4

Se veían ya las murallas meridionales de Tebas con sus grandiosas puertas, por detrás de las cuales se divisaban los templos y los centros de distracción. Aquella majestuosidad se materializaba de forma deslumbrante y ambos miraban la ciudad con ojos tristes y nostálgicos.

—¡Saludos de Amón, gloriosa Tebas! —exclamó Latu.

—Por fin, Tebas, después de largos años de exilio —añadió Isfinis.

La nave se acercó a la orilla, seguida de las otras embarcaciones de la flota, recogieron las velas y alzaron los remos. Se cruzaron con muchas barcas de pesca rebosantes de peces con algunos todavía vivos. En el centro, de pie, trajinaban los pescadores con sus cuerpos desnudos y bronceados y sus músculos bien torneados. Al verlos, le recorrió por todo el cuerpo a Isfinis una especie de corriente emocional y dijo a su compañero:

—Démonos prisa, porque estoy deseando hablar con los egipcios.

Era un día espléndido, con un cielo completamente azul y el sol inundando con sus rayos el Nilo, las riberas, los campos y las ciudades. Bajaron a la playa envueltos en sus mantos, luciendo la tiara egipcia en la cabeza, como los grandes mercaderes. Dieron unos pasos en dirección al barrio de los pescadores, donde encontraron un grupo en la playa sujetando las cuerdas de las redes que las barcas lanzaban al Nilo. Todo era movimiento. Cantaban, canturreaban, llevaban carros de pescado, quemaban a latigazos los lomos de los bueyes en dirección a los mercados. A unos minutos de la playa se levantaba un villorrio de chozas pequeñas o de tamaño mediano, construidas de adobe y cubiertas con troncos de palmera. Su aspecto indicaba más que sencillez, pobreza.

Isfinis iba de un sitio para otro, con los sentidos alerta y los ojos muy abiertos. Miraba a los pescadores, seguía sus movimientos, escuchaba sus canciones, sentía hacia ellos ya cariño, ya lástima, y no pocas veces admiración y estima y a medida que se cruzaba con estos grupos mayor era su tranquilidad y cariño hacia ellos. Deseaba interponerse en su camino, abrazarlos y besar sus caras morenas agotadas por la fatiga y la pobreza. Recordó lo que había contado de ellos Tutishiri y le dijo a su compañero:

—¡Qué hombres tan forzudos y pacientes!

—Creo que estos pescadores —respondió Latu, que compartía todos los sentimientos del joven— gozan de mejor situación que los campesinos, y eso se debe a que los hicsos no se rebajan a venir a sus barrios, y así los liberan, sin saberlo, de sus malos tratos.

El joven frunció el ceño de rabia y coraje, pero no comentó nada. Siguieron su paseo, llamando la atención por su aspecto y la elegancia de su vestimenta. Isfinis vio a un joven que se dirigía hacia ellos con una cesta. Vestía un pequeño faldellín, dejando el resto del cuerpo desnudo. Era alto, esbelto y de agraciado rostro.

—Latu, mira a ese joven —dijo Isfinis—. ¿Acaso no ha sido creado para ser un jinete en el batallón de carros, de no ser porque el tiempo le ha traicionado?

Al acercarse a ellos Isfinis quiso hablar con él, le saludó con la mano y le dijo:

—Saludos, oh joven. ¿Podrías indicarnos algún sitio para descansar?

El joven se detuvo. Intentó responder, pero cuando clavó su mirada en ellos, cerró la boca, los escudriñó con una mirada extraña que denotaba rabia y desprecio. Les volvió la espalda y se alejó. Los dos intercambiaron miradas de incredulidad. Isfinis fue en pos de él en seguida y se interpuso en su camino diciendo:

—Hermano, ¿qué te ha impulsado a negarte a contestarnos y darnos la espalda enfadado?

—Déjame en paz, esclavo de los pastores —gritó el joven zarandeándole, y se alejó enfadado dando grandes zancadas y dejando al joven boquiabierto.

—Estará loco —dijo Latu acercándose.

—No, no está loco, Latu…, pero ¿por qué me ha llamado esclavo de los pastores?

—Es un apodo graciosísimo.

—Sí…, sí…, pero supongamos que fuéramos títeres de los hicsos de verdad. ¿Cómo se atreve a desafiarnos? Verdaderamente es un joven intrépido. Su comportamiento prueba que los diez años del asfixiante gobierno de los hicsos no han podido arrancar la rabia de las almas honradas.

Reanudaron otra vez la marcha hasta que llamó su atención un gran alboroto. Miraron y vieron a la derecha un gran edificio con una pequeña entrada y en lo más alto un tragaluz. Allí entraban unos grupos y salían otros. El joven preguntó a su compañero:

—¿Qué es ese edificio?

—Es una taberna —respondió Latu.

—¡Venga, vamos a verla!

—¡Vamos! —dijo Latu sonriendo.