Los niños intentaron apartarse del globo que caía, corriendo en todas direcciones. Pero, en su prisa, los que estaban en el centro tropezaron unos con otros y cayeron al suelo en confuso montón.
Ramona, la nueva amiga de Holly, cayó al suelo y se dio un golpe tan fuerte, que quedó inmóvil, sin poder levantarse. ¡Pedro y su burro, después de tambalearse de un lado a otro, descendían directamente sobre Ramona! Dentro de un momento, la niña quedaría cubierta por el grotesco globo y seguramente resultaría herida.
Pete pensó rápidamente. Dio un fuerte tirón a una de las cintas, pero, en vista de que no era capaz de apartar de allí el globo, llamó a gritos:
—¡Ricky! ¡Jack! ¡Ayudadme a apartarlo!
Los tres muchachitos tiraron de sus cintas hasta que tuvieron los brazos doloridos. Pero en el último momento lograron apartar de Ramona el pesado globo.
Un instante después, el gracioso conjunto de burro y jinete se desinflaba definitivamente, con un sonoro siseo, y caía a tierra rápidamente. Pete y Jack se apartaron a un lado a tiempo, pero Ricky no pudo hacer otro tanto. ¡La gran masa de plástico y goma se desplomó pesadamente sobre él!
—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Mi hermano ha quedado debajo del globo! —gritó Pam, aterrada, corriendo hacia el lugar donde Ricky había desaparecido bajo el montón de goma.
Para entonces, el señor y la señora Hollister, así como la señora Beltrán, habían llegado hasta el globo e intentaban desesperadamente apartarlo del cuerpo de Ricky. Hasta la chiquitina Sue dio tirones con todas sus fuerzas.
—¡Ya veo dónde está! —anunció Pete, señalando algo que se movía bajo la cabeza del burro—: ¡Mirad!
¡De pronto, por un agujero de la goma brotó la cabecita pelirroja de Ricky! El pequeño, sonriente, acabó de salir por el agujero, empuñando una navajita.
—No me he hecho mucho daño —explicó—. Pero siento haber tenido que estropear a Pedro.
—Poco importa Pedro —contestó la señora Beltrán, tranquilizada—. Me alegro mucho de que estés bien. Y el globo puede repararse. —Luego la señora miró en torno suyo, por todo el patio de juego, a la vez que manifestaba—: El que haya sido tan malo como para disparar esa flecha contra Pedro, será castigado.
—¡Mirad allí! —gritó Pam, llamando la atención de todos—. Alguien está observándonos por encima del tejado de la escuela.
Todos los ojos se volvieron en dirección al edificio de una sola planta. La cabeza de un chico desapareció en aquel momento de la vista.
—¡Vamos a capturarlo! —propuso Pete, echando a correr delante de todos—. Apuesto a que ha sido él quien disparó la flecha desde el tejado.
Un instante después, los demás niños se unían a la persecución, siguiendo a Pete, atropelladamente, por el patio.
—¿Cómo podremos llegar allí? —preguntó Jack a uno de los niños del pueblo.
—Desde dentro. Ya os lo enseñaré.
Pero no fue necesario entrar. Cuando estaban dando la vuelta a la esquina del colegio, todos pudieron ver que alguien salía corriendo.
—¡Es Willie Boot! —exclamó Pam, reconociendo al chico con traje de demonio.
Willie había añadido algo a su disfraz infernal. Llevaba un arco sujeto al hombro y varias flechas en el cinturón.
La señora Beltrán se aproximó corriendo, y ordenó al chico que se detuviera, pero Willie no le hizo el menor caso. Al contrario, siguió corriendo cada vez más. Los chicos se lanzaron inmediatamente en su persecución. Pete Hollister se había adelantado a los demás y poco a poco iba ganando terreno a Willie.
—¡Agárralo, Pete! —animó Ricky, entusiasmado.
Pete estaba a punto de alcanzar al mal intencionado chico cuando sonaron cascos de caballo en la entrada de la escuela. Un hombre, que montaba un flaco caballo, galopó velozmente hacia Willie Boot. El jinete era tan flaco como su montura y tenía una barba grisácea. Su rostro quedaba casi completamente oculto por la sombra de un viejo sombrero de ala ancha.
—¡Un vaquero! —exclamó Ricky.
—¡Ha venido para ayudarnos a detener a Willie! —opinó Holly, y ella y los demás niños interrumpieron la persecución.
Pero, al cabo de un momento, todos pudieron ver que lo que sucedía era muy distinto a lo imaginado. El hombre se inclinó, levantó en vilo a Willie, para sentarlo en la montura delante de él, y luego se alejó al galope, envueltos en una nube de polvo.
—¡Zambomba! Nos hemos equivocado —se quejó Pete con disgusto.
Mientras todos miraban a los que desaparecían, Jack Moore preguntó:
—¿Quién es el vaquero que se ha llevado a Willie?
Ramona fue la primera en contestar:
—Mike Mezquite.
—Ah. Pero ¿Mezquite no era un caballo? ¿Es un hombre?
Ramona dijo que sí con la cabeza y explicó algunas cosas más sobre aquel hombre. Willie tenía mucho trato con él. Por lo visto, eran parientes lejanos.
—A los rancheros no les gusta Mezquite —añadió la niña—. Dicen que es un bala perdida y nadie sabe cómo se las arregla para vivir, ni dónde vive. Yo creo que ese hombre es quien enseña a Willie a ser tan malo —añadió la guapa niña de cabellos negros, y todos los demás niños de Sunrise asintieron, convencidos.
Cuando los visitantes volvieron al patio, el señor Hollister reunió a su familia y dijo que ya era hora de marchar. El señor y la señora Moore también decidieron continuar su camino.
—¿Por qué no comemos juntos? —propuso la señora Hollister—. Estoy segura de que todos tenemos apetito, después de tantas emociones.
—Me parece una buena idea —aprobó la señora Moore—. ¿Qué les parece si nos encontramos en el hotel Plaza, de Sunrise?
Después de dar las gracias a la señora Beltrán y a los niños de la población por haberles tratado tan bien en su fiesta, los viajeros se despidieron, para dirigirse al lugar donde tenían aparcados sus vehículos.
Cuando los Hollister emprendieron la marcha, Sue propuso:
—Podemos jugar a la fiesta después de comer.
—No olvides que vamos a ir al rancho de los Vega. Se llama el rancho Álamos.
—Lo había olvidado —confesó Sue.
Cuando llegaron al hotel, los Moore ya les estaban esperando. Las dos familias entraron en el comedor, y el camarero juntó dos largas mesas, al lado de un ventanal.
Los otros comensales eran cuatro hombres que hablaban en voz baja en una esquina. Fijándose en sus pantalones, botas y rostros muy tostados por el sol, los niños advirtieron que eran rancheros. Al ver a tantos niños con trajes nuevos de vaquero, los hombres sonrieron.
El camarero ya tenía preparadas las mesas.
—¿Qué os parece si vosotros, los niños, os instaláis en una mesa, y vuestros padres en la otra?
—Yo quiero sentarme a tu lado, Helen, para que me expliques eso del misterio de la montaña —pidió Holly.
—Todos queremos saberlo —añadió Pam.
—Está bien —fue la respuesta de Helen.
Cuando todos hubieron pedido el plato que les apetecía, la señora Moore sacó de su gran bolso un libro rojo y se lo pasó a su hija.
—Es nuestro gran secreto —cuchicheó Helen, mirando a todas partes, como si temiera que alguien la estuviese espiando.
—¿Quieres decir que el libro es un secreto? —preguntó Ricky, poco dispuesto a creer tal cosa.
—El libro exactamente, no. Pero sí algo que hay escrito en él —contestó Jack.
Helen explicó, siempre en voz muy baja, que aquel libro era un volumen muy antiguo sobre la historia de Méjico.
—Pero nuestro verdadero secreto es que… —La niña se interrumpió, mientras sus ojos adquirían una expresión soñadora.
—Sigue, sigue —pidió Pam.
—Pues… Este libro puede conducimos a Jack y a ni a la «Cueva de los Constructores de Muñecas», en la «Montaña Tenebrosa».
Los ojillos de Holly se agrandaron por la sorpresa.
—¡Ooooh, qué cosa tan misteriosa! —murmuró.
—¿Quieres decir que estáis buscando una montaña donde vivían constructores de muñecas? —preguntó Ricky.
Helen respondió:
—Sí. Y creemos que puede encontrarse cerca del rancho que vamos a visitar.
—Pero has dicho que el libro es la historia de Méjico —objetó Pam.
—Sí. Pero es que hace tiempo esta zona de los Estados Unidos formaba parte del antiguo Méjico —aclaró Jack.
—Tienes razón —confirmó Pete—. Estudiamos eso en el colegio, el año pasado. Aunque yo nunca he oído hablar de los constructores de muñecas.
Helen abrió el libro y señaló el dibujo de una alta montaña. En la cima aparecía una extraña formación rocosa, con un grupo de árboles, uno de los cuales sobresalía por encima de los demás. Todos los Hollister se inclinaron hacia delante, para poder ver de cerca el dibujo.
—Los antiguos constructores de muñecas vivían en esta cueva, que se encuentra en alguna parte de la «Montaña Tenebrosa» —explicó Helen, añadiendo seguidamente—: La gente dice que todavía hay muchas muñecas en la cueva.
—¿Verdad que sería estupendo encontrarlas? —exclamó Pam.
—¿Y nadie ha buscado antes esa cueva? —preguntó Pete, extrañado.
—Sí —repuso Jack—. Mucha gente ha empezado a buscar esa cueva, pero todos han acabado por marcharse asustados.
—¿Mancharse asustados? —repitieron los Hollister a coro—. ¿Por qué?
Jack y Helen se miraron antes de que la niña respondiera.
—Porque dicen que la «Montaña Tenebrosa» da gruñidos igual que un oso.
Holly y Sue dieron un saltito en su asiento, preocupadas por aquella noticia, pero Ricky comentó en tono de incredulidad:
—¿Quién ha oído nunca gruñir a una montaña?
Jack contestó:
—Helen y yo pensamos comprobar si gruñe o no… ¡Y puede que seamos las primeras personas que descubramos la cueva de los «Constructores de Muñecas»!
—¡Canastos! ¡Cómo me gustaría ir a explorar la montaña con vosotros!
—A nosotros también nos gustaría que vinieseis. Podéis preguntárselo a vuestros padres.
El señor y la señora Hollister contestaron que si permanecían el tiempo suficiente en la región, podrían ir a explorar la montaña, al menos una vez.
—¡Hurra! —gritó el pecoso.
De pronto, todos quedaron asombrados al oír que la bocina del vehículo de los Hollister empezaba a sonar. Un momento después también se oía la del coche de los Moore.
—¿Quién estará haciendo eso? —preguntaron, preocupados, el señor Hollister y el señor Moore.
Ahora, en lugar de sonar de manera intermitente, las dos bocinas atronaban al mismo tiempo, sin interrupción.
—Puede que nuestros coches estén interceptando el paso a alguien —opinó la señora Hollister.
Los dos padres y todos los niños corrieron al exterior. Las señoras, también llenas de curiosidad, se acercaron a mirar desde la puerta. Pete, que fue el primero en llegar al microbús, gritó:
—¡Papá, alguien ha dejado apretado con adhesivo el botón del claxon de nuestro coche!
El señor Moore comprobó que otro tanto había sucedido en el suyo.
—Una travesura de algún chiquillo —dijo el señor Hollister, sin dar importancia al hecho—. Tal vez consideró que había demasiado silencio en Sunrise.
Todos miraron a un extremo y otro de la calle, pero no pudieron ver a nadie en aquellos momentos. Cuando volvieron a entrar en el restaurante, encontraron ya servida la comida. Tomaron asiento y empezaron a saborear los deliciosos platos preparados.
Un momento después se oía una exclamación de Helen Moore:
—¡Mi libro! ¡Ha desaparecido! ¿Lo ha tomado alguno de vosotros?
—¡No, no! —replicaron todos rápidamente.
—Pues alguien se lo ha llevado —insistió Helen—. ¡Y, si se lo ha llevado alguien, puede que encuentre la «Montaña Tenebrosa» antes que nosotros!