PETARDOS

—¡De prisa! —gritó Hootnanny—. ¡Debemos ser los primeros en llegar!

Las niñas se unieron a la tarea de arrancar tablones de la pared. Mientras todos trabajaban, el viejo se acordó de que había cavado una abertura al otro lado del túnel. Luego la tapió, a petición de Yuen Foo. ¡Quienquiera que fuese la persona del pasadizo, se había enterado de la existencia de la otra salida!

—¿Dónde estaba esa salida? —preguntó Pam.

—En el patio. La cubre una reja de hierro.

—¡Alguien tiene que ir allí, a vigilar, por si el que está excavando intenta escapar! —opinó Pete.

—¡Yo iré! —decidió Hong Yee—. ¡Quiero capturar a Ralph Jones!

El comerciante en jades salió por la puerta trasera, mientras los demás seguían trabajando con ahínco. Por fin hubo un gran hueco en la pared, que dejó paso a un corto túnel.

—¿A dónde conduce? —preguntó Jim a Hootnanny.

—A una cámara secreta que está, justamente, en frente de nosotros. ¿Tiene usted una linterna, señorita Helen?

—Sí.

La vendedora le entregó una linterna al anciano, quien iluminó con ella un trecho del túnel. A aquella luz pudieron ver una puerta con cerrojo.

En el centro había un panel corredizo, que Hootnanny descorrió. La abertura era apenas suficiente para que pasase por ella un muchacho. Fue Pete quien la cruzó y se encontró en una pequeña estancia.

El haz luminoso le permitió ver la espalda de un hombre. Estaba tomando un objeto de una mesa. Rápidamente retrocedió a través de una abertura, en el otro extremo de la cámara secreta.

—¡Deténgase! —pidió Pete.

Pero el intruso no tenía intenciones de dejarse capturar.

—Yo le seguiré —dijo Pete a los otros.

Mientras Hootnanny le entregaba la linterna, Jim insistió en ir también. Los dos chicos avanzaron por la cámara. En el otro lado, el túnel aparecía negro como boca de lobo. Pero, no obstante, Pete pudo ver donde el intruso había cavado, recientemente, una entrada al pequeño cuartito subterráneo.

—¡Deténgase! ¡Vuélvase!

Mientras avanzaban por el otro lado del oscuro túnel, los dos chicos pudieron oír que Hootnanny había derribado la puerta.

De repente, Pete y Jim se encontraron en una bifurcación del túnel. ¿Qué camino seguir? La abertura más grande iba hacia la izquierda. Los chicos siguieron por allí. Sin embargo, el pasadizo fue haciéndose más y más pequeño, y Pete tuvo que encogerse para seguir avanzando. Al fondo se veía la luz que se filtraba por una reja.

—¡Hong Yee! —llamó Pete—. ¿Le ha atrapado?

—Nadie ha llegado aquí.

—Eso es que el intruso se ha marchado por la otra bifurcación, equivocadamente.

Los dos muchachitos sintieron escalofríos de miedo mientras volvían por el estrecho pasillo. Si el impostor se veía atrapado, lucharía como una fiera… ¡Sobre todo si llevaba consigo el tesoro!

Al llegar a la bifurcación, Pete y Jim vieron el otro camino del túnel. Se detuvieron y escucharon. Ambos estaban seguros de percibir una respiración, aunque quedaba algo disimulada por los gritos de Hootnanny y los niños. Habiendo roto la puerta corrían ahora para unirse a los chicos mayores.

—¡Pete! ¡Jim! ¿Dónde estáis? —gritó Hootnanny.

—¡Aquí! ¡En la bifurcación del túnel!

Hootnanny dijo a Ricky y las niñas que se quedasen detrás. Él fue a celebrar consejo de guerra con Pete y Jim.

—¿Recuerda haber cavado está desviación? —preguntó Pete al anciano.

—Sí, sí —Hootnanny explicó que el camino más estrecho fue el que primero había cavado, pero un gran pedrusco interrumpió el avance. Entonces fue cuando abrió el otro brazo del túnel que salía al patio.

—Jim y yo pensamos que ese hombre no tiene escape —cuchicheó Pete—. Los dos creemos que está en el extremo sin salida del túnel.

—Creo que lo mejor será avisar a la policía —dijo el viejo.

—Yo tengo otra idea —continuó diciendo Pete Puede que dé resultado.

—¿Qué es? —preguntó Jim.

Pete metió una mano en el bolsillo y sacó el paquete de petardos y cohetes que Jim le había regalado, hacía varios días.

—Podríamos hacerle salir con algunos de éstos.

—Vale la pena intentarlo.

Hootnanny enfocó la linterna hacia la oscura y húmeda pared del túnel que, un poco más allá, describía una curva. Pete pensó que el hombre podía estar escondido allí.

Hootnanny le dio una cerilla, con la que Pete encendió las mechas. Luego, sin pérdida de tiempo, lanzó al fondo del túnel los petardos y cohetes.

¡Bam, bum, bom, bang!

Al momento, el pasadizo se vio invadido por mil ecos que cualquiera habría supuesto eran de disparos. Brillantes chispazos iluminaron la oscuridad. El ruido era ensordecedor. La claridad, cegadora.

Súbitamente, desde el interior del túnel, una voz gritó:

—¡Me entrego! ¡No puedo hacer frente a una ametralladora!

—¡Salga con las manos en alto! —ordenó Hootnanny.

Una figura se movió en las sombras.

Luego, la luz de la linterna cayó de lleno en el rostro de Ralph Jones, el falso Hong Yee. Llevaba en sus manos un objeto que parecía un pájaro.

Cuando se aproximó. Pete le arrebató aquel objeto. Hootnanny se quitó el cinturón y con él ligó las manos del otro. En el túnel, muy cerca de la tienda, los otros niños aguardaban, emocionados. Habían oído las explosiones, pero no tenían ni idea de lo que Pete había hecho.

Cuando el grupo llegó, con el detenido, Ricky gritó:

—¡Le habéis atrapado!

—¡Es el malo! —añadió Holly.

Al momento la señorita Helen fue al teléfono, para avisar a la policía. Mientras tanto, Pete dejó sobre el mostrador el pesado objeto con forma de pájaro. Pam buscó un paño con que limpiarle el polvo.

Hong Yee acudió, corriendo y amonestó al detenido por haber suplantado su personalidad. Cuando los ojos del comerciante se posaron en el pájaro, se le oyó exclamar:

—¡Un halcón! ¡Un halcón de jade! ¡Es un tesoro fabuloso!

—Entonces, ¿éste es el gran pájaro que Yuen Foo ocultaba de sus enemigos? —preguntó Pam.

Hong Yee calculó el valor de aquella figura en miles de dólares.

—Quienquiera que posea el halcón de jade, posee una fortuna —dijo al grupo que había quedado con la boca abierta.

La señorita Helen se acercó y dijo, a Kathy y Jim:

—El propietario de este preciado pájaro es vuestro padre, Paul Foo. Kuan Yen ha guardado bien este tesoro para vuestra familia.

Los gemelos Foo se miraron, jubilosos. Luego se volvieron a los Hollister.

—Amigos —dijo Kathy, sonriendo—, ¿cómo podremos agradeceros el que nos hayáis traído tanta suerte?

—Nosotros ya somos felices con haberos ayudado —contestó Pam.

Lo que nadie sabía era cómo Ralph Jones se había enterado del secreto de Yuen Foo.

Ahora el prisionero parecía menos chino que nunca. Las cejas, pintadas de negro, se habían desteñido con el sudor, y sus pómulos cenicientos sobresalían extraordinariamente.

Ya el oficial Hobbs había llegado a la tienda y quedó asombradísimo al saber lo ocurrido. Cuando el detenido oyó hablar de los petardos y cohetes, quiso librarse del policía con una sacudida furiosa.

—¡Pensar que me ha capturado un mocoso, con unos petardos! —se lamentó.

—Yo diría que ha sido una buena estrategia —opinó, risueño, el oficial—. Y ahora, Jones, ¿qué le parece si nos da el nombre de su amigo y nos explica a qué vino todo esto? Si confiesa, todo será más fácil para usted y su compañero.

Asustado y derrotado, Ralph Jones habló sin reservas.

—Tengo que librar mi pecho de este peso. Lo diré todo.

Diez años atrás, dijo, cuando estaba viviendo en China, se hizo amigo de Yuen Foo. El anciano chino estaba muy enfermo y dio a Jones todo su dinero para que cuidase de él.

—Era mucho dinero —dijo Jones—. Poco antes de morir, Foo me pidió que enviase por correo una carta a su hijo Paul. Pero yo la abrí. La carta contenía un mensaje indicando a Paul que buscase en el viejo libro sobre los túneles una nota secreta. Cuando supe que había un tesoro de por medio, decidí quedarme con la carta. La policía estuvo a punto de descubrirme durante el robo a una tienda, así que tuve que ocultarme durante una temporada.

»No volví a este país hasta pasados varios años. Por fin me encontré en San Francisco, sin un céntimo. Entonces fue cuando robé algunas tarjetas identificativas de Hong Yee. Le había visto en Singapur y pensé que sería fácil suplantarle. Conseguí hacer efectivos algunos cheques, valiéndome de su nombre. Así fue como conseguí dinero suficiente para llegar a Nueva York y comprar un coche. También la licencia la saqué a nombre de Hong Yee.

—Pero su maquillaje no engañó ni a Jim ni a Kathy —hizo saber Holly, con orgullo—. Ellos vieron en seguida que usted no era chino.

Jones continuó explicando cómo había seguido el rastro del libro. Envió a un amigo para que se lo comprase a Paul Foo, y supo que Foo se lo había prestado a un amigo llamado Smith. Este Smith, por su parte, perdió el libro sin haber encontrado la nota. Por lo visto, se dejó el ejemplar en el restaurante de los Chen.

Pam preguntó al detenido:

—¿Cómo supo que el libro de los túneles estaba en Shoreham?

Ahora Jones sonrió.

—Fui muy inteligente, ¿verdad? Es que Smith era viajante. Le seguí un tiempo, de ciudad en ciudad, para ver en dónde solía detenerse. Pregunté en varios sitios si se había dejado el libro. Por fin lo localicé en Shoreham.

Una expresión sombría se extendió sobre el rostro del detenido.

—Si vosotros, los Hollister, no hubierais comprado el libro, podría haber tenido el tesoro para mí.

Jones dijo que se había enterado de que los Hollister, que eran buenos detectives, tenían intención de ir al barrio chino. Lo había oído en Shoreham y su compañero siguió a Pete y Ricky en un taxi.

—Intenté impedir que siguierais investigando, pero nada me dio resultado.

Jim miró con orgullo a sus nuevos amigos, diciendo:

—Se necesita mucho para detener a los Hollister.

—¿Quién se llevó a Hootnanny en el taxi? —preguntó Pam.

Jones inclinó la cabeza y admitió que su amigo, Spike Conlon, y él habían secuestrado a Hootnanny.

—Le dejamos en libertad cuando averiguamos el secreto.

—¿Les dije el secreto? —preguntó, con sorpresa, Hootnanny.

El prisionero explicó que, después de haberle golpeado, Hootnanny quedó casi inconsciente. Empezó a balbucir lo relativo al túnel.

—¿Así fue como pudieron entrar en la cámara secreta? —preguntó Jim.

También Pete tenía una pregunta que hacer.

—¿Dónde se ocultó usted cuando le perseguimos por aquel vestíbulo?

Jones respondió:

—No siempre he sido un ladrón. De joven fui acróbata en un circo.

—¡Lo adivinaste, Pam! —dijo Kathy—. Por eso llegó a la escalera de incendios.

Mientras se sostenía aquella conversación, el oficial Hobbs había telefoneado, pidiendo un coche celular. Llegaron dos oficiales que se llevaron a Jones.

Jim dijo a la señorita Helen que podía estar segura de que su padre se encargaría de arreglar la pared destrozada.

—De no ser que quiera usted tenerla abierta para aprovechar el túnel.

—Nada de eso. Y espero que vuestro padre se lleve a Kuan Yen. Ahora que lo sé todo, creo que no me pertenece en absoluto. Pertenece a la familia Foo.

—¡Eso me recuerda algo! —exclamó Pete—. Tengo que comprar un jarro para los Chen.

Buscó por la tienda y descubrió una hermosa pieza, de la época Ming, parecido a aquel que se le había roto. Pero resultó ser muy caro. Pete quedó algo tristón. No iba a poder comprarlo.

Entre tanto, la noticia del gran descubrimiento había propagado; por todo el barrio chino. Muchos residentes de aquella zona acudieron a felicitar a los Hollister.

Una y otra vez los Foo les dieron las gracias por su excelente trabajo detectivesco. El señor Foo vendió el pájaro de jade al señor Hong Yee por una gran suma de dinero.

—Ahora —dijo el padre de los gemelos, cuando acudió al apartamiento de los Hollister—, mis hijos ya no tendrán problemas para ir a la escuela.

Jim y Kathy, que llevaban un gran paquete, sonrieron a Pete.

—Aquí tienes algo para que te lleves a Shoreham —dijo Jim.

Pete abrió el paquete.

—¡Zambomba! El jarro que quería para los Chen.

—Sí —dijo Kathy—. Nos hemos enterado de que rompiste uno mientras trabajabas en nuestro misterio.

En medio de tantas emociones sonó el timbre. Abrió la puerta el señor Hollister, que se encontró con el señor Davis.

—Hola, Charlie. Entre y entérese de las buenas noticias.

Cuando se lo hubieron contado todo, el señor Davis sonrió.

—¡Magnífico! Pues yo, John, también traigo buenas noticias.

—¿De qué se trata?

—Nuestro Satélite Volante ha estado en órbita por todo el Hobby Show del Coliseum. Vengan todos. Que les llevaré a verlo.

Media hora más tarde, los Hollister y los Foo cruzaban las sólidas puertas de un enorme edificio sito entre Broadway y la Calle Cincuenta y Nueve.

—Éste es el Coliseum —dijo el señor Davis—. En Nueva York todas las grandes exposiciones tienen lugar aquí.

Los Hollister nunca habían visto antes algo como aquello. Después de pasar por un amplio vestíbulo, llegaron a una sala inmensa. El techo estaba a la altura de dos pisos.

El lugar estaba lleno de muestras de todas clases y de gran número de visitantes. Muchos miraban hacia arriba. Pete siguió aquellas miradas.

—¡Mirad!

Cerca del techo flotaba la luna de juguete y, en torno a ella, circulaba el Satélite Volante, que subía y bajaba, manipulado por los visitantes.

—Ahora, otra sorpresa —dijo Charlie Davis, apoyando una mano en el hombro del señor Foo—. El Satélite Volante, gracias a nuestro amigo chino, aquí presente, ha ganado el primer premio en la exhibición de juguetes.

Al enterarse de aquello, todos los niños felicitaron a los mayores. Y Pam y Kathy se abrazaron. Pete y Jim ce palmearon los hombros, Holly y Sue palmotearon vigorosamente, mientras Ricky, en medio de tanta emoción, puso sus manos en torno a la boca, a modo de bocina, y aulló furiosamente, hasta que le dio alcance su madre y le obligó a guardar silencio. Entonces, el pecoso se conformó con ir a estrechar la mano a los hombres.

Y entonces Holly comentó:

—Qué contenta estoy de que aquí no hayan ventanas.

—¿Por qué? —preguntó Pam.

—Porque no quiero que el Satélite Volante se escape otra vez.

Al oír aquello, todos los presentes rieron. Y en aquel momento se oyó decir por el altavoz:

—Tenga la bondad, los señores Davis, Hollister y Foo, de acudir a buscar su premio como colaboradores en la creación del más nuevo de los juguetes del mundo: el Satélite Volante.

Y mientras los tres hombres se encaminaban a recibir la recompensa, Sue exclamó en voz muy alta y chillona:

—¡Cuánto me gusta la ciudad de los Rascacielos!