PLANES EMOCIONANTES

—¡Apuesto a que me columpio más alto que tú! —gritó Ricky Hollister, corriendo hacia los columpios del patio del colegio.

—No. No podrás hacerlo —respondió Holly, mientras corría junto a su hermano, de ocho años.

La traviesa Holly tenía tan sólo dos años menos que el pecosillo Ricky. Las trenzas de Holly saltaban sobre sus hombros, mientras la niña corría. Los dos hermanos llegaron a los columpios en el mismo momento y saltaron a los sillines.

Era una agradable mañana de abril. Había caído una ligera llovizna la noche anterior y el patio se encontraba lleno de barro. También llegaron corriendo los hermanos mayores, Pete y Pam Hollister.

—¿Queréis que os demos un empujoncito? —preguntó el guapo Pete, de doce años, con el cabello cortado a cepillo.

—¡Síiii! —respondieron a coro Ricky y Holly.

Pete empujó con fuerza el columpio de Holly, mientras Pam, de diez años y cabello largo, daba impulso al columpio de Ricky, sonriendo dulcemente.

—Muy bien. ¡Ya basta! —gritó Ricky.

Holly sonrió, traviesa, y se balanceó con más fuerza.

—¿Quién gana? —preguntó el pelirrojo a un grupo de compañeros que se habían acercado a mirar.

—Estáis empatados —repuso Donna Martin, luciendo los clásicos hoyuelos que se le formaban cuando sonreía. Asistía a la clase de Holly y vivía cerca de los Hollister—. No sé cómo los Hollister os divertís siempre tanto…

—Por eso nos llamamos los Felices Hollister —fue la sonriente contestación de Pam—. Pero Donna tiene razón, Ricky. Holly y tú estáis empatados.

—Pero hay una cosa que tú no puedes hacer, Holly —declaró Ricky en tono retador.

—¿Qué es?

—Saltar del columpio mientras está balanceándose.

—No lo hagas, Ricky. Puedes hacerte daño. Además, hay un charco muy grande delante de tu columpio.

Ricky bajó la vista hacia el agua y repuso:

—Puedo saltar por encima. ¡Mírame!

Mientras el columpio iba y venía a buen ritmo, el pequeño se soltó y se lanzó al aire.

¡PLOF! Aterrizó en el centro del charco, llenándose de barro los pantalones hasta las rodillas. Mientras Holly y los otros se echaban a reír, la buena de Pam dijo al pequeño:

—Será mejor que corras a casa y te pongas otros pantalones, Ricky. Te da tiempo, antes de que suene el timbre.

Ricky salió a la carrera, pero no pudo regresar antes de que el director hubiera salido al patio. En ese momento, el señor Russell estaba diciendo a voces:

—¡Atención, por favor! Que todos los alumnos pasen directamente al auditorio, cuando suene el timbre. Vamos a celebrar una reunión para hacer planes sobre la fiesta escolar.

En ese momento sonó el timbre. Y todos corrieron hacia la sala de reuniones.

—Este año, el dinero que se recaude será destinado a la guardería infantil de Shoreham —explicó Pam a Holly, mientras las dos se apresuraban a buscar sus asientos.

—¿El colegio donde vimos a aquellos pequeñines tan guapos?

Pam movió la cabeza de arriba abajo, para responder a Holly. Pronto, todos estuvieron sentados, en silencio, en la enorme sala. El señor Russell subió al estrado y dio la señal para que empezaran a cantar, los maestros y los alumnos, el himno «Barras y Estrellas». Luego dijo:

—Se están haciendo planes estupendos para nuestra fiesta escolar que, como todos sabéis, se celebrará durante tres días del mes que viene. Se han formado varios comités y nombrado presidentes. Pero nos faltan novedades para esta celebración. Si alguno de vosotros puede hacer alguna sugerencia, que se ponga en pie. Os iré llamando a todos, uno a uno.

Al momento se puso en pie un chico. Los Hollister vieron que se trataba de Jeff Hunter, un amigo de Ricky.

—Di, Jeff.

—¿Podríamos tener un tiovivo este año, señor Russell?

—Buena idea —replicó el director—. ¿Hay alguien más a quien le agrade que se instale un tiovivo?

Casi todos los alumnos levantaron la mano y la estancia se llenó de murmullos aprobadores.

—Estoy seguro de que con eso se podría obtener mucho dinero —comentó el señor Russell—. Pero puede resultar difícil encontrar un tiovivo. ¿Hay alguien que se ofrezca a localizar uno?

Pete Hollister se levantó de su asiento:

—Yo, señor Russell —declaró.

Al sentarse Pete, Joey Brill, su compañero de clase, se levantó. Joey era un camorrista, que no había cesado de molestar a los Hollister desde que la feliz familia se trasladara a Shoreham.

—Señor Russell, tendríamos que cambiar las fechas de nuestra fiesta. El Carnaval Jumbo se celebra en los mismos días y me gustaría trabajar de nuevo allí.

Joey había sido vendedor de boletos del tiovivo, en aquel carnaval, hasta que el aparato se rompió.

—Lo lamento, pero no se podrá cambiar la fecha —respondió el señor Russell—. Además, aquí tendremos un tiovivo… Es decir, si Pete Hollister puede encontrar uno.

Cuando Joey comprendió que no se hacía caso de su petición egoísta, arrugó el ceño y volvió a sentarse. Se hundió en la silla, hizo una mueca al señor Russell, que éste no pudo ver, y cuchicheó:

—¡Pete Hollister, eres un idiota sabelotodo!

Y sin más motivos, dio un fuerte manotazo a Pete en la nuca.

Esto sí lo vio el señor Russell, que dijo al momento:

—Joey Brill, abandona la sala inmediatamente; y preséntate luego en mi despacho.

Joey se puso en pie, pasó dando empujones a todos los de su fila, y salió de la sala.

El director preguntó de nuevo si alguien más tenía alguna sugerencia para la fiesta. Ahora el que se levantó fue Dave Meade, el mejor amigo de Pete.

—En la fiesta del año pasado, los chicos mayores celebramos una competición muy divertida. ¿Por qué este año no hacen lo mismo los pequeños? —propuso.

Todos los alumnos de las primeras clases estallaron en aplausos al oír aquello, por lo que el director admitió que era una buena idea.

—¿Quieres ser el presidente, Dave? —preguntó el señor Russell.

El pequeño contestó que le encantaría serlo.

Ann Hunter pensó que sería una buena idea formar un grupo que se encargase de hacer muñecas y animales de trapo para venderlos en la fiesta.

—Y me gustaría nombrar a Pam Hollister presidente —añadió.

Pam hizo una reverencia al aceptar el cargo, y en seguida empezó a pensar en quiénes formarían el grupo. En ese momento, Holly se levantó de un salto.

—¡Tengo una idea! —exclamó, entusiasmada—. Me gustaría dar un paseo a los niños en carro, tirado por nuestro burro «Domingo».

Las alegres risas que siguieron a la propuesta demostraron que la idea de Holly constituiría un éxito en la fiesta.

Después de la reunión, los niños marcharon a sus respectivas clases, pero a todos les resultó muy difícil concentrarse en las tareas escolares. Cuando terminaron las clases, por la tarde, Ricky corrió al encuentro de Dave y le preguntó, casi sin aliento:

—Oye, ¿podré tomar parte en esa competición? ¡Anda, di que sí!

—Claro que sí —respondió Dave—. Cuantos más seáis, mejor.

—¡Estupendo! —contestó Ricky.

Seguidamente, corrió a casa para pensar la manera de construir un cochecito.

Holly, que llegó poco después que su hermano, fue directamente al garaje donde estaba «Domingo». El garaje se encontraba en el gran patio trasero del hogar de los Hollister, situado a orillas del hermoso lago de los Pinos. La casa, antigua y confortable, resultaba encantadora para los esposos Hollister y sus cinco hijos.

Todos los niños, excepto la chiquitina Sue, una niñita de cuatro años, iban a la escuela. Al ver a su hermana dirigirse al garaje, Sue corrió a su encuentro.

—Hola, Sue —saludó Holly—. Voy a dar paseos en burro en la fiesta de la escuela. Vamos a practicar en seguida. Voy a enganchar el carro y tú puedes acompañarme.

Abrió la puerta del garaje y se acercó al pesebre junto al que se encontraba «Domingo», muy tranquilo. Cerca se veía un carro de madera, de dos ruedas. Entre Holly y Sue, pronto tuvieron al burro enganchado al carrito.

—Bien, Sue. Ahora, sube —invitó Holly. Y cuando las dos estuvieron instaladas en el vehículo, gritó—: ¡Arre, «Domingo»!

A «Domingo» le pareció agradable la idea de ir con sus amitas a dar un paseo. Pero en lugar de marchar a un trote lento, como hacía otras veces, el burro se lanzó a correr.

—¡Sooo! —gritó Holly, mientras conducía al animal por el camino que rodeaba la casa—. Ahora volveremos al garaje.

Pero cuando dio un tirón de la rienda izquierda, el burro efectuó un rápido giro.

—¡Eeeh! —chilló Holly—. No tan de prisa, «Domingo».

Pero ya el carrito se había inclinado sobre una rueda.

¡Y las dos niñas fueron lanzadas fuera del carro!