SEIS
Resulta favorable que hayamos presenciado actos tan terribles, pues ahora la muerte no supondrá un gran pesar.
Comisario YARRICK
Palabras pronunciadas junto a los muros de Colmena Hades
Aquella ciudad era una mezcla impía de maquinaria de hierro negro y masas de carne palpitante. Como si algo enorme hubiera emergido de las entrañas del planeta para estrangular a la ciudad metálica. Bajo sus cimientos latían unas enormes masas de músculo grisáceo que sobresalían entre las oscuras profundidades de aquella ciudad, unas masas atravesadas por cableados retorcidos y perforadas por orificios de ventilación de los que emanaba un vapor fétido. Unos enormes pozos dejaban salir humo negro a través de sus bocas húmedas y carnosas. Hileras de luces parpadeantes hacían pensar que había corredores y estancias excavadas en aquella masa grisácea por quienquiera que le hubiera hecho eso a Chaeroneia. En algunos puntos, unos enormes bloques musculosos sobresalían entre la oscuridad. Tanto los balcones como las pasarelas, o incluso las plataformas de lanzamiento, estaban pintados con tonos negros o amoratados. Enormes multisensores atravesaban aquella piel como si fueran las púas de un alambre de espino envenenado. Unas enormes vértebras sobresalían dejando gotear una especie de pus negruzco sobre los puntos en los que perforaban la piel; eran como la espina dorsal de una enorme criatura que se retorcía como si estuviera encadenada bajo la superficie de la ciudad.
Las torres de aquel mundo forja se alzaban sobre los abismos que se extendían bajo ellas, y unas enormes masas carnosas las rodeaban como tentáculos que intentaran mantenerlas en pie. Las torres estaban construidas siguiendo el estilo mitad gótico, mitad industrial característico del Adeptus Mechanicus, pero ahí terminaba cualquier semejanza con una ciudad imperial. Las enormes agujas de acero negro se fusionaban con la masa biológica de aquella ciudad, por lo que algunas de ellas parecían enormes dientes incrustados en unas encías enfermas, o grandes huesos despellejados y envueltos en jirones de músculos grisáceos. Núcleos bulbosos se entremezclaban de manera repugnante con rascacielos de líneas angulosas. De las construcciones que albergaban los sensorium se desprendían tiras que se asemejaban a tendones ondeando al viento. Enormes venas palpitantes que parecían sustituir a las vigas metálicas se entrelazaban con las estructuras de edificios esqueléticos. Infinidad de fluidos repugnantes y de colores enfermizos emanaban de grandes heridas, algunas de ellas de cientos de metros, o salían de las fauces de enormes gárgolas de acero formando cascadas de icor que se precipitaban hacia las profundidades de la ciudad. Puentes gigantes de tendones viscosos, como telas de araña, conectaban las agujas entre sí. En algunas zonas la carne estaba podrida o repleta de ampollas, cubierta por enormes llagas sangrantes del tamaño de cráteres de bombas que se hundían agonizando bajo su propio peso.
Hubo un tiempo en el que aquel planeta fue un mundo forja. Los signos estaban allí, enormes ruedas dentadas que rodaban sobre la masa biológica que tenían debajo, el repiqueteo de los generadores que se alzaba sobre el sonido agudo de un viento hediondo, las miles de luces que brillaban en las altísimas agujas… Aquí y allí se veía algún balcón con la forma del símbolo de la rueda dentada tan característico del Adeptus Mechanicus, incluso podía verse el símbolo de la media calavera rodeada de implantes mecánicos. Unos enormes pistones trabajaban afanosamente en los laterales de un gran edificio con forma de cubo, pero parecían más las branquias de alguna criatura armada que las piezas de un motor. Toda la maquinaria que movía aquel mundo se parecía más a las entrañas de una gran criatura, enorme y monstruosa, vuelta del revés y cubriendo toda una ciudad de acero negro y sudoroso.
Los tecnosacerdotes y los Caballeros Grises acababan de ascender desde las profundidades del valle hasta una enorme plataforma circular, en sus orígenes probablemente una plataforma de aterrizaje, que sobresalía por encima de las diferentes capas de la ciudad y parecía haber emergido desde las profundidades más prehistóricas, como una placa tectónica que hubiera ascendido hasta formar una cadena montañosa.
—¡Trono de Terra! —musitó el hermano Lykkos—. Protégenos de tanta corrupción.
—Recemos porque así sea, hermanos —dijo Alaric, que acto seguido se volvió hacia Saphentis—. Díganos la verdad, archimagos, ¿ha visto alguna vez algo como esto?
—Nunca.
Saphentis se mostraba tan inescrutable como antes, pero Thalassa contemplaba aquel paisaje aterrorizada, se había cubierto la boca con las manos y tenía los ojos abiertos como platos.
—¿Sabían que encontraríamos algo así?
—Sabíamos que algo iba mal. —La voz de Saphentis no mostraba el menor signo de emoción—. Pero no esperábamos algo semejante.
Alaric levantó la vista. Tal y como sospechaba, sobre las nubes se proyectaban unos enormes símbolos ocultos; imágenes de ídolos y mensajes escritos en lenguas prohibidas abarcaban casi la totalidad de cielo. También se veían pequeñas figuras, quizá plataformas gravíticas que transportaban material o pasajeros, o que simplemente patrullaban los cielos, revoloteando justo por debajo de la capa de nubes. Aquel cielo parecía la herejía final, era como si estuviera cubierto de enormes heridas ulcerosas de tonos púrpura y grisáceos tan enfermizos como los de la propia ciudad. Aquel mundo estaba tan infectado por la corrupción que incluso el propio cielo parecía enfermo.
Los tecnoguardias se pusieron a la altura de los tecnosacerdotes y de los Caballeros Grises. No mostraron reacción alguna ante la visión de un paisaje tan terrible, una perspectiva que, vista desde los límites del valle, se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Hawkespur también estaba de pie contemplando aquel mismo paisaje, incluso a través del visor de su traje de vacío Alaric observó que tenía los ojos abiertos de par en par ante tan terrible visión.
—Estamos demasiado expuestos —afirmó Alaric—. Tenemos que ponernos a cubierto. Si nos descubren aquí les será muy fácil atraparnos.
—Tharkk —dijo Saphentis a través del comunicador—, necesitamos ponernos a cubierto, envíe a sus hombres a…
De pronto, algo enorme y húmedo cayó sobre la plataforma produciendo un sonido sordo, y una gran mancha oscura y burbujeante comenzó a extenderse sobre la superficie.
—¡Al suelo! —gritó Alaric.
Justo en aquel mismo momento toda la superficie de la plataforma erupcionó dejando salir cientos de tentáculos espinosos que produjeron un sonido terrible, como si miles de huesos se fracturaran al unísono.
Uno de aquellos tentáculos puntiagudos atravesó el cuerpo de uno de los tecnoguardias, lo levantó por los aires y lo lanzó contra el muro de metal que había detrás de él. Los disparos de fuego láser surgieron como respuesta, seccionando tentáculos y produciendo explosiones de un humo grasiento y repugnante.
Uno de esos tentáculos se enroscó alrededor de la pierna del hermano Haulvarn, que lo cercenó de una estocada con la espada némesis. Los demás Caballeros Grises retrocedieron junto con Saphentis y Thalassa. El destacamento de tecnoguardias rodeó a Thalassa. Era evidente que Saphentis podía defenderse por sí solo. Dos de sus brazos extrajeron sendas hojas circulares dentadas y comenzó a dar estocadas aparentemente con muy poco esfuerzo, provocando una lluvia de tentáculos cercenados que empezaron a caer a su alrededor.
—¡Cardios! ¡Abrásalos! —ordenó Alaric.
El hermano Cardios avanzó un poco y lanzó una columna de fuego bendecido directamente sobre aquella monstruosidad viscosa, calcinando las concentraciones de icor que ya empezaban a gotear a través de la superficie.
Los tecnoguardias se estaban retirando; uno de ellos descubrió una vía de escape a través del edificio adyacente, un enorme bloque de acero negro que parecía haber sido horadado por infinidad de gusanos gigantes. Los Caballeros Grises los siguieron sin dejar de seccionar los tentáculos que se cernían sobre ellos.
De pronto apareció ante su vista una enorme figura oscura y circular, una plataforma sostenida por tres motores gravíticos fijados a su parte inferior. Una especie de corona de hueso dentada se alzaba sobre aquella plataforma, y justo en el centro Alaric distinguió una figura rodeada por docenas de tentáculos que se retorcían. En los bordes de aquella superficie podían verse varias armas, mezcla de máquina y tejido viviente; Alaric supuso que una de ellas, un enorme cañón similar a un mortero, era la que había disparado el proyectil biológico contra ellos. El resto de armas abrió fuego y Alaric respondió disparando su bólter. Podía sentir cómo los proyectiles silbaban al pasar junto a él, pero confiaba en que su servoarmadura resistiera lo suficiente como para mantenerlo con vida hasta que pudiera ponerse a cubierto.
El cañón psíquico del hermano Lykkos consiguió abrir dos grandes orificios en la base de la plataforma, a través de los cuales comenzó a derramarse icor de color negruzco mientras toda la plataforma parecía gemir de dolor. La figura que había en el centro tuvo que luchar para no perder el control, manejando el cerebro aparentemente biológico de aquel vehículo como si pulsara las teclas de un órgano. Aquella primera oleada de disparos permitió a los Caballeros Grises escapar del alcance de los tentáculos y llegar hasta el orificio de bordes oxidados que daba acceso a la enorme aguja adyacente.
La oscuridad reinaba en el interior, pero la visión augmética de Alaric le permitió seguir sin dificultad los pasos de los tecnoguardias de Tharkk, que ya habían atravesado la entrada del túnel. Avanzaban con precaución ante lo que podría aguardarlos ahí dentro, pero decididos a escapar del ataque que habían sufrido en el exterior. Aquel lugar era oscuro y húmedo, tanto el suelo como los muros curvados eran muy resbaladizos y estaban empapados de un líquido de color oscuro.
La plataforma de artillería consiguió estabilizarse y lanzó una ráfaga de fuego que impacto alrededor de la entrada del túnel. Lykkos y el hermano Archis se dieron la vuelta para responder al ataque, hasta que unos proyectiles pesados comenzaron a impactar sobre las placas de metal que había a su alrededor. Cada uno de ellos dejó salir una serie de tentáculos que se retorcían y se extendían por la superficie.
—¡Retirada! —gritó Alaric mientras seguía a los tecnoguardias a través del túnel—. ¡Manteneos unidos, no sabemos lo que podemos encontrar aquí dentro!
Rápidamente consiguió encontrar al capitán Tharkk en medio de la oscuridad. El oficial de la Tecnoguardia aún tenía el rostro cubierto por el respirador de su casco, iluminado por una luz verde procedente del auspex que estaba consultando en aquel momento.
—¿Hacia arriba o hacia abajo? —preguntó Tharkk.
Quienquiera que controlara Chaeroneia ya sabía dónde se encontraban Alaric y sus tropas. Si decidían ascender, pronto no les quedarían más niveles por los que avanzar, y aunque era probable que los estratos superiores estuvieran poco poblados, sería mucho más fácil para sus perseguidores cerrar esos niveles y dejarlos atrapados. No había manera de saber qué había en las profundidades de aquella aguja, donde el acero se encontraba con las masas biológicas, pero a buen seguro habría más lugares donde esconderse.
—Abajo —contestó Alaric—. Caballeros Grises, adelante —ordenó a través del comunicador.
Todos los marines espaciales estaban entrenados, o mejor dicho, creados, para combatir cuerpo a cuerpo, y especialmente en lugares cerrados, donde su fuerza y capacidad de fuego les otorgaban una gran ventaja. Si había que abrirse paso hasta un lugar seguro, los Caballeros Grises irían en vanguardia.
De pronto se oyó un ruido que provenía del exterior. La plataforma gravítica había dejado de disparar, pero Alaric oyó el sonido de varios elevadores mucho más pesados y con motores de mayor potencia, que probablemente habrían llegado cargados de refuerzos. Pero aún había algo más, algo enorme y pesado que merodeaba por el exterior del edificio produciendo un sonido grave y vibrante que reverberaba por todo el túnel.
Alaric se abrió paso entre los tecnoguardias que habían sobrevivido y se puso a la cabeza. Los túneles se bifurcaban en todas direcciones, pero su implante auricular de Larraman le otorgaba un sentido del equilibrio y de la dirección muy preciso, por lo que podría encontrar el camino más rápido para llegar hasta el centro de la aguja y después dirigirse hacia los niveles inferiores. Algunos túneles estaban cubiertos por enormes colonias de hongos bioluminiscentes; otros, casi completamente inundados por un líquido viscoso y grisáceo. Proveniente de los niveles inferiores se oía el ruido de pistones funcionando a pleno rendimiento mezclado con unos chasquidos metálicos que sonaban por todas partes.
Un poco más adelante podía verse una abertura en el túnel. Alaric se detuvo e hizo una señal a Cardios y a Dvorn, que se introdujeron por el orificio para descubrir que daba acceso a una cavidad mucho mayor horadada en el acero. Había muy poca luz, y aunque los Caballeros Grises podían ver perfectamente, al igual que Saphentis, Alaric no sabía si los tecnoguardias estarían capacitados para luchar en la oscuridad.
Había demasiadas cosas que no sabía.
En medio de la penumbra podía verse la débil llama del sistema de ignición del incinerador de Cardios. Un viento cálido y húmedo soplaba a lo largo de todos los túneles. Dvorn avanzaba con el martillo levantado en todo momento, como si esperara encontrar al enemigo a la vuelta de cada esquina, esperando para ser decapitado.
—Espacio abierto —dijo Dvorn por el comunicador—. Estamos en una posición elevada. Un momento… Detectamos movimiento.
Alaric se adelantó para colocarse a la altura de Dvorn. Aquel túnel desembocaba en un balcón que daba sobre una gran cámara, una enorme cavidad perforada en el acero. Cientos de pequeños túneles salían de ella en todas direcciones, y a través de uno de ellos emergieron las figuras que Dvorn había divisado.
Sirvientes. Alaric sabía que el Adeptus Mechanicus contaba con una subclase de sirvientes muy numerosa, hombres y mujeres destinados a desempeñar las tareas más ingratas: trabajar en forjas y minas, atender las necesidades de los tecnosacerdotes, integrar las tripulaciones de las naves del Mechanicus o incluso defender con sus vidas los propios mundos forja. Los tecnoguardias eran reclutados de entre las filas de sirvientes, y muchos tecnosacerdotes también habían sido reclutados de entre los sirvientes más capacitados.
Pero los sirvientes que Alaric acababa de ver en Chaeroneia por primera vez eran muy diferentes. Puede que los sirvientes estuvieran muy controlados por el Adeptus Mechanicus, pero en definitiva eran seres libres. Sin embargo, al ver aquellas criaturas Alaric comprendió que se trataba más bien de esclavos. Avanzaban con la espalda encorvada, tenían la piel pálida y cubierta de llagas sangrantes y vestían unos monos de trabajo tan sucios que Alaric ni siquiera podía distinguir de qué color eran. Sus rostros estaban desfigurados por unos enormes tatuajes de color azul oscuro, desmesurados códigos de barras que habían conseguido borrar cualquier atisbo de personalidad individual. Portaban enormes vasijas de cristal llenas de líquidos de colores extraños sobre los hombros o en la cintura, unidas a unos tubos que les salían de la garganta y de las muñecas. Unos pocos de ellos estaban armados con rifles láser muy oxidados, pero si tenían alguna intención de combatir, la mayoría tendría que hacerlo con las manos vacías.
Debía de haber unos treinta sirvientes saliendo de aquel túnel. Tras ellos avanzaba una figura, cuya cabeza se alzaba muy por encima de las demás, vestida con unos largos ropajes de color negro. Su cabeza era una verdadera pesadilla, pues dejaba ver la calavera sonriente de un equino envuelta en tendones de carne oscura. En el extremo de los brazos tenía unos largos látigos automatizados en lugar de dedos, soldados directamente a la piel azul grisácea de sus manos. Emitía un sonido chirriante en lenguaje binario mientras no cesaba de azotar a los sirvientes que avanzaban delante de él.
—El lenguaje de la máquina —dijo Saphentis, que estaba apostado junto a Alaric.
Como respuesta a aquel mensaje, dos enormes figuras aparecieron detrás del tecnosacerdote y accedieron a la galería. Tenían un torso humanoide tremendamente musculado, pero sus piernas eran pistones neumáticos. Una de aquellas bestias tenía dos bólter pesados en lugar de brazos, mientras que la otra llevaba implantada una enorme sierra circular y dos enormes cizallas. Al estar accionados a vapor, dejaban tras de sí una nube de humo y aceite; Alaric supuso que se trataba de servidores de combate. Aquello significaba que serían extremadamente fuertes físicamente pero muy limitados en cuanto a reflejos. En un enfrentamiento en espacios abiertos estarían en clara desventaja, pues carecían de la capacidad de improvisación de cualquier soldado convencional, pero en aquella ratonera llena de túneles podían convertirse en máquinas de matar extremadamente eficaces.
—Nos están buscando —dijo Dvorn.
La criatura del cráneo equino que parecía estar al mando ordenó a los sirvientes que se dispersaran mientras los dos servidores avanzaban para ponerse a su lado. Entonces le hizo una señal a un sirviente con uno de sus látigos. Las rodillas del sirviente se doblaban en la dirección opuesta a las de una persona normal, de modo que podía andar a cuatro patas como si de un perro se tratara; su boca y su nariz habían desaparecido sustituidas por un puñado de multisensores afilados como cuchillos.
El sirviente canino se detuvo para escuchar una retahila emitida en el lenguaje de la máquina y, acto seguido, empezó a avanzar de nuevo. Movió la cabeza olisqueando el ambiente, y se alzó sobre las patas traseras apoyándose en los muros como si tratara de encontrar algún rastro.
Antes de que Alaric pudiera ordenar a sus hombres que se retiraran, el sirviente canino se detuvo y dirigió su cabeza justo hacia donde estaba escondido el Caballero Gris, en lo alto del balcón.
—Retirada —susurró Alaric—. Todo el mundo fuera.
El líder lanzó una nueva oración, aguda y penetrante, en código máquina. El servidor armado abrió fuego y los sirvientes comenzaron a aullar como animales en medio del barullo que acababa de desatarse. Alaric oyó sonidos provenientes de todas partes, pues los habitantes de la aguja acababan de ser advertidos de que los intrusos se ocultaban entre ellos; susurros, gruñidos, gritos, tremendos alaridos y más series de código máquina.
Alaric se puso a la altura de Saphentis mientras se movían a través de los túneles.
—¿Son del Mechanicus?
—Ya no —contestó escuetamente Saphentis.
Los proyectiles silbaban sobre sus cabezas. Iluminado por los destellos producidos por el fuego láser, Alaric vio cómo los tecnoguardias intercambiaban disparos con los pálidos sirvientes que iban tras ellos. Haulvarn se dio la vuelta para disparar y sus proyectiles volaron a través del túnel para impactar directamente sobre un sirviente, que salió despedido hasta chocar contra uno de los muros, mientras Lykkos despedazaba a otro con un disparo de su cañón psíquico. Sin embargo, no había espacio suficiente como para que el resto de los Caballeros Grises pudieran enfrentarse cara a cara con el enemigo.
De pronto se produjo un sonido chirriante y terrible bajo los pies de Alaric, que saltó hacia un lado justo cuando el suelo explotó en un millar de fragmentos de acero y algo inmenso comenzó a salir por el agujero. Era una cabeza circular como la boca de un gusano metálico gigante, una boca repleta de hojas afiladas que seccionaban el metal y lanzaban las esquirlas hacia un taladro afilado que le salía de la garganta. Aquel ser dejó salir un terrible gruñido justo cuando Alaric apartó la pierna para evitar que se la arrancara. En ese mismo instante el Caballero Gris pudo sentir cómo sus protectores psíquicos ardían bajo su armadura, dejándole marcas por toda la piel.
El más poderoso de todos sus protectores, el que protegía su mente, inundó su cabeza con un alarido escarlata mientras algo tremendamente poderoso y terrible expresaba su ira psíquica.
Hechicería. Ésa era la razón por la que estaban allí.
El gusano se elevó un poco más y Alaric comprobó que se trataba de un ingenio mecánico de cuyo cuerpo articulado salían columnas de vapor; el Caballero Gris podía oír los sonidos mecánicos procedentes de sus entrañas. Alaric disparó una ráfaga de fuego bólter directamente hacia su garganta y el gusano comenzó a retorcerse, vomitando un líquido ácido y diversas piezas mecánicas.
—¡Moveos! —gritó Alaric mientras efectuaba un nuevo disparo.
El monstruo se inclinó hacia adelante y Alaric tuvo que detenerse para ayudar a la tecnosacerdote Thalassa, cogiéndola por un brazo e introduciéndose en uno de los túneles laterales. El gusano volvió a gruñir y Alaric observó lo poderoso de los músculos que rodeaban su cuerpo, un cuerpo que terminaba en una cola de tendones biológicos que se movía a un lado y a otro.
—Hechicería —dijo Alaric por el comunicador—. Esa cosa ha sido creada mediante hechicería. ¡Caballeros Grises! ¡Adelante!
Alaric salió del túnel lateral empuñando la alabarda némesis para seccionar un buen pedazo de la cola del gusano. Una sustancia repugnante comenzó a emanar de su herida, y la criatura lanzó un grito terrible que hizo temblar todo el edificio como si de un terremoto se tratara. El cuerpo del gusano se retorció de dolor antes de huir abriéndose paso a través del techo del túnel.
—¡Tenemos hostiles delante de nosotros! —crepitó la voz del Hermano Archis a través del comunicador—. ¡Presentan una resistencia muy fuerte! ¡Nos están acorralando!
—¡Pues luchad! —contestó Alaric mientras tiraba de Thalassa hacia el lugar del que provenía el ruido de los disparos. Había pánico en los ojos de la tecnosacerdote, su respiración era entrecortada y estaba aturdida. Fuera o no experta en datos, Saphentis no debería haberla traído.
Un poco más adelante, Alaric vio cómo los Caballeros Grises y los tecnoguardias luchaban contra los sirvientes que intentaban abrirse paso a través de uno de los túneles laterales. Saphentis estaba inmerso en el fragor del combate, agarraba a un enemigo tras otro con sus dos brazos biónicos para acto seguido lanzarlos contra sus otras extremidades provistas de cuchillas. Uno de los sirvientes se abalanzó contra un tecnoguardia mientras vaciaba el contenido de los recipientes que llevaba sujetos a la cintura en sus propias venas, haciendo que sus músculos crecieran enormemente, quebrando sus propios huesos y retorciéndose en torno a su espina dorsal. El sirviente profirió un temible alarido y arrancó de cuajo el brazo del tecnoguardia; acto seguido, hundió el puño en su rostro con tanta fuerza que dejó un boquete en el suelo del túnel.
Hawkespur apuntó y efectuó un disparo que impacto directamente en la cabeza de aquel sirviente, sin embargo, éste no cayó, y la interrogadora tuvo que disparar varias ráfagas más hasta que el cuerpo sin vida de aquella criatura se desplomó sobre el tecnoguardia muerto.
Los Caballeros Grises intentaban resistir en la parte frontal del túnel. La efectividad de los bólters y de las armas némesis comenzaba a llenar el pasadizo de cuerpos sin vida. De pronto, una ráfaga de fuego pesado iluminó todo el túnel y los marines espaciales tuvieron que ponerse a cubierto, empleando como barricada los cuerpos sin vida de los sirvientes. Un par de disparos impactaron directamente en la servoarmadura de Alaric.
El juez oía sonidos procedentes de todas partes; los servidores pesados de combate se abrían paso hacia ellos: algo estaba emitiendo una secuencia ininterrumpida de rayas y puntos. Estaban completamente rodeados.
El juez Tancred y su escuadra de exterminadores podrían haber recurrido a su enorme poder psíquico para generar un fuego exterminador que los capellanes del capítulo denominaban Holocausto. Podrían haberse abierto paso gracias a sus armaduras de exterminador y al poder del propio Tancred. Pero Tancred y su escuadra habían muerto. Habían sido aplastados de tal manera que Alaric ni siquiera pudo recuperar sus cuerpos para sacarlos de Volcanis Ultor. La escuadra de Alaric estaba sola, rodeada y en peligro.
Unos enormes taladros estaban empezando a perforar el muro que había junto a Alaric, lanzando chispas y esquirlas por todo el túnel. Un servidor de batalla del tamaño de un tanque apareció en uno de los extremos del pasadizo, iluminando la oscuridad con fuego bólter y disparando directamente sobre los Caballeros Grises. No tenían escapatoria y se enfrentaban a una docena de maneras diferentes de morir.
—¡A mí! —gritó Alaric.
Al instante toda su escuadra salió de sus barricadas y se dirigió hacia su jefe, dejando que la Tecnoguardia se ocupara de los servidores. Avanzaron agachados para evitar los disparos que volaban sobre sus cabezas, y llegaron hasta Alaric justo cuando una parte del muro se derrumbaba entre una lluvia de esquirlas metálicas.
Una marea de sirvientes equipados para el combate con taladros y sierras comenzó a salir por el hueco abierto. Alaric recibió a los primeros en llegar golpeándolos con la empuñadura de la alabarda némesis, destrozando sus costillas mientras activaba la sierra circular que tenía en la hoja. Las primeras filas de atacantes se derrumbaron con las cajas torácicas destrozadas vomitando chorros de sangre hedionda. Nada que fuera humano podría haber seguido luchando. Un nuevo taladro de perforación entró en contacto con la armadura de Alaric, intentando atravesar la ceramita para seccionarle el cuello y haciendo que retrocediera en medio de una nube de chispas.
—¡Perdición! —gritaba el hermano Dvorn mientras aplastaba a uno de los sirvientes con su martillo némesis—. ¡Blasfemia!
Aquellos seres eran verdaderas blasfemias. Los músculos y los nervios de aquellos sirvientes se entrelazaban con sus partes metálicas de un modo que Alaric jamás había visto en los implantes biónicos del Mechanicus; era como si hubiera algo en su interior, algo vivo e independiente. Todos ellos eran una blasfemia en estado puro. Alaric extendió la mano y tiró con fuerza del brazo metálico de uno de los sirvientes, un brazo del que salía una sierra mecánica. Los tendones que rodeaban la muñeca se tensaron, pero finalmente el Caballero Gris pudo arrancarle el brazo haciendo que el sirviente profiriera un terrible grito de dolor y salpicara la cara de Alaric con su sangre caliente y apestosa. Acto seguido, acabó definitivamente con su vida atravesándole el cuerpo con la hoja de la alabarda némesis.
El hermano Haulvarn atravesó a dos sirvientes más con una sola estocada de su espada mientras Dvorn golpeaba con el martillo a otro de ellos, aplastando su pecho contra el muro del túnel. Dvorn no perdió ni un segundo y lanzó una ráfaga de fuego bólter mientras daba un nuevo golpe con el martillo. Alaric miró a su alrededor buscando a Thalassa, que estaba encogida en el suelo cubriéndose la cabeza con las manos. Resultaba sorprendente que aún siguiera con vida.
—¡Archis! —gritó Alaric. Aunque ni siquiera tendría que haberse molestado, pues el hermano Archis ya estaba dirigiendo el cañón de su incinerador hacia la salida del agujero. Accionó el sistema de ignición e inundó el túnel adyacente con fuego de promethium.
Alaric echó un vistazo a través del agujero. Los sirvientes que quedaban parecían muy desorientados. Alaric supuso que estaban tan corrompidos que, tras recibir la orden de matar a todo lo que hubiera tras aquel muro y quedarse sin nadie que dirigiera sus movimientos, estaban tan confusos que no tenían capacidad para decidir qué hacer. El espacio que se abría tras ellos parecía una enorme planta de energía en la que se veían unos grandes pistones que trabajaban sobre un motor del que no dejaba de salir aceite.
—¡Acérquense! —gritó Alaric por encima del estruendo de los disparos—. ¡Saphentis, Tharkk! ¡Vengan aquí!
El tecnoguardia salió de su barricada y se dirigió hacia los Caballeros Grises mientras éstos le proporcionaron fuego de cobertura. Alaric comenzó a avanzar a través de aquella planta. El aire era pesado y caliente, lleno del vapor que emanaba de la enorme maquinaria que los rodeaba. A su alrededor se alzaban unas enormes piezas de maquinaria pesada que dejaban salir un sonido metálico mientras reconfiguraban sus patrones de energía.
Aquello no parecía ser una salida. A medida que los tecnoguardias se abrían paso a través del hueco en el muro, se iban desplegando para inspeccionar el lugar. Alaric hizo un gesto a la interrogadora Hawkespur.
—Es un callejón si salida —dijo—. Pero no tenemos tiempo para buscar otra vía de escape.
—Entonces, ¿qué sugiere?
—Tendremos que luchar aquí y esperar que sus tropas escaseen.
—Estoy de acuerdo. Si sólo se trata de sirvientes seremos capaces de repeler varias oleadas, pero si tenemos que enfrentarnos a más servidores de combate nuestras posibilidades de supervivencia no serán tantas.
De pronto unos disparos láser provenientes de algún emplazamiento elevado impactaron sobre el suelo de metal e interrumpieron la conversación. Los tecnoguardias se desplegaron mientras Tharkk daba orden de ponerse a cubierto y de responder al ataque abriendo fuego. Los Caballeros Grises dispararon hacia la oscuridad de manera instintiva y a continuación también buscaron refugio. Se ocultaron detrás de varias piezas de maquinaria que les llegaban a la altura de los hombros, como si fueran los dientes de una trampa antitanque. Justo detrás se alzaba una enorme estructura mecánica de la que salían grandes columnas de humo caliente.
—¡Ahorrad munición! —gritó Alaric.
Los Caballeros Grises dejaron de disparar y se pusieron a cubierto mientras escudriñaban las tinieblas. Sus órganos de visión augméticos les permitirían darse cuenta del peligro antes que nadie. El archimagos Saphentis se dirigió hacia ellos caminando con tranquilidad, como si no le preocupara recibir un disparo. Alaric nunca habría imaginado que Saphentis fuera un verdadero guerrero, pero ahora vio que estaba cubierto de sangre y que de las cuchillas de sus brazos colgaban restos de visceras y de metal.
De pronto, una enorme figura comenzó a descender de las alturas. Era como la plataforma de artillería que les había tendido una emboscada en el exterior, pero mucho más grande. Transportaba tres figuras; dos de ellas, de mayor tamaño, flanqueaban a la que se alzaba en el centro. Una corona brillante rodeaba toda la plataforma. Alaric supuso que se trataría de algún campo de energía, lo que significaba que aquella plataforma tenía capacidad para repeler gran parte de los disparos que cayeran sobre ella. El cañón psíquico de Lykkos sería su mejor opción, pero tendría que efectuar un disparo endiabladamente bueno. Probablemente el campo de energía era generado por una masa similar a un cerebro palpitante que se veía en la parte inferior. Aquella estructura tenía varios cañones de aspecto biológico que apuntaban hacia las piezas de maquinaria tras las que se ocultaban los Caballeros Grises y los tecnoguardias.
Las dos figuras de mayor tamaño eran servidores de combate fuertemente armados. La tercera era la misma criatura con cabeza de equino que Alaric había visto antes, y que ahora estaba conectada tanto a los servidores como a la propia plataforma mediante unos filamentos que le salían de la espalda. Había otras plataformas más pequeñas que revoloteaban a su lado; algunas eran simples plataformas de artillería, pero otras transportaban grupos de sirvientes o lo que parecían ser unidades de tropas regulares, soldados encapuchados con armas acopladas a sus miembros biónicos. Debía de haber un centenar de ellos, y eso contando tan sólo los que Alaric podía ver.
El líder levantó los brazos con las palmas de las manos hacia arriba y dirigió su caballuno rostro hacia el altísimo techo de la planta. Emitió un sonido atonal y muy prolongado, y acto seguido los cañones de todas las plataformas apuntaron hacia el suelo.
—Es un tecnosacerdote —susurró el hermano Haulvarn, que estaba agazapado junto a Alaric—. Es uno de ellos.
Efectivamente se trataba de un tecnosacerdote, pero estaba corrompido hasta la médula. En aquel momento emitió otro mensaje en código binario, el código de la máquina, que aparentemente iba dirigido a la Tecnoguardia.
El archimagos Saphentis salió de su barricada y contestó con otra letanía en código máquina.
Ambos tecnosacerdotes intercambiaron un par de mensajes más. Acto seguido, el ser con cabeza de equino emitió un alarido y todos los cañones volvieron a apuntar directamente hacia las tropas de Alaric. Las plataformas comenzaron a descender con los sirvientes y soldados preparándose para saltar al suelo y atacar.
—Sea lo que sea lo que les ha dicho —gritó Alaric a Saphentis—, no ha funcionado.
Se produjeron los primeros disparos. Los proyectiles de energía, tan poderosos como disparos láser, comenzaron a perforar el metal. Uno de los tecnoguardias cayó al suelo con el cuerpo partido en dos. Pronto empezaron a caer muchos otros, sus barricadas empezaban a desintegrarse bajo el fuego de las plataformas.
De pronto, la maquinaria que había tras ellos comenzó a abrirse con un chirrido tremendamente agudo. Unas enormes placas de acero oxidado del tamaño de carros de combate se abrieron para dar paso a un espacio oscuro e intimidante.
—¡Hawkespur! —gritó Alaric—. ¡Podemos salir por ahí!
—¡No sabemos adonde lleva! —contestó la interrogadora mientras apuntaba hacia una de las plataformas que volaban a menor altura.
Hawkespur abrió fuego y uno de los sirvientes cayó al suelo, derribado por un disparo perfecto. Sin embargo, el fuego se intensificaba sobre las tropas de Alaric, abriendo enormes orificios en el suelo y haciendo saltar por los aires infinidad de esquirlas abrasadoras.
—¡Si no nos movemos nos matarán aquí mismo! —gritó Alaric—. ¡Caballeros Grises! ¡Tharkk! ¡Ráfaga de cobertura y retirada!
Una de las plataformas ya había llegado al suelo y las tropas que transportaba empezaron a desembarcar. Una cortina de proyectiles de energía de color escarlata y negro llovía desde lo alto, abriendo cicatrices rojizas por todas partes. Otro tecnoguardia cayó destrozado por el fuego de los rifles automáticos mientras sus compañeros intentaban retirarse en medio de aquella tormenta de fuego.
Alaric consiguió atravesar las placas que acababan de abrirse, y miró a su alrededor para asegurarse de que Hawkespur también lo había conseguido. El hermano Dvorn corría cargando con el cuerpo inconsciente de Thalassa; la sostenía con un brazo mientras que con el otro disparaba hacia atrás, a ciegas, por encima del hombro. El interior de aquella maquinaria era angosto y hacía un calor tremendo, iluminado tan sólo por el brillo que se desprendía de las calderas que ardían en sus entrañas. De pronto, la abertura por la que habían entrado comenzó a cerrarse mientras los disparos impactaban a su alrededor. Saphentis fue el último en entrar, sus ropajes se ondulaban en torno a su cuerpo cada vez que un disparo atravesaba el tejido.
—¿Y ahora hacia dónde? —preguntó Hawkespur.
—Hacia donde sea —contestó Alaric.
El suelo parecía estar hundiéndose mientras toda aquella enorme maquinaria se cernía sobre ellos. Alaric se imaginó a sí mismo y a sus tropas pereciendo aplastados bajo el peso de aquellas gigantescas máquinas, la ceramita resquebrajada, sus huesos fracturados y sus hombres muriendo en el corazón de aquella enorme aguja de acero negro.
—¡Posición defensiva! —gritó el capitán Tharkk—. ¡Formen en torno al archimago! ¡Bayonetas preparadas!
Algo produjo un sonido sordo, algo muy grande que se cernía sobre ellos a toda velocidad. De pronto, sobre sus cabezas, se abrió el techo formando una espiral que se elevaba hacia lo alto, y el sonido comenzó a oírse mucho más fuerte. El suelo empezó a resquebrajarse, y el resplandor rojizo de las calderas desapareció dejando a las tropas de Alaric inmersas en una oscuridad impenetrable.
Alaric tan sólo podía ver a los soldados que tenía a su alrededor intentando agarrarse a cualquier cosa que pudieran, mientras el suelo se convertía en un pozo que se perdía en las profundidades de la aguja.
Sobre su cabeza distinguió un resplandor que resultó ser un líquido espumoso que caía sobre ellos. Alaric no conocía Chaeroneia muy en profundidad, pero había visto lo suficiente como para saber que probablemente no se trataba de agua.
Aquel chorro llegó hasta la posición en la que se encontraban, y Alaric intentó aguantar para no dejarse arrastrar por el peso de los residuos industriales que llovían sobre ellos. Apretó los dientes y se agarró con todas sus fuerzas, pero el saliente de metal al que estaba aferrado comenzó a ceder. Finalmente se precipitó al vacío lanzando un grito desafiante. En su caída chocaba contra las paredes del pozo y el resto de los Caballeros Grises. Había perdido completamente el control, y el hecho de que muriera o consiguiera sobrevivir dependía tan sólo de lo que hubiera en el fondo de aquel pozo, y de si conseguiría salir a la superficie antes de ahogarse. Todo a su alrededor era confusión y ruido, un ruido ensordecedor. Alaric caía agarrando con una mano la empuñadura de la alabarda némesis y buscando con la otra algún punto al que agarrarse.
No encontró ninguno. Las tinieblas se cernieron sobre él. Deseó sobrevivir con todas sus fuerzas mientras todo, tanto en el exterior como en su interior, se volvía negro.