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El avance del ejército prosiguió hasta acercarse a la eterna Manaf, la de los gloriosos recuerdos. Las grandes murallas encaladas ya estaban a la vista cuando Ahmose pensó que los hicsos defenderían la capital de su reino muy tenazmente. Pronto se dio cuenta de que se estaba equivocando. Los destacamentos de vanguardia de su ejército entraron en la ciudad pacíficamente. Dedujo, entonces, que Apofis se había replegado con todo su ejército hacia el Nordeste. Ahmose entró en la Tebas del Norte con un festejo popular jamás visto anteriormente. Los egipcios allí sometidos le brindaron un recibimiento grandioso. Se prosternaron ante él y le llamaron hijo de Manaftah. El rey permaneció en Manaf unos días durante los cuales pudo visitarla. Vio sus murallas y los barrios artesanales, rodeó las tres pirámides, oró en el templo de la esfinge y ofreció algunos sacrificios. Sólo su alegría al reconquistar Tebas podía equipararse con la que experimentó al entrar en Manaf. Ahmose se extrañaba de que no hubieran defendido la capital.

—No se expondrán voluntariamente a nuestros carros después de probarlos en Hirakunópolis y Afroditópolis —dijo el comandante Muhib.

—Las embarcaciones no cesan de llegar llenas de carros y caballos procedentes de las provincias del Sur. A Apofis no le queda más remedio que interesarse por las murallas de Hawaris —replicó el ujier Hur.

Todos se consultaban acerca de la dirección a tomar, sobre todo después de que el campo de batalla se hubiera extendido.

—No hay duda alguna de que el enemigo se ha ido de todo el Norte, encerrándose detrás de las murallas de Hawaris, al Este. Tenemos que abordarlo con todas nuestras fuerzas —dijo el comandante Dib.

No obstante, Ahmose era muy prudente. Mandó un pequeño ejército al Oeste, en dirección a Nubulis y mandó otro al Norte en dirección hacia Atribis. Él y el grueso de su ejército, lo mismo que su gran flota, se dirigieron al Este en dirección a Awn.

Pasaron varios días recorriendo los caminos, entusiasmados con la esperanza de dar el último golpe al enemigo y coronar tan larga lucha con la victoria definitiva. Conquistaron Awn, la famosa ciudad de Ra, luego Fakusa y Farbitis, se adentraron en el camino de Hawaris, a medida que las noticias de Apofis les llegaban por todas partes diciendo que los hicsos se dirigían a Hawaris llevando consigo a miles de miserables. Estas noticias le dieron al rey una gran fortaleza, aunque lo sintió por aquellos prisioneros humillados que habían caído en las despiadadas garras de los hicsos.

Finalmente se vieron en el horizonte las murallas de Hawaris, tan grandes como montañas. Ahmose gritó:

—Esta es la última fortaleza de los hicsos en Egipto.

—Abatid sus puertas, señor, y veréis el hermoso rostro de Egipto —contesto Hur mirando la fortaleza con sus débiles ojos.