Hawaris era una ciudad situada a las orillas de uno de los afluentes del Nilo. Sus murallas se extendían por el Este hasta una distancia que no abarcaba la vista. Muchos conocían la ciudad fortificada, unos porque habían trabajado en ella; otros en sus murallas. Le dijeron al rey: rodean la ciudad cuatro murallas circulares altas y pesadas con un foso por el que corre el agua del Nilo. Posee grandes y fértiles campos, capaces de satisfacer las necesidades de toda la población, la mayor parte soldados, menos los agricultores egipcios. Riegan la ciudad canales derivados de los caudalosos afluentes del Nilo, pasan bajo los muros occidentales y son protegidos por ellos, luego se dirigen por el Este hacia la ciudad.
Ahmose y sus hombres se detuvieron en la parte meridional de la gran fortaleza, paseando sus ojos por las grandes y largas murallas. Los soldados se divisaban allá en lo alto como si fueran enanos. El ejército montó sus tiendas y los soldados se desparramaron a lo largo de la muralla meridional. La flota avanzó por el río alrededor de la muralla occidental, lejos del alcance de sus flechas. Ahmose oía lo que decían los autóctonos de la fortaleza, examinaba la tierra que lo rodeaba y el río que corría por su parte oeste sin dejar de pensar. Mientras tanto, mandó fuerzas de caballería y de infantería a las aldeas circundantes, apoderándose de ellas sin mucha dificultad. El cerco de la fortaleza se completó en breve espacio de tiempo. No obstante, tanto él como sus hombres sabían que este cerco era estéril ya que la ciudad se podría valer por sí misma prescindiendo del exterior. El cerco, aunque durase años, no la podría afectar. Se quedarían, pues, tanto él como su ejército, por una parte cansados y por otra, aguantando las inclemencias del clima sin muchas esperanzas de victoria.
Mientras andaba alrededor de la fortaleza, le vino una idea a la cabeza y reunió a sus hombres en su tienda para consultarles:
—Aconsejadme, pues veo que el cerco es una pérdida de tiempo y un despilfarro de energía. El ataque, por otra parte, no es más que un juego inútil y un suicidio seguro. Quizá el enemigo desea que le ataquemos para dar caza a nuestros hombres o hacerles caer en sus trampas. ¿Qué me aconsejáis?
—Mi opinión, señor —dijo el comandante Dib—, es cercar la fortaleza con parte del ejército, y dar por finalizada la guerra. Anunciad que el valle queda bajo nuestro dominio y ejerced vuestro papel como faraón del Alto y Bajo Egipto.
No obstante, Hur desaconsejó dicha opción diciendo:
—¿Y vamos a dejar a Apofis entrenando a sus hombres y reparando sus carros para que luego vuelva a atacarnos?
—Hemos pagado un precio alto por Tebas —replicó el comandante Muhib con entusiasmo—. La lucha es un don y un sacrificio. ¿Por qué no pagamos el precio de Hawaris y la atacamos como hicimos con las murallas de Tebas?
—Nosotros no escatimamos nuestras vidas —repuso el comandante Dib—; no obstante, atacar cuatro gruesas murallas separadas por fosos inundados de agua, es entregar a nuestros soldados sin nada a cambio.
El rey estaba silencioso y pensativo. Señalando al río que corría debajo de la muralla oeste de la ciudad, dijo:
—Hawaris es inexpugnable; no se la puede rendir por hambre, pero puede que sí por sed…
Los hombres miraron el río, luego se miraron entre sí expresando cierto asombro.
—¿Cómo puede tener sed Hawaris, señor? —dijo extrañado Hur.
—Desviando el recorrido del río —dijo Ahmose con sosiego.
Volvieron a mirar nuevamente al Nilo, sin dar crédito a que se pudiera desviar el recorrido del río.
—¿Se puede realizar esta gran obra? —preguntó Hur.
—No nos hacen falta ni ingenieros ni trabajadores —dijo Ahmose.
—¿Y cuánto tiempo vamos a necesitar?
—Uno, dos o tres años. ¡Qué importa el tiempo si no hay más remedio! El Nilo debe desviarse al Norte de Farbatitis, para que haga otro recorrido dirigido por la parte occidental en dirección a Mendes. Así que Apofis tendrá que elegir entre morir de hambre y sed o salir a luchar contra nosotros. Mi pueblo me perdonará si expongo a los egipcios que están ahora en Hawaris al peligro de muerte, lo mismo que me perdonó el haberlo hecho con algunas mujeres de Tebas.