El ejército avanzó sin encontrar resistencia ni rastro alguno del enemigo. Los indígenas de las aldeas de toda la región lo recibían asombrados sin dar crédito a que los dioses les hubieran levantado la humillación que duraba más de dos siglos. El que en aquel momento conquistaba sus tierras y perseguía a sus enemigos era un rey de su raza, que resucitaba de nuevo la gloria de los faraones. Ahmose encontró que los hicsos habían huido de las ciudades, dejando sus palacios y sus fincas y llevándose sólo lo que podían transportar. Donde quiera que llegaba, oía que Apofis había huido con su ejército y su gente en dirección al Norte. Así el rey pudo conquistar en un mes Habsil, Likópolis, Kusa, y por fin Hermópolis. Su reconquista tenía una gran repercusión para Ahmose y sus soldados, pues Hermópolis era el lugar de nacimiento de la sagrada madre Tutishiri. Aquí nació y allí estaba su vieja casa. Ahmose celebró su reconquista e hizo partícipes de ella a los hombres de su séquito, a los comandantes de tierra y mar y a todos los soldados. El rey escribió un mensaje a su abuela felicitándola por la independencia de Hermópolis, su patria chica, y le transmitía sus recuerdos, los de sus soldados y los de su pueblo. Firmaban el rey, sus comandantes, la élite y los oficiales de mayor rango.
El ejército siguió avanzando victoriosamente. Entró en Titnawa, en Sinópolis, en Habnan y en Arsenawa. Luego pasó entre las pirámides, de camino a la grandiosa Manaf, sin preocuparse por las dificultades y la duración del viaje. Ahmose, en aquel momento, estaba rompiendo las cadenas que amarraban a su desgraciado pueblo. Soplaban para él nuevos vientos de mejor vida.
—Vuestra grandeza militar, señor —le dijo Hur—, no tiene parangón más que con vuestra gran capacidad política y vuestra sabiduría administrativa. Habéis cambiado las apariencias de muchos sitios, habéis borrado unos sistemas y habéis creado otros. Habéis trazado los caminos a seguir y las leyes a adoptar. Habéis delegado en los gobernadores nacionales, y la vida se ha vuelto a propagar por el valle. La gente ha visto por vez primera, desde hace remotos tiempos, a gobernadores egipcios y a jueces egipcios. Las cabezas humilladas se han levantado, la tez morena no es un insulto para nadie, sino más bien algo digno de orgullo… ¡Que Amón os guarde muchos años, oh nieto de Sekenenre!
El rey era muy activo, gran luchador, no conocía el desmayo ni el cansancio. Era su gran objetivo devolver a su pueblo vituperado, humillado, muerto de hambre e ignorante la dignidad, la saciedad, el bienestar y la sabiduría.
Pero su corazón no se olvidó, a pesar de la aplicación que dedicaba a su misión, de sus problemas personales. El amor le hacía sufrir hasta el punto de no prestar atención a su dignidad. A menudo daba patadas en el suelo diciendo: «Me ha engañado… es una mujer sin corazón».
Esperaba que la actividad le haría olvidar y le consolara. No obstante, su alma aspiraba, a pesar suyo, a aquella embarcación con la que las olas jugueteaban, muy a la zaga de su flota.