La nave real zarpó, custodiada por dos embarcaciones de guerra. Ahmose permanecía en la cámara, mirando el horizonte con cara inexpresiva y con los ojos sumidos en la más profunda tristeza. El viaje duró algunos días antes de aparecer la pequeña Dabur con sus dispersas chozas. La flota atracó al atardecer en el puerto y el rey y su guardia bajaron vestidos con sus hermosos atuendos. Llamaban la atención al grupo de nubios que corrió para verlos. Caminaron entre ellos hasta el palacio del gobernador Raum. En la ciudad corrió la noticia de que un mensajero faraónico había llegado a visitar a la familia de Sekenenre. La noticia precedió al rey hasta el palacio del monarca. Cuando se acercaba, vio al gobernador y a la familia real esperando en el patio del palacio. El rey llegó hasta ellos y el asombro y la alegría trabó sus lenguas. Raum se puso de rodillas, todos gritaron de alegría y corrieron hacia él. La reina Nefertari llegó la primera y él la besó en las mejillas y en la frente. Corrió su madre, la reina Setekemose, abriéndole los brazos. Le apretó contra su pecho y le dio sus mejillas para que se las besara con cariño. La abuela Ahhotep estaba esperando su turno. Se acercó a ella y la besó en las manos y en la frente. Vio finalmente a Tutishiri, la última y la más preciada. Tutishiri, ya canosa y con las mejillas marchitas por la vejez. Su corazón latió con fuerza y la rodeó con los brazos diciéndole:
—Mi madre y la de todos…
Ella lo besó con sus delgados labios y le dijo alzando los ojos:
—Deja que mire la viva imagen de Sekenenre.
—He preferido, madre —respondió Ahmose—, ser yo mismo el mensajero que te notifique la gran victoria. Has de saber, madre, que nuestro valiente ejército ha conseguido una indiscutible victoria y ha vencido a Apofis y a su gente, echándolos al desierto del cual vinieron. He liberado a todo Egipto de su esclavitud, he realizado así la promesa hecha a Amón y he alegrado el alma de Sekenenre y de Kamose.
El rostro de Tutishiri se animó y sus cansados ojos brillaron de gozo. Dijo con toda la alegría de su espíritu:
—Hoy se nos libera, hoy volvemos a Tebas a convertirla en lo que fue siempre, la ciudad de la gloria y el señorío. Mi nieto estará en el trono de Sekenenre continuando así la vida de la gloriosa Amenemhet.
Llegó la camarera mayor de la reina, Ra, llevando en sus brazos al príncipe heredero. Se inclinó ante el rey diciendo:
—Mi señor, besa a tu pequeño hijo y heredero Amenhotep.
La mirada se le nubló y el cariño fluyó desde sus entrañas. Tomó al pequeño en sus brazos y se lo acercó hasta que sus ansiosos labios se pegaron a él. Amenhotep sonrió a su padre, que jugueteó con sus manitas.
Luego la familia del faraón entró en el palacio llena de felicidad y de bienestar, y se quedaron a solas hablando y divirtiéndose.