SECRETO EN LA ESTUFA

Mientras Scally se inclinaba a desatar la amarra, Pete le agarró por la camisa. Pero el hombre se liberó de un tirón, que estuvo a punto de hacer caer al agua a Pete.

En seguida puso el motor en marcha y emprendió la huida. Con el motor a toda velocidad, Scally se alejó de la costa, y pronto no fue más que un punto en el horizonte.

—Ya le atraparemos —dijo Cadwallader.

Y desde la misma oficina, telefoneó para dar la alerta a la policía del estado sobre Scally.

Pete y Pam dieron las gracias al hombre por su interés.

—¿Nos lo comunicará usted, cuando la policía del estado le detenga? —preguntó Pete.

Cadwallader prometió hacerlo y aconsejó que los Hollister redoblasen sus precauciones en la isla, por si volvía a presentarse el hombre misterioso.

—Tenemos que irnos ya, porque Sam «El Adormí lado» nos está esperando —dijo Pete.

Pero antes pasaron por la tienda, para comprar tres grandes bocadillos de carne de vaca asada, unos refrescos y unos dulces de chocolate.

Al llegar al embarcadero, saludaron al capitán Wade que estaba limpiando su transbordador.

—Pronto lo tendremos en funcionamiento —dijo el marino.

Sam «El Adormilado» ya estaba preparado y los niños saltaron a la barca. El buscador de almejas sonrió al ver la apetitosa comida que sus pasajeros habían llevado. Pete y él se turnaron con los remos.

Mientras saboreaban aquella comida «flotante», Pete y Pam hablaron sobre la llamada telefónica de Scally. ¿Qué sería por lo que le pagaban?

Pam opinó que aquello podía ser el fondo de todo el misterio.

—Yo creo que no son gentes de circo las que espían a los Franklin —dijo la niña.

—Seguramente las marcas de los caballos son pistas de algo que no conocemos. Si Scally tenía que buscar algo, seguramente quería hacerlo en secreto. Por eso se empeña en asustar a todos en la isla.

—Usando aquel caballo cornudo, ¿no? —dijo Pam.

—A mí me pareció un caballo aterrador —confesó Pete—. Pero ¿qué puede tener que ver Scally en todo esto?

Los niños preguntaron a Sam si tenía alguna idea de dónde podía estar escondido aquel caballo.

—No. Nunca he puesto la vista en ese animal, ni tengo ninguna gana de verlo. Pero Scally nació aquí, lo mismo que yo, y conoce hasta el último recoveco y rincón de la isla. —Remando con más ahínco, Sam añadió—: Manteneos lejos de Scally. No es buena persona. Podría haceros daño.

Unos minutos más tarde, la barca de «Adormilado» tocaba tierra. Pete y Pam salieron. Cuando corrieron a la posada, vieron a «Negrito» dando tirones de la cuerda que le ataba al porche. El perro ladraba y aullaba sin cesar.

—¿Qué pasa, muchacho? —preguntó Pete, con cariño.

«Negrito» dio unos agudos ladridos y miró hacia la parte posterior de la posada.

Pam pasó una mano en el hocico del animal, y escuchó. No se oía nada. Pete avanzó de puntillas por el lateral del edificio.

De repente se oyó un crujido. Luego, un rumor de pisadas.

Con el corazón latiéndole aceleradamente, Pete corrió hasta la esquina de la casa a tiempo de ver al barbudo que salía, corriendo, por la puerta trasera. Iba cargado con una brazada de latas de conserva.

—¡Deténgase! —gritó Pete.

La voz del chico sorprendió al intruso, que dejó caer varias latas y corrió hacia las dunas.

Pete salió en su persecución, pero tropezó con uno de los botes de conserva y rodó por el suelo. Cayó de lado y recibió tal golpe que, por un momento, quedó atontado.

—¿Estás herido? —preguntó Pam, que corría ya a su lado.

—¡Zambomba! ¡Vaya estrépito! —murmuró el chico, poniéndose en pie—. ¿Adónde ha ido ese hombre?

—No lo sé. Parece que se ha esfumado. A estas horas, ya debe de estar entre las dunas.

—¿De dónde salía? —preguntó Pam.

—De la posada.

—¿Eran nuestras las latas que se llevaba?

—No lo sé —replicó Pete—. Vamos a mirar.

Corrieron a la fachada para desatar a «Negrito». Pam le sujetó por el collar para entrar en la posada. «Negrito» fue olfateando de habitación en habitación, para ir a detenerse ante la gran estufa del fondo de la sala. Pete levantó la tapa y miró dentro. Entre las cenizas había varias latas de conservas.

—Mira —dijo Pete a su hermana—. ¡Judías, melocotones y patatas fritas!

¡Así que era allí donde ocultaba el barbudo sus provisiones! Pam razonó que tal vez el hombre estuvo viviendo en la posada antes de que ellos llegasen. ¡En ese caso, no era extraño que la bomba funcionase tan bien!

—Luego escondería aquí las cosas y habrá vuelto por aquí a buscarlas, cuando no estábamos —añadió Pete.

—Siento un poco de pena por él —dijo la bondadosa Pam—. Le hemos echado de la casa.

—Ese hombre podrá seguir viviendo así unos cuantos días, pero nosotros debemos procurar descubrirle a él, lo mismo que a Scally.

Mientras recogían las latas que el intruso había dejado caer, Pete y Pam hablaron sobre si él y Scally trabajarían juntos.

—¿Crees que son los dos los que quieren echarnos de la isla? —preguntó Pete a su hermana, cuando ambos iban llevando las latas al fogón del exterior.

Al principio, Pam dijo que no lo creía así.

—Si está de acuerdo con Scally, ¿por qué había de arriesgarse a venir aquí a buscar comida?

—Es verdad —concordó Pete—. Scally le llevaría provisiones directamente a la choza donde se esconde.

—Suponiendo que sea el barbudo el que se esconde allí —dijo Pam—; no estamos seguros de que sea él el hombre del impermeable amarillo.

Los dos hermanos se miraron, sorprendidos.

¿Podían considerar al barbudo amigo o enemigo? ¿Había un forastero o dos en la isla?

Cualquiera que fuese la verdad, de lo que Pam estaba segura era de que el barbudo podía tener una importante relación en aquella cadena de pistas.

—Me gustaría saber adónde han ido los demás —comentó la niña, mientras volvían a entrar en la casa.

Como en respuesta a sus palabras encontró, clavada en el umbral, una nota en la que no se habían fijado antes. Decía la nota que Emmy y Sue habían ido a llevar la comida al grupo que vigilaba la choza misteriosa.

—Vayamos allí en seguida —propuso Pam.

Después que Pete hubo atado de nuevo a «Negrito» en el porche, los dos atravesaron las dunas, camino de la choza.

—¡Mira! —señaló Pam—. Ahí están.

El resto de su grupo se encontraba en torno en la vieja cabaña. Pete y Pam corrieron a su lado, y Ricky se apresuró a decirles:

—Todo está igual que antes, menos el saco de dormir, que ha desaparecido.

—Yo también quiero entrar a ver —dijo Pam.

Entró y salió diciendo que también las latas de conservas habían desaparecido.

—Pobre hombre —dijo Emmy, conmiserativa—. Ahora debe dormir a la intemperie y comer mientras huye.

Entonces Pete y Pam hablaron del barbudo a quien habían sorprendido en la posada.

—Puede que sean dos hombres los que acampan por aquí —dijo Holly.

—Tengo la corazonada de que no hay más que uno —dijo Indy—. Y me gustaría saber qué está haciendo en la isla.

Pete y Pam contaron todas las aventuras que habían tenido con Cadwallader y Scally.

—Puede que el barbudo y Scally estén buscando la misma cosa —añadió Pete—. ¡Si pudiéramos detener a uno de los dos y averiguarlo…!

Mientras volvían a la Posada del Langostino, decidieron explorar la isla, en busca del forastero.

—Podemos salir cuando oscurezca y buscar alguna hoguera —sugirió Pete.

Y Ricky añadió:

—Hay que vigilar la cabaña y también la posada.

—Lo haremos todo esta noche —dijo Indy—, pero tendréis que esperar a que yo vuelva de casa de los Franklin.

Pete y Pam se enteraron, entonces, de que, mientras ellos estuvieron en Cliffport, la señora Franklin había invitado a Sue, Emmy e Indy a que les visitasen aquella noche.

Después de la cena, los niños mayores se ofrecieron a recogerlo todo y limpiarlo, y los demás se marcharon. Cuando empezaba a oscurecer por el oeste, Pete vio que Jane se acercaba corriendo por la playa. Llevaba una linterna sin encender. Cuando llegó, sin aliento, dijo que Bill y ella habían visto a dos hombres corriendo por la playa, en la zona del océano.

—¡Uno podía ser el hombre que estamos buscando! —exclamó Pete—. Vamos a ver.

Entraron a buscar linternas. Luego, llevándose consigo a «Negrito», los Hollister y Jane echaron a andar hacia el otro extremo de la isla. Estaba ya todo muy oscuro, pero pudieron distinguir a Bill y Gary que, al verles, corrieron a recibirles.

—¿Habéis visto a alguien? —preguntó Bill.

—No —respondió Pete.

Bill dijo que ni él ni Jane habían visto los rostros de aquellos hombres.

—Y cuando volvimos a buscar a Gary, los dos habían desaparecido.

Se llegó a la conclusión de que los desconocidos debían de encontrarse entre el campamento de los buscadores de gaviotas y el acantilado.

Pete dijo:

—Jane, ¿por qué Gary, Bill y tú no buscáis por el sur? Los demás iremos hacia el norte.

Todos estuvieron de acuerdo y Jane entregó a Ricky una antorcha de señales.

—Usadla, si necesitáis ayuda. Basta con que la rasques en una roca.

—¿No correréis peligro? —preguntó Gary a los Hollister.

—Estaremos bien con «Negrito» —repuso Pete.

Los grupos se separaron, para inspeccionar el terreno.

«Negrito» se movía describiendo amplios círculos.

—¡Vamos, chico! —apremió Pete.

Media hora más tarde la luz de la luna iluminaba la playa. Cuando «Negrito» dio un sonoro ladrido, Pam corrió a ver qué sucedía. El animal estaba hurgando tras un peñasco bajo. Entonces la niña escuchó una especie de lamento.

—¡Pete, ven de prisa! —llamó la niña.

Los otros tres acudieron corriendo.

—¡Es un hombre, y está herido! —dijo Pam, señalando un cuerpo, tendido de bruces a la sombra de la roca.

Con mucha delicadeza, Pete volvió al hombre boca arriba y, al momento, contuvo una exclamación. Era el hombre barbudo y estaba inconsciente.

Con manos temblorosas, Ricky rascó en una piedra la bengala de señales que le diera Jane. En seguida ascendieron al cielo nocturno bolas de luminoso color.

No tardaron en oírse gritos y el señor Franklin e Indy corrieron hacia las dunas. Los buscadores de gaviotas acudían también. Entre tanto, Pam había ido a buscar algo de agua entre las manos y la salpicó en el barbudo rostro del hombre. Los ojos de éste parpadearon. De sus labios brotó otro lamento, mientras Pete e Indy le incorporaban, apoyándole de espaldas en el peñasco.

—¿Quién es usted? —le preguntó Pam.

—Nicklas. Me llamo Nicklas —repuso el hombre, con fuerte acento alemán.

—Seguro que es usted austríaco —adivinó Pam.

—Pero ¿cómo lo sabes? —preguntó el hombre, sorprendido.

Luego volvió a quejarse y levantó la cabeza. Ricky le iluminó con la linterna, lo que reveló un gran bulto en la frente del señor Nicklas. Éste explicó que se había caído, hiriéndose la cabeza en la roca.

—Iba persiguiendo a un hombre llamado Scally. Necesitaba interrogarle.

—¿A Scally? —preguntó Pete, con extrañeza—. ¿Por qué?

—Porque soy detective.

Los demás quedaron atónitos.

—¡Detective! —exclamó Pete—. Nosotros también somos detectives.

—Imaginé que podíais serlo —dijo el señor Nicklas con una seca sonrisa.

Y explicó que había llegado de Austria a Wicket-ee-nock con una misión especial.

—¿Cuál? —preguntó el señor Franklin.

—No puedo decirlo.

—Tendría que decirlo —dijo Pam—. De lo contrario, nunca resolverá el misterio de esta isla.

—Me parece que es usted parte de este jeroglífico —dijo Gary al extranjero.

—Créanme —pidió el barbudo—. Soy detective y estoy buscando algo muy importante.

—¿Por eso quería usted asustamos y hacer que nos marchásemos de la isla? —preguntó Bill.

—No he querido asustar a nadie —afirmó el señor Nicklas—. Les ruego que me crean.

—Pero ¿qué es lo que busca? Díganoslo, por favor —pidió Pam, y con mucha delicadeza refrescó con agua el bulto de la frente del hombre.

El hombre suspiró.

—¡Ach! Muy bien. Estoy buscando un escudo de armas que fue robado de Viena.

—¿Un escudo de armas? ¿Tan importante es eso? —preguntó Pete.

—No comprendéis… —El señor Nicklas, haciendo grandes ademanes, dijo—: El escudo de armas está hecho de valiosa pedrería.