La flota cumplió con su deber después de apresar la de los hicsos. Sitió la ribera occidental de la ciudad e infundió el pánico entre los dueños de los palacios que daban al Nilo. Se intercambiaron disparos de flechas con las fortalezas de la orilla y, no obstante, no intentó atacar esas fortalezas, dada su dificultad y altura, ya que el Nilo estaba bajo en esa época estival. Se limitó a hostigarla y a sitiar esa zona. Ahmose Ibana había puesto sus aspiraciones en la ribera meridional, donde vivían los cazadores, la ribera que amaba con pasión. Se imaginó que por ese lugar entraría en Tebas. No obstante, los hicsos eran más prudentes de lo que él pensaba, pues habían alejado a los egipcios de la ribera y los habían sustituido en toda su superficie por guardianes armados.
En cuanto al rey Ahmose, dejó la táctica de atacar con pequeños grupos y presentó en el campo de batalla la élite de sus hombres más adiestrados, protegidos por largos escudos. Competían con los defensores de la gran muralla en una cruenta lucha basada en la destreza y en la buena puntería. Se esforzaban por hacer alarde de su tradicional destreza y su alta preparación en la lucha. La guerra siguió de este modo durante algunos días sin llegar a resultado positivo alguno, ni presagiar ningún fin. El rey se impacientó y dijo:
—No tenemos que dar al enemigo la ocasión de volver a organizarse ni de reconstruir una nueva fuerza de carros. —Ahmose agarró bien la empuñadura de su espada y prosiguió—: Mandaré reanudar el ataque. Si en el empeño hemos de morir, moriremos, como es de esperar de los hombres que han jurado liberar Egipto del pesado yugo de su enemigo. Mandaré más mensajeros a los gobernadores del Sur a animarlos a construir escudos de asedio y testudos.
El faraón dio la orden de ataque y dirigió personalmente la distribución de los regimientos de arqueros y lanceros en el vasto campo de batalla, formando un cuerpo central y dos alas laterales. Puso al comandante Muhib a la derecha y al comandante Dib a la izquierda y fueron avanzando en olas de gran diámetro. Ninguna ola alcanzaba a su precedente hasta que esta había tomado su puesto y empezaba a atacar al enemigo, protegido detrás de la gran muralla. A medida que avanzaba el día de lucha, el campo de batalla se llenaba de soldados que presionaban sobre la muralla de Tebas. Los egipcios ocasionaron gran número de bajas a su rival y ellos también perdieron a muchos de sus hombres. No obstante, sus pérdidas eran, en cualquier caso, menores que las del primer día. La lucha siguió a este ritmo durante unos cuantos días más. El número de muertos crecía por ambos bandos. El ala derecha de los egipcios presionó tanto al enemigo que pudo sofocar uno de los numerosos puntos de resistencia y acabar con todo el que se atrevió a disparar desde las almenas. Unos cuantos oficiales valientes aprovecharon la ocasión de atacar el flanco con sus soldados. Pusieron una escala y subieron a ella con una fuerza irresistible, mientras que las flechas de sus hermanos los cubrían como una nube. Los hicsos se dieron cuenta de que aquel lado quedaba amenazado y se reunieron en él, consiguiendo someter a los atacantes a un infierno de golpes hasta que acabaron con todos. El rey se alegró por este ataque que dio un buen ejemplo a su ejército. Dijo a los que estaban a su alrededor:
—Por primera vez desde el inicio del cerco, perece un grupo de mis soldados sobre las murallas de Tebas.
La verdad es que este paso adelante tuvo un gran significado y se repitió al día siguiente y al siguiente en dos puntos distintos de la muralla. La presión de los egipcios fue creciendo hasta que la conquista se convirtió en una esperanza que se veía cercana. En aquel momento llegó un mensajero de Shawa, gobernador de Siyin, al frente de un destacamento de soldados armados hasta los dientes y recién formados. Junto a ellos llegó una nave llena de escudos de asedio, de escalas y de un buen número de testudos o bóvedas protectoras, como las llamaban. El rey recibió a los soldados con alegría y su esperanza en la victoria aumentó. Mandó que se les hiciera pasar por el campo de batalla para que sus soldados los saludaran y así se animaran y fortalecieran su esperanza.
Al día siguiente, la lucha fue feroz. Los valientes ataques de los egipcios se intensificaron, enfrentándose a la muerte sin temor. Causaron a su enemigo grandes pérdidas y se le veía cansado y desesperado. El comandante Muhib pudo decir a su señor, al volver del campo de batalla:
—Señor, mañana abatiremos la muralla…
La opinión de los comandantes fue unánime en este punto, y el rey Ahmose mandó a un mensajero a su familia para decirle que se reuniera en Habu, sobre la cual ondeaba ya la bandera egipcia, para entrar todos en Tebas dentro de poco… El rey pasó aquella noche con una gran fe y esperanza.