30

La intensidad del frío y la humedad que reinaban fuera se colaron hasta el salón compitiendo con el calor vivo de la chimenea.

Flora llevaba a Ibai en brazos y sonreía encantada mientras le cantaba una canción acompañando la letra de pequeños saltitos.

Sorgina pirulina erratza gainean,

ipurdia zikina, kapela buruan.

Sorgina sorgina ipurdia zikina,

tentela zara zu?

Ezetz harrapatu.[2]

Ibai reía a carcajadas y Amaia la miró sorprendida: a sus hermanas siempre se les habían ido los ojos tras los bebés, quizá debido al hecho de que no habían podido tener hijos, pero nunca había visto a Flora haciendo payasadas y engolando la voz para hablar al niño. Le resultó curioso y sorprendente, una de esas actitudes de la que no crees capaz a algunas personas; pensó en lo que le había dicho la tía respecto a lo que Flora sentía por Ibai.

James la saludó besándola brevemente y un poco serio, aunque sirvió vino y le tendió una copa mientras preguntaba:

—¿Mucho trabajo?

—Sí, he llegado tarde y decidí quedarme a acompañar a la tía.

—Luego hablamos —cortó él repartiendo copas a los demás.

Flora insistió en darle el biberón a Ibai. Hicieron algunos comentarios respecto al funeral, al precioso oficio que había celebrado el cura y a la cantidad de gente que había asistido, pero nada respecto al hecho de que ellas no hubieran acudido. Amaia estuvo segura de que la firmeza en la decisión de Engrasi de no asistir había sido capital. La tía era la cabeza de familia, una mujer que durante toda su vida había puesto de manifiesto su opinión y su postura, había vivido su vida según sus propias normas y seguía haciéndolo. Esa clase de mujer que respeta que hagas lo que te venga en gana siempre que asumas las consecuencias y no pretendas decirle que ella haga o piense como tú.

Acostó a Ibai y ayudó a la tía a sacar a la mesa el asado de cordero con sus patatas y salsa de cerveza, y todos se sentaron a comer.

—Hay un tema que quería tratar y debía esperar a que estuviésemos todos juntos —dijo Flora mirando a sus hermanas—, más que nada para evitar malentendidos. —Observó a todos los presentes y continuó—: Esta mañana me he levantado muy temprano, salí a dar un paseo y me apeteció un café, así que fui hasta el obrador y, al intentar abrir la puerta con mi llave, he comprobado que no funcionaba, ¿sabéis algo de esto?

—Es verdad —dijo Amaia—. El otro día, cuando intenté entrar, ya me di cuenta…

—He cambiado la cerradura —dijo Ros interrumpiéndola.

—¡Vaya! —exclamó Flora—. ¿Y no pensabas contárnoslo?

—Por supuesto, pero, al igual que tú, esperaba que estuviésemos las tres juntas para evitar malentendidos —dijo mirando fijamente a su hermana.

Flora tomó su copa y, sosteniendo su mirada, dijo:

—Tendrás que darme una copia.

Ros dejó sus cubiertos sobre el plato sin dejar de contemplarla.

—Pues lo cierto es que no —replicó captando la atención de todos, que la observaron expectantes; incluso Flora se quedó inmóvil con la copa en la mano detenida a medio camino—. Ahora soy yo quien lleva el obrador, el trabajo, los horarios, las recetas; todo está dispuesto a mi modo. Seréis bienvenidas siempre que queráis visitarme, pero creo que si yo soy la responsable de los pedidos, las cuentas, el papeleo, no hay razón para que nadie entre en el obrador cuando yo no estoy, ya que cualquier pequeño cambio o alteración en mi sistema puede causar importantes trastornos en el trabajo. Espero que lo comprendáis.

Amaia miró a la tía y a James antes de responder.

—Creo que tienes razón, seguimos comportándonos como cuando vivía el aita, entrando en el obrador como Pedro por su casa. Lo respeto, Ros, me parece bien, es tu trabajo y no es normal que entremos cuando no estás.

—Pues yo no lo veo normal en absoluto —respondió Flora—. Quizá tú sí, Amaia, porque nunca has trabajado en el obrador, pero te recuerdo que hasta hace un año era yo quien lo llevaba.

—Bien, pero ahora soy yo —contestó Ros tranquilamente.

—La mitad del obrador sigue siendo mío —rebatió Flora.

—Y por eso te paso cada mes tu parte de beneficios. Sin embargo, ahora no vives en el pueblo, no trabajas en el obrador, no estás al día de los pedidos de los clientes, de nada relativo al trabajo; no veo qué puede ser eso tan importante que debes hacer en un lugar con el que ya apenas tienes ninguna conexión cuando yo no estoy allí.

Flora levantó la cabeza y abrió la boca para contestar, pero se contuvo unos segundos mientras tomaba otro bocado y sonreía preparando la artillería. Masticó despacio, dejó los cubiertos sobre el plato, bebió un trago de vino y entonces habló:

—Siempre has sido una cría estúpida, hermanita. —Ros comenzó a negar con la cabeza mientras en sus labios se dibujaba un desconcertante atisbo de sonrisa—. Sí —ratificó Flora—. Siempre has dependido de que alguien hiciera la parte difícil del trabajo por ti. Conozco a muchos como tú, siempre a la sombra, calladitos e inmóviles hasta que veis la oportunidad y, ¡zas!, os subís al trono que no os pertenece. ¿Quién te crees que eres? Clientes, pedidos, trabajo y recetas… Los clientes los hice yo; los pedidos que tienes los gestioné yo, y recetas, ¡por el amor de Dios! Escribo libros de recetas de pastelería e insinúas que voy a entrar en el obrador a robarlas. Qué ridículo.

Amaia intervino.

—Flora, Ros no ha dicho eso.

—Cállate, Amaia —cortó Ros—. No te metas, esto es entre Flora y yo —dijo volviéndose de nuevo hacia su hermana mayor—. Tengo el doble de pedidos que tú hace un año, nuevos clientes, y, lo que es mejor, los antiguos más satisfechos, con un montón de nuevas recetas y otras tradicionales adaptadas que tienen un gran éxito. Pero eso ya has debido de notarlo en la cantidad que ingreso en tu cuenta cada mes.

—Eso es lo de menos —sentenció Flora—. El caso es que el obrador es tan mío como tuyo, y yo estoy considerando la posibilidad de establecerme de nuevo en Elizondo. He conocido a un hombre —dijo mirando a Amaia cargada de intención— y mantenemos una relación estable; además, el programa de televisión es nacional y con viajar a los estudios una semana al mes puedo grabar todos los capítulos.

La mirada de Ros delataba el desconcierto que aquello le causaba. Flora continuó:

—Yo no tengo ningún problema en volver a ponerme al frente del obrador, como antes, pero si no estás de acuerdo sólo se me ocurre una solución: te compro tu parte y adiós.

—¡Flora, no puedes estar hablando en serio! —intervino la tía.

—No soy yo quien lo dice, tía; si Ros cree que no hay sitio en el obrador para las dos, una tendrá que irse. Le compro su parte y sale ganando.

—… O yo te compro la tuya —contestó Ros con calma asombrosa.

Flora se volvió hacia ella fingiendo sorpresa.

—¿Tú? No me hagas reír, o mientes con las cuentas y el negocio va mejor de lo que dices o te ha tocado la lotería, porque hasta donde yo sé la casa en la que vivías con Freddy estaba hipotecada y ese maridito tuyo se gastaba todo lo que ganabas y más, así que no me imagino de dónde piensas sacar el dinero.

Ros la contemplaba en silencio sosteniéndole la mirada de un modo que resultaba sorprendente en ella. Flora también lo percibió y Amaia supo que, para su hermana mayor, era aún más desconcertante que para los demás; la vio desviar los ojos y sonreír antes de continuar hablando como para demostrar que aún dominaba la situación, aunque era evidente que comenzaba a germinar en ella la duda de que quizá algo se le estaba escapando.

—Bueno, pues ya está todo aclarado, pedimos una auditoría y una tasación, y si puedes hacerle frente…

Ros asintió y levantó su copa en un mudo brindis. Concluyeron una comida en la que la conversación recayó casi por obligación en James, la tía y Amaia misma, a pesar de que al principio de la comida habría jurado que si acababan discutiendo sería con ella y con la tía. Ésta, mirando maliciosa a Flora, preguntó:

—Y dime, Flora, ¿quién es ese hombre que ha conseguido robarte el corazón y hacerte renunciar a vivir junto al mar?

—Pregúntaselo a Amaia, ella también alberga hermosos sentimientos hacia él —dijo poniéndose en pie mientras consultaba su reloj—. Por cierto, os tengo que dejar, he quedado con él y llego tarde.

Amaia esperó a verla salir y negó con la cabeza.

—¿No tenéis con Flora la sensación de un constante déjà vu cuando se va? Creo que es una experta en estas salidas dramáticas, deberían estudiarla en Hollywood para recuperar el glamur de la Garbo… Está con Fermín Montes.

—¿Con Fermín, el inspector Montes? —preguntó James, extrañado.

—Sí, con Fermín, con el mismo inspector Montes que casi se vuela la cabeza por su culpa. Por eso discutimos el otro día.