NUEVE
El Impío se balanceaba mecido por los vientos que rugían entre los graderíos del Ojo Vacío. Alaric se agarró con fuerza a la barandilla de proa. En aquel mismo instante, dos esclavos cayeron al océano de sangre.
La batalla comenzó tan pronto como los esclavos estuvieron a bordo. El viento mecía a los barcos sobre las olas de sangre. Aquel mar escarlata estaba infestado de depredadores que devoraban a cualquier esclavo que se precipitara por la borda, y Alaric vio como muchos de los cuerpos destrozados eran lanzados a los graderíos para que los espectadores se lanzaran sobre ellos como si fueran carroña. El combate empezó tan pronto que los esclavos ni siquiera tuvieron tiempo para organizarse. Únicamente podían aferrarse con fuerza y esperar que el Dios de la Sangre no reclamara su vida. Los demás barcos, tripulados por demonios, zarparon del otro extremo del coliseo alentados por el clamor de la multitud.
—¡Van a atacar por babor! —gritó Gearth, que estaba armado con dos dagas oxidadas y se aferraba al palo mayor para no salir trastabillado y rodar por toda la cubierta.
—¿Dónde está babor? —preguntó uno de los asesinos de Gearth.
—¡Ahí! —contestó el gladiador, señalando con el dedo—. ¿Es que tu padre no te enseñó nada?
El Impío comenzó a moverse hacia el barco que se aproximaba. Según lo que podía leerse en la proa del otro navío, se trataba del Descuartizador. La cubierta bullía con las siluetas amenazantes de cientos de demonios de piel rojiza.
—¡Preparad los garfios! —gritó Gearth.
—¿Es que vamos a abordarlo? —preguntó Erkhar, que se aferraba con fuerza a la barandilla.
—Nos están llevando hacia ellos —contestó—. El que quiera morir que se quede quieto esperando a que lo descuarticen.
—¡Tiene razón! —gritó Alaric—. Si dejamos que nos aborden, moriremos todos. Erkhar, que sus fieles aseguren los cabos del Descuartizador. Gearth, preparados para el abordaje.
—Que traten de detenernos si se atreven —susurró Gearth, esbozando una sonrisa de maldad que destacó sobre la sangre que le cubría el rostro; el gladiador se sentía como en casa.
Los esclavos habían encontrado varios cabos con ganchos bajo la cubierta. Cuando el Descuartizador se aproximaba, los fieles de Erkhar se prepararon para lanzarlos mientras murmuraban oraciones desesperadas encomendándose al Emperador.
En otras zonas, la batalla naval también estaba siendo cruenta. Los orkos se recreaban en la matanza mientras su barco, el Desalmado, abordó al Potro de Tortura, una embarcación infestada de demonios. Resultaba imposible saber cuál de los dos bandos estaba ganando, pues tanto los pielesverdes como los demonios lanzaban alaridos de júbilo mientras masacraban a sus víctimas. El Desalmado estaba gobernado por una criatura enorme, una bestia de rostro canino armada con un gran hacha que manejaba el timón mientras decapitaba a todo ser que se aproximaba. Alaric reconoció una quemadura con la forma de una mano de seis dedos en el pecho de aquel demonio.
Otro de los barcos de esclavos, el Malicia, se hundía sin remedio mientras los tripulantes saltaban por la borda. Los demonios de la embarcación que lo había destruido, el Sangre Sagrada, habían saltado al océano y ahora merodeaban alrededor del Malicia como tiburones en busca de sus presas.
La batalla entre el Impío y el Descuartizador decidiría cuál de los dos bandos se haría con la victoria en aquella orgía de sangre orquestada en honor a los ciudadanos de Ghaal.
Unos cuantos garfios de abordaje consiguieron engancharse en el casco del Descuartizador. Como respuesta, una nube de flechas lanzada desde el barco demoníaco comenzó a surcar el cielo. Alaric se puso a cubierto mientras una flecha se clavaba sobre la tablazón muy cerca de él, entonces pudo comprobar que no se trataba de flechas, sino de una especie de criaturas insectoides con forma de dardo cuyas mandíbulas habían comenzado a perforar el casco del Impío. De pronto, uno de los Heles de Erkhar lanzó un grito de dolor mientras caía al suelo con una de esas criaturas clavada en el pecho. Alaric recogió el cabo que aquel hombre había dejado caer y comenzó a tirar de él, haciendo que ambas embarcaciones se aproximaran más. El caballero gris sintió como sus músculos potenciados parecían arder bajo la piel por el tremendo esfuerzo, hasta que finalmente, haciendo crujir la madera del casco, ambas embarcaciones colisionaron.
En aquel instante, Gearth se puso en pie, levantó las dos hojas hacia el cielo y lanzó un grito de guerra. Seguido por sus asesinos, atravesó la cubierta hasta llegar a proa y saltó por encima de la barandilla. Cientos de flechas seguían cayendo sobre la cubierta del Impío, pero el abordaje ya había empezado. Los demonios dejaron caer los arcos hechos de hueso mientras se lanzaban al combate blandiendo unas terribles tenazas. Gearth cercenó un tentáculo de una estocada y acto seguido desgarró el vientre de otro demonio, del que salió una masa carnosa y brillante. Los demonios que tripulaban el Descuartizador eran criaturas despiadadas cubiertas de tendones, con dos pequeños ojos que brillaban sobre sus rostros repletos de colmillos. Cuando alguno de los gladiadores les seccionaba un miembro, éste volvía a crecer rápidamente, y eran criaturas capaces de combar las extremidades hasta convertirse en arañas gigantes que corrían por la cubierta o trepaban por los laterales del casco.
Alaric saltó desde la proa del Impío. En cuanto cayó sobre la cubierta del Descuartizador, un demonio se abalanzó sobre él. El caballero gris ni siquiera necesitó desenfundar la espada, pues agarró a la criatura con ambas manos y, levantándola sobre la cabeza, la partió en dos y la lanzó al océano de sangre caliente.
De pronto, Gearth apareció al lado de Alaric. Había perdido una de las dos dagas, que probablemente se habría quedado clavada en el cráneo de algún demonio. Estaba cubierto de carne y sangre humeante, pues los órganos de aquellas criaturas parecían arder como brasas.
—¡Justo a tiempo! —exclamó Gearth—. ¡Me siento como en casa!
Alaric desenfundó la espada y trató de evaluar la situación. La carga lanzada por Gearth había conseguido hacerse con el control de casi la mitad del puente, pero aún había demonios por todas partes. Emergían a decenas desde las cubiertas inferiores. Sin embargo, aquellos demonios no eran guerreros, sino criaturas inmundas y huesudas recubiertas de piel que parecían revolotear como pájaros alrededor del nido.
—¡Hay algo en las cubiertas inferiores! —gritó Alaric, alzando la voz sobre el fragor del combate—. ¡Estos demonios defienden algo que hay ahí abajo!
—¡Estupendo! —contestó Gearth.
Infinidad de cadáveres de demonios llovían desde lo alto. Kelhedros había trepado por las jarcias y Alaric oyó las estocadas de la espada sierra al perforar la carne demoníaca.
El Descuartizador era una trampa y el Impío había caído en ella, pero Alaric no había podido hacer nada para evitarlo. Luchar hasta la muerte era la única manera de afrontar la situación.
La cubierta bullía de agitación. Hombres y demonios caían gritando al océano de sangre. De pronto, la popa del Descuartizador comenzó a astillarse hasta reventar provocando una lluvia de esquirlas ensangrentadas. Una figura enorme emergió del casco destrozado, era una serpiente marina mucho más larga que el propio navío, una criatura apresada en alguna fosa abisal de los océanos de Drakaasi y confinada en las entrañas del Descuartizador hasta hacer de ella un ser iracundo y vengativo.
La serpiente comenzó a retorcer su enorme cuerpo, enredándose en los mástiles y en el velamen. La cabeza, una protuberancia cubierta de tentáculos y colmillos enormes, se hundió de pronto en las entrañas del barco partiendo en dos el casco del Descuartizador. Casi al instante, la mitad de popa comenzó a hundirse. Por el contrario, la proa se mantenía a flote, seguía unida al Impío mediante los garfios lanzados por los fieles de Erkhar.
Alaric permanecía de pie en la proa del Descuartizador. Tenía la espada en la mano. Intentaba seguir con la mirada los movimientos del monstruo marino, que en aquel momento devoraba a un demonio engulléndolo hacia lo más profundo de sus entrañas. Acto seguido, uno de los asesinos de Gearth saltó para tratar de apuñalar el rostro de la criatura, pero casi al instante desapareció entre la masa informe de tentáculos y colmillos.
Unos sangrientos ojos verdes dominaban el rostro de aquel ser terrible. Uno de ellos se fijó en Alaric.
La serpiente replegó el cuello para preparar el ataque y se abalanzó sobre el caballero gris. Alaric se hizo a un lado y la cabeza de la criatura golpeó de lleno sobre la proa del Descuartizador. Los restos del barco se estremecieron con el impacto, y el Impío comenzó a escorarse. De pronto, un tentáculo se enredó en la pierna de Alaric, tratando de arrastrarlo hacia las fauces de la bestia.
El juez lanzó una patada que arrancó de cuajo uno de los dientes de la serpiente. Una sangre hedionda y repugnante comenzó a brotar de la herida. Desesperadamente, el caballero gris detuvo con los brazos las mandíbulas que se cerraban sobre él mientras intentaba resistir el hedor que emanaba de las entrañas de la criatura. Miles de filamentos se retorcían en la garganta de la serpiente, tratando de alcanzar los pies del caballero gris y arrastrarlo hacia la laringe.
Alaric lanzó un rugido mientras luchaba con todas sus fuerzas para evitar ser devorado. Podía oír los gritos de los demonios y esclavos que la serpiente se había tragado y que ahora se retorcían de dolor hundiéndose en los ácidos corrosivos de las entrañas de la bestia. Aún tenía la espada en una mano. Pero para usarla tendría que soltar la mandíbula de la serpiente, y en ese caso los enormes colmillos lo destrozarían sin piedad.
De pronto, una hoja dentada hizo enmudecer los chillidos de la criatura. Alaric vio como la punta de una espada sierra atravesaba la parte superior de las fauces de la bestia. El monstruo marino comenzó a retorcerse de dolor, y Alaric buscó un punto de apoyo en uno de los enormes colmillos y saltó al vacío.
El caballero gris rodó sobre la cubierta del Descuartizador mientras la serpiente se movía de un lado a otro. Sobre la cabeza de la bestia había una figura, una silueta que en aquel mismo instante saltó para ir a caer junto al caballero gris. La sangre fresca había convertido la cubierta en una superficie muy resbaladiza.
Era Kelhedros, el eldar.
—Xenos —dijo Alaric—, me has salvado la vida.
—Tu muerte no nos conviene a ninguno de los dos.
—No podemos vencer a esa criatura —dijo Alaric mientras veía como la serpiente daba cuenta de lo poco que quedaba de la popa del Descuartizador.
—No, no podemos, pero la batalla ha terminado. Los vientos han cambiado de dirección. Si conseguimos cortar los cabos del Impío, podremos regresar al muelle. La serpiente es lo que esta multitud quiere ver.
Alaric siguió la mirada que Kelhedros dirigió hacia los grádenos. Los espectadores contemplaban enfervorizados como la serpiente devoraba sin piedad a esclavos y demonios por igual. También clamaban de júbilo viendo como orkos y demonios se masacraban mutuamente sobre la cubierta del Potro de Tortura. El navío se aproximaba navegando a la deriva hacia los restos del Descuartizador. Alaric vio a Arguthrax entre la multitud que abarrotaba los graderíos. Estaba rodeado de esclavos y disfrutaba de la matanza desde su trono de sangre. El palco del demonio se encontraba muy cerca del muro que separaba los graderíos del falso océano en el que se estaba librando la batalla. Alaric también vio al duque Venalitor, que se alzaba digno y blanquecino sobre la multitud mientras contemplaba como sus esclavos morían para entretener a los fieles seguidores de Khorne.
—Corta los cabos del Impío —dijo Alaric—. Lleva el barco a lugar seguro.
—¿Y qué pasará contigo? —preguntó el alienígena.
—Sobrevivir no es suficiente para mí —contestó el caballero gris.
El Potro de Tortura estaba cada vez más cerca. En la popa del navío, Alaric vio como el demonio de rostro canino arrojaba a un orko al océano de sangre. En proa, el líder de los orkos, el ser de una sola oreja, estaba rodeado por una pila de demonios que él mismo había descuartizado con el martillo que blandía a dos manos.
Kelhedros decidió no quedarse a ver lo que el caballero gris planeaba hacer. El eldar saltó desde la proa del Descuartizador y cayó sobre la cubierta del Impío, e inmediatamente empezó a cortar los cabos.
El mástil de proa del Descuartizador quedó casi en horizontal a medida que lo poco que quedaba del casco se hundía más y más. La enorme arboladura quedó apuntando en dirección al Potro de Tortura. Alaric empezó a avanzar sobre el mástil intentando mantener el equilibrio mientras la madera se combaba bajo el peso del caballero gris.
El Potro de Tortura estaba muy cerca. El demonio que lo gobernaba arrancó la cabeza de un orko de un solo mordisco, y la sangre comenzó a correr por el pecho de la criatura. La multitud bramaba enfervorizada mientras Arguthrax hacía gestos de aprobación. Alaric comenzó a correr, y saltó con todas sus fuerzas justo cuando llegó al extremo del mástil.
La cubierta del Potro de Tortura pareció desaparecer ante los ojos del caballero gris. Aunque había dado un salto imposiblemente largo, estuvo a punto de no conseguirlo. Alaric golpeó con el pecho sobre la barandilla de proa e intentó agarrarse con una mano mientras sostenía la espada con la otra. Finalmente, realizando un terrible esfuerzo, consiguió subir hasta la cubierta del barco.
El orko de una sola oreja lo miró y emitió un gruñido. Aquel alienígena estaba disfrutando con la matanza. Además de él también quedaban unos cuantos orkos más. Aquellos pielesverdes se enfrentaban con excitación a los demonios, quienes trataban desesperadamente de descuartizarlos con las enormes tenazas que tenían por miembros.
Inmediatamente, el campeón demoníaco posó los ojos sobre el caballero gris. Era casi el doble de alto que Alaric. Estaba cubierto de músculos fibrosos por los que resbalaba una saliva repugnante que caía de su boca. Estaba armado con unas enormes tenazas y agitaba de lado a lado una cola erizada de púas. Infinidad de miembros cercenados y de cadáveres descuartizados yacían junto a él. De pronto extendió dos grandes alas de piel correosa, emitió un grito de guerra en lengua demoníaca y se elevó en el aire.
La multitud enloqueció mientras el demonio cargaba en picado hacia la proa del barco. Tan sólo su peso le bastaría para aplastar a Alaric sobre la cubierta de madera. El caballero gris reaccionó más rápido de lo que jamás había hecho. Soltó la espada y agarró con fuerza el mástil de proa del Potro de Tortura. Realizando un tremendo esfuerzo, consiguió arrancarlo y dirigir la punta de madera directamente hacia el pecho de la criatura alada. El demonio intentó corregir la trayectoria, pero era demasiado tarde. Batió las alas frenéticamente para tratar de sobrevolar a Alaric, pero el caballero gris arremetió contra él clavándole la punta del mástil en el pecho. La inercia de la bestia hizo que la enorme arboladura le atravesara el cuerpo, deslizándose por la madera hasta llegar a la cubierta. Empalado en el mástil como un insecto sobre una plancha de corcho, el demonio soltó un alarido desesperado.
Inclinando el extremo que sostenía entre las manos, Alaric hizo caer de rodillas a la bestia agonizante. La multitud aplaudió el gesto mientras los orkos gritaban en señal de aprobación. En el graderío, Arguthrax frunció el ceño. La mano de seis dedos que tenía grabada en el pecho indicaba que aquel demonio le pertenecía. Sin duda, Arguthrax lo había enviado al Ojo Vacío para aplastar a los esclavos de Venalitor. Pero en lo que al demonio se refería, finalmente la batalla no se había desarrollado según lo previsto.
Alaric recogió la espada del suelo y de un único tajo cercenó la cabeza del campeón demoníaco. Un chorro de sangre humeante y multicolor comenzó a brotar del cuello de la criatura. Alaric soltó el mástil y el cuerpo sin vida de la bestia se desplomó sobre la madera ensangrentada. Acto seguido, el caballero gris recogió la cabeza del suelo.
El orko de una sola oreja dirigió a Alaric un gesto de aprobación. Los demonios que aún quedaban con vida en el Potro de Tortura intentaron huir aterrorizados, pero los orkos se abalanzaron sobre ellos cercenándoles los miembros deformes y desgarrándoles las entrañas. La batalla naval del Ojo Vacío había llegado a su fin en un clímax de sangre y muerte.
Sin embargo, Alaric aún debía perseguir una última victoria. El caballero gris saltó sobre la barandilla de proa y levantó los brazos. Sentía que le quedaban pocas fuerzas, de modo que tendría que ser muy preciso. No sabía si podría hacerlo. La muchedumbre lo aclamaba creyendo que se regodeaba en la victoria. Alaric dejó que el clamor de la multitud le diera la fuerza que necesitaba.
Acto seguido lanzó la cabeza tan lejos como fue capaz. El rostro del demonio aún se retorcía y miraba fijamente a Alaric mientras volaba sobre el océano de sangre. Con un sonido húmedo, la cabeza fue a caer a los pies del duque Venalitor.
Todos los ojos del coliseo lo vieron. E inmediatamente buscaron la mirada de odio en el rostro de Arguthrax.
El Potro de Tortura navegó penosamente hacia la entrada de la arena, donde los esclavos del Impío ya estaban desembarcando. Los orkos que había junto a Alaric celebraban la victoria arrojando restos de demonios muertos hacia los graderíos. Su líder, el orko de una sola oreja, comenzó a entonar un grito de guerra que los demás acompañaron inmediatamente.
Estaban entonando sus plegarias.