Cuando Pete descubrió que el avión había desaparecido, gritó, alarmado, y corrió a la casa a decírselo a los demás.
—¿Mi avión ha desaparecido? —preguntó Al Jordán con incredulidad, mientras bajaba a toda prisa las escaleras y salía al exterior con Pete.
Todos los Hollister les siguieron al embarcadero, donde quedara la noche anterior el hidroavión.
—¿Creéis que alguien lo haya robado? —preguntó Ricky.
—Lo habríamos oído, si hubiera despegado —razonó Pam.
—Puede haber despegado desde el otro extremo del lago —opinó tío Russ.
Y su hermano mayor sugirió:
—Puede haberse roto la cuerda y haberse deslizado por el agua.
—Pero no ha soplado viento la pasada noche —objetó el piloto—. Más bien creo que alguien lo desató a propósito.
El señor Hollister acabó declarando:
—Este asunto debe saberlo la policía.
—Déjame que informe yo, papá —pidió Pete.
Cuando su padre le dio el consentimiento, el muchacho corrió a la central de policía. El sargento que estaba de guardia le miró con gesto interrogativo.
—Se nos ha perdido un hidroavión, y quisiéramos que ustedes nos ayudasen a encontrarlo.
El sargento, creyendo que Pete bromeaba, preguntó:
—¿Te refieres a un avión de juguete?
—No: uno de verdad. Tiene flotadoras para ir por el agua.
Y Pete siguió explicando al sargento todos los detalles de lo sucedido.
—Eso es muy misterioso —replicó el sargento, gravemente. Y prometió avisar a la lancha patrulla del Lago de los Pinos.
—Hoy está de guardia allí el agente Cal —añadió el sargento.
Cuando Pete informó de esto a su familia, Holly exclamó:
—Podíamos ir todos con el agente Cal para ayudarles a buscar el hidroavión.
A lo lejos, pronto apareció en el lago una manchita. Cuando fue haciéndose más grande, los Hollister vieron que era la lancha de la policía de Shoreham.
—¡Ahí viene el agente Cal! —anunció Ricky, empezando a dar alegres saltitos por el embarcadero—. ¡Que nos deje ir con él…! ¡Que nos deje ir con él…!
El joven agente se dirigió directamente al embarcadero, detuvo el motor de la lancha y saludó al grupo. Le presentaron a los visitantes, y luego Cal pidió:
—Explíquenme lo que ha sucedido.
Una vez lo hubo escuchado todo, el policía repuso:
—Están ocurriendo muchas cosas de este tipo recientemente. Varias embarcaciones han sido dejadas a la deriva, por el lago. Puede que haya sido el mismo bromista el causante de la desaparición del hidroavión.
—¿No podríamos ir con usted a buscarlo? —pidió Ricky.
—De acuerdo. Subid.
Inmediatamente, Ricky, Holly, Pete y Pam se instalaron en la motora.
—Aún me queda sitio para cuatro hombres —dijo el policía.
Así que subieron también a bordo John y Russ Hollister y el piloto Jordán. Mientras la motora se alejaba, los abuelitos y la señora Hollister, que tenía a Sue en brazos, les despidieron alegremente.
—Traed el avión —recomendó Sue, con su vocecilla chillona—. Nos hace falta para traer los tiovivos de Crestwood.
—Es verdad. Si no lo encontramos, no podremos hacer el viaje —contestó Pam.
Mientras la embarcación se dirigía al centro del lago, Pete preguntó:
—¿Por dónde buscaremos primero, agente Cal?
El policía repuso que, durante la noche, había soplado viento del norte. Por tanto, él creía que debían dirigirse a la orilla sur del lago. Allí había muchas caletas a donde podía haber llegado un avión a la deriva, el cual podía permanecer allí sin ser visto.
La embarcación inició su recorrido por el lago, sin apartarse mucho de la orilla. De vez en cuando se cruzaba con alguna embarcación. Cada vez que esto ocurría, Pete llamaba la atención de los navegantes, para preguntarles si habían visto un hidroavión a la deriva. Pero nadie pudo darles noticias del aparato.
—Creo que alguien tendría que haberlo visto —opinó el piloto—. No es fácil esconder un aparato de este tipo.
—En este lago puede resultar más fácil de lo que usted imagina. Será mejor que consulte el mapa. Pete, ¿quieres ponerte al timón? —pidió Cal.
Al muchachito le entusiasmó la idea de poder conducir una embarcación de la policía. Se instaló ante el timón y condujo la motora, mientras el agente Cal abría un compartimiento y sacaba un mapa doblado. Lo extendió sobre sus rodillas y recorrió con el dedo la orilla del Lago de los Pinos.
—Aquí hay un lugar donde no hemos mirado —dijo el policía señalando un entrante—. En otros tiempos se llamaba la Caleta del Abotonador.
—Si el aparato se deslizó hasta allí, es evidente que no pudimos verlo desde el lago —admitió el señor Hollister.
Cal sustituyó a Pete en el timón, y dirigió la lancha en línea recta hacia la caleta.
—¡Canastos! ¡Lo hemos encontrado! —gritó Ricky, cuando vieron al hidroavión flotando cerca de la orilla.
—¡Gracias a Dios! —dijo el piloto.
—Ha sido usted muy perspicaz al pensar en este lugar, agente —alabó el tío Russ.
El policía sonrió y redujo la marcha para que la lancha avanzase despacio hacia el hidroavión. Mientras se aproximaban, Pete exclamó:
—¡Miren! ¡Hay alguien dentro!
En ese momento se abrió la portezuela de un lado y un chico saltó hacia los flotadores.
—¡Alto! ¡Deténgase! —gritó Cal.
Pero el chico, que ocultaba el rostro y casi todo el cuerpo tras el ala del aparato, saltó a la orilla y desapareció en seguida en el bosque.
—¿Alguien ha podido verlo bien? —preguntó el policía.
Nadie había visto quién era el chico, y Cal dijo:
—Sería inútil intentar perseguirlo por el bosque. Confiemos en que no haya causado ningún desperfecto al aparato.
Al Jordán fue el primero en subir a bordo. Después de echar una rápida ojeada general, llamó a los otros.
—Creo que todo está bien. Sospecho que el chico no ha hecho más que curiosear para saber qué hay dentro de un hidroavión.
—¿Quiere volver por el aire al embarcadero de los Hollister? —preguntó el agente Cal al piloto—. Yo puedo remolcarles hasta aguas abiertas.
El piloto dijo que no lo creía oportuno. Era mejor revisar el aparato minuciosamente cuando llegasen a casa de los Hollister.
—Entonces le remolcaré a usted hasta allí —ofreció el policía.
Abrió un cajón y sacó un gran rollo de cuerda. Con la ayuda de Pete y Ricky, ató un extremo a los flotadores y el otro a la lancha policial.
—¿No podría yo ir en el avión y jugar a que soy el piloto, mientras lo remolcan? —insinuó Holly.
Al Jordán no pensó que aquello fuese peligroso, de modo que permitió que los dos pequeños subiesen a la cabina. La lancha policial se puso en marcha, alejándose de la caleta.
—¡Ooooh, qué divertido! —chilló Ricky con entusiasmo.
Holly, sentada junto al pelirrojo, miraba a todas partes, por si surgían conflictos imprevistos. Cuando llegaron al embarcadero de los Hollister, el aparato fue amarrado firmemente. Al Jordán dio las gracias al agente Cal y, después de revisar el motor del aparato, informó a los demás de que todo estaba en perfectas condiciones. Después, examinó detenidamente el resto del aparato.
—Todo parece en buenas condiciones —declaró—. No obstante, iré a dar una vuelta con él antes de que emprendamos el viaje.
—¡Qué suerte! —murmuró Holly—. Ahora ya podemos ir de viaje esta tarde.
Después del desayuno, la abuela propuso que las niñas y ella comenzasen a hacer los muñecos de trapo para la fiesta.
—Primero cortaremos los patrones de las muñecas —decidió la anciana.
—¿Van a tener botones como ojos y nariz? —preguntó Sue, al ver cómo la abuela cortaba trozos de tela.
—Puedes hacer una de ese tipo —replicó la abuela, haciendo con ello muy feliz a Sue.
Holly y Pam decidieron pintar las caras de las muñecas que ellas hiciesen. Después de haber estado trabajando más de una hora, Pam recordó a sus hermanas que había prometido ir a la guardería infantil para ayudar un poco. De modo que, después de comer rápidamente, se marchó. Al llegar a la guardería, buscó primeramente a los hermanos Jack y Jill Byrd. Encontró a los pequeños abrazando a su madre, que se había sentado en una silla y parecía muy triste.
—¿Qué le pasa, señora Byrd? —preguntó Pam.
Al principio, la señora no contestó, pero, dándose cuenta de la amabilidad y comprensión de Pam, acabó por decir:
—Acabo de perder mi trabajo. La fábrica donde trabajaba ha cerrado. No sé qué voy a hacer ahora para mantener a mis pequeños.
—Quizá mi papá pueda ayudarla a encontrar trabajo —ofreció Pam esperanzada.
La señora Byrd repuso que lo más lamentable era que ella no se sentía muy fuerte y no podía resistir un trabajo demasiado duro. Ahora mismo iba a ver a unos parientes lejanos para ver si ellos podían hacer algo por los gemelos. Era una familia que vivía lejos.
—Mientras estoy ausente, la señora Griffith cuidará dé Jack y Jill. Espero volver para el jueves por la noche, pues la señora directora tiene que ir a la boda de su sobrino.
—Si no ha vuelto usted, Jill y Jack podrían venir a mi casa —se ofreció Pam.
—Sí, sí, mamita. Yo quiero a Pam —declaró Jill.
—Y yo —afirmó su hermano.
La señora Byrd sonrió a pesar de su tristeza, y dio las gracias a Pam. Luego, besó a los gemelos y se marchó.
Pam pasó dos horas jugando y ayudando a los niños mayorcitos a solucionar rompecabezas y adivinanzas. Sin que apenas se diera cuenta, llegó la hora de volver a casa y la niña se marchó a toda prisa.
Cuando llegaba al jardín, el señor Hollister, que había marchado al Centro Comercial en cuanto hallaron al hidroavión, en la caleta, también apareció en su furgoneta. Padre e hija entraron juntos en la casa.
—¿Todo listo para volar a Crestwood? —preguntó el señor Hollister.
—Sí. Todo —contestó a coro la familia.
Sacaron las maletas de la casa para subirlas al aparato. La señora Hollister ya había telefoneado a tía Marge para que supiera que iban a llegar.
—Teddy y Jean se han puesto muy contentos —dijo la madre—. Están deseando volver a veros.
Después de las despedidas y de haber dado a Sue los que ella misma calculó como un millón de besos, los pasajeros tomaron asiento en el hidroavión.
—Cuida mucho al abuelito y la abuela —dijo Pam a su hermana menor.
—Se portarán muy bien. Ya lo veréis —contestó la pequeñita con una risilla, y agitó sus manecitas en señal de despedida.
Cerraron la portezuela. Con gran estrépito, los motores se pusieron en marcha. El piloto Jordán llevó el aparato sobre las aguas del lago.
Los deslizadores levantaron grandes cantidades de espuma en la superficie del agua, pero esta vez tuvo que hacer un lento despegue debido al gran número de pasajeros que llevaba a bordo. Por fin dio un tirón al volante y… ¡se elevaron por los aires!
A los niños les daba la impresión de que el Lago de los Pinos iba alejándose y que ellos, en cambio, permanecían quietos.
—¡Adiós, Shoreham! —dijo Holly, agitando una mano, mientras el lago desaparecía de la vista.
El hidroavión se fue elevando cada vez más por encima del espléndido y verde paisaje de abajo.
—Tiene unos motores muy suaves —comentó Pete, escuchando el rítmico runruneo del aparato.
Pero no bien acabó de decir aquello, cuando empezó a sonar un potente y extraño silbido. Los niños se miraron unos a otros.
—¿Qué es ese ruido? —preguntó Ricky.
El ruido se interrumpió un momento, pero volvió a reanudarse.
—¿Será que hay alguna avería en un motor?