VEINTE

VEINTE

Aunque camine por el valle de las sombras de los demonios no tendré miedo, pues yo soy aquello que los demonios más temen.

Gran maestre MANDULIS de los Caballeros Grises

La factoría de titanes se extendía bajo el Forjador de Infiernos. La enorme sombra convirtió el crepúsculo permanente de Chaeroneia en una noche sin estrellas mientras el enorme crucero descendía entre las nubes de polución hasta llegar a las capas bajas y relativamente limpias de la atmósfera. El demonio al mando de los sistemas de navegación mantenía los retrocohetes del Forjador de Infiernos a máximo rendimiento, consiguiendo así que la enorme silueta de la nave flotara sobre el complejo. Muy pocas naves podrían hacer lo mismo; de hecho, muchas de ellas ni siquiera estaban diseñadas para realizar vuelos atmosféricos. Pero el Forjador de Infiernos era una nave vieja y conocía ciertos trucos que la Armada Imperial había olvidado hacía ya mucho tiempo. .

En el puente, Urkrathos estudiaba con detenimiento los planos de la factoría. El consumo energético de aquel complejo era tal que la nave estaba teniendo problemas de interferencias; las glándulas oculares de la panza de la nave resultaban incapaces de enfocar el lugar y enviar imágenes nítidas al puente. Los titanes podían verse con claridad, un centenar de figuras, alzándose silenciosas como una guardia de honor que daba la bienvenida a Urkrathos. Pero resultaba imposible ver los detalles. Y esos detalles eran precisamente lo más importante. Hubo un titán en particular que llamó poderosamente la atención de Vkkiatlvos. El capitán Intentaba confirmar la veracidad de la señal escudriñando las diferentes pictopantallas que habían emergido del cuerpo de uno de los demonios.

Podía distinguir las siluetas de varios Reaver y Warlord, y había incluso algunos titanes de exploración Warhound. Uno de aquellos titanes había caído, y los precisos órganos de visión de Urkrathos comprobaron que se había producido un combate corto pero intenso entre los restos. Había cuerpos y pequeños cráteres por todas partes. Pero eso no era lo que al capitán le interesaba.

De pronto vio un resplandor rojizo de metal fundido. El sistema de visión amplió la zona y en la pantalla apareció un cráter humeante rodeado de restos metálicos abrasados.

—Ahí —le dijo al demonio—. Amplíalo más.

El demonio emitió un gruñido mientras su cuerpo ulceroso comenzaba a retorcerse, haciendo que todas las pantallas del puente se replegaran y agrandando la única que mostraba el cráter. La imagen se distorsionó momentáneamente mientras la glándula ocular la enfocaba de nuevo y la ampliaba. Urkrathos la observó con detenimiento: uno de los titanes acababa de ser destruido. No podía averiguar de qué tipo se trataba, pero tampoco estaba interesado en hacerlo, lo que en realidad le llamó la atención fueron las gigantescas huellas que habían resquebrajado el rococemento.

Inmediatamente envió una orden mental a los sensores de la nave para que escanearan la dirección de aquellas pisadas. Eran enormes, mucho más grandes que las de un titán de la clase Imperator. Acto seguido, los escáneres detectaron la silueta temblosa de una enorme armadura, tan brillante que podía verse con toda claridad a pesar de las interferencias.

Urkrathos vio las llamas verdosas, los enormes cañones rotatorios y las estilizadas líneas de una silueta que jamás podría haber sido creada por ningún tecnosacerdote y tampoco por el Mechanicus Oscuro.

Lo había encontrado. El tributo que Chaeroneia le había prometido a Abaddon el Saqueador. El presente que Urkrathos había ido a recoger. El padre de los titanes. Un dios máquina invencible que contenía en su interior la información necesaria para reproducir su tecnología hasta el infinito. El arma que pondría fin a la Decimotercera Cruzada Negra y que lanzaría a Abaddon a su inexorable conquista de la galaxia.

—Mantened la posición —dijo Urkrathos—. Y preparad el aterrizaje.

* * *

En la décima de segundo que Alaric tardó en levantar el bólter, el Castigador voló hasta el extremo de la cámara. Sus ojos se veían ahora más pequeños y rebosantes de ira. En la décima de segundo siguiente, mientras el Caballero Gris apretaba el gatillo, el resplandor verdoso se extendió por su rostro y por sus brazos hasta rodearle completamente las tenazas.

El fuego bólter inundó toda la cámara. Alaric había seleccionado la configuración automática. El Castigador se movía tan rápido que le resultaba casi imposible verlo; dos de los disparos hicieron blanco en el pecho, pero todos los demás se perdieron, agrietando las paredes como si unas enormes telas de araña se hubieran extendido por ellas.

—¡Traidor! —gritó el demonio—. ¡Consigue comprender y aun así ataca! ¡Traición!

El Castigador, envuelto en llamas, se abalanzó sobre Alaric. El Caballero Gris disparó de nuevo el arma haciendo que el demonio retrocediera empujado por una ráfaga de fuego bólter.

El Castigador lanzó a Alaric contra una de las paredes. Durante un instante el marine espacial pudo ver sus ojos llenos de odio verdoso; las llamas que salían de ellos le abrasaron las placas de la armadura y la piel del rostro. Inmediatamente después, el Castigador lo arrojó de nuevo contra otra de las paredes.

El peso de Alaric con la armadura completa era más que considerable, pero el Castigador era muy fuerte. El Caballero Gris impactó contra el material transmisor de datos al tiempo que miles de esquirlas de cristal diminutas se le clavaban en la piel. Atravesó varias capas del núcleo del cogitador hasta sumergirse en un frío verde y gélido, sometido a una presión tan enorme que lo hizo atravesar aquella sustancia y salir por el extremo opuesto.

Alaric comprendió en seguida lo que ocurría: había atravesado los ojos llameantes del inmenso titán saliendo disparado hacia el exterior. Consiguió pensar lo suficientemente rápido como para agarrarse a un saliente de la armadura, justo debajo del inmenso rostro de aquella máquina de guerra. Sus piernas quedaron suspendidas en el vacío a gran distancia del suelo. Realizando un tremendo esfuerzo consiguió alzarse y refugiarse en un pequeño recoveco. Su entrenamiento especial le permitió hacer un recuento de sus múltiples heridas sin perder la conciencia a causa del dolor; tenía la cara quemada, varias costillas rotas y apenas podía mover el brazo con el que disparaba.

Entonces vio sobre él una enorme silueta oscura, una superficie de metal corrompido tan grande que parecía un cielo de hierro putrefacto. Se trataba de una nave, un crucero que había acudido a Chaeroneia respondiendo a la señal de Castigador, dispuesto a entregar a Abaddon al padre de los titanes. Aquello significaba que Alaric había llegado demasiado tarde.

De pronto un sonido llamó la atención del Caballero Gris. Algo se movía por la superficie del titán; era una criatura bestial y canina, a medio camino entre lagarto e insecto y con unas terribles fauces entre las que se retorcían infinidad de tentáculos. Un demonio.

Alaric trató de desenfundar la alabarda némesis, pero antes de que pudiera conseguirlo la criatura se abalanzó sobre él. La placa de ceramita sobre la que se apoyaban era de reducidas dimensiones y la superficie era curva y resbaladiza. Alaric trató de mantener el equilibrio mientras luchaba por blandir su arma, pero sabía que no tendría tiempo antes de que aquella criatura cayera sobre él.

De pronto se produjo un sonido similar al de un trueno y el demonio explotó causando una lluvia sangrienta de carne verde y negruzca. Alaric levantó la vista y vio al hermano Dvorn aparecer desde detrás del collar que protegía la cabeza del titán y aplastar con el martillo némesis los pocos restos que quedaron del demonio.

—¡Juez! —exclamó Dvorn, sorprendido—. ¡Aún sigue vivo! —A continuación miró la masa de carne ácida que una vez fue el demonio—. Estas malditas criaturas se reproducen como ratas. Por más que las aniquilamos siempre aparecen unas cuantas más. Haulvarn cree que somos una especie de infección y que estos seres son el sistema inmunitario del titán.

—Está en lo cierto —dijo Alaric mientras se encaramaba al collar de ceramita para alejarse del borde de la placa—. Pero hay algo peor. He conseguido dar con el demonio que controla esta máquina, y está muy enfadado. Todo parece indicar que pronto tendremos compañía. —Alaric señaló hacia la enorme silueta que se cernía sobre ellos.

Las compuertas de la panza de la nave se estaban abriendo, y el Caballero Gris sabía que muy pronto empezarían a verse cápsulas de desembarco repletas de tropas dispuestas a cobrar su tributo.

—¡Juez! —gritó el hermano Haulvarn, que se acercaba corriendo por la ceramita.

Al igual que Dvorn, se hacía evidente que había estado luchando incansablemente contra aquellos demonios menores. Quizá por eso Alaric había conseguido llegar hasta el Castigador sin que lo molestaran.

—He percibido el despertar de esta máquina. ¿De qué se trata?

—No estoy seguro, pero eso no importa. Hermanos, debéis destruir esta máquina. El núcleo del reactor está expuesto, podréis llegar hasta allí a través de los ojos del titán. Haced lo que sea para desestabilizarlo.

—Así será, juez —le aseguró Haulvarn—. Pero ¿y el demonio?

Súbitamente, la figura ardiente del Castigador apareció a través de la cabeza del titán, gritando de ira y tensando los músculos de su nuevo cuerpo demoníaco mientras se retorcía convirtiendo su rabia en una fuerza sobrehumana dispuesta a aplastar a Alaric.

—Yo me ocuparé de él —contestó el juez—. La flota del Caos ha venido a recoger a este titán, no dejéis nada que puedan cargar en sus bodegas. ¡Adelante!

Haulvarn y Dvorn se apresuraron hacia la cabeza del titán. Como Alaric esperaba, el Castigador los ignoró. Era a él a quien quería matar. Alaric era el traidor; aquel que había comprendido y no se había sometido.

El Castigador comenzó a lanzar proyectiles de energía pura envueltos en llamas verdosas que volaron hacia Alaric como si fueran cometas. Pero el Caballero Gris, a pesar del tamaño y del peso de su armadura, seguía siendo un marine espacial; su cuerpo estaba augmetizado para proporcionarle tanto fuerza como velocidad. Alaric consiguió evitar el primer disparo y esquivó el segundo mientras abría fuego sobre el Castigador. El borde de la placa estaba peligrosamente cerca, y el Caballero Gris consiguió evitar por poco un nuevo disparo de fuego demoníaco. El Castigador era tremendamente rápido, y con un movimiento casi imperceptible se alzó sobre el titán.

Acto seguido se produjeron más y más explosiones que abrieron cráteres en la placa que cubría el hombro del titán. El Castigador se mostraba indignado; probablemente nunca antes nadie se había interpuesto en su camino. Había decidido olvidar el plan que llevaba miles de años preparando, y ahora lo único que quería era matar. Aquélla era la única ventaja que Alaric podría tener, e iba a intentar aprovecharla.

El Castigador se abalanzó sobre Alaric decidido a acabar con él empleando las tenazas. Pero el Caballero Gris desenfundó la alabarda némesis y la hundió directamente en el pecho del demonio, haciéndose a un lado justo cuando la criatura golpeaba con uno de sus puños la ceramita de su armadura.

El demonio se revolvió y agarró a Alaric haciendo que se tambaleara. La criatura continuó golpeándole la armadura como si ésta no ofreciera la menor resistencia, empujando al Caballero Gris hacia el borde del precipicio.

Aquel demonio era tremendamente fuerte, más que ningún otro al que Alaric se hubiera enfrentado en combate cuerpo a cuerpo. Y estaba consiguiendo imponerse.

El marine espacial sintió cómo su brazo se quebraba bajo el peso de la bestia. Era el que sostenía el bólter, aunque por el momento podría pasar sin su arma. Intentó moverlo de nuevo y sintió su peso muerto; sin embargo, consiguió zafarse de las tenazas del demonio y golpear su rostro inexpresivo con la empuñadura de la alabarda. El demonio retrocedió un instante y Alaric le hundió la hoja del arma némesis directamente en la garganta, para, acto seguido, atravesarle el rostro con una nueva estocada.

Unos enormes dientes aparecieron en los límites de la herida que acababa de abrir en la cara del demonio, convirtiéndose en unas fauces verticales de las que la sangre manaba a borbotones mientras el Castigador lanzaba un temible alarido. El demonio agarró la pierna de Alaric con unas tenazas que emergieron de uno de sus pies y se elevó sobre el enorme titán. El Caballero Gris vio pasar ante sus ojos el collar de ceramita y de pronto se encontró suspendido en el aire mientras el Castigador volaba sobre la factoría de titanes hacia la bóveda metálica de la nave del Caos.

Iba a dejarlo caer. Era así de simple. Alaric podía luchar tan bien como el mejor soldado del Imperio, pero había una cosa que no podía hacer: volar.

Mientras el Castigador seguía ascendiendo, el Caballero Gris, que estaba colgado boca abajo, dobló la espalda forzando su brazo herido para asestar una estocada con ambas manos. La criatura abrió las tenazas y Alaric quedó agarrado únicamente a la empuñadura de la alabarda. El Castigador comenzó a chillar y a revolverse intentando extraer la hoja que le había atravesado el cuerpo. Alaric estaba a punto de caer. Pero el demonio empezó a debilitarse. Había perdido la concentración y sus poderes para volar habían disminuido a causa del dolor y la rabia. De pronto el Castigador comenzó a caer, precipitándose hacia la superficie del complejo. Alaric se agarró con fuerza mientras el demonio pasaba entre las piernas de un titán Warlord y realizaba un giro para evitar chocar contra un enorme búnker.

Ambos golpearon el suelo. La alabarda saltó por los aires mientras Alaric y el demonio rodaban sobre la superficie de rococemento. Durante un instante todo a su alrededor se volvió dolor y oscuridad. La cabeza de Alaric se golpeó contra la superficie, rompiéndose todos los dientes y lanzando una estocada de dolor punzante a su brazo roto. Durante un instante no supo si estaba vivo o si caía irremediablemente hacia uno de los muchos infiernos a los que eran enviados aquellos que fracasaban.

Finalmente dejó de girar y se detuvo por completo. Recuperó la visión y trató de olvidar el dolor que le embotaba los sentidos. Estaba vivo. Se arrastró por el suelo para coger la alabarda, que había caído cerca de él. Miró a su alrededor y vio que el Castigador ya se había puesto en pie.

La herida que tenía en el abdomen era una masa negruzca y palpitante. Unos miembros repletos de hojas afiladas salían del orificio. También había garras amenazantes y tentáculos que se retorcían; todas las múltiples formas que podía adoptar la carne demoníaca. Alaric se detuvo un instante mientras trataba de olvidar el tremendo dolor que lo oprimía sustituyéndolo por la disciplina férrea de un marine espacial. Los dos enemigos estaban separados unos veinte metros, lo suficientemente cerca como para que Alaric pudiera ver todos y cada uno de los músculos del cuerpo cambiante del Castigador mientras se tensaban para dar el golpe. El Caballero Gris hizo lo mismo, se preparó para asestar el ataque final sabiendo que aquélla sería su última oportunidad para acabar con el Castigador del único modo que podía: de cerca, mano a mano, cara a cara, donde la fuerza de los marines espaciales y la ferocidad de los Caballeros Grises le otorgarían una mayor ventaja.

Se miraron el uno al otro durante un instante. Hombre y demonio. Cada uno de ellos concentrados únicamente en acabar con su adversario. Un instante después, los dos cargaron a la vez.

Alaric empezó a correr. El Castigador lanzó hacia adelante docenas de miembros insectoides. Sus fauces babeantes y su herida rodeada de tentáculos se abrieron movidos por una irrefrenable sed de sangre. Finalmente, los dos contendientes se abalanzaron el uno sobre el otro en una lucha final que explotó en una maraña de miembros retorcidos y hojas afiladas.

Con la primera estocada el Caballero Gris consiguió cercenar las tenazas del Castigador. Su segundo golpe impactó directamente sobre el cuerpo del demonio, por mucho que éste había intentado esquivarlo. Acto seguido, la criatura del Caos trató de derribar a Alaric, pero el Caballero Gris respondió hundiendo su puño en la maraña de sierras óseas y tentáculos viscosos.

Poco después, Alaric atravesó con la bota de su armadura aquella masa cartilaginosa, consiguiendo así un punto de apoyo que le permitió saltar hasta estar a la altura de la cabeza del Castigador. El Caballero Gris emitió un tremendo alarido lleno de pura rabia y hundió la hoja de la alabarda en la garganta de su enemigo. Aquella masa corrupta succionó el arma arrancándosela de las manos, pero a Alaric no pareció importarle, pues alzó el puño y comenzó a golpear el rostro del Castigador una y otra vez.

Un Caballero Gris estaba entrenado para actuar con prudencia y sensatez, sin dejarse llevar por la ira ni por la sed de sangre que caracterizaba a algunos capítulos del Adeptus Astartes, pero también sabía que cada enemigo requería una estrategia diferente. Algunos sólo podían ser derrotados mediante el engaño y la astucia, otros mediante fuerza de voluntad, y los Caballeros Grises poseían ambas cualidades. Pero había otros enemigos, algunos de ellos ocultos entre las filas de los demonios, que únicamente podían ser derrotados mediante una rabia genuina y ancestral.

En aquellos momentos Alaric se movía por pura rabia. Una y otra vez hundía su puño en el rostro del Castigador, en esa boca horrenda desprovista de labios y en esos ojos llameantes. Mientras golpeaba frenéticamente a su enemigo podía sentir la muerte de sus hermanos de batalla, las muertes de Archis y de Lykkos; la muerte del archimagos Saphentis y de su Tecnoguardia. También podía sentir el dolor de la herida de Hawkespur y la corrupción del espíritu de Thalassa; el sufrimiento de Chaeroneia durante más de mil años, enviada a la disformidad para satisfacer a una inteligencia que jamás debería haber existido. Todo eso era lo que Alaric podía sentir, concentrándolo hasta formar una lanza de puro odio que hundió directamente en el alma del Castigador.

El demonio retrocedió apoyándose en sus numerosos miembros. Su rostro ya no era más que una maraña de carne, llamas y sangre que brotaban de sus muchas heridas. Alaric le introdujo la mano en la garganta y extrajo la alabarda némesis, reventando la carne demoníaca al salir.

—Deberías haber elegido un enemigo con menos imaginación —dijo Alaric. Quien acto seguido dibujó en el aire un arco con la hoja de la alabarda y seccionó de una sola estocada la cabeza del Castigador.

Aquel estertor final fue el alarido más terrible que Alaric oiría jamás. El Castigador emitió un último y agonizante grito en código binario. Toda la información que contenía comenzó a brotar a borbotones en forma de unos y ceros, como disparada por una ametralladora. Disparos de información pura que emergían del cuerpo destrozado del demonio. Entre toda aquella información Alaric distinguió los pensamientos del Castigador. Vio legiones interminables de titanes Castigador marchando por el palacio imperial de Terra o desfilando sobre la superficie de Marte. Contempló una destrucción tan absoluta que las mismísimas estrellas se apagaban aterrorizadas, dejando tras de sí un universo oscuro y agonizante en el que el Castigador haría cumplir su voluntad. Pero de pronto todas aquellas imágenes desaparecieron. Sin la voluntad del Castigador para mantenerla unida, toda aquella información explotó dando lugar a una lluvia infinita de fragmentos sin sentido, una tormenta de esquirlas luminosas condenadas a apagarse junto con la propia vida del Castigador hundiéndose en un charco de sangre corrupta.

La cabeza del demonio cayó al suelo. Alaric se alejó un par de metros de aquel cuerpo repugnante sin vida y se dejó caer de rodillas sobre el suelo, exhausto. El cuerpo del Castigador, que había caído de costado, era casi del tamaño de un tanque y estaba cubierto de pústulas corruptas, ahora secas e inofensivas por la desaparición de aquello que las mantenía con vida. La piel del demonio se deshizo mientras su cuerpo sin vida empezaba a derretirse.

Alaric se volvió y vio el enorme titán que se alzaba sobre el bosque de máquinas de guerra. Uno de sus ojos explotó produciendo una llamarada verdosa y dejándole un enorme agujero en el rostro, por el que en seguida empezó a brotar plasma ardiente.

Parecía que el reactor estaba en estado crítico. El plasma se había sobrecalentado y todos los sistemas estaban a punto de bloquearse. Haulvarn y Dvorn lo habían conseguido.

Alaric recogió del suelo la cabeza sin vida del Castigador. El brillo verdoso de sus ojos ya no era más que un tenue resplandor, casi incapaz de iluminar lo poco que quedaba de las cuencas oculares. Sus horribles fauces estaban inmóviles. Alaric levantó la cabeza para que pudiera verla el titán.

Poco a poco, la enorme silueta de aquella gigantesca máquina de guerra comenzó a arquearse. Su rostro se derretía por culpa del plasma ardiente que se había extendido por todos sus sistemas. Ni siquiera la milagrosa capacidad de autorreparación de aquel titán podría hacer nada ante una destrucción tan absoluta.

—¿Puedes verla? —dijo Alaric—. Tú querías destrucción, pues ahí la tienes.

De pronto se produjo un destello blanquecino en el interior del pecho del titán. El reactor de plasma se había colapsado. La máquina de guerra comenzó a tambalearse e inmediatamente quedó rodeada por una gran bola de una luz tan brillante y abrasadora que derritió el cuerpo de las demás máquinas de guerra que había a su alrededor.

Un viento caliente se extendió por todo el complejo, llevando consigo el canto del cisne del padre de los dioses máquina.

En cuanto el resplandor de la explosión hubo disminuido, Alaric bajó la vista para mirar la cabeza del Castigador. Las llamas de sus ojos por fin se apagaron y Alaric pudo retirar el escudo psíquico que protegía su mente. El Castigador había muerto.

* * *

—¡No! —rugió Urkrathos—. ¡No!

El demonio encargado de los sensores repitió apesadumbrado la imagen. Aquel titán, creado siguiendo una auténtica plantilla de construcción estándar a partir de la cual podrían fabricarse infinidad de máquinas de guerra casi invencibles, ardía sin remedio bajo la sombra del Forjador de Infiernos.

—Esto… ¡Esto es un insulto! —Urkrathos hundió el puño en el demonio que había junto a él, resquebrajando la pantalla y haciendo que aquella criatura inmunda se retorciera de dolor—. ¡Intentar embaucar a Abaddon y luego hacerme venir hasta aquí para esto! ¿Qué clase de insubordinación es ésta? ¿Cómo se atreven a desafiar así al elegido de Abaddon?

Urkrathos se volvió y dirigió su mirada hacia el resto del puente. Los demonios permanecían en silencio, pues sabían reconocer uno de los arrebatos asesinos de su capitán en cuanto lo veían.

—El Saqueador recibió la promesa de un tributo. —Una rabia pura e incontrolada acompañaba cada una de las palabras de Urkrathos—. Y un tributo será lo que reciba. ¡Un tributo de sangre, de muerte y de fuego! ¡Cerrad las compuertas y ascended a las capas medias de la atmósfera! ¡Todas las baterías láser a máxima potencia!

* * *

Dos figuras aparecieron silueteadas contra el resplandor producido por la explosión que acabó finalmente con el titán. Alaric las reconoció antes incluso de que sus órganos de visión se adaptaran al brillo; eran el hermano Haulvarn y el hermano Dvorn. Estaban abrasados, pero seguían vivos.

—Bien hallados, hermanos —los saludó Alaric con un cierto tono de seriedad—. Veo que habéis conseguido salir victoriosos.

—Bien hallado, juez —dijo Haulvarn—. Dvorn consiguió encontrar un pasaje de mantenimiento que desembocaba cerca de la rodilla, lanzamos un par de bombas de fusión directamente en el núcleo y escapamos rápidamente. Me preguntaba si sería efectivo.

—Y yo me preguntaba —continuó Dvorn señalando hacia el montón de carne humeante que había sido el Castigador— si dejaría algo de esa criatura para mí.

—Siento decepcionarte, hermano, pero ese demonio y yo teníamos un par de asuntos que resolver.

Haulvarn volvió la cabeza al oír un sonido que se aproximaba. Alaric también se dio la vuelta y vio una enorme máquina completamente armada que se aproximaba, similar a aquellas contra las que ya habían tenido que luchar en la batalla por la factoría. Era del tamaño de un transporte blindado Rhino y estaba repleto de armas y sierras giratorias. La última vez que Alaric vio uno de aquellos artefactos estaba huyendo de la fábrica de titanes tras la muerte de Scraecos; y ahora uno se aproximaba hacia ellos. Los tres Caballeros Grises apuntaron preparándose para abrir fuego.

—¡Esperad! —dijo Alaric en cuanto reconoció el cuerpo que iba en uno de los anclajes frontales de aquella bestia mecánica—. ¡Alto el fuego!

Aquella figura era Hawkespur. Incluso bajo el visor del casco de su traje de vacío Alaric vio que tenía la piel casi completamente blanca.

—Sigue con vida —dijo una voz distorsionada procedente del vehículo.

—Antigonus.

De algún modo, a Alaric no le sorprendió que el magos Antigonus hubiera sobrevivido. Había conseguido resistir en Chaeroneia durante mil años. A su manera, él era el más duro de todos. Cuando el Warhound fue abatido debió de haber saltado a la máquina más cercana, que resultó ser uno de los artefactos de guerra del Mechanicus Oscuro.

—Su hermano de batalla Cardios ha muerto —dijo Antigonus. Su voz llegaba distorsionada a través de la unidad vocal—. El tecnoguardia también. El enemigo cayó sobre nosotros y ambos tuvieron que dar su vida para proteger a la interrogadora.

Alaric se acercó corriendo hasta ellos. La respiración de Hawkespur era muy débil, y su herida, que tenía un vendaje muy rudimentario, sangraba profusamente.

—No le queda mucho tiempo —dijo.

—A nosotros tampoco —recalcó Antigonus—. Los sensores de este artefacto no son muy buenos, pero parece que tropas del Mechanicus se dirigen hacia aquí enviadas desde la ciudad. Y la nave que hay sobre nuestras cabezas se está elevando para alcanzar altitud de fuego. Usted y sus hermanos suban a bordo, juez. Esta máquina es mejor que ir a pie.

—Tendremos que rezar por Cardios más tarde —dijo Alaric antes de volverse hacia Haulvarn y Dvorn—. Subid a bordo y manteneos alerta.

—Pero que sea rápido —insistió Antigonus—. Creo que yo no soy la única presencia en los sistemas internos de esta máquina.

Los tres Caballeros Grises se introdujeron en el artefacto de guerra. Por primera vez Alaric fue consciente de la gravedad de sus heridas. Pero eso era lo que menos le importaba. El Castigador había sido destruido. El poder que dirigía Chaeroneia había sido derrocado y quedaban por rezar muchas oraciones en honor a los caídos.

Antigonus exprimió al máximo la potencia del motor y éste los llevó rápidamente hacia una de las salidas del complejo dejando tras de sí los restos humeantes del titán Castigador. En el cielo, el gigantesco crucero del Caos comenzaba a abrir las compuertas y a preparar las baterías.

* * *

La mente colectiva de los tecnosacerdotes de Chaeroneia estaba totalmente desconcertada. Los acontecimientos se habían sucedido de manera tan rápida e inesperada que resultaba incapaz de comprender nada. El despertar del Castigador y su destrucción, el crucero del Caos, la muerte de Scraecos en la batalla del titán caído, el descomunal poder psíquico que emanó del Castigador y que se apagó súbitamente… Había infinidad de explicaciones posibles que circulaban entre las mentes que dirigían Chaeroneia. Ninguna de ellas era satisfactoria y la mayoría eran heréticas.

Las baterías que el crucero del Caos estaba apuntando a la superficie eran simplemente una complicación más. Un problema que se sumó a la maraña de contradicciones y absurdos y del que ningún tecnosacerdote se preocupó hasta el mismo instante en que abrieron fuego.

* * *

Un viento caliente y lleno de cenizas soplaba en la cara de Alaric mientras Antigonus atravesaba el desierto. El Caballero Gris miró hacia atrás para ver cómo se alejaba la fábrica de titanes, dominando aún el desierto con sus altas torres de vigilancia y sus gigantescos titanes, todo ello envuelto bajo la sombra del crucero del Caos.

De pronto, un enorme y resplandeciente rayo rojizo atravesó el cielo para caer directamente sobre los niveles superiores de la aguja central del complejo. Acto seguido, comenzaron a sucederse pequeñas explosiones por toda la estructura. Justo después cayó otro rayo, y después otro más, inundando todo el complejo en un resplandor escarlata. Súbitamente, todas y cada una de las armas del crucero del Caos abrieron fuego al unísono. La aguja central explotó, pero pronto aquel fuego quedó empequeñecido por la violencia de las detonaciones que se produjeron cuando los rayos láser alcanzaron los reactores de los titanes y los depósitos subterráneos de combustible.

La destrucción total de la fábrica de titanes no duró más de unos pocos minutos. La inmensa capacidad de fuego láser del crucero del Caos se vio incrementada con la ayuda de los bombardeos orbitales y de las baterías de artillería. Las torres de vigilancia se derrumbaron y el líquido que llenaba el foso se incendió. Los titanes comenzaron a caer uno tras otro, como hombres ejecutados por un pelotón de fusilamiento, extendiendo por el desierto adyacente gigantescas nubes de aire caliente y fuego.

Antigonus tuvo que luchar para mantener el control cuando el suelo comenzó a estremecerse. Alaric se agarró con fuerza para no perder el equilibrio a causa de la onda expansiva mientras observaba cómo el fuego se apoderaba de los niveles inferiores hasta destruir por completo la guarida del Castigador.

Poco después, la enorme sombra comenzó a alejarse poco a poco. El crucero del Caos empezó su ascenso hacia la órbita de Chaeroneia, listo para regresar al vacío espacial. El tributo de Abaddon había sido destruido, y la nave del Caos se había cobrado una terrible venganza por ello.

Al cabo de poco tiempo la silueta de la factoría de titanes comenzó a perderse entre las nubes de ceniza. El motor de guerra se adentró en el desierto alejándose cada vez más de Manufactorium Noctis.

* * *

El inquisidor Nyxos hizo una pausa y cerró un libro con tapas de cuero que sostenía entre las manos. Los informes de Alaric y de los demás Caballeros Grises aún tardarían un tiempo en estar preparados, pues sus implicaciones eran de una naturaleza extraordinaria. Alguien tendría que explicar a las autoridades pertinentes cómo la expedición de reconocimiento de Chaeroneia había encontrado y destruido una plantilla de construcción estándar. Y Nyxos sabía que ese alguien sería él.

Los aposentos que le habían sido asignados en la Ejemplar resultaron estar en una de las zonas menos dañadas de la nave. El crucero del Mechanicus consiguió resistir los envites de la nave del Caos, pero habría resultado destruido con total seguridad de no haber sido porque la flota enemiga se retiró para aterrizar en la superficie de Chaeroneia. Ahora aquella flota había desaparecido, todas sus naves habían saltado apresuradamente a la disformidad. Habría sido imposible para la Ejemplar intentar salir en su busca, y ahora el crucero aguardaba en la órbita de Chaeroneia a que alguna nave de la Armada acudiera para evacuar a los supervivientes de la tripulación del Mechanicus. Los aposentos de Nyxos eran fríos e incómodos, pero al inquisidor no le molestaba rodearse de tanta austeridad después de haber estado tan cerca de morir en la batalla por la órbita de Chaeroneia. De no haber sido por la eficacia de sus implantes augméticos no habría conseguido sobrevivir cuando las cubiertas verispex se despresurizaron. Y por lo que sabía, nadie más de los que se encontraban allí había tenido tanta suerte.

Alguien llamó a la puerta.

—Adelante —dijo Nyxos.

La puerta se abrió dejando ver al juez Alaric. Incluso sin la armadura su tamaño era enorme, capaz de llenar la habitación únicamente con su presencia. La luz trémula de las velas hacía resaltar la sangre seca que cubría las cicatrices de su noble rostro alargado. Tenía unos vividos círculos oscuros alrededor de los ojos, normalmente muy expresivos y llenos de curiosidad, especialmente en comparación con los de algunos marines espaciales; pero en aquel momento simplemente estaban cansados.

—Juez, me alegro de que haya podido venir a visitarme —dijo Nyxos levantando la vista de su informe—. Espero no haber interrumpido sus oraciones.

—Pronto tendré tiempo de sobra para rezar, inquisidor.

—Eso parece. En breve me reuniré con usted y con los demás Caballeros Grises. Hay ciertas cosas que debo decirles en persona. Puede que nunca lleguemos a comprender la importancia que su sacrificio puede haber tenido para el Imperio. Por favor, siéntese.

Alaric se sentó, cansado, frente a Nyxos. Hacía falta mucho para conseguir agotar a un marine espacial, pero aquello por lo que Alaric había pasado en Chaeroneia sería suficiente para matar a un hombre normal una docena de veces.

—Estoy preocupado por el estado de la interrogadora —dijo.

—Hawkespur permanece estable —contestó Nyxos—. Está gravemente herida, ha perdido mucha sangre y los agentes contaminantes han hecho mella en sus sistemas vitales. Puede que sobreviva o puede que no. El magos Thulgild le ha dado prioridad absoluta, y tendrá muchas probabilidades de recuperarse si conseguimos llevarla a unas buenas instalaciones inquisitoriales antes de que empeore. La verdad, me sorprende que haya conseguido regresar. Estaba casi seguro de que nunca volvería a verla con vida.

—¿Y Antigonus?

—Aún está en cuarentena. Thulgild está impresionado por el hecho de que haya conseguido sobrevivir en un soporte de información. En mi opinión es un tanto alarmante, pero Antigonus ha dado negativo en todas las pruebas de Thulgild y parece que no tiene el más mínimo atisbo de corrupción. Ha solicitado su traslado a Marte, y Thulgild lo ha aprobado.

—Ésa era su misión —dijo Alaric—. Investigar Chaeroneia e informar al fabricador general, y quiere asegurarse de cumplir con su cometido.

Nyxos suspiró y se reclinó sobre el respaldo de su silla. Habían muerto muchos sirvientes del Emperador, y aún quedaban muchas preguntas por contestar.

—Mientras tanto, juez, mi misión es explicarle al Ordo Malleus lo que ha ocurrido ahí abajo, y confieso que ni yo mismo acabo de comprenderlo. ¿Dice que esa criatura, el Castigador, era un demonio?

—Sí. No sé cómo o cuándo consiguió infectar la plantilla de construcción estándar, pero parecía llevar allí tanto tiempo que había olvidado lo que realmente era. Hasta que yo se lo recordé.

—¿De modo que fue un demonio desde el principio?

—Por supuesto. ¿Qué otra cosa podía haber sido?

—Nadie conoce la forma que las plantillas de construcción estándar tenían originalmente. ¿Quién puede afirmar que no tenían sus propios espíritus máquina, verdaderos intelectos mucho más poderosos que cualquier cosa que exista en nuestros días?

—No, inquisidor. Yo luché contra él, pude sentirlo. Cuando se dio cuenta de lo que realmente era se sintió complacido. Puede que fuera un tipo de demonio jamás visto por el Ordo Malleus, pero las formas del Enemigo son infinitas. El mal muta constantemente, sólo la justicia es inamovible.

—Muy bien, juez. Si usted está seguro, yo también. Cuando consiga enviar un mensaje astropático al Ordo, habrá una nueva entrada en el Liber Daemonicum. —Nyxos cogió de nuevo la pluma—. Gracias, juez, me temo que ya lo he alejado de sus oraciones demasiado tiempo.

—Con su permiso —dijo Alaric levantándose de la silla y saliendo de la estancia.

Nyxos continuó escribiendo. Tendría que relatar todo lo que sabía ante el cónclave de los lores inquisidores, y no le quedaría más remedio que soportar todos sus interrogatorios hasta que no les quedara ninguna duda. No es que fuera algo que no deseara hacer, pero lo que había ocurrido sería muy difícil de explicar. Un demonio de información pura, el regreso del Mechanicus Oscuro y el descubrimiento de una PCE corrompida. Tendría que responder a infinidad de preguntas.

Y después estaba Alaric. Era un hombre inteligente, curioso e imaginativo, cualidades que normalmente quedaban enterradas por el entrenamiento de un Caballero Gris, pero que brillaban con fuerza en Alaric cuando tenía que enfrentarse a los más terribles enemigos. Aquélla era la razón por la que el marine espacial consiguió convencer al Castigador para que adoptara su forma demoníaca. Cualquier otro Caballero Gris habría muerto entonando oraciones inútiles. Probablemente los grandes maestres de los Caballeros Grises vieran en él algo inestable y peligroso, y por eso Alaric nunca alcanzaría el rango de hermano capitán que tanto merecía. Pero Nyxos conocía sus cualidades lo suficiente como para pensar que quizá podría servir a la Inquisición por otros caminos, caminos en los que una mente aguda y un cuerpo de marine espacial le otorgarían una gran ventaja.

Pero esas cuestiones deberían discutirse en otro momento. Por ahora, Nyxos tendría que asegurarse de tener respuesta a todas las preguntas de los señores inquisidores.

* * *

En las profundidades del sagrado Marte, mundo sagrado del Omnissiah y corazón espiritual del tecnosacerdocio, se extendía un colosal laberinto oculto bajo la corteza del planeta rojo. Un lugar olvidado deliberadamente por todos excepto por los miembros de las esferas más altas del Adeptus Mechanicus. Aquellos ante los que los archimagos supremos se postraban. Sólo aquellos que escuchaban con los oídos del fabricador general sabían de su existencia, y protegían celosamente su secreto. Nadie en todo el Imperio, excepto un puñado de hombres y mujeres, era capaz de imaginar el peso de los secretos que allí se ocultaban.

Las plantillas de construcción estándar eran una leyenda sagrada que circulaba entre los tecnosacerdotes. Cualquier tipo de información referente a ellas se consideraba como una revelación divina. Todas y cada una de las piezas de información sobre las PCE eran reunidas y analizadas por los motores lógicos más antiguos y poderosos del Adeptus Mechanicus, para ser después diseccionadas y finalmente almacenadas en las criptas dispuestas por todo el laberinto. Oculto en las profundidades de la corteza de Marte, aquel archivo contenía toda la información sobre las plantillas de construcción estándar que el Mechanicus había recopilado. Algunos de aquellos datos eran más antiguos que el propio Imperio. Una vez cada muchos siglos, y después de décadas de debate entre las más altas esferas del tecnosacerdocio, se añadía nueva información a la ya existente.

Aquellas ancestrales figuras encapuchadas, los seres más próximos al Omnissiah que había en todo el universo, asignaron y codificaron una nueva cámara en la que tallarían la información reciente empleando el código binario más puro. Se trataba de una información que hacía referenda a un mundo llamado Chaeroneia, sobre cuya superficie se encontró y se destruyó una plantilla de construcción estándar. Se trataba de una PCE que contenía una tecnología abrumadora, tecnología para crear un titán, un dios máquina, y según los datos recopilados era más completa y estaba en mejor estado que cualquier otra PCE jamás encontrada. Pero había sido corrompida y se empleaba para hacer cumplir la voluntad del Enemigo, convertida en una arma al servicio del Caos por un demonio salido de la disformidad. Ésa era la enseñanza que debía extraerse de aquellos datos; sólo el Adeptus Mechanicus podía comprender la grandeza de las plantillas de construcción estándar y la pureza del conocimiento que contenían. Nadie, excepto un verdadero tecnosacerdote desprovisto totalmente de humanidad mediante su devoción al Omnissiah, podía ser depositario de tal información.

La cripta quedó sellada y consagrada, y así el futuro pareció iluminarse débilmente. Algún día el Adeptus Mechanicus alcanzaría la comprensión absoluta de la galaxia y del grandioso diseño del Omnissiah empleando las plantillas de construcción estándar como guía para explorar sus designios divinos. Algún día todas las PCE serían recuperadas en un estado tan puro como el que habría alcanzado la plantilla del padre de los titanes de no haber sido corrompida por el Enemigo, amenazando de esa manera todo aquello que el Mechanicus debía proteger. Ésa era la búsqueda en la que el sacerdocio de Marte se había consumido desde la Edad Oscura de la Tecnología. Antes de la Era de los Conflictos y mucho antes de que el Emperador se alzara para unir a toda la humanidad bajo la luz del Imperio. Era la búsqueda que obsesionaba a cada tecnosacerdote y a cada sirviente durante toda su vida, una búsqueda que los acercaría más al Omnissiah en su anhelo por comprender.

Se necesitaban cientos de años para acercarse al Omnissiah lo suficiente como para poder aceptar la verdad que yacía en lo más profundo de sus enseñanzas. Tan sólo los más altos miembros, aquellos que conocían la existencia del laberinto y de sus secretos, eran capaces de comprender tal verdad. Y por esa razón sólo ellos sabían, aunque de algún modo siempre habían estado seguros de ello, que su búsqueda jamás terminaría.