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La recepcionista de la clínica universitaria la recordaba a la perfección, o eso dedujo del hecho de que la sonrisa se le congelara en su rostro en cuanto la vio. Aun así, sacó su placa, dio un codazo a Jonan para que hiciera lo mismo y las colocó visiblemente sobre el mostrador de recepción.

—¿El doctor Sarasola, por favor?

—No sé si se está —contestó la mujer levantando el auricular del teléfono. Les anunció, escuchó lo que su interlocutor le decía y sin sonreír les indicó las puertas de los ascensores—. Pueden subir, cuarta planta, en el control les indicarán, les están esperando —dijo las últimas palabras en un tono de advertencia. Amaia le sonrió y le guiñó un ojo antes de volverse hacia el ascensor.

Sarasola les recibió en su despacho, tras una mesa atestada de documentos, que apartó; se puso en pie y les acompañó hasta los sillones que había junto a la ventana.

—Imagino que vienen por el fallecimiento del doctor Berasategui —dijo mientras les tendía la mano.

Ni Amaia ni el subinspector Etxaide se sorprendieron de que lo supiera, pocas cosas ocurrían en Pamplona sin que Sarasola llegara a saberlas. Al ver sus gestos, explicó:

—Espero que no les moleste. El director de la cárcel está vinculado a la Obra por su familia.

Amaia asintió.

—Y bien, ¿en qué puedo ayudarles?

—¿Visitó al doctor Berasategui en la cárcel?

Les constaba que, en efecto, Sarasola había visitado al doctor en la prisión. La pregunta no tenía más sentido que comprobar si éste lo admitía.

—Le visité en tres ocasiones, todas desde una perspectiva profesional. El descubrimiento de las actividades del doctor nos sorprendió a todos, debo reconocer que a mí el primero, y, como usted ya sabe, tengo especial interés en el estudio de casos en los que el comportamiento aberrante está adornado con el matiz o el acercamiento al mal.

—¿Le habló el doctor Berasategui de la fuga de Rosario y de lo que pasó aquella noche? —preguntó el subinspector Etxaide.

—Me temo que nuestras conversaciones fueron bastante técnicas y abstractas…, muy interesantes, eso sí. No hay que olvidar que Berasategui era un excelente profesional y conversar con él sobre su propio comportamiento y acciones suponía un reto extraordinario. Cualquier intento por mi parte de analizarlo se veía contestado con una brillante réplica, así que me dediqué a ofrecerle alivio para el alma, aunque de cualquier modo nada de lo que hubiera podido decir sobre Rosario o los hechos de aquella noche tendría valor alguno: si algo sé es que no se debe escuchar jamás lo que dicen los que se han acercado al mal, puesto que sólo mienten.

Amaia suspiró en un gesto contenido que, sin embargo, Jonan supo que indicaba que empezaba a perder la paciencia.

—Pero ¿usted le preguntó por Rosario, o ese tema le traía sin cuidado?

—Lo hice, y cambió de tema enseguida. Espero, inspectora, que con lo que sabe hoy no continúe responsabilizándome de la fuga de Rosario.

—No, no lo hago, es sólo que tengo la rara e inexplicable sensación de que todo forma parte de un plan muchísimo más intrincado, que va desde el modo en que Rosario salió de Santa María de las Nieves hasta los hechos de aquella noche y de que, de alguna manera, tampoco habría podido evitarlo.

Sarasola se giró en su asiento, inclinándose hacia adelante para mirar a Amaia directamente.

—Me alegra que empiece a comprender —dijo.

Ella asintió.

—Eso no le descarga del todo, me cuesta creer que a alguien como usted se le escapara algo de lo que ocurre en su clínica.

—No es…

—Sí, ya lo sé, no es su clínica, pero me ha comprendido a la perfección —replicó ella con dureza.

—Ya me disculpé por eso —se defendió él—. Es cierto que al entrar en su investigación quizá debí vigilar más estrechamente a Berasategui, pero en este caso yo también soy una víctima.

El uso del título de víctima por parte de alguien que no estaba muerto o en el hospital siempre le repugnaba; de sobra sabía ella lo que era una víctima, y Sarasola no lo era.

—Está bien, su suicidio no me cuadra. Yo también le visité y no era un suicida. Habría sido más creíble que se fugara a que acabase con su vida.

—El suicidio es una manera de huida —apuntó Jonan—, aunque no encaje mucho en su perfil.

—Estoy de acuerdo con la inspectora —contestó Sarasola—, y deje que le diga algo sobre los perfiles de comportamiento: sé que funcionan, funcionan hasta con las personas mentalmente enfermas, pero no son ni mucho menos tan fiables cuando hablamos de individuos que son la encarnación del mal.

—A eso me refiero exactamente cuando hablo de un plan trazado de antemano. ¿Qué razón llevaría a alguien como él a quitarse la vida? —planteó Amaia.

—Lo mismo que todos los actos que le han precedido: cumplir con un propósito que desconozco.

—¿Y según eso cree usted que Rosario está muerta o que huyó de alguna manera?

—Sé lo mismo que ustedes, todo apunta a que el río…

—Doctor Sarasola, creía que habíamos superado esa fase de nuestra relación. Deje de decir lo que se espera que diga y ayúdeme —le recriminó ella.

—Creo que Berasategui actuó durante años induciendo a esos hombres a cometer los asesinatos. Creo que tejió una trama para relacionarla a usted con el caso dejando en la iglesia los huesos de sus antepasados, y que durante meses preparó la salida de Rosario de Santa María de las Nieves y su fuga de esta clínica, y que los planes que tenía para aquella noche habían sido minuciosamente planeados. No puedo creer que un plan tan elaborado no observase hasta la más mínima contingencia. Es cierto que Rosario es una mujer mayor, pero mi opinión tuvo que cambiar por fuerza cuando vi las imágenes en las que abandonaba la clínica junto a Berasategui.

—¿Entonces?

—Creo que está ahí afuera, en alguna parte.

—¿Por qué implicarme a mí, por qué esa provocación?

—Sólo se me ocurre que tiene que ver con su madre.

Amaia sacó una fotografía de su bolso y se la tendió.

—Muestra el interior de la cueva donde Berasategui y Rosario se disponían a matar a mi hijo —explicó.

Sarasola tomó la fotografía, la estudió, miró a Amaia durante unos segundos y de nuevo la fotografía.

—Doctor, creo que los asesinatos del Tarttalo sólo son la punta del iceberg, una punta muy vistosa destinada a llamar nuestra atención en un juego en el que a la vez se nos muestra información y se nos distrae de algo mucho más importante, algo que tiene que ver con las profanaciones y la inequívoca señal que supone usar los huesos de los niños de mi familia. Tiene que ver con la razón por la que iban a matar a mi hijo, la razón por la que no lo hicieron, y estoy convencida de que tiene que ver con la alarma que generó en el seno de la Iglesia una profanación que inicialmente no era tan alarmante.

Sarasola les miró en silencio y se centró de nuevo en la fotografía. Amaia se inclinó hacia adelante llegando a tocar el antebrazo de Sarasola.

—Necesito su ayuda. ¿Qué ve en esa foto?

—Inspectora Salazar, ¿sabe que comparte apellido con un ilustre inquisidor? Cuando los juicios a brujas alcanzaban su punto más álgido, Salazar y Frías abrió una investigación sobre la presencia del Maligno en su valle hasta traspasar la frontera francesa. Durante más de un año convivió con sus vecinos y llegó a la conclusión de que las prácticas mágicas que se daban en el valle eran algo muchísimo más enraizado y cultural que el mismo cristianismo, que aunque bien instaurado entre aquellas gentes se había fusionado de un modo espantoso con las antiguas creencias que imperaban en aquel lugar antes de que se fundase la Iglesia católica. Un hombre de mente abierta, un científico, un investigador que aplicó técnicas tan actuales como las que pueda utilizar usted indagando y verificando cada descubrimiento. Es verdad que muchos de aquellos vecinos pudieron verse arrastrados por el pánico que provocaba la sola mención de la Inquisición, es cierto que muchos se sentían impelidos a confesar esas prácticas para verse libres de las horribles torturas a las que los sometían. Aplaudo la decisión de Salazar y Frías de terminar con la locura que se había instaurado, pero entre los muchos casos que investigó quedaron sin resolver también muchos crímenes cometidos sobre todo contra menores, niños de menos de dos años y jovencitas adolescentes. Sus muertes y la desaparición posterior de sus cuerpos están recogidas en numerosas declaraciones que, una vez admitidas las aberrantes prácticas de la Inquisición, se dieron por falsas en su totalidad.

»Lo que veo en esta fotografía es el escenario de un sacrificio, un sacrificio humano, un sacrificio que iba a ser su hijo. Es una horrible práctica de brujería y una ofrenda al Maligno. Eso es lo que nos llamó la atención con las profanaciones de Arizkun, los restos de criaturas; la utilización de restos humanos, sobre todo de niños, es habitual en ese tipo de prácticas, pero asesinarlos como sacrificio es la mayor ofrenda al mal.

—Conocía la historia de Salazar y Frías. Entiendo lo que dice, pero ¿está estableciendo una conexión entre las prácticas de brujería en el siglo XVII y lo que ocurrió en Arizkun o lo que estuvo a punto de pasar en esa cueva?

Sarasola asintió lentamente.

—¿Qué sabe sobre las brujas, inspectora? Y no me refiero a las parteras y curanderas, sino a las brujas mitológicas que recogieron en sus relatos los hermanos Grimm.

Jonan se inclinó hacia adelante, interesado.

Amaia sonrió.

—Que son horribles, que viven en medio del bosque…

—¿Sabe lo que comen?

—Comen niños —contestó Jonan.

El sacerdote se volvió irritado al ver el gesto escéptico de Amaia.

—Inspectora —advirtió Sarasola—, deje ese doble juego conmigo. Sospecho, desde que ha entrado aquí, que tiene más información de la que muestra. Y no estoy bromeando, la información que ha trascendido a través de los siglos al saber popular proviene del origen. Las brujas y los brujos comen niños, quizá no literalmente, pero de eso es de lo que se alimentan: de la vida de un inocente ofrecida como sacrificio.

Sarasola era un hombre inteligente y sagaz que había entendido que las razones de una inspectora de homicidios para preguntarle sobre aquel tema debían tener más base de la que ella quería mostrar.

—Vale, ¿y qué obtienen de ese sacrificio?

—Salud, vida, riquezas materiales.

—¿Y hay gente que cree eso? No me refiero al siglo XVII, sino a ahora mismo, ¿hay gente que cree poder obtener alguno de esos beneficios con un sacrificio humano?

Sarasola suspiró cansado.

—Inspectora, si quiere entender algo de cómo funciona todo esto deje de plantearse si es lógico o no, si encaja o no con un mundo informatizado o con sus perfiles de comportamiento, deje de plantearlo en los términos de cómo alguien puede creer eso en estos tiempos.

—Es imposible no planteárselo.

—Y ése es su error, y el de todos los necios que se plantean su concepto del mundo filtrado a través de lo que para ellos es lógico y probado por la ciencia conocida; y, créame, ese error no se diferencia mucho del de los que condenaron a Galileo por defender la teoría heliocéntrica. «Según lo que conocemos y la comprensión del cosmos sostenida durante siglos, sabemos que la Tierra es el centro del universo», adujeron entonces. Piénselo antes de responder, ¿sabemos o creemos que lo sabemos porque es lo que nos han contado? ¿Acaso hemos sometido a pruebas a cada una de las leyes absolutas que tan convencidos aceptamos porque llevan siglos repitiéndonoslas?

—Bueno, lo mismo podríamos aplicar a la existencia de Dios o el demonio que durante siglos ha defendido la Iglesia…

—Pues sí, y hace bien al someterlo a juicio, aunque no según lo que cree saber. Experiméntelo, busque a Dios y busque al Maligno, búsquelos y llegue a su conclusión, pero deje de juzgar lo que creen los demás. Millones de personas viven su vida en torno a la fe, la fe en lo que sea, en Dios, en una nave que vendrá a llevárselos a Orión, en que deben inmolarse con una bomba para ir al paraíso, donde las fuentes manan miel y las vírgenes estarán a su servicio, ¿qué más da? Si quiere entender algo, deje de plantearse si es lógico y empiece a admitir que es real, que tiene consecuencias reales y que hay gente dispuesta a morir y a matar por lo que cree, y ahora vuelva a plantear su pregunta.

—De acuerdo, ¿por qué niños y cómo los usan?

—Necesitan una criatura de menos de dos años a la que se dará muerte en un ritual. Desangrarlos es lo más común, pero hay casos en los que se han desmembrado para usarlos por partes; los cráneos son especialmente valorados, pero también lo son los huesos largos como los mairu-beso que usaron en la profanación de Arizkun. En otras prácticas se utilizan los dientes, las uñas y los cabellos, además del polvo resultante de moler los huesos pequeños. Entre todos los objetos litúrgicos empleados en brujería, los cadáveres de criaturas son los más valorados.

—¿Por qué de menos de dos años?

—Es el tiempo de tránsito —intervino Jonan—; en muchas culturas se considera que hasta esa edad los niños se mueven entre dos mundos y son capaces de ver y escuchar lo que ocurre en ambos, y eso los convierte en el vehículo adecuado para establecer comunicaciones con mundos espirituales u obtener respuesta en las peticiones.

—Así es. Entre el nacimiento y el segundo año, los niños desarrollan el aprendizaje instintivo, el que tiene que ver con sostenerse en pie, caminar, sujetar objetos y otras prácticas de imitación, pero es a partir de los dos años, al desarrollarse el lenguaje, cuando se cruza la frontera y se marca una nueva forma de relación entre el niño y el medio; y a partir de ese momento, aunque los menores siguen siendo muy atractivos para las prácticas de brujería, sobre todo cuando son prepúberes, dejan de ser un vehículo tan eficaz.

—Si un cadáver fuera robado con esa intención, ¿a qué tipo de lugar lo llevarían?

—Bueno, imagino que como investigadora ya habrá supuesto que a un lugar donde puedan obtener la protección y privacidad necesarias para llevar a cabo sus prácticas, aunque imagino por dónde va. Sé que está pensando en templos, iglesias o lugares sagrados, y tendría toda la razón si se tratase de prácticas satanistas en las que el objetivo no fuera sólo honrar al demonio, sino también ofender a Dios. Pero la brujería es una rama muchísimo más amplia que el satanismo, y aunque pueda parecer que están íntimamente ligadas, no tienen por qué estarlo. En numerosas creencias se utilizan restos humanos como objetos vehiculares con los que obtener gracias. Se me ocurren el vudú, la santería, el Palo o el candomblé, prácticas en las que se convocan no sólo a deidades, sino también a los espíritus de los muertos, y para esto lo mejor es usar restos humanos. En este tipo de rituales es necesario recurrir a un lugar sagrado para profanarlo. Claro que en el caso de Arizkun hablamos del valle de Baztán, con una riquísima tradición histórica de brujería en la que, en efecto, se convocaba a Aker, el demonio.

Amaia se quedó en silencio durante unos segundos, desvió la mirada de los inquisitivos ojos de Sarasola y miró a través de la ventana hacia el oscuro cielo de Pamplona. Los hombres permanecían en silencio, conscientes de que a pesar de la quietud aparente en la mente de la inspectora los engranajes giraban a toda velocidad. Cuando Amaia volvió a mirar al interior de la sala y a Sarasola, las dudas en su rostro habían sido sustituidas por la determinación.

—Doctor Sarasola, ¿sabe qué es un Inguma?

—Mau mau o Inguma. No qué es, sino quién es. La demonología sumeria lo llama Lamashtu, un espíritu maligno tan antiguo como el mundo, uno de los demonios más horribles y despiadados, sólo superado por Pazuzu, que es el nombre que los sumerios dan a Lucifer, el primer y más importante demonio. Lamashtu arrancaba de los brazos de las madres a niños de pecho para comerse su carne y beberse la sangre, y también provocaba la muerte súbita de los bebés en la cuna. Esa muerte súbita durante el sueño provocada por algún ser maligno está presente en las culturas más antiguas. En Turquía recibe el nombre de «demonio aplastante»; en África, su nombre se traduce literalmente como «demonio que cabalga a tu espalda»; la etnia hmong lo llama «demonio torturador», y en Filipinas se conoce como bangungut, y el ser que lo provoca es una vieja que recibe el nombre de Batibat. En Japón, el síndrome de muerte súbita durante el sueño se conoce como pokkuri. El pintor Henry Fuseli lo retrató en su famoso cuadro La pesadilla; en él se ve a una joven dormida en un diván y a un demonio que se sienta sobre ella con gesto ruin mientras, ajena a su presencia, la mujer parece sufrir atrapada en un mal sueño. Recibe muchos nombres, pero su proceder es siempre el mismo: penetra por la noche en la estancia de los que duermen, se sienta sobre sus pechos y en ocasiones aprieta su cuello causándoles una terrible sensación de ahogo que puede ocurrir dentro de la propia pesadilla, de la que son conscientes, pero en la que no pueden despertarse ni moverse. Otras veces Inguma aplica su boca sobre la del durmiente robándole el aliento hasta que muere.

—¿Usted cree…?

—Soy un sacerdote, inspectora, vuelve a plantearlo mal; por descontado soy creyente, pero lo que importa es el poder que eso tiene. Cada mañana, al amanecer, se celebra en Roma una misa de exorcismo. Varios sacerdotes celebran esa ceremonia para pedir la liberación de las almas poseídas, y acto seguido reciben en consulta los casos de cuantos se presentan allí pidiendo ser atendidos. Puedo decirle que muchos son derivados a una consulta psiquiátrica… Pero no todos.

—Bueno, de cualquier manera el exorcismo puede tener un efecto placebo aliviando a aquellos que crean estar poseídos.

—Inspectora, ¿ha oído hablar de la etnia hmong? Se trata de un pueblo asiático que procede de las regiones montañosas de China, Vietnam, Laos y Tailandia. Ayudaron a los norteamericanos durante la guerra de Vietnam y eso supuso su condena frente a aquellos pueblos cuando la guerra terminó, lo que llevó a muchos a huir a Estados Unidos. Pues bien, en 1980 el Centro para el Control de Enfermedades de Atlanta registró un extraordinario aumento de muertes súbitas durante el sueño: doscientos treinta varones hmong murieron en Estados Unidos asfixiados mientras dormían, aunque fueron muchos más los afectados; los que lograron sobrevivir declaraban haber visto a una anciana bruja que se cernía sobre ellos apretando con fuerza sus cuellos. Lo más terrorífico de estos episodios es que los familiares, alertados, comenzaron a dormir junto a los varones de su familia para despertarles de estas pesadillas, y en el momento en que empezaban a sufrir el ataque los zarandeaban, llegando incluso a sacarlos de la cama; pero ellos, atrapados en la pesadilla, seguían viendo a la siniestra anciana y sintiendo sus garras en el cuello. No estoy hablando de una recóndita región de Tailandia, esto ocurrió en Nueva York, Boston, Chicago, Los Ángeles…, por todo el país los varones de la etnia hmong sufrían estos ataques cada noche, y si sobrevivían eran ingresados en hospitales donde se les mantenía bajo estricta vigilancia y donde se pudo comprobar y grabar los ataques invisibles, en los que, en efecto, la víctima parecía sufrir un estrangulamiento feroz por parte de un ser intangible ante el desconcierto de los médicos, que se veían incapaces de diagnosticar cualquier tipo de enfermedad. Los chamanes de la etnia llegaron a la conclusión de que este demonio les atacaba precisamente porque esta generación de hmong se estaba alejando de sus tradiciones y de las protecciones que durante siglos habían funcionado. Pidieron realizar ceremonias de purificación alrededor de los afectados, y en la mayoría de los casos la petición les fue denegada porque para ello debían realizar sacrificios de animales, aunque se comprobó que sólo en los casos en los que se habían permitido, los ataques habían cesado. En el año 1917, setecientas veintidós personas murieron mientras dormían en Filipinas, atacadas por Batibat, literalmente «la vieja gorda». Y en 1959, en Japón, quinientos jóvenes sanos fallecieron, afectados por el pokkuri. La creencia dice que, cuando Inguma despierta, se cobra un alto número de víctimas, hasta que sacia su sed y vuelve a dormirse o hasta que se puede detener de algún modo. En el caso de los hmong, el misterio médico que se cobró la vida de doscientos treinta varones sanos continúa hoy, ya que ni en las autopsias pudo averiguarse la causa de la muerte.