DOCE
Con frecuencia el tiempo es la única línea que separa la gloria de la herejía.
Inquisidor QUIXOS
(fuente eliminada)
El territorio de Antigonus se extendía a lo largo de varios niveles de fábricas y edificios religiosos que consiguieron soportar el tremendo peso de la ciudad que se había construido sobre ellos a lo largo de varios cientos de años. Alaric seguía a aquel enorme servidor a través de armerías repletas de armas robadas y de servidores de combate capturados. Mientras caminaban atravesaron barracones repletos de tecnosacerdotes fugitivos que luchaban su propia batalla contra el tiempo intentando reparar sus componentes biónicos y sustituir sus partes biológicas marchitas. Alaric también vio un enorme depósito de agua subterráneo que había sido transformado en una serie de piscinas hidropónicas en las que se cultivaban unas algas viscosas y verdes, el único alimento medianamente comestible con el que aquella pequeña comunidad pretendía mantenerse con vida. Por encima de su cabeza vio las entradas que daban acceso al laberíntico sistema de túneles horadado en las entrañas de Chaeroneia; todas ellas estaban protegidas por suficientes trampas explosivas y armas centinela como para mantener a sus atacantes alejados durante meses. Aquél era un mundo angosto y asfixiante dominado por la decadencia y el pesimismo, pero por lo menos no era un territorio corrompido como el planeta entre cuyas entrañas se ocultaba.
—De modo que… —dijo finalmente Alaric—, ¿está usted muerto?
—Eso depende de cómo se mire —contestó Antigonus. Avanzaban por un hangar en el que varios tanques oxidados y diversos transportes de tropas estaban siendo reacondicionados para convertirlos en un centro de mantenimiento improvisado para la pequeña fuerza de tecnosacerdotes—. Carezco de un cuerpo dotado de vida desde hace más de mil años.
—En el espacio real no ha pasado más que un siglo —dijo Alaric.
—En cualquier caso, es demasiado tiempo sin una forma física. Creo que ha tenido un efecto bastante marcado sobre mí. No me cabe ninguna duda de que su archimagos estará horrorizado al ver hasta qué punto hemos quebrantado el código del Culto Mechanicus aquí abajo.
—Pero ¿cómo han conseguido resistir aquí abajo?
—Ésa, juez, es una pregunta bastante compleja. Chaeroneia es un mundo muy viejo que se mueve mediante una tecnología que el Mechanicus no era capaz de reproducir en mis días, y estoy seguro de que eso aún no ha cambiado. Me refiero a cogitadores y a materiales de almacenamiento y transmisión de datos con mucha más capacidad de la que el Mechanicus ha sido capaz de alcanzar a día de hoy. De hecho, es tan avanzado que puede contener todos los datos necesarios para reconstruir una mente humana, incluso puede dotarla de cualquier singularidad particular. Marte me envió aquí para investigar rumores que hablaban de una tecnoherejía, y cuando descubrí que los rumores eran ciertos, los herejes me dieron caza. Pensaron que había muerto, pero conseguí traspasar mi conciencia al motor de un viejo cogitador.
—¿Tan sólo su mente?
—Tan sólo, como usted ha dicho, mi mente. No sé cuánto tiempo pasé allí antes de ser capaz de reconstruirme. No era nada, juez, no existía. Es una sensación imposible de describir. No era más que un puñado de ideas que antes formaban parte del magos Antigonus. Creo que me llevó cientos de años, pero poco a poco conseguí rehacerme. Descubrí que era capaz de moverme a través de las máquinas siempre y cuando su espíritu máquina particular no fuera lo suficientemente fuerte como para plantarme cara. Mientras me movía por un sistema de almacenamiento de datos históricos descubrí lo que había pasado en Chaeroneia mientras yo estaba muerto. No puedo decir que fuera una lectura agradable. De ese modo aprendí qué podía y qué no podía hacer. Después vine aquí abajo, reuní a los pocos tecnosacerdotes que aún se mantenían fieles y fundé este movimiento de resistencia.
—Si me lo permite, magos, no parece que haya tenido mucho éxito.
El enorme servidor, que se movía dando bandazos, encogió sus hombros neumáticos.
—Puede que esté en lo cierto. Sin embargo, sabemos mucho más sobre Chaeroneia y su tecnosacerdocio que nadie, aunque ustedes sean mucho más efectivos a la hora de luchar contra el enemigo que nosotros. Además, si los tecnosacerdotes han devuelto a Chaeroneia al espacio real deben tener una buena razón para hacerlo. Sea lo que sea lo que se traen entre manos, dudo mucho de que vaya a resultar beneficioso para el Imperio. Eso significa que usted y yo nos necesitamos mutuamente.
Alaric y el servidor que contenía la conciencia de Antigonus salieron del hangar y entraron en un corredor dominado por las estatuas ruinosas de antiguos archimagos, los mismos que habían gobernado Chaeroneia mucho antes de que la tecnoherejía enraizara en aquel planeta.
—Aquí —dijo Antigonus mientras señalaba con el brazo oxidado hacia una de las estatuas.
La talla representaba a un tecnosacerdote vestido con los antiguos ropajes del Mechanicus. Tan sólo podía distinguirse su rostro, aunque los rasgos habían sido deformados por el paso del tiempo. Los ojos eran unos pequeños discos incrustados en el cráneo, y de la parte inferior de la cara salía un puñado de larguísimos tentáculos; mecadendritas, miembros prensiles que muchos tecnosacerdotes empleaban para llevar a cabo trabajos delicados. En la base de la estatua aún podían leerse unas palabras que habían desaparecido casi por completo: ARCHIMAGOS VENERATUS SCRAECOS.
—Él fue el culpable. Quizá fuera el líder. Puede que fuera el origen de la tecnoherejía de este planeta o su adepto más antiguo. Fue él quien acabó conmigo. Apostaría a que también fue él quien decidió sumergir Chaeroneia en la disformidad y quien invocó la maldición de la máquina con la que me infectaron a mí y a todos los programas de caza que usan para proteger sus centrales de datos.
Alaric alzó la vista y miró la estatua. La criatura que representaba era tan extraña como cualquier otro tecnosacerdote. Sabía que el de archimagos veneratus era uno de los rangos más altos del tecnosacerdocio de cualquier mundo forja. Aquella tecnoherejía debió de extenderse muy rápido por toda Chaeroneia, y se dirigió directamente hacia los estratos más altos.
—Aquello no eran programas de caza —dijo Alaric—. Eran demonios. Es cierto que de una clase bastante extraña, pues sus cuerpos se componían de información y no de hechicería. Pero al fin y al cabo eran demonios. Y eso significa que podemos derrotarlos.
Antigonus miró a Alaric intentando que su rostro mostrara una mínima expresión de sorpresa.
—¿Demonios? Pensé que no era más que otra de las mentiras de la maldición de la máquina.
Alaric negó con la cabeza.
—Probablemente dijera la verdad, los demonios sólo dicen la verdad cuando saben que nadie va a creerla.
—¿Y dice usted que consiguió derrotarlos en la fortaleza?
—Sí. Con la ayuda de mis hermanos de batalla.
—¿Fueron capaces de acceder a la información que almacenan allí? Nosotros llevamos décadas intentándolo.
Alaric suspiró.
—Eso tendrá que preguntárselo al archimagos Saphentis, que no siempre se muestra dispuesto a compartir información conmigo. Quizá como tecnosacerdote tenga usted más suerte que yo.
—Los tecnosacerdotes no somos conocidos por nuestras habilidades sociales, juez, pero aun así creo detectar una cierta tensión entre ustedes.
—Saphentis defiende los intereses del Mechanicus, y éstos no siempre coinciden con los objetivos de la Inquisición.
—¿Acaso sospecha usted de él?
—Vino aquí acompañado por otra tecnosacerdote. Cuando ella desapareció, Saphentis no mostró el menor signo de preocupación. Y creo que siente cierta admiración por lo que ha ocurrido en Chaeroneia.
Antigonus comenzó a caminar por el corredor en dirección a los barracones improvisados donde descansaba la escuadra de Alaric. Saphentis y Hawkespur estaban recibiendo cuidados de los tecnosacerdotes médicos.
—Puede que sus sospechas no estén desencaminadas, juez. Fue precisamente un tecnosacerdote de alto rango el que trajo esta tecnoherejía a Chaeroneia. Sin embargo, haré lo que usted sugiere y hablaré con él. Quizá haya encontrado algo en aquella fortaleza que nos permita asestar un golpe mortal a los líderes de este planeta.
—Con Chaeroneia de vuelta en el espacio real —dijo Alaric—, puede que ésa sea la única oportunidad que tengamos. Pero antes necesitamos una última cosa. ¿Pueden ustedes establecer contacto con naves en órbita?
Antigonus se quedó pensativo durante un instante, el cráneo del servidor que cobijaba su mente pareció inclinarse hacia un lado.
—Quizá. Pero no es nada seguro.
—Se trata de algo sumamente importante. Hawkespur necesita contactar con el inquisidor Nyxos, que se encuentra en órbita. Tiene que ser informado de lo que está ocurriendo aquí abajo.
—¿Y qué me dice de usted?
—¿De mí?
—No cabe duda de que está usted cansado y herido. Me atrevería a pensar que no ha descansado ni un solo minuto desde que llegó a la superficie.
Alaric levantó el bólter de asalto que llevaba montado en el guantelete del brazo izquierdo de su armadura; la boca del cañón estaba completamente tiznada de negro.
—No me vendría mal algo de munición —dijo.
—Veré qué puedo hacer. Mientras tanto hablaré con Saphentis; tanto si está de nuestro lado como si no, puede que sepa más que yo sobre Chaeroneia.
Finalmente, el corredor por el que caminaban dio paso a los barracones. Las literas de metal estaban alineadas en nichos, y pequeños relicarios dedicados al Omnissiah llenaban el ambiente con un olor a aceite de máquina aromatizado. Los miembros de la escuadra de Alaric estaban llevando a cabo los ritos de mantenimiento de su equipo, murmurando sus propias oraciones de preparación mientras limpiaban los bólters y las armas némesis. El hermano Dvorn se había despojado de la parte superior de su armadura y estaba reparando los numerosos arañazos y agujeros abiertos en la superficie de ceramita. Dvorn era un hombre muy musculado, incluso para tratarse de un marine espacial, y como siempre, había permanecido en primera línea de acción en todo momento. Cardios, por el contrario, había caído herido a manos del tecnodemonio que los atacó en la fortaleza, y las fracturas de su caja torácica habían sido tratadas y vendadas por los tecnosacerdotes de Antigonus. También se había roto un brazo. La dolorosa operación para colocarlo de nuevo en su lugar le había dejado una enorme cicatriz roja bajo el bíceps. Sin embargo, el daño que había recibido en las costillas era mucho más grave; probablemente las esquirlas de hueso se habrían clavado en algunos de sus órganos, lo que significaba que sería más lento y estaría en peores condiciones que los demás marines, y hasta que no fuese trasladado a un apotecarión su estado sólo podía empeorar.
Aquéllos eran los hermanos de batalla a los que Alaric debía su propia vida, sólo por el mero hecho de haber estado a su lado durante el combate. De hecho, era mucho lo que se debían los unos a los otros; un Caballero Gris jamás hubiera aguantado tanto en Chaeroneia por sí solo.
Y Alaric era el responsable tanto de su conducta en combate como de su bienestar espiritual.
El Caballero Gris pasó junto a la interrogadora Hawkespur, que estaba sentada en uno de los bancos. Se había desabrochado el traje de vacío y tenía la parte superior atada alrededor de la cintura. La malla que llevaba debajo era lo suficientemente fina como para que Alaric pudiera ver el contorno de sus costillas a través del tejido. Parecía como si hubiera perdido un peso excesivo en los pocos días que llevaba en Chaeroneia; gran parte de esa masa corporal la habría perdido en su lucha contra los terribles tumores azulados que le habían salido bajo la piel de la garganta y en la parte superior del pecho. Tenía la cara muy pálida y cubierta por varios mechones sudorosos de un pelo oscuro y corto.
—Hawkespur, ¿cómo se encuentra? —le preguntó Alaric.
Ella se encogió de hombros.
—Intento sobrellevarlo.
—¿Hasta cuándo cree que conseguirá aguantar?
—Aguantaré todo lo que pueda. Según mis propias estimaciones, algo menos de una semana. Pero sólo recibí instrucción médica durante dos años, cuando era cadete. Puede que sea más o puede que sea menos.
—Antigonus va a intentar establecer contacto con Nyxos. Después de eso podrá usted quedarse aquí.
—Nada de eso, juez. Soy la única representante de la Inquisición en este planeta. Debo estar al tanto de todo lo que ustedes descubran. El hecho de que me quede un tiempo limitado no significa que mi misión ya haya fracasado.
Hawkespur comenzó a toser y al instante se acercó uno de los tecnosacerdotes de Antigonus llevando una caja oxidada llena de medicamentos. Alaric los dejó a solas y se dirigió a ver a los miembros de su escuadra.
—Hermanos —dijo—. Puede que el magos Antigonus sea un valioso aliado. Conoce muy bien lo que pasó aquí y la manera de actuar del enemigo. Puede sernos de mucha ayuda si pretendemos asestar un golpe mortal a esta herejía.
—Bien —declaró el hermano Dvorn—. Estoy cansado de escondernos entre las sombras. No hay nada en este planeta que pueda vencernos, al menos no en el uno contra uno. Todo lo que necesitamos es saber dónde encontrar a nuestro enemigo.
—Espero que eso sea cierto —repuso Alaric—. Pero aun así puede que no sea tan simple. Antigonus va a intentar ponernos en contacto con Nyxos, así podremos ponerlo al corriente de la situación y ver si tiene nuevas órdenes para nosotros.
—Quienquiera que controle este planeta —añadió el hermano Haulvarn—, a buen seguro, no devolvió este mundo al espacio real por casualidad, y sabía que antes o después las tropas imperiales descubrirían que está en manos de demonios y herejes. Este planeta está aquí por una razón, y sea lo que sea lo que están planeando, muy pronto estarán listos para llevarlo a cabo. ¿Sabe Antigonus por qué han elegido precisamente este momento para salir a la luz?
Alaric se sentó en uno de los bancos, que casi se quebró bajo su enorme cuerpo. Apoyó la alabarda némesis contra la pared y comenzó a soltar la plancha de ceramita de su placa pectoral.
—No, no lo sabe. Pero hay un hecho cuya existencia nosotros conocemos bien y él no.
Haulvarn levantó una ceja.
—¿El Ojo?
—La Decimotercera Cruzada Negra ha traído al espacio imperial más fuerzas adoradoras del Caos que ningún otro suceso de los últimos mil años. Puede que se trate de una coincidencia o puede que no, pero si los señores de Chaeroneia han iniciado esta misión para contribuir al triunfo de la Cruzada Negra, nuestra victoria aquí sería también una victoria para las tropas que intentan contener la marea del Caos que está saliendo del Ojo. Y no me cabe duda de que todos nosotros hemos oído rumores que dicen que necesitamos victorias imperiosamente.
Alaric se quitó la placa pectoral y observó los enormes moratones que teñían la piel en los puntos en los que había recibido disparos o golpes durante los combates de los últimos días. Estaba cansado y dolorido, y cuando se recuperara tendría nuevas cicatrices que acompañarían a las viejas. Eso si conseguía sobrevivir, por supuesto. Probablemente Chaeroneia aún tendría otros modos de acabar con él de los que ni siquiera tenía conocimiento.
—Pero ahora mismo esas cuestiones escapan a nuestro control —continuó Alaric—. Por el momento debemos concentrarnos en aquello que podemos cambiar y que es más importante para los que nos rodean. Este equipamiento de combate ha visto mucha corrupción en este planeta y debemos consagrarlo de nuevo. Lo mismo ocurre con nuestros cuerpos y nuestras mentes. Haulvarn, lidera los ritos de mantenimiento. Archis, habla con el espíritu de tu incinerador. No creo que tardemos mucho en tener que entrar de nuevo en combate, y debemos aprovechar el tiempo.
El hermano Haulvarn comenzó a entonar las palabras graves y rítmicas de los ritos de mantenimiento, suplicando perdón a los espíritus de los pertrechos y armaduras de la escuadra por haberlos obligado a contemplar la traición moral de Chaeroneia. Cualquiera que viera a todos los hermanos de batalla rezando al unísono contemplaría también la fuerza de los Caballeros Grises; no eran su físico potenciado ni su elogiado equipamiento de combate, ni siquiera el entrenamiento exclusivo que los había preparado para luchar contra todo aquello que no debiera existir. La fuerza de los Caballeros Grises residía en su fe, en el escudo de ideales que protegía sus mentes de las aberraciones del Caos y de las mentiras de los demonios. Nadie en todo el Imperio tenía tal fuerza; ésa era la razón por la que los Caballeros Grises existían, la razón por la que el Imperio confiaba en ellos para ser la punta de lanza de las victorias logradas en nombre del Emperador.
Y deberían exprimir semejante fuerza hasta sus últimas gotas, pues en Chaeroneia era lo único que tenían.
* * *
El inquisidor Nyxos hizo caso omiso de las protestas del adepto de protocolo que había en la entrada del puente de la Ejemplar y atravesó el cordón de tecnoguardias silenciosos. Conforme avanzaba con paso decidido tenía la esperanza de que los soldados de la Armada que lo acompañaban detuvieran a cualquiera que se interpusiera en su camino. Las alertas de torpedos seguían sonando por toda la nave, y la confusión previa a la batalla, tan común en todas las naves de combate, crecía por momentos; los sirvientes corrían de un lado a otro llevando mensajes en tubos cilindricos o transportando de una cubierta a otra piezas esenciales para el mantenimiento. Los tecnosacerdotes no cesaban de emitir órdenes en lingua technis. El tableteo del código máquina fue creciendo progresivamente hasta parecerse al sonido de una ametralladora.
En cuanto entró en el puente, Nyxos pudo comprobar por qué la magos Korveylan se mostraba tan reacia a que ninguno de los visitantes que acudían a su nave la viera personalmente. Su cuerpo era un sólido bloque de circuitos de memoria y de cogitadores, que formaban un pilar cuadrado rodeado de circuitos y cables entrelazados. Lo poco que quedaba de su cuerpo biológico (caja torácica, espina dorsal, corazón, pulmones y sistema nervioso) estaba contenido en un cilindro de plasticristal que sobresalía en lo alto del bloque de cogitadores. El rostro, desprovisto de toda piel, se mantenía unido gracias a una serie de pernos metálicos. Toda ella estaba atornillada al suelo del puente y tan sólo podía mover las manos. Deslizaba los dedos con destreza sobre el panel de control de la placa de datos que tenía al lado. Su cara más «normal», la que usaba para las conexiones visuales con otras naves, estaba junto a la consola de comunicaciones; no era más que un autómata usado para dar la impresión de que Korveylan era como otro tecnosacerdote cualquiera ajeno al Mechanicus que pudiera haber visto.
Cuando Nyxos entró en el puente, Korveylan levantó la vista. Su rostro no era más que una maraña de músculo y huesos, de modo que el inquisidor fue incapaz de percibir cualquier reacción por su parte. Por otro lado, la voz sintética que salía de los altavoces insertos en su cuerpo mecánico sonaba molesta y diligente.
—Inquisidor, vamos a entrar en combate, salga del puente.
—No creo que esté molestando a nadie —contestó Nyxos con tranquilidad. El resto del personal del puente estaba integrado únicamente por servidores, y todos ellos parecían muy ocupados en sus diferentes consolas, tecleando afanosamente sobre los teclados de bronce o moviendo los engranajes de unos cogitadores que parecían funcionar con una precisión milimétrica.
La unidad que sostenía a Korveylan giró sobre sí misma para poder mirar a Nyxos directamente a la cara.
—Soy la oficial al mando de esta nave.
—Y yo soy un sirviente de la voluntad del Emperador —contestó Nyxos de manera tajante—. Yo gano.
Se produjo una pausa mientras Korveylan consideraba lo que acababa de oír.
—Observe.
Nyxos interpretó aquello como que podía quedarse a condición de que no tocara nada. Le pareció bien.
La pantalla táctica de la Ejemplar tomó la forma de un enorme planetario, una estructura de círculos concéntricos que giraban unos alrededor de los otros, era algo similar a los instrumentos empleados para mostrar la posición relativa de los planetas dentro de un sistema solar. Aquel entramado, sin embargo, tenía sobre los anillos unos símbolos de color plata y bronce que mostraban la posición de las diversas naves y objetos que orbitaban en torno a Chaeroneia. Nyxos se percató de que había varios símbolos triangulares que debían representar los torpedos que se aproximaban a toda velocidad hacia la flota imperial. Unos discos de color bronce que aparecían un poco más lejos mostraban la posición de la flota enemiga, incluyendo el Forjador de Infiernos, mientras que una enorme esfera rodeada de una densa nube de pequeños objetos representaba Chaeroneia.
Una batalla espacial, tal y como Nyxos había aprendido a lo largo de su larga carrera como inquisidor, era una partida agónica en la que las diferentes maniobras y asaltos se prolongaban horas. Durante ese tiempo cualquier capitán competente sabía exactamente lo que iba a ocurrir a continuación, y con frecuencia no le quedaba más opción que recibir cualquier cosa que el enemigo lanzara contra su nave. Sin embargo, aquel ataque enemigo se había producido tan rápido que la batalla se estaba desarrollando minuto a minuto, una velocidad endiablada para los estándares de la Armada.
—¡Cubierta de máquinas! —gritó Korveylan a través de la red de comunicaciones internas—. Activen reactores auxiliares cinco y ocho. Máxima potencia. Maniobra evasiva.
Varios miembros del Mechanicus entraron en el puente abriéndose paso entre los soldados de la Armada que acompañaban a Nyxos; no había duda de que Korveylan los había llamado en secreto para vigilaran de cerca al inquisidor. Nyxos reconoció al instante los uniformes de la Tecnoguardia y las armaduras de bronce de las tropas skitarii, los soldados más efectivos que viajaban a bordo de aquella nave.
—¡Impacto! —gritó una voz a través del sistema de comunicaciones interno. Acto seguido, los torpedos hicieron blanco sacudiendo violentamente toda la nave. Nyxos tuvo que ayudarse de sus miembros servoaumentados para no perder el equilibrio, pero varios de los servidores salieron disparados de sus anclajes cayendo como marionetas a las que les hubieran cortado los hilos. Los tecnoguardias se aferraron a cualquier cosa que pudieron para no caer al suelo. Varios cogitadores sufrieron cortocircuitos y las luces parpadearon repetidamente.
—Informe de daños —dijo Korveylan con tranquilidad mientras aún podía oírse el eco de la explosión por toda la nave. En seguida comenzaron a oírse una serie de explosiones secundarias en las entrañas de la nave, seguramente provenientes de depósitos de armamento o de combustible.
Varias pictopantallas emergieron del suelo justo al lado de Korveylan, cada una de ellas mostraba una de las diferentes secciones de la nave que habían quedado dañadas por el impacto. Las imágenes no parecían augurar nada bueno a los ojos de Nyxos, pues dejaban ver placas de metal retorcido y columnas de humo negro y anaranjado.
—Daños menores en la cubierta de máquinas —dijo una voz desde alguna parte de la nave.
—Daños menores en los sistemas de artillería —repitió una voz muy similar.
Los oficiales de la nave informaron de que los torpedos habían hecho impacto pero no con fuerza suficiente como para poner a la Ejemplar en serio peligro.
—Maniobra de contraataque —ordenó Korveylan—. Torretas de proa a máxima potencia.
Nyxos se acercó a Korveylan.
—¿Qué hace usted aquí, comandante?
—Ahora no es el momento —replicó Korveylan con un tono molesto claramente humano.
—Ahora es el momento perfecto. Puede que no tenga ocasión de preguntárselo de nuevo.
De pronto se produjo otra explosión, esta vez sonó mucho más cerca y se oyó cómo el metal se retorcía a sólo unas pocas cubiertas de distancia. Nyxos distinguió el chirrido que se produjo al abrirse una brecha en una de ellas. El aire comenzó a silbar al escapar a través de una fisura del casco.
—La soberanía del mundo forja de Chaeroneia pertenece al Adeptus Mechanicus. La Ejemplar ha sido enviada aquí para supervisar la confirmación de dicha autoridad. Pero sus preguntas me están distrayendo mucho, inquisidor, y tienen un efecto directo sobre mi capacidad para dirigir esta nave.
—No, magos, me refería a cómo ha conseguido usted llegar hasta aquí.
Korveylan ignoró a Nyxos. El planetario táctico mostraba una nueva andanada de torpedos aproximándose. Las baterías de proa de la Ejemplar abrieron fuego haciendo que el ruido sordo de sus disparos reverberara por toda la nave.
—Me he tomado la libertad de investigar ciertas cosas antes de venir a bordo. El Mechanicus es extremadamente meticuloso en cuanto a los archivos que conserva, y la autoridad de un inquisidor le permite tener acceso a bastantes de ellos. Por desgracia no a todos, pero sí a los suficientes. Hace escasamente dos años usted no era más que una magos destinada a pilotar cargueros por las cercanías del mundo forja de Salshan Anterior. La Ejemplar es el primer crucero de combate que tiene a su mando. Y sin embargo aquí está, anclada al puente como si toda esta nave le perteneciera, y eso sin mencionar el hecho de que está usted muy lejos de su hogar.
El tercer impacto sacudió a Nyxos como si hubiera chocado contra un muro. Una onda expansiva que se inició en la proa y se extendió por todas las cubiertas. Algunas de las muchas tuberías comenzaron a agrietarse y a dejar salir chorros de gas refrigerante mientras las estructuras de cristal se hacían añicos. De pronto, una columna de fuego se extendió por uno de los muros envolviendo completamente a un servidor que se encontraba anclado allí; los extintores automáticos inundaron la mitad de la estancia de espuma ignífuga.
Nyxos se dio cuenta de que había caído al suelo. No estaba herido pero se sentía tremendamente aturdido y la cabeza le daba vueltas. Miró a su alrededor con el rostro aún en el suelo y vio que uno de los tecnoguardias había perdido un brazo, se lo había seccionado una plancha de metal desprendida a causa del impacto que le había amputado la extremidad a la altura del codo. Entonces una serie de explosiones se produjeron en la parte delantera del puente: otro torpedo acababa de hacer blanco en la proa, había conseguido atravesar el blindaje que recubría el casco de la Ejemplar y destruir varios sistemas vitales para el crucero de combate.
—Que todo el personal no indispensable evacúe el puente —dijo Korveylan alzando la voz sobre la creciente confusión.
Un tecnoguardia agarró a Nyxos del hombro empujándolo hacia las puertas del puente.
—¡No va a resultarle tan fácil, Korveylan! —gritó el inquisidor—. ¡Sé que el archimagos Scraecos estuvo en Salshan Anterior! Usted estudió en el seminario que él mismo fundó. Tradujo tres volúmenes de los escritos que publicó en código máquina. ¡Y fuera lo que fuera lo que vino a buscar a Chaeroneia, estoy convencido de que usted sabe que aún sigue ahí!
La magos Korveylan hizo una pausa en sus cálculos de crucero y se volvió para mirar directamente a Nyxos. A pesar de que su rostro era incapaz de mostrar expresión alguna, algo en sus ojos le dijo al inquisidor que ya no estaba tan enfadada; Nyxos tenía experiencia suficiente como para poder ver a través de tanta mentira. Con el puente inundado de chispas y en medio del ruido de las alarmas de las consolas, la magos Korveylan parecía de pronto muy tranquila.
—El jefe de máquinas tiene ahora el control sobre el puente —dijo a través del sistema de comunicaciones internas. Acto seguido cerró los ojos, comenzó a musitar una oración que Nyxos fue incapaz de comprender, y explotó formando una inmensa nube de esquirlas de cristal.
* * *
El camino que llevaba hasta el obelisco de comunicaciones era muy pronunciado y traicionero, serpenteaba entre los restos de los viejos sistemas de tratamiento de aguas residuales de Manufactorium Noctis. La interrogadora Hawkespur seguía con dificultad los pasos de Alaric a través de las sendas abiertas entre las enormes cisternas de agua, ascendiendo por escaleras que el paso del tiempo había destruido casi por completo. El magos Antigonus lideraba la expedición. Su conciencia, contenida en un ágil servidor de mantenimiento con cuatro patas aracnoides, se abría paso sin dificultad entre los numerosos obstáculos. El archimagos Saphentis también estaba allí, avanzando casi majestuoso junto a Antigonus.
Alaric se movía con mucha más facilidad que Hawkespur, pues su fuerza aumentada le permitía hundir los dedos en la roca para seguir escalando. Mientras seguía a Antigonus pudo ver enterramientos primitivos donde montones de huesos ancestrales descansaban en nichos excavados en la piedra. Una reliquia de los tiempos en los que la subclase de sirvientes de Chaeroneia cayó en el salvajismo, durante los primeros siglos que aquel planeta pasó en la disformidad. En las placas de mármol que había en los muros podían verse inscripciones talladas en lingua technis, textos que indicaban las fechas en las que los tecnosacerdotes habían salido de sus agujas y habían empezado a construir la sociedad caníbal que Alaric había visto en los niveles superiores de aquella ciudad; aquellos sirvientes fueron reunidos y marcados con códigos de barras, y una vez que sus vidas útiles quedaron agotadas, fueron llevados a las plantas de tratamiento donde se convirtieron en las monstruosidades biomecánicas que sostenían la vida de Manufactorium Noctis.
Resultaba evidente que se habían producido enfrentamientos. En algunos puntos Alaric pudo ver armaduras casi completamente corroídas por el paso del tiempo. Lo único que quedaba de ellas eran manchas verdosas en las rocas sobre las que el cuerpo había caído mientras intentaba sofocar alguna rebelión o algún disturbio. Pero por cada signo de rebeldía había dos o tres símbolos de sumisión; estatuas de tecnosacerdotes casi totalmente irreconocibles o inscripciones en código máquina proclamando las nuevas leyes corrompidas de Chaeroneia. Fue desde aquellos oscuros túneles que los sirvientes de Chaeroneia marcharon para seguir a los tecnosacerdotes que consideraban sus verdaderos señores, y como respuesta, aquel planeta se los acabó tragando literalmente.
—Ya no falta mucho —dijo Antigonus. La unidad vocal de aquel servidor hacía que su voz sonara débil y distante—. El obelisco hacia el que nos dirigimos se usaba antiguamente como baliza de navegación para las naves que se movían en la órbita baja de este planeta. Intentamos usarla para enviar una señal de socorro, pero pronto comprendimos que jamás podríamos emitir ninguna señal desde la disformidad con los recursos que teníamos.
—¿Cree que ahora la señal podrá alcanzar la órbita? —preguntó Hawkespur.
—Si aún funciona, sí —contestó Antigonus.
—Archimagos —continuó Hawkespur—. ¿Ha conseguido averiguar si los tecnosacerdotes tienen alguna estación orbital? Si es así, podrían interceptar nuestra señal y seguirnos hasta aquí abajo.
—No he encontrado ningún tipo de información a ese respecto —contestó Saphentis.
—Seguimos sin saber qué es exactamente lo que ha encontrado —dijo Alaric—. A pesar de que hemos perdido a Thalassa y a casi toda nuestra Tecnoguardia para que usted tuviera acceso a esa información.
—Se trata de una información que sólo le será útil a un tecnosacerdote —contestó Saphentis.
—Por suerte —replicó Alaric—, tenemos uno entre nosotros. ¿Antigonus?
El servidor de Antigonus se detuvo y se dio la vuelta. Su rostro no era más que una máscara de metal con dos tachuelas por ojos y una rejilla redondeada que albergaba su unidad vocal.
—El Enemigo tuvo que liberar a sus demonios que mantenerlos a ustedes alejados de allí. Los datos que usted encontró deben de ser de mucha importancia.
Acababan de llegar a la entrada de una enorme cámara rectangular. El techo era tan alto que se perdía entre las sombras, más allá del alcance de los focos montados sobre los hombros del servidor de Antigonus. Antiguamente habría sido un enorme depósito de agua o de combustible para la ciudad bajo la que se encontraba, pero estaba seco y abandonado desde hacía cientos de años.
—Muy bien. Los datos que pude recabar estaban incompletos y muy corrompidos. Sin embargo, pude confirmar sus sospechas en cuanto a la fecha, juez. Chaeroneia ha estado fuera del espacio real durante algo menos de mil cien años. Casi todo el resto de la información tiene que ver con la producción de energía, algo que es de suma importancia para un mundo forja que pretenda ser autosuficiente. Chaeroneia genera, almacena y recicla información con una eficiencia superior a la de la tecnología más avanzada del Adeptus Mechanicus.
—No sea demasiado entusiasta, archimagos —dijo Antigonus—. Muchos tecnosacerdotes ya han caído al acercarse tanto al Enemigo. Todo empieza con esa clase de sentimientos. El hecho de que aquellos que controlan este mundo puedan saltarse las reglas que gobiernan la Máquina no significa que sean superiores.
—Por supuesto —continuó Saphentis—. Sin embargo es algo muy reseñable. Las estructuras biomecánicas de esta ciudad parecen ser vitales para este sistema, gran parte de cuya energía es redirigida hacia un enorme complejo situado en las afueras de Manufactorium Noctis. Parece ser una tierra desértica y radiactiva que ya existía antes de que Chaeroneia se perdiera. Los niveles de energía aumentaron exponencialmente justo antes de la reentrada del planeta en el espacio real.
—Sea lo que sea lo que están haciendo —dijo Hawkespur—, lo están haciendo allí.
—El resto de la información era ideológica. Esta tecnoherejía tiene un precedente histórico.
—Entonces es cierto —dijo Antigonus—. El Mechanicus Oscuro.
—¿Mechanicus Oscuro?
Ese término era desconocido para Alaric.
—Tecnosacerdotes fieles a las Legiones Traidoras de los tiempos de la Herejía de Horus —intervino Hawkespur—. Fueron exterminados durante la Purificación que siguió a la batalla de Terra.
—No fue algo tan simple, interrogadora —replicó Saphentis—. El cisma que se produjo en el Mechanicus resultó mucho más complejo de lo que la Inquisición tiende a pensar. Mi rango me proporciona ciertos privilegios, y el acceso libre a datos históricos es uno de ellos. —Los ojos compuestos de Saphentis cambiaron de color mientras su mente accedía a las células de memoria cifrada que había en sus implantes augméticos—. Es probable que las facciones que se pusieron del lado de Horus —continuó— empezaran a ser conocidas como Mechanicus Oscuro después de la Herejía, cuando Horus ya había sido derrotado y se descubrió que el credo por el que se guiaban estaba corrompido. El Mechanicus Oscuro no era un grupo de tecnosacerdotes, sino las creencias que éstos defendían y los principios según los que actuaban: la fusión de carne y máquina, la creación de nuevos seres, la innovación y la libertad de investigación.
—Pero fueron destruidos —precisó Hawkespur.
Esta vez fue Antigonus quien contestó.
—No se puede matar a las ideas, interrogadora. Por mucho que la Inquisición lo haya intentado, las ideas siempre regresan. Había tantas tecnoherejías recogidas en el librarium de Marte que nunca llegué a estar seguro de cuál era la que se había apoderado de Chaeroneia, pero el Mechanicus Oscuro… sí, eso tiene sentido, mucho sentido. Especialmente si se han aliado con los demonios. En las postrimerías de la Herejía se creía que el Mechanicus Oscuro tenía contacto con los demonios. Puede que Scraecos y sus tecnosacerdotes hayan renovado esos viejos pactos.
—¿Y cómo se pudo permitir que esas ideas florecieran? —exclamó Alaric con rotundidad—. ¡Cuando las autoridades imperiales localizan una herejía la aplastan sin miramientos! ¡La exterminan! ¿Dice usted que el Mechanicus conocía la existencia de esta herejía y aun así consiguió sobrevivir? ¡Los Preceptos de Guilliman establecen que toda obra del traidor Horus y sus acólitos debe ser destruida! Y esas reglas también incluyen al Mechanicus.
—El juez está en lo cierto —afirmó Saphentis. Alaric miró sorprendido al archimagos, era la primera vez que un tecnosacerdote estaba de acuerdo con él—. Los detalles que descubrí sobre la herejía del Mechanicus Oscuro encajan a la perfección. Los datos están en muy mal estado, pero no cabe duda de que representan un conocimiento del cisma de Horus al que incluso un archimagos como yo no tiene acceso. Scraecos es un archimagos veneratus, pero a pesar de eso es extremadamente improbable que fuera capaz de extraer estos rituales específicos y procedimientos de investigación únicamente de los archivos actuales del Adeptus Mechanicus.
—Lo cual plantea otra pregunta —dijo Hawkespur poniendo voz a los pensamientos del propio Alaric—. ¿De dónde obtuvo Scraecos esa información?
Antigonus suspiró y el cuerpo de su servidor inclinó levemente la cabeza.
—Sabía que la herejía de Chaeroneia era algo excepcional, pero esto es algo más.
—Entonces tenemos que seguir adelante —declaró Hawkespur—. Nuestra prioridad más inmediata es llegar a ese obelisco. Tenemos que informar a Nyxos de que el Mechanicus Oscuro ha regresado.