Al día siguiente por la mañana, Hur, los comandantes y los consejeros, después de levantarse muy temprano, se dirigieron a visitar al rey en su embarcación atracada al norte de Tebas. El faraón los recibió en la cámara y ellos se postraron ante él.
—Que el Señor haga feliz vuestra mañana, oh rey victorioso. Hemos dejado las puertas de Tebas con el corazón alegre y agitado por el deseo de ver la luz en la frente de su salvador y liberador —dijo Hur con voz tranquila.
—¡Que Tebas se alegre! Pero el encuentro será cuando el Señor nos otorgue la victoria —contestó Ahmose.
—Se ha propagado entre los egipcios —replicó Hur— que su rey está camino del Norte y que da la bienvenida a los que quieran y puedan unirse a él. No os podéis imaginar, señor, el entusiasmo que se apoderó de los corazones de los jóvenes, ni su afluencia hacia los oficiales para formar parte del ejército del adorado Ahmose.
El rey sonrió y les preguntó a sus hombres:
—¿Habéis visitado el templo de Amón?
—Sí, señor —respondió Hur—, lo hemos visitado todos. Los soldados han corrido a besar sus muros, a frotar sus rostros con su tierra y a abrazar a sus sacerdotes. El altar se ha llenado de ofrendas, los sacerdotes han entonado el himno del adorado Señor y su oración ha resonado hasta el último rincón del templo. La nostalgia ha fundido los corazones, todos los de Tebas se han unido en una oración común y, sin embargo, Naufar Amón no ha salido de su aislamiento…
El faraón sonrió, se dio la vuelta y vio que el comandante Ahmose Ibana estaba silencioso y algo entristecido. El faraón le hizo una señal para que se acercara y el comandante se acercó. El rey le puso la mano sobre el hombro y le dijo:
—Soporta tu parte de sufrimiento, Ahmose, y recuerda que el lema de tu familia es el valor y el sacrificio.
El comandante bajó la cabeza en señal de profundo agradecimiento, al experimentar cierta ternura por este detalle real. Ahmose miró a sus hombres y les dijo:
—Aconsejadme a quién nombro monarca de Tebas y a quién asigno la difícil tarea de organizar la ciudad.
—El que mejor puede desempeñar este papel trascendental es el fiel y sabio Hur —aconsejó el comandante Muhib.
—Mi obligación es velar por mi señor y no alejarme de él —interrumpió Hur.
—Has dicho la verdad… no puedo prescindir de ti —respondió Ahmose.
—Hay un hombre bueno, de grandes conocimientos y experiencia, y famoso por su buen juicio: Tuta Amón, el delegado del templo de Amón. Si mi señor lo cree oportuno, en él puede delegar los asuntos de Tebas —dijo Hur.
—Ya lo hemos hecho —contestó Ahmose.
Luego el rey invitó a sus hombres a comer a su mesa.