UNA GRAN MENTIRA

—¡Zambomba! —cuchicheó Pete—. Hemos descubierto el escondite de los ladrones.

—¡Vaya botín! —exclamó Ricky, admirativo.

—¿Qué haremos ahora? —preguntó Teddy—. No podemos llevárnoslo todo nosotros.

—Ni tenemos que hacerlo —opinó Pete—. Iremos a informar a la policía.

Cuando los cuatro chicos se alejaban de la cabaña, un extraño pájaro entonó su canto.

—Es el mismo sonido raro que oímos antes —observó Pete—. ¿Qué pájaro es, Tomás?

El indio se encogió de hombros y repuso:

—No lo sé.

Por la mente de Pete pasó la idea de que podía tratarse de una señal entre los ladrones.

—Vamos, chicos. Hay que darse prisa —dijo.

Cosa de una hora más tarde, los cuatro chicos regresaban a la jungla, acompañados de tío Russ, Balam y dos policías.

Nerviosos y acalorados, los componentes del grupo se arrastraron, sigilosos, hacia la cabaña. Esta vez Pete notó que no se oía canto de pájaro alguno.

Por fin, uno de los policías salió de detrás de un árbol e hizo señas a los otros para que le siguieran. Llegó a la cabaña, miró dentro y, al instante, se volvió a los chicos, exclamando:

—¡Os habéis burlado de nosotros!

El otro oficial penetró en la cabaña, seguido de tío Russ. El lugar estaba vacío, si se exceptuaba la presencia de una iguana que salió veloz, para perderse en la jungla, pasando por delante de los atónitos chicos.

—¡Pero…, pero, todo estaba aquí, hace un par de horas! —balbució Teddy—. ¡Palabra!

—¡Es verdad, canastos! —afirmó Ricky, mientras Tomás sacudía afirmativamente la cabeza.

—Los ladrones os habrán visto y se apresuraron a llevarse el botín de aquí, para que no existieran pruebas —opinó el tío Russ.

—Seguro que lo que oí era su señal —dijo Pete, antes de hablar del canto extraño de un ave.

Balam, que estaba buscando entre los árboles, dijo, quedamente:

—He encontrado una pista.

Todos corrieron a donde el guía maya señalaba unas hierbas pisoteadas. En fila de a uno avanzaron por el apenas distinguible sendero y, diez minutos más tarde, llegaban a los terrenos en que se efectuaba la filmación.

—Caramba… ¡Hola, hola! —saludó Víctor Grattan, al ver que los visitantes cruzaban el claro, que se extendía delante del templo. Se acercó a ellos y añadió—: Si vienen a presenciar el rodaje, lo lamento, pero acabamos de terminar ahora mismo una escena.

—No veníamos por eso —repuso Pete—. Seguimos la pista de los ladrones.

Después de hechas las presentaciones, los oficiales de policía contaron lo sucedido.

El director se mostró sorprendido.

—Hemos visto a dos hombres por el bosque. Cuando unos empleados míos se fijaron en ellos, los dos se alejaron, corriendo.

—¿Llevaban algo a la espalda? —preguntó Teddy.

—Sí. Unos sacos llenos de algo muy pesado. Ya he hablado antes de ellos —explicó, dirigiéndose a tío Russ—. Eran Punto y su amigo, el hombre alto y flaco. Si vuelvo a verles, se lo comunicaré inmediatamente.

Russ Hollister le dio las gracias y el grupo se puso en marcha hacia la hacienda.

—Me gustaría saber qué han hecho Punto y Vargas con todo lo que escondían en la cabaña —declaró Teddy.

A lo que Pete opinó:

—Seguramente escondieron todo lo que no pudieron llevarse. Lo irán sacando luego, poco a poco.

Uno de los policías dijo que se efectuaría una intensa búsqueda de los dos hombres, así como de los objetos desaparecidos.

—Empezaremos lo antes posible —concluyó el policía.

Y su compañero dio las gracias a los niños por la ayuda prestada.

Cuando el grupo llegó al poblado, situado detrás de la hacienda, Tomás se quedó en su casa. Los hombres continuaron su camino; Pete, Teddy y Ricky se quedaron un rato con el indio.

—Gracias por haber venido con nosotros —le dijo Pete—. Y no te preocupes por tus amigos. Tengo la corazonada de que, dentro de poco, esos ladrones serán detenidos.

—Mañana salimos de viaje por la jungla, de modo que no nos veremos en unos días —dijo Ricky.

Tomás les deseó buena suerte y les dio las gracias por su interés en ayudar a sus amigos. Todavía les seguía diciendo adiós con la mano cuando los Hollister corrieron a la hacienda.

Después de la comida, tío Russ y Balam convocaron a la familia, que se reunió en un trecho de sombra, junto a la piscina.

Allí, los hombres, a media voz, explicaron sus planes para el siguiente día.

Irían todos, menos Sue, su madre y tía Marge. Luego, tío Russ compró un receptor-transmisor de radio, de bolsillo, y enseñó a los niños a utilizarlo.

—Confío en que no necesitéis usarlo —dijo tía Marge.

El dibujante sonrió, replicando:

—No te preocupes. Balam cuidará de nosotros.

El guía repuso que conocía muy bien la jungla, pero que el Templo del Ídolo Risueño se encontraba en un área tan intrincada que nunca la había explorado antes.

—Pero llegaremos allí, sin duda alguna —dijo, confiado.

La tormenta, que ya había sido pronosticada, sobrevino con repentina furia y dejó caer el agua a toneladas en el bosque.

Mientras fuera soplaba desesperadamente el viento, los dos hombres y los chicos prepararon la impedimenta de viaje, al tiempo que las niñas, sentadas en el vestíbulo con sus madres, daban los últimos toques a los vestidos típicos.

—Es una pena que no tengamos tiempo de bordar los canesús —se lamentó Pam, que estaba cosiendo el vestido de Sue.

—Podremos hacerlo más adelante —opinó Holly.

—Y quizá tía Marge y yo podamos empezaros esos bordados —ofreció la señora Hollister.

—Yo también «brodaré» —afirmó Sue.

Tía Marge dio a su sobrina pequeña un cariñoso pellizco, al tiempo que decía:

—Eso es. ¡Tú nos ayudarás! Así nosotras tendremos algo que hacer mientras los demás buscan el templo perdido.

A la siguiente mañana, después del desayuno, los niños se presentaron, como soldados, en la habitación de tío Russ.

Cada uno llevaba una pequeña brújula y una mochila con provisiones para varios días. A Pete se le confió la radio. Los hombres se encargarían de transportar las tiendas de campaña, útiles de cocina, el pulverizador contra insectos y las linternas. Además, todos llevarían gruesas y sólidas cuerdas sujetas a la cintura.

En el último momento, Pam dijo:

—Aquí tenemos algo más —y entregó a cada niño un poco de papel y un lápiz—. Por si necesitamos usar nuestra clave secreta.

Con muchos besos y abrazos, los niños se despidieron de Sue y de las madres. Luego se pusieron en marcha, en fila india, y desaparecieron en la jungla.

Balam marchaba delante, seguido de tío Russ. Al cabo de unos minutos, Ricky se aproximó a Balam, para pedir:

—¿Puedo ser yo quien abra la marcha, durante un rato?

—De acuerdo. Sigue curso sudoeste.

El pelirrojo, con Pete y Teddy a sus talones, iba abriéndose paso por el follaje, hasta que resultó demasiado denso para atravesarlo.

—¡No se puede seguir adelante! —anunció el pequeño, muy apurado.

Balam se echó a reír y sacó el machete de su cinto.

¡Chas! ¡Zas!

Las verdes enredaderas y frondosas ramas de palmera cayeron a tierra, y los excursionistas pudieron proseguir su camino, adentrándose en la húmeda y oscura jungla.

Pete y Ricky se encargaron de mantener la ruta adecuada y tío Russ ayudó con su machete a despejar el avance. Pam y Jean se turnaban para llevar a Holly de la mano. Todos miraban a su alrededor, con inquietud, por si surgían animales salvajes. Nada podían ver, pero los rumores extraños y los misteriosos cantos de los pájaros eran prueba suficiente de que el bosque estaba lleno de animales salvajes.

Los viajeros siguieron su avance a paso regular. Todos habían dejado de sentirse bromistas. Hasta el travieso Ricky se mostraba muy grave.

—¡Canastos! Es igual que si caminásemos por un túnel verde.

El denso follaje quedaba interrumpido, de vez en cuando por reducidos claros de roca esponjosa. Al llegar a uno de aquellos trechos, al mediodía, Balam se detuvo, diciendo:

—Descansaremos y comeremos.

Todos se quitaron las mochilas de las húmedas espaldas y los niños se echaron al suelo.

—¡Qué viaje tan cansado! —comentó Pam—. ¿Estás bien, Holly?

—Sí, pero tengo las piernas demasiado cortas. Quisiera ser tan mayor como Jean y tú.

Los niños comieron en silencio, sin cesar de dirigir miradas a los árboles que les circundaban.

Una especie de ronquido les sobresaltó a todos.

—Es un jabalí —explicó Balam—. Se alejará; no teman.

Cuando acabaron de comer, las niñas desperdigaron unas migas de los bocadillos, para que las aprovechasen los pájaros silvestres. Luego, cada uno se ajustó su mochila y reanudaron la marcha.

Ricky y Holly iban en la cola.

¡Zas! ¡Chas!

Sonaban repetidamente los golpes de machete, mientras el grupo proseguía su avance. No llevaban andando más de cinco minutos, cuando Holly, de pronto, dejó escapar un grito escalofriante.

Balam giró en redondo y corrió a donde la niña se encontraba al parecer paralizada de terror. Tío Russ corrió detrás.

—¡M… mi… mirad! —tartamudeó Holly, señalando un árbol, en el que se hallaba enroscada una gran boa que, en aquel momento, empezó a deslizarse al suelo.

Jean, como pudo, ahogó un grito, y Ricky retrocedió del árbol.

—No tengáis miedo —dijo Balam—. La boa no os morderá. No es venenosa.

—Gracias a Dios —murmuró Pam, suspirando.

—¡Zambomba! ¡Vaya susto! Veréis cuando lo sepan los chicos de Shoreham —dijo Pete.

En silencio, la serpiente reptó por la densa jungla, hasta que desapareció.

Durante el resto de la tarde llegaron a oídos de los Hollister diversos crujidos y cantos de pájaros pero estaban todos demasiado cansados para pararse a prestar atención a nada de todo aquello.

Durante un rato, tío Russ llevó a Holly montada en sus hombros. Encaramada en la mochila de su tío, la pequeña llegaba a tocar muchas de las ramas de los árboles.

—¡Canastos! Ese templo debe de estar a millones de millas de aquí —comentó Ricky.

—¿Te cansas? —le preguntó su tío.

—¿Quién? ¿Yo? ¡Claro que no! —repuso el pecoso, muy digno.

La jungla se tornó oscura mucho antes de que el sol se hubiera puesto, y Balam no tardó en detenerse para seleccionar el sitio en que convendría acampar.

—Hemos hecho un largo trayecto —dijo—. El templo perdido no debe estar ya muy lejos de aquí. Posiblemente lo localizaremos por la mañana.

Fue preciso abrir, con los machetes, un claro en la espesura, para empezar a colocar las tiendas. Ricky y Holly ayudaron a hundir los clavos de sujeción en la tierra y, media hora más tarde, el lugar parecía un pequeño campamento.

Pete y Teddy encendieron una hoguera en la que calentaron el sabroso estofado en lata.

En cuanto acabaron la cena, Ricky, Holly, Jean y Pam se deslizaron dentro de sus ligeros sacos de dormir y pronto quedaron dormidos, dentro de las tiendas de campaña.

En cambio, Pete y Teddy estaban muy nerviosos y excitados.

—¿No podríamos avanzar otro poco, para echar un vistazo? —preguntó Pete.

Como tío Russ se mostraba indeciso, Balam fue quien repuso:

—Sí, pero yo os seguiré a cierta distancia. Si os metéis en problemas, gritáis y acudiré —concluyó, sonriendo.

Los chicos se pusieron en marcha, valiéndose de las linternas para iluminar su camino entre el espeso follaje. Consultando las brújulas, llegaron a un extenso valle. Allí, las copas de los árboles ofrecían un aspecto fantasmagórico a la luz de la luna.

A lo lejos, en el otro extremo del valle, parpadeó una luz.

—¡Mira eso! —dijo Teddy—. ¿Qué supones que es, Pete?

—Alguien que está acampando, igual que nosotros.

—¿Tú crees que son los ladrones, que intentan encontrar el templo perdido? —preguntó Teddy, emocionadísimo.

—Podría ser. Volvamos en seguida, para decírselo a Balam y a tío Russ.

Se encontraron con los mayores por el camino y les dieron la noticia. Los dos hombres quedaron muy preocupados.

—De noche no podemos aproximarnos al templo —dijo Balam—. Hay que esperar a que salga el sol.

—Pe… pero…, ¿qué hacemos si nos encontramos con esos hombres? —preguntó Teddy.

—Solucionaremos las cosas sobre la marcha —repuso su padre.

—De ahora en adelante tendré la radio siempre a mano —resolvió Pete—. Dormiré con ella junto a la almohada.

Los dos chicos se instalaron en sus sacos de dormir, preguntándose qué novedades les tendría reservadas el día siguiente.

Pete se quedó dormido pensando en el templo perdido, y la última cosa que creyó advertir fue la lejana llamada de un pájaro.

A la mañana siguiente, la voz de tío Russ sonó clara y profunda:

—¡Todo el mundo arriba! ¡Hay que desayunar!

Desde las tiendas de campaña asomaron las caritas adormiladas de todos los excursionistas. De todos, menos de Pete.

—¡Vamos, hombre! ¡Sal! —dijo Teddy, metiéndose en la minúscula tienda de su primo. Pero un momento después gritaba, asustado—: ¡Pete! ¿Dónde estás?… ¡Venid todos! ¡Pete ha desaparecido!

El campamento sufrió una conmoción. Todos llamaron a voces y buscaron, pero no hallaron el menor rastro del desaparecido chico. Teddy rebuscó en el equipo de Pete y salió de la tienda con un papel en la mano.

—¡Papá, mira! ¡He encontrado esta nota en su saco de noche!

Tío Russ leyó en voz alta las palabras escritas a lápiz:

—«He vuelto a la hacienda. Nos encontraremos allí. Pete».

—¡No lo creo! —declaró, al momento, Pam—. Mi hermano no haría eso. Además, la letra de Pete es diferente.

—¡Esa nota es falsa! —decidió Ricky.

—¿Has oído algo durante la noche? —preguntó Russ Hollister a su hijo.

—Nada. Y otra cosa, papá. La radio también ha desaparecido.

Pam exclamó, angustiada:

—¡Han secuestrado a Pete!

Y Holly, echándose a llorar, dijo:

—Puede que se lo haya comido la boa.

Mientras Balam tranquilizaba a la pequeña, Jean declaró:

—¡Deben de haberlo hecho los hombres del otro campamento! ¡Vamos a perseguirles ahora mismo!

Con las caras muy largas y entristecidas, los niños corrieron a desayunar. Balam dio una vuelta por los alrededores de su propio campamento, y encontró huellas, indudablemente dejadas por los secuestradores. El camino corría paralelo al trayecto hecho por los chicos la noche anterior, cuando vieron la luz parpadeante.

A toda prisa, los acampadores recogieron sus pertenencias y siguieron a Balam por el sendero, apenas visible. Las huellas llevaban al valle y allí parecían concluir.

—He perdido la pista —tuvo que admitir Balam.

Se sentó en cuclillas y se frotó la frente, como si estuviera pensando profundamente.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó el tío Russ.

Teddy propuso:

—Vayamos hasta el lugar en donde Pete y yo vimos brillar la luz. Apuesto algo a que los secuestradores se lo han llevado allí.

—Buena idea —admitió Balam.

Y todos reemprendieron la marcha. Era ya mediodía cuando llegaron al otro extremo del valle. Allí se detuvieron para tomar una comida rápida, consistente en panecillos, queso y fruta.

—Estamos cerca del lugar donde brilló esa luz —dijo Balam, cuando volvían a ponerse en marcha.

—Que todo el mundo guarde silencio, ahora —advirtió tío Russ.

De súbito, Balam se detuvo y levantó una mano. Desde la lejanía llegaba rumor de voces.

El guía cuchicheó:

—El mapa muestra que el templo está ahí, en frente. ¡Alguien lo ha descubierto ya!

—¡Yo lucharé con ellos! —bisbiseó Ricky, apretando los puños.

—¡Y yo pienso morderles! —pronosticó Holly.

—Calma, calma —pidió tío Russ—. Ahora mucho silencio y veamos qué nos espera.

Sin hacer ruido, el grupo avanzó entre el follaje, rompiendo con las manos las ramas que constituían un impedimento.

Las voces fueron resultando más sonoras. Alguien gritaba órdenes y el aire estaba invadido por los continuos golpes de machete.

De improviso, los Hollister salieron a un claro.

Por lo menos eran veinte los hombres que empuñaban machetes, para derribar la vegetación que tapaba los laterales de una vieja pirámide.

Dándoles sonoras órdenes estaba… ¡Víctor Grattan!

Los hombres estaban tan ocupados que no se fijaron en Balam. Tío Russ y los niños quedaron con la boca abierta ante el extraño espectáculo. Pam buscó con la vista a Pete. Pero su hermano no estaba allí.

Los obreros derribaron entonces un gran arbusto. Cuando el vegetal cayó a tierra, los hombres prorrumpieron en gritos de entusiasmo.

¡Allí estaba el Ídolo Risueño!

Se encontraba medio cubierto de musgos y muy maltratado por las condiciones atmosféricas, pero seguía sonriendo.

Detrás, el templo perdido se levantaba verdoso e imponente. Crecían hierbas y plantas por todos sus resquicios. La parte más alta de la pirámide se había desmoronado a ambos lados y los escombros se hallaban casi ocultos por la exuberante jungla.

Balam y tío Russ penetraron a la carrera en el claro, seguido por los niños.

—¿Qué sucede aquí, señor Grattan? —preguntó Russ Hollister, con voz firme.

El interrogado no pareció demasiado sorprendido por la aparición de los visitantes.

—Ah, hola —dijo—. Hemos encontrado un templo nuevo y mejor para nuestra película. Es muy antiguo.

—Ya lo creo —intervino Alexis Regente, que estaba cerca—. Este templo es una joya.

—¡Nosotros debíamos haberlo encontrado primero! —dijo Holly, indignada.

—Es verdad —concordó Pam—. Y ¿dónde está Pete?

—Un momento, por favor, —pidió Grattan, sonriendo—. Hablad de una en una. Creo que no os he comprendido.

—¿Cómo encontró usted este templo? —preguntó Balam.

Grattan replicó que un nativo le había revelado la posición de la pirámide.

—Otra cosa —dijo Russ Hollister—. Mi sobrino Pete fue secuestrado anoche. ¿Sabe usted algo de eso?

—¿Cómo?… ¿Se refiere a ese chico alto, tan simpático? ¡Oh! Lamento mucho que haya ocurrido eso.

—Nosotros no le hemos visto —se apresuró a decir Regente.

—No creo nada de lo que dicen, tío Russ —dijo Pam en voz baja.

—Ni yo —contestó su tío.

Procurando disimular sus sospechas, tío Russ, Balam y los niños caminaron lentamente hacia las ruinas. Con gran sorpresa, tras el templo descubrieron una edificación de piedra, alargada y de poca altura.

—Aquí debió de existir un gran poblado —dijo Balam. Y añadió que aquel edificio probablemente habría sido la residencia de algunos oficiales mayas.

—¡Y mirad! ¡Otra vez una gran serpiente! —dijo Pam, señalando un áspid grabado en una gran piedra, en un extremo del ruinoso edificio.

—Es una boa —dijo Holly, mientras ella y Ricky se acercaban a contemplar el grabado.

¡De repente vieron caer a sus pies un objeto pequeño, blanco!

Ricky se agachó a recogerlo.

—Es una piedra con un papel atado a su alrededor.

—Y tiene algo escrito —observó Holly.

Ricky, arrugando la naricilla, exclamó:

—¡Canastos! ¡Cuántos números!

Holly casi desorbitó los ojos.

—¡Es nuestra clave! ¡Tiene que ser una nota de Pete!

Inmediatamente mostró la nota a Pam, que se la pasó a Teddy y Jean.

Los niños se ocultaron tras unas palmeras y empezaron a descifrar la nota, que decía:

3 1 2 4 2 1 1 1 1 1 2 1 1 2 2 2 1 1
1 1
5 2 8 8 1 15 6 1 16 7 7 15 1 8 3 10 2 6
1 1 1 1 2 1 1 2 2 1 1 1 1 1 2 2 1
1 1
15 6 11 2 2 1 15 7 12 2 7 2 1 11 1 3 6
4 1 2
8 2 16

Usando su clave de los meses mayas, Pam fue descifrando el mensaje, letra por letra.

HOMBLEZ CINE MALOZ EZTOY EN HOIO TLAZ BOA

—¡Ya comprendo! —exclamó Jean, muy emocionada—. Ha tenido que escribirlo así porque le faltan algunas letras.

—Pero se entiende que quiere decir: «Hombres cine malos; estoy en hoyo tras boa».

Pam contempló el edificio de piedra y sus ojos se posaron en la boa allí esculpida.

Su hermano estaba cautivo allí, en manos de las gentes de la compañía cinematográfica. ¡Se encontraba prisionero en algún agujero detrás de la serpiente!