TRECE

TRECE

No pidáis conocer el nombre del Enemigo, no pidáis comprender su Voluntad, ni su Método. No pidáis dominar sus Pensamientos ni repetir sus Palabras. Pedid solamente fuerza para destruirlo.

Manual de Campaña de la Infantería Imperial

(Apéndice Espiritual) 97-14

La silueta del Forjador de Infiernos ocupaba toda la pantalla del puente de la Tribunicia. Se trataba de un enorme crucero pintado de rojo y negro, mucho más grande y con el doble de armamento que la nave comandada por Horstgeld. La nave traidora se dirigía hacia la flota imperial a una velocidad con la que ningún capitán del Imperio podría soñar siquiera. Los torpedos seguían saliendo de sus tubos de proa envueltos en nubes de humo brillante.

—¿Dónde están los informes de daños? —gritó Horstgeld alzando la voz sobre el caos reinante en el puente.

—¡El reactor de plasma número tres tiene una fuga! —dijo una voz procedente de algún lugar de la sección de máquinas—. Todas nuestras tecnooraciones resultan inútiles, solicito permiso para apagarlo.

—¡Solicitud denegada! —contestó Horstgeld. Siempre sería menos peligroso mantener el reactor en funcionamiento que arriesgarse a sufrir un desplome de energía si decidían apagarlo. Probablemente aquella decisión supondría la pérdida de algunas vidas por culpa de las fugas de plasma sobrecalentado que se producirían en la cubierta de máquinas, pero ésa era la clase de sacrificios que un capitán debía hacer.

Estaban en una situación muy comprometida. La andanada inicial lanzada desde el Forjador de Infiernos había hecho blanco tanto en la Tribunicia como en la Ejemplar. El Ptolomeo Gamma, que ya había perdido sus sistemas de comunicaciones, estaba seriamente dañado tras haber recibido un impacto que destrozó gran parte de la sección de popa y abrió una brecha a lo largo de la cubierta de máquinas. Aquella salva no había sido más que el primer movimiento; el Forjador de Infiernos intentaría asestar el golpe definitivo a la flota imperial desde una menor distancia, quizá incluso pretendiera recurrir a sus tropas de abordaje, y estaba cargando contra la Tribunicia con un fervor que hacía pensar que sólo podía estar capitaneado por un loco.

El segundo crucero enemigo seguía sin estar identificado. Se trataba de una silueta hinchada y repleta de cañones que avanzaba detrás del Forjador de Infiernos, y en cuanto estuviera a la altura de la flota imperial sus baterías de babor y estribor causarían estragos entre los transportes y naves de escolta. La otra nave de gran tamaño de la flota enemiga parecía ser una vieja plataforma de combate. Tenía una sección transversal de forma triangular, y en cada uno de sus lados albergaba diversos hangares y cubiertas de lanzamiento para naves de combate.

Cada nave enemiga ya tenía fijado su objetivo. Y en todos los casos el cazador era mucho más poderoso que la presa. Lo único que Horstgeld podía hacer era retrasar al enemigo el mayor tiempo posible, y esperar contra todo pronóstico que el tiempo que intentaba ganar sirviera para algo.

—Póngannos a la altura del Forjador de Infiernos —ordenó Horstgeld a la sección de navegación—. ¡Artillería, prepárense para lanzar una andanada! ¡Todos los artilleros a sus puestos! —Horstgeld miró la lectura táctica que podía verse en la pantalla—. ¡Comunicaciones! ¡Pónganme con la Piedad!

—¿Señor?

—Ya me han oído, y háganlo rápido.

El Forjador de Infiernos era una de las naves más horrorosas que Horstgeld había visto jamás. Originariamente había sido una nave imperial de una de las clases más antiguas, con su característica forma de cuña, pero hacía ya mucho que la Armada Imperial había abandonado aquel diseño. Durante los miles de años que llevaba en servicio, aquella nave traidora se había ido cubriendo progresivamente de llagas y úlceras sangrantes, como si el metal que le daba forma estuviera enfermo, de tal manera que sus piezas de artillería parecían asomar a través de las heridas abiertas en el casco.Una nave tan horrenda debía luchar con tácticas igualmente horripilantes. Horstgeld comenzó a musitar una oración para suplicar perdón al Emperador mientras pensaba en lo que le diría la Piedad.

* * *

El obelisco de comunicaciones orbitales era una aguja de color gris metálico de unos noventa metros de altura. Estaba cubierta por cientos de kilómetros de circuitos y semienterrada en la masa repugnante que sostenía gran parte de los cimientos de Manufactorium Noctis.

—¿Lista? —preguntó el magos Antigonus.

Hawkespur asintió. Estaba sentada sobre un montón de escombros a los pies del obelisco, que se alzaba sobre ella hacia la masa de desechos apisonados que formaba el techo de la cámara. Antigonus estaba instalando en una de las paredes del obelisco una unidad vocal que Hawkespur usaría para comunicarse con la flota imperial. Con la capucha de su traje de vacío echada hacia atrás, la interrogadora dejaba ver los bultos azulados de los tumores que le habían crecido bajo la piel de la garganta. No le quedaba mucho tiempo antes de que empezaran a obstruirle las vías respiratorias.

—¿Notará el Mechanicus Oscuro la bajada de potencia? —preguntó Alaric.

—Probablemente —respondió Antigonus mientras efectuaba los últimos ajustes sobre la unidad vocal—. Sospechan que estamos aquí abajo, pero no suelen aventurarse a enviar servidores de caza tan lejos.

—Los espíritus de esta tecnología rara vez responden a nuestras llamadas —dijo Saphentis mientras introducía un dedo mecánico en una de las tallas del obelisco—. Esta construcción tiene que ser muy antigua, seguramente data de los primeros días de Chaeroneia; es sumamente difícil de reproducir.

—Entonces le sugiero que tome notas, archimagos —dijo Alaric—. No tenemos intención de permanecer aquí mucho tiempo.

La cámara comenzó a vibrar a causa del zumbido que se produjo cuando la energía se extendió por todo el obelisco. La unidad vocal emitió un sonido de estática.

—Dejaremos que compruebe todas las frecuencias —dijo Antigonus—. Si tenemos suerte, puede que pinche alguno de los receptores de la flota imperial.

Como siempre, pensó Alaric, en última instancia todo acababa dependiendo de la suerte.

—Parece que tenemos algo —exclamó Hawkespur—. A todas las fuerzas imperiales, les habla la interrogadora Hawkespur del Ordo Malleus, por favor, respondan…

* * *

El magos Murgild llegó al puente de la Ejemplar justo a tiempo para ver cómo los servidores automáticos de mantenimiento acaban de limpiar las piezas carbonizadas que había por todo el suelo. Dado que la comandante Korveylan estaba anclada al suelo del puente y que su puesto de mando era el epicentro del caos de carne humeante y metal, en seguida supuso que había sido ella quien había muerto. Le causó un cierto desconcierto ver cómo un servidor recogía los restos de su comandante, pero se encargó muy bien de ocultar esa sensación.

—He sido puesto al mando de la nave —dijo Murgild mientras se dirigía hacia el puesto de mando. Hablaba a través de una unidad vocal que tenía integrada en el pecho, pues la parte inferior de su rostro estaba cubierta por una gruesa placa metálica, una extensión del traje de vacío blindado que llevaba bajo las ropas para protegerse de los peligros de la cubierta de máquinas—. ¿Qué ha ocurrido?

—La magos Korveylan se ha inmolado —dijo el inquisidor Nyxos. Tenía varios cortes en la cara causados por las esquirlas que salieron volando con la explosión. Los soldados de la Armada que había traído de la Tribunicia estaban ahora en el puente bajo las órdenes del comisario Leung, por si acaso Murgild albergaba alguna duda respecto a quién representaba la verdadera autoridad en aquella nave—. Le expuse las sospechas que albergaba sobre su lealtad y como respuesta se suicidó.

Murgild hizo una pausa.

—Ya veo.

—La primera andanada de torpedos ya ha terminado, pero la flota enemiga se aproxima a mucha velocidad. Tienen un crucero fuertemente armado que se dirige directamente hacia nosotros, ahora nuestra prioridad es efectuar una maniobra evasiva y situar al escuadrón Ptolomeo entre nosotros y ese crucero. Haga usted lo que tenga que hacer, pero recuerde que por la autoridad de la Inquisición soy yo quien está al mando de esta nave. El comisario de flota Leung es ahora responsable de la seguridad.

Murgild se puso frente a la consola de mando y comenzó a repasar los sermones de maniobra de las tablas de navegación. La Ejemplar no era una nave especialmente ágil, y los magos tendrían que esforzarse mucho para que se moviera antes de que el enemigo los tuviera a tiro de nuevo. Murgild parecía ignorar el humo grasiento que había alrededor del puesto de mando, los únicos restos que quedaban de la magos Korveylan.

Nyxos se volvió y miró a Leung.

—Comisario, necesito que inspeccionen concienzudamente todos los efectos personales y los diarios de comunicaciones de Korveylan. Averigüen si guardaba algún registro que diga para quién trabajaba o cuáles eran sus órdenes, y cualquier indicio que pueda indicarnos qué era lo que buscaba.

—Haré que se lleve a cabo una investigación en profundidad.

—Pero hágalo rápido, puede que a esta nave no le quede demasiado tiempo.

—Hemos recibido varias señales que indican que nos tienen a tiro —notificó una voz procedente del sensorium—. Nuestro atacante es la nave de artillería que aún no hemos conseguido identificar.

—Nos están apuntando y van a desplegar sobre nosotros toda su potencia de fuego —dijo Nyxos. El inquisidor miró el planetario táctico y vio que mostraba la silueta redondeada de aquella nave no identificada que se dirigía amenazante hacia la Ejemplar—. Por lo menos sabemos a quién nos enfrentamos. Murgild, nuestra prioridad es mantenernos con vida, atraiga a ese crucero pero manténgase fuera del alcance de sus baterías tanto tiempo como le sea posible. ¿Podrá conseguirlo con esta nave?

—Probablemente —contestó Murgild—. Pero depende de la capacidad de maniobra del enemigo.

—Bien. Hágalo. ¿Sabe si Korveylan consiguió descodificar la señal procedente del planeta?

—En los laboratorios verispex se están consiguiendo algunos avances.

—Manténgame informado.

De pronto toda la nave se estremeció al desplomarse otra sección de proa. La Ejemplar estaba muy dañada y la situación solamente podía empeorar.

—Capitán —dijo una nueva voz, esta vez procedente del centro de comunicaciones—. Estamos recibiendo unas transmisiones extremadamente anómalas procedentes de la superficie del planeta. Es posible que sean de origen imperial.

—Desvíenlas hacia el puente —dijo Nyxos.

El ruido de estática de aquella señal sonó a través de los altavoces del puente, extendiendo un manto de sonido crepitante sobre el ruido de los servidores que trabajaban en las consolas y el zumbido de los motores que provenía de las entrañas de la nave. Nyxos tuvo que esforzarse mucho para extraer alguna palabra con sentido de aquella maraña.

—… Repito, les habla la interrogadora Hawkespur del Ordo Malleus, ¿puede alguien…

—¡Hawkespur! Nyxos al habla. ¿Qué demonios ocurre allí abajo?

—Nos estrellamos. Amenaza moral confirmada, se trata del Mechanicus Oscuro.

La voz de Hawkespur sonaba débil, como si la interrogadora estuviera exhausta, y sus palabras también sonaban muy distorsionadas debido a la mala calidad de la señal.

—Hawkespur, aquí arriba el tiempo se nos acaba. El planeta ha enviado una señal y el Forjador de Infiernos ha acudido como respuesta. La última vez que se supo de esa nave estaba al servicio de Abbadon el Saqueador, y ahora parece que su intención es llegar a la superficie.

—… Señor, el enemigo está desviando una gran cantidad de energía a un complejo situado a las afueras de la ciudad. Puede que allí se oculte lo que busca la flota de Abaddon…

—Ellos no son los únicos. La magos Korveylan también lo buscaba, y no seguía órdenes del Mechanicus. No sabemos para quién trabajaba, puede que para alguien muy importante.

—¿Debo entender que ahora nuestra prioridad es encontrar el centro de la actividad del enemigo y establecer si supone alguna amenaza?

—Correcto. Hagan ustedes lo que tengan que hacer, Hawkespur. Recurran a la tierra quemada si es necesario, pero están ustedes solos ahí abajo, tenemos a varios cruceros enemigos aproximándose y no podremos retenerlos mucho tiempo.

—… Señor, intenten ganar algo de tiempo. Actuaré siguiendo mi propio juicio.

—Hágalo. Y si Alaric sigue con vida, confíe en él, sabe cómo sobrevivir en lugares como ése. Si Saphentis sigue entre ustedes, no se fíen de él, puede que también tenga algo que ver con todo esto. El Mechanicus sabe algo que no nos quiere decir. Hawkespur. ¿Hawkespur?

Nyxos escuchó con atención durante más de un minuto, pero lo único que había era ruido de estática.

—Maldita sea. Murgild, haga que rastreen la frecuencia e infórmeme de cualquier cosa que encuentren.

—Sí, inquisidor.

—Y que los verispex sigan intentando descodificar la señal aunque la nave comience a caerse a pedazos. Si Hawkespur vuelve a establecer contacto quiero poder decirle algo que les sea de ayuda.

* * *

—Comprendo, pero aún no sabemos a qué nos enfrentamos, señor. Intenten ganar algo de tiempo, actuaré siguiendo mi propio juicio —dijo Hawkespur. La unidad vocal no devolvió más que sonido de estática—. ¿Señor? ¿Inquisidor Nyxos?

Los circuitos del obelisco se volvieron de un color rojo oscuro a causa de la resistencia. Acto seguido comenzaron a salir chispas de la unidad vocal, que finalmente sufrió un cortocircuito.

—Puede que la hayan bloqueado —dijo Antigonus.

—Lo que significaría que saben dónde estamos —añadió Alaric.

—Creo que ya me ha dicho todo lo que necesitamos saber —dijo Hawkespur mientras se quitaba los auriculares—. El Mechanicus Oscuro ha solicitado una flota del Caos. Probablemente han estado transmitiendo mensajes desde antes incluso de que nosotros llegáramos. Esa flota está encabezada por el Forjador de Infiernos, una de las naves que más destacaron durante la guerra Gótica. Eso significa que nuestra teoría sobre la relación entre la reaparición de Chaeroneia y el ataque lanzado por Abbadon a través del Ojo del Terror cobra fuerza.

—No es que sean muy buenas noticias —observó Antigonus mientras examinaba la unidad vocal.

—Es mejor que no saber nada —contestó Alaric—. Al menos tenemos alguna idea respecto a nuestro enemigo. La flota del Caos quiere algo que hay en Chaeroneia, y si lo descubrimos nosotros primero podemos hacerles mucho daño. Puede que a usted no le guste lo que acaba de oír, pero cualquier información nos facilitará las cosas.

—También significa que tenemos que movernos —dijo Hawkespur mientras volvía a ponerse la capucha de su traje de vacío—. Antigonus, tenemos que llegar pronto hasta ese complejo; ¿podremos hacerlo con rapidez?

—Hay posibilidades. Si movilizamos todos nuestros recursos podríamos estar allí en menos de dos horas. Pero casi nunca enviamos a nadie ahí fuera, no hay lugar donde esconderse, sólo dunas de ceniza. Y allí no hay absolutamente nada, ni construcciones, ni almacenes…

—Parece —intervino Saphentis—, que ahora sí que hay algo. Algo que está consumiendo grandes cantidades de la energía que genera esta ciudad. —El archimagos había permanecido en silencio desde que el obelisco comenzó a transmitir, se limitó a escuchar atentamente como si quisiera interceptar alguna frecuencia imperceptible para un oído normal—. Antigonus, ¿tiene usted alguna idea de qué puede tratarse?

Antigonus se encogió de hombros de la mejor manera que le permitió su servidor.

—El único lugar que necesitaba tal cantidad de energía en Manufactorium Noctis era la planta de ensamblaje de titanes, pero por lo que sabemos fue desmantelada hace más de ochocientos años.

—Sea lo que sea —dijo Hawkespur—, tenemos que llegar hasta allí. Esta misión ya no tiene que ver con la investigación; ahora se trata de privar al enemigo de aquello que el Mechanicus Oscuro ha creado.

—Estoy de acuerdo —asintió Alaric—. Mi escuadra estará lista para ponerse en marcha inmediatamente. ¿Antigonus?

—Mis adeptos están preparados.

—Bien, entonces no hay tiempo que perder.

—Vamos allá —dijo Hawkespur.

Mientras los cuatro regresaban a la base de Antigonus oían cómo Manufactorium Noctis gemía sobre sus cabezas, era como si la propia ciudad intentara hundir sus garras en las entrañas de aquel planeta para ir tras ellos. Todo Chaeroneia los aborrecía, y sabía que estaban allí; eran como una infección en la masa biomecánica de la ciudad. La mácula de hechicería que Alaric sintió cuando vio Chaeroneia por primera vez parecía volverse más y más fuerte.

Aquel planeta los quería muertos. Y probablemente acabaría teniendo éxito. Pero Alaric confiaba en que Hawkespur y sus hermanos de batalla se asegurarían de que, antes de que eso ocurriera, Chaeroneia tuviera que emplear todos sus recursos.

* * *

El misionero Patricos ascendió por la escalera del púlpito del anfiteatro principal, un enorme auditorio capaz de acoger a todos los peregrinos que viajaban a bordo de la Piedad. Y la mayoría de ellos estaban allí en aquel momento; hombres, mujeres y niños que abarrotaban los bancos sosteniendo entre sus manos imágenes del águila o libros de oraciones desgastados por el uso, mostrando entre murmullos su miedo y su incertidumbre.

La tripulación de la Piedad acababa de recibir un repentino cambio de órdenes por parte del contraalmirante al mando de la flota. Algunos peregrinos pensaban incluso que la nave estaba a punto de ser atacada por algún enemigo. Patricos había estado en aquella nave desde que comenzó su peregrinación en Gathalamor, un viaje que los llevaría a lo largo de todo el extremo sur de la galaxia hasta San Leor, y era el líder espiritual de las miles de personas que viajaban a bordo; él era el encargado de revelarles la voluntad del Emperador. Había guiado su fe durante más de trece años a lo largo de una larga y dura peregrinación y tenía una confianza absoluta depositada en ellos.

—¡Hermanos! —dijo Patricos con su tono de voz fuerte, propio de un predicador—. ¡Hermanas! ¡No perdáis la esperanza! Estamos atravesando tiempos oscuros, sí, y los sirvientes del Emperador nos enfrentamos a algo terrible. ¡Pero somos su gente! Él nos protegerá de las aberraciones de aquellos que quieren hacernos daño, pues nosotros portamos su bondad en nuestros corazones. ¡Únicamente a Él hemos dedicado toda nuestra vida! ¡Confiad en Él como habéis hecho durante estos largos años y seréis recompensados con Su gracia en vuestra próxima vida!

Patricos podía ver el miedo reflejado en los rostros cansados de los peregrinos. Algunos habían accedido a la nave en los muchos mundos en los que se habían detenido, pero la mayoría había salido de Gathalamor. Llevaban tanto tiempo juntos y estaban tan unidos que sólo había hecho falta una única voz para que los rumores y el pánico se extendieran como el fuego.

—¡Pero uno de los miembros de la tripulación ha dicho que se aproxima una flota enemiga! —dijo uno de los peregrinos—. ¡Y que ahora estamos bajo control militar!

Patríeos alzó las manos pidiendo calma.

—Es cierto, la Armada ha reclamado nuestra presencia, pero se trata simplemente de una medida preventiva. En el caso poco probable de que se produzca un ataque enemigo nuestra nave podría servir como transporte o como hospital. ¡Estamos totalmente desarmados! ¡Y llevamos a bordo miles de almas creyentes, los mismos hombres y mujeres temerosos del Emperador por quienes lucha la Armada! No permitirán que nos hagan daño. Ahora, demos gracias y recemos por el sacrificio de aquellos soldados y tripulantes que nos protegen en estos tiempos oscuros. Himnario Tertiam, versículo noventa y tres.

* * *

La enorme silueta del Forjador de Infiernos, casi el doble que cualquier crucero convencional, atravesaba el espacio dirigiéndose directamente hacia la Tribunicia. Las planchas que recubrían la sección de proa dejaban salir unos enormes regueros de sangre humeante, y entre ellas podían verse unos grandes colmillos blanquecinos que formaban una sierra que protegía toda la proa. Bajo aquellos colmillos se encontraban las cámaras abarrotadas en las que las fuerzas de abordaje se preparaban para el asalto.

El Forjador de Infiernos transportaba una numerosa horda de tropas de abordaje compuestas por seres infrahumanos, criaturas perversas y dementes que habían evolucionado y mutado hasta convertirse en eficaces asesinos especializados en el combate en espacios cerrados. Si la Tribunicia conseguía sobrevivir al ataque inicial serían ellos los que, a través de las pasarelas de abordaje del Forjador de Infiernos, darían buena cuenta del crucero imperial, extendiendo su demencia y su sed de sangre por todas las cubiertas. Se trataba de una táctica muy antigua y una de las más efectivas, teniendo en cuenta el tamaño y la resistencia de la nave comandada por Urkrathos. Una acción de choque directo requería un alto grado de locura según la doctrina de la Armada, pero una acción de abordaje no requería mucho menos. Los capitanes de la Armada Imperial no tenían ni la más mínima idea de cómo defenderse de un enorme crucero que se dirigía hacia ellos a una velocidad endiablada, con su proa dentada preparada para infligir el mayor daño posible. La sola visión de aquella imagen ya había hecho derrumbarse a más de un capitán imperial, y Urkrathos aún tenía a algunos de ellos encerrados en las entrañas del Forjador de Infiernos, dementes y degenerados.

El Forjador de Infiernos avanzaba inexorablemente. Los demonios del puente habían cumplido su trabajo y la tremenda fuerza de empuje de los reactores del crucero lo propulsaban directamente hacia la Tribunicia.

El Forjador de Infiernos no pudo hacer nada cuando la Piedad se interpuso en su trayectoria.

Los motores de la Piedad rugieron cuando la lenta y pesada nave de peregrinos fue empujada en todas direcciones a la vez. En el gran anfiteatro la gente comenzó a gritar cuando los sistemas de gravedad artificial fallaron y los peregrinos fueron lanzados contra las hileras de bancos de mármol. El misionario Patricos tuvo que agarrarse con fuerza al facistol para no salir disparado y caer directamente sobre las primeras filas de peregrinos.

—¡Seguid rezando! —gritó, intentando que su voz se oyera por encima del chirrido de los motores y los alaridos de pánico—. ¡Seguid rezando! ¡Pues Él escuchará vuestras súplicas!

Algo enorme había impactado contra la parte baja de la nave, destrozando las cubiertas inferiores y convirtiéndolas en un amasijo de metal. Patricos cayó de espaldas y los peregrinos se abalanzaron sobre los bancos cuando la nave comenzó a dar sacudidas. Unos sonidos horribles llegaban a sus oídos desde debajo de ellos: células de combustible que explotaban, cubiertas enteras succionadas por el vacío, secciones del casco arrancadas por el impacto…

Patricos se puso en pie tambaleándose. Los peregrinos que no estaban inconscientes seguían rezando, murmurando palabras sagradas con el rostro pálido por el pánico.

—¡Él no puede oírnos! —gritó Patricos elevando al máximo su voz grave y autoritaria—. ¡No rezáis con suficiente fe! ¡Debéis mostrarle lo profundo de vuestra devoción!

Uno de los motores laterales explotó haciendo estallar a su vez las células de combustible e inundando las cubiertas de máquinas con su combustible ardiente.

—¡Seguid rezando! —La nave se retorcía como un animal agonizante y las lenguas de fuego comenzaron a abrirse paso a través del suelo—. ¡Tú! ¡Reza con más fuerza! ¡Ahora!

* * *

La proa dentada del Forjador de Infiernos atravesó de lleno el anfiteatro y sus miles de colmillos destrozaron infinidad de cuerpos. Los pocos que no fueron aniquilados en aquel momento murieron cuando el vacío se apoderó de lo poco que quedaba, dejando los restos de la Piedad a merced del frío espacial.

—¡Por los colmillos de los dioses! ¡Maldición! —gritó Urkrathos mientras los restos de la Piedad aún seguían clavados en la proa del Forjador de Infiernos—. ¡Tú! ¿Nos hemos desviado de nuestro rumbo?

El demonio encargado de la navegación, una criatura musculosa cubierta de runas de hechicería, gruñó desde el muro al que había sido clavado con puntas de acero meteórico.

—La colisión nos ha hecho desviarnos. No impactaremos de proa.

Urkrathos miró la pictopantalla en la que podían verse los restos de la Piedad clavados en los colmillos de la proa dentada. El demonio tenía razón: el Forjador de Infiernos no impactaría de frente.

—¡Corrige la trayectoria!

El demonio lanzó un chillido agudo por cada una de sus tres bocas babeantes.

—Imposible —dijo.

Urkrathos desenfundó la pistola bólter e hizo tres disparos que impactaron directamente sobre el pecho del demonio, esparciendo icor ardiente por el muro que había detrás.

—¿Te atreves a desafiarme? —rugió—. ¡Que tu alma se pudra en el infierno, demonio!

—Yo no tengo alma —contestó el demonio sonriendo—. Y no puedo desafiarte. Pero es cierto, la hoja del Forjador de Infiernos no atravesará el corazón del enemigo.

Urkrathos escupió sobre uno de los muchos ojos color esmeralda del demonio. Era cierto. E incluso si hubiera habido tiempo para corregir el rumbo tendría que haberlo hecho aquel mismo demonio. El Forjador de Infiernos iba a fallar.

—¡A las armas! —gritó Urkrathos—. ¡Retirad a las tropas de abordaje de las cubiertas de proa y que el personal de artillería se prepare para disparar una andanada!

¡Maldita escoria imperial! Nunca morían en el momento adecuado. Ahora tendría que desplegar toda su potencia de fuego sobre el buque insignia del enemigo, una muerte mucho más lenta y dolorosa que la que había planeado para ellos. Esos adoradores del Emperador Cadáver buscaban su propio sufrimiento. Al aniquilarlos, Urkrathos cumpliría con un deber sagrado.

* * *

El contraalmirante Horstgeld contempló en la pictopantalla los restos agonizantes de la Piedad. No estaba seguro de que la tripulación de aquella nave hubiera comprendido las órdenes que les había dado; aunque de haberlo hecho probablemente no las hubieran obedecido, por muy piadosos y fervientes adoradores del Emperador que fueran. Pero ellos no eran los responsables de la muerte de todos aquellos miles de peregrinos inocentes. Horstgeld lo era. Eso era lo que significaba estar al mando. Asumir la responsabilidad de lo que le ocurriera a todos y cada uno de los ciudadanos imperiales que tuviera a su cargo, fuera bueno o malo.

Las correcciones de rumbo aparecieron en la pictopantalla. El Forjador de Infiernos no impactaría contra la Tribunicia pasaría de largo por muy poco, pero sería suficiente. La Tribunicia prolongaría su existencia un poco más. Pero aquellos pocos momentos habían costado la destrucción de la Piedad y la muerte de todos los que iban a bordo.

—Confesor —dijo Horstgeld al confesor Talas, que como siempre estaba en lo alto del pulpito—. Hemos pecado. Los ritos de admonición, por favor.

* * *

Bajo Manufactorium Noctis, en los cimientos de la ciudad, donde los estratos artificiales se unían con la corteza de Chaeroneia, había infinidad de bolsas y cavernas abiertas en la roca. Prácticamente todo el acero y otros metales habían sido extraídos dejando interminables galerías vacías. La mayoría de ellas se había derrumbado, pero se habían mantenido las suficientes como para formar una enorme autopista oculta bajo la ciudad que desembocaba directamente en las afueras de la actual Manufactorium.

Un antiguo transporte blindado Chimera, tan reparado y modificado que quedaba muy poco del vehículo original, lideraba la débil columna de combate que avanzaba a toda velocidad hacia el desierto de ceniza radiactiva que se extendía al otro lado de la ciudad. Robado y mantenido por la resistencia de los tecnosacerdotes de Antigonus, el Chimera era el vehículo más poderoso de aquella fuerza de asalto improvisada, y daba la impresión de que se estaba cayendo a pedazos.

—¿Qué nos encontraremos cuando lleguemos allí? —preguntó Alaric alzando la voz sobre el ruido ensordecedor del motor. Él y su escuadra iban en el Chimera junto al tecnosacerdote Gallan, que parecía tener una afición especial por mantener en funcionamiento cosas que debían de haber sido abandonadas hacía mucho.

Gallen se volvió y miró a Alaric con el único ojo natural que aún le quedaba.

—Las galerías más antiguas se mantienen intactas —dijo—. En ellas trabajaban grupos de sirvientes, de modo que son transitables tanto a pie como en cualquier transporte, y llevan directamente hasta el desierto.

—¿Y qué hay allí?

—Nada.

Alaric supo al instante que no era verdad. Podía sentir la enorme maldad hacia la que se dirigían, podía sentir cómo intentaba que no se acercaran. El núcleo indestructible de su alma podía sentirlo.

—Creo que debería usted recitar los ritos de contrición —dijo el hermano Archis—. Deberíamos afrontar esto con nuestras almas purificadas.

—No —replicó Alaric—. Yo no, deberías recitarlos tú, Archis, parece que se te da muy bien rezar.

—De acuerdo, juez —asintió Archis—. Hermanos, uníos a mí.

El resto de la escuadra, Alaric incluido, inclinó la cabeza y Archis comenzó a hablar. Los ritos de contrición reconocían la debilidad de sus almas y los errores que habían cometido en el cumplimiento de su deber para con el Emperador; pues su único propósito era erradicar a los demonios, y los demonios aún existían y asolaban a las gentes del Imperio. De modo que mientras la tarea de los Caballeros Grises no fuera terminada, tendrían que suplicar perdón al Emperador y esperar que Su gracia les otorgara la fuerza necesaria para poder cumplir con su cometido.

Algún día, cuando todos ellos hubieran muerto y lucharan junto al Emperador al final de los tiempos, su tarea estaría completa. Pero hasta entonces estaban en deuda con el Emperador, una deuda que darían su vida por saldar.

* * *

—¿Dice que los ha perdido? —preguntó la conciencia colectiva de los tecnosacerdotes de Chaeroneia.

—Por el momento —contestó Scraecos.

El archimagos veneratus se hallaba en los restos de la fortaleza. Había hecho que su estructura de cristal se abriera por completo, haciendo que incluso las capas más bajas de aquel material transmisor de datos quedaran expuestas a cielo abierto. Los cuerpos de servidores de combate destrozados y de sirvientes muertos yacían semienterrados por el cristal sobre el que habían caído, incrustados en la estructura de la fortaleza debido a la violencia con la que Scraecos la había deformado.

Allí no quedaba ni rastro de los intrusos. Sólo los cuerpos de sus compañeros muertos, un par de tecnoguardias vestidos con los ropajes del color rojo óxido característico del Adeptus Mechanicus más ortodoxo. Ni rastro de los marines espaciales, ni del archimagos que probablemente sería su líder. Scraecos había buscado hasta llegar a las capas muertas de material transmisor de datos, donde la tecnología que conocían los tecnosacerdotes dominantes jamás podría penetrar.

Scraecos hurgaba entre los restos destrozados de uno de los tecnoguardias mientras era interrogado por los pensamientos transmitidos desde la aguja central.

Expliqúese, dijo la voz de los mil sacerdotes dentro de su cabeza.

—Se trata de una misión de reconocimiento —dijo Scraecos—. Es extremadamente improbable que puedan llevar a cabo su misión y permanecer ocultos a nuestros sistemas de rastreo.

Sin embargo, permanecen ocultos —contestaron los tecnosacerdotes—. Explíquese con más detalle.

—Hemos matado a varios de sus miembros —continuó Scraecos—. Y conocemos sus técnicas y su estructura interna. Ahora sabemos mucho más sobre lo que son capaces de hacer. Poseen alguna extraña forma de tecnología avanzada que ha conseguido evitar nuestros programas de caza. —Scraecos miró con desdén los programas de caza que nadaban retorciéndose bajo la superficie de cristal—. No cabe duda de que es algo desarrollado por el Mechanicus ortodoxo durante el tiempo en que no hemos estado en contacto con el Imperio.

Sus palabras no son más que excusas, archimagos veneratus Scraecos. No hay ninguna prueba de que sus pesquisas hayan facilitado la captura de los intrusos. Parece que en lugar de eso, su identidad individual lo ha convertido en un miembro menos eficiente. Por lo tanto, el archimagos veneratus Scraecos debe regresar a la conciencia común de los tecnosacerdotes de la aguja central.

Scraecos apretó sus mecadendritas movido por la frustración. Los filamentos de recepción de datos que habían sustituido a sus manos brillaban al contacto con el cristal mientras el archimagos buscaba información sobre los fallos y errores de los programas de caza. Ellos eran los que habían fracasado. Ellos, no él. Él era el archimagos más grande de la historia de Chaeroneia, el más importante desde el gran cisma en tiempos de Horus. Scraecos había cumplido con su tarea con una precisión absoluta. Era él quien gobernaba Chaeroneia.

El Castigador había hablado con Scraecos. Al principio únicamente habló con él.

—Muy bien —dijo Scraecos—. Regresaré con los tecnosacerdotes. Volveré a ser nosotros.

Se enviarán plataformas gravíticas. Archimagos veneratus Scraecos, prepárese para el cese de su conciencia individual.

Así concluyó la comunicación. Scraecos volvió a quedarse a solas en la fortaleza. La estructura de aquella construcción había sido abierta como la corola de una flor negra de cristal, los muros se habían convertido en enormes pétalos atezados. El resto del valle también se había deformado, los acantilados de obsidiana estaban repletos de cráteres humeantes, resultado de las sondas empleadas para rastrear el material transmisor de datos en busca de cualquier indicio de los intrusos.

Hacía ya algún tiempo que Scraecos se preguntaba si habría algún tipo de resistencia activa en Manufactorium Noctis. La mayor parte del tiempo, por supuesto, su memoria y sus facultades cognitivas no eran independientes, sino parte de la mente colectiva de Chaeroneia. Pero en las pocas ocasiones en las que había tenido ocasión de existir por separado se había preguntado si ciertos cortocircuitos de causa desconocida, muertes de tecnoguardias o ciertos actos que parecían sabotajes, realmente podrían explicarse como accidentes industriales aleatorios.

Había alguien que estaba coordinando un movimiento de resistencia en Chaeroneia. Quizá se tratara de tecnosacerdotes disidentes, rivales de la casta dominante del planeta. O podría tratarse de reliquias vivientes, seres que de algún modo se habían mantenido fieles al Mechanicus ortodoxo que Chaeroneia había dejado atrás hacía ya mucho tiempo. La supervivencia de los intrusos no hacía sino confirmar esta teoría en la mente de Scraecos. Hasta a aquel momento la resistencia había conseguido permanecer oculta, pero al ayudar a los intrusos habían confirmado su existencia. Aquél iba a ser el último error que cometerían.

El archimagos veneratus Scraecos era el líder de Chaeroneia. Él representaba la voluntad del verdadero Omnissiah, tal y como le había sido revelada a través del Castigador.

Estos pensamientos no eran de arrogancia ni ambición, eran la pura y fría lógica que gobernaba el noventa y nueve por ciento de la mente de Scraecos. Y el archimagos conseguiría acabar tanto con la resistencia como con los intrusos… a su manera.

De pronto, una enorme plataforma gravítica apareció entre dos de las muchas agujas, escoltada por varias plataformas de artillería. Estaban allí para llevar a Scraecos de vuelta a la aguja central. Lo cual era perfecto, pues era el mejor lugar para confirmarse como el intelecto destacado que lideraría la voluntad colectiva de Chaeroneia.

Los programas de caza habían fracasado. Lo que significaba que tendría que ocuparse de aquel problema personalmente.

* * *

Los cañones de la Desikratis estaban consiguiendo destruir los escudos de la Ejemplar, convirtiéndolos en enormes columnas de un humo negro y centelleante. El horrendo y abotargado crucero del Caos no cesaba de vomitar ráfagas de fuego que, incluso a aquella distancia, estaban haciendo caer una tras otra las defensas del crucero imperial. El demonio que se retorcía en el corazón de la Desikratis cargaba y apuntaba todos y cada uno de sus cañones, moviendo los proyectiles con sus tentáculos y abriendo fuego mediante un impulso de sus sistema nervioso corrupto. La Ejemplar estaba mostrando mucha más resistencia de lo que cabría esperar de una nave de su tamaño, pero por muy resistente que fuera, la Desikratis se aproximaba a gran velocidad, y en cuanto estuviera en posición para lanzar una andanada completa con toda su artillería de babor, conseguiría perforar el casco de la Ejemplar y convertir todas sus cubiertas en un amasijo de metal retorcido y humeante.

Pero aquello aún no había ocurrido, y la Ejemplar respondería mucho más efectivamente de lo que cualquiera podía esperar.

* * *

—Máxima potencia a los escudos de estribor —dijo el magos Murgild. El puente de mando de la Ejemplar estaba ahora repleto de tecnosacerdotes y de sirvientes, sustitutos de los servidores abrasados. Mediante extraños y complejos protocolos habían conseguido gobernar la maltrecha nave, que pudo zafarse del alcance de la artillería enemiga—. Protocolo de evasión beta. Control de daños de los sensores de proa.

Las informaciones de última hora enviadas desde el archivo de la nave sugerían que el crucero enemigo podía ser la Desikratis, una nave del Caos que participó en la guerra Gótica para reaparecer más tarde en las batallas espaciales de Némesis Tessera durante la invasión lanzada desde el Ojo.

Probablemente la Ejemplar no podría plantarle cara en igualdad de condiciones. Pero no importaba, el objetivo no era vencer, era mantener al Enemigo ocupado mientras Hawkespur y Alaric destruían lo que aquella flota había ido a buscar a Chaeroneia.

—Comisario —dijo Nyxos a través del comunicador—. ¿Qué han encontrado?

La voz del comisario Leung chispeaba desde los aposentos de Korveylan, en las entrañas de la Ejemplar.

—Muy pocas pruebas concretas sobre actividades sospechosas. Sin embargo, algunos tecnosacerdotes me han dado datos sobre los estudios que Korveylan realizó bajo las órdenes del archimagos Scraecos.

—¿Tecnosacerdotes? ¿Son de confianza?

—Eso creo, inquisidor. Parece ser que la magos Korveylan no era muy querida por la tripulación.

Nyxos se permitió el lujo de esbozar una leve sonrisa.

—No me extraña. ¿Qué ha averiguado?

—Debo confesar que no acabo de comprenderlo del todo. Parece ser que Scraecos dirigió una especie de seminario que tuvo lugar en Salshan Anterior hace unos ciento cincuenta años, trataba temas tanto religiosos como técnicos, y se centraba en algo a lo que los estudios de Korveylan se refieren como «plantilla de construcción estándar». Aparte de eso, parece que se tomó muchas molestias para eliminar pistas de su pasado.

—Ya veo. Gracias, comisario. Infórmeme inmediatamente si encuentra cualquier cosa.

—De acuerdo, inquisidor.

—Y puede que las cosas se pongan muy difíciles dentro de poco. En breve vamos a entrar en combate y no creo que tengamos muchas probabilidades de ganar.

—Entendido.

La comunicación se cerró. De pronto la actividad en el puente parecía más tranquila y relajada, pero en realidad se estaba volviendo más y más intensa a medida que la Desikratis se aproximaba.

Una plantilla de construcción estándar, por supuesto. Todo tenía sentido.

—Murgild —dijo Nyxos intentando desviar su propia atención de esos pensamientos—. Tenemos que establecer contacto con el planeta sea como sea. ¿Tienen datos históricos sobre Chaeroneia?

—Por supuesto, pero no creo que tengan mucho que ver con el planeta actual.

—No importa. Haga que los preparen todos en las cubiertas verispex. Voy a tener que abandonar el puente, pero recuerde que está usted bajo autoridad inquisitorial. Trate de mantenernos con vida.

—Por supuesto.

Nyxos salió del puente a toda prisa. Podía oír el sonido de los escudos que iban cayendo uno tras otro bajo el fuego de artillería de la Desikratis, dejando a la Ejemplar desnuda e indefensa. No quedaba mucho tiempo, pero ahora sabía de qué se trataba todo: Chaeroneia, la flota del Caos, la traición de Korveylan…, todo. Si conseguía informar a Hawkespur aún les quedaría una última oportunidad, y todos aquellos hombres y mujeres no estarían muriendo en vano.