DIECISIETE
Y cuando todo hubo terminado, cuando la sangre se secó y los fuegos se extinguieron, descubrimos que seguíamos siendo lo mismo que siempre habíamos sido: seres humanos insignificantes y aterrorizados, con la luz del Emperador como única guía en medio de esta oscura galaxia gobernada por el pecado.
SAN PRÁXIDES de OPHELIA VII,
Reflexiones sobre el Martirio
—¿Qué quieres que haga?
Hacía mucho tiempo que el archimagos veneratus Scraecos no emitía sonido alguno a través de su unidad vocal. Era una sensación extraña, algo pesado y primitivo, pero sabía que era la mejor manera para comunicarse con la construcción de conocimiento puro que conformaba el avatar del Omnissiah.
No obtuvo respuesta. Scraecos miraba fijamente la puerta de ferrocemento del hangar en el que se encontraba. Sintió cómo algo escudriñaba su interior, como los rayos del sol al atravesar la atmósfera de un planeta. Estaba siendo juzgado. El Omnissiah lo juzgaba en todo momento, por supuesto, pero ahora era algo tan tangible que tenía la impresión de que estaba siendo diseccionado e inspeccionado pieza por pieza, augmetización por augmetización.
Si tenía alguna falta, si Scraecos fracasaba en aquel interrogatorio silencioso, únicamente habría un final: sería destruido totalmente. La esencia de la Máquina le sería arrancada tanto de sus partes biónicas como de sus partes naturales hasta quedar convertido en un montón de chatarra inservible. Aquello era algo que ya había visto antes. Los tecnosacerdotes que estuvieron en su lugar mil años atrás no tenían una voluntad tan fuerte ni una comprensión tan profunda como la de Scraecos, y fueron descuartizados y aniquilados. Fue una demostración incuestionable del poder del Omnissiah. Del mismo modo que Él podía comprender el universo en toda su magnitud, también podía elegir no comprenderte a ti, y eso tenía como único resultado posible el cese de tu existencia. Aquello era el verdadero poder. El Omnissiah era quien decidía qué era real y qué no lo era, y por esa razón Él era el verdadero dueño del universo.
—Mírame.
La voz del Omnissiah era un conocimiento tan puro que iluminó inmediatamente la mente de Scraecos. El tecnosacerdote quedó cegado ante tal magnitud. Resultaba imposible contestar a aquella voz mediante cualquier recurso mecánico, la voz del Omnissiah hablaba desde el infinito.
Scraecos levantó la vista. El rostro del Castigador lo estaba observando. La primera vez que Scraecos contempló aquel mismo rostro se sintió aterrado, y aquel sentimiento aún no había desaparecido. Esos enormes ojos llameantes no eran más que unos simples rasgos, pero estaban repletos de un conocimiento tan ancestral que la historia de la raza humana no era más que una nota al pie del último capítulo. Su mirada hizo que Scraecos se quedara clavado en el suelo, desprovisto de toda su experiencia y su veteranía y convertido en un insignificante niño ante los ojos del Castigador.
El Castigador era el avatar del Omnissiah. A través del Castigador, el Omnissiah podía comunicarse directamente con sus sirvientes. Aquello daba una idea de lo corrompido e ignorante que se había vuelto el Adeptus Mechanicus, pues el Omnissiah debía degradarse hasta el punto de adoptar una forma física. Sólo así podría instruir a los tecnosacerdotes de Chaeroneia sin que los archimagos del Imperio tergiversaran sus enseñanzas. Del mismo modo, fue Él quien ordenó que Chaeroneia se exiliara del Imperio para así proteger sus enseñanzas y mantenerlas puras. Devolver aquel planeta al espacio real suponía un gran riesgo, pues el Imperio aún podría encontrar el modo de corromper el conocimiento del verdadero Mechanicus antes de que el Omnissiah pudiera revelar su rostro al resto de la galaxia.
—Me has preguntado qué quiero que hagas. ¿Es que acaso no has aprendido nada?
Scraecos se estremeció ante la intensidad del reproche del Omnissiah.
—He… he permanecido alienado durante mucho tiempo… No he sido un solo individuo, sino muchos. Me temo que mi individualidad ha quedado limitada.
—No. Ahora eres más fuerte. ¿Entiendes ahora la razón por la que te elegí la primera vez? ¿Y por la que he vuelto a elegirte ahora?
—¡Sí! ¡Sí, mi señor! Porque soy un asesino.
—Tú eres un asesino. —Aquellas palabras sonaron como un signo de aprobación. Nunca antes ningún tecnosacerdote había sido halagado por el Omnissiah—. Aunque durante mucho tiempo has contribuido a la construcción de mi templo del conocimiento, jamás has sido un verdadero archimagos. Siempre has sido un asesino. Cuando eras un esclavo del Mechanicus corrompido, matabas por ascender y por ganar favores. ¿Acaso no es cierto?
—Es cierto.
Scraecos había matado. Las luchas internas entre los magos del Adeptus Mechanicus eran mucho más intensas de lo que el Imperio jamás sabría. Imprevistos, desastres naturales, naufragios espaciales y asesinatos a sangre fría podían prepararse con relativa facilidad, y el mismo Scraecos lo había hecho en varias ocasiones cuando buscaba obtener el rango de archimagos veneratus. Mató para conseguir que lo enviaran a Chaeroneia la primera vez con el fin de investigar ciertos rumores sobre la presencia de tecnología preimperial bajo los desiertos tóxicos. Jamás habría imaginado que allí encontraría algo como el Castigador; pero en última instancia fueron los asesinatos lo que le permitió llegar hasta el avatar.
—Y aún eres un asesino. Ésa es la razón por la que incluso los demás magos de Chaeroneia decidieron devolverte tu ser. Incluso en su obstinación han conseguido descubrir al asesino que hay en tu interior. Cuando fundieron sus mentes con la tuya, esa chispa aún estaba allí.
Scraecos estaba desconcertado.
—¿Acaso no te han servido bien?
—Por supuesto. Ése es el deber de toda criatura viviente de este mundo. Y a pesar de que comprendo sus fracasos y puedo utilizarlos para mi beneficio, siguen siendo fracasos. Se limitan a hacer lo que se les ordena, pero ¿acaso no os ordeno ir siempre en pos de la innovación? Y a pesar de eso su pensamiento dista mucho de ser innovador. Si la innovación está presente en la máquina también debe estarlo en la mente. Únicamente de ese modo podrán mente, máquina y carne formar parte de la maquinaria que conforma el universo. Sin embargo, tú, archimagos veneratus Scraecos, eres diferente. Tú no matas porque lo ordenen tus superiores o lo demanden las circunstancias, matas por el mero placer de matar. Ésa fue la parte de ti que el Mechanicus no fue capaz de borrar, la parte que me buscó a mí y te trajo hasta aquí. El único resquicio de tu mente que quedaba libre fue la única parte de ti que comprendió mi credo. Ésa fue la razón por la que fuiste el primero, y la razón por la que estás aquí ahora.
—De modo que fuiste tú quien me trajo aquí.
—Por supuesto. Nada ocurre en este mundo sin que yo lo desee. Ya sabes lo que tienes que hacer.
—Sí. —La voz de Scraecos sonaba temblorosa. El tecnosacerdote estaba dominado por una extraña sensación, era algo perteneciente a los albores de su vida, algo que había dejado una profunda marca en su interior, pero no recordaba el qué. Era algo frío y acuciante, capaz de despojar a su mente de sus propios pensamientos dejando detrás tan sólo su ser. Scraecos buscó entre sus núcleos de datos y descubrió que se trataba del miedo. Por primera vez desde que tenía conciencia estaba sintiendo miedo. Había sido llamado para hacer cumplir la voluntad del Omnissiah y temía fracasar—. Quieres que vuelva a matar.
—El foso exterior de la fábrica ha sido asaltado. Los programas de caza no han conseguido atrapar a su presa. Los intrusos están en el interior de la fábrica de titanes. Debes tomar el mando del destacamento, enfrentarte a los intrusos y aniquilarlos. Eso incluye a los infieles que han estado escondidos en las entrañas de este planeta desde que Chaeroneia abandonó el espacio real. Algunos de los que se encuentran entre ellos han sido enviados por el Imperio e intentan robar lo que legítimamente pertenece al Omnissiah. Esos intrusos deben ser eliminados antes de que lleguen nuestros aliados. Dejo esta tarea en tus manos, archimagos veneratus Scraecos. Tu sed de destrucción ha demostrado que estás muy por encima de otros tecnosacerdotes. Sólo si cumples con tu cometido merecerás convertirte en el primero de mis profetas. Tu éxito es una evidencia matemática. Y ahora, ve y haz cumplir la voluntad de tu Omnissiah.
Un éxtasis indescriptible se apoderó de Scraecos. Él era el profeta. El éxito estaba cerca; tan sólo faltaba coronarse con una victoria que resultaría inevitable. Sí, era un asesino. Y sí, la voluntad del Omnissiah transmitida a través del Castigador era que Scraecos matara por su dios. El miedo desapareció dejando paso al júbilo.
—¡No fracasaré, mi señor! —gritó Scraecos aumentando al máximo el volumen de su unidad vocal—. ¡Yo soy el elemento final de la ecuación, pues la muerte es mi lógica!
La mirada penetrante del Castigador pareció desvanecerse. Scraecos dejó de sentirse acuciado por el inmenso peso del juicio del Omnissiah. La fábrica de titanes contaba con una formidable dotación de tropas, pues merecía una protección mucho más estricta que las simples unidades de sirvientes que los tecnosacerdotes habían empleado hasta aquel momento para intentar dar caza a los intrusos. Cuando el Castigador ordenó la reconstrucción de la fábrica y la dedicación exclusiva de Manufactorium Noctis a la producción de máquinas de guerra, también decretó que las mejores tropas de élite debían defender las instalaciones a cualquier precio. Ahora que la voluntad del Omnissiah le había sido revelada de nuevo, la existencia de aquellas tropas no hacía sino confirmar la certidumbre absoluta de la victoria de Scraecos.
El archimagos hizo una reverencia ante el Castigador. Acto seguido se volvió y se dirigió hacia el elevador que lo llevaría al primer nivel, donde tomaría el mando del destacamento que haría despertar a todo el ejército.
* * *
El archimagos Saphentis levantó la vista sobre el enorme cogitador que ocupaba uno de los muros del búnker. Aquel cogitador era una monstruosidad biomecánica compuesta de hueso y hierro que albergaba una compleja maquinaria mecánica, como órganos vivientes encerrados en una gran caja torácica de metal.
—Su configuración es muy poco ortodoxa —dijo—. Pero creo que podré ocuparme de eso.
—Más vale que sea rápido —repuso Alaric.
La fuerza de asalto se había topado con un búnker en las inmediaciones del perímetro de la torre de vigilancia. Se trataba de una construcción que se elevaba por encima del rococemento, una superficie de piedra desfigurada por protuberancias venosas que parecía estar abandonada, a pesar de que el cogitador aún estaba en funcionamiento. El interior apestaba a materia biológica en descomposición, y el aire sería prácticamente irrespirable para cualquier humano que no estuviera augmetizado. Antigonus y sus tecnosacerdotes se habían apostado en el exterior, vigilando los alrededores junto con la escuadra de Alaric. La fábrica de titanes era un complejo lo suficientemente grande como para que hubiera rincones aislados que escapaban a la vigilancia de los tecnosacerdotes, pero no quedaba ninguna duda de que era tan sólo cuestión de tiempo que las fuerzas del Mechanicus Oscuro dieran con ellos, especialmente si descubrían que Saphentis estaba manipulando aquel cogitador.
—Necesitamos un plan —dijo la interrogadora Hawkespur—. Nos estamos moviendo a ciegas.
—Estoy de acuerdo —contestó Alaric—. Mi escuadra está capacitada para enfrentarse a cualquier cosa, pero sólo podremos asestarle una herida mortal al Mechanicus Oscuro si sabemos lo que tenemos entre manos.
—Nuestra primera prioridad es la plantilla de construcción estándar. Si está aquí, tenemos que encontrar pruebas y destruirla. No creo que tengamos muchas posibilidades de recuperarla, y viendo lo que le ha hecho a Chaeroneia, creo que es lo mejor.
—¿Y nuestra segunda prioridad?
—Causar tanta destrucción como nos sea posible.
—Creo que eso vendrá por sí solo. —Alaric miró a Saphentis—. ¿Ha encontrado algo?
—Esta terminal tiene un acceso relativamente comprensible —contestó Saphentis—. Debería ser capaz de obtener los planos físicos.
—¿Sabrán ellos que hemos accedido a su sistema?
—Casi con total seguridad. —Saphentis introdujo dos sondas en el cogitador perforando una especie de órgano venoso, similar a un estómago, que parecía estar lleno de material transmisor de datos—. Eso es. Esta planta requiere grandes cantidades de energía debido a las fundiciones que ocupan casi la totalidad de su superficie subterránea. Absorbe gran parte de las reservas minerales del planeta. Otro núcleo importante de consumo energético se localiza en la aguja central. Parece ser que también es el centro de los sistemas de información y comunicaciones de todo el planeta. Los datos están incompletos y muy fragmentados, quizá se deba a la naturaleza bioorgánica de esta construcción. Estoy descargando todo lo que puedo.
—Haulvarn, ¿cómo están las cosas ahí fuera? —preguntó Alaric a través del comunicador.
—Todo en orden, señor —respondió Haulvarn desde el exterior—. Hemos establecido contacto visual con algunos objetos volantes, pero probablemente se trataba de animales.
—No quiero que se dé nada por sentado —replicó Alaric.
—Hay un tercer núcleo de consumo energético —continuó Saphentis mientras insertaba más sondas en diversos interfaces y orificios de las entrañas del cogitador—. Bajo la superficie, a cierta profundidad. Parece que se trata de un enorme vacío abierto en las construcciones subterráneas, lo suficientemente grande como para albergar un centro de reparación y mantenimiento de titanes. —Súbitamente, Saphentis retiró las sondas del cogitador—. Creo que han detectado mi presencia. Contramedidas inminentes.
—¿Saben dónde estamos? —preguntó Alaric.
—Probablemente.
—Entonces, ¿qué ha logrado averiguar?
Las sondas de Saphentis se replegaron completamente en sus manos biónicas y acto seguido el tecnosacerdote extrajo una placa de datos. La pantalla estaba repleta de signos. Alaric la miró con detenimiento.
La fábrica de titanes era una construcción colosal. La enorme superficie de rococemento carnoso no era más que el nivel superior de un gigantesco complejo industrial horadado en las entrañas de Chaeroneia y situado bajo los desiertos de ceniza.
Los esquemas físicos también indicaban los niveles de consumo energético de las diferentes secciones; las forjas donde se producían las piezas para los titanes estaban marcadas con colores vividos, indicando que era allí donde se consumían gran parte de los recursos energéticos de Manufactorium Noctis. El gran espacio vacío que Saphentis había localizado estaba justo bajo la superficie, una cámara horadada en una veta de roca sólida del tamaño de un hangar espacial. Consumía una gran cantidad de energía.
—Amplíe los planos de la superficie —dijo Alaric—. Debemos encontrar un lugar donde escondernos.
En la placa de datos apareció un plano detallado de la superficie del complejo. Los propios titanes ocupaban gran parte de esta zona, y las pocas construcciones que había estaban todas ellas destinadas a almacenar combustible o instalaciones de mantenimiento; también había unas enormes máquinas empleadas para cargar los gigantescos proyectiles que disparaban los cañones Vulcan y las células de energía para los megacañones de plasma.
—Ahí —dijo Alaric señalando una extensa superficie metálica. Era un titán tumbado en el suelo. Probablemente habría sido destruido en un accidente o bien era defectuoso y estaba a la espera de ser desmantelado. Se encontraba a poca distancia del búnker—. Ahí nos haremos fuertes. Los almacenes de combustible y de munición no son un buen lugar para enfrascarse en un combate con fuego pesado, y los búnkers probablemente estarán ocupados. Ese titán puede ofrecernos una cobertura perfecta, y está construido con los materiales más resistentes que el Mechanicus es capaz de producir.
—Es cierto —dijo Hawkespur—. Pero ¿luego qué?
—Después todo se desarrollará por sí solo; o vencemos o conseguiremos escapar. El Enemigo va a emplear sus mejores armas, y eso significa que habrá demonios. Pero el Mechanicus Oscuro aún no se ha dado cuenta de que se ha aliado con los demonios. Nuestra mejor oportunidad para asestarles un golpe mortal es enfrentarnos a esos demonios cara a cara. Puede que esos tecnosacerdotes no sepan cómo reaccionar cuando se den cuenta de que sus mejores armas ni siquiera son suyas. Debemos llegar aquí en cuanto se presente la menor ocasión. —Alaric señaló el gran espacio subterráneo horadado bajo el centro de la fábrica—. Desde ahí abajo se controla todo este lugar.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó Hawkespur.
—Lo sé —contestó Alaric de manera tajante—. Tuve exactamente la misma sensación cuando me enfrenté a Ghargatuloth, y también cuando vi Chaeroneia por primera vez. Estoy seguro de que proviene de ahí abajo. Si no conseguimos que esa maldad salga para enfrentarse a nosotros, tendremos que entrar a buscarla.
—De modo que parece que ese plan, si es que se puede denominar así, no nos deja muchas posibilidades de sobrevivir —apuntó Saphentis.
—Exacto, archimagos, ¿tiene usted algo que objetar?
—En absoluto, juez. Soy muy libre de arriesgar mi vida si existe la más mínima posibilidad de que consiga conservarla. Es una de las ventajas de la libertad lógica.
—Entonces está decidido. —Alaric accionó el comunicador—: Nos movemos, estableceremos una posición defensiva a cuatrocientos metros al este, en el titán caído.
Las runas de confirmación parpadearon en la retina del Caballero Gris, activadas por los miembros de su escuadra.
—Recibido —dijo el magos Antigonus—. Pero no me sentiré yo mismo hasta que encuentre un cuerpo en mejor estado. ¿Se da usted cuenta, juez, de que se me acaba de presentar una oportunidad inmejorable?
—Lo sé —contestó Alaric—. Pero creo que será mejor no jugar aún esa carta. La reservaremos como un as en la manga.
—Muy bien. Mis tecnosacerdotes se pondrán en marcha inmediatamente.
Alaric miró a Hawkespur.
—¿Está usted preparada para esto?
—Juez, pase lo que pase, mi vida se acerca a su fin. Este planeta lo sabe, de modo que no es cuestión de estar preparada, sino de cuánto daño puedo infligir a los herejes antes de morir. —Hawkespur desenfundó la pistola—. El inquisidor Nyxos me entrenó bien, me enseñó que llegaría un momento en el que todo quedaría reducido a una arma y un poco de fe. Y ahora me alegro de haberlo escuchado.
—A todos los marines espaciales —dijo Alaric a través del comunicador—. Nos movemos.
El juez se dirigió hacia la puerta del búnker y salió al exterior amparado por la enorme sombra generada por la torre de vigilancia. Todos los tecnosacerdotes y los demás Caballeros Grises ya avanzaban por la superficie de rococemento en dirección a la silueta abultada y desvencijada del titán caído, que podía verse a poca distancia.
En aquel momento Alaric empezó a sentir más intensamente aquella maldad, como si algo oscuro y terrible estuviera despertando bajo sus pies. Algo que lo estaba vigilando, a él y a todos sus hombres. Podía sentir cómo movía los hilos, cómo manejaba mediante su hechicería oscura las mentes de las tropas destinadas en aquella factoría, guiándolas hacia los intrusos para exterminarlos. Era una fuerza con una capacidad de destrucción temible, algo horrible, pero, de algún modo, con un propósito puro.
El Caos no era nada más que corrupción y mentiras dotadas de forma, y esa forma se había apoderado de Chaeroneia; sin embargo, aquel Caos era de un tipo al que Alaric jamás se había enfrentado, era algo frío y calculador, mortífero y despiadado. Tan sólo una inteligencia tan maligna como aquélla podía haber creado un ejército de titanes y después esperar más de mil años antes de sacarlos a la luz; una maldad tan pura como para corromper a todo un planeta de tecnosacerdotes temerosos del Omnissiah sin que ni siquiera se dieran cuenta de la verdadera naturaleza del poder que los gobernaba.
Alaric jamás había conocido el miedo, no como lo entendería un hombre normal, pero sí conocía la sensación de enfrentarse a algo que jamás debería haber existido y que tenía capacidad para herirlo en lo más profundo de su alma. Era una sensación que estaba experimentando en aquel mismo momento. Chaeroneia era capaz de absorberle la vida por completo, y si no era lo suficientemente fuerte, podría perder algo más que la propia vida bajo las sombras de aquellos dioses máquina.
—Posición a la vista —dijo el hermano Cardios, que avanzaba a la cabeza, a través del comunicador—. Parece abandonado. Vamos a entrar.
—Adelante, estoy justo detrás.
Casi de manera inconsciente, Alaric comprobó que el bólter de asalto estaba cargado y aceleró el paso en dirección al titán. Mientras, repasaba mentalmente los ritos de preparación, sabiendo que tanto sus Caballeros Grises como los tecnosacerdotes también estarían haciendo lo mismo: prepararse para luchar y morir dando lo mejor de sí mismos.
Probablemente todos ellos morirían. Pero no era una cuestión de supervivencia, al menos no en aquel momento, era una cuestión de morir de la manera más destructiva posible, una muerte que abriera una herida letal en el corazón de Chaeroneia.
* * *
Los marines espaciales y los traidores que los acompañaban se veían iluminados como estrellas sobre un cielo nocturno. Reflejos brillantes de luz infrarroja que resaltaban sobre la superficie de rococemento. Scraecos pudo contar cinco marines espaciales y casi treinta tecnosacerdotes. Las señales infrarrojas generadas por los tecnosacerdotes hacían pensar que les quedaban muy pocas partes biológicas, y que el mantenimiento de sus implantes augméticos era bastante pobre, pues de ellos emanaban diversos gases y columnas de calor. Inoperativos. Decadentes. Una tenue sombra de lo que habían sido en el momento en que decidieron alejarse de la verdadera luz del Omnissiah como alimañas.
Dos de ellos eran humanos más normales. Podía percibirse que uno estaba enfermo, mientras que el otro estaba más sano. También había otro tecnosacerdote con unas augmetizaciones extraordinarias, unos implantes tremendamente eficientes cuyas señales Scraecos no era capaz de descifrar. Podía tratarse de algún nuevo converso reclutado de entre los colectivos de tecnosacerdotes experimentales diseminados por todo el planeta, aunque lo más probable es que fuera un miembro del Mechanicus enviado a Chaeroneia para reclamar su soberanía. En último lugar avanzaba un servidor viejo y desvencijado, que dejaba escapar sus pocas reservas energéticas en forma de un calor que se perdía en el aire.
No parecía una fuerza demasiado terrible. Era cierto que, de acuerdo con los archivos históricos del Imperio, una escuadra de marines espaciales era una de las unidades imperiales de infantería más efectivas, pero Scraecos estaba mejor preparado.
Con un solo pensamiento de su mente, el archimagos veneratus apartó su visión compuesta del escáner para mirar a través del espacio real. Los intrusos se dirigían hacia el titán caído. Basado en las antiguas estructuras de los titanes imperiales Reaver, el nacimiento de aquella máquina no se desarrolló correctamente, de modo que fue abandonada en aquel mismo lugar para que los sirvientes desguazaran sus componentes y mantuvieran así el ciclo de eficiencia caníbal que mantenía en funcionamiento la factoría de titanes.
Scraecos los vigilaba desde una posición elevada, en lo alto de uno de los búnkers de combustible, lo que le permitía tener una vista excelente del campo de batalla. El titán caído era un buen lugar para mantener una posición, pero aquello no significaba nada. Scraecos se dio la vuelta hacia las tropas que había agrupadas tras él. Acababan de salir de las barracas diseminadas por toda la factoría y de las unidades de almacenamiento biológico ocultas bajo la superficie.
Los servidores de la muerte eran los mejores soldados de Chaeroneia. Y eran precisamente eso, soldados; no máquinas o servidores convencionales, sino otra cosa. Sus carcasas, armadas y blindadas, se habían construido según los diseños más antiguos y resistentes y habían sido adaptadas a partir de servidores de trabajo o de combate con un propósito muy diferente, y ese propósito era servir de cuerpo físico para los programas de caza. Programas voraces y salvajes nacidos en los materiales transmisores de datos de Chaeroneia, dotados de vida propia mediante el conocimiento infinito del Omnissiah. Los programas empleados en la fortaleza de datos habían fracasado, y aquellos que ahora habitaban los servidores lo sabían; su sed de sangre estaba avivada por la ira y la vergüenza, y seguían un impulso lógico con el que pretendían tener éxito allí donde otros como ellos habían fracasado.
Tras aquellos rostros metálicos, Scraecos podía percibir una inteligencia monstruosa. Los programas de caza eran un recurso mortífero, y el Mechanicus Verdadero había diseñado para ellos unos cuerpos a la altura de su eficiencia. Cada uno de aquellos mortíferos servidores estaba equipado con dos láseres de asalto montados sobre los hombros, lo que les dejaba las manos libres para operar sus enormes tenazas electrificadas, las armas preferidas por los programas de caza. Cada uno de los tres manípulos de servidores de la muerte se erguían en posición de firmes sobre sus apéndices articulados, que les proporcionaban mucha más movilidad que las cadenas, patas o ruedas que normalmente usaban los servidores de combate convencionales.
El manípulo Gamma contaba con el apoyo de una unidad de enormes motores Eviscerator, sus grandes cañones de fotones giraban impacientes mientras sus extremidades curvadas estaban listas para desgarrar a cuantos enemigos pudieran. El manípulo Delta contaba con una escuadra completa de aniquiladores, guerreros de aspecto engañosamente humanoide que una vez fueron tecnosacerdotes parcialmente humanos, pero que, después de haber fracasado en su servicio al Omnissiah, fueron transformados en receptores biológicos para los programas de caza más desarrollados. El manípulo Ypsilon estaba liderado por el propio Scraecos, y durante el combate protegería al tecnosacerdote de cualquier enemigo que se le aproximara.
—Manípulo Gamma, informe.
—Manípulo Gamma preparado —fue la respuesta en código máquina, emitida al unísono por la mente colectiva de sus programas de caza.
—Bien. ¿Manípulo Delta?
—Manípulo Delta preparado.
—¿Manípulo Ypsilon?
—Listo para servir, archimagos veneratus.
—Iniciar protocolo de asalto. Moveos.
Al instante, todos los servidores comenzaron a avanzar desafiantes hacia el titán caído, como si fueran uno solo. El sonido que emitían era similar al del metal al atravesar la carne. Scraecos se movía con ellos, avanzaba seguro, rodeado por los servidores de la muerte del manípulo Ypsilon.
Los intrusos en seguida sabrían que estaban siendo atacados. El sonido atronador de los motores Eviscerator revelaría su presencia mucho antes de que pudieran abrir fuego. Pero no importaba. Aquellos intrusos estaban condenados. Scraecos había pensado mucho en lo que el Omnissiah le había dicho en aquella cámara subterránea sagrada. Scraecos era un asesino, y su deber divino para con el Omnissiah era matar, de modo que cuando la matanza se desatara él tendría que estar en el epicentro de aquella carnicería.
* * *
Alaric alzó la vista por encima de la enorme placa que cubría una de las piernas del gigantesco titán. Podía ver cómo las tropas enemigas se aproximaban. Su visión mejorada le permitía divisar en medio del crepúsculo permanente de Chaeroneia el brillo de las hojas metálicas y de las mortíferas tenazas.
Probablemente se tratara de servidores, pero aquéllos se movían de un modo diferente. Alaric sintió cómo un torrente de hechicería oscura caía sobre su escudo psíquico como una tormenta.
—¿Cuántos son? —preguntó el magos Antigonus mientras el servidor que albergaba su conciencia intentaba ascender penosamente por la carcasa metálica.
Alaric miró con más detenimiento.
—Son varias unidades, puede que un centenar en total, ¿sabe usted qué son?
La unidad de visión del servidor de Antigonus comenzó a chirriar mientras el tecnosacerdote intentaba ver el ejército enemigo con más claridad.
—No, pero… algunos de mis tecnosacerdotes aseguran que los magos estaban desarrollando algo nuevo, algo que habían empezado a probar en los subterráneos de la ciudad para atrapar sirvientes en libertad. Parece tratarse de soldados tremendamente rápidos y efectivos, pero ninguno de mis tecnosacerdotes ha podido verlos de cerca.
—Pues parece que estamos a punto de verlos muy de cerca. Tenemos esta sección bien protegida, pero debemos enviar a varios hombres a la cabeza del titán y mantener a alguien en la retaguardia por si intentan rodearnos.
Antigonus transmitió las instrucciones a sus tecnosacerdotes para que ocuparan sus posiciones a lo largo del titán caído. Una de sus piernas constituía una posición muy protegida, una estructura de ceramita con una altura de dos pisos. Tenía suficientes recovecos como para que los defensores pudieran ponerse a cubierto y disparar desde una posición elevada. Justo detrás de ellos estaba el torso, una estructura de similar tamaño pero probablemente más difícil de defender. Una tercera posición la constituían uno de los brazos, principalmente formado por un cañón Vulcan, y la cabeza del titán, cuyos ojos oxidados miraban fijamente hacia el cielo contaminado de Chaeroneia. El brazo y la cabeza constituían el flanco más débil; allí era donde se produciría el ataque del Mechanicus Oscuro, y donde los Caballeros Grises deberían luchar más allá del límite de sus posibilidades.
Contaban con menos de cuarenta efectivos. El enemigo probablemente tendría más del triple de tropas; con la perspectiva de innumerables refuerzos a medida que nuevas unidades fueran llegando a la factoría.
Las tropas enemigas se encontraban a menos de cien metros, y avanzaban moviéndose entre las sombras del enorme ejército de titanes, que formaba un imponente telón de fondo. Unas máquinas enormes y humeantes se alzaban sobre los servidores. En aquellos momentos Alaric podía sentir la maldad que habitaba en su interior con mucha más fuerza, una magia oscura, atávica y maligna. No había nada, ni humano ni artificial, capaz de producir una sensación similar.
Demonios. Aquellos servidores estaban poseídos por demonios.
—¡Caballeros Grises! ¡Hacia el brazo! Saphentis, usted también. Ahí es donde intentarán romper las defensas.
Alaric observaba cómo el enemigo se aproximaba inexorablemente. Las primeras ráfagas de fuego de aproximación comenzaron a volar sobre sus cabezas, disparadas desde las enormes máquinas de guerra que acompañaban a aquel ejército.
Los disparos empezaron a impactar sobre la ceramita, silbando al rebotar contra el blindaje del titán. Alaric era incapaz de reconocer qué tipo de arma estaban empleando, y eso que el Caballero Gris conocía a la perfección todas y cada una de las armas que podían dispararse a lo largo y ancho del Imperio.
Repentinamente los servidores aceleraron el avance; comenzaron a retorcerse como serpientes y a moverse mucho más rápido de lo que cualquier hombre sería capaz. El sonido que emanaba de ellos era más bien una cacofonía terrible e infernal emitida en código máquina, mezclada con una especie de gemidos que parecían provenir directamente de la disformidad.
Era un grito de guerra. Y antes de que Alaric pudiera reaccionar, el Mechanicus Oscuro había caído sobre ellos.
Los disparos láser comenzaron a caer sobre la posición, rebotando en el blindaje y produciendo un estruendo tan terrible que Alaric ni siquiera pudo oír su propia voz cuando gritó a los tecnosacerdotes que se pusieran a cubierto. Acto seguido, saltó a la superficie de rococemento y corrió hacia el brazo para refugiarse junto con el resto de su escuadra.
—¡Lykkos! ¡Adelante!
El hermano Lykkos fue el primero en abrir fuego, disparando el cañón psíquico tan rápido como el arma le permitía directamente sobre la masa de servidores que se aproximaban. Vistos a corta distancia eran unas criaturas horribles; sus cuerpos terminaban en unas enormes colas articuladas que les permitían moverse a una velocidad endiablada. Las cabezas eran una masa deforme de sensores y sondas, con varias lentes oculares similares a los ojos de una araña. Cada una de aquellas criaturas tenía varias armas láser que no cesaban de disparar rayos escarlata, y sus brazos terminaban en unas enormes tenazas que generaban grandes chorros de chispas al arrastrarse por el rococemento.
Alaric calculó mentalmente la distancia a la que se encontraba el enemigo. ¿Cuántas veces habría hecho lo mismo en otros combates o en maniobras de entrenamiento? Era como si hubiera desarrollado otro sentido más.
—¡Fuego! —gritó en cuanto los servidores entraron dentro del radio de alcance de los bólters.
Los rifles y las armas láser abrieron fuego, dando lugar a infinidad de pequeñas explosiones plateadas cuando los disparos impactaban sobre las carcasas de los servidores. Los Caballeros Grises también disparaban desde lo alto de la maquinaria ennegrecida del titán caído, lanzando proyectiles bólter directamente sobre las tropas enemigas.
Muy pronto, algunos de los servidores fueron abatidos; otros perdieron los brazos o la cabeza, pero aun así seguían avanzando. Alaric vio cómo uno de los tecnosacerdotes de Antigonus caía al suelo sin vida, con el cuello y la garganta destrozados por el fuego láser.
No era suficiente. Los Caballeros Grises vieron cómo un número indeterminado de servidores se abalanzaban sobre ellos, pero aquellos servidores no eran tropas convencionales, jamás se rendían ni se retiraban. Eran criaturas inhumanas e impías. No conocían el miedo ni el desaliento, ni ninguna de las otras armas que se utilizaban para luchar contra tropas convencionales.
Cuando los servidores llegaron hasta ellos, los Caballeros Grises sintieron como si algo enorme y sólido impactara contra su posición. En las décimas de segundo que aquellos seres necesitaron para llegar hasta la escuadra, todos los hermanos de batalla desenfundaron las armas némesis. Alaric sintió la sed de sangre que ardía en el interior de aquellos servidores; sólo los más corrompidos sirvientes del Caos podían sentir un regocijo tan grande al desatar la muerte.
De pronto, un servidor se abalanzó sobre el juez. Era como una nebulosa sonora de código máquina, un ataque directo contra los sentidos. Cerró sus tenazas sobre la armadura de Alaric y un dolor eléctrico recorrió el cuerpo del Caballero Gris, que pudo ver muy de cerca el rostro mitad insecto mitad máquina de aquella criatura, un rostro dominado por unos ojos en los que ardía una maldad indescriptible. Alaric apoyó todo su peso sobre una rodilla, agarró con fuerza una de las tenazas del servidor y lo levantó sobre su cabeza lanzándolo contra el suelo. La carcasa que lo protegía se rompió en mil pedazos provocando una nube de chispas, pero el servidor siguió luchando. Cargó contra él dejando unas profundas marcas sobre la ceramita y un dolor afilado y punzante que recorrió toda la piel del Caballero Gris.
Haciendo un terrible esfuerzo, Alaric consiguió hundir la empuñadura de su alabarda en el pecho del servidor. Sintió cómo el demonio que habitaba su alma se retorcía intentando encontrar un modo de infectarlo con miedo y confusión. El servidor comenzó a contorsionarse y a arrastrase sobre el rococemento, tratando de ganar la espalda de Alaric, pero el Caballero Gris se giró rápidamente y, con un rápido movimiento de alabarda partió el cuerpo del servidor en dos a la altura de la cintura. La cola cayó al suelo retorciéndose, pero la parte superior del cuerpo siguió luchando, aprisionando con sus tenazas la armadura de Alaric. De pronto, del rostro del servidor emergió una especie de apéndice afilado, como una enorme aguja quirúrgica, que aquella criatura intentó clavar en el rostro de Alaric.
Éste agarró la aguja con la mano que tenía libre y la arrancó de cuajo del rostro del servidor, dejando salir un aceite negro y repugnante mientras el demonio que había en su interior lanzaba un alarido tan fuerte que pudo oírse por encima del estruendo de los disparos. Alaric lanzó al suelo lo poco que quedaba del servidor y, con un tajo de la alabarda, le partió la cabeza en dos. El grito agudo de aquel demonio lo invadió todo por un instante, hasta que finalmente, con su huésped destruido, la presión del espacio real lo obligó a refugiarse de nuevo en la disformidad.
Los servidores estaban por todas partes. Por cada uno de ellos que era abatido, dos o tres más aparecían sobre los restos del titán. Alaric vio cómo uno de ellos aprisionaba con las tenazas el cuerpo del tecnosacerdote Gallen y lo levantaba sobre su cabeza. A continuación, extrajo la enorme aguja de su cabeza mecánica y la hundió directamente en el rostro de Gallen, clavándosela directamente en el cerebro. El cuerpo de Gallen comenzó a sufrir convulsiones y Alaric vio cómo su carne parecía hervir; el Caballero Gris comprendió que el tecnodemonio que había en el interior de aquel servidor estaba absorbiendo la esencia misma del cuerpo y el alma del tecnosacerdote.
La escuadra de los Caballeros Grises era lo único capaz de mantener a raya a los servidores. El hermano Dvorn destrozó a uno de ellos con un tremendo golpe del martillo némesis, destrozándole el torso y enviando al demonio que lo había infectado de vuelta a la disformidad. El hermano Haulvarn luchaba contra otro; intentaba librarse de sus tenazas al tiempo que lanzaba una ráfaga de bólter directamente sobre su cuerpo, haciendo que retrocediera. Cardios trataba de mantener alejados a los servidores que se abalanzaban sobre sus hermanos, lanzando incansablemente lenguas de fuego con el incinerador; el fuego en sí mismo no era capaz de infligir un gran daño a los cuerpos de metal de los servidores, pero aquel incinerador contaba con depósitos de promethium tres veces bendecido, capaz de abrasar la sustancia demoníaca como el fuego abrasa la carne.
Los tecnosacerdotes estaban sufriendo muchas bajas. Muchos de ellos ya habían caído y los servidores habían conseguido adentrarse en el interior de la posición formada por el titán caído, lanzando unos chillidos atronadores cada vez que acababan con una nueva víctima. Alaric vio a Hawkespur sobre el torso oxidado de la enorme máquina de guerra disparando con precisión. El tecnoguardia estaba junto a ella, dispuesto a cumplir sus órdenes hasta la muerte mientras abría fuego con el rifle infernal.
—¡Replegaos! —gritó Alaric—. ¡Cerrad el círculo! ¡Nos están rodeando!
Los Caballeros Grises se alejaron de la barrera formada por el brazo del titán para ayudar a los tecnosacerdotes, que estaban sufriendo incontables bajas. Si conseguían apostarse en formación cerrada tendrían suficiente potencia de fuego bólter como para mantener a raya a los servidores que se abalanzaban sobre ellos, dando así algo de tiempo a los tecnosacerdotes para sumarse a la defensa. En combate cuerpo a cuerpo, parecía que los servidores estaban diseñados para utilizar las tenazas en detrimento de las armas láser. Y en combate a media distancia los tecnosacerdotes tendrían más oportunidades de causar bajas al enemigo que si se enfrentaban a ellos en un uno contra uno.
Pero aquella estrategia no les daría más que unos pocos momentos. Unos breves segundos que les permitirían infligir al Mechanicus Oscuro una herida un poco más profunda.
De pronto, unos enormes rayos de energía oscura comenzaron a caer sobre la superficie de rococemento ensangrentado, dejando cicatrices oscuras en el suelo y mutilando a todos los tecnosacerdotes que alcanzaban. Alaric levantó la vista y vio más tropas del Mechanicus Oscuro parapetadas sobre la pierna del titán; habían conseguido trepar por las placas del blindaje y estaban usando sus temibles armas para acabar con los defensores.
Aquellos nuevos atacantes parecían tecnosacerdotes, pero tenían algo extraño, no se parecían a los tecnosacerdotes del Mechanicus Oscuro que Alaric había visto en Chaeroneia. Unos repugnantes tentáculos se retorcían entre los componentes mecánicos que formaban sus cuerpos. Por debajo de sus ropajes ensangrentados emanaba energía oscura, y las enormes armas que portaban parecían arder imbuidas de fuego negro, como si funcionaran a base de hechicería. Aquellos seres eran una mezcla de tecnosacerdotes y hechicería demoníaca; estaban poseídos al igual que los servidores, pero contaban con una inteligencia muy superior a la de los tecnodemonios.
—¡Línea de fuego! —gritó Alaric—. ¡Hacia arriba! ¡Ahora!
Los Caballeros Grises abrieron fuego haciendo caer a uno o dos de aquellos sacerdotes demoníacos, pero aparecieron muchos más junto a la pierna del titán; parecían moverse mediante algún tipo de unidad antigravitacional. En cuanto dispararon, una lluvia de energía oscura cayó sobre los Caballeros Grises, seccionando la pierna del hermano Cardios a la altura del muslo.
—¡A cubierto! —gritó Alaric.
La escuadra rompió la formación mientras los sacerdotes demoníacos desplegaban toda su potencia de fuego sobre ellos. Dvorn estuvo a punto de recibir un impacto mientras intentaba arrastrar al hermano Cardios para ponerlo a cubierto.
Alaric saltó al suelo justo detrás de una de las enormes placas del torso del titán. El magos Antigonus estaba junto a él. El cuerpo de su servidor era prácticamente incapaz de moverse y estaba cubierto de sangre y de impactos láser.
—Cañones de fotones —dijo Antigonus mientras levantaba la vista sobre el parapeto para ver cómo los sacerdotes demoníacos aniquilaban a los tecnosacerdotes que no habían conseguido ponerse a cubierto—. Aceleradores de partículas portátiles. Capaces de atravesar cualquier blindaje. Ignoraba que aún pudieran fabricarse.
Alaric miró el cuerpo destrozado de Antigonus.
—¿Cree que podría trasladarse al cuerpo de alguno de sus servidores?
—No si hay un demonio en el interior.
Alaric se levantó y abrió fuego por encima de la placa de ceramita. Varias ráfagas de fotones impactaron sobre el blindaje del titán como respuesta. Cuando volvía a cubrirse, Alaric vio que una nueva unidad de servidores se aproximaba. Esta vez venían tras ellos unos enormes motores de guerra que no cesaban de emitir unas grandes columnas de humo. Algo o alguien los estaba controlando.
Antigonus también lo vio. Un tecnosacerdote rodeado de cuerpos destrozados de servidores. La parte inferior de su rostro era una maraña de mecadendritas, y donde deberían estar sus manos se agitaba un grupo de sensores y cables.
—Scraecos —dijo Antigonus.
Alaric pudo reconocerlo por la estatua que había visto en la catedral subterránea.
—Los hemos asustado. Han enviado a su mejor arma para acabar con nosotros.
—En ese caso les devolveremos el favor. Creo que ha llegado el momento, juez.
—¿Podrá hacerlo?
—Probablemente no. Pero siempre me han gustado los desafíos. Cúbranme e intenten que esos cañones de fotones no me alcancen.
Alaric asintió.
—¡Caballeros Grises! ¡Fuego de cobertura! ¡A mí! ¡Mantenedlos ocupados!
Alaric salió del parapeto y comenzó a correr hacia el rococemento mientras cargaba. Rayos de fotones negros empezaron a llover a su alrededor; uno de ellos casi le arrancó un brazo, pero el Caballero Gris siguió corriendo con la certidumbre de que un blanco en movimiento sería más difícil de alcanzar para los sacerdotes demoníacos. Mientras corría no cesaba de disparar proyectiles bólter casi a ciegas.
Así consiguió llegar hasta la base de la pierna del titán. El sacerdote demoníaco que estaba más cerca de él cambió la configuración del cañón de fotones, y los rayos que disparaba se convirtieron en docenas de proyectiles negros, que impactaron contra la armadura de Alaric dejando pequeños cráteres humeantes por todo su cuerpo. Un dolor indescriptible se apoderó de él. Algunos de aquellos proyectiles habían conseguido atravesarle el pecho y le habían salido por la espalda, pero Alaric había sufrido heridas peores y jamás había dejado de luchar.
El Caballero Gris se abalanzó sobre el sacerdote demoníaco. El demonio que tenía en su interior lanzó un alarido y reconfiguró el cuerpo de su huésped haciendo que extendiera sus extremidades mecánicas. De pronto, aquella criatura blandió un látigo eléctrico, Alaric se protegió con la empuñadura de la alabarda y golpeó el rostro del sacerdote con tanta fuerza que todos sus elementos mecánicos quedaron expuestos mientras se perdían en una nube de chispas.
La criatura volvió a extender los brazos para agarrar a Alaric con ánimo de derribarlo. Durante un instante, el Caballero Gris vio a otro tecnosacerdote demoníaco que lo apuntaba con el cañón de fotones, preparado para abrir fuego en cuanto Alaric cayera al suelo.
De pronto, aquel segundo sacerdote fue abatido por una figura que se abalanzó sobre él tan rápido que resultó casi imposible de percibir. Era el archimagos Saphentis. Tenía los brazos biónicos en configuración de combate y no dudó ni un instante en apuñalar y seccionar el cuerpo de su enemigo.
Alaric hundió la hoja de la alabarda en la espalda del sacerdote que luchaba contra él. Entonces, algo explotó dejando salir una nube de chispas azuladas y el Caballero Gris sintió cómo la resistencia disminuía; apartó al sacerdote de él de un empujón y, dibujando un arco con la hoja de la alabarda, lo seccionó en dos. El demonio que tenía en el interior lanzó un agudo chillido y por un instante Alaric pudo ver su silueta antes de que volviera a la disformidad. Era una criatura horrenda, una maraña de músculos brillantes y húmedos dominada por dos ojos verdosos y ardientes incrustados en su carne palpitante. Al cabo de un instante había desaparecido; su huésped había sido destruido y la sustancia de la que estaba hecho era incapaz de mantenerse estable en el espacio real.
El resto de la escuadra continuaba luchando contra los sacerdotes demoníacos. En aquel mismo instante Dvorn mató a uno de ellos mientras que Haulvarn acababa de decapitar a otro.
Lykkos yacía en el suelo muy cerca de ellos, probablemente muerto, tenía dos grandes agujeros humeantes en el pecho y en el abdomen. En algún lugar de aquel campo de batalla improvisado, un impedido Cardios seguía lanzando lenguas de fuego sobre los servidores que se agrupaban en torno al titán caído.
El magos Antigonus había conseguido llegar hasta el torso de aquella máquina de guerra, y corría por el rococemento en dirección a su objetivo. Los sacerdotes demoníacos estaban retrocediendo y se refugiaban en torno a la pierna del titán. Muchos de ellos habían muerto.
—¡Caballeros Grises! ¡Formación cerrada!
Alaric volvió a reunir a su escuadra tras una de las enormes placas de ceramita mientras intentaban mantener el fuego de supresión.
—Lykkos ha caído —dijo Haulvarn.
—Lo he visto —contestó Alaric.
—Antigonus ha ido tras el archimagos veneratus —comentó Saphentis.
—Exacto.
—Es un plan muy ambicioso.
La voz de Saphentis parecía tranquila a pesar de los disparos láser y proyectiles de fotones que no cesaban de explotar a su alrededor.
—Los mejores planes siempre lo son.
—Creo que debo unirme a él. Esa escoria no merece el título de veneratus, y Antigonus necesitará mi ayuda.
Alaric miró a Saphentis de arriba abajo. Estaba cubierto de restos de partes biológicas de los servidores y sacerdotes que había destrozado, y tanto las hojas de las sierras como el resto de sus implantes de combate estaban preparados para seguir matando.
—No le falta razón —asintió Alaric—. Buena suerte. Por el Emperador.
—Por el Emperador, juez.
Sin mediar más palabras Saphentis se levantó decidido y abandonó el parapeto. Alaric ordenó al resto de los Caballeros Grises que le proporcionaran fuego de cobertura mientras el tecnosacerdote se movía a una velocidad endiablada hacia el brazo del titán, esquivando hábilmente los rayos oscuros que disparaban sobre él. Probablemente estaría calculando los ángulos de disparo a medida que avanzaba, lo que le permitía moverse con seguridad entre las ráfagas de fuego y los rayos de fotones, deteniéndose para acabar con eficacia con cuantos servidores se interponían en su camino. Pasó junto al hermano Cardios, que estaba apostado en el brazo del titán intentando mantener a raya él solo a la masa de servidores.
Entonces Saphentis desapareció más allá de aquel brazo gigantesco, sumergiéndose directamente entre la guardia personal de servidores de Scraecos.
—¡Manteneos unidos! —gritó Alaric—. ¡Escoged bien vuestros blancos! Los tecnosacerdotes de Antigonus tendrán que arreglárselas por sí solos. Ahora es una cuestión de supervivencia. Debemos luchar para ganar algo de tiempo.
—Yo soy el martillo —comenzó a recitar Haulvarn, preparando su alma para una muerte casi segura.
—Soy la punta de su lanza —continuó Dvorn—. Soy el guante que cubre su puño…