34

Tras el rosado atardecer, llegó la negra noche que se apoderó de Tebas sin que la ciudad pegase ojo. Permanecía en vela con las antorchas parpadeando en los caminos y en los alrededores. La gente, reunida en las plazas, cantaba y aclamaba a los soberanos. En las casas se oían himnos y alegres cantares. Ahmose no pudo dormir en toda la noche, y eso que estaba fatigado. La cama se le hacía insoportable y salió al balcón que daba al frondoso jardín del palacio, donde se sentó en un cómodo diván a la luz de una débil antorcha. Su alma volaba en la oscura noche y sus dedos jugueteaban cariñosamente con una cadena de oro a la que echaba una mirada de vez en cuando, como si le inspirara sus pensamientos y sus sueños.

Sin esperarlo, llegó la joven reina Nefertari, desvelada por la alegría. Pensó que su esposo estaba igual de contento y se sentó a su lado alegre y jubilosa. El faraón se dio la vuelta sonriendo; ella vio la cadena en su mano y se la arrebató con curiosidad:

—¿Es un collar?… ¡Qué bonito! ¡Pero está roto!

—Sí, he perdido su corazón —dijo él intentando consolarse.

—¡Qué lástima! ¿Y dónde lo perdiste?

—No lo sé, lo perdí sin que yo me diera cuenta.

Nefertari le preguntó, mirándole cariñosamente:

—¿Pensabas regalármelo?

—Tengo para ti algo más valioso y más bello —contestó él.

—Y entonces ¿por qué sientes tanto el haberlo perdido?

—Me hace recordar los primeros días de la lucha, cuando fui a Tebas disfrazado de mercader llamándome Isfinis. Esto forma parte de lo que exponía para vender. ¡Qué hermoso recuerdo! Nefertari, prefiero que me llames Isfinis, es un nombre que adoro, lo mismo que a su época y a todo aquel a quien le guste —contestó Ahmose, aparentando naturalidad.

El faraón se dio la vuelta para disimular su impresión y su nostalgia. La reina sonrió, miró hacia delante y vio una antorcha que avanzaba lentamente.

—Mira aquella antorcha —dijo señalando con la mano.

Ahmose miró donde indicaba y dijo:

—Es la antorcha de una barca que zarpa junto al jardín.

Era como si el dueño de aquella barca quisiera acercarse al jardín del palacio para hacer oír a los recién llegados la hermosura de su voz. Quería saludarlos individualmente, después de que Tebas lo hiciera colectivamente. En medio del silencio nocturno, acompañado de una flauta, entonó esta canción:

Desde hace años dormía en mi habitación

aguantando una dolencia muy penosa.

Familiares y vecinos me visitaban,

al igual que los médicos y hechiceros.

La dolencia frustró a mis médicos y vecinos,

hasta que llegaste tú, amado mío.

Tu encanto superó la medicina y los amuletos,

sólo tú sabes el secreto de mi dolencia.

La voz era bella, por lo cual llamaba la atención. Ahmose y Nefertari escucharon atentamente. La reina miraba la luz de la antorcha con ternura. El rey, en cambio, miraba al suelo, con los ojos entornados y los recuerdos aullando en su corazón.

Fin