Ahmose permaneció en Panópolis dos días completos, luego mandó a los cuerpos de vanguardia traspasar las fronteras de Apofis. Un contingente muy numeroso avanzó hacia el norte de la ciudad y se encontró con un pequeño grupo de resistencia enemiga al que aniquiló completamente, abriendo una brecha al ejército del campamento de Panópolis. Ahmose avanzaba a la cabeza de un ejército como jamás había existido en Egipto, ni en cantidad ni en equipamiento. La flota de Ahmose Ibana desplegó sus victoriosas naves. De camino, los espías anunciaron al rey que el ejército de los hicsos estaba acampado al sur de Afroditópolis en número incontable. El número de los hicsos era lo que menos importaba al rey. No obstante, preguntó al ujier Hur:
—¿Le quedará aún a Apofis alguna fuerza de carros con la cual nos pueda hacer frente?
—No hay duda, señor, de que Apofis habrá perdido un gran número de sus jinetes. Si tuviera una fuerza con la que pudiera hacernos frente, no nos habría pedido la paz. Sin embargo, los hicsos han perdido algo más preciado que los jinetes y los carros, han perdido la seguridad y la esperanza —contestó Hur.
El ejército siguió avanzando hasta que se acercó al campamento de su enemigo. La advertencia de la lucha se anunció en el horizonte. La fuerza de los carros se preparó a entrar en combate bajo el mando del rey. Ahmose gritó a los comandantes:
—Lucharemos por una tierra que nos fue arrebatada hace más de cien años. Demos un golpe que acabe con el sufrimiento de millones de nuestros hermanos reducidos a esclavitud. Luchemos con corazones esforzados. El Señor nos ha otorgado tanto el valor como la esperanza. Estoy al frente del ejército como lo estuvieron Sekenenre y Kamose.
El rey mandó a unos destacamentos de vanguardia que atacasen, y así lo hicieron cayendo sobre el enemigo como águilas. Para dirigir el ataque observaba cómo sus destacamentos eran recibidos por el enemigo. Así pudo contemplar cómo una fuerza de unos doscientos carros intentaba parar el ataque. Pero el rey, deseoso de acabar con la fuerza de los carros enemigos, atacó a la cabeza de los suyos al enemigo por todas partes. Los hicsos estaban convencidos de que sus jinetes no podrían parar a una fuerza que les superaba en número. Apofis lanzó unos escuadrones de tiradores y de lanceros para apoyar al reducido número de carros. La batalla empezó muy fuerte. No obstante, a los hicsos de nada les sirvió su valor y sus fuerzas de caballería, porque se vinieron abajo.
Al fin llegó la noche. Ahmose no sabía si Apofis le haría frente desesperadamente con su infantería o preferiría la paz como hizo en Hira Akunópolis y huiría. La incógnita se despejó al día siguiente cuando vio a multitud de hicsos avanzando para ocupar sus puestos con arcos y lanzas en la mano. Hur los vio y dijo:
—Ahora están en nuestras manos, señor. Apofis arriesgará su infantería contra nuestros carros como lo hizo con nuestro rey Sekenenre al sur de Kabtus hace diez años.
El rey se alegró y se preparó para el ataque, capitaneando el batallón de carros, apoyado en una fuerza selecta de arqueros. Los carros asaltaron los puestos de los hicsos con una nube de flechas hasta lograr romper las filas enemigas en varios puntos, mientras los arqueros iban detrás cubriéndoles la retirada y persiguiendo a los huidizos enemigos, matando a unos y haciendo prisioneros a otros. Los hicsos lucharon con su acostumbrada valentía; no obstante, iban cayendo como hojas secas en otoño al soplo de un fuerte viento. Los egipcios dominaron la situación. Ahmose temió que Apofis se le escapara de las manos y atacó a Afroditópolis, al igual que la flota atacó la costa. Pero ni los hicsos ni su acérrimo enemigo estaban dentro. Los espías le informaron luego de que Apofis había abandonado la ciudad al caer la noche y que había dejado escasas fuerzas para retardar el avance de los egipcios.
—Ya no habrá más resistencia. Apofis estará ahora apresurándose para llegar hasta Hawaris para refugiarse detrás de sus fuertes murallas —le dijo Hur al rey.
Ahmose no lo sintió mucho, pues su alegría de conquistar una tierra de Egipto que le fue vedada a su pueblo durante más de doscientos años no tenía parangón. Comenzó a interesarse por su situación y por el estado de sus ciudadanos.