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Ahmose salió de la embarcación de la princesa, sin apenas poder tenerse en pie. Miró lo que tenía en la mano y susurró: «¿Es esto todo lo que queda de mi amor?». La cadena del collar de esmeraldas era lo que le quedaba de su amor. Se la había regalado la princesa como recuerdo, y se había quedado con su corazón.

El rey subió a su carro y se dirigió al campamento de su ejército. Sus hombres lo recibieron, encabezados por el ujier Hur que miraba a hurtadillas a su señor con lástima y con temor. El rey se dirigió al pabellón, llamó al mensajero de Apofis y le dijo:

—Mensajero, hemos estudiado atentamente lo que nos expusiste. Puesto que mi objetivo es liberar a mi país de vuestro dominio, y eso es lo que habéis aceptado, he elegido la vía pacífica para ahorrar sangre. Intercambiaremos prisioneros en seguida, pero no daré la orden de detener la guerra hasta que el último de vuestros hombres salga de Hawaris. Así se pasará esta negra página de la historia de mi país.

El mensajero bajó la cabeza y dijo:

—Muy buen juicio, rey, pues la guerra, cuando no tiene objetivo, se convierte en una matanza y en una tortura.

—Ahora os dejo para que juntos estudiéis los detalles del intercambio y de la liberación —respondió Ahmose.

El rey se levantó y todos se levantaron y se inclinaron ante él con respeto. El rey los saludó con la mano y se marchó.