Esta novela ha pasado por muchas y muy sabias manos antes de ver la luz. Y a algunas de ellas deseo expresarles mi particular gratitud. Las primeras fueron las de mi editor princeps, José María Calvín, que por caprichos del destino hoy tutela mis obras en Brasil. Después vinieron las de mi agente Antonia Kerrigan, que, como en el mito de la Esfinge, me formuló las preguntas justas que iban a definir mi carrera literaria. Pero no puedo olvidar tampoco a la primera y más crítica lectora de este manuscrito, Eva Pastor, cuyo fino instinto ha sido decisivo para definir el universo de Nadia ben Rashid.
Mención especial merecen Antonio Piñero, Nacho Ares y Robert Bauval, expertos en historia bíblica y Egipto respectivamente, que supervisaron o iluminaron con sus trabajos ciertos aspectos de la trama. También Julio Antonio López, historiador y astrólogo, que me ayudó a interpretar la carta astral de Napoleón Bonaparte. Clara Tahoces, experta en sueños, de quien tanto he aprendido. José Gabriel Astudillo y Lola Barreda, presidente y secretaria general de la Asociación Española de Pintores y Escultores, por su apoyo gráfico. O David Zurdo y David Gombau, siempre prestos a socorrerme en los problemas que asaltan a diario a un escritor. Si algún error he cometido al manejar su información o sus sugerencias, yo soy el único responsable.
Por último, deseo dejar prueba de mi gratitud a Raquel Gisbert y Puri Plaza, mis editoras en Editorial Planeta, por el cuidado que han puesto en revisar una y otra vez esta novela. Gracias a sus dotes de observación me enfrenté a un texto que había sido escrito doce años atrás, lo despedacé como hizo Set con Osiris, y tras insuflarle de nuevo la fuerza de la palabra volví a darle vida… espero, esta vez, que eterna.