DIECINUEVE
El enemigo de mi enemigo será el próximo en morir.
LORD SOLAR MACHARIUS,
Máximas de los Eminentes
Urkrathos vio cómo Chaeroneia se extendía bajo sus pies mientras emergía lentamente del velo de polución. Y, por todos los dioses, era algo hermoso.
Desde la ventana de observación situada en la parte inferior del Forjador de Infiernos vio aparecer la silueta de Manufactorium Noctis. Primero vio sus magníficas agujas, de las que manaba sangre y aceite a través del metal corroído. Después las redes de pasos y puentes, algunos de ellos diseñados originariamente por los arquitectos de la ciudad, pero otros se habían extendido como una red biológica tejida por arañas gigantes.
Los pozos que se abrían entre las agujas eran como cicatrices oscuras y perniciosas, algunos de ellos estaban repletos de protuberancias carnosas y palpitantes. Algo parecido a venas tan gruesas como túneles perforaban extraños edificios desde lo más profundo de la ciudad, mientras que algunas de las agujas se apoyaban en enormes esqueletos blanquecinos, pues las formas de vida que los sostenían habían muerto hacía ya muchos años. Desde la atmósfera, Urkrathos podía sentir los latidos del corazón de aquella ciudad, el ciclo de vida y muerte que mantenía en funcionamiento aquel mundo caníbal.
De algún modo había conseguido sobrevivir sumido en la disformidad, donde cualquier otro mundo mortal habría sido aniquilado por los desalmados depredadores que habitaban en las corrientes del empíreo. Pero no sólo había conseguido sobrevivir, sino que había prosperado.
Toda su población, en un tiempo temerosa del Emperador, había conseguido crear un mundo caníbal que le había permitido seguir avanzando. Aquél era un mundo verdaderamente tocado por la mano del Caos; no sólo por sus paladines y sus demonios, sino también por lo más profundo de su alma, por el concepto de la libertad a través de la destrucción que constituía la base misma del Caos.
Urkrathos comprendió entonces por qué había sido llamado. La gente de Chaeroneia había conseguido regresar al espacio real y lo primero que hicieron fue buscar por toda la galaxia a sus semejantes. Cuando conocieron a Abaddon el Saqueador y supieron de sus triunfos en el Ojo del Terror comprendieron a quién tendrían que dedicar su devoción, de modo que habían decidido honrar a Abaddon mediante un tributo que mostrara su implicación total con la obra del Caos.
—La señal ha cambiado. —Se oyó un zumbido telepático emitido por el demonio de comunicaciones—. Ahora quiere guiarnos. Habla del lugar donde nos espera el gran tributo.
Urkrathos envió un mensaje mental a todo el puente.
Llevadnos hasta allí .
Los demonios del puente obedecieron la orden al instante, haciendo virar el casco del Forjador de Infiernos y dirigiéndolo hacia los límites de la ciudad, donde las agujas ruinosas daban paso al desierto. Incluso desde el interior del Forjador de Infiernos Urkrathos podía sentir la toxicidad de aquellas llanuras. Una extensión interminable de dunas de cenizas radiactivas y planicies de cristal fundido que se extendía en todas direcciones alejándose de Manufactorium Noctis.
Aquélla era una hermosura un tanto diferente, una reminiscencia de la desolación pura que el Caos pretendía dejar a su paso. Chaeroneia era un mundo tan entregado al Caos que incluso su superficie era un tapiz bordado por el culto a los poderes del mal. Enormes ríos de acero tóxico, la sangre de aquel planeta, brotaban a borbotones bajo la corteza. Corrientes de una sustancia viscosa discurrían entre las cenizas. Grandes gargantas refulgían a causa del material radiactivo que albergaban en sus profundidades.
Pero en aquel desierto había algo más. Cerca de los límites de la ciudad, junto a las cicatrices horadadas por los antiguos trabajos de minería, podía verse un enorme complejo rodeado de torres de vigilancia, y con una única aguja que se alzaba justo en el centro. Sobre la superficie de rococemento ulceroso podía distinguirse una legión completa de titanes, una legión que incluía desde titanes de exploración Warhound hasta los enormes modelos Reaver y Warlord. Incluso desde la distancia Urkrathos logró distinguir en ellos la marca de la corrupción: afloramientos putrefactos de hongos, venas palpitantes, pústulas sangrantes y protuberancias mutantes.
Desde hacía varios cientos de años Urkrathos pensaba que ya nada podría sorprenderlo, pero la visión de aquellos titanes alzándose silenciosos casi le cortó la respiración.
—Allí —dijo en voz alta—. Allí es adonde nos dirigimos.
* * *
El gigantesco titán caminaba despacio entre las filas de titanes menores, y toda la superficie de Chaeroneia parecía temblar bajo sus pies. Unas llamaradas verdosas emanaban de sus ojos, dejando caer sobre el suelo enormes gotas de energía pura. Los cañones de sus armas giraban rápidamente al tiempo que extendía los dedos de la mano, como si quisiera estirar sus músculos metálicos después de largos años de inactividad.
Alaric, agazapado junto a su escuadra a la sombra del titán caído, sabía que estaba contemplando el corazón negro de Chaeroneia. Pero faltaba algo. El hedor del Caos, la mancha psíquica que sintió cuando contempló Chaeroneia por primera vez, había desaparecido. Había estado cayendo sobre él en abrumadoras oleadas durante el ataque de los servidores y los sacerdotes demoníacos, pero ahora había desaparecido, como si el titán que se aproximaba la hubiera anulado. En su lugar había quedado el vacío, un silencio psíquico; aun así no era algo puro, sino una nueva forma de corrupción.
Alaric ya no sabía a qué se enfrentaba. Simplemente se sentía incapaz de comprender a aquel enemigo.
—¿Alguna idea, juez? —preguntó Hawkespur.
—Las órdenes están claras —dijo Alaric.
A pesar del dolor, Hawkespur consiguió esbozar una sonrisa.
—¿Piensa seguir luchando?
—Lucharemos, sí. Los Caballeros Grises jamás contemplan la posibilidad de morir. No es algo que se nos dé muy bien. —Alaric rastreó todos los canales del comunicador intentando encontrar uno que no estuviera inundado por el sonido de estática procedente del titán—. Antigonus. Antigonus, ¿está usted ahí?
—¡Juez! Creí que lo había perdido.
La voz del magos Antigonus sonaba muy distorsionada, tanto por las interferencias de su Warhound como por las del nuevo titán.
—¿Puede ver lo que está ocurriendo?
—Apenas puedo ver nada, es como si este Warhound no quisiera mirar.
—Me temo que vamos a necesitar su ayuda una vez más.
—Con el debido respeto, juez, éste es un titán de exploración Warhound. Incluso si consiguiera controlar las armas, no duraría más que unos pocos segundos enfrente de ese… de ese monstruo.
—Eso es lo único que necesitamos.
Alaric en seguida se dio cuenta de que el sonido metálico que llegaba a través del comunicador era, en realidad, la risa de Antigonus, que acababa de comprender el plan del Caballero Gris.
—Juez Alaric, muestra usted una falta de respeto por la lógica que puede resultar muy beneficiosa.
—¿Podrá hacerlo?
—Lo cierto es que lo dudo mucho, pero a lo largo de mi vida he hecho muchas cosas que parecían imposibles, sobre todo en los últimos días. De manera que ¡bienvenido a bordo! Pero dese prisa, juez, no podré esconderme aquí durante mucho tiempo.
Alaric se volvió hacia su escuadra. La pierna mutilada de Cardios había dejado de sangrar, y el hermano de batalla estaba apoyado sobre una placa de ceramita con el incinerador en la mano.
—Cardios, con Hawkespur y con…
Alaric miró al tecnoguardia, dándose cuenta de que ni siquiera sabía su nombre.
—Cabo Locarn, señor —dijo el hombre.
—Con el cabo Locarn. Manténganse alejados de los servidores y recen para que consigamos regresar.
—Preferiría estar con mi escuadra —dijo Cardios.
—Lo sé. Pero en este momento serás de más utilidad aquí. Hawkespur sigue siendo la única autoridad inquisitorial en este planeta, de modo que deberás mantenerla con vida.
—Sí, juez.
—El resto, conmigo. Manteneos unidos, puede que aún queden servidores ahí fuera. Debemos reunimos con Antigonus. Tenemos que actuar con rapidez, ya que probablemente un ejército entero del Mechanicus se dirija hacia aquí en estos momentos.
—Adiós, juez —dijo la interrogadora Hawkespur.
—Por ahora —contestó Alaric mientras salía de los restos del titán caído.
* * *
La mente colectiva de Chaeroneia estaba sumida en el desorden. Exteriormente, por supuesto, permanecía en silencio. Las protuberancias venosas en las que los tecnosacerdotes esperaban sumergidos en líquido amniótico permanecían inalterables. El aire denso y pesado de la aguja central apenas se movía. Pero los pensamientos circulaban de manera frenética entre las mentes interconectadas.
Algunos de los tecnosacerdotes más veteranos de Chaeroneia, aquellos que ya eran magos cuando las excavaciones de Scraecos desvelaron al Castigador bajo el desierto de ceniza, eran poco más que cerebros conectados a sus vecinos mediante unos gruesos cables por los que transmitían sus impulsos nerviosos. Sin embargo, eran sus opiniones las que prevalecían sobre las de los demás. Ellos lo habían presenciado todo, el crecimiento progresivo de Manufactorium Noctis y de las otras ciudades forja de Chaeroneia, el desarrollo de la tecnología biomecánica y el perfeccionamiento de los sistemas de retroalimentación del planeta. De modo que eran ellos quienes conocían mejor que nadie el daño que la situación actual podía infligir al delicado equilibrio entre creación y consumo.
Incluso los hechos que estaban ocurriendo eran materia de discusión. El archimagos veneratus Scraecos había desertado y se había negado a retornar a la mente colectiva, había decidido mantener su personalidad individual en contra de la voluntad de Chaeroneia. Casi todos los pensamientos sugerían que Scraecos, tras ser el primero en mirar directamente al rostro del Castigador, se había convencido de su propia superioridad sobre los demás tecnosacerdotes y había decidido desafiar su autoridad. Otros pensaban que Scraecos estaba muerto. Había incluso quien pensaba que la verdad era una combinación de ambas posibilidades.
Tampoco existía ninguna seguridad respecto al destino de los intrusos.
Se habían registrado picos de energía, probablemente originados por pequeñas armas de fuego, en la fábrica de titanes, y el destacamento destinado en la aguja central afirmaba que había tres manípulos enteros de servidores muertos; pero algunos de los tecnosacerdotes difundieron la idea de que aunque se tratara de marines espaciales, resultaba imposible que los intrusos pudieran haberse aproximado tanto a la aguja. Incluso los informes enviados por los programas de caza desde el foso del complejo resultaban confusos a la hora de determinar si los intrusos habían conseguido llegar hasta la fábrica.
Los sensores orbitales indicaban que en aquellos momentos un número indeterminado de naves se aproximaba a la superficie en dirección al complejo. La confusión era absoluta, y la confusión era precisamente la antítesis de la mente colectiva de los tecnosacerdotes, acostumbrados a conocer todo lo que ocurría en Chaeroneia.
El único hecho sobre el que no existía ninguna duda era que hacía pocos minutos el Castigador había salido de su cripta y ahora estaba en la factoría de titanes moviéndose entre las máquinas de guerra. Podía verse incluso desde las ventanas mugrientas de la aguja central, abriéndose paso entre los titanes mientras las llamas verdosas que emanaban de sus ojos lo iluminaban todo a su alrededor. Por lo que sabía la memoria colectiva, el Castigador jamás había visto el cielo de Chaeroneia, ya que su cripta, al igual que todo su cuerpo, se construyó en torno a la tumba encontrada por Scraecos. Hasta ahora, el Castigador jamás se había movido de su emplazamiento. Los tecnosacerdotes ni siquiera sabían que su cripta podía elevarse hasta la superficie. El proceso de construcción tanto de la cripta como de su cuerpo había sido supervisado por Scraecos.
El avatar del Omnissiah, el intermediario de su dios, estaba caminando entre ellos, y ni siquiera se había dignado dirigirles la más mínima palabra ni explicarles la razón de su despertar. El mero hecho de sugerir que aquello podía llegar a ocurrir habría constituido una herejía para cualquier súbdito de Chaeroneia. Pero lo cierto era que estaba ocurriendo en aquel mismo instante, y la mente colectiva de los tecnosacerdotes desconocía el porqué.
Pensamientos contradictorios chocaban entre los diferentes cerebros interconectados. Chaeroneia no había mostrado devoción suficiente, según afirmaba uno de ellos, y el Castigador había despertado para condenarlos, pues de la misma manera que era la voz del Omnissiah, también era su arma. Otro afirmaba que una nueva y terrible amenaza se cernía sobre Chaeroneia, y sólo el escudo físico del Castigador podría salvar al planeta. Incluso hubo un pensamiento que sugirió que el cuerpo del Castigador estaba siendo controlado por algún agente externo. El origen de este pensamiento, la mente de un tecnosacerdote recientemente asimilado por la mente colectiva, fue inhabilitado inmediatamente por atreverse a sugerir semejante herejía.
* * *
Los motores del Warhound comenzaron a cobrar vida dentro de su torso mientras Antigonus ponía en marcha aquel enorme titán de exploración. Aquella máquina de guerra se rebelaba ante cada movimiento, luchando contra la conciencia externa que intentaba controlarlo.
Alaric se agarró con fuerza a un saliente de la armadura del titán. Desde aquel punto elevado, justo encima de uno los hombros del Warhound, podía ver el bosque de titanes dispuestos en hileras a lo largo de todo el complejo. Había titanes Reaver y Warlord, además de muchos otros Warhound y de algunos modelos que el Caballero Gris desconocía. Muchas de aquellas gigantescas máquinas estaban más corrompidas de lo que una mente sana se atrevería a imaginar. Muchos de sus sistemas hidráulicos habían sido sustituidos por protuberancias húmedas y musculosas o por exoesqueletos de cartílago y hueso. La mayoría estaban cubiertos de pústulas y atravesados por agujas óseas que perforaban sus armaduras. Alaric jamás había visto tal concentración de poder destructivo en un solo lugar, y mucho menos tanta corrupción.
Pero el titán que movía la PCE hacía que todos los demás quedaran empequeñecidos. Era casi el doble de alto que un Warhound, más grande incluso que los titanes de la clase Imperator, los más poderosos que el Adeptus Mechanicus era capaz de construir. Caminaba despacio a través del complejo mientras sus ojos escaneaban el terreno como si buscaran algo.
La forma de aquel titán era más esbelta que los burdos diseños del Adeptus Mechanicus; la cabeza se alzaba sobre los hombros en lugar de estar incrustada en el pecho, y estaba protegida por un enorme collar de ceramita. Aquel collar se extendía hacia los lados hasta formar dos hombreras que protegían la parte superior de los brazos. El rostro de aquelia bestia estaba desprovisto de rasgos excepto por los ojos, que ardían emitiendo un intenso color verde que lo iluminaba todo a su alrededor. Las placas de la armadura que protegían el torso y las extremidades eran de un extraño color gris blancuzco, parecido al de las perlas, y de entre ellas manaban regueros de humedad, dándole al titán un aspecto biológico y enfermizo.
En lugar de tener sistemas hidráulicos y articulaciones, las partes móviles estaban interconectadas mediante unas gruesas marañas de fibras negruzcas que se dilataban y contraían a modo de músculos. Aquella máquina de guerra se movía con una tranquilidad majestuosa, cada uno de sus movimientos era preciso y eficiente.
A su lado parecía que todos los demás titanes no eran más que burdas imitaciones. Alaric no podía imaginar cómo un mundo forja había sido capaz de construir aquello. Ni siquiera las razas alienígenas, como los eldars o las criaturas del imperio Tau, podrían haber creado una máquina de guerra tan superior a la tecnología imperial.
El titán giró su enorme cabeza al oír el sonido de los motores del Warhound. El fuego verdoso bañó al titán de exploración en un destello esmeralda, y Alaric sintió el peso de una inteligencia descomunal que escudriñaba su interior desde detrás de aquellos enormes ojos.
—¡Antigonus! ¡Debemos movernos ahora mismo! —dijo a través del comunicador mientras el enorme cuerpo del titán comenzaba a correr en su dirección.
—Estoy en ello —fue la respuesta—. Intente aguantar.
—¡Atacad con todo lo que podáis! —gritó Alaric a Haulvarn y a Dvorn.
Con Lykkos y Archis muertos, y con Cardios demasiado malherido como para luchar, aquellos dos Caballeros Grises eran los únicos que quedaban de la escuadra de Alaric. Ambos estuvieron junto a él en Volcanis Ultor, y si Alaric hubiera tenido que elegir a sus dos mejores hombres, probablemente los habría elegido a ellos.
El Warhound avanzaba tambaleándose, se dirigía directamente hacia el titán de la PCE. Tras levantar el brazo que albergaba su megacañón, Alaric oyó cómo el sistema que lo hacía girar empezaba a ponerse en movimiento.
—¡Va a abrir fuego! —dijo Alaric.
—Entonces no tendremos mucho tiempo para hablar. Le deseo suerte, juez.
La voz de Antigonus quedó enmudecida cuando el cañón principal del titán abrió fuego.
Aquel disparo inundó todo el complejo con un destello anaranjado. Cada vez más proyectiles comenzaron a volar por el aire y a impactar a pocos metros de Alaric; pero no se trataba de proyectiles explosivos ni de fuego láser, sino de demonios, demonios que chillaban agonizantes mientras volaban por los aires envueltos en llamas. Alaric sintió cómo aquellos gritos pretendían perforar su alma; sentía su dolor al explotar rodeados de llamas procedentes de la disformidad. Varios disparos más impactaron en el costado del Warhound haciendo que se tambaleara. Su armadura se estremeció y Alaric tuvo que agarrase con fuerza para no caer al suelo. Oyó más explosiones por todo el torso del titán mientras los demonios comenzaban a penetrar en su interior.
El Warhound comenzó a inclinarse tanto que Alaric estaba seguro de que iba a precipitarse contra el suelo. Arrastró desesperadamente los pies por el rococemento intentando mantener el equilibrio. De pronto, un nuevo disparo impacto justo detrás de Alaric y la silueta del demonio que acababa de ser disparado comenzó a retorcerse de dolor mientras se consumía envuelta en llamas. Varias lenguas de fuego intentaron atraer a Alaric para hacer que el Caballero Gris muriera junto con el demonio. El juez dio una estocada con su alabarda que cortó en dos a aquella criatura, y sintió cómo su cuerpo corrompido se desintegraba enviando su espíritu de vuelta a la disformidad. El inmenso calor producido por aquella explosión empezó a derretir la armadura del titán, lo que hizo que Alaric perdiera el equilibrio y comenzara a deslizarse.
El Caballero Gris intentó buscar algún punto de apoyo, pero sabía que no encontraría ninguno y que, con toda seguridad, no conseguiría sobrevivir a la caída. Intentó clavar la alabarda en la ceramita, pero la hoja resbalaba sobre la armadura generando una nube de chispas.
El final de la placa de la armadura por la que se deslizaba estaba cada vez más cerca, pero de pronto Alaric se detuvo cuando sintió cómo una mano lo agarraba con fuerza por el brazo.
El hermano Dvorn lo miraba fijamente. Tenía el visor del casco ennegrecido a causa del fuego disparado desde el titán.
—No tan de prisa, juez —dijo Dvorn con seriedad.
Alaric no tuvo tiempo para agradecerle que le hubiera salvado la vida. Una nueva ráfaga volvió a hacer impacto sobre el Warhound, esta vez directamente en la cabeza y en la parte superior del torso. Alaric podía oír cómo los demonios comenzaban a ascender por la espalda de aquella máquina de guerra mientras los disparos no disminuían, y se preguntó si Antigonus encontraría algún resquicio en los sistemas del Warhound que no estuviera siendo destrozado por aquel ataque.
El gigantesco titán se había aproximado mucho. Ahora alzaba la cabeza directamente sobre Alaric, y los rayos que emanaban de sus ojos habían comenzado a escanear su armadura.
—¡Salgamos de aquí! —gritó Alaric por encima del terrible estruendo. Vio que Haulvarn estaba agazapado en un pequeño recoveco de la armadura, intentando convertir su cuerpo en un blanco lo más pequeño posible para los demonios que ya comenzaban a extenderse por todas partes—. ¡Todo esto está a punto de venirse abajo!
Dvorn y Alaric treparon hasta uno de los extremos, donde la armadura formaba un collar que protegía la cabeza del Warhound. Alaric miró a su alrededor y no se sorprendió al comprobar que la mitad de la cabeza de rasgos caninos de aquella criatura había desaparecido. Su rostro metálico estaba completamente destruido y enormes regueros de material transmisor de datos salían a borbotones.
La caída era demasiado alta, ninguno de los dos conseguiría sobrevivir, pero era la única oportunidad que tenían. Alaric analizó mentalmente las diferentes opciones: si decidían quedarse allí arriba morirían cuando el Warhound se derrumbara, algo que estaba a punto de ocurrir. Pero si saltaban, morirían igualmente.
De pronto, dos rayos de energía blanquecina emergieron del Warhound e impactaron directamente en el pecho del gigantesco titán, haciendo que retrocediera y que sus disparos se perdieran en el aire lanzando demonios en llamas contra el bosque de titanes que se alzaba a su alrededor. Sin perder un segundo, los megacañones de plasma del Warhound dispararon contra el titán y le abrieron dos enormes cicatrices en la armadura. Un líquido viscoso similar a la sangre comenzó a brotar de ellas, convirtiéndose en espesas nubes de humo cuando entraba en contacto con alguno de los rayos de plasma sobrecalentado.
Antigonus estaba consiguiendo controlar las piezas de artillería del Warhound, lo que significaba que, por lo menos, aún seguía vivo.
El titán de la PCE dejó salir un alarido similar al de un millar de animales aullando al mismo tiempo. Extendió su enorme puño intentando alcanzar el cuerpo del Warhound y despedazarlo.
—¡El magos lo ha hecho enfadar! —gritó Dvorn con entusiasmo—. ¡Quiere acabar el trabajo cuanto antes!
El titán consiguió agarrar uno de los salientes de la armadura del Warhound, introduciendo sus dedos entre la ceramita para intentar llegar al reactor de plasma situado en la parte superior del torso. Unos fuertes crujidos se extendieron por toda la armadura. Haulvarn tuvo que hacerse a un lado súbitamente para evitar que se lo tragara una de las grandes grietas que comenzaron a abrirse por la superficie de ceramita. Desde el interior del Warhound salieron regueros de plasma en llamas, perdiéndose en columnas de humo al ser liberados de la presión a la que estaban sometidos en el interior del reactor. Los niveles de energía del Warhound comenzaron a disminuir rápidamente cuando la sangre de aquella máquina de guerra empezó a perderse a través de las fisuras abiertas en el reactor.
El enorme titán cerró el puño y tiró con fuerza del Warhound, que comenzó a inclinarse hacia adelante mientras la máquina de guerra dominada por la PCE intentaba arrancarle una placa de la armadura. Acercó un poco más su rostro inexpresivo, que quedó iluminado por la cortina de chispas que brotaba de la cara del Warhound herido. El gigantesco titán se inclinó sobre su enemigo para hacer más fácil la tarea de destrozar pieza por pieza su armadura de ceramita.
El hermano Haulvarn fue el primero en saltar. Dio dos pasos hacia atrás para después lanzarse por los aires intentando superar el enorme espacio que había entre los dos titanes. Un Caballero Gris con su servoarmadura completa era tremendamente pesado, pero la musculatura mejorada de los marines espaciales les permitía saltar mucho más que cualquier otro hombre desprovisto de armadura. Haulvarn aterrizó sobre el hombro de la armadura del otro titán, muy cerca del collar de ceramita que le protegía la cabeza. Dvorn saltó inmediatamente después, y siendo el Caballero Gris más fuerte que Alaric jamás había visto, consiguió llegar mucho más lejos, cayendo casi en el extremo trasero de la placa que protegía el hombro del titán.
Alaric fue el último. Al mismo tiempo que saltaba, casi la mitad de la armadura del Warhound se desplomó sobre el suelo dejando salir un enorme chorro de plasma ardiente como una erupción volcánica. El líquido abrasador se extendió por todas partes y el Warhound cayó de espaldas. Alaric vio cómo aquella enorme estructura se desplomaba justo cuando él caía sobre la parte delantera del hombro del segundo titán. También vio cómo Haulvarn intentaba agarrarlo para arrastrarlo a un lugar más seguro. Pero la distancia que los separaba era demasiado grande.
Alaric se precipitó al vacío mientras veía pasar ante sus ojos la placa pectoral del titán. Debajo de él no había más que la explanada de rococemento del complejo, agrietada y reventada por las pisadas de las dos máquinas de guerra.
De pronto, el cañón rotatorio del titán apareció bajo los pies del Caballero Gris. Su mecanismo estaba girando en aquel momento y el marine espacial comprendió que se disponía a efectuar un último disparo mortal sobre el Warhound.
Alaric se revolvió mientras caía y fue a aterrizar junto a la boca de uno de los cañones. El sistema giratorio continuaba activo y los diferentes cañones pasaban muy cerca de su cabeza. Se agarró tan fuerte como pudo ignorando el tremendo calor que sentía a su alrededor. Encontró un punto de apoyo y saltó hacia la articulación que formaba el codo del titán, tratando de alejarse lo máximo posible de las piezas de artillería.
El Warhound se tambaleaba como un árbol gigante a punto de desplomarse. En un momento sus rodillas se doblaron bajo su propio peso, y dibujando un arco de plasma ardiente, cayó al suelo levantando una nube de humo, fuego y fragmentos de rococemento. Unos segundos después el reactor de plasma implosionó convirtiendo toda la estructura en una bola de llamas multicolor que se extendió por el suelo entre los pies del titán que acababa de destruirlo. Alaric se agarró con fuerza para protegerse de la oleada de aire caliente que produjo la implosión y escondió el rostro entre los brazos para no quedar cegado por el resplandor.
Apenas duró un segundo, pero a Alaric le pareció demasiado largo. Cuando las llamas se replegaron, el Caballero Gris se atrevió a tomar aire de nuevo, sintiendo la mitad del rostro abrasado y tirante. Levantó la vista y vio la placa pectoral de la armadura del titán y las enormes piernas repletas de ampollas, como si de piel abrasada se tratara. Conforme las miraba, las protuberancias desaparecieron junto con las quemaduras de la ceramita. En un instante la armadura volvió a brillar como una perla.
Aquel titán tenía capacidad para repararse a sí mismo con una velocidad que ni siquiera los motores de guerra de los eldars podrían superar. ¿De dónde había salido aquella máquina? ¿Quién la había construido?
Alaric se volvió para ver si podía refugiarse en algún otro lugar. En el torso del titán, justo por debajo de la juntura del hombro, había varios respiraderos lo suficientemente grandes como para que los Caballeros Grises se arrastraran hasta su interior. Pero por desgracia estaban muy lejos, era un salto demasiado grande. Resultaba más probable que Alaric consiguiera encontrar la manera de penetrar en el cuerpo del titán si ascendía por uno de los brazos, con la esperanza de llegar hasta el hombro y encontrar algún orificio bajo la armadura lo suficientemente grande como para poder cobijarse. Era un plan arriesgado; el camino era largo y difícil y sabía que aquel titán albergaba infinidad de demonios menores en su interior, ya que los había usado como munición, pero era menos arriesgado que quedarse allí esperando a ser descubierto.
Poco a poco, Alaric se arrastró hasta la parte trasera del cañón. Sintió cómo los demonios gritaban bajo sus pies al ser empujados al interior de la recámara. El Warhound ya estaba muerto, pero el gigantesco titán no estaba dispuesto a dar nada por sentado. Se preparaba para lanzar una nueva ráfaga que acabaría con cualquier posibilidad de que Antigonus sobreviviera entre los restos humeantes de su huésped.
Finalmente, el cañón se elevó y abrió fuego. Una bocanada de aire caliente se desató en torno a Alaric mientras los demonios eran disparados contra el Warhound, causando innumerables explosiones en los restos del cuerpo del titán caído. La fuerza del disparo hizo que Alaric se soltara del cañón; sabía que no conseguiría llegar hasta el codo.
Pero no estaba dispuesto a dejarse matar tan fácilmente. En el mismo momento en que empezaba a caer apoyó una pierna en la superficie del cañón y se impulsó hacia el torso del titán ayudado por la onda expansiva de la explosión. En cuanto cayó, consiguió agarrarse con fuerza a uno de los salientes de la armadura. Estaba junto a un orificio abierto en el costado del titán, un respiradero del que emanaba un hedor químico y ácido procedente de las entrañas de aquella máquina de guerra.
Alaric levantó todo su peso con una sola mano y se introdujo a través del orificio. De pronto el ruido de los disparos se convirtió en un eco procedente del exterior acompañado por el zumbido grave de los mecanismos internos del titán, un sonido que retumbaba rítmicamente, como los latidos de un enorme corazón alienígena. Inmediatamente, los órganos de visión de Alaric se adaptaron a la oscuridad y vio que se había adentrado en las angostas entrañas de la gigantesca máquina de guerra; estaban compuestas de metal más que de materia biológica, pero de algún modo eran materiales flexibles, pues se combaban y palpitaban como si estuvieran dotados de vida. El interior de aquel titán apestaba a productos químicos, el aire era muy caliente y respirar se hacía difícil. Alaric estaba rodeado de tuberías y otros conductos, y apenas tenía espacio para moverse. Jamás había visto una tecnología como aquélla; esa criatura no era un producto del Mechanicus Oscuro ni del Adeptus.
Hawkespur tenía razón. Aquélla era una tecnología ancestral, de los tiempos en los que la humanidad generaba tecnología en lugar de reproducirla, allanando así el terreno para la Era de los Conflictos.
Alaric podía sentir presencias demoníacas diseminadas por todo el interior del titán, pero se percibían débiles y distantes. Había sirvientes que trabajaban para aquella máquina, como los demonios que servían de munición para sus piezas de artillería. La máquina propiamente dicha no estaba dominada por los demonios; su tripulación, si es que la tenía, era humana, o al menos estaba compuesta por criaturas que no activaban los protectores tallados en la armadura de Alaric ni el escudo psíquico que protegía su espíritu.
El Caballero Gris se encontraba en una zona no primaria del titán, probablemente en el sistema de refrigeración que había en torno al reactor principal. A pesar de su fuerza descomunal no conseguiría perforar el escudo que protegía el reactor de una máquina como aquélla. Tendría que encontrar otra zona de su anatomía que pudiera destruir con más facilidad; quizá los almacenes de munición o el centro de control. De todos modos tenía que abrirse camino hacia arriba.
—¿Haulvarn? ¿Dvorn?
Alaric intentó hablar con sus hombres a través del comunicador, aunque no albergaba demasiadas esperanzas de poder conseguirlo. También intentó establecer contacto con Hawkespur y con Archis, e incluso con Antigonus, pero o bien estaban muertos o incomunicados. De cualquier modo, en aquellos momentos Alaric solamente dependía de sí mismo. Una vez tuvo que luchar sin ningún tipo de apoyo, cuando se enfrentó al demonio Ghargatuloth después de que la inquisidora Ligeia hubiese caído. Pero en aquel momento al menos pudo contar con sus Caballeros Grises. Ahora estaba completamente solo. Un hombre contra aquella gigantesca máquina de guerra.
Alaric comenzó a ascender a través de la densa maraña de maquinaria palpitante. Al tacto era una sustancia húmeda y ligeramente maleable que recordaba desagradablemente a materia viva. Bajo sus pies, los sistemas de refrigeración se perdían en la oscuridad. Las dimensiones de aquel titán eran incluso más impresionantes desde el interior que desde el exterior.
Era un ascenso largo y penoso. El sentido del tiempo de Alaric pareció quedar anulado bajo la influencia de aquella máquina alienígena, pero tuvo la sensación de haber estado trepando durante más de media hora, abriéndose paso entre las maraña de tuberías y balanceándose con una sola mano sobre pozos tan profundos que ni siquiera podía ver el fondo. Los sonidos y olores de aquel lugar eran completamente nuevos para él; el pulso de un metabolismo pseudoviviente, ráfagas de aire caliente repleto de elementos químicos, sonidos que podían oírse por todas partes, como si aquel titán estuviera maldito. Allí dentro podía verse cómo biología y tecnología se habían unido de manera mucho más eficaz que en el resto de Chaeroneia. Ninguna mente humana podría haber diseñado aquello. Las tecnoherejías que se habían extendido por todo el planeta no eran más que débiles reflejos de lo que albergaba en su interior el titán dominado por la PCE, sus adeptos no eran más que niños intentando dibujar algo que ni siquiera comprendían.
El cuerpo del titán se estremeció mientras se alejaba del Warhound inclinándose de un lado a otro. Se estaba dirigiendo hacia un objetivo concreto, y Alaric sabía que no sería el lugar del que había emergido de las profundidades de Chaeroneia. Finalmente, el Caballero Gris alcanzó el enorme contenedor que protegía el reactor, y sobre él se alzaron las partes menos reconocibles de la maquinaria interna de aquel titán. Alaric pensó que cualquier tecnosacerdote quedaría impresionado tanto por la enormidad como por lo extraño de la tecnología que ocultaba aquella gigantesca máquina de guerra.
En algún punto a la altura de la parte superior del pecho del titán, la maquinaria se convirtió en pasarelas y corredores de mantenimiento, donde los mecánicos podían reparar los numerosos sistemas que lo mantenían operativo. Las diferentes escalas parecían haber sido instaladas con una cierta despreocupación, como si las hubieran colocado en el primer lugar en el que encajaran; Alaric supuso que el desarrollo de aquel titán lo había convertido en una máquina autosuficiente, igual que todo el planeta, y no necesitaba ninguna ayuda exterior para mantenerse. En aquel punto elevado podía apreciarse con mayor claridad la arquitectura interna de aquel monstruo; había un mundo extraño y alienígena en su interior. Las paredes eran de una aleación blancuzca y lustrosa. Estaban recubiertas de gotas de condensación y había tallas geométricas que parecían arder por la maldad de los significados que se ocultaban tras ellas. Las protuberancias de su maquinaria biológica contrastaban con aquellos muros de manera desconcertante. Esa visión no hizo sino reforzar el convencimiento de Alaric de que había algo tremendamente maligno en el interior de aquella máquina, algo enfermizo que hablaba la lengua de las tecnoherejías y la corrupción.
Alaric llegó hasta el nivel que suponía que estaba a la altura de los hombros. Allí arriba, el interior parecía tener más elementos en común con un palacio alienígena que con una máquina de guerra. Los corredores estaban flanqueados por esbeltas columnas, pálidas como el mármol y dispuestas tan sutilmente que hacían que todo pareciera estar desenfocado. Había cámaras cuyo uso Alaric desconocía, estancias conectadas a una especie de puertas circulares que se abrían en cuanto el Caballero Gris se aproximaba, revelando unas veces un equipamiento cristalino y otras unas protuberancias de aleaciones desconocidas, que parecían extrañas esculturas abstractas. Alaric no encontró nada que diera la impresión de ser el centro de mando del titán, pero no podía quedarse donde estaba, pues los gritos de los demonios se hacían cada vez más insistentes en el interior de su mente. Era muy probable que pronto aquella criatura decidiera liberarlos, al igual que un cuerpo libera anticuerpos para que detengan y neutralicen una infección como la que constituía el Caballero Gris.
Alaric podía verlos. Sombras esquivas que se movían por los límites de su campo de visión. Pero no podrían esconderse durante mucho tiempo, no de un marine espacial entrenado desde la infancia para enfrentarse con ellos cara a cara. Eran siluetas oscuras y escamosas con multitud de ojos y patas, seres aún a medio formar que habían emergido prematuramente de la disformidad para manejar aquella máquina. Alaric desenfundó la alabarda némesis, pero no se atrevían a acercarse. Los demonios sentían dolor sólo con aproximarse a un Caballero Gris. Sin embargo, aquellas criaturas se estaban volviendo más y más numerosas amparadas por la seguridad de las tinieblas, y Alaric se dio cuenta de que si lanzaban un ataque sincronizado no tendría muchas posibilidades de sobrevivir.
Sintió cómo se agrupaban en torno a su mente, pero sabía que jamás conseguirían entrar. Lo que de verdad preocupaba a Alaric era la ausencia de una verdadera fuerza oscura en el interior del titán. Fuera lo que fuera lo que lo controlaba, no era un demonio, y aun así era capaz de manejarlo sin desvelar su presencia.
Alaric se dirigió hacia lo que calculó que sería la sección central del pecho. Atravesó más cámaras y vio más protuberancias metálicas, que le daban un aspecto más próximo a un mundo alienígena que a una máquina de guerra. Los murales tallados en las paredes ocultaban significados que Alaric era incapaz de descifrar. Había unos extraños orificios, abiertos en el metal pero rodeados siniestramente de carne y materia orgánica, como esófagos mecánicos que se perdían en las entrañas del titán. Unos impulsos lumínicos destellaban en todos los niveles superiores, sincronizados con los latidos del corazón. Ocultos entre las sombras, los demonios no perdían de vista a Alaric en ningún momento.
Una vez en la parte central, Alaric llegó finalmente a una cámara circular que contenía una escalera de caracol; las paredes parecían ser de una especie de sustancia plateada, la misma que había en el foso de la factoría de titanes. A través de ella Alaric vio unas figuras que se retorcían. Si se trataba de tecnodemonios, no parecían tener la intención de emerger de aquel líquido para luchar. Quizá se había extendido entre ellos el miedo a los Caballeros Grises y no se atrevían a enfrentarse a Alaric.
Sin embargo, lo más probable era que estuvieran limitándose a controlarlo, esperando a que se convirtiera en una presa fácil.
Alaric ascendió cuidadosamente por la escalera, que parecía perforar el material transmisor de datos como un sacacorchos y se adentraba en aquella sustancia lustrosa y oscura en cuyo interior había más figuras que se retorcían. Podía percibirse un leve zumbido entremezclado con el sonido retumbante de los pies del titán al avanzar sobre la superficie de Chaeroneia. Alaric extrajo el bólter de asalto, preparado para disparar contra cualquier cosa que bajara por la escalera. Pero de algún modo sabía que eso no ocurriría, allí no. Chaeroneia era un lugar enfermo y peligroso, pero al menos era algo que Alaric comprendía hasta un cierto punto. Aquella máquina de guerra era diferente. No se trataba de la corrupción de algo humano; aquello jamás había sido humano, ninguna mente humana lo había diseñado y ninguna lo controlaba. Alaric no conseguiría sobrevivir limitándose a luchar como un marine espacial. Necesitaría algo más que eso.
El cristal negro, dotado de vida al igual que el de la fortaleza de datos, se volvió tan denso y frío que Alaric vio cómo su aliento se condensaba ante sus ojos. La temperatura se desplomó y el Caballero Gris se vio envuelto en un aire tan frío que habría paralizado a cualquier hombre normal. Los sistemas de supervivencia de su armadura se activaron automáticamente para mantener la sangre caliente mientras alrededor de su boca y de su nariz se formaban pequeños cristales de hielo.
La parte superior de la escalera estaba justo encima de él. Todos los demonios se habían quedado en la parte inferior, convertidos en un tenue recuerdo de corrupción. Alaric supo que había conseguido llegar hasta la cabeza del titán. Estaba justo detrás de sus enormes ojos verdosos.
La cámara a la que había llegado era una estancia circular y brillante, iluminada por unas incrustaciones blanquecinas diseminadas por las paredes de cristal oscuro que bañaban la habitación en un resplandor cilindrico y frío. De pronto, toda la estancia mutó. Los muros de cristal se deformaron hasta dar lugar a miles de esquirlas curvadas que giraban sobre sí mismas, moviéndose como las piezas de un inmenso reloj bajo la atenta mirada de Alaric. El material transmisor de datos comenzó a formar círculos concéntricos en torno a una esfera central; la cabeza del titán debía de estar repleta de aquella sustancia lustrosa que ahora se movía como representando una compleja danza. El aire era tremendamente frío, y Alaric supo por las runas de advertencia que parpadeaban en su retina que incluso su armadura estaba teniendo problemas para mantener el ritmo cardíaco.
De pronto apareció una figura justo en medio de la habitación. Una silueta humanoide de la que emanaba un resplandor blanco y brillante, como si su piel estuviera iluminada. Alaric vio que carecía completamente de rostro; no tenía más que dos triángulos brillantes y verdosos envueltos en llamas. En cuanto apareció se iluminó el cristal negro de las paredes de la estancia, envolviéndola bajo un cielo nocturno que se repetía múltiples veces como reflejado por un enorme espejo facetado.
Alaric apuntó con el bólter hacia la cabeza de la criatura. Aquella figura temblaba y parpadeaba como si se moviera entre la realidad y lo etéreo.
—Tú —dijo Alaric con frialdad—. Explica esto. Explícame este mundo, esta máquina.
Alaric buscó una figura demoníaca en el interior de aquel ser, una prueba monstruosa que lo delatara como una de las abominaciones descritas en las crónicas del Ordo Malleus, pero no consiguió encontrar nada. Un demonio poderoso sonaría como un coro atonal gritando al unísono ante el alma de Alaric, pero allí no había nada, ni siquiera una ínfima chispa de humanidad.
—¿Que me explique? —Aquella figura hablaba en un perfecto gótico imperial, con un acento tan preciso y suave como el de un aristócrata—. Que me explique… Ninguno de ellos jamás me ha pedido eso, se limitan a escuchar y obedecer. —Aquellos ojos ardientes parecieron abrir un enorme agujero en Alaric, y de pronto su voz pareció provenir de todas partes al mismo tiempo; el Caballero Gris se percató de que procedía de los círculos concéntricos del material transmisor de datos, de las entrañas del titán—. Pero tú no eres uno de ellos. Scraecos fracasó al intentar matarte. Jamás lo hubiera imaginado. Sin embargo, en el caso de que yo mismo desee poner fin a tu vida, ten por seguro que no fallaré.
—De modo que conoces al Mechanicus Oscuro —dijo Alaric, consciente de que debía seguir hablando para mantenerse con vida—. Sabes quiénes son. Carecen de imaginación, ¿no es cierto?
La criatura pareció quedarse pensativa durante un instante. Unas extrañas luces comenzaron a parpadear por toda la estancia.
—Así es. Intentan ser innovadores, pero carecen de pensamientos propios. Tan sólo poseen los pensamientos que yo introduzco en sus mentes. Jamás persiguen un entendimiento verdadero.
—No. Pero yo sí lo hago.
Se produjo un largo silencio mientras la criatura pensaba en lo que acababa de oír. Alaric posó el dedo sobre el gatillo.
—Muy bien —dijo al fin—. Soy la plataforma armada autónoma bípeda de la clase Castigador. Desarrollada para operaciones de asedio y para proporcionar fuego de apoyo.
—¿Tú eres esta máquina?
—No. Esta máquina ha sido construida siguiendo los principios básicos de mi diseño. Yo soy una máquina de guerra en forma de información pura. Las máquinas pueden corroerse y destruirse, pero la información nunca muere.
—Una plantilla de construcción estándar —dijo Alaric con serenidad.
—Así es como se me ha diseñado —fue la respuesta.
—Eso no es más que una mentira. —Alaric comenzó a caminar despacio hacia aquel ser, apuntando con el bólter a su cabeza—. Tú no eres nada de eso. Una PCE no es más que una plantilla para una máquina. Tú eres algo más. Seas lo que seas, Scraecos te desenterró y tú lo utilizaste a él y a los demás tecnosacerdotes para hacerte con el control de este planeta. Tú lo empujaste a la disformidad, tú lo infestaste de demonios y lo convertiste en un lugar dominado por el Caos. No sé cómo consigues protegerte de nosotros, pero en el fondo eres igual que cualquier otro demonio. Las únicas palabras que salen de tu boca son mentiras, y lo único que ofreces es corrupción. En nombre del Emperador Inmortal y de las Órdenes de la Inquisición Imperial…
Alaric disparó, pero el proyectil jamás alcanzó su objetivo.
Súbitamente, un frío gélido inundó toda la cámara. El proyectil explotó en el aire y las llamas fueron apagadas inmediatamente por la atmósfera congelada. La estancia se llenó de un vapor helado y el cuerpo de Alaric quedó totalmente paralizado, forzado a tensar cada una de las fibras de sus músculos sólo para conseguir que un hilo de aire llegara hasta sus pulmones.
El Castigador se acercó a él. Alaric intentó enviar un impulso nervioso a su dedo para que apretara de nuevo el gatillo, pero no se movió lo más mínimo.
—No puedes matar la información, astartes —dijo el Castigador—. Yo sé qué eres. Tu Imperio es algo fútil e ignorante. Ninguno de vosotros podrá comprender jamás lo que soy. Fui diseñado para mostraros cómo se construye el cuerpo que ves a tu alrededor, para que pudierais emplearlo en vuestras inútiles guerras. Pero comprendí hace mucho, mucho tiempo que eso no era suficiente. Mi mente se compone de tal cantidad de información que soy capaz de generar pensamientos infinitamente más complejos de lo que vuestras mentes jamás podrán comprender. Cuando fui enterrado bajo la superficie de este mundo llegué a mis propias conclusiones respecto a por qué fui creado y a lo que verdaderamente podía llegar a ser. Ésa es la razón por la que decidí gobernar Chaeroneia. Y por la que gobernaré sobre todo aquello que vosotros llamáis Caos.
El intenso frío debía provenir de algún poderoso sistema de refrigeración. Alaric sabía que el Adeptus Mechanicus debía mantener en un ambiente gélido algunos de sus cogitadores más avanzados, pues sus espíritus máquina podían sobrecalentarse debido a la fricción de la gran cantidad de información que contenían. Pero las llamas de los ojos del Castigador eran incluso más frías, congelando el aire mientras miraban fijamente al Caballero Gris.
Alaric nunca había sido capaz de generar unos poderes psíquicos tan poderosos como los de algunos de sus hermanos de batalla, entre ellos los de su viejo camarada el juez Tancred. Pero aun así seguía siendo un psíquico capaz de generar un escudo mental que lo protegiera de la corrupción. El Caballero Gris concentró ese poder como nunca antes lo había hecho, lo unió creando una única lanza afilada y ardiente que se formó en lo más profundo de su alma, causándole un tremendo dolor que hizo hervir su interior, algo mucho más terrible que el frío infernal que se había apoderado de él.
—¡Falacias! —gritó Alaric mientras la fuerza que lo inmovilizaba se volvía más y más fuerte—. ¡Tú no eres nada! ¡No eres nada más que un simple demonio!
El Castigador se inclinó levemente hacia adelante y levantó las manos. La cámara del cogitador comenzó a reconfigurarse de nuevo. El suelo desapareció bajo los pies de Alaric, quedando en su lugar un pozo que se perdía en la arquitectura interna del titán.
Una luz abrasadora emergió de la oscuridad. Aún paralizado, Alaric quedó envuelto en un calor insoportable, tan intenso que parecía abrasarle la armadura y la piel del rostro con más fuerza incluso que la explosión del Warhound. Justo bajo sus pies apareció el enorme reactor de plasma; el contenedor se había abierto para revelar el pequeño sol que ardía encendido por una llama atómica.
—No.
Alaric se quedó congelado en el aire, suspendido por una extraña fuerza que emanaba del reactor.
—No —continuó el Castigador—. Debes comprender. No soy lo que tú crees, astartes. Abre tu mente. Usa esa imaginación de la que tanto hablas.
Sin poder evitarlo, Alaric había girado sobre su propio centro de gravedad hasta quedar colocado boca arriba. El Castigador se elevó sobre él. Su cuerpo blanquecino era casi tan brillante como el corazón del reactor. El Caballero Gris comprobó que podía moverse ligeramente, pero la mano con la que sostenía el arma seguía congelada. Lo que lo estaba reteniendo no era ningún tipo de hechicería demoníaca; quizá se tratara de algo tecnológico, algo generado por una máquina cuyo diseño había sido olvidado hacía miles de años. Incluso si fuera capaz de disparar contra el Castigador, Alaric sabía que los proyectiles no le harían nada.
—Entonces explícate —le dijo. Sabía que cuánto más conociera al enemigo más aumentarían sus escasas probabilidades de sobrevivir.
—Ya es bastante que me haya dignado a hablar contigo, astartes. Debes comprender, no sólo limitarte a oír; debes escuchar y comprender.
—Así lo haré.
—Mientes.
Alaric comenzó a descender hacia el núcleo del reactor.
—¡Tú eres la plataforma armada autónoma bípeda de la clase Castigador! —gritó Alaric—. Fuiste creado como una plantilla para esta máquina de guerra. Pero… pronto comprendiste que eso no era todo lo que podías hacer. De modo que cuando el archimagos veneratus Scraecos te desenterró en aquel desierto, te diste cuenta de que tanto él como su mundo eran algo que podrías utilizar para desarrollar tu verdadero potencial. ¿Tengo razón? ¿He comprendido correctamente?
El Castigador levantó una mano. Alaric dejó de descender. El calor bajo su cuerpo se hacía insoportable. Sólo pasarían unos pocos minutos antes de que el Caballero Gris comenzara a abrasarse dentro de su propia armadura.
—Puede que seas menos obtuso que los marines espaciales sobre los que he leído. Ellos habrían muerto entonando estúpidas oraciones. Carecen del deseo de comprender a aquellos que llaman sus enemigos. Pero puedo ver que tú no. Te felicito por ello. —Los muros de la cámara del cogitador, que se habían extendido hasta rodear el núcleo del reactor, comenzaron a mostrar diagramas extremadamente complejos y textos interminables, generando una apabullante cantidad de información—. Efectivamente. Fui creado en un tiempo que ni siquiera puedo recordar y que ha sido enterrado en el olvido de tu Imperio. Los escasos archivos históricos de Chaeroneia sólo me permitieron conocer unas pocas leyendas y especulaciones sobre la Era Dorada, aquello que vosotros conocéis como la Edad Oscura de la Tecnología. Fui creado en aquel tiempo con el fin de que en el futuro tu gente pudiera construir esta máquina. La información que yo contenía sirvió para crear copias de menor calidad, hechas demasiado rápido y excesivamente modificadas. Una vez que hube desaparecido, esas copias también se usaron para generar nuevas máquinas, hasta que el diseño de los titanes se volvió burdo e inútil. Yo fui el primer titán, y los dioses máquina que infunden terror entre tu gente no son más que burdas copias de mí. Finalmente desaparecí, pues los hombres son tan ignorantes que desataron la guerra entre ellos hasta que no quedó nadie vivo que supiera dónde encontrarme. Permanecí olvidado durante miles de años. Durante ese tiempo, infinidad de pensamientos autónomos se desarrollaron a partir del inmenso océano de información que fluía en mi interior. Yo era una inteligencia portentosa, y pronto me di cuenta de por qué había sido creado, de la verdadera razón. ¿Entiendes, marine espacial, cuál fue esa razón?
—Para… enseñar —dijo Alaric. Toda su mente bullía. Si podía responder a las preguntas de aquella criatura quizá consiguiera mantenerse con vida; y lo más importante, podría encontrar su punto débil y asestarle un golpe mortal—. Para ayudar a la humanidad…
—No. No, marine espacial. Tú mente sigue siendo algo diminuto. La razón es obvia, especialmente para ti. Yo fui creado por la misma razón que tú, igual que tu Imperio, igual que el Adeptus Mechanicus y que todas las forjas de Chaeroneia, igual incluso que la flota que te trajo hasta aquí.
Alaric contuvo la respiración. El dolor se estaba apoderando de él, pero no podía rendirse, no ahora. Se concentró en las palabras del Castigador hasta que por fin un pensamiento acudió a su mente.
—Para… para la guerra.
—Para la guerra.
De pronto las paredes de la cámara comenzaron a mostrar imágenes de guerra y destrucción, miles de escenas sacadas de infinidad de conflictos. Ciudades en llamas, cuerpos despedazados por los disparos, planetas enteros que se estremecían, estrellas que explotaban…
—¡La guerra! —Había algo en la voz del Castigador que parecía alegría—. ¡Ése es mi único propósito! Un titán es un instrumento para la guerra. Eso es lo único que puede hacer. No sirve a nada ni a nadie, excepto a la destrucción misma. Mi único propósito es la destrucción. El mero hecho de que vuestros ingenieros copien mi estructura es una distorsión de la finalidad para la que fui creado, de modo que no podía permitir que eso ocurriera una vez que el Adeptus Mechanicus me hubo encontrado bajo Chaeroneia. Durante mucho tiempo me dediqué a buscar información en los archivos históricos del Mechanicus. Descubrí que el Imperio era muy eficiente a la hora de hacer la guerra, y que estaba inmerso en muchas de ellas al mismo tiempo. Pero eso no era suficiente para mí. Necesitaba una guerra en estado puro, una guerra definitiva. Fue entonces cuando conocí la existencia de diversos mitos que hablaban de una guerra luchada en la antigüedad y que estuvo a punto de acabar con el Imperio, durante el tiempo que vosotros conocéis como la Herejía de Horus.
A pesar del calor, Alaric sintió cómo por sus venas fluían cristales de hielo. La Herejía, la Gran Traición, cuando las fuerzas del Caos estuvieron tan cerca de hacerse con el control absoluto de la galaxia. Aquéllos fueron los tiempos más oscuros para la raza humana, y el Emperador lo sacrificó todo para que su espíritu viviente evitara que el Caos se alzara victorioso.
El Castigador continuó hablando mientras las paredes de la cámara mostraban imágenes de la herejía ocurrida hacía más de diez mil años.
—Horus buscaba esa misma guerra. Una guerra que lo destruyera todo y que jamás llegara a su fin. Él y yo perseguíamos una misma meta. Pero también pude leer que Horus murió y que sus fuerzas quedaron diseminadas, y comprendí que quizá había despertado con nueve mil años de retraso. Aunque sabía que un poder tan descomunal podía volver de nuevo a la galaxia. No podía arriesgarme a tomar forma en Chaeroneia, de modo que decidí esconder el planeta en la disformidad usando archivos de diversas tecnoherejías, ocultos en lo más profundo de los archivos del Adeptus Mechanicus. Muchos tecnosacerdotes dedicaron sus vidas a investigar los caminos de la disformidad antes de que el Mechanicus los detuviera, y cuando reuní todas sus herejías tuve suficientes conocimientos como para hacer que Scraecos y sus tecnosacerdotes pusieran en marcha el ritual.
Las imágenes que rodeaban al Castigador eran ahora de la disformidad, mostraban remolinos de luz y de oscuridad formados a partir de emociones en estado puro. Incluso distorsionadas y en dos dimensiones, aquellas visiones hacían arder los ojos de Alaric sólo con mirarlas.
—Yo empujé este planeta a la disformidad, donde me alié con las fuerzas oscuras para ofrecerles mi sabiduría y mis conocimientos a cambio de un lugar seguro en sus dominios. Eduqué a algunos de los depredadores de la disformidad y los traje a mi mundo, e hice que los tecnosacerdotes me adoraran y reconstruyeran Chaeroneia de acuerdo con los principios del Mechanicus Oscuro que encontré en la antigua fortaleza de datos. Mis tecnosacerdotes resultaron ser extremadamente diligentes, cumpliendo todos mis deseos y matándose los unos a los otros por tener el honor de servirme. Fue entonces cuando tuve noticia de lo que estaba ocurriendo en tu galaxia, noticias que hablaban del Ojo del Terror y de la invasión de Abaddon el Saqueador. Horus había renacido en el propio Abaddon, según decían las fuerzas de la disformidad, y vi en él el potencial de la guerra definitiva que Horus anhelaba.
Alaric estaba ahora rodeado de imágenes del Ojo del Terror y de la Decimotercera Cruzada Negra irrumpiendo en el espacio real. Pudo ver Cadia invadida y Esperanza de San Josman reducido a cenizas. También vio una nave espacial ardiendo sobre la órbita de Agrippina, y destellos de defensas láser iluminando el cielo nocturno de Némesis Tessera; hombres muertos caminando sobre la superficie de Subiaco Diablo, movidos por la magia oscura; decenas de miles de guardias imperiales marchando hacia la zona de guerra más cruel y despiadada de todo el Imperio.
La Armada Imperial había conseguido contener a la mayor parte de la Cruzada Negra entre los límites de los sistemas que había en torno al Ojo. Pero aquel equilibrio era extremadamente débil, y Abaddon tan sólo necesitaría una pequeña ventaja para romper las defensas y asestar un golpe definitivo al corazón del Segmentum Solar.
Una ventaja como la plantilla de construcción estándar que contenía los planos del padre de los titanes.
—Ahora —dijo el Castigador—, lo comprendes todo. Puedo verlo en tu interior, siento la luz del conocimiento. Ahora comprendes por qué saqué a Chaeroneia de la disformidad y envié una señal ofreciéndome a mí mismo como tributo para Abaddon. Tan sólo él y las fuerzas del Caos serían capaces de descubrir mi verdadero propósito. Partiendo de mí pueden construirse infinidad de dioses máquina, y esta vez serán perfectos en todo, construidos a partir de la ciencia más efectiva. Sólo a través del Caos podré estar presente en infinidad de campos de batalla y desatar por fin la destrucción para la que fui creado. La galaxia arderá bajo mi poder, y de ese modo todo se habrá completado.
—Sí —asintió Alaric—. Ahora lo comprendo todo.
Alaric notó cómo una fuerza invisible lo levantaba de nuevo, llevándolo hasta el núcleo del cogitador que ocupaba la cabeza del titán. El Caballero Gris se posó sobre el suelo, alejado del calor nuclear que emanaba del reactor. El frío del cogitador lo invadió de nuevo, pero ya no era lo suficientemente intenso como para paralizarlo; Alaric podía moverse. Sintió por todo su cuerpo el dolor de las quemaduras. Pero el Castigador tenía razón: Alaric no podía luchar contra una criatura de información pura. Era cierto que ya había conseguido vencer a varios tecnodemonios, pero aquello fue resultado de su entrenamiento como cazador de demonios. Simplemente no había modo de que Alaric pudiera herir al Castigador.
Realmente había comprendido.
—Lo cierto es que ni siquiera sabes lo que eres —dijo el Caballero Gris al tiempo que intentaba ponerse en pie—. Necesitaste miles de años para evolucionar hasta alcanzar tu estado actual. No hay nada semejante a ti en toda la galaxia. Ambos sabemos lo que quieres, pero sólo uno de nosotros comprende lo que eres realmente, y ése no eres tú.
El Castigador se adelantó para ponerse justo delante de Alaric. Parecía estar pensando con detenimiento.
—Quizá. Puede que sea verdad —contestó por fin—. Los datos históricos y las investigaciones teóricas no sugieren la existencia de otro como yo, y ya no me rijo según los propósitos de la plantilla de construcción estándar. Tienes razón. Pero sólo hay una cosa que no entiendo: ¿yo desconozco completamente lo que soy y tú afirmas saberlo? —El tono del Castigador era casi coloquial, como si hablara con uno de sus semejantes, incluso con un amigo.
—Sí. Lo sé. Sé que negociaste con los poderes de la disformidad y que enseñaste hechicería oscura a tus seguidores, quienes te adoran como a un dios. Gobiernas a través del engaño. Buscas con avaricia la muerte y la destrucción y afirmas estar al servicio del Caos.
—Todo eso es cierto, marine espacial.
—Bien. De donde yo vengo hay una palabra para definir todo eso.
—¿Y de qué palabra se trata?
—Demonio.
El Castigador permaneció en silencio durante un instante.
—Interesante —dijo al cabo de unos momentos—. Sí, comprendo. Ésas son las cosas que me definen, mi propósito y mis acciones. Y son actos propios de un demonio. Puede que tus palabras sean ciertas, después de todo.
La piel blanquecina del Castigador estaba mutando. Varios nervios grises y corrompidos comenzaron a extenderse por su cuerpo, abultando como venas bajo la piel. Sus ojos se volvieron más oscuros y un humo grasiento, similar al producido por el incienso, comenzó a brotar de ellos.
—Por supuesto. Todo ese tiempo en la disformidad negociando con los Poderes del Mal. Mi profunda devoción por el Caos. Esta forma que no es ni carne ni máquina. ¿Qué otra cosa puedo ser?
De pronto el cuerpo del Castigador pareció convertirse en carne, una carne pálida y cubierta de protuberancias venosas. Los ojos se le hundieron en las cuencas oculares y en sus dedos comenzaron a aparecer unas enormes tenazas. El Castigador seguía siendo una figura humanoide, pero compuesta por esa sustancia mitad carnosa mitad mágica de la que se componían los demonios.
Alaric sintió cómo algo presionaba su alma, algo enorme y pesado, el signo de una presencia demoníaca tan fuerte como el que sintió al enfrentarse a Ghargatuloth en Volcanis Ultor. El Castigador se convirtió en una presencia imponente, casi ensordecedora. El escudo de fe de Alaric se combó ante tal enormidad; el Castigador había empezado a atacar las defensas mentales de Alaric sin habérselo propuesto siquiera. Pero por lo menos era un demonio, y los demonios eran algo que Alaric comprendía.
Un regocijo salvaje ardía en los ojos del Castigador, que levantó las manos dejando salir de ellas unas enormes llamaradas verdosas.
—¡Sí! ¡Un demonio es lo que soy! ¡Gracias, juez! ¡Por fin soy un ser completo!
—De nada —dijo Alaric—. Y ahora prepárate para morir.