Con todo el cuerpo ardiendo de dolor, me dejé caer pesadamente en el agua. El tiburón sabía que me tenía, que no me quedaban fuerzas para luchar. Pero en ese momento pasó algo salpicando en el agua. El tiburón me soltó la pierna y se dirigió hacia ello. No tuve tiempo de recuperar el aliento porque el monstruo dio media vuelta y se lanzó de nuevo contra mí, con la boca abierta.
Cerré los ojos y chillé de terror. Pasó un segundo. Luego otro. Nada. Entonces oí un fuerte golpe y abrí los ojos. Algo se interponía entre el tiburón y yo, muy cerca de mí.
El agua se agitó hasta ponerse blanca. Una cola verde, muy larga y brillante, emergió a la superficie y salpicó. ¡Un pez estaba luchando con el tiburón! El monstruo dio media vuelta y se lanzó al ataque, pero la cola verde le dio un fuerte golpe.
No se veía lo que estaba pasando porque el agua parecía que estuviera hirviendo y levantaba olas blancas y espumosas. Por encima del estrépito se oían unos agudos chillidos animales.
«Los tiburones no chillan —pensé—. ¿De dónde sale ese ruido?»
En ese momento emergió el tiburón con las fauces abiertas y lanzó un par de dentelladas al aire. Pero la larga cola verde salió también del agua y le dio un fuerte golpe en su cabeza de martillo. Luego oí un ¡buum!, y el agua dejó de agitarse.
Un segundo más tarde, la enorme aleta gris surgió a unos metros de distancia, alejándose a toda velocidad. ¡El tiburón huía! Me quedé mirando la cola verde que sobresalía del agua. Cuando el mar se calmó, oí un sonido grave y melodioso. Era muy bonito aunque un poco triste, como si alguien silbara y cantara a la vez. Parecía una ballena, pero era un animal mucho más pequeño que una ballena. La cola osciló de un lado a otro, y entonces la criatura levantó la cabeza.
Una cabeza de largos cabellos rubios.
¡La sirena!