UNO

UNO

Anhelo la muerte, no porque busque la paz, sino porque busco la guerra eterna.

Cardenal ARMANDUS HELFIRE,

Reflexiones sobre la Muerte Eterna

El cielo de Chaeroneia se estremeció y comenzó a mutar inundado de sonido estático y dejando entrever un nuevo canal de figuras geométricas. Los hexágonos sagrados que representaban el espíritu del Omnissiah se entrelazaron con los círculos que simbolizaban la totalidad del conocimiento que el culto a la Máquina perseguía. Hélices dobles, proyecciones fractales de reliquias de información sagradas, oraciones escritas en el idioma de la Máquina… Todo aquello se entrelazaba en el cielo del mundo forja lanzando una luz blanquecina de conocimiento sobre el valle de centrales de datos. Enormes chimeneas de construcciones titánicas se alzaban entre las proyecciones sagradas, gigantescos puentes de hierro se extendían entre las grandes torres de las fábricas y altísimos obeliscos parecían perforar el cielo. Desde lo más alto, los tecnosacerdotes observaban la bóveda celeste empleando las antenas de radiofrecuencia para intentar oír la voz del Omnissiah en medio de la radiación solar. Todo aquel valle, rodeado por los enormes acantilados de obsidiana que formaban las centrales de datos, era como una gran cicatriz profunda y oscura.

Proyectados sobre las espesas nubes de polución de la atmósfera del mundo forja, los arcos y ángulos sagrados eran una representación visual de las oraciones de datos de aquella tarde, entonadas desde las Catedrales del Conocimiento por los servidores devotos, santificados hasta tres veces. Bajo los minaretes recubiertos de titanio, hileras interminables de servidores idénticos permanecían inmóviles mientras sus unidades vocales emitían caudales de información digital, entonando las oraciones del Omnissiah en el código binario de la lingua technis.

El magos Antigonus sabía que aquello significaba el comienzo de un nuevo ciclo solar.

La nube de polución que cubría Chaeroneia era tan espesa que no se veía el sol, de manera que sólo mediante los servicios del Culto Mechanicus, llevados a cabo con regularidad sistemática, se conseguía dar al tiempo algún significado en aquel mundo forja. Eso significaba que llevaba escondiéndose tres días estándar. Demasiado tiempo sin comer ni dormir.

Aquel valle de centrales de datos era un buen lugar para ocultarse. Los sensores visuales eran incapaces de distinguir nada en medio de la oscuridad de las centrales y la profundidad de las tinieblas que se extendían entre ellas. La información que emanaba de aquellos bloques era tan pura que los sensores quedaban cegados ante tal intensidad, mientras que los órganos de visión augméticos no podrían distinguir a un hombre solo en medio de aquella oscuridad. Pero Antigonus sabía que aún estaba muy lejos de encontrarse a salvo.

Se volvió hacia el servidor que había junto a él. Al igual que todos los servidores, aquel ingenio había sido construido en torno a una base humana que en algún tiempo anterior había tenido vida; las funciones más básicas de su cerebro dirigían el sistema nervioso que enviaba órdenes a sus miembros augméticos. Era un modelo de ayudante básico, programado para seguir a su dueño y ejecutar órdenes sencillas.

—Ypsilon tres-doce —dijo Antigonus. El servidor giró la cabeza para mirarlo, sus enormes y redondeados implantes oculares zumbaban al intentar focalizar al tecnosacerdote—. Añadir al diario.

Las manos de Ypsilon tres-doce produjeron un chasquido y sus largos dedos mecánicos se introdujeron en la cavidad pectoral y extrajeron un pergamino. Un delgado brazo mecánico emergió de su boca sosteniendo una pluma.

—Tercer día estándar —dijo. El servidor introdujo la pluma en un tintero oculto en su cavidad ocular izquierda y comenzó a escribir las palabras de Antigonus con una caligrafía estilizada y artificial—. Investigación suspendida. Se confirma la existencia de una célula hereje. Objetivo primario alcanzado.

Había pensado que encontrarlos sería lo más difícil, pero resultó estar muy equivocado, y eso era algo imperdonable.

—El número de herejes es de entre diez y treinta —continuó Antigonus—. Representan a todos los adeptos del Mechanicus, incluyendo genetistas, lexicomecánicos, xenobiólogos, metalurgus, pecunius, digitalis y otros muchos aún desconocidos. Abarca desde rangos menores hasta archimagos, quizá incluso esferas más altas. Puede llegar a afectar a los estratos más elevados de la casta dominante en Chaeroneia.

Antigonus se detuvo de pronto y dirigió sus órganos de visión hacia arriba. Su enorme esfera de cristal escudriñó el cielo que se alzaba sobre él, aún cubierto por toda aquella imaginería sagrada. Estaba seguro de que había oído algo, pero llevaba tres días escondiéndose y desde algún tiempo antes no había podido dejarse ver demasiado, de modo que quizá sus receptores auditivos estaban empezando a fallar, de igual manera que sus unidades de movimiento y circulación.

Ypsilon tres-doce aguardaba pacientemente con la pluma lista sobre el pergamino. Antigonus esperó unos momentos más; su órbita ocular inspeccionó el cielo y el valle. Las paredes del abismo, enormes y negras, absorbían la tenue luz. El suelo estaba repleto de restos oxidados e irreconocibles de infinidad de máquinas. Antigonus estaba convencido de que tanto él como su servidor estaban bien escondidos tras aquel descomunal bloque que parecía ser el motor de algún enorme vehículo de elevación. Sin embargo, sabía que eso no significaba que estuvieran a salvo; un tecnosacerdote hereje equipado con un escáner podría detectar sus signos vitales.

—La naturaleza de esta herejía no está del todo clara. Objetivo secundario no alcanzado.

Antigonus negó con la cabeza. Los tecnosacerdotes del Adeptus Mechanicus discutían con frecuencia sobre los designios del Dios Máquina, pero seguía sin comprender cómo algunos de ellos podían caer en herejías tan terribles como la que acababa de contemplar.

—Sospecho de la hechicería y de las artes de la disformidad, pero no he podido confirmarlo. Los herejes veneran al Omnissiah, pero a través de un avatar o portavoz. Desconozco la naturaleza de ese avatar, pero hay referencias cruzadas en entradas previas de presencias preimperiales en Chaeroneia.

Un viento caliente y seco se levantó en el interior del valle haciendo que se movieran algunas de las piezas de metal oxidado. Un servidor de mantenimiento pasó volando sobre sus cabezas en una unidad gravítica, cuyos depósitos inferiores estaban llenos de espuma antioxidante destinada a apagar cualquier incendio que pudiera amenazar las valiosas centrales. En lo alto, el sermón de datos estaba tocando a su fin y las figuras geométricas sagradas comenzaban a desaparecer. En su lugar surgieron las listas de trabajos y los diagramas de procedimientos de emergencia, asegurándose de que la población de aquel mundo forja nunca olvidara sus obligaciones para con el Mechanicus. Mucha gente llevaba una vida normal en las fábricas y en las minas, ignorantes de las monstruosas blasfemias que se habían enraizado entre los tecnosacerdotes que constituían la casta dominante.

—Se desconocen los orígenes de la herejía y los individuos responsables de su propagación. Objetivo terciario no alcanzado. Ver nota sobre presencia preimperial.

Aquello era lo más frustrante de todo. Las pruebas que Antigonus había conseguido recabar eran muy reveladoras pero estaban incompletas. Había leído los salmos de datos que describían al Omnissiah como una fuerza de destrucción en lugar de una fuente de conocimiento. Había visto a tecnosacerdotes menores, rebosantes de órganos augméticos prohibidos, emplear hechicería maligna para escapar de la dotación de tecnoguardias encabezada por el propio Antigonus. Había visto cómo sus propios tecnoguardias habían perdido la cordura por culpa de una magia disforme que cualquier tecnosacerdote aborrecería. Sin embargo, conocía muy pocos detalles. No sabía quiénes eran los herejes ni tampoco qué querían. No sabía cómo había empezado todo aquello, y tampoco sabía cómo detenerlo.

Ahora sólo quedaba él, oculto en las entrañas de Chaeroneia y acompañado de un servidor cuyos sistemas augméticos fallaban por la falta de mantenimiento. Iban tras ellos, de eso estaba seguro. Los herejes estaban por todo el planeta, habían infectado todos los estratos, desde los barracones hasta las torres de control.

—Nota personal. —Antigonus oyó cómo cambiaba el sonido de la pluma al escribir, pues el servidor había pasado a emplear una caligrafía menos precisa—. La célula no es muy grande pero está bien organizada, muy motivada y profundamente enraizada en la sociedad de Chaeroneia. Tan sólo sus miembros o aquellos a quienes controla conocen su existencia. Puede haber alcanzado a miembros de muy alto rango. Tan sólo puedo esperar que no se extienda fuera de este mundo. Con el objetivo primario ya alcanzado, creo que lo mejor es intentar abandonar el planeta en cuanto se presente una oportunidad y solicitar una purga total sobre Chaeroneia ante la autoridad del archimagos supremo. También solicitaré que el fabricador general sea informado de la situación de Chaeroneia, dado que la naturaleza de la herejía es tal que…

Antigonus volvió a hacer una pausa. Notó como algo enorme y oscuro sobrevolaba el valle, cubriendo por un momento las proyecciones que se alzaban sobre su cabeza.

—No hay lógica en el miedo —dijo para sí mismo. El servidor escribió esas palabras automáticamente, pero Antigonus lo ignoró.

Antigonus se puso en pie, sus mecadendritas chasquearon debajo de sus ropajes mugrientos de color rojizo. Aquellos implantes biónicos no estaban diseñados para el combate, pero aun así podría defenderse si fuera necesario. Cada una de sus mecadendritas podía extraer una hoja monomolecular, y tenía suficientes órganos superfluos como para mantenerse con vida en caso de que sufriera heridas de gravedad.

Lo estaban vigilando.

Antigonus se volvió cuando otra sombra pasó sobre él. Introdujo la mano izquierda, la que no era biónica, entre sus ropajes y extrajo un rifle automático con recubrimiento de bronce. Se trataba de una buena arma, un arma con un diseño sólido que seguía los patrones más puros de la armería de Marte; sin embargo, Antigonus nunca la había disparado. Él era un buscador de conocimiento, un metalurgo al servicio del sacerdocio de Marte. Había sido enviado a Chaeroneia porque poseía una mente aguda e inquisitiva, no porque fuera un guerrero capaz de enfrentarse por sí solo a unos herejes vengativos. ¿Sería capaz de sobrevivir cuando llegara el momento?

Antigonus bajó el cañón y apuntó hacia las sombras que se extendían entre la chatarra que cubría el valle.

—Pregunta —dijo la voz chirriante de Ypsilon tres-doce—. ¿Procedimiento finalizado?

—Sí, finalizado —respondió Antigonus, molesto.

Los miembros del servidor guardaron el pergamino en su cavidad pectoral y se plegaron.

De pronto la luz mutó inundando el valle con un brillo pálido y verdoso. Antigonus buscó la fuente de aquel resplandor; sabía que tenía que ser el reflector de algún servidor de rastreo o de alguna plataforma gravítica que los buscaba como un animal busca a su presa. Pero no había nada.

Antigonus levantó la vista hacia el cielo.

Magos Antigonus —rezaban unas enormes letras de cientos de metros proyectadas sobre las nubes—. Únete a nosotros.

Las letras brillaron durante unos momentos y después desaparecieron, siendo sustituidas por un nuevo mensaje.

Eres ignorante y ciego, eres como un niño, como un servidor. Eres incapaz de ver la luz. El avatar del Omnissiah está entre nosotros. Cuando lo veas comprenderás su hermosura y su pureza. Tú serás quien lleve el entendimiento a Marte. Tú podrás ser nuestro profeta.

Antigonus hizo un gesto de incredulidad con la cabeza, miró a su alrededor y sintió cómo el pánico se apoderaba de él. Su dedo temblaba sobre el gatillo. Entonces extendió su brazo biónico para empuñar el arma con sus dedos de acero y poder apuntar con un pulso más firme.

—¡No! —gritó—. ¡Ya he visto lo que sois!

Somos el futuro. Somos el camino. Todo lo demás es oscuridad y muerte.

Antigonus comenzó a correr sobre los montones de chatarra intentando encontrar un lugar donde ocultarse. Debían de tener alguna plataforma gravítica vigilándolo constantemente, quizá incluso un vehículo en órbita con sensores capaces de atravesar las espesas nubes de polución. Ypsilon tres-doce iba tras él, moviéndose sobre sus débiles piernas y con su mente infrahumana ignorante del peligro que se cernía sobre ellos.

Jamás tendrás una oportunidad tan buena, magos Antigonus. Tu vida no tiene por qué seguir siendo una mera estadística irrelevante.

Antigonus aceleró el paso. Si eran capaces de seguirlo a través del valle, eso significaría que estaba atrapado. En un extremo del valle se alzaba un enorme cogitador en el que los contenidos de las centrales de datos se filtraban y se organizaban. Seguramente estaría administrado por tecnosacerdotes especializados en el manejo de información. Si se escondía allí, los herejes darían con él con toda seguridad. Pero el otro extremo del valle desembocaba en un conjunto de talleres y fábricas, casi todas ellas medio ruinosas y habitadas prácticamente en su totalidad por sirvientes y servidores. Puede que allí estuviera seguro. Comenzó a correr seguido por el servidor; los maltrechos servos de sus piernas chirriaban por el esfuerzo.

Esta oportunidad es más de lo que el Adeptus nunca te dará, magos Antigonus. Contempla el rostro del Omnissiah, Antigonus, y comprende.

Antigonus corría tan rápido como podía, y el servidor avanzaba tras él. Sus articulaciones necesitaban lubricante y sus reservas de energía estaban muy bajas, pero había redireccionado sus sistemas secundarios para poder seguir moviéndose. Su visión se volvió más oscura cuando los implantes oculares redujeron al mínimo el consumo de energía, y su sistema digestivo se desactivó temporalmente. El enorme complejo de fábricas ya se extendía frente a él; su laberíntico interior y la población de sirvientes le permitirían ocultarse. Era su única oportunidad.

Parece que eres tan mezquino y pertinaz como todos los de tu clase. Eres decepcionante. Has quedado obsoleto.

¿Quién podría orquestar el secuestro de las unidades de proyección y de la tecnología de rastreo necesaria para perseguir a Antigonus? La lista de nombres era muy corta: Scraecos, el archimagos veneratus que dirigía las interminables redes de datos y las formidables reservas de información de Chaeroneia. El archimagos supremo Vengaur, responsable de los enlaces con las autoridades imperiales respecto a los diezmos del mundo forja y a su sometimiento a las leyes imperiales. Otro archimagos veneratus llamado Thulharn, cuya jurisdicción incluía las instalaciones orbitales de Chaeroneia y el tráfico espacial. Tan sólo había unos pocos miembros más con veteranía y autoridad suficientes como para poder hacerlo.

Pero ¿podría una célula herética dominar a esos hombres? Se trataba de hombres que habían llegado tan alto en la jerarquía del Adeptus Mechanicus que difícilmente podían ser considerados como seres humanos.

Ypsilon tres-doce. Ejecutar.

Antigonus se volvió justo a tiempo para ver cómo Ypsilon tres-doce extendía sus miembros mecánicos. Esta vez sus manos articuladas se habían convertido en unas tenazas amenazantes. Se abalanzó sobre Antigonus lleno de ira y lo hizo caer al suelo. La cabeza del magos golpeó con fuerza contra el rococemento oscuro y sucio.

Las partes mecánicas del servidor hacían que fuera muy pesado, y habían convertido su cuerpo en una masa fuerte y resistente. Antigonus cayó de espaldas y quedó atrapado bajo aquel enorme torso; tuvo que soltar su arma para evitar ser asfixiado por sus enormes tenazas. Estaba cara a cara con Ypsilon tres-doce, las cavidades oculares del servidor aún mostraban sus huesos, pero la boca y la nariz que había bajo ellas no eran más que restos inexpresivos de carne sin vida.

Antigonus extendió una mecadendrita y el tentáculo mecánico envolvió su arma; acto seguido, lo movió rápidamente para golpear la cabeza del servidor con la culata.

Una nube de chispas salió del cráneo de latón del servidor, pero aun así no se movió y continuó aplastando con su peso al tecnosacerdote, que sintió que una de sus costillas se quebraba en medio de una explosión de dolor. Su corazón biónico comenzó a bombear analgésicos y pronto el daño pareció desaparecer. Antigonus aprovechó ese momento de claridad para rodear la garganta del servidor con otra de sus mecadendritas, su enemigo movió la cabeza hacia atrás mientras forzaba los servomotores de su espina dorsal. Acto seguido, el tecnosacerdote desplegó otro de sus miembros mecánicos y perforó la frente del servidor, alcanzando su cerebro biológico.

Ypsilon tres-doce comenzó a retorcerse. Sus tenazas dejaron libre a Antigonus y se movieron descontroladas. El servidor abrió la boca y su unidad vocal dejó salir un grito agudo y entrecortado. Los espasmos que sufría consiguieron arrancar la mecadendrita que tenía incrustada en el cráneo, que comenzó a agitarse en el aire como una serpiente.

Antigonus intentó golpear al servidor con la rodilla para sacárselo de encima y coger su arma, pero éste se resistió y volvió a aprisionar al tecnosacerdote contra el suelo. El dolor volvió a apoderarse de él cuando golpeó de nuevo contra el rococemento.

El servidor se puso en pie dejando salir un chorro de sangre y partes mecánicas a través de la enorme herida que tenía entre los dos ojos. De pronto, una mano mecánica agarró a Antigonus por la garganta y lo arrojó contra uno de los muros. El cristal negruzco que componía el material de las centrales de datos se quebró formando miles de pequeñas agujas que se clavaron en los gruesos ropajes de Antigonus y en la piel pálida de su espalda.

Allí no podría ser vigilado desde arriba. Pero habían conseguido hacerse con el control de las unidades de proyección, controlaban las esferas más altas del tecnosacerdocio y habían saboteado a su servidor personal, enviado con él desde Marte. No necesitaban tener ojos en el cielo para tenerlo controlado. Encontrarían el modo.