abandonaban sobre una roca. Pero las ofrendas cambiaban su carácter cuando se trataba de obtener el favor de otro tipo de fuerza.
—Ese experto afirma que, entre toda la avalancha de bulos que se levantaron alrededor de las prácticas de brujería y las leyendas que circulaban en torno a ellas, hay algunos fundamentados en la realidad que llevaban a las prácticas de esos ritos, a secuestrar a mujeres muy jóvenes, vírgenes que eran sacrificadas e —hizo una pausa para mirar directamente a la tía— niños muy pequeños que morían en crímenes rituales, como el que preparaban aquella noche en la cueva.
—Es verdad, es sabido, conocido y documentado por los expertos en antropología que han recorrido estos valles que en algunos de los lugares donde tradicionalmente se celebraron aquelarres han aparecido restos humanos. Es célebre el cráneo que se conserva en Zugarramurdi. —Hizo una pausa—. ¿Crees que algo así puede estar pasando ahora?
—¿Y si estuviese ocurriendo? ¿Y si las profanaciones o los restos de esas mujeres asesinadas formaran parte del ritual de ofrendas en el que mi hijo estuvo a punto de morir? Un ritual que alguien ha puesto en marcha para convocar a esas potencias. Tía, ¿se puede traer a Inguma de vuelta para que se cobre su cosecha de cadáveres? Porque ¿para qué querría alguien llevarse el cuerpo de un bebé muerto?
Engrasi se cubrió la boca con ambas manos con un claro gesto de no dejar salir lo que había allí.
Amaia suspiró.
—El uso de cadáveres es habitual en muchas religiones ocultistas en las que los muertos son el canal de comunicación entre ambos mundos, como en el vudú, y siempre sirven para hacer una ofrenda al mal.
—Esa «otra cosa» de la que habló el inquisidor Salazar era una realidad.
—¿Era o es? —Mientras hablaba, sacó su teléfono y consultó sus mensajes; comprobó que no había respuesta de Jonan y pensó en lo mucho que iba a lamentar haberse perdido aquella conversación cuando se la contase.
—¿Te das cuenta, mi niña analítica, lógica y práctica, de que estás hablando de brujería en el siglo XXI?
—«Cuando las nuevas fórmulas no sirven, se recurre a las viejas» —respondió Amaia citándola.
El interés de Engrasi iba en aumento.
—Me encantaría conocer a tu fuente, pues sé perfectamente a qué se refiere. En el Antiguo Testamento se admite la existencia de otras potencias, dioses menores, potencias geniales que necesitaban constantes sacrificios y ofrendas para mantenerse activas. Me viene a la mente el modo en que hasta en tres ocasiones la estatua del dios Dagón apareció postrada ante el Arca de la Alianza, que había sido colocada en el templo dedicado a él, hasta que la tercera vez se resquebrajó y se partió la cabeza y las manos, lo que se ha interpretado como la sumisión de los dioses menores al único Dios. Robert Graves, en su libro sobre los dioses y los héroes de la antigua Grecia, dice que cuando Jesús nació los dioses menores se retiraron a dormir hasta el fin de los tiempos.
—A dormir hasta que alguien o algo los despertara…
—Si alguien lo ha traído de vuelta, ya sabes por qué el guardián se está manifestando, y si tienes razón, habrá sido necesaria una terrible aberración, una ofrenda al mal tan extraordinaria, una ofensa de tal importancia que no me extraña que el cura ese del Vaticano estuviese alarmado —dijo mirándola fijamente, como si así pudiera extraerle la información y confirmar sus sospechas. Amaia habría sonreído ante su perspicacia de no ser porque a su mente habían acudido las imágenes de las profanaciones, el itxusuria familiar violado, la cantidad de piedras que había sobre la mesa roca, la tumba vacía de su hermana, la pelusa oscura de la cabecita de la niña de Esparza asomando de aquella mochila bajo la lluvia y las palabras de la vieja amatxi Ballarena mientras le contaba cómo Inguma había despertado en 1440 porque alguien quiso despertarlo y no se detuvo en su requisa de vidas hasta que hubo saciado su sed.