Los primos salieron de su escondite para ir en busca de tío Russ y Balam, que hablaban a media voz, junto a un extremo de la pirámide.
—¡Pete está aquí! —cuchicheó Ricky, señalando el edificio de poca altura.
Los dos hombres quedaron atónitos, al enterarse de la novedad, y Balam advirtió a todos que no se mostrasen nerviosos.
—Debemos comportarnos como si nada supiéramos —cuchicheó tío Russ—. Ahora, escuchadme…
Empezó a dar órdenes rápidamente, Holly y Jean volverían a la hacienda para pedir ayuda.
—Los demás nos comportaremos como si también fuésemos a marcharnos. Pero, una vez en la jungla, Pam, Teddy, Ricky y yo daremos la vuelta para venir a buscar a Pete.
Abriéndose paso entre los obreros, los Hollister se aproximaron a Grattan.
—Bien. Parece ser que Pete no está aquí —dijo tío Russ—. Lo mejor será que nosotros volvamos a la hacienda. Y mil felicitaciones por su hallazgo. Comprendo que ahora su película resultará mucho mejor.
—Confío en que encuentren pronto a Pete —repuso el director—. Si podemos serles útiles, no dejen de decírnoslo.
Después de despedirse, el grupo se internó en la selva. Una vez ocultos entre la arboleda, Balam y las dos niñas se despidieron y marcharon, apresuradamente, en busca de la policía.
—Con helicóptero, desde Mérida, pueden estar aquí mañana temprano —calculó tío Russ.
Con mucha precaución, para no hacer ruidos, él y los tres niños restantes echaron a andar en fila india. Avanzaron en círculo, en torno al claro, hasta llegar al ruinoso edificio bajo y ancho de atrás.
Los Hollister se detuvieron al borde de la espesura y vieron al grupo cinematográfico librando de matojos y viejos árboles retorcidos el Templo del Ídolo Risueño. Todos estaban demasiado ocupados para reparar en el grupo que llegaba al rescate de Pete.
Cuando estuvieron al pie de la boa esculpida, Pam dijo en voz muy baja:
—¿Cómo entraremos?
—Hay una escalerilla que lleva al tejado —señaló Teddy—. Probemos por allí.
Con lentitud y precaución subieron los cuatro los viejos escalones.
Tío Russ llegó arriba el primero, se tendió sobre el tejado y miró abajo. Los obreros no se habían apercibido de nada. El dibujante llamó, por señas, a los niños. Ellos se arrastraron sobre codos y rodillas hacia un orificio cuadrado en el techo, que coincidía en línea recta con la boa esculpida. Junto a la abertura había una gran losa.
Muy nerviosa, Pam se adelantó a su tío y llegó la primera.
Asomó la cabeza por el negro orificio y cuchicheó:
—Pete, ¿estás ahí?
Silencio. Pam repitió la llamada, esta vez en voz algo más sonora.
—Sí. Estoy aquí —repuso la voz de su hermano.
Con el corazón palpitante, Pam transmitió el mensaje a su tío.
—Nosotros le rescataremos —dijo el tío Russ.
Sacó la sólida cuerda de su cinto y la ató bien a la losa. Mientras lo hacía se oyó el canto de un ave en los bosques; pero, aparte de eso, todo estaba silencioso en las viejas ruinas.
A lo lejos, los Hollister pudieron oír las ásperas órdenes que daba Grattan a sus hombres, frente al templo.
—Yo bajaré contigo —dijo Pam.
—Bajaremos todos —repuso el tío—. No es prudente que ninguno quede a la vista.
Probó el nudo y dejó caer la cuerda por la abertura. Uno a uno los viajeros se fueron deslizando por la cuerda.
—¡Pete! —exclamó Pam, abrazando a su hermano—. ¿Fue Grattan quien te secuestró?
—No. Dos de sus empleados nativos. ¿Cómo habéis llegado hasta aquí?
—Eso no importa ahora —cuchicheó, impaciente, tío Russ—. Vamos a subir todos, de prisa.
Pero, mientras hablaba, la cuerda cayó fláccida, a sus pies. Casi al mismo tiempo, un ruidillo les dejó a todos perplejos. Cuando levantaron la cabeza, vieron que la losa estaba siendo arrastrada para cubrir el orificio del tejado. Sonó una risa diabólica y, un momento después, se hacía la oscuridad y el silencio.
Teddy masculló:
—¡Debí imaginarlo! Ese canto de pájaro… ¡Era su señal de advertencia!
—Alguien ha debido de vernos —dijo tío Russ.
—¡Canastos! Ahora estamos todos prisioneros —se lamentó Ricky—. ¿Cómo saldremos de aquí?
Todos miraron a su alrededor. Había una especie de umbral de poca altura, que daba paso a otra cámara.
Un solo resquicio, en la pared de piedra, daba paso a un poco de claridad.
—Por aquí dejé caer la nota, al oír vuestras voces —explicó Pete.
—¿Por qué no gritaste? —preguntó Teddy.
—Tuve miedo de que la banda me oyese y os capturase a todos.
—¿Qué hay en la estancia inmediata? —preguntó tío Russ.
—Nada. Ni ventanas ni salida.
—¿Y qué harán con nosotros? —preguntó Pam.
Y miró por la grieta de la pared. Estaba oscureciendo y las voces de Grattan y sus hombres fueron apagándose.
—No creo que hagan nada hasta mañana…, si es que hacen algo entonces —opinó tío Russ, lúgubremente—. Nuestra única esperanza estriba en Balam y la policía.
Los prisioneros estuvieron hablando hasta que se hizo de noche. Entonces se acomodaron lo mejor posible sobre el polvoriento suelo y quedaron dormidos. Ricky fue el primero en despertar. Miró a su alrededor y vio un rayo de luz que, tras filtrarse por la grieta de la pared, iba a parar a un montón de arena, en una esquina. La arena, algo removida, formaba una especie de cráter. Ricky supo, en seguida de qué se trataba.
—¡Mirad! ¡Mirad! ¡Una hormiga guerrera!
Mientras los demás se desperezaban, Ricky se arrodilló en el suelo para observar al insecto.
—¡Vaya! Se ha escondido —protestó el pecoso, y con la mano apartó la arena, queriendo dejar al insecto al descubierto.
Sus dedos tocaron unas muescas en el suelo.
—¡Eh! ¿Qué es esto?
Los demás acudieron a mirar y, a la luz del sol que se filtraba por la ranura, Ricky descubrió una cara de piedra, similar a la del Ídolo Risueño.
Pero aquel rostro era algo diferente. La boca, abierta en una sonrisa, era más grande, más profunda. Ricky introdujo la mano y encontró unas muescas en las que encajaban cuatro de sus dedos. Intentó levantar hacia arriba la escultura, pero la piedra era demasiado pesada para él. Entonces su tío se inclinó, introdujo una mano en la gran boca de piedra y empujó.
¡El rostro del segundo ídolo Risueño emitió un crujido y una losa próxima se levantó!
—¡Zambomba! —exclamó Pete—. ¿No veis eso? ¡Es un pasadizo secreto!
Abajo había unos estrechos peldaños de piedra que conducían a algún lugar, sumido en la oscuridad.
—Puede que tu descubrimiento nos saque de aquí —dijo tío Russ, jubiloso, dirigiéndose a Ricky.
Sujetándose a la húmeda pared, lateral a los peldaños, Russ Hollister encendió la linterna y abrió la marcha. Detrás iba Ricky, seguido de Pam y Teddy. Pete cerraba el cortejo. La larga escalera acababa dando paso a un túnel. El lugar era frío y húmedo. Desde la techumbre rezumaba agua, que iba cayendo sobre las cabezas de los investigadores. Tío Russ se detuvo y habló a los niños en un ronco cuchicheo:
—Esto parece llevar al viejo templo.
—¡Claro! Será un pasadizo secreto para los antiguos sacerdotes mayas —razonó Ricky.
—Me alegro de que pensasen en eso —dijo Pam.
—¡Chist! No habléis tan alto —advirtió el tío.
Caminaron en silencio hasta que la linterna del tío Russ iluminó una puerta de piedra.
—¡Mirad! ¡Una salida!
Empujando todos a un tiempo, lograron abrir. El haz de la linterna iluminó una estancia en la que centelleaban cientos de gemas. Sobre mesas de piedra se veían fuentes y vasijas de oro. En grandes tinas de bronce había collares y sortijas de jade.
Tío Russ contuvo el aliento.
—¡Menudo descubrimiento! ¡Si Skeets pudiera verlo!…
—¡Zambomba! ¡Lo mejor será salir de aquí y advertir a las autoridades, antes de que Grattan y su banda encuentren este tesoro! —opinó Pete.
A un lado de aquella estancia había otro tramo de escaleras. Los Hollister salieron con todo sigilo de la cámara del tesoro para encontrarse en una segunda y enorme estancia de piedra. En el extremo opuesto, una puerta revelaba un pasadizo ligeramente iluminado por la luz del exterior.
—Debemos de estar a nivel del suelo —opinó Pete.
—En tal caso, nos detendremos aquí. De lo contrario, podríamos tropezar con los hombres de Grattan —dijo tío Russ.
—No se oye nada —observó Teddy.
Todos contuvieron la respiración y escucharon atentamente. No se oía nada.
—Puede que se hayan marchado —dijo Ricky, esperanzado.
—No lo creo —repuso Pete—. Están buscando el tesoro. Puede que hayan descubierto que nos hemos ido de aquella cámara y nos estén siguiendo la pista.
—¡Quietos donde están! —ordenó la voz de Grattan, que arrancó ecos en toda la estancia y recorrió de helados escalofríos la espalda de todos.
Al girar sobre sus talones, Pete vio que con Grattan iban otros tres hombres. Uno era Regente. Los otros dos, Punto y su amigo Vargas.
—¡Corred! —ordenó tío Russ.
Y los niños emprendieron una carrera por el pasadizo.
—¡Detenedles! —ordenó Punto.
Pero los Hollister habían llegado a la salida y se encontraron en el exterior, seguidos de cerca por los cuatro hombres.
¡Fuera, otro grupo de hombres les aguardaba! ¡Todos iban uniformados!
—¡La policía! —exclamó, jubilosa, Pam.
—¡La policía! —aulló, asimismo, Grattan—. ¡Salgamos de aquí!
Pero era ya demasiado tarde. Los cuatro ladrones fueron esposados y el resto de la banda quedó rodeada en la cámara del tesoro, bajo el templo. Los oficiales se encargaron de esposarles a todos y hacerles salir a la luz.
Una vez reunidos todos los delincuentes, Balam, llevando de la mano a Holly y a Jean, acudió a saludar a los Hollister.
—¿Cómo habéis conseguido ayuda tan de prisa? —preguntó tío Russ, que casi no podía creer en la rápida captura que habían logrado.
—Encontramos a la policía por el camino —repuso el guía indio—. ¿No recuerda? Dijeron que investigarían por toda la zona.
Mientras la policía interrogaba a los prisioneros, pidiéndoles sus nombres y examinando sus pasaportes, fue quedando en claro una extraña historia. El grupo que se hacía pasar por una compañía cinematográfica era, en realidad, una banda de buscadores de tesoros, dedicada entonces a robar las pirámides.
—Todo eso de que filmaban películas es falso —dijo el jefe de policía—. ¡Este Grattan es tan director cinematográfico como puede serlo una hormiga!
Más interrogatorios a los prisioneros revelaron que se habían valido de inocentes muchachos para transportar el botín, desde los templos, a la cabaña de almacenaje. Desde allí, todo era llevado en un camión, dedicado en apariencia al transporte de gallinas, hasta la playa, donde el botín se cargaba en un barco.
—¡Y pensar que Grattan y Regente nos engañaron por completo! —comentó Pam.
—Y no sólo eso —añadió Pete—, sino que Punto y Vargas estaban de acuerdo con ellos.
—Vargas y Águila eran la misma persona —les informó tío Russ—. ¡Hay que ver! ¡Menuda historia para dibujar un relato de aventuras!
Águila estaba huraño y ceñudo. Admitió que Grattan le había enviado a Los Ángeles para robar a Skeets el mapa del templo. Águila les había oído cuando tío Russ recibía instrucciones del arqueólogo. Luego siguió la pista del dibujante hasta el aeropuerto de Shoreham y robó la fotografía del Ídolo Risueño.
—¿De dónde sacó la serpiente que dejó suelta en el avión? —preguntó Ricky.
—La llevé desde Yucatán —replicó Águila, con una desagradable sonrisa—. Hay mucha gente a quien le asustan las serpientes, de modo que pensé que podía resultar útil.
Balam miró a los detenidos y preguntó:
—¿De dónde procede Punto?
—De Ciudad de Méjico —repuso uno de los policías—. Ya hemos pedido informes de él.
Inesperadamente para todos, Regente dijo:
—No se preocupen por mí. Lo diré todo.
En un verdadero torrente de palabras, explicó que la banda había intentado apoderarse del mapa qué indicaba la situación del templo. Luego hicieron lo posible por impedir que los Hollister dieran con el lugar.
—Por eso secuestramos al chico: Para hacerles regresar a la hacienda, mientras nosotros robábamos el templo.
Pete dijo, entonces:
—Me gustaría que me devolviesen el radiotransmisor y la linterna.
Arrugando el entrecejo, Águila sacó ambas cosas de sus bolsillos. Al hacerlo, un objeto pequeño se le cayó al suelo. Ricky se precipitó sobre ello, gritando:
—¡El anillo que pesqué en el cenote!
Grattan se puso rojo de ira.
—¡Este Águila! ¡No hay nada que no robe!
—¡Miren quién habla! —masculló Águila.
—Desde luego, fue Águila el primero en irrumpir en casa de Skeets —dijo tío Russ.
—Y en nuestra casa —recordó Holly—. Tendrá que regalarte una maleta nueva, tío Russ.
Mientras los detenidos discutían entre sí, la policía bajó a examinar la cámara del tesoro de la vieja pirámide. Al poco volvieron al exterior, sonriendo.
—Todo eso irá a nuestro museo de Ciudad de Méjico. ¡Son tesoros hermosos y muy bien conservados!
—Tenga. Aquí está el anillo —dijo Ricky ofreciendo el objeto al oficial.
En aquel momento, el zumbido de un helicóptero interrumpió el silencio de la jungla.
—¡Mirad! —dijo Pam.
Con las ropas y los cabellos azotados por el viento que el aparato desplazaba, los Hollister observaron como el helicóptero descendía en un claro que los ladrones habían abierto en plena jungla.
—El helicóptero viene de Mérida, tal como yo pedí —dijo el capitán de policía—. Se llevará a los Hollister a Uxmal. Nosotros llevaremos a los prisioneros a pie, por la jungla.
Aquella noche se dio en la hacienda una fiesta, para celebrar el regreso de los héroes. El comedor estaba adornado con flores de alegres colores, y se sirvió pastel con frutas.
Mientras los emocionados huéspedes felicitaban a los niños, Tomás y Yotam permanecían silenciosos, con los ojos brillantes.
—¡Ahora, todos en silencio, por favor! —pidió el señor Cortez—. Queremos dar las gracias a los Hollister por haber descubierto el Templo del Ídolo Risueño y su gran tesoro, así como por haber hecho posible la detención de una banda de ladrones.
—Aún tenemos otra sorpresa —dijo la señora Hollister—. Entre, Manuel.
La puerta se abrió y por ella entró el panadero, sonriendo ampliamente, mientras balanceaba en su cabeza el gran recipiente metálico. Se aproximó a Sue y le colocó el recipiente en la cabecita.
Los ojos de la niñita miraron a derecha e izquierda, para gozar del espectáculo de todos los presentes, admirándola, antes de echar a andar, lentamente, por la estancia.
¡El recipiente se balanceaba con todo equilibrio!
—¡Canastos! ¿Cómo has aprendido? —preguntó Ricky.
Sue hizo un guiño.
—Mientras vosotros buscabais la pirámide, mamá y yo hemos practicado —dijo, rebosante de orgullo, la pequeñita.
Todos los asistentes rieron con alborozo.